Recién estaba por ocultarse el sol cuando había terminado de reunir a las mascotas del vecindario.
Dos veces por semana tenía que hacer de dog walker durante todo mi año sabático. Esto de labor social era idea de mis padres que a cambio pagaban mis tarjetas de crédito.
Me tomaba poco más de una hora pasear a los seis caninos, para ellos era su momento favorito del día y admito que el mío también.
Por única vez elegí cambiar el camino de regreso a uno más corto, porque tenía que llegar rápido a casa y mientras enviaba una voice note, escapó el dálmata.
Fuck.
Esto no me podía pasarme y menos hoy.
Corrí lo más rápido posible sin soltar las demás cadenas y sin perder de vista a Scout.
Casi le perdía el rastro, pero por suerte se detuvo en un parque, específicamente en la cancha de basketball.
Intenté controlar mi agitada respiración y observé como un chico revisaba los datos escritos en su collar.
—¡Hey! —grité para llamar su atención —¿Puedes devolverlo? No es mío, pero si algo malo le sucede estaré en serios problemas.
Aquel chico castaño de ojos brillantes y piel clara que tenía frente a mí usaba shorts, playera deportiva y gorra.
—Tómalo —respondió tan tranquilo mientras acariciaba al perro —Deberías tener más cuidado para la próxima, podrías perderlo.
Por su acento definitivamente era de otro país, pero hablaba inglés perfecto.
—No me digas que hacer, ocúpate de tus asuntos.
A veces odiaba ser tan impulsiva y odiaba no pensar más de una vez lo que iba a decir.
—Tenés razón —dijo sonriendo, aún estando tan tranquilo.
Tenía una linda sonrisa no podía negarlo.
—Gracias —dije cuando se acercó y me entregó el cinto.
Sin esperar nada más, y con mucha pena por lo ocurrido, di media vuelta y caminé de regreso a casa.
Tuve que frenar cuando lo escuché llamarme.
—Oye, justo terminé de entrenar, ¿Puedo acompañarte?
—No es necesario, conozco bien el pueblo.
No dejaría que un desconocido me guiará a casa, podía ser un psicópata o aún peor, un asesino en serie.
—Me llamo Felipe, soy nuevo en este lugar y me vendría bien conocer a alguien.
Eso me descolocó por completo.
No sabía lo que se sentía ser nuevo en un lugar, porque nunca viajaba sola, pero seguro no era nada fácil.
Un poco de empatía no venía nada mal.
Quería ser un poco amable con Felipe, después de todo él lo fue conmigo.
—Está bien —lo esperé hasta que llegó a mi lado con su botella de agua y el balón de basket.
—Vos decime por dónde hay que ir.
Sus ojos se encontraron con los míos luego de ese terrible primer encuentro y con las mejillas ardiendo, me sentía en desventaja.
De esta manera tan inusual y extraña conocí a Felipe González Otaño que venía de Argentina y sin saberlo, era un actor admirado por miles de personas.