Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

By AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... More

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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By AbbyCon2B

14 de julio 1897.
Nueva York, Nueva York.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

Peter asintió, aunque de todas formas revisó su libreta, donde había anotado todo lo que debía empacar y lo fue corroborando con sus maletas.

Tenía sus documentos, sus libros, la ropa de segunda mano y ya se había cambiado en el hotel por uno de esos nuevos trajes, que le ayudarían a mezclarse entre los hombres de la clase trabajadora.

No le disgustaba la ropa, no tanto como había esperado al menos, sin duda no era incómoda y hasta podría atreverse a sugerir que era un poco más agradable que los trajes sofisticados que vestía todos los días, excepto, quizás, por la calidad de las telas. No eran malas, pero tampoco tan buenas o suaves contra la piel.

El traje que había escogido para el viaje era el mejor de los tres que había comprado. La camisa de lino era fresca contra su piel y ligera, aunque tenía líneas azules y Peter nunca había sido un fanático de las camisas con franjas. El chaleco era de un material más grueso y ajustado, con un diseño cuadriculado y tono verdoso, iba acompañado con una chaqueta verde pantano, que seguramente había conocido mejores años, porque en esos momentos estaba gastada, parcheada y le faltaba un botón. En el cuello, se había atado una corbata marrón y combinaba con los pantalones de pana y los zapatos usados.

También tenía un sombrero, porque ningún hombre iba a ningún lado sin un sombrero.

—Solo me falta el boleto —concluyó, una vez terminó de repasar su lista.

—¿Seguro? ¿Ya le disté el dinero, Eli? ¿Qué hay de tus libros? ¿No te olvidas de tus libros?

—No, mamá, tengo todo en el baúl y ya guardé el dinero.

—No olvides ir al banco y retirar el resto cuando llegues a Londres —agregó Eli y Peter asintió.

Le habían repetido las mismas cosas una y otra vez desde que había amanecido en el hotel a las seis y cuarto y ya eran las siete y media y seguían recordándoselo. Estaba ocupando toda su fuerza interior para no exasperarse, sabía que solo estaban nerviosos y preocupados y entendía como reiterar las mismas palabras podía ayudarlos a calmar sus temores.

Dejó su maleta sobre el baúl que se estaría llevando en el viaje y rebuscó en su bolso por el dinero para pagar el pasaje que ya había reservado desde Minnesota.

Estaría viajando en el Teutonic, en el tercer piso sobre el nivel del agua donde iba la tercera clase y con su boleto, ya venía asignada la habitación en la que se hospedaría durante la semana cruzando el Atlántico.

Hasta donde sabía, cada dormitorio incluía dos camas, así que imaginaba compartiría con otro hombre y lo único que esperaba, era obtener la cama de abajo si se trataba de cuchetas; odiaba tener que dormir en lo alto.

Consiguió el dinero de su bolso y la copia de la carta que había enviado como comprobante de su reserva y se preparó para adelantarse hacia las oficinas.

El puerto de Nueva York estaba atestado de personas a pesar de que ni siquiera fueran las ocho. El amplio espacio tenía un flujo de peatones circulando de un extremo a otro, cargando pesadas maletas y baúles e intentando conseguir sus pasajes para dejar Nueva York o los documentos correspondientes para poder quedarse.

Era un caos total, pero también resultaba fácil orientarse; había guardias por todo el perímetro, disponibles para señalar las direcciones de cada oficina y los carteles que colgaban del techo frente a los postes de administración lo guiaban el resto del camino.

—Ya vuelvo —avisó a sus padres y cuando intentó pasar junto a ellos para unirse a la fila de personas que avanzaba hacia las boleteras, su cuerpo chocó contra el de otro hombre y se detuvo—. Perdoné...No lo vi.

Roland negó sin importancia y lo ayudó a recuperar el equilibrio.

—Ha sido mi culpa, perdóneme usted —dijo apresuradamente y le dio la espalda para seguir hacia la boletería con Mendoza a su lado—. Joder, no dijiste que habría tanta gente.

—No sabía, es la primera vez que vengo por el puerto...Allí, oficinas de Reino Unido, ven.

Tomó su mano para guiarlo entre la multitud y que no se separaran en el camino e hicieron algo de trampa, al adelantar algunas personas en la fila, aprovechando que estaban distraídos y así ahorrar tiempo de espera para conseguir el pasaje.

—Tendríamos que haber comprado el pasaje ayer cuando lo mencioné, con toda esta gente seguro no quedará lugar.

Roland se rio.

—¿Quieres ser un poco más pesimista?

—Estoy siendo realista, solo mira este lugar...Ya han de tener todas las camas reservadas.

—Que me den un lugar en la bodega y viajo con el equipaje.

—No se puede —explicó y miró a su alrededor, hacia todo el océano de sombreros fluyendo por el lugar—. Solo espero que consigamos un lugar, Daykin ya debe estar buscándote.

—Seguro algún barco tendrá una cama vacía —aseguró con ese optimismo que a veces era admirable y en otras ocasiones exasperaba.

Hicieron la fila, con otras cinco personas ante ellos y Peter esperó al final de la línea, bufando un poco para sus adentros porque debía de haber unas ocho personas antes que él y no avanzaban.

Ahora entendía porque le habían pedido que llegara cuatro horas antes de partir; con lo lento que todo se movía, les tomaría una eternidad siquiera alcanzar el barco.

La fila se movió con una lentitud apremiante y Roland estudió el entorno, mientras Mendoza agitaba su pierna ansiosamente a su lado.

—Respira, Matthew, te desharás de mí sin falta —bromeó y soltó un quejido cuando recibió en respuesta un golpe en el brazo.

El dolor de la golpiza había empeorado durante la noche y si seguía de pie, era porque no le gustaba mostrarse débil o armar un escándalo por un par de moretones, pero siendo sincero con sí mismo; el dolor en su costilla era insoportable y le resultaba difícil creer que no tenía algo roto. 

—No quiero deshacerme de ti, idiota, es por tu bien...Daykin podría aparecer en cualquier minuto.

—¿En el puerto? ¿En serio? Hay un millón de otros lugares donde me buscará, el puerto no será uno de ellos, además...—. Miró a su alrededor y sonrió—. Con toda esta gente, jamás podría encontrarme.

—Eso espero...Me pone de los nervios —. Se enganchó a su brazo, sujetándolo con firmeza mientras estudiaba el entorno y Roland reprimió una sonrisa y avanzó un paso en la fila—. Ya casi nos toca. ¿Tienes el dinero que te di?

—Así es, dos dólares; justo aquí.

La fila avanzó rápidamente cuando varias taquillas se liberaron al mismo tiempo y Roland fue con Mendoza hacia el mostrador y dejó el dinero sobre la madera.

—Un pasaje para Inglaterra en tercera clase, por favor.

La mujer revisó las hojas que tenía extendidas frente a ella sobre el escritorio y acomodó los lentes sobre el puente de su nariz.

—¿Próximo lunes a las diez y cuarto le serviría?

—Uhm, no, no, perdone...Tiene que ser para hoy —aclaró y la mujer se enderezó en el banco.

—Me temo que ya no quedan lugares disponibles para los barcos que partirán hoy, señor. Lo más próximo que puedo ofrecerle es el viernes a las ocho de la noche, pero no en tercera clase, sino en emigrante.

Roland no tenía ni idea de cuál era la diferencia entre esas dos clases, pero tampoco le importaba; no podía esperar hasta el viernes y mucho menos hasta el lunes, apenas había logrado evadir a Daykin por una noche y, además, no quería tener que admitir que Mendoza había estado en lo cierto.

—¿No tiene nada? No me molesta viajar con el equipaje, pero necesito que sea para hoy.

—Perdone, señor, pero por seguridad no se puede otorgar pasaje con el cargamento y me temo que ya todo ha sido reservado para hoy.

Mendoza maldijo a su lado y golpeó el mostrador con su mano, antes de darle la espalda y alejarse unos pasos. Roland lo miró, volvió su atención hacia la mujer y forzó una sonrisa. ¿Qué opción tenía entonces? Solo le quedaba esperar hasta el viernes y rezar para que Daykin no lo encontrara...Ni Tolfree.

Se acarició el puente de la nariz, intentando no entrar en pánico y maldijo por lo bajo. Necesitaba decidirse rápido, porque la fila debía avanzar y, de todas formas, no le quedaban muchas opciones. Mientras pensaba con el rostro enterrado en una mano, Peter avanzó hacia la boletería contigua a donde Roland se encontraba y entregó su carta al hombre que atendía al otro lado del mostrador y esperó, mientras buscaba su pasaje entre las reservas.

—¿Está usted segura de que no tiene nada? —insistió Roland y la mujer negó.

—Lo siento, señor, pero ya todo fue reservado. ¿Desea un pasaje para el viernes?

Suspiró y empezó a asentir, no tenía alternativa y Mendoza ya estaba maldiciendo por ello.

Sacó los dos dólares que tenía para pagarse el pasaje y estaba por entregárselo, cuando un hombre se coló en la fila a su lado, sobresaltándolo por un segundo.

—¿Me permite un momento, señor? Es solo un segundo y tengo prisa, por favor.

Se encogió de hombros, sin importancia y asintió para dejarlo hablar con la mujer. Era un hombre alto, que vestía un buen traje, aunque juzgando su apariencia, probablemente trabajaba en alguna fábrica, porque parecía haber envejecido unos treinta años, aunque sus ojos tuvieran la juventud de alguien en sus veinte.

—Disculpe, señora, pero quería regresar mi pasaje y pedir un rembolso —. El hombre rebuscó en su cartera de bolsillo con manos temblorosas y dejó el pasaje de papel amarillo sobre el mostrador—. Me han robado mis maletas y debo irme hasta la comisaría... ¿Puede darme el dinero, por favor?

—Aquí tiene, señor.

El hombre tomó los billetes que la mujer puso en el mostrador, le agradeció, luego le agradeció a Roland y se marchó corriendo con una cartera en su mano.

Roland miró hacia Mendoza, luego hacia el boleto que había quedado sobre el mostrador y una sonrisa iluminó su rostro.

—¿Hay lugar ahora?

La mujer reprimió una risa y empezó a asentir.

—Serán veinte dólares, señor.

La mandíbula de Roland cayó.

—¿Cuánto dijo?

—Veinte dólares.

—¿Primera clase? —inquirió y tomó el pasaje para leerlo—. Esto es para tercera.

—Sí, señor, son veinte dólares.

Maldijo para sus adentros y se giró en el lugar, mirando hacia Mendoza al borde de una crisis. Era como si recibiera un poco de buena suerte en su vida, solo para ser recordado con maldad que la buena suerte no era para él.

—Solo tengo dos dólares, señora.

La mujer lo miró y fue evidente que estaba apenada de tener que negarle el pasaje. De ser por ella se lo permitiría, pero había políticas en la empresa y no quería arriesgarse a perder su empleo.

—Perdone, señor, pero son veinte dólares.

—Mierda...Mierda...

Se frotó el rostro, conteniendo su angustia y empezó a guardarse el dinero de malagana. Ni siquiera podría permitirse un pasaje para el viernes si ese era el precio, no entendía cómo podía ser tan caro. Veinte dólares no lo ganarían ni aunque trabajara toda la semana.

Peter se guardó su pasaje en el bolsillo interior de su chaqueta, le agradeció al hombre que lo había atendido y antes de regresarse con su padre, sacó un billete de veinte dólares de su cartera y lo dejó en el mostrador frente a la mujer.

Roland parpadeó atónito y cuando se giró para agradecerle, el hombre ya estaba alejándose y perdiéndose entre la multitud sin siquiera decir una palabra. Simplemente había obsequiado veinte dólares como si no fueran nada y desaparecía dejándolo atónito. 

Aunque no desaprovechó la oportunidad y se lo entregó a la mujer de inmediato para tomar el pasaje.

—Muchas gracias, señor, su habitación es la cuarenta y ocho en el tercer piso inferior del Teutonic sobre el nivel del mar, pasé por la borda para que corroboren sus documentos y no olvidé presentar su comprobante de vacunación o pasar por la oficina del doctor para vacunarse si lo necesita.

Asintió, memorizó la información y se regresó a Mendoza, apenas conteniendo la sonrisa de emoción.

—¿Te obsequió veinte dólares así sin más? —. Asintió, todavía sin creérselo y Mendoza silbó por lo bajo—. Ha de ser millonario. ¿Tienes el pasaje?

—Sí y debo ir a vacunarme, porque me pedirán un comprobante o algo así.

—Entonces vamos, rápido.

Peter regresó con sus padres y guardó su cartera en el bolso.

—Ya conseguí el pasaje. ¿Me acompañan hasta el barco?

Asintieron y dejaron las oficinas entre toda la multitud, cargando con el baúl y las dos maletas, así como el bolso que Peter llevaba colgado al hombro.

—¿Seguro que llevas todo?

—Sí, mamá, ya he revisado varias veces.

—De acuerdo, de acuerdo...Todavía podemos regresarnos si has cambiado de parecer.

Forzó una sonrisa cuando se detuvo junto al cargamento de equipaje y se giró hacia ellos para mirarlos.

—No he cambiado de parecer.

Tenía sus dudas, pero no se echaría atrás por un poco de miedo, eso lo dejaría como un cobarde y ahora que había tomado una decisión, se aferraba a ella.

Odelia suspiró y las lágrimas empezaron a quemar en sus ojos cuando Peter entregó sus baúles y recibió un número para retirarlos una vez en Liverpool.

—Sé que dije que no lloraría, pero...

Su voz se quebró a mitad de la frase y clavó las uñas en el brazo de Eli a su lado, en un intento por contenerse. No funcionó y rompió en llanto en cuanto Peter se aferró a ella y la abrazó con la fuerza con la que solía abrazarla de niño, cuando las noches le daban miedo y quería que durmiera a su lado.

—Los voy a extrañar todos los días —susurró en su oído y ella lo abrazó más fuerte—. Prometo escribirles apenas me haya instalado y mantenerlos informados de todos mis avances.

—Y ten cuidado también —agregó Eli—. No confíes en cualquiera y guarda muy bien el dinero que te hemos dado, lo vas a necesitar.

—Y no olvides acudir a tu tía si necesitas cualquier cosa ¿de acuerdo?

Asintió, aunque estaba seguro de que no lo haría, porque prefería cualquier miseria, antes de aceptar la humillación de pedir ayuda a su familia y los abrazó a ambos, disfrutando del calor de sus padres, que estaba seguro pasaría un tiempo hasta que volviera a sentirlo otra vez.

Eli sonrió cuando se apartaron y le acarició la mejilla.

—Ve y hazme un padre orgulloso ¿sí?

—Haré lo que pueda. Los amo.

—Nosotros a ti.

—Y díganle a Esmond que lo amo también y que lamento no pudiéramos despedirnos.

Sus padres asintieron y volvieron a abrazarlo antes de dejarlo ir. Parecía como si no pudieran soltarlo, no sabiendo que una vez subiera en ese barco, pasarían meses o incluso años hasta que volvieran a verlo. Incluso en las navidades, que siempre pasaban en familia; Peter no estaría para acompañarlos y en su cumpleaños, que se acercaba y sería en noviembre, tampoco podrían estar con él para celebrarlo.

Odelia se abrazó a Eli cuando Peter empezó a alejarse para subir al barco y lloró en su hombro, conteniéndose tanto como pudo, para poder seguir saludándolo con la mano.

Fue un largo proceso para a bordar, revisaron sus documentos, los dos bolsos que llevaba con él y su certificado de vacunación y tuvo que hacer una larga fila antes de poder descender hacia las habitaciones del tercer piso, pero en todo momento, pudo ver a sus padres y saludarlos y no fue hasta que hubo desaparecido por las escaleras del barco, que sus padres se permitieron llorar juntos y regresaron al hotel para recoger sus cosas y volver a casa.

Bajó las escaleras, siguiendo a la multitud de personas que iban en busca de sus dormitorios y revisó su pasaje para confirmar que recordaba el número correctamente.

Habitación 48. Tuvo que recorrer un par de pasillos antes de encontrar la puerta con el número pegado en la madera.

Golpeó solo por si su futuro compañero de viaje ya había llegado y cuando nadie respondió, abrió la puerta y estudió el interior.

El espacio era minúsculo.

La litera estaba contra una pared, dos colchones finos para cada una y al lado había un lavado y un espejo, ubicados uno sobre el otro y dos toallas que podían utilizar por el resto del viaje. En el lado opuesto de la pared, casi apretándose contra el lavado, había un banco y eso era todo.

No había mucho más espacio para nada más y solo tenían una pequeña ventana, así que podía imaginar lo claustrofóbico que sería ese espacio pasada las primeras horas.

Dejó sus maletas sobre la cama inferior de la litera y empezó a quitarse su chaqueta, en lo que intentaba imaginar sus siguientes cinco días en esa habitación. No podía quejarse, no estaría recibiendo mucho más que eso por el resto de su estadía en Londres, a menos que consiguiera el dinero para darse ciertos lujos y juzgando la descripción de los periódicos respecto a la situación en Londres, no era optimista. 

Ni siquiera les había mencionado a sus padres sobre el desempleo en Londres, había aprovechado que ellos no leían los periódicos internacionales y lo había pasado por alto, porque si se los mencionaba, entonces no lo habrían dejado viajar y aunque tal vez eso habría sido lo mejor, ya se había decidido.

Dejó su chaqueta y sombrero sobre el banco alargado que enfrentaba la cama y buscó en sus bolsos por la libreta y el bolígrafo que se había traído.

Tenía intenciones de comenzar un nuevo diario ahora que estaría empezando su vida de hombre independiente en el exterior. Era un hábito que nunca había logrado mantener con la constancia con la que lo hacían sus padres y abuelos, siempre registrando lo que sucedía cada día, pero confiaba en que la nueva experiencia lo mantendría motivado.

Dejó sus bolsos debajo de la cama para desocupar el colchón y se sentó en el banco de madera con su libreta, para empezar a escribir.

El barco no partiría hasta las once de la mañana y aunque podía asomar a la popa y tratar de visualizar a sus padres para despedirse, sabía que todo el mundo estaría haciendo lo mismo y la multitud de personas resultaría abrumadora. Además, probablemente sus padres ya se habían marchado para intentar alcanzar el tren de las nueve y volver a casa.

Llenó el tintero de su bolígrafo, aprovechando que el barco todavía estaba anclado y el movimiento de las olas no lo haría salpicarse las manos y luego guardó el tintero en su bolso, cerró el bolígrafo y probó en la última hoja de su libreta, para confirmar que funcionaba, antes de empezar a escribir.

Era un bolígrafo sencillo el que se había comprado, nada muy extravagante o llamativo, para no tentar a los delincuentes o aparentar fortunas que no tenía. También era práctico, con una punta de pluma que ayudaba a su caligrafía y recargable, así podría usarlo por el tiempo que quisiera; siempre y cuando consiguiera la tinta para llenarlo.

Escribió la fecha en el rincón de la segunda hoja de su diario (porque puso sus datos en la primera) y luego empezó a escribir.

He embarcado y faltan quince minutos para las nueve. Aún quedan algunas horas para partir, pero he podido presentar fácilmente mis papeles en la puerta y dirigirme a mi habitación, que se ubica en la tercera clase del barco.

La habitación, con sólo dos camas y un retrete, es pequeña y estrecha, como era de esperar y aún no he tenido el lujo de conocer a mi compañero para esta semana.

Espero que sea un hombre sensible y educado, y no alguien que carezca de la decencia básica y cause molestias a quienes le rodean. Aunque no tengo ningún problema con este tipo de personas en general, puede resultar difícil compartir un espacio reducido con ellas durante un periodo prolongado.

A mi llegada a Inglaterra, mi principal objetivo es recuperar los fondos que mi padre ha enviado al banco en Londres. Posteriormente, me propongo buscar un empleo que me permita hacer frente a mis obligaciones financieras y economizar al máximo. La principal preocupación es encontrar un alojamiento adecuado, sin embargo, no estoy seguro de la asequibilidad de los alquileres en Londres.

Es la primera vez que tengo que plantearme dudas respecto a la economía, lo cual es una experiencia curiosa y sin duda enriquecedora. Mi abuelo cree que esto me ayudará a apreciar el lujo del que provengo, y no dudo de su sabiduría.

Aunque dejar mi hogar y despedirme de mis seres queridos fue difícil, afronto esta nueva experiencia como una aventura con optimismo. Tengo fe en que me esperan grandes cosas en Londres. Cosas que ningún hombre alcanzaría a soñar.

Terminó la primera entrada de su diario y sonrió.

Estaba convencido de que esta vez sí lograría adquirir el hábito de escribir en su diario todos los días para registrar lo que hacía. Sería importante para la prosperidad, así cuando fuera mayor y tuviera hijos, podría dejar que leyeran su diario y conocieran un poco sobre su vida y aventuras y aquella vez en la que había decidido emprender un viaje solo hacia nuevos mundos con su joven edad. 

—¿Puedo pasar?

Alzó la mirada hacia la puerta y se puso rápidamente de pie con un asentimiento.

—Por favor. Es un placer conocerlo, señor. ¿Compartiremos camarote?

—Así parece —dijo y terminó de entrar en la habitación, cargando con solo un pequeño bolso sobre su hombro, que no parecía suficiente para un viaje muy largo—El nombre es Roland Josey. ¿Lo conozco?

Peter negó, pero no estuvo seguro al respecto, había algo familiar en su rostro como si lo hubiera visto antes no hacía mucho tiempo.

—¿Cómo se llama? ¿No estaba usted en la boletería hace unas horas? —preguntó Roland.

—Peter Eades, señor y sí, lo estaba... ¿Usted es el caballero que necesitaba veinte dólares?

—Así es y usted el amable sujeto que los pagó por mí.

Ambos se miraron sorprendidos y Roland dejó su bolso sobre el banco frente a las camas.

¿Cuál era la probabilidad de que les tocara juntos? No era muy bueno en matemáticas, pero estaba seguro de que era una enorme coincidencia. Primero se chocaban por accidente entre la multitud de personas en el puerto, luego el hombre pagaba por su pasaje de forma tan generosa y desinteresada y finalmente, resultaba eran compañeros de cabina.

Y todo porque aquel caballero había regresado su boleto porque lo habían asaltado.

Realmente... ¿Qué tan probable era? Dejando de lado la ciencia o las matemáticas, en las cuales Roland no era muy versado, solo le quedaba una explicación. El destino.

—No sé cómo agradecerle, señor.

Peter empezó a negar.

—No se moleste, no esperaba volver a encontrármelo, así que tampoco esperaba me agradeciera, pero veo el dinero le sirvió.

—Y vaya lo hizo —rio y se desabrochó el saco marrón de su traje para colgarlo en los pies de la cama—. Si usted no hubiera sido tan atento, no sé qué sería de mí en estos momentos. Debía dejar el país con inmediata emergencia por mi seguridad.

—¿Por qué? —curioseó y no pasó por alto la mueca de dolor que el hombre contuvo al quitarse el saco. Tenía todo el rostro golpeado. 

—Les debía dinero a unos hombres peligrosos y perdieron la poca paciencia que me tenían —. Se apretó un costado al sentarse en el banco con un suave quejido y Peter lo imitó, sentándose en la cama frente a él—. Me temo me habrían matado si no fuera por usted.

—¿Matarlo?

—Así es, pensará que exagero, pero, oh, no, es muy serio lo que le digo, señor, ya sabe cómo es.

Tal vez ese era un problema común entre los pobres, pensó, pues el hombre lo contaba como si esperara que le entendiera, pero Peter no tenía idea.

Nunca había pedido dinero a nadie, salvo a su familia y no debía temer por su vida al hacer eso. Ni siquiera sabía de la existencia de matones que prestaran dinero a los pobres. ¿Por qué lo prestarían si luego amenazarían con violencia cuando no le pagaban de regreso? Seguro no podían esperar que una persona pobre lograra tener dinero para pagar sus deudas, cuando se endeudaban por no tener dinero en primer lugar.

No era muy inteligente, a menos claro, que endeudarlos fuera la intención de esos matones.

—¿Y no podía ir con la policía?

Roland empezó a reírse, pero el sonido se convirtió en un quejido y luego una mueca, cuando se obligó a quedarse serio.

—Usted es gracioso, señor, me agrada —dijo señalándolo con un dedo, pero no respondió su pregunta—. ¿También se endeudó o el dinero era robado?

—¿Cómo dice?

—El dinero que me dio...Era mucho dinero, señor.

—Oh...Eso...Son ahorros —mintió y no estuvo seguro de si le creería—. Llevo varios años planeando irme del país.

—¿De verdad? No debería haberme dado sus ahorros entonces... ¿Qué hará ahora en Inglaterra y sin ese dinero?

—Tengo otro poco guardado, no se preocupe por eso.

—Ya veo...Veré si puedo pagárselo, es mucho dinero, así que no sé si pueda prometerle nada.

—No se moleste tampoco, lo hice desde la bondad de mi corazón, así que no espero me pague de regreso.

Roland sonrió y volvió a señalarlo con un dedo.

Sus ojos se achicaban cuando sonreía y debía tener la sonrisa más hermosa del mundo, porque parecía iluminarle todo el rostro, presumiendo unos dientes desvergonzadamente blancos y dos hoyuelos ocultos en sus mejillas barbudas.

—Usted es realmente un buen hombre, señor Eades, un muy buen hombre. ¿Por qué viaja a Inglaterra? ¿También está huyendo?

—¿Cómo? No, por supuesto que no, solo quiero empezar de cero.

—Ah, comprendo. Sí, eso mismo quiero yo —. Estudió la habitación, que no tenía mucho para admirar y detuvo su atención sobre la cama alta—. Que buen dormitorio nos han dado...No pensé recibiríamos tantos lujos en tercera clase...

Peter frunció el ceño y volvió a estudiar la habitación como él.

No veía nada que pudiera llamar lujos y se sintió confundido y desorientado. Claramente estaban observando con distintos ojos. 

Roland se inclinó hacia el lavado que había entre las camas y giró la canilla, solo para soltar un juramento cuando comenzó a correr agua.

—Hasta con agua y todo...Vaya, pero esto es un castillo —. Tuvo que reprimir una sonrisa ante su emoción y estudió su perfil mientras Roland lo revisaba con verdadera curiosidad—. ¿Y para qué es este curioso objeto?

—¿Nunca había visto un lavado?

—¿Lavado? Oh...Con que así son en persona.

—¿Nunca había visto uno?

—Solo en periódicos —contestó y se enderezó en el banco con una mueca—. A veces ponen dibujos junto a las publicidades, pero no sabía que eran tan bonitos.

—Sugeriría no lo tocara —se apresuró a decir cuando lo vio extender su mano hacia el borde de metal y Roland se detuvo de inmediato, como si fuera a explotarle en la cara—. Es un barco, así que no ha de ser muy higiénico...

—Oh, comprendo —. Se enderezó, descansando las manos en su regazo, pero no dejó de estudiarlo con atención.

Peter reprimió una sonrisa y miró hacia el lavado con él antes de cambiar de tema. 

—¿Cuántos años tiene, señor?

—¿Yo? Diecinueve ¿y usted?  

—Diecisiete, pero cumpliré dieciocho pronto. 

—Oh, su cumpleaños —. Se acomodó hacia el borde del banco con repentina emoción y sonrió—. Que divertido, me encantan los cumpleaños. ¿Cuándo será?

—El dieciséis de noviembre... ¿El suyo?

—Ya ha pasado, veinticinco de marzo. Me di un pequeño gusto ese día y compré una dona. ¿Ha probado una alguna vez? —. Peter negó y Roland agitó sus piernas emocionado. Un gesto tan infantil de su parte—. Debe probarlas, señor, son deliciosas. La mía tenía un bañado de chocolate, nunca antes había probado chocolate hasta ese día. Fui un hombre muy feliz, se lo aseguro.

—No dudo que lo haya sido y tendré que aventurarme a probarlas cuando tenga la ocasión. Con suerte y las venderán en Londres también.

—Eso espero, sería lamentable si tuviera que vivir sin poder probar tales maravillas al menos una vez. Oh, pero, pretendía preguntarle... ¿No es muy joven para estar viajando solo y tan lejos de casa? ¿Su familia lo ha echado?

—Imposible —rio—. Me habrían encadenado a la casa de poder, no estaban muy contentos con mi decisión de dejar el país.

—¿Entonces por qué lo hace?

—Independencia, supongo. Creo que quiero poder hacer algo por mí mismo y demostrarme que soy capaz de sobrevivir sin el amparo constante de mis padres.

—Ya veo, su familia ha de ser muy unida entonces —concluyó con un asentimiento de su cabeza—. Lo deben de querer mucho. ¿Tiene usted hermanos también?

—Así es, seis hermanos y dos hermanas.

—¡Madre de Dios! Usted sí que tiene una familia numerosa.

Se rio por su reacción y asintió.

—¿Qué hay de usted? ¿Tiene hermanos?

—Así es, dos hermanos y tres hermana. Soy el menor.

—Yo el segundo mayor. ¿Se lleva bien con su familia?

La sonrisa de Roland desapareció brevemente cuando negó, pero regresó al instante, como si no hubiera tormenta que pudiera robarle su felicidad.

—¿Tienen lavado en su casa?

Peter se cubrió la boca cuando se rio y tuvo que inclinarse como Roland había hecho, adquiriendo ese aire misterioso y susurró.

—Lo tenemos, sí.

Los labios de Roland se abrieron como los de un pez y parpadeó sorprendido e incluso fascinado mientras se enderezaba en el banco, apretándose un costado y recostaba su espalda en la pared.

—Y aun así ha dejado su casa...Que valiente, yo creo que no podría si hay un lavado. Se ve tan cómodo, solo mire —. Señaló hacia el lavado junto a ellos y Peter se rio otra vez—. Hasta siento que me quedaré a vivir en este barco solo por esto.

—¿Qué tenía usted si no usaba un lavado?

—La clásica cubeta de antaño, seguro la conoce también. Esas y las letrinas son indispensables en cualquier casa.

—Sí, hay una letrina en mi casa, pero ya no se usa. Mi abuela siempre odiaba tener que limpiarla, así que le encargaba la tarea a mi abuelo en sus días libres.

Ambos se rieron.

—Pobre de su abuelo, no es una tarea muy placentera. A mí siempre me hacían limpiarla en la casa de mi padres.  Los tormentos de ser el más pequeño y que me dejaran todo el trabajo que nadie quería hacer.

—Yo no podría —rio—. ¿Su familia sabe que se marcha del país?

—No, no, no he sabido de ellos en años ya. Vera, hui de casa cuando tenía casi su edad.

Su intriga despertó. 

—¿Huyó de su casa? ¿Pero por qué?

—No tenía una buena relación con mi familia, nunca me amaron, no como su familia parece amarlo a usted. Mi padre jamás se habría molestado en detenerme de dejar la casa, es más, se alegraría de que no volviera y si supiera ahora que unos hombres me quieren muerto, seguro se sumaría a ayudarles.

El corazón se le contrajo en un puño y aunque Roland hablara sin importancia, como si fuera un chiste o la historia de alguien más, era imposible pasar por alto el dolor en sus ojos o como su sonrisa se volvía más forzada a medida que hablaba.

—Usted se ve como un buen hombre —aseguró Peter, inclinándose en su abdomen y sosteniéndose sobre las rodillas—. Parece ser que su familia no supo apreciar su gran carácter y son ellos quienes se pierden de tenerlo en su vida.

Roland jadeó y sus manos temblaron cuando se frotó los muslos y desvió la mirada hacia el suelo. Sonrió nervioso y volvió a mirarlo fugazmente.

—Vaya...Gracias, eso...Es muy amable de su parte.

Asintió, restándole importancia y le señaló el rostro.

—¿Los hombres de los que huye lo golpearon?

Se llevó una mano hacia el pómulo derecho, apenas recordando que estaba cubierto en moretones y empezó a asentir.

—Ayer, pero ya estoy mejor.

—No lo parece, ha estado sosteniéndose el costado desde que llego. ¿Ya lo vio un doctor?

—Ni hablar —rio y Peter notó que se apretaba la costilla un poco más fuerte en el proceso—. No necesito ningún doctor, estoy de maravilla.

—Pero podría tener un hueso roto.

Negó rápidamente.

—Mi amigo ya me revisó y estoy bien, pero muchas gracias, señor, su bondad realmente brilla en sus acciones.

Decidió no insistir, aunque era evidente que estaba lesionado y cuando Roland se decidió a dormir un rato, pues no había descansado en lo absoluto la noche anterior, se puso de pie y Peter lo imitó para cederle la cama inferior.

No le gustaba dormir en la parte de arriba de las literas, pero claramente Roland no estaba en condiciones de trepar con una posible lesión en su costilla.

Sus cuerpos terminaron enfrentados en el reducido espacio cuando ambos se pusieron de pie al mismo tiempo y Peter tuvo que alzar la cabeza hacia atrás para alcanzar a ver su rostro. Era solo un poco más alto.

Tragó con dificultad cuando le llegó el aroma de su ropa y notó que el cigarro era el olor más fuerte, no demasiado placentero, aunque uno al cual ya estaba acostumbrado. Le seguía el inconfundible aroma del whisky y luego un perfume, posiblemente un jabón, que no había olido nunca antes y que, de alguna forma, se sentía muy familiar.

Roland intentó retroceder, sintiéndose repentinamente nervioso, cayó sentado al chocar contra el banco a su espalda y se contuvo de quejarse por el dolor del brusco movimiento en sus costillas.

Prefería eso a estar demasiado cerca de ese hombre.

—Perdone —dijo Peter y señaló hacia la cama—. Solo quería dejarle la cama libre para que duerma.

—Usted ya ha reservado esa cama.

—No se preocupe, prefiero la de arriba —mintió y Roland frunció el ceño en su dirección—. E igual ahora estaré despierto, si no le molesta.

—Por supuesto, haga como guste, señor —. Se puso de pie cuando Peter se apartó de su camino, acercándose a la puerta y con cuidado se acostó sobre la cama inferior—. Oh...Que buen colchón...Sí, me gusta esto...Mmm...

Sonrió al verlo exhalar de placer y cubrirse los ojos con su antebrazo y siguió encontrando fascinante lo fácil que se contentaba con las pocas comodidades que les daban en ese barco. Para él era más como una pocilga, pero no iba a quejarse.

Tomó su bolso que había quedado a los pies de la cama y recuperó su diario para sentarse en el banco y agregar una nueva entrada.

Ya he conocido a mi compañero de cuarto para este viaje a Liverpool, y es una persona fascinante.

Fue fácil hablar con él y nuestra conversación fluyó sin esfuerzo, lo que ha causado una excelente primera impresión.

Curiosamente, es el mismo caballero que conocí en el puerto y al que di veinte dólares para pagar su boleto: ¿Quién iba a pensar que acabaríamos en el mismo dormitorio por casualidad? Parece fortuito que haya conocido a Roland Josey, un caballero que creo que podría convertirse en un buen amigo durante mi viaje a Inglaterra.

Tener a alguien con quien compartir la experiencia la hará más agradable y evitará que me sienta solo.

Aprecio su carácter sensible y humorístico y espero que podamos desarrollar una relación positiva.

Ahora está dormido y sospecho que tiene una fea lesión en su costilla, pero no ha querido hablar mucho al respecto. Ya buscaré la ocasión para ayudarlo, si me lo permite eso es.

Levantó la mirada de su diario hacia Roland y rio en silencio. Se había dormido tan rápido que le impresionaba y roncaba, lo cual no era un sonido agradable, especialmente cuando él quisiera dormir también, pero estaba seguro de que podría acostumbrarse.

Dejó su diario en su bolso, metió todo debajo de la cama y luego tomó un libro y se quedó en el banco, leyendo por las siguientes horas.

No había mucho para hacer a bordo, especialmente cuando ni siquiera habían dejado el puerto, pero el tiempo se pasaba rápido leyendo. Al menos para él, porque lo disfrutaba mucho y se sumergía en la historia, aunque ya la hubiera leído unas diez veces antes.

Apenas notó el movimiento del barco incluso mientras empezaban a avanzar por el océano y dejaban Nueva York atrás y eso fue bueno, pues le había preocupado terminar mareándose en el viaje.

Echó un vistazo por la ventanilla sobre el lavado y sintió una presión en su pecho al ver la costa de la ciudad en la distancia. Era oficial. Se iba del país, de casa...Ya no había marcha atrás.

Apenas estaba partiendo y ya sentía ganas de llorar porque extrañaba a su familia, se rio de lo patético que era y volvió a sentarse y retomar la lectura.

Sería aún más difícil una vez en Londres, donde extrañaría no solo a su familia, sino la vida que solía tener, tan sencilla en comparación con lo que le aguardaba.

Pasó la página del libro y miró de reojo hacia Roland.

Tal vez podían permanecer juntos, si Roland tampoco tenía un plan para su vida en Inglaterra, entonces ambos estaban en la misma situación con viajes improvisados y podrían ayudarse mutuamente o al menos apoyarse, para que las desgracias no los terminaran de derrumbar.

No lo conocía muy bien, pero tenía el vago sentimiento de que podía confiar en él, no estaba seguro que era, solo una sensación de familiaridad con su mirada y su instinto que casi parecía pedirle a gritos para que lo invitara a pasar el resto de su tiempo en Londres juntos.

Recorrió su cuerpo con la mirada y notó que el traje era muy viejo y estaba gastado y parcheado en varias partes. La camisa tenía los codos con parches, había otro en un bolsillo, el pantalón tenía parches en ambas rodillas y le colgaban algunos hilos de las costuras. Incluso sus zapatos, que había dejado en el suelo junto a la cama, se veían viejos y muy usados.

Definitivamente era un hombre de clase baja y se sentía como un impostor a su lado, pretendiendo entenderlo y compartir sus experiencias, cuando sus mundos no podrían haber sido más opuestos.

Apartó la atención de él cuando notó movimiento en la puerta abierta a su lado y se puso de pie cuando vio un hombre detenerse en el umbral.

—Buenos días, señor, disculpe las molestias —susurró el hombre y Peter le respondió con una pequeña inclinación—. Veo que ya se han acomodado. Mi nombre es Allan Lee y estoy con la tripulación del barco, tan solo quería informarle que el almuerzo se servirá de doce a una, así que pueden pasar a comer cuando gusten dentro de ese horario.

—Gracias, señor.

El hombre se retiró, continuando su paseó por todos los dormitorios y Peter se giró hacia Roland y decidió no despertarlo. Parecía no haber dormido bien en días, juzgando lo profundo de su sueño, así que intentaría traerle la comida al dormitorio si se lo permitían o buscaría la forma de esconderlo para que no lo vieran.

Se agarró su plato y cubiertos, que había comprado junto con el paquete de viaje que ofrecía el barco por unos ocho dólares extra y también el vaso de madera, luego buscó en su otro bolso la servilleta que se había traído de casa y dejó el dormitorio, cerrando la puerta silenciosamente, para que nadie fuera a molestarlo o les robaran sus cosas mientras Roland dormía.

El comedor estaba ubicado en el piso de arriba, dentro de la zona de la tercera clase y sin mezclarse con ninguna de las clases superiores. Era un enorme salón con una numerosa cantidad de mesas alargadas y asientos individuales, que podría acoger a unos miles de personas en lo que los mozos repartían las raciones de comida para cada uno.

Peter se consiguió un lugar, almorzó, disfrutando de la comida incluso si estaba por debajo de lo que acostumbraba disfrutar en su casa y no se comparaba en lo absoluto a las delicias de su madre o su abuela y cuando terminó, pidió llevarle la comida a su compañero de dormitorio, con la excusa de que estaba herido y no había podido dejar la cama y afortunadamente, se lo permitieron.

Cuando Roland despertó un rato más tarde, Peter volvía a estar en el banco leyendo y el plato servido a su lado ya se había enfriado.

Interrumpió su lectura para verlo cuando empezó a enderezarse adolorido y se detuvo antes de dejarse llevar por el impulso de ayudarlo. Roland no parecía ser la clase de hombre que aceptaba ayuda.

—¿Cuánto dormí?

—Solo un par de horas, pero sirvieron el almuerzo y me tomé la libertad de guardarle algo —. Dejó el libro para tomar el plato y se lo entregó una vez Roland se sentó al borde de la cama—. Espero no le moleste que ya se haya enfriado, parecía cansado y no quise despertarlo.

—Vaya...Esto es...Es muy atento de su parte —. Lo miró momentáneamente y sonrió—. Gracias, señor.

Sus manos se rozaron un segundo cuando Roland tomó el plato y ambos se miraron a los ojos como por inercia, cuando una agradable sensación se extendió por sus venas y su piel, cosquillando a través de sus huesos.

Peter parpadeó sorprendido y no despegó los ojos de él.

Conocía esa sensación, no porque la hubiera sentido antes, sino porque en su familia hablaban de ello seguido; sus abuelos la sentían y sus padres e incluso sus tíos y tías.

Bajó la mirada hacia sus dedos rozándose y en cuanto supo que el plato estaba asegurado, apartó sus manos y se aclaró la garganta.

—Buen provecho —murmuró y regresó a su lectura.

Roland dejó el plato en sus piernas y se le quedó mirando de reojo antes de comenzar a comer.

Se había dicho que su viaje a Inglaterra marcaría un nuevo comienzo para él, que dejaría de lado la vida caótica y perversa que había mantenido hasta el momento y se enfocaría en conseguir una esposa, formar una familia estable y ser un buen hombre.

Pero si ese era su plan, si su naturaleza era un pecado y él intentaba escapar de ella, por qué Dios permitía que la tentación volviera a llamar a su puerta. ¿Por qué Dios no ayudaba a salvarlo?

Empezó su almuerzo en silencio y lo disfruto aunque estuviera frío. Incluso diría que era lo mejor que había comido en su vida. Unas papas asadas, pan marrón, una tortilla de huevo rellena con queso y su porción de pollo y todo para él. 

No era muy cuidadoso al comer comparado con lo que Peter acostumbraba, pero tampoco era tan molesto. Al menos no masticaba con la boca abierta ni hacía demasiado ruido.

—¿Cómo se siente? Veo que todavía le duele el costado.

Levantó la mirada de su plato hacia Peter, con un trozo de pan en la boca y se apresuró a masticar y tragar rápido para responder.

—Estoy bien, señor, gracias por preguntar, pero no me duele nada.

—Mentir es de mala educación, señor Josey —regañó con humor sin apartar su atención del libro, excepto cuando le sonrió y lo miró de reojo por un segundo.

Roland sonrió también y bajó la mirada cuando sintió que sus mejillas empezaban a calentarse. Era un mal momento para sonrojarse, un verdadero mal momento, lo último que quería era espantar a su compañero de dormitorio y que lo reportaran siquiera antes de haber puesto pie en Liverpool.

—Perdone, no pretendía ser grosero.

—Está bien, no tomo ofensa, pero dígame, por favor, qué tanto le duele.

—Es tolerable —. Peter alzó una ceja en su dirección y Roland se rio—. De acuerdo, no lo es, pero no quiero un doctor. Se me pasará cuando haya descansado un poco más.

—O podría ser un hueso roto y solo empeorar, pero ya es un hombre grande, no lo molestaré como a un niño.

Agradeció eso, porque no quería tener que discutir con él cuando sabía que solo estaba teniendo buenas intenciones y volvió a concentrarse en su comida, sin poder controlar sus ojos que lo miraban de tanto en tanto.

Debería ser un crimen que anduviera libre por las calles cuando se veía como un ángel caído de los cielos. Era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida o incluso el hombre más atractivo. Sus ojos celestes tenían una intensidad abrumadora cada vez que miraban en su dirección y las densas pestañas negras que los enmarcaban añadían a su profundidad. Encontraba algo reconfortante en su mirada, un sentimiento de familiaridad.

Y no tenía barba, pero era evidente estaba comenzando a crecerle el vello por la sombra que se formaba sobre su labio inferior y en la mandíbula. Al menos, sin vello, su piel inmaculada sobresalía, no era la piel de un hombre que hubiera conocido muchas dificultades en su vida, incluso le hacía sospechar podía ser un adinerado si no fuera por sus ropas y que estuviera en tercera clase.

Hasta sus manos parecían demasiado refinadas para ser un hombre trabajador.

Y luego estaban sus labios, el superior un poco más grueso que el inferior y con el arco de cupido marcado y llamativo. No estaba bien que tuviera labios tan seductores, especialmente cuando él intentaba alejarse de esas tentaciones.

Apartó la mirada rápidamente cuando Peter miró en su dirección y pudo sentirlo sonreír sin necesidad de mirarlo.

—¿Está bien la comida?

—¿Uhm? Oh, sí, es exquisita, muchas gracias.

—De nada. Tengo algunos libros si quiere pasar el rato, podemos compartir.

—Yo no...No soy muy bueno leyendo de hecho.

—¿No? —. Negó y enderezó su espalda cuando Peter dejó el banco para acercarse a la cama—. ¿Fue a la escuela?

—Hasta tercer año —. Lo siguió con la mirada cuando buscó los bolsos bajo la cama y se movió un poco cuando se sentó a su lado—. Tuve que abandonar para conseguir un trabajo.

—¿Tenía ocho años?

—Sí y nunca practique mucho mi lectura después de eso, así que soy un poco burro.

—Nunca es tarde para empezar a aprender —. Le entregó un libro y Roland lo miró, se limpió las manos en su pantalón y lo aceptó, evitando rozar sus dedos—. Es una lectura ligera para comenzar y cuando se sienta listo, podrá leer a Fiódor Dostoyevski.

—¿Quién?

—Un autor ruso y mi favorito si debo elegir uno.

Peter regresó a su banco para continuar su lectura y después de terminar la comida, Roland lavó las cosas en el lavado junto a la cama, se lo dejó en el banco y volvió a la cama conteniendo el dolor y se dedicó a leer.

Era consciente de que avanzaba muy lento, incluso aunque la historia fuera sencilla y breve y tampoco se concentraba muy bien cuando estaba adolorido, cansado y sus ojos no dejaban de desviarse hacia Peter para verlo leer también.

Terminó quedándose dormido otra vez y cuando despertó, había otro plato con comida servido en el banco y las velas de la habitación estaban encendidas, proyectando una luz tenue sobre todo el ambiente nocturno.

La puerta también estaba cerrada, aunque la ventanilla que miraba hacia el océano se encontraba entreabierta, para que el aire no se concentrara.

Se enderezó, conteniendo un quejido y miró hacia Peter, quien estaba de espaldas, con su bolso apoyado en el banco frente a él.

Lo notó quitarse la camiseta que llevaba debajo de su camisa, dejando su piel al desnudo y se detuvo a observar lo suave que parecía bajo la luz de las velas. Casi podía imaginar cómo se sentiría si lo tocaba, con su palma deslizándose como seda por su cuerpo.

Cuando Peter miró en su dirección, Roland bajó la vista rápidamente y se aclaró la garganta.

—¿Sirvieron la cena por lo que veo?

—Así es, todavía debería estar caliente, no fue hace mucho.

Se vistió rápidamente, poniéndose su pijama antes de seguir sintiéndose demasiado expuesto y Roland empezó su cena en silencio y observó por la ventanilla sobre el lavado.

El sonido del océano era reconfortante incluso aunque la densa oscuridad del exterior le asustara.

Terminó su cena y cuando se puso de pie, alcanzó su bolso del suelo y sacó su pijama. A diferencia de Peter, que dormía con una larga camisa hasta los tobillos, Roland tenía su pantalón y camisa de lino y la llevaba usando desde hacía ya algunos años por lo que le quedaba chico.

Se quitó el pantalón, para ponerse su pantalón de dormir e hizo lo mismo con su camisa y la camiseta, intentando no pasar mucho tiempo expuesto. Le incomodaba, en caso de que Peter fuera a mirar en su dirección.

Peter no pretendía hacerlo, estaba concentrado lavándose los dientes y dándole la espalda, con la atención puesta en la densa oscuridad del océano y el cielo estrellado, pero giró para guardar su cepillo cuando Roland todavía no terminaba de vestirse y se detuvo.

Su primera reacción, habría sido girarse y darle su privacidad, lo último que quería era incomodarlo mientras se vestía, pero se atajó a sí mismo de hacer eso cuando algo más importante llamó su atención.

—Eso no se ve bien.

Roland se sobresaltó, dejando caer su camisa por accidente y antes de que pudiera agacharse para levantarla, Peter sujetó su brazo y lo detuvo.

Sus pieles en contacto parecieron quemarse mutuamente, Roland incluso podía jurar que su palma quedaría marcada al rojo vivo en donde lo tocaba y tuvo el impulso de apartarse. 

—No se mueva —ordenó Peter y por algún motivo desconocido, le obedeció—. Definitivamente tiene una lesión en las costillas...Solo miré esto.

—Es solo un moretón.

—Es más que un moretón —. Le apartó el brazo del camino y arrastró la yema de sus dedos suavemente sobre el enorme hematoma que se extendía por su costado. La piel de Roland se erizó en contra de su voluntad—. ¿Cómo puede siquiera estar en pie?

—No...No es tan malo.

Peter alzó la mirada hacia él, notando como la evitaba y cuando volvió a mirar hacia la herida y notó que seguía tocándolo, apartó la mano bruscamente y retrocedió.

—Iré a buscar un doctor.

—Señor Eades, esp...

Peter dejó la habitación mucho antes de que pudiera detenerlo y maldijo. Odiaba los médicos.

Se puso la camisa de malagana y tomó asiento al borde de la cama para esperar. Su piel todavía ardía allí donde lo había tocado y era la sensación más extraña que había sentido nunca y lo confundía. 

Cuando Peter regresó unos minutos más tarde, lo seguía el médico del barco en pijamas, quien viajaba con la tripulación al servicio de cualquier pasajero enfermo y ya traía su maletín para atender a Roland.

—Sospecho que es una fractura, doctor —explicó Peter y cerró la puerta una vez el doctor hubo entrado—. Le agradecería si pudiera revisarlo.

—Por supuesto, por supuesto, ya mismo me pondré a trabajar. ¿Sería tan amable de retirarse la camisa, señor?

Roland lo miró con su semblante inexpresivo y no se movió. No quería un médico o que lo revisaran y mucho menos desnudarse frente a dos hombres que apenas conocía.

Peter asomó por detrás del doctor, en el reducido espacio de la habitación y lo miró suplicante.

—No puede quedarse con esa lesión sin tratar, señor, por favor.

Sostuvo su mirada, negándose a ceder sin importar que tanto suplicara y maldijo cuando sus ojos celestes, tan intensos y cautivadores hicieron algo en su interior y se encontró poniéndose de pie contra su voluntad. 

Se quitó la camisa, bufando de malagana y dejó que el doctor lo examinara. Su piel no ardía ni cosquillaba cuando ese hombre lo tocaba, no sentía nada comparado con lo que Peter había provocado en él momentos antes y le intrigaba, realmente le intrigaba.

—Parece haber una fractura simple justo aquí...Aquí mismo —explicó mientras presionaba en la misma zona y Roland apretaba su puño, conteniendo las ganas de golpearlo y romperle la nariz—. Nada grave o de lo que debamos alarmarnos, solo recomiendo mucho reposo y limitar el movimiento de la zona. Un vendaje también podría ayudar.

Se enderezó y buscó en su maletín por un frasco de pastillas para entregarle tres.

—En caso de que el dolor sea demasiado, esto lo ayudará a dormir y con un mes de actividad limitada, debería volver a estar como nuevo.

—¿No es grave entonces? —insistió Peter y el médico asintió.

—Así es, pueden estar tranquilos, aunque si surgen más dudas ya sabe dónde encontrarme.

—De acuerdo, gracias, doctor.

El hombre se marchó y Peter volvió a cerrar la puerta y se regresó hacia Roland cuando este intentaba volver a ponerse su camisa.

El hematoma violeta en su costado se veía demasiado dolorosa.

Se acercó, no muy seguro y tomó la camisa de su mano para ayudarlo.

—¿Qué hace?

—No debería moverse tanto —señaló y sostuvo la manga frente a su mano—. El doctor acaba de decirlo, debe limitar sus movimientos y entonces estará bien.

—Aun así, no necesito que me vistan —espetó y se tensó cuando los nudillos de Peter le rozaron la espalda mientras le subía la camisa hacia los hombros—. Estoy bien, señor Eades.

—Ya...Eso sigue diciendo—. Corrió las mantas de la cama para que se acostara e intentó ayudarlo otra vez, solo consiguiendo que Roland le apartara las manos—. Vale, perdone, ya no lo molestaré.

Atrapó el brazo de Peter antes de que pudiera darle la espalda y alejarse y este se giró y lo miró a los ojos.

—Perdón —susurró—. Es solo que no estoy acostumbrado a que hombres desconocidos sean tan...atentos conmigo.

—Comprendo, pero me gustaría creer que cualquier persona cuidaría de otra cuando esta se encuentra herida. Solo estoy siendo un sujeto decente, señor Josey.

—Sí, lo sé...Lo siento, no pretendía ser grosero.

Peter asintió, restándole importancia y esta vez, cuando intentó ayudarlo a acostarse, Roland no lo apartó y recibió su ayuda, aunque le incomodara. Nunca había sido bueno dejando que otros cuidaran de él.

—Listo. Intente no moverse mucho mientras duerme.

—Gracias.

Peter asintió y subió en la cama de arriba y apagó las lámparas para sumir la habitación en oscuridad absoluta.

No se veía nada con lo densa que era la noche en el océano y era tan inquietante como lo acelerado que estaba su corazón por la sensación en su piel, que todavía quemaba en sus dedos por haberlo tocado. 

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