Vidas Cruzadas El ciclo. #4 E...

Door AbbyCon2B

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En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes... Meer

Nota de la autora.
Recapitulando.
A saber para la historia.
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ACLARACIÓN SOBRE LA MONEDA (+bonus)
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RECORDATORIO.
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Door AbbyCon2B

Holis, aquí les dejo este nuevo capitulo que espero les guste.

No olviden dejar sus votos y comentarios. Love u all ♥ 

Mismo día.
Nueva York, Nueva York.

Llegó al bar donde vivía Mendoza, arrastrando sus pies y todavía sangrando por la boca. Subió las escaleras, con sus pasos pesados en cada escalón y cuando la señorita Barker lo miró desde detrás de la barra, la saludó con la mano, esperando aliviar la preocupación en su rostro.

No sabía cómo se veía después de la golpiza, pero podía asumir que ya los moretones habían empezado a asomar en su piel, pues sentía el parpado derecho algo inflamado.

Se tambaleó por el corredor del primer piso y cuando alcanzó la puerta del apartamento de Mendoza, golpeó la madera con sus nudillos y descansó la frente contra su brazo, doblado sobre el marco.

Mendoza abrió con calma al comienzo, la cual desapareció de inmediato al ver a Roland, sangrando ante él y fue remplazada por un ceño fruncido y preocupación.

—Roland —susurró y lo sujetó cuando este cayó contra él—. Dios mío... ¿Qué ha sucedido?

Roland cerró la puerta a sus espaldas, resguardándose de miradas ajenas y una vez en la soledad del pequeño apartamento, dejó caer su ropa limpia al suelo, junto con la toalla que traía para bañarse y aferró el rostro de Mendoza en ambas manos, para besarlo.

La sangre estaba entre ellos mientras sus bocas se presionaban juntas suavemente y aunque a Mendoza no le gustaba el sabor, no lo apartó y lo abrazó de regreso, permitiéndole ese momento de consuelo y refugio que Roland, silenciosamente, había pedido.

Dolía besarse con la boca lastimada y algo inflamada por la golpiza, pero más dolía su cuerpo y su alma y Mendoza era el único lugar, en todo Nueva York, incluso en todo el país, donde podía permitirse ser él mismo en cierta medida.

Se apartó, soltando un quejido y se aferró a sus hombros para intentar mantener el equilibrio.

Los labios de Mendoza habían quedado manchados en su sangre y aunque fuera algo tonto, le gustó que no se limpiara de inmediato, como si no le molestara que hubiera una huella en su cuerpo haciendo testimonio a su reciente beso. Como si no le avergonzara besarlo.

—Creo que tengo un hueso roto —jadeó, ya sin poder contener el dolor y la preocupación regresó al rostro de Mendoza cuando lo sujetó con cuidado para que no tuviera que cargar con todo el peso de su cuerpo—...Perdón por llegar sin avisar.

—Olvídate de eso y ven, necesitas descansar.

Dejó que lo ayudara a alcanzar una de las sillas junto a la única mesa en el apartamento de solo una habitación y con cuidado, se dejó caer y soltó un quejido.

—¿Qué sucedió? —inquirió Mendoza y lo ayudó a quitarse la chaqueta y el chaleco, para revelar la gravedad de los golpes—. ¿Tolfree?

—No...Daykin.

—¿Daykin? ¿Pero por qué? Pensé que era tú cliente.

—Mmm... —. Se enderezó en la silla, para que Mendoza pudiera quitarle la camisa por la espalda y bajó la mirada hacia los moretones en su torso—. Puede que lo expusiera ante sus amigos y...No lo tomó muy bien.

—Ah, no...Es que usted es tonto... —. Roland sonrió, no entendía una mierda de lo que decía cuando hablaba en español, pero le encantaba ese acento colombiano que marcaba sus palabras—. ¿Cómo va a decirle eso al hombre? Si sabe que está loco. No creo que tengas nada roto.

—Sabía que me cuidarías —bromeó y Mendoza le sonrió con cierto aire seductor y acarició su mejilla antes de besar su frente.

Había habido una época, tiempo atrás, en la que Mendoza había ansiado una relación con él, que pudieran ser una pareja como lo serían hombre y mujer y tener una vida juntos, así fuera poco convencional. Roland se había negado, dejando que sus prejuicios brillaran a través de él, señalando lo anormal que sería que estuvieran juntos de esa forma.

No había día que no se arrepintiera de aquella decisión y de haber lastimado al único buen hombre en su vida (sin contar a Cecil), pero al mismo tiempo, dudaba ser capaz de tener algo sano y serio con un hombre, no cuando el simple acto de querer a uno le producía ganas de vomitar y lo llevaba a repudiarse a sí mismo por días completos.

Apenas lograba lidiar con su atracción por los hombres, disfrazándolo como trabajo, no podía tener nada más que eso. No podía ser feliz, porque estaba seguro de que la felicidad no existía para las personas como él.

—Te prepararé un baño ¿sí? Hueles terrible.

—Lo sé —gruñó en medio del dolor y se enderezó en la silla—. Anoche terminé en el parque...No recuerdo cómo.

—¿Y por qué provocaste a Daykin? Necesitas dejar de ser tan auto-destructivo.

—No lo soy —aseguró, aunque sabía que sí lo era—. Él me forzó a provocarlo, persiguiéndome todas estas semanas por el dinero que dijo no necesitaría regresarle...Bastardo mentiroso.

—Pero lo expusiste y no creo que le cause gracia.

—Fue una decisión impulsiva, lo admito —. Se puso de pie, con cierta dificultad y dio unos pasos débiles hacia el baño, donde Daykin ya estaba empezando a llenar la bañera con agua fría para aliviar el dolor de su cuerpo—. Pero no es como que importe, ya debo demasiado dinero a Tolfree, Daykin, el bar y las tiendas...Si no termino en prisión por mis deudas, terminaré en el cementerio.

—No digas eso —espetó, enderezándose bruscamente para mirarlo.

Roland se recostó contra el marco de la puerta y alzó los hombros.

—Es la realidad, Daykin ya dejó en claro que me matará si no tengo su dinero para esta noche y podría trabajar todo el día y aun así no conseguiré lo que le debo.

—Dime cuánto es y tal vez yo pueda dártelo, tengo bastante ahorrado y...

—Doce dólares —interrumpió y Mendoza amplió los ojos—. Y eso solo a Daykin...Han de ser como cuarenta en total.

—¿Cómo...Cómo mierda les debes tanto?

—Se ha estado acumulando desde hace un año —explicó y entrecerró sus ojos ante el cansancio—. Honestamente, han sido más pacientes de lo usual...Supongo que han de ser mis habilidades seductoras, que los mantienen distraídos.

Se rio, intentando aligerar la tensión, pero Mendoza no apreció su humor en esos momentos y lo miró al borde de una crisis.

—Esto no es motivo de bromas, Roland...Esos hombres son peligrosos y te matarán como no les pagues.

—Ya lo dije, no creo pasar de esta noche —. Se giró contra el marco de la puerta, recostándose en este para aliviar su dolor y sonrió—. Y la verdad, no me molesta...Ya estoy cansado de esta vida de mierda.

—¡Tienes diecinueve años, por todos los Santos!

—Y me siento de sesenta...Honestamente, Daykin me haría un favor si me pega un tiro y me ahorra más sufrimiento.

Mendoza tragó con dificultad, ahogando las lágrimas que quemaron en sus ojos y sacudió la cabeza, con incredulidad.

—¿Alguna vez siquiera piensas en lo que tus palabras provocan en otros o es que eres demasiado egoísta para considerar los sentimientos de los demás?

Abrió los ojos, sorprendido por ese ataque tan inesperado y frunció el ceño en su dirección.

—¿Qué dije?

—Hablas como si tu vida no tuviera relevancia alguna para mí, como si no fuera a perder una parte de mi alma si te perdiera —. Pasó junto a él, de regreso a la habitación principal del apartamento y Roland giró su cuerpo en su dirección—. Y es por esto que tú y yo jamás habríamos funcionado ¿ves? Eres imposible de amar, Roland...

—Matthew...

—Porque lo he intentado y joder, Dios sabe que lo he intentado, pero nada es suficiente...No consigo hacerte feliz sin importar todo el empeño que le ponga y ahora...Hablas de morir como si no fueras a llevarte una parte de mi contigo y no lo soporto, no soporto no saber si volveré a verte cada vez que te vas o que aparezcas lastimado o que venga la policía, para decirme que te han arrestado otra vez...No soporto amarte tanto y que aun así no sea suficiente para que dejes de odiarte a ti mismo.

—Matthew —susurró y tropezó hacia él—. Lo siento...No es tu culpa...

—Se siente como si lo fuera, como si no estuviera haciendo suficiente.

—No, shh, no digas eso —. Le aferró el rostro en ambas manos y Matthew sujetó sus muñecas y lo miró a los ojos—. No es tu culpa...Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y es mi error no poder amarte como tú lo haces, no poder valorar todo lo que me das...

—Quiero ayudarte —sollozó y Roland negó.

—No puedes, estoy demasiado roto para eso.

—No es verdad, tienes todo un futuro por delante y estás a tiempo de mejorar, de conocer a alguien que logré lo que yo no pude.

Roland negó y acarició su mejilla, mirándolo a los ojos y sonriendo. Matthew tenía hermosos ojos café y unas cejas densas y pobladas, que contrastaban contra su piel un poco bronceada.

—Estoy cansado, Matthew...

—Para, no digas eso —. Enterró el rostro en su cuello y sollozó—. Por favor, si me amas, aunque sea un poco, haz esta única cosa por mí y no dejes que te maten.

Era una tarea difícil, porque ni siquiera dependía de él, podía esmerarse tanto como quisiera, para que Tolfree y Daykin no lo mataran, pero si no les daba el dinero que debía, seguramente lo harían tarde o temprano.

Suspiró y acarició el cabello de Matthew, dejando que se abrazara a él.

—No puedo juntar doce dólares para esta noche.

—Déjame darte dinero, entonces.

—No tienes suficiente dinero para pagar esa deuda y aunque lo tuvieras, no lo aceptaría.

Se alejó, para ir a cerrar la canilla de la bañera, antes de que se desbordara y Matthew lo siguió.

—No para la deuda, para que te marches.

—¿Marcharme?

—Sí, no podrán encontrarte si dejas el país y así podrás comenzar de nuevo.

Se rio sin poder evitarlo.

—¿Y a dónde iría exactamente?

—Cualquier lado servirá...Italia o Francia...Son buenos lugares.

—No hablo el idioma.

—Entonces Inglaterra. ¿Qué tal eso? —propuso y Roland se desabrochó el pantalón para poder entrar en la bañera—. Puedo darte el dinero para el pasaje y sé que algún barco partirá hacia Liverpool esta semana, podrías irte y...Y entonces no podrán hacerte daño y...

—Y estaré en la misma situación de mierda, solo que ahora será un país desconocido y con nuevos peligros.

—Es un nuevo comienzo, por favor —. Se acercó a él para ayudarlo con el pantalón y luego sujetó su rostro—. Por mí, es lo único que te pido...Por favor...Huye y no te rindas.

Se le quedó mirando un momento, evaluando la posibilidad de marcharse, solo porque era algo que él le pedía y finalmente, suspiró.

—¿Vendrás conmigo? —. La mirada de Matthew se ensombreció con tristeza y dio un paso atrás al negar—. ¿Por qué no?

—Porque, aunque te amo y quiero que te vayas por tu propio bien...También debo dejarte ir...Por mí bien.

Aunque nunca hubieran formalizado su relación, se sintió como si estuvieran rompiendo un matrimonio de años de duración y dolió, dolió más que la golpiza de Daykin y más que la vida de mierda que llevaba teniendo desde que había nacido.

Apretó los ojos, para tragarse las lágrimas y forzó una sonrisa al asentir. No iba a rogarle para que lo amara y permaneciera a su lado, porque Matthew ya lo había acusado de ser egoísta y Roland no iba a demostrarle tenía razón.

—¿Puedo al menos tenerte una última noche?

Matthew sonrió, sin poder evitarlo y eliminó la distancia entre ellos, para sujetar su rostro en ambas manos, cuidando no apretar los golpes en su mejilla y unió sus labios suavemente, volviendo a ignorar la sangre que se había secado en la barba.

—Puedes, pero primero debes bañarte, realmente hueles terrible.

—Cierto...Está bien, haré eso.

—Prepararé algo de comer mientras tanto, llámame si me necesitas.

Se quedó solo en el baño cuando Matthew se marchó y entornó la puerta lo suficiente, como para tener un momento de privacidad y poder permitirse llorar en la bañera.

Su vida no había sido la más afortunada, desde su nacimiento siempre había sentido como si estuviera marcado por el diablo, destinado a solo conocer el dolor y la soledad, porque era imposible de amar o de aceptar el amor que otros le daban.

Mendoza era una clara prueba de ello, la única buena cosa que le había sucedido en su vida había sido conocerlo y, aun así, no había sabido apreciarlo.

Ahora estaba esa propuesta de su parte; marcharse a Inglaterra ¿y para qué? Si probablemente acabaría en la misma miseria allí a donde fuera y al menos en Nueva York conocía a algunas personas y se manejaba por el área. En Inglaterra estaría solo y perdido y sería cuestión de tiempo hasta que se metiera en problemas y tuviera a algunos matones intentando matarlo.

Aun así, lo haría por Mendoza, porque lo último que quería era lastimarlo y poner distancia entre ellos era, probablemente, la mejor forma de ayudarlo a seguir adelante.

Se metió en la bañera cuidadosamente, con todo su cuerpo doliendo con cada movimiento y disfrutó de un buen y necesario baño. Había pasado un par de días desde el último que se había dado y ya casi se había olvidado de cómo se sentía.

La agradable sensación del agua contra su piel y como su cuerpo se relajaba, incluso aunque estuviera fría, ayudaba a aliviar el dolor en sus moretones y se concedió unos minutos para permanecer sumergido bajo la superficie, antes de enderezarse y terminar de lavarse.

Dejó el baño ya vestido, con su pantalón y camisa y los tirantes colgando a cada lado de su cadera y apoyó su chaleco y chaqueta sobre el borde de la mesa de madera en el salón.

El espacio estaba ocupado por la cocina de hierro donde Matthew preparaba sus comidas, la mesa con dos asientos y una cama de una plaza contra la pared, junto a la ventana que miraba hacia la calle de enfrente del bar.

Observó hacia los carros circulando por la avenida a esa hora tan transitada del día y luego se acercó a Matthew por la espalda y tanteó el bolsillo trasero de su pantalón. Sabía que él siempre tenía un paquete de cigarros por allí y, además, no dejaba escapar la ocasión de acariciarle el trasero.

—Huele bien —comentó en lo que encendía su cigarro con la llama de la cocina de hierro—. ¿Cuándo aprendiste a cocinar?

—No lo hice, es estofado que sobró anoche del bar, lo estoy calentando. ¿Tú cómo te sientes? —. Se giró para enfrentarlo y Roland recostó su cuerpo contra la mesa, con ese aire relajado que solo él podía lucir después de que le dieran una golpiza—. ¿Te duele mucho?

—He estado peor.

—Siempre dices lo mismo —. Le quitó el cigarrillo de entre los dedos y se lo llevó a la boca para darle una calada, antes de regresárselo—. Pero no me engañas, sé que te duele y quiero saber cuánto.

—Son solo golpes, Matthew. Sanarán.

Lo atrajo desde la corbata para que se pegara a su cuerpo y Matthew no se resistió, se presionó contra su torso, intentando no lastimarlo en el proceso y lo acorraló contra la mesa, al apoyar sus manos contra el borde de esta.

La atención de Roland bajó hacia sus labios y fue una invitación para que Matthew hiciera lo mismo y mirara su boca. Ya no había sangre en ella, pero había quedado magullada por la golpiza y un poco inflamada.

La rozó suavemente, apenas acariciándola con sus labios y Roland gimió por lo bajo y se inclinó buscando un beso. Se rio cuando Matthew se echó hacia atrás, provocándolo como siempre hacía y tuvo que aferrarle el rostro con ambas manos, para mantenerlo en el lugar y atraerlo hasta que sus labios se encontraron.

—Gírate.

Obedeció, entregándose de espaldas a él y empezó a desabrocharse el pantalón para apartarlo del camino, al mismo tiempo que Matthew se desabrochaba el suyo.

Terminó inclinándose sobre la mesa para que fuera más fácil para Matthew deslizarse en su interior y mientras lo sentía, provocándolo y preparándolo con dos dedos, distrajo su mente con cualquier cosa, menos lo que hacían.

La realidad era que le gustaban los hombres y disfrutaba del sexo como un maniático, pero nunca conseguía hacerlo libre de culpas. Cuando lo tocaban, cuando disfrutaba de ser tocado, siempre había un sentimiento arrastrándose bajo su piel como pirañas hambrientas, un sentimiento de culpa, desprecio y humillación. Sabía que no debía gustarle lo que hacía, que estaba mal y era un pecado, que terminaría pasando la eternidad en el infierno por lo que era, pero no podía evitarlo.

Intentaba evitarlo, Dios sabía que lo intentaba, pero de una forma u otra, siempre volvía al mismo lugar, arqueado sobre su abdomen, siendo tomado por el trasero y gozando de cada maldito segundo, solo para llorar en silencio al terminar.

Tal vez, una vez se marchará a Inglaterra, podría intentar cambiar, podría aprovechar que nadie lo conocería y empezar de cero, ser un nuevo hombre e intentar ser normal. Quería intentarlo, conseguirse un trabajo estable, una mujer, tener hijos y dejar todo atrás y ese pensamiento fue un consuelo que le permitió disfrutar con Matthew una última vez.

Una vez en Inglaterra no volvería a estar con un hombre, se dijo. Una vez en Inglaterra se esforzaría por ser normal y dejar atrás los demonios que lo corrompían.

Gimió con fuerza cuando sintió como Matthew se deslizaba en su interior, lentamente abriendo los músculos de su agujero y aferró el borde de la mesa con sus manos, con la frente presionada en la madera.

Disfrutaría de esa última vez y entonces se arreglaría, sería normal, se dijo a sí mismo mientras las embestidas comenzaban a hacerlo gemir contra la mesa y sus caderas golpeaban la madera con cada penetración.

—Oh, mierda...No te contengas...

—Estás herido —le recordó Matthew, pero Roland negó.

—Olvídate de eso, por favor, lo necesito.

Se detuvo un momento en su interior, debatiéndose sí sería una buena idea y se decidió por apartarlo de la mesa y guiarlo hacia la cama donde estarían más cómodos.

Roland terminó de desvestirse rápidamente, dejando su camisa en el suelo junto con su pantalón y Matthew quitó la comida del fuego para que no se quemara, se desnudó y trepó en la cama sobre él, volviendo a guiarse en su interior, esta vez con el cuerpo de Roland extendido bocabajo sobre la cama.

Embistió contra él más rápido y fuerte y sus gemidos empezaron a llenar la habitación entre suaves jadeos que acompañaban el sonido de la leña ardiendo en la cocina. Sus carnes continuaron chocando entre sí, las caderas de Matthew golpeando contra las nalgas firmes y redondas de Roland y el sonido, era como una melodía de cuna, el único momento en el que Roland se permitía ser completamente vulnerable y ser él mismo, incluso si su naturaleza era defectuosa.

Jamás podría encontrar el mismo placer con una mujer y no sería por no haberlo intentado, pues Dios sabía que lo había hecho y en más de una ocasión. Había algo en él, unas piezas que no parecían encajar como lo hacían en los hombres normales, no conseguía ver el atractivo en una mujer como para querer hacerla su esposa o llevarla a la cama y, sin embargo, con los hombres su interior se derretía y disfrutaba del peso de sus cuerpos, de sus pieles sudadas rozando la suya y el grave sonido de sus voces, mientras empujaban en su interior y sus carnes se extendían para recibirlos.

Era una vergüenza que le gustara tanto y no pudiera controlarlo y por ello a veces fingía que no era real, que no le gustaban los hombres y solo estaba con ellos por trabajo, porque pagaban las cuentas. Fingir era lo que mejor sabía hacer.

Matthew empujó en él otro par de veces y Roland hundió el rostro en la almohada, amortiguando sus gemidos. Empujó sus caderas a su encuentro, intentando que llegara más profundo en su interior, como si pretendiera fusionarse en solo uno y las lágrimas se amontonaron en un nudo en su pecho cuando sintió los labios de Matthew, recorriendo su hombro y su nuca, mientras continuaba embistiéndolo.

—Te amo —lo escuchó susurrar con su respiración agitada y se odió por no poder responderle—. Joder...Te amo tanto...

Lo sintió temblar sobre su cuerpo y como sus caderas se contraían involuntariamente, ante los espasmos del orgasmo y gimió por lo bajo, al sentir el calor de su descarga golpeando en su interior y como lentamente su miembro salía de él y quedaba flácido entre sus nalgas.

Giró su cabeza, desenterrándola de la almohada y miró hacia la pared a su lado con lágrimas en los ojos. El peso de Matthew sobre su cuerpo era un consuelo, incluso si le dolían las costillas por la golpiza y estaba seguro de que tenía algún hueso roto, no le importaba, porque no quería que él se apartara.

Él no había alcanzado el orgasmo, pero tampoco le importaba, no merecía el placer cuando era una mierda de persona y lastimaba incluso a aquellos que más quería.

Se limpió la nariz, que se había humedecido con sus mocos y forzó una sonrisa cuando Matthew se apartó de su cuerpo y pudo girar sobre la cama.

—Eso estuvo increíble —aseguró, ocultando el dolor en su mirada.

Matthew se acomodó sobre el costado junto a él, sosteniéndose en un codo y sonrió.

—Lo estuvo...Siempre lo es —. Le robó un pequeño beso, que Roland recibió con otra sonrisa y luego bajó la mirada por su cuerpo desnudo y se detuvo en su miembro donde su sonrisa murió y un ceño fruncido perturbo la calma de su rostro—. ¿No acabaste?

—¿Uhm?

Señaló hacia su miembro que ya había perdido la erección y Roland miró en la misma dirección.

—No acabaste.

Ya no era una pregunta, sino una afirmación.

Roland se obligó a seguir sonriendo y alzó los hombros sin importancia. Se inclinó contra él, acorralándolo contra el colchón y trepó sobre sus caderas.

—Igual lo disfrute.

—¿Cómo si no acabaste? Ni siquiera estás duro... ¿Qué pasó? ¿Lo hice mal?

—Shh, detente ¿sí? —. Lo empujó desde los hombros cuando intentó enderezarse y Matthew cayó acostado contra la almohada y lo miró a los ojos—. Hiciste todo perfecto, siempre lo haces...Ha de ser el alcohol de anoche, todavía estoy un poco ebrio.

—Tonterías, no lo estás.

—Matthew —. Ahuecó su rostro en ambas manos para que lo mirara y dejó que una de ellas bajara por sobre su torso desnudo, acariciando su piel y los vellos que la decoraban—. Fue increíble ¿sí?

—Detesto no saber si dices la verdad o son solo más mentiras —confesó y alzó una mano para acariciarle la mejilla.

Roland cerró los ojos, recostando su rostro contra el cálido tacto de su mano y dejó de acariciarle el pecho, para sujetar su muñeca y llevarse su mano hacia los labios. Besó sus dedos uno por uno, mirándolo a los ojos en cada momento y Matthew apretó una sonrisa y le aferró desde la nuca con su otra mano, para tirar de él más cerca y unir sus labios.

—No hay nada malo contigo —susurró y Roland intentó callarlo—. Lo digo en serio, Roland...Soy como tú, no hay nada de malo con nosotros.

—No eres como yo —rio y decidió apartarse y empezar a recuperar su ropa del suelo—. Y jamás serás como yo, así que olvídalo.

—¿De qué hablas? He estado con hombres toda mi vida, ni siquiera he tocado a una mujer y...

—Basta ¿sí? —. La brusquedad en su tono hizo que Matthew enmudeciera y desviara la mirada hacia la ventana sobre su cabeza—. No necesito que me des un discurso sobre aceptación o lo que sea, no funcionan.

—Porque no escuchas, por eso no funcionan.

—Matthew, por favor...

Exhaló, dándose por vencido en sus intentos de ser un buen compañero y apoyarlo en la lucha contra sus demonios y abandonó la cama, para empezar a vestirse como él y servir la comida en la mesa.

Jamás lograría quitarse esa sensación de fracaso que le quedaba por no haber conseguido ayudar a Roland a verse con otros ojos y no podían decir que no lo había intentado, había pasado los últimos dos años de su vida enfocándose en Roland, en sanarlo, en estar ahí para él, para enseñarle a ser feliz y amar, pero, al parecer el dicho era cierto; y no se puede salvar a alguien que no desea ser salvado.

O quizás solo era él, simplemente no era el hombre correcto para Roland, ese que lograría moverle el piso y hacerlo apreciar la vida por su belleza y aceptarse sin prejuicios o tristezas.

Dejó los dos platos en la mesa y tomó un trapo para agarrar la olla con estofado de la estufa y servir el almuerzo.

—Tendremos que ir hasta el puerto y ver si hay algún barco partiendo esta tarde.

—No pienso irme hoy —espetó desde la cama, sentado al borde del colchón para poder ponerse sus zapatos.

Matthew frunció el ceño en su dirección.

—¿Cuándo entonces? Daykin te dio hasta esta noche.

—Permaneceré oculto y me iré mañana, pero necesito avisarle a Cecil, empacar mis cosas...No puedo solo dejar todo.

—Pero eso es exactamente lo que debes hacer, Cecil entenderá, yo puedo explicárselo —. Alzó la mirada cuando Roland se puso de pie y lo siguió atentamente—. Daykin sabe dónde vives, dónde buscarte...No tienes donde esconderte, Roland.

—Conozco esta ciudad mejor que él, encontraré algún lugar y me iré en la mañana ¿sí? Pero debo ir a casa, empacar mis cosas y hablar con Cecil.

—No —zanjó—. No te dejaré hacer eso, deben tener tu casa vigilada y te verán llegar.

Roland se rio, porque a veces Matthew podría ser demasiado paranoico con las ideas que se hacía en la cabeza y terminó tomando asiento en la mesa, para empezar el almuerzo.

—Es Daykin de quien hablamos, no el ejército. Me dijo que tenía hasta la noche y me dará hasta la noche, así que no hay motivo para no ir por casa durante el día.

Matthew se sentó a su lado en la mesa, le pasó unas rodajas de pan fresco para que acompañara su comida y empezaron el almuerzo todavía con la conversación incompleta entre ellos.

Le parecía una mala idea que fuera a su casa cuando lo estaban amenazando, pero si no podía detenerlo, tendría que acompañarlo y asegurarse de que volviera a salvo. Luego, en la mañana, irían hasta el puerto a primera hora, evadiendo a Daykin y sus hombres y le conseguiría a Roland cualquier pasaje disponible, para que se fuera de inmediato.

Lo observó de reojo, como soplaba el estofado en su cuchara antes de llevárselo a la boca y se limpiaba los labios con el pan antes de darle un mordisco y se detuvo a admirar la belleza de su rostro. Estaba descuidado, con su cabello rubio oscuro bastante crecido y alborotado después del momento que habían compartido en la cama y la barba que crecía generosamente y a la que le hacía falta un recorte para que se viera más organizada, pero, aun así, era jodidamente hermoso y difícil de ignorar.

Tenía unos intensos ojos verdes, que en esos momentos miraban hacia la pared y eran enmarcados por las densas pestañas que parecían delineadas y las cejas pobladas y arqueadas, que, con su tono oscuro, solo resaltaban la intensidad de su mirada. Y tenía hermosos labios, delgados y de un tono rosado, que se perdían entre los vellos de su barba.

Joder, sería difícil superarlo una vez se fuera, aunque sabía que era lo mejor. Roland necesitaba un cambio de aires y él necesitaba sacarlo de su corazón antes de que fuera demasiado tarde.

—Intenta escribir si puedes —comentó y Roland miró en su dirección—. Sé que probablemente estarás ocupado, pero sería bueno saber cómo te encuentras cada tanto.

—Veré que puedo hacer... ¿Estarás bien?

—Eventualmente —murmuró y forzó una sonrisa—. Me acostumbre a tenerte aquí con cierta regularidad, se sentirá extraño al comienzo, pero...Me acostumbraré.

—Podrías intentar conocer a otros hombres ahora que no robaré más de tu tiempo...Salir más.

Se miraron un momento y Matthew intentó no darle demasiada importancia a la indiferencia con la que Roland hablaba de otros hombres. Sabía que Roland no era celoso, al menos con él nunca lo había sido y, por lo tanto, claramente no le importaba imaginarlo encontrando a alguien más.

Matthew, por otra parte, moría de celos con solo pensar en el hombre que lograría romper a través de los muros de Roland y entrar en su frío corazón. Suponiendo que ese hombre siquiera existiera.

Volvió la atención a su comida y removió el estofado con su cuchara.

—Sí, tal vez haga eso, sí...O puede que ya siente cabeza, no quiero llegar a los cuarentas y seguir soltero y sin hijos.

—Mmm...Yo debería hacer lo mismo —. Se limpió los labios con el trapo y tomó la olla para servirse otro poco de estofado—. Tal vez consiga alguna mujer en Inglaterra que logre soportar mi carácter y quiera casarse conmigo.

Matthew se rio.

—Esperemos que tengas mejor gusto con las mujeres esta vez.

Roland amplió sus ojos, aguantando la risa y se llevó un dedo a los labios para callarlo.

—Prometiste nunca hablar de eso otra vez.

—Perdón, es que...Es insuperable.

—No es mi culpa que mintiera sobre su apariencia —espetó y Matthew se recostó en la silla, con una mano sobre su estómago mientras reía—. En la carta decía que tenía veintiuno.

—Solo tú decides encontrarte con una mujer que conociste por correspondencia.

—Sonaba amable en las cartas.

Se rieron juntos, aligerando un poco la tensión de momentos antes y cuando Matthew se calmó, exhaló, sintiéndose mucho más tranquilo y tomó la mano de Roland sobre la mesa.

—Solo espero que cuando encuentres a alguien, sea alguien que te amé y te valore y te ayude a sanar...Y algún día me presentarás a ese caballero y le estaré agradecido por el resto de mi vida.

Sonrió sin poder evitarlo, aunque había cierta tristeza oculta en su mirada y asintió lentamente, preguntándose si siquiera sería posible encontrar a alguien que lo sanara.

Sentía que estaba tan roto por dentro, que ni siquiera sería posible volver a unir las piezas que lo completaban, porque las piezas ya estaban perdidas, pero le gustaba el optimismo de Matthew y esperaba que tuviera razón, porque en el fondo, muy en el fondo, Roland solo quería ser feliz.

Pasó gran parte del día en casa de Matthew, descansando, porque después de la golpiza, le dolía todo el cuerpo y solo empeoraba con las horas. Durmió un rato, lo cual tampoco ayudó, pues al despertar, sentía como si le hubieran dado otra golpiza mientras dormía.

Por la tarde fue por su casa, a pesar de las protestas de Matthew para que no lo hiciera y fue solo, sin importar las insistencias de Matthew para acompañarlo. Prefería que no los vieran juntos, estaba seguro de que Daykin no sabía sobre Matthew y era mejor que continuara sin saber.

Empacó sus cosas, que no eran muchas y solo incluían su traje de repuesto (y el cual necesitaba una limpieza), el único libro que tenía (la biblia) y un paquete de caramelos que ya tenían un par de días, pero todavía eran comestibles y cuando terminó, esperó en su cama hasta que Cecil regresara.

Ni siquiera sabía cómo le explicaría que se iría del país solo porque Matthew se lo había pedido. No tenía mucho sentido y tal vez sería más conveniente decir que lo hacía por las amenazas de Daykin y Tolfree, pero entonces Cecil se preocuparía más de lo necesario e intentaría ayudarlo a pagar sus deudas o peor...Intentaría enfrentar a Daykin por su cuenta y terminaría en el hospital.

Estuvo un rato acostado en la cama, contra la pared y sus pies hacia el suelo, haciendo tronar sus labios entre sí como una trompeta para pasar el tiempo y llenar el silencio y cuando Cecil finalmente abrió la puerta, se puso de pie para recibirlo y tomó su bolso.

Cecil frunció el ceño hacia su equipaje y cerró la puerta con su pie, cargando en sus manos las bolsas de papel que traía de la tienda.

—¿Te irás?

—Del país, sí.

—Espera ¿qué? —. Dejó todo sobre la mesa y empezó a quitarse su chaqueta y el sombrero—. ¿Cómo qué del país? ¿Qué dices?

—Daykin me dio hasta esta noche para pagarle o me iba a matar y pues...No tengo el dinero, así que me iré.

El silencio reinó entre ellos mientras Cecil intentaba procesar lo que decía. Casi quería reírse y tomarlo como una broma, pero Roland no era muy bueno con las bromas, siempre estallaba en carcajadas antes de poder terminar de engañarlo y en esos momentos, se veía muy serio y determinado.

—No estoy entendiendo... ¿Qué me perdí? —. Se acercó, para sujetar su rostro y acercarlo a la ventana, donde las luces de la calle le permitieron verlo mejor y palpó el golpe sobre su ceja—. ¿Él te hizo esto?

—Sus hombres y sí, también él. Me cruzaron en la mañana y puede que lo provocara un poco.

—No tienes remedio ¿eh? —. Se encogió de hombros restándole importancia y se apartó, mirando hacia la ventana con aire nervioso. No quería que Daykin se apareciera de sorpresa—. ¿Entonces te irás del país? ¿A dónde? ¿Y con qué dinero?

—Mendoza pagará mi pasaje a Inglaterra. Supongo Londres...Bueno, en realidad iré a Liverpool y luego Londres o no, tal vez me quede en Liverpool, lo que sea más fácil.

Roland hablaba con naturalidad, como si no fuera una decisión precipitada y peligrosa y Cecil todavía estaba intentando procesar el hecho de que se iría.

No le extrañaba que Roland tomara decisiones tan impulsivas, era principalmente por su impulsividad que las cosas siempre le salían mal: No medía las consecuencias de sus acciones y terminaba tropezando con la misma piedra una y otra vez. Pero que decidiera marcharse de la ciudad, joder...Del país, eso era extraño incluso para Roland.

Había vivido en Nueva York toda su vida y nunca, ni una sola vez, había mencionado nada acerca de irse. Hasta le sorprendía que supiera de la existencia de Londres, hasta unos años atrás Roland creía que Nueva York era todo lo que había en el mundo.

—¿Siquiera sabes cómo llegar a Londres desde Liverpool?

—No...Pero preguntaré, no puede ser tan difícil.

Miró por la ventana, mordiéndose la uña de su dedo índice y su corazón dio un vuelvo cuando vio a unos hombres al otro lado de la calle. Por un minuto pensó que era Daykin, pero se relajó cuando la luz de las farolas los alumbró y concluyó que se trataba de algunos trabajadores de las fábricas, regresando a casa.

—¿Qué hay del dinero? ¿Cómo vivirás? Aquí tienes una casa, pero en Londres...Estarás solo y no conoces la ciudad o las costumbres...No lo sé, Josey, no me parece una buena idea.

—Si me quedo no terminaré la semana —aseguró y Cecil balbuceó, intentando pensar en una respuesta—. Expuse a Daykin frente a sus amigos...

La mente de Cecil quedó en blanco ante esa revelación y el pánico cubrió todo su rostro.

—¿Hiciste qué?

—Me provocaron —explicó, aunque sabía que no era motivo suficiente—. Y quería ponerlo nervioso, así que sugerí que era un cliente mío y no se lo tomó muy bien y pues...Está furioso, más que eso...

—No puedo creerlo... ¿Estás mal de la cabeza o es que tienes ganas de morir?

—¡Me provocó!

—¿Y qué solucionaste al exponerlo, uhm? Ahora además de deberle dinero, lo has enfurecido.

—Pues perdón por entrar en pánico cuando estaban por molerme a golpes.

—¿Acaso exponerlo te salvó de la golpiza? —inquirió y Roland puso sus ojos en blanco y desvió la mirada—. Eso pensé.

Cecil se paseó por la habitación, intentando calmar sus nervios y pensar en posibles soluciones para proteger a Roland, que no implicaran abandonar el país y Roland volvió a mirar por la ventana, atento a cualquier movimiento en la calle y preparado para salir corriendo por las escaleras de emergencia al costado del edificio en cuanto fuera necesario.

Aunque intentara idear posibles soluciones, no sabía cómo ayudar. No podían conseguir doce dólares en las siguientes horas para pagar la deuda y aunque lo consiguieran, si los amigos de Daykin lo habían molestado durante el día por las acusaciones de Roland, entonces Cecil dudaba que pagar la deuda fuera a ser suficiente para que le perdonara la vida.

Se apoyó contra la mesa, deteniéndose en su paseo por la habitación y suspiró.

—Fuiste estúpido...

—Ya, no necesito que me lo recuerdes.

—Estúpido e imprudente —continuó y Roland le lanzó una mirada molesta desde el otro lado de la habitación—. Si te hubieras quedado callado nada de esto estaría pasando, Daykin te habría perdonado la deuda por otra semana y luego otra, y otra y todo porque le gustas, maldita sea.

—No le gusto tanto si piensa matarme.

—¡Es un matón abusivo y egoísta, por supuesto que te matará, aunque le gustes! Hará lo que sea con tal de protegerse a sí mismo.

—Y por eso dejaré el país y me iré a Inglaterra.

No le gustaba, pero no había muchas alternativas, así que se dejó caer sobre una silla y asintió. Al menos así también escaparía a la deuda que tenía con Tolfree.

—¿Y dónde vivirás? ¿En las calles otra vez?

—No es como que no esté acostumbrado.

—Pero es peligroso y no conoces esa ciudad...Podrían hacerte daño.

—Eh...Estoy seguro que no será peor que el que me quieran matar esta misma noche —contestó con cierta burla y Cecil quiso emparejarle el rostro, dejándole morado el otro ojo.

—Tal vez no debas irte...Podemos...Podemos reunirnos con Mendoza, hacerles frente y...

Roland empezó a reírse antes de que Cecil terminara de hablar.

—¿Y qué? ¿Marchar juntos a la funeraria para ir escogiendo nuestros ataúdes? —. Se rio más fuerte, con la atención en la ventana y negó—. No seas ridículo, si pudiéramos hacerles frente ya lo habríamos hecho.

—¡Estoy intentando pensar en soluciones!

—¡No hay soluciones, genio! Lo sabría si lo hubiera, tengo tantas ganas de irme como tú, pero...Le prometí a Mendoza que no dejaría que me mataran y debo cumplir mi palabra...Al menos esta única vez.

La voz de Roland se volvió casi un susurro en sus últimas palabras y Cecil maldijo para sí mismo y se enderezó en la silla, apoyando los codos en la mesa y ocultando el rostro en sus manos.

Odiaba admitirlo, pero Roland tenía razón, no había más soluciones, al menos ninguna que garantizara la seguridad de Roland como lo hacía el dejar el país.

Miró hacia un rincón, intentando contener la angustia que le generaba tener que despedirse de su único amigo y se puso de pie para acercarse a él.

Si no tuviera su vida hecha en Nueva York, con un trabajo estable y su novia, con quien esperaba casarse en los próximos años, se habría ofrecido a hacer el viaje con él y mudarse a Londres, pero dadas las circunstancias y la falta de planeación, no podía dejar el país. A diferencia de Roland, él sí tenía mucho por perder.

Lo giró desde el hombro para que lo enfrentara y le sujetó el rostro, obligándolo a encontrar su mirada.

—Escúchame bien, maldito imbécil, escúchame muy bien —. Roland no respondió—. Te me cuidas en Londres ¿de acuerdo? No confíes en nadie, ni seas tan ingenuo con las personas...Y por lo que más quieras, Roland, nunca comentes nada sobre tu naturaleza...

—No sé de qué hablas...

—Sabes muy bien de lo que hablo y no puedes decírselo a nadie. Aquí, puede que todos hicieran la vista gorda porque te conocen, pero en Inglaterra, en Londres...—. Le enderezó el rostro cuando Roland intentó desviar su atención y lo sujetó con firmeza en el lugar—. Te encerraran y te pondrán a realizar trabajo forzoso en un parpadeo como lo descubran...O peor...Así que no puedes decirle a nadie, Roland, por tu bien.

Tragó con dificultad y empezó a asentir lentamente al comienzo, antes de ganar más confianza y asentir con seguridad.

No le gustaba hablar con Cecil sobre su naturaleza desviada, incluso aunque Cecil nunca lo había juzgado en la superficie, pues podía jurar que lo juzgaba en su mente. Debía hacerlo; nadie podría aceptar la perversión que habitaba en su cuerpo todo el tiempo.

Cecil suspiró, resignándose a que no podía evitar que Roland se fuera y tiró de él en un abrazo.

—Escríbeme cuando puedas, por favor, así sabré que estás bien.

—Lo haré. Te echaré mucho de menos.

—Yo a ti —confesó y exhaló cuando se separaron—. Al menos ahora me durará más la comida.

Se rieron sin poder evitarlo y tuvo que darle la razón. Comía demasiado cada vez que pasaba por el apartamento después de varios días de ausencia.

Cecil le dio un suave golpe en la mejilla sana y se obligó a sonreír.

—Ya, mejor vete antes de que se aparezcan por aquí.

—¿Estarás bien si te preguntan por mí?

—Sí, les diré lo mismo que les he dicho estos últimos días: Que no te he visto en semanas.

Asintió y esperó que eso fuera suficiente para que Daykin lo dejara en paz y no metiera a Cecil en problemas. Lo último que quería era ponerlo en peligro por sus propias imprudencias. 

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