Manual de lo prohibido | Chae...

By sooyaverse

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𝗖𝗦» ¿Algunas vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista de "no toques ni codici... More

Prólogo
↳ Capítulo 1.
↳ Capítulo 2.
↳ Capítulo 3.
↳ Capítulo 4.
↳ Capítulo 5.
↳ Capítulo 6.
↳ Capítulo 7.
↳ Capítulo 8.
↳ Capítulo 9.
↳ Capítulo 10.
↳ Capítulo 11.
↳ Capítulo 12.
↳ Capítulo 13.
↳ Capítulo 14.
↳ Capítulo 15.
↳ Capítulo 16.
↳ Capítulo 17.
↳ Capítulo 18.
↳ Capítulo 19.
↳ Capítulo 20.
↳ Capítulo 21.
↳ Capítulo 22.
↳ Capítulo 23.
↳ Capítulo 24.
↳ Capítulo 25.
↳ Capítulo 26.
↳ Capítulo 27.
↳ Capítulo 28.
↳ Capítulo 29.
↳ Capítulo 30.
↳ Capítulo 31.
↳ Capítulo 33.
↳ Capítulo 34.
↳ Capítulo 35.
↳ Epílogo.

↳ Capítulo 32.

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By sooyaverse

El olor a alcohol me invadió las fosas nasales y casi llegó hasta mi garganta, haciéndome arrugar la nariz y carraspear. Comencé a abrir los ojos poco a poco y divisé una silueta junto a mí.

—Rosé— susurré. Pero la voz que respondió a mi llamado no fue la misma que había escuchado antes.

—¿Ya estás bien, Jisoo?

Me tallé los ojos y luego parpadeé repetidas veces para aclarar mi vista. Eunwoo tenía un algodón en su mano izquierda y la mirada bien puesta en cualquier cambio en mi expresión.

—¿Dónde estoy?— pregunté mirando a mi alrededor, pero al instante hubo otra pregunta más importante y volví a pasar la mirada por el lugar, pero esta vez con desesperación. —¿Dónde está Rosé?

—Tranquilízate, dime que estás mejor— insistió Eunwoo preocupado. —Estás en la parte trasera del salón.

—¡Estoy bien! ¿Dónde está Rosé?— el lugar estaba más oscuro que alumbrado, pero lo suficientemente claro como para examinar cada rincón.

La boca comenzó a temblarme con un "no" inquieto en los labios por temor a que todo hubiese sido sólo una alucinación en mi cabeza.

Tomé a Eunwoo del cuello de su camisa, inclinándome hacía él y percatándome de que estaba recostada sobre un sofá viejo con olor a humedad.

—¿Dónde está Rosé?— casi grité, desesperada, creyendo que me estaba volviendo loca, si es que aún no lo estaba.

El silencio de Eunwoo me hizo pensar lo peor y sentí que el corazón se me encogía acongojado en el pecho.

—Ella está... está hablando con un chico, justo afuera de la habitación— dijo y los ojos se me abrieron como platos.

Mi corazón le ganó al pensamiento en mi cabeza y revivió con estruendosos latidos golpeando contra mis costillas.

Me levanté del sofá, como impulsada de este e ignoré el lacónico mareo que me sucumbió la cabeza. Caminé agitadamente hasta la puerta del lugar y estando entre abierta logré ver lo que mi corazón pedía a gritos volver a sentir.

Reconocería aquella espalda junto a ese cabello totalmente rubio entre millones. No dudé en salir a su encuentro, pero el nombre que pronunció me congeló los pies en el mismo sitio sin músculo movible alguno, trayéndome a la memoria el segundo antes de desmayarme.

—Jaehyun, yo...— tartamudeó un poco, pero volver a oír el sonido de su voz fue como para un ciego volver a ver la luz del sol. —Es que no te entiendo.

—¿Qué es lo que no comprendes, Rosé?— la voz del chico me incitó a fijarme en él. Tenía el cabello negro, era más alto que Rosé, su boca era ancha al igual que su frente, cubierta por su cabello, todo eso junto a su nariz chata lo hacía lucir como un muñeco, pero de alguna marca que ocupara el segundo lugar en ventas, opacado por el primer lugar para no subir nunca a él. —Te lo estoy diciendo de la manera más sencilla que puedo—, continuó. —Terminar fue un error, ¡me afectó tanto cuando me enteré que te habías ido!— dijo, con fingida melancolía, hasta yo pude notarlo.

Así que él era Jaehyun. Cuando recordé lo que Rosé me había contado, casi quise salir a arrancarle los pelos con mis propias manos.

—Jisoo— Eunwoo me llamó, pero no me moví, seguí allí, tras la puerta, escuchando y viendo todo.

—Jaehyun— Rosé tardó un momento en continuar y luego habló despacio. —Cuando estábamos juntos, todo lo que yo te dije era sincero y real. Fuiste la persona que más... quise—, volvió a silenciar y junto a aquella falta de sonido, mi corazón se desplomó.

¿Ella aún lo quería? Miré el rostro de Jaehyun, extasiado de alegría, mientras la sonrisa le crecía cada segundo un poco más.

¿Qué sentido tenía ahora la alegría de que mi locura hubiera funcionado? ¿Qué había de esperanza en tenerla justo allí si en realidad su corazón seguía lejos? No había nada si ella aún quería a Jaehyun.

Nada.

Fue entonces que me moví, deslicé poco a poco mis pies hacía atrás y me fui sumergiendo en la humedad y oscuridad de aquel cuarto. Eunwoo se me quedó mirando, con una leíble expresión de confusión en el rostro.

—¿Pasa algo malo?— preguntó.

Me di cuenta de lo vulnerable que era hasta entonces.

—¿Cuánto falta para que acabe la exposición?— le pregunté con un hilo de voz.

—No lo sé— miró su reloj. —Como cuarenta y cinco minutos—, se encogió de hombros.

—¿Podrías encargarte del resto? Tengo... tengo que salir de aquí—, miré a mi alrededor, —¿Hay otra puerta?

—Jisoo, no te entiendo— Eunwoo se acercó. —La chica que tanto buscabas está allí— señaló hacía afuera. —¿No morías por verla?

—Sólo sácame de aquí—. Rogué.

—¿Qué te hizo? ¿Por qué el cambio?— insistió.

—¡Eunwoo!— le grité. —Sácame de aquí. ¿Qué es esa puerta?— pregunté viendo una armazón de madera a un costado de la habitación.

—Creo que conduce a un pasillo lateral del edificio— se encogió de hombros.

—¿Podría dirigirme a la salida?

—Tendrías que salir por la puerta principal, pero al menos nadie notaría que has salido de este lugar.

—Genial. Me voy— decidí. —Encárgate de lo que sea necesario. Si... si Rosé pregunta por mí, dile que no me has visto, que me salí de este cuarto y no supiste a dónde fui.

—Pues... no sé a dónde vas. Así que no será tan difícil. Pero exijo que pronto me des una explicación.

—Luego. Gracias, Woonie.

Él me sonrió y salí despavorida por la otra puerta, huyendo de nuevo, huyendo de todo. No quería oír el "lo siento por no quererte" de Rosé, ni algo como "es que me di cuenta que amo a Jaehyun".

Ahora que lo pensaba, todo esto me había parecido un error. He allí lo que me había costado volver a verla, un dolor aún más profundo en el alma, como la hoja afilada de un cuchillo atravesándome el pecho.

Cuando logré salir al exterior, divisé la ciudad transitada y el alma me rogó seguir en cualquier dirección lejos y perderme. Caminé unas pocas calles y luego decidí tomar un taxi y pedir que me llevara a casa. Era imposible perderme en una ciudad que conocía demasiado bien. Así como imposible también no pensar en Rosé, en dónde podría estar ahora, qué estaría haciendo o pensando... con quién.

Todo me torturaba, todo me causaba ganas de romper en llanto, ¿cómo podía ser tan estúpida?

Mi plan había funcionado, Rosé había atendido a mi llamado y yo había logrado verla, pero jamás me pasó por la mente relacionarla con las demás personas, me concentré tanto sólo en Rosé y yo que olvidé por completo a terceros. Las muchas otras posibilidades de que Rosé no me quisiera o no pudiéramos estar juntas.

No solamente existía Jennie en su vida, sino también alguien más. Alguien que ya había formado parte de su pasado, alguien que había dejado marcado su presente y que, si ella quería, alguien que cambiaría su futuro.

Una lágrima rodó por mi mejilla, una lágrima que no pude contener; tan pesada como mi dolor, tan profunda como mi agonía. El taxi se detuvo frente a mi casa, o al menos, la fachada azul ya desgastada que reconocí como tal.

Le pagué y bajé para adentrarme a casa. Subí y me tumbé en mi cama, a plena luz del día a llorar.

Estaba enloqueciendo, me estaba volviendo una patética desquiciada. Llorar resultaba perfecto estando sola, sin preguntas, sin miradas; incluso la voz en mi cabeza guardaba silencio mientras las lágrimas seguían bajando por mis mejillas y mis sollozos se ahogaban contra la almohada.

Y pensar que había perdido a la única familia que me quedaba, Jennie, por una estupidez mía, por un maldito error.

En ese momento deseé fervientemente inventar una máquina que volviera el tiempo atrás, así, no iría jamás a Londres, no hubiera conocido nunca a Rosé, no estuviera amándola con todas las ridículas fuerzas de mi corazón y no estuviera sola en todo el mundo.

Pero era suficiente, ya había llorado mucho a causa suya. Ya no podía ser tan vulnerable a ella, no debía. No cabía duda que todo en este mundo se paga, y a lo mejor era el pago a mi maldad. Lo que yo le había hecho a Jennie, ahora lo estaba sufriendo. Pero no más, no iba a dejar que aquello me tumbara, tenía que vivir con ello de ser posible, pero iba a seguir adelante.

Adelante, sin nada más que mi frente en alto. Era una promesa.

Habían pasado tres días, y aunque me negara a aceptarlo y llevara puesta una armadura de fortaleza, mi corazón preguntaba por Rosé.

Tres días y ¿nada? Eunwoo me había contado que, por supuesto, ella le había preguntado a dónde había ido y cuando los hombros de Eunwoo se encogieron ante la interrogativa, Rosé salió disparada por la puerta, sin señal alguna de Jaehyun.

Pero ya no iba a pensar en ello, o al menos intentaría no hacerlo y no darle más concesión al asunto.

Miré a través de la ventana del departamento y visualicé las grandes formas arquitectónicas de los edificios de Nueva York. Tenía pensado jamás volver, quedarme en algún lugar seguro hasta que el corazón sintiera de nuevo. Me preguntaba, ¿hasta cuándo sería libre? ¿hasta qué punto resistiría ella?

Mi corazón palpitaba deseoso por sentir, por vivir, por amar; tenía miedo de no encontrar todo eso en alguien más. Andaría lejos, esperando no volver a atrás, no mirar profundamente su fotografía, negándome a todo aquello que aún sentía por ella.

Si ella apareciera, seguro mi corazón cantaría, pero mientras no lo haga y el tiempo pase, yo me haría más fuerte y evitaría derrumbarme en sentimientos vanos. La dejaría libre, para poder ser libre yo.

Los golpes en la puerta interrumpieron mi divagación.

—¿Estás lista?— la voz de Eunwoo era un poco reconfortable a todo mi dolor.

Desvié la vista de la vitrina para mirarlo, y sonriéndole, asentí.

—Vamos.

Tomé mi abrigo y bajé junto con Eunwoo hasta la recepción del hotel, para dirigirnos a la Avenida Madisson, en donde volvía a darle vida a "Manual de lo prohibido". Había sido un éxito en Seúl, y ahora, Jang lo había trasladado a Nueva York, en donde pidieron que la presentara.

Estaba feliz, por supuesto, era el mundo reconociendo mi trabajo.

Cuando llegamos, Jang ya estaba allí y nos regaló una extensa sonrisa al vernos.

—Suban, suban, es en el cuarto piso— nos dijo dándonos la mano.

Sin duda era un edificio algo grande, tenía cinco o seis pisos, no estaba muy segura, pero en Nueva York todos los edificios eran así.

—Vamos, faltan menos de treinta minutos— me instó Eunwoo, empujándome por la espalda.

Al entrar al edificio el aire acondicionado me golpeó el rostro. Afuera ya estaba frío, ¿por qué no mantenerse cálido adentro?

Últimamente así eran mis pensamientos: triviales y sin importancia.

Eunwoo y yo subimos por el ascensor hasta el piso cuatro.

—Hey, ¿cómo estás?— me preguntó, poco antes de que las puertas se abrieran.

—Perfectamente— contesté.

No es que fuera mentira, pero tampoco era completa realidad. Por supuesto, físicamente estaba de maravilla, pero emocionalmente... Bueno, era preferible no hablar de ello. Me sentía estúpida, tonta, como si fuera la niña nerd de la que todos en el colegio se burlan.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vi, más allá de la gente, fue la vista a través de las grandes ventanas. Los edificios y rascacielos se expandían gloriosos hacía el cielo por toda Nueva York.

—Vaya— exclamé y escuché la tenue sonrisita de Eunwoo.

Luego otra cosa captó mi atención, era un espacio un poco más pequeño que el de la primera exposición, por lo tanto, las fotografías estaban más juntas, observándome.

Quise borrar con una sacudida de cabeza el recuerdo que me vino a la mente al verlas, a fin de cuentas, volver a ver a Rosé no había resultado tan bueno.

Los minutos transcurrieron rápidos, y mientras veía gente ir y venir observando mis fotografías, se me hizo tedioso. No es que no me gustara la expresión de fascinación de la gente al verlas, pero quería exponer otra cosa, otras fotografías, algunas más recientes, algunas que no me dolieran y no hablaran en mi imaginación.

Comencé a contar los segundos, no encontrando otra cosa qué hacer, y cuando le sonreía a la gente, empezaba otra vez desde cero. Así se me fue un buen rato.

De pronto, entre el murmullo de la gente, escuché algo «¿Música?» Mi mente preguntó y giré completamente desorientada, ¿de dónde provenía? ¿Por qué se me hacía conocida? No era la única que lo oía, todos giraban sus cabezas y comenzaron a amontonarse en las ventanas.

El corazón se me paró al escuchar su voz.

Eunwoo, que estaba también en el tumulto de gente, me miró de prisa.

—Ven a ver— lo oí apenas decir y obligué a mis pies, de pronto agarrotados a moverse.

Como pude, me abrí paso torpemente entre la gente, porque a pesar de que mi razón iba siempre en desacuerdo con la cosa latente bajo mi pecho, esta vez sabía que era algo real, algo de lo que mi corazón no saldría lastimado después, y entonces obedecía perpleja.

Cuando por fin logré llegar hasta la gran ventana, media atontada aún, apoyé las palmas de mis manos contra el cristal, haciendo que se humedeciera por el repentino sudor que desprendieron. Posé mi vista en la azotea del edificio continúo y entonces la vi.

En ese instante fue como si el corazón hubiera revivido o despertado de un letargo doloroso, haciéndome sentir más viva que nunca, porque más allá de sus estruendosos latidos con nombre propio, sabía muy en el fondo que esta vez, como ya lo había aceptado mi razón, esta vez no iba a ver decepción alguna.

¿Pero qué estaba haciendo Rosé? ¿Cantaba? ¿Me cantaba a mí? Al menos me miraba, mientras seguía dándole libertad a la bella voz que poseía y se llevaba una mano al pecho.

Unas ganas de llorar me invadieron sin explicación, era como si me estuviera trayendo serenata a mitad del día. La gente que me apretujaba a mi alrededor comenzó a desaparecer, y me vi perdida en las capas de terciopelo de su voz. Pegué la frente al vidrio, ¿es que su voz podría llegar a ser más hermosa?

Si ya era inspiradora cuando salía de su garganta como palabras, ahora no tenía comparación.

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