Cuatro canciones que susurrar...

Andoni934

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Samuel, caótico y cariñoso, está decidido a triunfar en el mundo de la música junto a Sonia y Álvaro, sus ins... Еще

PARTE 1. MISTER MADRID Y EL CHICO INVISIBLE
Capítulo 1. Una carta inesperada
Capítulo 2. Una vida perfecta
Capítulo 3. Decisiones que uno querría evitar
Capítulo 4. Preludio a un sentimiento escondido
Capítulo 5. Me suenas de algo
Capítulo 6. Un sentimiento escondido
Capítulo 8. Cuando una puerta se cierra, otra se abre

Capítulo 7. El sueño despega

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Andoni934

Samuel

Álvaro me despertó de una patada al alba. La tenue luz matutina entraba a través del ventanal del salón y me hizo taparme los ojos con ambas manos para acostumbrarme poco a poco a la luminosidad, por poca que fuera.

Desde la calle me llegaba el sonido de las gotas golpeando contra los cristales y del viento moviendo las hojas de los árboles. Me incorporé lentamente hasta acabar completamente sentado sobre el sofá.

Álvaro seguía dormido a mi lado. La noche anterior habíamos hecho uno de nuestros habituales maratones de Paquita Salas y nos habíamos quedado despiertos hasta las tantas. Al final, nuestros párpados no aguantaron más y nos quedamos los dos dormidos en el salón.

Aunque si se hubiera dado cuenta posiblemente me habría matado, Álvaro estaba completamente destapado porque yo le había quitado inconscientemente toda la manta durante la noche. Estaba tumbado bocarriba, con la camiseta ligeramente subida, dejando entrever su abdomen plano y la fina raya de vello que bajaba hasta su entrepierna. Al llegar con la mirada a esa zona me di cuenta de que también tenía los pantalones ligeramente bajados. No se le veía demasiado, pero sí el vello perfectamente rasurado de la zona.

Está claro que a cerdo no me gana nadie. O a gay. O a las dos cosas, ya que estamos. ¿Por qué tienen que ponerme tanto los hombres? Mi mirada bajó aún más, siguiendo el recorrido natural del asunto, y llegó hasta el enorme bulto que guardaba en su entrepierna. Tan perfecto y tan grande. Marcaba perfectamente la forma de su pene.

No era la primera vez que me fijaba en Álvaro de aquella forma tan sexual. Era única y exclusivamente mi amigo pero, ¿qué le iba a hacer? Era un tío guapo, muy atractivo y le tenía ahí tirado como una perfecta pieza de museo. Unas miraditas secretas no le iban a hacer daño a nadie.

Desvíe la mirada a su cara. El cabrón era muy guapo. Con esa barba de tres días que le marcaba perfectamente la mandíbula, el pelo siempre revuelto y su energía hippie que te envolvía incluso cuando dormía.

A Sonia siempre le gustaba hacerle rabiar bromeando con que nunca iba a conseguir pareja, pero lo cierto era que ambos sabíamos que Álvaro podría tener en la palma de su mano a todos los chicos y chicas que el quisiera. Verle tocar la batería era el primer paso del encaprichamiento. Verle cantar mientras tocaba y hacía los coros, el segundo. Su actitud despreocupada y vivaracha cuando se acercaba a hablar con ellos tras el concierto, el tercero.

Volví a bajar la mirada y no pude evitar que mi entrepierna se pusiera dura. En ese momento lo que más me apetecía era irme al baño y hacerme la paja de mi vida. También podría haberlo hecho con Gabriel si estuviese allí y hace unos días no se hubiese comportado como un completo imbécil.

—¿Cómo puedo ser tan guarro? —me susurré a mí mismo.

—¿Qué... has... dicho? —dijo Álvaro aún medio dormido. Mierda. A parte de cerdo tenía el maravilloso don de cagarla siempre.

—Nada. Nada. Sigue durmiendo.

Estaba a punto de levantarme para irme directo al baño, cuando de repente la puerta de casa se abrió de par en par y se me bajó todo del susto que me di. Escuché a Sonia dar grititos de alegría por alguna razón que, evidentemente, me había perdido. Me tapé con la manta por si aún quedaba algo del bulto que había tenido hace nada en mí entrepierna mientras la escuchaba acercarse corriendo por el pasillo.

—¡Joder, tíos! —gritó Sonia entrando a saltos en el salón—. ¡Que nos quieren contratar a todos! ¡Como banda! ¡A los Venice Souls!

—¡¿Qué?! —Álvaro, que hacía unos segundos habría jurado que estaba plácidamente adormecido, bajó del sofá de un salto llevándose las manos a la cara—. ¿Estás de coña?

—¡No! —volvió a gritar Sonia—. ¡Nos quieren a los tres! En Café Central, un café-bar chulísimo en Plaza del Ángel.

—Estoy flipando —admití—. ¿Pero cómo? ¿Cuándo?

—Es que una tiene sus secretos —dijo Sonia haciéndose la remolona—. No os lo había dicho para no haceros ilusiones, pero... llevo unos meses yendo a locales de Madrid para enseñarles nuestras pistas y actuaciones de YouTube. Total, que con este ha sonado la flauta. Les flipan nuestras canciones y la química que tenemos los tres.

—No me lo creo, Sonia. Eres la puta mejor —le dijo Álvaro lanzándose sobre ella para darle un abrazo gigante.

Me levanté corriendo del sofá y me abalancé sobre ellos para unirme al abrazo, pero lo hice con tanta fuerza que los tres nos desestabilizamos y acabamos cayéndonos sobre el sofá los unos encima de los otros. Empezamos a reírnos de felicidad mientras seguíamos abrazos de cualquier forma.

—¿Y cuando quieren que empecemos? —pregunté yo mientras intentaba salir de aquella amalgama de cuerpos que habíamos formado en un momento.

—En un par de semanas.

—Tíos, tenemos que ir preparadísimos —aseguró Álvaro—. Tenemos que petarlo en nuestro primer día.

—Esa noche nos han dado media hora —nos informó Sonia—. Así que teniendo en cuenta el tiempo que utilizaremos para presentarnos y lo que dediquemos entre canción y canción, podremos cantar unos tres o cuatro temas.

—Suficiente para que se enamoren de nosotros —afirmé.

—Puff, tíos, por fin despegamos —dijo Álvaro volviendo a unirnos en un abrazo—. Os quiero muchísimo.

—No me imagino cumpliendo este sueño con alguien que no seáis vosotros —añadí emocionado.

—Vais a conseguir que llore —dijo Sonia con los ojos llorosos—. Y las lagrimas son malas para las cuerdas vocales.

—¿Quién dice eso? —preguntó Álvaro riéndose.

—Yo. Ahora mismo. Según la Universidad de Misco es una información totalmente cierta.

—Pues la Universidad de Tusco también dice que deberíamos ponernos a ensayar ya —dije yo levantándome del sofá y cogiendo la guitarra que tenía apoyada junto a la televisión.

Álvaro y Sonia se miraron al mismo tiempo y asintieron con la cabeza. Apartamos entre todos la mesa central del salón y Álvaro movió su batería a la posición que antes ocupaba la mesa. Conectamos todos los instrumentos y micrófonos a los amplificadores y altavoces y comenzó nuestro debate a cerca de qué cuatro canciones deberíamos elegir.

Tras un largo rato, los tres llegamos a la conclusión de qué lo más apropiado sería cantar las cuatro canciones que componían el EP que habíamos sacado hacía un par de años. Fue nuestro primer álbum completo, "when everything's starts", con una serie de canciones que mostraban perfectamente nuestra esencia; quienes éramos, de donde veníamos y qué es lo que queríamos.

Aunque en algunas ocasiones los tres nos uníamos para escribir la letra y melodía de las canciones, lo normal era que fuese yo quien escribiese los temas. Era algo que siempre se me había dado especialmente bien. Cogía mis vivencias e incluso historias con las que siempre había soñado y era capaz de trasformarlas en una mágica composición lírica y melódica. Al menos eso era lo que siempre me habían dicho los que escuchaban nuestras canciones.

Estuvimos toda la tarde practicando aquellos temas que tantas veces habíamos tocado juntos pero que hacía mucho tiempo que no sonaban entre aquellas paredes. Disfrutamos cantándolos con una nueva esperanza en nuestras voces, en nuestros acordes y en nuestros corazones. Una esperanza que nos susurraba al oído que todo nuestro esfuerzo y pasión al fin darían sus frutos. Una esperanza que, de no haberla contenido, nos habría gritado en lugar de susurrado. Pero como con todos los sueños, hay que tener mucho cuidado de no dejarse llevar excesivamente. Sino, en el caso de que esos sueños se conviertan en pesadillas, el golpe será mucho más contundente, dejando heridas mayores y mas duraderas.

Justo cuando acabamos de terminar el que dijimos que sería el último ensayo del día, sonó el viejo timbre. Llevábamos casi un año queriendo cambiar ese cacharro antiguo. Cada vez que sonaba parecía que dentro de nuestro piso estábamos degollando a un duende, y lo que al principio nos lo tomábamos a broma ya estaba empezando a darnos vergüenza.

—¿Sí? —pregunté a través del telefonillo.

—¿Samu? Soy Gabri.

Después de la noticia que nos había dado Sonia y haber pasado la tarde tan feliz como hacía mucho tiempo que no estaba, lo último que me apetecía era qué Gabriel apareciese para joderme la fiesta.

—¿Qué haces aquí?

—No sé. Pasaba por aquí y me apetecía verte —su voz sonaba más apagada de lo normal, como si realmente se arrepintiese de lo que pasó.

—Gabri... Después de lo que pasó la última vez...

—Lo sé. Lo entiendo. Y lo siento mucho. Pero... Baja a dar una vuelta conmigo, por favor. Ya verás como vamos a estar bien.

—No sé si es lo mejor, Gabri.

—Samu, por favor. Sólo media hora.

Me sentía entre la espada y la pared, sólo que Gabriel era tanto la espada que me cortaba como la pared que me aprisionaba. No me apetecía verle. Tampoco me apetecía discutir. Pero en el fondo sabía que cuanto más tiempo dejase pasar, peor acabarían las cosas.

—Media hora de reloj, Gabri. Y no quiero más discusiones.

—Te lo prometo.

—Bueno... Ahora bajo.

Colgué el telefonillo y metí en los bolsillos del pantalón las llaves y la cartera que descansaban en la cómoda de la entrada. Les dije a Sonia y a Álvaro que iba a dar una vuelta con Gabri y que volvería como muy tarde en una hora, para cenar y contarles los nuevos cotilleos que sabía que estaban deseando escuchar incluso antes de que pasasen.

—Por cierto —Sonia me detuvo antes de que cruzase la puerta—. Los de Café Central nos han regalado cuatro entradas para la Warner. Y con una noche de hotel. Preparaos para este finde.

—¿En serio? —preguntó Álvaro con sorpresa—. ¿Pero esa gente cuánto dinero tiene?

—Ni idea —admitió Sonia—. No me lo he planteado. Cuando me las han ofrecido las he cogido sin pensar, no te voy a mentir.

—Comprensible.

—Samu, dile a Gabriel que puede venir si quiere.

—Se lo digo ahora.

Cerré la puerta y bajé por las viejas escaleras de madera al encuentro de Gabri. Cuando estaba bajando el último tramo, lo vi a través del cristal del portal. Se movía nervioso de un lado a otro, mordiéndose las uñas y mirándose de vez en cuando en la pantalla del móvil para colocarse bien el pelo.

Abrí la puerta y Gabri se sobresaltó al verme salir del portal. Entre el ensayo y la repentina sorpresa de Gabriel, no me había percatado de que seguía lloviendo a mares.

—Mierda, no he bajado el paraguas —exclamé, dispuesto a darme la vuelta para coger uno del piso.

—Yo tengo —me dijo él parándome en seco—. Podemos taparnos los dos con el mío.

Lo último que me apetecía era compartir tanto espacio e intimidad con él, pero me apetecía aún menos que eso fuese la gasolina que prendiese el fuego que alimentaba cada nueva discusión en nuestra relación.

Me agarré a regañadientes de su brazo mientras abría el enorme paraguas negro y nos aventuramos a la desafiante lluvia de Madrid. Al menos no hacía tanto viento como esa mañana.

—Samu... Yo... Lo siento mucho por lo de la última vez —se sinceró mientras andábamos bajo la lluvia—. No quería actuar así.

—Gabri, tienes que entender que estoy cansado de tantos celos. Y estoy cansado de todas tus desapariciones, alejamientos y enfadados.

—Lo entiendo —parecía que iba a añadir algo más pero las palabras jamás llegaron a salir de su boca.

Ambos seguimos andando en silencio, bajo la lluvia, hasta que llegamos a la plaza de Pedro Zerolo. Casi de forma instintiva, nos dirigimos a uno de los bancos frente a la fuente, que estaban ligeramente protegidos de la lluvia por los árboles que se alzaban sobre ellos.

Nos aseguramos de que estaba moderadamente seco y nos sentamos, aún en silencio, con el paraguas abierto sobre nosotros.

—Samu... —comenzó Gabriel—. Creo que... si no vivieses con Álvaro se me haría todo mucho más fácil.

—¿Qué? —respondí perplejo.

—¿No te gustaría mudarte a mi piso? —la pregunta me pilló completamente desprevenido. No entendía en qué momento eso le había parecido buena idea—. Ya sabes que tengo cama doble, podríamos vivir los dos en mi habitación. Es muy grande y encima mis compañeras te caen bien.

—Gabri. No —respondí de forma tajante—. No puedo irme a vivir contigo. No quiero dejar a Sonia y a Álvaro. Ellos son como mi familia. Además, ahora tenemos que estar más unidos que nunca. Nos han contratado en un café-bar.

—¿Te importan más que yo? —hizo caso omiso de la información que le acababa de dar y su voz perdió el tono atormentado que tenía antes para convertirse en enfado e ira—. ¿Tanto te cuesta hacer esto por mí? ¿No ves que Álvaro es mala influencia para tí? Siempre de coña en coña, cualquiera diría que tiene la edad que tiene y no cinco años.

—Estás volviendo a hacer lo mismo de siempre —ésta vez era yo quien había ignorado completamente su comentario. No iba a darle la satisfacción de entrar en la discusión cíclica en la que el estaba deseando que entrase. No ésta vez—. Te lo he dicho antes y te lo repito ahora, me estoy cansando de esto.

—Perdón. Perdón —ahí estaba el tono atormentado de nuevo—. No tendría que haberte ofrecido eso... Ha sido una estupidez.

Sus idas y venidas me causaban cada vez un dolor más punzante en la cabeza. Era completamente agotador. Como si el tiempo estuviese conectado con los cambios de humor de Gabriel, la lluvia que había estado cayendo fuertemente había amainado. A veces, sus actitudes y comportamientos eran tan impredecibles como una tormenta.

—Mira —le dije de forma seria—. El finde vamos a ir los tres a la Warner y Sonia me ha dicho que puedo invitarte. Ven con nosotros. Demuéstrame que podemos estar bien. Demuéstrame que puedes estar bien con Álvaro. Y no te preocupes por el dinero, es gratis.

—Es que no entiendo el empeño que tienes en que me lleve bien con Álvaro. ¿Tanto te importa? Tu novio soy yo, no él —ahí estaba otra vez. Un solo detalle, un pequeño estímulo que nadie notaba, eran suficientes para que Gabriel atacase. Tan solo con mencionar el nombre de Álvaro era suficiente.

—Pues claro que me importa —le espeté—. Es mi mejor amigo. Claro que quiero te lleves bien con él, joder.

—Esto ha sido un error. No debería haber ido a tu casa —dijo haciendo el amago de levantarse del banco.

—Al menos vente a la Warner el finde —le dije agarrándole de la mano antes de que se marchase—. Por favor.

—Me lo pensaré, ¿vale? —se deshizo de mi mano y me dedicó una mirada que fui incapaz de descifrar.

La lluvia que acababa de cesar volvió a caer lenta pero constantemente. Gabri se levantó del banco y lo vi alejarse con paso decidido entre la abrigada multitud. Me quedé allí sentado, mirando como se alejaba bajo su paraguas, con la absurda esperanza de que en algún momento se diese la vuelta para mirarme. Con la esperanza de que viniese corriendo hacía mí, a decirme que me quería y que yo estaba por encima de todas aquellas tonterías y discusiones. Con la esperanza de que me besara bajo la lluvia, al igual que pasa en las películas.

Pero eso jamás ocurrió. En su lugar, la lluvia comenzó a caer con más fuerza, la suficiente para dejarme empapado en tan solo unos segundos. Igual que en las películas, acabé mojado hasta la médula. Pero a diferencia de las películas, terminé sólo bajo la tormenta, sin una mano que me agarrase con fuerza y sin unos labios que se apoyasen contra los míos. Sólo.

En el cine, el chico siempre se desahoga de la dura realidad con un vaso de algún alcohol fuerte que bebe sin cesar mientras un viejo camarero, con grandes pero no demasiado alentadores consejos preparados, está dispuesto a escucharlo. Sin embargo, en la vida real, no había un chupito del alcohol más fuerte del bar para mí. En todo caso, yo acabaría siendo el camarero que aguantaba los dramas de hombres borrachos y desdichados. Y sinceramente, soportar a un borracho imbécil era lo último que me apetecía.

Me levanté a toda prisa en dirección al primer soportal que me resguardase de la lluvia torrencial. Cuando llegué, tenía el pelo chorreando y los colores de la ropa completamente oscurecidos por el agua.

Miré fijamente como caían las gotas de lluvia. ¿Por qué las relaciones tenían que ser tan complicadas? Gabriel no había sido mi primer novio. Había tenido unos cuantos. Pero ninguno había durado tanto, no lo suficiente como para atraparme en una relación como esa. Una relación que no estaba seguro si quería arreglar o tirar por la borda.

Casi sin pensarlo, de forma inconsciente y fugaz, la cara de Adrián cruzó mi mente, y no pude evitar fantasear sobre como sería una vida con él. Me empeñaba en no parecer un adolescente con las hormonas locas, pero ahí estaba, imaginándome una relación idílica con un hombre que apenas conocía, pero por el cual sentía que podría cruzar una tormenta llena de truenos y letales rayos.

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