Manual de lo prohibido | Chae...

By sooyaverse

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𝗖𝗦» ¿Algunas vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista de "no toques ni codici... More

Prólogo
↳ Capítulo 1.
↳ Capítulo 2.
↳ Capítulo 3.
↳ Capítulo 4.
↳ Capítulo 5.
↳ Capítulo 6.
↳ Capítulo 7.
↳ Capítulo 8.
↳ Capítulo 9.
↳ Capítulo 10.
↳ Capítulo 11.
↳ Capítulo 12.
↳ Capítulo 13.
↳ Capítulo 14.
↳ Capítulo 15.
↳ Capítulo 17.
↳ Capítulo 18.
↳ Capítulo 19.
↳ Capítulo 20.
↳ Capítulo 21.
↳ Capítulo 22.
↳ Capítulo 23.
↳ Capítulo 24.
↳ Capítulo 25.
↳ Capítulo 26.
↳ Capítulo 27.
↳ Capítulo 28.
↳ Capítulo 29.
↳ Capítulo 30.
↳ Capítulo 31.
↳ Capítulo 32.
↳ Capítulo 33.
↳ Capítulo 34.
↳ Capítulo 35.
↳ Epílogo.

↳ Capítulo 16.

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By sooyaverse

Estaba más nerviosa y asustada de lo que llegaba a estar la gente cuando enfrentaba a su peor pesadilla, ya hasta empezaba a formular en mi mente mi propio testamento, que le hubiera dejado a alguien. Pero al menos moriría feliz, en los brazos de la persona a la que amaba.

Mis cabellos comenzaron a moverse con velocidad por el viento producido y luego se apaciguaron cuando el carrito empezó a transitar en dirección hacía lo alto.

Hasta el momento, no había sido la gran cosa, sólo vueltas tenues y velocidad media, pero ahora sabía que iba empezar lo malo, a lo que más le temía: la adrenalina de caer en picada hacía abajo.

El corazón se me comenzó a acelerar y parecía eterno el camino; eso era bueno y malo, porque aunque no quería que cayéramos ya, sabía que entre más se tardara en llegar hasta arriba, más era la altura.

El pánico me invadió por completo cuando me percaté de que faltaban sólo unos pocos metros para la gran curva de la montaña. La respiración se me aceleraba y el pulso me atronaba en los oídos.

Entonces, al borde de caer por la estrafalaria bajada, tuve la necesidad de decirle a Rosé que la amaba. Como si fuera a morirme y jamás la viera de nuevo.

—Rosé, tengo que decirte algo— farfullé con la voz temblorosa.

Me miró, sus ojos me abrazaron también.

—Yo...

Los estruendosos gritos me interrumpieron y el movimiento desagradable de mi estómago provocó que cerrara la boca y los ojos con fuerza. El tiempo se me había acabado.

Até mis brazos al cuerpo perfecto de Rosé y escondí mi cabeza en su pecho, llenándome de ese perfume tan exquisito que me transportaba al paraíso al que deseaba volver y luego ella apretó sus brazos aún más, protegiéndome.

Oía el paso de las llantas del carro sobre el metal que formaba el riel que a toda velocidad iba cayendo, los gritos combinados entre la euforia, el horror de las personas a mi alrededor y el corazón palpitante en el pecho de Rosé, al que mi oído estaba pegado. Sentía que los cabellos se me movían con la velocidad y que tenía el estómago en los pies.

Una, otra y otra vez.

Abrí mis ojos cuando dejé de sentir el movimiento exterior, sin embargo, todo se seguía moviendo dentro de mí, la cabeza me daba vueltas y el estómago estaba apretujado en alguna parte de mi abdomen.

—¿Verdad que fue divertido?— la voz de Rosé me devolvió un poco la calma.

La miré, incrédula.

—¿Bromeas? Casi muero estando arriba— farfullé.

Ella soltó una carcajada y ese sonido hizo de mi caos interno una quietud. Me ayudó a salir del juego sin soltarme la mano por si acaso caía. Debía admitir que estaba un tanto mareada.

—¿Y ahora? Te toca a ti— me dijo.

—Claro, elijo esa banca de allá—, divisé a unos cuantos metros una pequeña banca negra y la apunté.

Necesitaba sentarme o si no muchos allí verían la merienda de la tarde.

Ella rió y me llevó hasta la banca.

—No fue para tanto— me dijo sentándose conmigo y entonces soltó mi mano.

—No para ti, pero yo quise morirme allá arriba—, llevé ambas manos a mi cabeza, apretándola con las yemas de los dedos.

Volvió a reír y su risa era algo verdaderamente reconfortante.

—Y, ¿qué ibas a decirme?—, preguntó.

—¿Eh?— la miré al instante, recordando la confesión que estuve a punto de hacerle.

—Sí, antes de que cayéramos en la primera curva de la montaña, dijiste que tenías algo que decirme—, insistió.

—Oh, bueno...— me estrujé los sesos en busca de alguna excusa. —Que no vuelvas a subirme a una cosa de esas en lo que te resta de vida—, farfullé mi mentira esperando que ella la creyera.

Su entonada risa me hizo darme cuenta de que mi tonta mentirilla había funcionado.

—Está bien, está bien. No volveré a hacerlo—, prometió aún riendo.

—Gracias.

Mientras intentaba aplacar las ganas que tenía de vomitar, miré a Rosé, que mostraba su perfil izquierdo, como en el auto, ya que miraba hacía uno de los juegos de su lado. Me pareció tan bella, cómo sus ojos conseguían ese brillo con el reflejo de las luces de colores, cómo su piel suave se volvía de oro y su sonrisa como perlas de mar.

Saqué mi cámara y tomé una fotografía de ella.

Me miró.

—¿Sigues haciéndolo?— dijo divertida.

—Ya te dije que no es necesario que poses—, reí.

—Ya te ríes—, me observó con detenimiento y encanto. —Tu risa es linda.

No pude evitar ruborizarme, aún en la oscuridad que ya pintaba el cielo, creo que ella notó que mis mejillas adquirieron un tono rosado, ya que sonrió, fascinada.

—Gracias— musité escondiendo el rubor.

—¿Ya estás mejor?— preguntó.

Asentí.

—Genial. Hay muchos juegos que nos están esperando— me sonrió de gran manera.

—¿Estás loca?— casi se me salían los ojos de las órbitas. —Prometiste que no volverías a subirme a otro de esos— dije casi sin aire.

—Exacto, a otro de esos, lo que yo entiendo como alguna otra montaña rusa. Estos juegos son menores, si te subiste a esa grandísima cosa no creo que los demás te provoquen algún efecto—. Argumentó. —Diviértete conmigo—, casi me rogó con los ojos.

No pude resistirme.

—Está bien—, suspiré resignada. A fin de cuentas, ¿cuál era el daño?

Me llevó de la mano a todos los juegos, en donde cada vez terminaba más despeinada. Ella tenía razón, estar a su lado era divertido.

Reíamos juntas sin ninguna razón, excepto por el puro placer de reír. Corríamos de un lado a otro, tomadas de la mano para hacer fila en los juegos y mientras esperábamos nuestro turno, aprovechaba para sacar fotografías de ella, sin que se diera cuenta antes, por supuesto.

Me sentí libre, feliz, especial; me sentí como jamás me había sentido. Era como olvidarte del mundo exterior y como si sólo hubiera existido Rosé a mi lado, para reír conmigo, mirarme con sus ojos avellanados y hacerme la persona más feliz en toda la faz de la tierra. Ella era única, encantadora, toda ella podría ser una canción, un poema o la rosa de algún jardín.

Me reía como no lo había hecho desde que mis padres murieron, simplemente el mundo desapareció para mí, me encontraba flotando entre las nubes, resbalándome por un arcoíris y cayendo entre los brazos de Rosé. Cada vez que sonreía y reía, su belleza era tan extrema que resultaba absurda.

Su sonrisa era como un tesoro prohibido, de esos que no debes buscar, de esos que no debes encontrar; pero sin embargo, sumamente hermoso y atractivo.

Luego de que subimos a la mayoría de los juegos, decidimos tomar un descanso. Compró un par de algodones de azúcar y nos sentamos en otra de las bancas.

—Es divertido estar contigo— dijo mientras comía de su algodón color azul celeste. —No eres como Jennie, ya sabes... —musitó.

«¡Jennie!»

Maldición, ¿por qué sólo me acordaba de ella cuándo  Rosé la mencionaba?

—Ella es atrevida con esto de los juegos mecánicos—, siguió, pero la comparación me había dolido en lo profundo de mí ser. —Mientras que contigo, la diversión está cuando me ruegas que no te suba y luego de que te convenzo, bajas farfullando en contra mía—. Rió. —Qué divertido.

Me vi obligada a reír, su risa no sólo era un bello sonido, sino también era de esas risas que te animan a reír también.

—Se nos hace tarde, tenemos que irnos— dije con el pesar que no pude ocultar.

—Cierto, el tiempo se pasa rápido, ¿no?— me ayudó a levantarme de la banca y arrastré los pies a su lado, para encaminarnos a su auto y volver a la realidad.

—Tan rápido que no te das cuenta cuándo suceden las cosas— musité viéndome los pies al caminar, dándole el doble sentido a mi frase.

—Eso es cierto— concordó.

Subimos de nuevo a su vehículo negro que ya empezaba a hablarme de recuerdos, como si al sentarme en el asiento grisáceo, la suavidad de éste me contara sobre las veces que yo he estado allí, con ella.

Le regalé una sonrisa secreta a todos los recuerdos, pero Rosé alcanzó a percibir mi mueca de labios.

—¿Por qué sonríes?— preguntó encendiendo el motor del vehículo.

El suave ronroneo me hizo salir de mi ensoñación.

—Porque... recordé...— me obligué a rebuscar palabras en mi mente, —que hace mucho tiempo que no me divertía tanto—, dije al fin.

Las comisuras de sus labios hermosos se elevaron hasta formar una bonita sonrisa complacida.

—Pues me alegra que te hayas divertido— dijo.

Volví a sonreír, como diciéndole "gracias"; luego me giré a mirar por la ventanilla polarizada, escuchando los latidos de mi corazón al pensar que estaba cerca de ella. La piel se me erizó un poco, no sé si por culpa o de preocupación; quizá de ambos.

¿Pero qué estaba haciendo yo de malo? Mi único delito fue haberme enamorado de Rosé, porque era la persona menos indicada para aprisionar mi corazón. Su nombre debería de estar en algún manual de lo prohibido, en la primera página, con un aviso de "peligro".

Volví a mi pregunta, malo sería querer quedarme con ella. Aunque la verdad es que sí la deseaba, pero aunque no tuviera intenciones de hacerlo, desearla como yo ya lo hacía, era suficientemente malo.

Bastante.

—¿Te molesta si hago una última parada?— me dijo y su voz llegó hasta mi corazón en aquel silencio que inconscientemente se había producido.

La miré.

—No, por supuesto que no— musité. A fin de cuentas, si se me permitía estar más tiempo con ella, no iba a rehusarme a tal regalo.

—Genial. Quiero saludar a un viejo amigo. Hoy es su cumpleaños. Prometo que no tardaré—, estacionó el auto en una calle medio vacía, y en un instante, ella ya se encontraba fuera del auto, abriéndome la puerta para que bajara.

—Acompáñame—. Me sonrió y me ayudó a bajar. Luego de cerrar la puerta, la seguí como si estuviera hipnotizada, acatando su orden con el mayor placer posible.

Caminamos sólo unos pocos metros, ya que a la mitad de la calle se situaba un bar-café, a lo que pude entender por los dibujos con luz neón que sobresalían de la pared, a lado de la entrada de madera recién barnizada. Me detuve confundida, cuando Rosé paró también su andar.

—Oh, tranquila. Aquí son muy amables— musitó como si adivinara mis pensamientos.

—¿Tú... alguna vez has...?

—¡Oh, no!—, se rió como si hubiese sido una buena broma. —Si te refieres a que si he tomado, jamás—, aclaró.

El alivió corrió por mis venas. Yo odiaba todo tipo de alcohol que dañara los sentidos de las personas. Aquello le había quitado la vida a mis padres, indirectamente.

—Ven— me tomó de la mano y no dudé en seguirla, aunque adentrarme a ese horrible lugar era casi igual de espantoso que subir a la montaña rusa.

El montón de lucecitas de colores me encandiló los ojos y el sonido de la música electrónica retumbó en mis oídos. Gente bailando de aquí para allá, con movimientos bruscos de brazos y piernas. Me acordé de Seúl, sólo con la diferencia de que aquí, los lugares parecían más decentes. O al menos los que había visitado.

Rosé no me soltó la mano, mucho menos para conducirme por entre la gente danzante, hasta que me llevó hacía el otro extremo y se recargó en la barra con una elegancia extraordinaria.

¡Félix, I'm glad of seeing you again!—. Dijo elevando un poco la voz para que se alcanzara a oír sobre el ruido.

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