Cuatro canciones que susurrar...

By Andoni934

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Samuel, caótico y cariñoso, está decidido a triunfar en el mundo de la música junto a Sonia y Álvaro, sus ins... More

PARTE 1. MISTER MADRID Y EL CHICO INVISIBLE
Capítulo 1. Una carta inesperada
Capítulo 2. Una vida perfecta
Capítulo 3. Decisiones que uno querría evitar
Capítulo 4. Preludio a un sentimiento escondido
Capítulo 6. Un sentimiento escondido
Capítulo 7. El sueño despega
Capítulo 8. Cuando una puerta se cierra, otra se abre

Capítulo 5. Me suenas de algo

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By Andoni934

Samuel

¿Me estaba mirando a mí? ¿Adrián Montoya me estaba mirando a mí? Había estado enamorado de él durante los seis años de instituto que habíamos compartido en el interior de aquellas paredes. Joder, incluso le había escrito una canción cuando tan solo tenía dieciséis años. Y allí, en ese preciso momento, me estaba mirando.

Sus ojos conectaron con los míos en un efímero instante que me hizo sentir chispas en la cabeza y un zoológico entero en el estómago. No podía apartar la vista de la profundidad envolvente de su mirada justo cuando Raúl, su íntimo amigo (o al menos antes) lo agarrase de la solapa del blazer para hacerlo avanzar hacía él y el resto del grupo.

Adrián se perdió entre la multitud, mientras el recuerdo de sus intensos ojos marrones seguía martilleando en la parte trasera de mi cabeza, como una ligera presión aplicada en esa zona, suave pero constante. ¿Qué acababa de pasar? ¿Por qué tenía el corazón a mil por hora? Parecía como si tuviese una locomotora dentro del pecho, latía a gran velocidad y sentía como si en cualquier momento fuese a explotar.

No veía a Adrián desde hacía, ¿cuánto? Al menos nueve o diez años. En su día había estado perdidamente enamorado de él, pero jamás había sido correspondido. Ni siquiera había llegado a compartir demasiadas palabras con él. En una situación normal lo habría llamado amor platónico, pero aquello había sido siempre tan imposiblemente descabellado que ese término se quedaba corto.

Y allí estaba, diez años después, con el corazón desbocado por haber vuelto a compartir una mirada con Adrián. Pero no, no había sido una simple mirada. Había sido una mirada correspondida. Sacudí ese pensamiento tan rápido como había cruzado mi mente, como si se tratase de una estrella fugaz surcando el cielo, tan efímera como intensa. No podía ser tan estúpido. Aquellos sentimientos no eran reales. Eran fruto de años y años de deseo no correspondido, de cartas de amor jamás enviadas y canciones nunca cantadas. Pero aquello era parte del pasado, y por mucho que pudiese remover el presente, no era real.

Descendí el primero de los escalones de la pequeña escalera que componía la entrada al edificio, y antes de que pudiese dar un paso más, alguien apoyó con delicadeza la mano sobre mi hombro.

—Qué cambiado estás, Samu —me di la vuelta sobresaltado y vi a Alaia plantarse de pié a mi lado, analizando minuciosamente todo el ambiente. Llevaba un precioso vestido dorado con trazados negros que marcaba sus estilosas curvas y acentuaba su oscura tez. El salvaje y abultado pelo rizado le caía libre por la espalda hasta llegar al comienzo de los glúteos—. La verdad, no tenía muy claro si venir o no.

Alaia fue, durante mucho tiempo, mi fiel compañera en aquel infierno que llamaban instituto. Por alguna razón que ninguno de los dos habíamos entendido jamás, todos nuestros compañeros y compañeras habían decidido que éramos los raritos del curso, y que meterse con nosotros era mucho más satisfactorio que establecer una amistad.

Puede que nuestro vínculo hubiese nacido de la desesperada necesidad de encajar, pero durante mucho tiempo había sido lo más real que habíamos tenido. Compartíamos todos nuestros secretos el uno con el otro, nos apoyábamos mutuamente frente al bullying que sufríamos, y pasábamos horas y horas hablando de música.

Todo eso cambió cuando, de un día para otro, y sin previo aviso, Alaia dejó de ir a clase. La profesora nos informó de qué por decisiones personales habían decidido cambiarla de instituto, y nunca volví a saber nada de ella.

—Yo tampoco —le respondí mirando al frente, justamente cómo ella estaba haciendo—. Pero aquí estamos los dos.

—Dime que el vino no es lo más fuerte que tienen. Voy a necesitar algo más para sobrevivir a esto —me cogió de la mano sin previo aviso y me condujo a través de la multitud hasta llegar a la mesa de bebidas. Todo el mundo charlaba de forma animada y bebía, esperando que la directora diese el discurso de bienvenida. Alaia nos sirvió un par de copas y me entregó una—. Un poco de ginebra no va a venirnos mal.

—¿Has hablado con alguien más?

—No —respondió tajante—. Las opciones no eran muchas. O los que me ignoraban como la mierda o los que no me dejaban tranquila. ¿Cuáles prefieres?

—A ninguno.

—Me lo suponía.

—¿Por eso dudaste en venir?

—Claro —volvió a responder de forma tajante—. Pero al final comprendí que hacía tiempo que me había convertido en la mujer fuerte y segura que soy ahora. No iba a dejar que esto fuese un problema para mí.

—En mi caso no fue tan fácil —admití yo—. Pero llegué a la misma conclusión.

—También entendí, y ahora confirmo, que aunque para nosotros fuese algo traumático, para estos imbéciles sólo fue un pasatiempo temporal. Ni siquiera se acuerdan de nosotros.

—La gente cambia, supongo.

—Podrían cambiar antes —dijo ella antes de dar un sorbo a su ginebra con limón—. Al sistema educativo tampoco le vendría algún cambio. Por eso me hice profesora.

—¿Ya no sigues con la música? —quise saber, curioso—. Recuerdo que cantabas muy bien.

—Por mi cuenta. No hago nada profesional, si es lo que preguntas.

—¿Y nunca has pensado dar el paso?

—La verdad es que no —respondió decidida—. Es un buen entretenimiento, pero nada mas.

Alaia dio un sorbo a su copa de ginebra limón y comenzó a analizar de forma despreocupada los pinchos, snacks, tapas y diferentes pequeños platos que estaban expuestos sobre las mesas. Cogió una tapa con muy buena pinta, una croqueta de queso de cabra colocada sobre una fina rebanada de pan integral y pequeños trozos de jamón ibérico por encima. Yo me uní a su idea y saboree el delicioso pincho.

Mientras Alaia seguía escrutinando todas las mesas en busca de su siguiente bocado, mi mente no pudo evitar volver a preguntarse una cuestión que hacía mucho que había enterrado en mi subconsciente. Habían pasado mucho años y no estaba seguro de si debía externalizarlo, ni siquiera podía intuir si a Alaia le incomodaría la pregunta.

—Por cierto, Alaia... —comencé con miedo, sin realmente saber si quería escuchar la respuesta, pero siendo plenamente consciente de que si no lo preguntaba me arrepentiría.

—¿Sí?

—¿Por qué te fuiste sin avisar? —le pregunté yo, al fin. Después de tantos años necesitaba aclarar esa duda.

—Samu, yo... —esa había sido de las pocas veces en las que veía a Alaia con problemas para elegir sus palabras. Durante los años que había estado con ella cuando éramos pequeños, había sido una persona decidida y sin pelos en la lengua, pero aquella vez se encontraba cohibida, avergonzada incluso—. No lo sabía. Mis padres me lo dijeron de un día para otro y no pude hacer nada. Quise avisarte. Ponerme en contacto contigo. Pero después de saber todo lo que había sufrido en este instituto no quisieron que tuviese contacto con nada relacionado. Lo siento muchísimo...

Me quedé mirándola durante unos segundos, viendo como sus ojos relucían por las lagrimas acumuladas. Alaia levantó la mirada y pude ver cómo la vergüenza y la culpa recorrían aún su rostro. No pude hacer otra cosa que abrazarla.

Nos fundimos un abrazo que duró segundos, minutos o incluso horas, no habría sabido calcular el tiempo. Pero fue un abrazo que sanó una pequeña herida que siempre había estado en mi corazón, por muy lejana y olvidada que hubiese sido.

—Alaia —dije al fin. Sabía que ella amaba la música tanto como yo y estaba deseando ver lo que conseguía si verdaderamente explotaba su potencial. Además, esto sería una excusa perfecta para retomar la amistad tan bonita que una vez tuvimos.—. Tengo un grupo de música, los Venice Souls, deberías pasarte algún día por el piso y escucharnos tocar.

—Samu... me encantaría —sacó su teléfono y me lo entregó para que le diese mi número—. ¿Ese que viene por ahí no es el que te volvía loquito?

Me volvió a dar un vuelco al corazón cuando al girarme vi a Adrián acercándose a la mesa de copas. Alaia posó su mano sobre mi hombro, me sonrió y se dio media vuelta para dirigirse a la pista de baile. No sabía en qué momento se había vuelto tan extrovertida, pero desde luego, la nueva Alaia me había sorprendido gratamente.

Adrián llegó a la mesa y comenzó a servirse una copa mientras yo miraba nervioso a la multitud que bailaba en el centro de la sala.

—Oye, me suenas de algo, ¿no? —me preguntó Adrián con sorpresa—. ¿No estábamos juntos en clase de Naturales?

—Ehhh... Sí... —apenas titubeé. Joder, cuando íbamos al instituto era horriblemente guapo, pero en ese momento sentí que un ángel había descendido del cielo única y exclusivamente para hablar conmigo. Llevaba el pelo castaño perfectamente peinado, rapado por detrás y un poco más largo por arriba, lo suficiente para darle un volumen en el que me hubiese encantado sumergir mi mano para perderme entre sus mechones. Sus ojos de color caoba no se quedaban atrás. A la mierda los ojos azules como el mar, esos ojos marrones podrían haberme tenido suspirando durante horas, embobado en sus remolinos del color de la madera, y no hubiese sido capaz de articular una sola queja—. Soy Samuel, pero todos mis amigos me llaman Samu.

—Encantado, Samuel —me tendió la mano y por un momento dudé de si debía agarrársela o no. Si me había puesto así solo con mirarle no estaba seguro de cómo reaccionaría al tocarlo. Intenté recuperar la compostura tan rápido como pude y le ofrecí mi mano derecha—. Yo soy Adrián.

—Si, lo sé —mierda, ya la había cagado. Esbocé una sonrisa forzaba para intentar restarle peso al asunto—. Quiero decir, me acuerdo de cuando íbamos a clase juntos, me quería sonar que te llamabas Adrián, pero no estaba seguro.

—Pues si que tienes buena memoria —se llevó la copa de Champagne a los labios y mi cuerpo volvió a reaccionar por puro instinto, era como si fuese un adolescente en pleno revuelo hormonal. Sus gruesos labios tocaron con delicadeza la copa y el tiempo pareció detenerse. La prominente nuez que le sobresalía en el cuello se movió al compás mientras tragaba y me entró tanta sed que tuve que beberme mi copa de un trago—. Puedes llamarme Adri, por cierto —estaba bebiendo tan deprisa cuando me lo dijo que me atraganté y me puse a toser como un condenado.

—¿Estás bien? —me preguntó el, medio riéndose—. Menudo trago has dado.

—Sí. Sí —conseguí decir mientras tosía—. No es nada, sólo se me ha ido por el otro lado.

—¿No hay ningún amigo tuyo por aquí? —me preguntó de pronto.

—Eh... Bueno... —comencé titubeando—. Se podría decir que no tenía muchos amigos en el instituto. No sé si te acordarás, pero no caía muy bien a la gente —me reí ligeramente para restarle peso al asunto.

—Lo siento, yo... —ahora era él el que titubeaba—. No me acuerdo muy bien. La verdad que en aquella época estaba muy ausente y la mayor parte del tiempo no era consciente de lo que sucedía a mi alrededor.

—No pasa nada. Era una tontería —le aclaré yo—. ¿Por qué estabas asunte? Quiero decir, en aquella época. Si no es entrometerse mucho... Sólo si te apetece hablarlo.

—Problemas familiares. Lo típico —no quiso ahondar más en el tema—. Ven, si quieres te presento a mis amigos. Hacía mucho que no los veía, pero son muy buena gente. Raúl te va a caer genial.

Me entregó otra copa de ginebra limón que había estado preparando mientras hablábamos y le seguí hasta donde se encontraban sus amigos. Antes de que pudiésemos llegar, la actual directora del Instituto de San Isidro golpeó varias veces el micrófono que sujetaba en la mano derecha y nos interrumpió. Mientras hablaba yo no pude evitar mirar disimuladamente, o descaradamente, no habría sabido decirlo, a Adrián. No me enteré de absolutamente nada de su discurso, me recorrí varias veces la perfecta cara de Adrián, desde sus labios gruesos, pasando por su perfilada nariz, hasta sus hipnotizantes ojos caoba.

Cuando terminó, Adrián me miró entornando los ojos, símbolo de que la charla de la directora había sido de lo más aburrida. Seguimos nuestro camino y, al final, acabé conociendo a Alejandra, Julia y Andrés. Yo, por su puesto, ya conocía a los tres, al menos me acordaba de ellos. Por suerte, ninguno de ellos había sido participe del bullying que nos hacían a Alaia y a mí, aunque tampoco había llegado a hablar nunca con ellos.

Resultó que todos eran muy agradables, y por alguna razón, Adrián estaba muy atento de mí, de que no me encontrase incómodo y de que me sintiese integrado en todo momento.

El pequeño catering inicial y el discurso de la directora fueron seguidos de una gran cena en la que no habían escatimado en gastos. Adrián, después de haberle presentado a Alaia, nos ofreció sentarnos con el y con sus amigos, y pasamos toda la cena charlando y hablando de nuestras vidas.

Cuando la cena terminó, Alaia anunció que se estaba haciendo tarde y se despidió de nosotros, no sin antes asegurarme que me hablaría para quedar otro día. Desalojamos el comedor y nos condujeron hasta una enorme carpa que habían preparado a modo de discoteca improvisada, con música a tope, luces de neón, guirnaldas y una barra libre.

Todos los antiguos amigos de Adrián estaban presentes en aquella fiesta pero, por alguna razón, el decidió quedarse conmigo. Bailamos y bailamos. Mejor dicho, bailé y bailé. Hice el tonto durante toda la noche, inventándome cada paso de baile mientras Adrián movía ligeramente su cuerpo, sujetando su copa de ginebra-limón con una mano y con la otra metida en el bolsillo de su pantalón de traje.

Ya se estaba haciendo tarde, pronto quitarían la música y apagarían las luces cuando, de pronto, sonó una de mis canciones favoritas.

—¡Dios! ¡Dios! —grité tanto que mi voz resonó casi más alto que la música—. ¡Esta canción me encanta!

Sin pensármelo dos veces y, probablemente, impulsado por el alcohol que recorría mi organismo en ese momento, cogí a Adrián de la mano y le llevé hasta el centro de la pista mientras sonaba Enchanted de Taylor Swift.

—Samuel, no se bailar una canción con ritmo... ¿crees que voy a saber bailar esto? —me preguntó Adrián mirando hacía los lados.

—¡Adrián! —chillé yo—. ¡Es Taylor Swift! Cualquier canción de Taylor se pude bailar. Tú solo siéntelo —le dije mientras cerraba los ojos y vivía cada acorde y cada palabra de la canción—. Your eyes whispered, "Have we met? 'Cross the room your silhouette, starts to make its way to me —canté casi en un susurro, aún con los ojos cerrados.

En ese momento no podía pensar en nada más que en Adrián. En ese chico que una vez había sido mi amor de instituto. Ese chico que me había hecho temblar cada vez que lo veía por los pasillos. Ese chico guapo e inteligente que se despeinaba el pelo con la mano y que, de alguna forma, había hecho durante mucho tiempo que eso fuese todo mi mundo.

Hacía años que Adrián no había rondado mi cabeza. Siempre pensé que aquello había sido un amor infantil. Un encaprichamiento de instituto. Pero allí estaba de nuevo, sin poder pensar nada más que en él. ¿Qué me estaba pasando?

—This night is sparkling, don't you let it go. I'm wonderstruck, blushing all the way home. I'll spend forever wondering if you knew...I was enchanted to meet you —mientras cantaba (o mejor dicho, chillaba) el estribillo a pleno pulmón, abrí los ojos y vi a Adrián mirándome fijamente. Sus movimientos corporales, que antes habían sido torpes e incomodos bajo las miradas de la gente viéndolo bailar, habían comenzado a ser más libres, ligeros y despreocupados. Sus ojos brillaban bajo las luces de neón y, sólo con su mirada, hacía que una chispa se encendiese en mi interior.

¿Que me estaba pasando? Tenía que pararlo. No podía ponerme así por un hombre que acababa de conocer. O con el que me acababa de reencontrar. Pero tampoco lo conocía. Había pasado muchísimo tiempo. Ese Adrián no era el que una vez conocí. Ese Adrián había crecido. Había madurado. Había vivido un sin fin de experiencias. Ese Adrián... se había casado.

—The lingering question kept me up, 2 AM, who do you love? —volví a cantar, casi en un susurro mientras Adrián continuaba mirándome. ¿Qué estaría pensando? La canción llegaba su fin. Las luces de neón comenzaban a apagarse lentamente, mientras las luces blancas de la sala las iban sustituyendo, señal de que la fiesta terminaba.

—Please don't be in love with someone else. Please don't have somebody waiting on you... —los preciosos acordes cesaron y Adrián y yo nos quedamos mirándonos fijamente, a una distancia prudente el uno del otro, sin saber muy bien que hacer.

—Ha sido una canción preciosa —me dijo Adrián tras unos breves segundos. Las luces de neón habían desaparecido pero aún había un brillo en sus ojos. ¿Qué era eso?—. Tendré que pedirte que me recomiendes más canciones de Taylor.

La gente comenzó a salir de la gran carpa que habían montado para la fiesta. Algunos seguían igual de perfectos y maquillados que al entrar, mientras que a otros el alcohol les había pasado factura y estaban en condiciones poco aceptables.

Cuando por fin salimos al frío de la noche madrileña encontramos a los amigos de Adrián y nos despedimos de ellos. Todos se prometieron los unos a los otros que quedarían más a menudo y que no podían permitir que pasara tanto tiempo entre las veces que se veían.

Todos sus amigos se marcharon y nos quedamos solos los tres. Adrián, yo y la pregunta que llevaba martilleándome en la parte trasera de mi cabeza durante gran parte de la noche.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —me sorprendí a mí mismo al exteriorizar aquello que había estado rondándome por la cabeza.

—Sí. Claro.

—¿Por qué has estado conmigo toda la noche? Quiero decir... Todos tus amigos estaban aquí y a mí a penas me conoces.

—No lo sé —admitió él. De algún modo no pude evitar sentirme decepcionado, aunque ¿que esperaba? ¿Qué de pronto me declarase su amor? Desde luego que no. Y tampoco era eso lo que yo quería. Tenía a Gabriel. Pude que no estuviésemos en nuestra mejor época, pero a pesar de los problemas y de las discusiones yo lo amaba. Aquello tan sólo había sido un estúpido reencuentro que me había revuelto antiguos sentimientos que jamás pudieron salir a la luz. Una tontería—. Me siento muy a gusto contigo. No se expresarlo, pero es así. Me lo he pasado muy bien esta noche. Gracias, Samuel.

—Yo... —. no supe que decir—. De nada, Adrián.

—Ya te he dicho que puedes llamarme Adri —se rió.

—Y tu a mi Samu —me reí.

—Pues gracias Samu.

—Gracias Adri.

Los dos nos reímos como tontos, como si no fuésemos dos adultos de veintisiete años. Aunque, ¿quien dice lo que podemos o no hacer sólo por ser adultos?

—Dame tu móvil —le dije a Adrián extendiendo mi mano hacia él.

—No irás a robármelo, ¿no? —miró hacía los lados fingiendo preocupación—. No me habías parecido esa clase de persona, pero hay gente muy rara en este mundo.

—Ahora mismo no hay nada de lo que tenga mas ganas que vender un móvil en Wallapop —me reí aún con la mano extendida. Se sacó el móvil del bolsillo y lo dejó sobre mi mano abierta. Escribí algo rápido y se lo devolví—. Por si algún día te apetece charlar o tomar algo.

Miró la pantalla del móvil y puso cara de sorpresa al ver la agenda de contactos abierta.

—Samu emoji de una persona tosiendo —dijo riéndose—. Muy original por tu parte.

—Soy músico, la originalidad es parte de mí, ¿que le voy a hacer?

—Podrías empezar por no estar a punto de morir por culpa de una copa de Champagne, por ejemplo —alzó el brazo y el Smart Watch que llevaba atado en la muñeca se iluminó—. Tengo que irme ya.

—Yo también debería irme, se está haciendo tarde.

—Adiós, Samu —me dijo sonriendo, dejando al descubierto sus perfectos dientes blancos—. Ya nos veremos.

—Adiós, Adri —le sonreí de vuelta y vi cómo se alejaba calle abajo.

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