Manual de lo prohibido | Chae...

By sooyaverse

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𝗖𝗦» ¿Algunas vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista de "no toques ni codici... More

Prólogo
↳ Capítulo 1.
↳ Capítulo 2.
↳ Capítulo 3.
↳ Capítulo 4.
↳ Capítulo 5.
↳ Capítulo 6.
↳ Capítulo 7.
↳ Capítulo 8.
↳ Capítulo 9.
↳ Capítulo 10.
↳ Capítulo 11.
↳ Capítulo 12.
↳ Capítulo 13.
↳ Capítulo 14.
↳ Capítulo 16.
↳ Capítulo 17.
↳ Capítulo 18.
↳ Capítulo 19.
↳ Capítulo 20.
↳ Capítulo 21.
↳ Capítulo 22.
↳ Capítulo 23.
↳ Capítulo 24.
↳ Capítulo 25.
↳ Capítulo 26.
↳ Capítulo 27.
↳ Capítulo 28.
↳ Capítulo 29.
↳ Capítulo 30.
↳ Capítulo 31.
↳ Capítulo 32.
↳ Capítulo 33.
↳ Capítulo 34.
↳ Capítulo 35.
↳ Epílogo.

↳ Capítulo 15.

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By sooyaverse

Dejé salir un leve gemido.

—No te preocupes, Jisoo—, me dijo. —Demuestra que eres madura, que sabes cómo sobrellevar esto, a lo mejor yo me equivoco y no es más que un amor pasajero, ya sabes, esos de "verano"—, volvió a hacer las comillas. —Aunque en vez de verano, sería invierno—, dijo y rió por lo bajo, festejando su pequeña broma.

—Pues, ojalá te equivoques—, musité.

Volvió a reír.

—Jisoo, yo no voy a decirte qué es lo que tú sientes, ¿la amas? Eso sólo puedes contestártelo tú misma—, me aconsejó.

—Gracias.

La tarde se había pasado volando, y desde que había vuelto al apartamento después de tomar el café con Irene, me quedé tirada sobre el sofá mirando el techo de la sala.

¿Yo la amaba? ¿Cómo puede ser posible que ames a una persona en... un mes?

Había pasado un mes, o apenas iba a pasar, la cuenta exacta de los días no la llevaba, pero, yo no era de las personas que amaban en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo debía admitir que Rosé se había ganado mi confianza, cariño y ternura en menos de una semana. Ella era tan... especial. Como un diamante en bruto dentro de una mina, que aunque no le diera la luz del sol, brillaba con un resplandor abrumador.

¿Jennie se daría cuenta de ello? ¿Se percataría acaso de lo que tiene realmente a su lado?

Me dolió el corazón cuando palpitó, no debería estar pensando aquello.

Contemplé el techo por un rato más, especulando y hundiéndome en mis pensamientos, que iban de los más coherentes y razonables, hasta los más oscuros e ilógicos. Hasta que el timbre sonó, y todas las reflexiones se vinieron abajo cuando el corazón comenzó a latirme de una manera tan descompasada al saber quién esperaba del otro lado. Y el placer de aquel latido era tan intenso que... resultaba doloroso.

Entonces comprendí que la amaba. Y si no, terminaría haciéndolo tarde o temprano; pero estaba casi convencida de que lo que yo sentía iba más allá del simple querer, esto me lastimaba bastante pero... me gustaba.

Fue cuando el timbre sonó de nuevo, insistente junto a unos golpes en la puerta, cuando recordé que Rosé estaba detrás de la puerta. Y enseguida me levanté para abrirle.

Pasar el tiempo con ella era como no tener conciencia de la hora, no pensar ni preocuparse de nada, sentirte segura y estar siempre riendo, aunque sabía que estaba mal. Pero cuando la miré a mi lado, en el sofá, moviendo sus rosados labios al hablar con ese entusiasmo y encanto en ella, para luego reír con una melodía distinta en cada risa, mostrándome sus perlas blancas y gemelas, todas iguales de bellas; me hacía volar y tocar el cielo sin siquiera despegar los pies del suelo.

Pero entonces mi tiempo se reducía a nada cuando Jennie llegaba y no me quedaba más que sonreír y caminaba hasta mi habitación y daba las buenas noches antes de desaparecer por la puerta y suspirar luego detrás de ella.

Me aventé sobre la cama, como siempre lo hacía, mirando el techo que ya conocía bastante bien y especulando como lo hacía en la sala. Me resultaba irónico que los demás eran quienes hacían que me diera cuenta de mis propios sentimientos, que si estaba enamorada de ella, que si estaba celosa, que si la amaba.

¿Es que yo en verdad era tan torpe y terca?

Pero más que mis problemas emocionales de los que no lograba percatarme, había otro grandísimo problema que tomar en cuenta.

Jennie.

Yo podría herirla más de lo que me estaba hiriendo yo sola ahora, ella era tan frágil y yo me había convertido en la bruja de su cuento de hadas; al menos así me sentía.

El día siguiente fue bastante raro, porque tenía una extraña necesidad de estar con ella. Deseaba que la noche llegara sólo para poder verla, mi alma lo ansiaba. Decidí distraerme con cualquier otra cosa, ya que esto no ayudaba mucho a mi plan de ignorar a Rosé cuando ayer mismo no me atreví siquiera a sostenerle la mirada por más de diez segundos.

Esto no estaba funcionando.

Me asomé a la ventana y observé los carros pasar por la angosta calle, en el camino de faroles que esperaban encenderse en cualquier momento. Fui hasta mi habitación por mi cámara y volví a la ventana para capturar la escena que me había gustado, saqué sólo un par de fotografías para cuando el timbre sonó.

Miré extrañada el reloj, que marcaba las seis con quince de la tarde, ¿quién podría ser a esta hora?

Fui a abrir sin dejar la cámara y me sorprendió lo que vi.

Era Rosé quien me sonreía con lucidez y provocando que los latidos de mi corazón golpearan con ímpetu contra mí pecho. Su presencia me hizo mirar de nuevo el reloj, ¿no era muy temprano para que ella estuviera allí? A lo mejor era una ilusión de mi mente y me la estaba imaginando parada allí, lucía tan radiante pero... siempre lucía así.

—¿Qué haces tan temprano aquí?—, pregunté, dejándola pasar.

—Bueno, vine a invitarte a un lugar—, dijo sin quitar aquella sonrisa encantadora.

—¿A mí? ¿A qué lugar?—, mi corazón se emocionó y no pudo evitar brincar contra mi pecho.

—Es una sorpresa. Vamos—, me tomó de la mano y al instante la piel ardió de un fuego que sólo su tacto ocasionaba.

—Pero...

—Es como una forma de decir "lo siento por el otro día"—, musitó. Me vio la cámara en la otra mano y se apresuró a decir: —Sería un lindo lugar para tomar fotos—. Me animó, sabiendo que no me negaría jamás a una oportunidad para capturar lugares maravillosos con mi cámara; pero más que nada, aceptaría porque sencillamente era Rosé quien me invitaba.

—Está bien, aunque te dije que lo de nuestra pequeña discusión ya estaba perdonado a pesar de que no tenías por qué disculparte—. Admití.

—Ya no digas eso, vamos.

Soltó mi mano para darme oportunidad de tomar una chaqueta y un bolso donde guardar mi cámara y junto a ella, salí del apartamento hasta su ya conocido auto Audi.

—Te va a encantar—, me dijo mientras conducía por las calles de Londres, maniobrando con el volante.

La miré y me sonrió. Suspiré.

—¿Qué?—. Me preguntó visiblemente sonrojada.

No dije nada, saqué mi cámara y le tomé una foto a su perfil, una perfecta pose de modelo de revista, aunque no se esforzara en lo más mínimo para hacerla.

—¡Oye!—, rió cohibida. —Si vas a hacer eso, avísame—, bromeó.

—No hace falta, te des o no cuenta, sales muy bien—, admití con una extraña necesidad de pelear por ella contra... mi mejor amiga.

—Gracias—, bajó la cabeza levemente. La conocía lo suficiente como para saber que lo hacía porque se sonrojaba.

Aquello me encantaba y me fascinaba. Rosé sonrojándose por mí.

Luego de fantasear en mi cabeza por un rato que para mí fue pequeño, sentí que estacionó el auto y miré a través de la ventanilla. No veía nada fuera de lo normal: calles, canales y gente transitando por ellos.

No supe cuándo se bajó pero de pronto su figura ya estaba fuera del auto, al lado de mi puerta para abrirla y ayudarme a bajar.

—Gracias—, le sonreí, pero aún no sabía dónde estaba ni a dónde me llevaría.

Oí cuando cerró la puerta, entre tanto que yo buscaba y rebuscaba algún lugar especial al que pudiera hacer referencia Rosé. Pero no había nada.

—Ven—, me tomó de la mano y me hizo estremecer.

Me guió por todo el largo de la calle, hasta que al doblar la esquina, pude percatarme del ruido y las luces de la feria que se establecía a lado del puerto.

Abrí la boca de asombro, jamás había estado en una feria y mucho menos en una inglesa.

—¿Te gusta?—, me preguntó mirándome atentamente, con esa bonita sonrisa en sus labios.

—Estoy emocionada—, admití a la vez que observaba todos y cada uno de los detalles de aquella feria mientras nos acercabamos a ella.

—Jennie me mencionó que cuando eran pequeñas jugaban a la feria en su cuarto. Ella ya ha venido aquí, pero sé que tú no. Así que, espero que disfrutes esto.

«¡Jennie!»

La mano se me congeló y me obligué a soltar la de Rosé. No debía olvidarme de Jennie.

—Que linda eres, Rosé—, la miré. Sus ojos resplandecían con el montón de lucecitas de colores de los puestos y carpas de la feria.

Me sonrió, desarmándome por completo y casi haciendo estallar a mi corazón.

Nos introdujimos a la feria en donde un montón de niños jalaban de las manos a sus padres para hacerlos caminar más rápido y así alcanzar a subir a los juegos.

—Y... ¿qué quieres hacer primero?—, me preguntó con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Amm... ¿Hay aquí autitos chocadores?

Ella rió y me tomó del brazo para guiarme hasta ellos. Cada una nos subimos en un auto, mientras que perseguíamos a la otra para chocarla, si es que no nos chocaba primero algún otro carrito y las risas no se dejaban de oír. Cuándo bajamos, mis cabellos estaban más despeinados de lo normal, mientras que los de Rosé seguían intactos y perfectamente acomodados en su cabeza, pero traerlo así para ella era una ventaja.

—Eso fue divertido—, dijo. —Ahora, ¿a dónde quieres ir?

—Te toca decidir a ti—, le pegué cariñosamente en el hombro y reí.

Ella rió junto conmigo y luego miró alrededor, al final detuvo su mirada en un punto por arriba de mi cabeza.

—¡Subamos allí!—. Señaló.

Me giré para ver cuál era la atracción que ella decía y mi vista se elevó tan alto que instantáneamente se me produjo una inquietud desagradable en el estómago al contemplar la altura del juego.

—No—. Fue lo primero que salió de mi boca. Una negación rotunda ante la propuesta de Rosé.

—Ay, vamos. No es tan malo— su intentó por animarme resultó todo lo contrario.

—¿Tan?—, dije repitiendo la palabra con sarcasmo. —No, no, no, ni loca me subo a eso— me di la vuelta para intentar escapar.

Pero ella me detuvo tomándome por ambos brazos, de frente.

—Pues llámame loca porque yo sí me subiré. Es sólo una montaña rusa, Jisoo.

—Una montaña rusa del tamaño del Everest—, traté de zafarme de sus manos.

—No seas exagerada—, rió y me tomó con más fuerza para encaminarme hasta el tenebroso juego.

Lo cierto es que le tenía un pavor enorme a las atracciones mecánicas, la adrenalina no era lo que más me caracterizaba y jamás en mis veintitres años había montado uno. Esta vez no tenía que ser la excepción, pero Rosé insistía y así era más difícil hacerle caso a mi razón.

No sé cómo me hizo llegar hasta la fila que esperaba ansiosa por subir y me percaté de ello hasta que los estrepitosos gritos de las personas a bordo me llegaban desde lo alto.

—Estás loca si piensas que me voy a subir a eso—. Farfullé, intentando huir por tercera vez.

—Ya te dije que sí lo estoy y te subirás conmigo—, no sabía por qué la última palabra me había gustado demasiado, pero antes de que lograra salir de entre la gente que hacía fila, Rosé me agarró de la muñeca, me atrajo hacía ella y me abrazó fuertemente, haciendo añicos mi fuerza de voluntad y por supuesto, imposible mi escape.

Me quedé quieta y me le quedé mirando, a esa distancia tan pequeña, su belleza era inconcebible.

—Por favor, súbete conmigo—, pidió con la voz más aterciopelada y dulce que jamás haya oído. —No voy a dejarte ir hasta que me digas que sí.

De pronto olvidé cómo hablar y sólo asentí. Me percaté del latido tan estrepitoso de mi corazón que golpeaba contra mi pecho y también contra el suyo, que estaba pegado al mío, entonces el rubor corrió por mis mejillas ya que ella no me soltaba aunque ya había aceptado.

—Genial—, me sonrió. —Gracias.

«¡Jennie, Jennie, Jennie, Jennie!»

La voz en mi cabeza gritaba aturdida. No debía olvidarme de Jennie. Me obligué a sacar la voz de mi garganta.

—Ya te dije que sí, ya suéltame—, musité ruborizada.

—No, si te suelto tal vez intentes escapar de nuevo; así que hasta que no estemos arriba, difícilmente te creeré—, me apretujó más a su cuerpo, casi no podía respirar, pero tampoco quería hacerlo si eso significaba dejar mi bella prisión.

Me sonrió de lado antes de mirar de nuevo el temible juego y estando allí en sus brazos, su delicioso perfume llegaba con intensidad hasta mis fosas nasales, inundando todo el aire a mí alrededor y produciéndome un confort en el estómago, transportándome a un mágico paraíso.

—¡Genial! Seguimos nosotras—, me dijo mientras me hacía avanzar detrás de las personas que emocionadas montaban los asientos para dos de la montaña rusa.

El estómago se me revolvió.

—Rosé...—, la voz me tembló, insegura.

—Tranquila, si quieres yo te protejo—, me sonrió y sus brazos se tensaron a mi cuerpo.

Me hizo sentar en el cuarto asiento de adelante y ella se sentó a mi lado. Luego sus brazos se volvieron a enrollar en mi cuerpo, ya que me había soltado unos segundos para poder acomodarse en el asiento contínuo.

—No estoy muy segura de...

—Ya estás arriba, así que no hay retorno—, me interrumpió.

Nos hicieron ponernos el tubo de seguridad y el estómago se me encogió de nerviosismo. El tubo metálico no llegaba hasta mí abdomen.

—No hay peligro de que uno se salga, ¿verdad?—, pregunté.

Rosé miró que el tubo no me llegaba y rió.

—No, pero dicen que siempre hay una primera vez—, rió cínica.

—¡¿Qué?!

—Es broma—, se carcajeó. —Tranquila, ¿sí?

Entonces el carrito se empezó a mover por el riel que formaba el camino ilógico de aquella montaña.

Quise correr, sólo tuve las ganas de hacerlo, pero como si Rosé me hubiese adivinado el pensamiento, sus brazos se tensaron con fuerza a mi alrededor.

Me sentí más calmada gracias a su tacto.

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