Donde ni el pecado ni el perd...

By NeaPoulain

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Sus dedos recorren las cicatrices con seguridad, sin dudar ni un momento. Xue Yang sólo considera curiosa aqu... More

Capítulo 1: La esposa del general del norte
Capítulo 2: El esclavo del rey de reyes
Capítulo 3: El marido del príncipe de la montaña
Capítulo 4: La caravana del general del norte
Capítulo 5: Quien te llama Daozhang
Capítulo 6: El general del norte
Capítulo 7: Las palabras de los poetas
Capítulo 8: El príncipe arrodillado
Capítulo 9: La piel de Xiao Xingchen
Capítulo 10: Las manos de Xue Yang
Capítulo 11: La marca de un esclavo
Capítulo 12: El príncipe suplicante
Capítulo 13: Una buena esposa
Capítulo 14: Los ojos del general
Capítulo 16: Tus palabras sobre la arena
Capítulo 17: Las suplicas que no decimos
Capítulo 18: El viento que erosiona la montaña
Capítulo 19: La belleza intrínseca de los poemas
Capítulo 20: Una posada para el rey de reyes
Capítulo 21: La traición de un esclavo
Capítulo 22: Una buena esposa suplica
Capítulo 23: La libertad del silencio
Capítulo 24: La crueldad de la omisión
Capítulo 25: Las cadenas del príncipe de la montaña
Capítulo 26: El látigo del rey de reyes
Capítulo 27: Que se lleve el viento la culpa

Capítulo 15: Tu nombre en las estrellas

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By NeaPoulain

Song Lan dejó los templos para enfrentarse a la guerra. Abandonó el camino de los héroes para entregarse al de los soldados; empuñó su espada en la guerra y sufrió sus horrores. Se esforzó en ascender, rango a rango, porque quería evitar la muerte de otros. Los reyes no lo miran más de dos veces, una vez que se han asegurado de que no lo mueve el poder. Vio la tristeza de la muerte a la cara y pudo volver con vida.

A lo que todavía no puede enfrentarse es a las lágrimas de Xiao Xingchen. Son quedas, silenciosas. Está acostumbrado a llorar sin hacer ruido, como si molestara al mundo con su tristeza.

Cuando llora, Song Lan tan sólo puede atinar a apretarlo contra su pecho y dejar la tormenta pasar.

La rabia viene después, cuando se reconoce incapaz de hacerle frente al mapa del llanto de Xiao Xingchen. Esta vez, tiene un nombre: Xue Yang.

***

Tiene razón.

Quisiera humillarlo, tenerlo a sus pies, replicar todo aquello que él hace con Xiao Xingchen. La imagen de Xingchen con las manos y los pies atados al dosel de una cama, completamente desnudo, con tan solo una venda sobre sus ojos lo aterra y lo persigue. Le tiene miedo porque se da cuenta de que aquella fragilidad que le había impuesto a Xiao Xingchen entre las sábanas, aquella contraposición con el Xiao Xingchen que empuña la espada y sueña con ser como los héroes de antaño, Daozhang Xiao, que había imaginado. La ternura de su roce, la voz con la que pronuncia su nombre. «Zichen...». La manera en que tiemblan sus labios al pronunciarlo.

Formó una imagen en su cabeza que no coincide con aquel Xiao Xingchen que le suplica que no se detenga, que pone la mano sobre su cabello.

El Xiao Xingchen que, entre gemido y gemido, jura que será una buena esposa.

Pero Song Lan aún se siente obligado a tratarlo con ternura. Ajustar los nudos, entregar una caricia. Posar sus labios con delicadeza sobre los de Xingchen mientras tapa sus ojos con una mano.

Con Xue Yang es diferente.

A él quiere destrozarlo.

***

Xiao Xingchen tarda días en acorralarlo; cuando lo hace, elige su lecho, las sábanas, una fortaleza de tela, el momento en que lo tiene en la palma de su mano.

―Te dejaré hacer lo que quieras ―musita― si me cuentas si sueñas con Xue Yang.

―... ¿Qué?

―He visto tu mirada. Él lo dijo, pero tardé en creerlo. Desde aquella noche... He visto que lo miras, Zichen. Cuéntame qué buscas. Dímelo al oído, con tu mano en mi cuello, ahogando mi voz contra la almohada. ―Xiao Xingchen sonríe y la curvatura de sus labios tan solo revela inocencia―. Seré la mejor esposa, Zichen. Cuéntame lo que sueñas con hacerle a Xue Yang y... después... ―se detiene y Song Lan descubre un rubor apenas perceptible en sus mejillas―. No te detengas, Zichen, no te atrevas a detenerte hasta que no pueda más.

―¿No me dejarás ver tu rostro?

Él siempre quiere verlo. Pone su mano sobre mi nuca, al final. Cuando suplico, cuando él intentó tantas veces dejarme a la orilla del precipicio. Déjame esconderlo, una vez ―musita Xiao Xingchen―. Cuéntame, y déjame esconderlo. Quiero saber qué se siente.

Hay una pausa.

―A Xue Yang le gusta mi desesperación cuando mantiene el placer alejado de mí, Zichen; tú puedes quedarte la que nace de ahogarse en él ―sigue Xiao Xingchen―, pero debes contármelo.

»Si confiesas, te entregaré mi alma, Zichen.

Y él, como cuando estaba en el templo Baixue, antes de alejarse de los sacerdotes y de convertirse en soldado para empezar a escalar en los rangos, como cuando se arrodillaba, cerraba los ojos e iba confesando, poco a poco, sus pecados, para obtener el perdón, la penitencia, le concede a Xiao Xingchen esa confesión.

La mano en su nuca, presionando su rostro escondido contra el lecho. No puede adivinar su expresión cuando sus labios se detienen cerca de su oído.

Las palabras salen sin dificultad.

Le entrega sus deseos y, a cambio, Xiao Xingchen rinde su placer.

***

A Song Lan le toma una noche entender que existen las lágrimas que vienen del placer; cuenta en su mente cuantos «por favor» Xiao Xingchen es capaz de hilar mientras sus manos se aferran a la cabecera del lecho, cuánto es capaz de suplicar.

Y, al final, cuando está acurrucado en su pecho, con el peinado deshecho, el cabello enmarcándole la cara, la manera en que sus ojos lo buscan.

―Me alegra, en cierto modo, que todo haya terminado así ―murmura, tocando la mejilla de Song Lan―; no juzgaré tus deseos, Zichen. No cuando... Ah. ¿Acaso puedo ser un héroe, cuando en mis sueños tú y Xue Yang recorren mi piel hasta que no puedo más que suplicar desesperadamente? Acaso puedo...

Song Lan lo abraza fuertemente, apretándolo contra sí.

―Mientras blandas la espada, serás un héroe. Mientras mires a la gente común con amabilidad en los ojos, serás un héroe. Mientras luches contra la injusticia allí a donde vayas, serás un héroe.

»Yo sólo puedo aspirar a hacer a mi esposa tan feliz como desee, Xingchen.

»¿Acaso no hice las tres reverencias, ante los antepasados, ante Baoshan-sanren, ante mi esposa? En los buenos y en los malos tiempos, Xingchen, no lo olvides nunca, perseguiré tu felicidad como si fuera la mía.

Xiao Xingchen esconde la cara en su pecho.

―¿Qué hizo, entonces, un general cómo tú para merecer a una esposa como yo?

Song Lan sonríe levemente, dejando ver aquel lado gentil y amable que esconde ante el regimiento y ante los reyes del desierto.

―Todos los días me lo pregunto. Y sin embargo, Xingchen, creo que, en lo más alto de las estrellas, así como dispusieron los dioses del desierto, estábamos destinados.

Hay una pausa.

―¿Y Xue Yang, Zichen?

―Antes... no sé. Antes... ―Song Lan sacude la cabeza―. No lo sé. Quizá allí, en las estrellas, se escondía su nombre, entre el tuyo y el mío, antes de que lo supiéramos.

Y así admite que lo mira y busca sus ojos, esperando, quizá fútilmente, que también lo reconozcan.

***

Song Lan se marcha en una expedición al norte. Xiao Xingchen se ofrece a ir con él, pero lo rechaza. No es necesario. La fortaleza necesita a alguien que se quede. El desierto se alza en riñas tumultuosas de nuevo que lo único que dejan a su paso es madres que caminan entre las dunas día y noche con sus hijos de la mano en busca del primer oasis o refugio que encuentren. Algunas se las arreglan para llegar hasta los pies de la fortaleza, ataviadas con ropa desgarrada, las lágrimas secas en las mejillas y la piel quemada por el sol inclemente. Alguien debe quedarse, decide Song Lan. Alguien con rostro amable, que les extendiera una mano, una sonrisa.

Xiao Xingchen se queda atrás.

Song Lan pasa dos soles y tres lunas en Yiling, entre los restos abandonados de la ciudad, vigilando que los bandidos no se acerquen demasiado. Ordena a sus soldados capturarlos vivos. Todos mueren, sin excepción.

A su regreso, escucha el tumulto de las puertas.

―¡El general ha vuelto!

Imagina a los soldados, que se forman en orden. A Xiao Xingchen que corre, con el hanfu blanco ondeando tras de sí.

A sus ojos que lo reciben. Xiao Xingchen se inclina ante él, con una sonrisa que se esconde en sus labios.

―Estábamos esperándote, mi general.

Y a la inclinación que le dedica siempre, como agradecimiento. Los rituales de su matrimonio en público. La vida que esconden. El modo en el que Song Lan comprende los sentimientos que tiene metidos entre la piel cuando busca con los ojos a Xue Yang y su corazón arde de no encontrarlo.

La manera en que, más tarde, Xiao Xingchen lo lleva hasta el patio donde Xue Yang pasa sus días cuando no tiene nada que hacer. Lo encuentran recargado contra uno de los pilares de la baranda, acomodado en la sombra.

―General. Daozhang. ―Su sonrisa a medias nunca augura nada bueno. Es la sonrisa de alguien que tiene todo lo que quiere en la palma de sus manos, pero sigue buscando cada vez más.

―Podrías haber venido ―dice Song Lan.

―¿Esperaba acaso encontrarme en la comitiva, Song Zichen?

―Fuiste buscado, Xue Yang.

La admisión escondida.

―Entonces, general, quizá debió de habérmelo pedido. ―Xue Yang se pone en pie y se aproxima hasta él―. U ordenado, quizá. Que mi única opción fuera enfrentarme al castigo por la desobediencia, Song Zichen.

―Aquí no eres un esclavo.

Xiao Xingchen se queda detrás, observa Song Lan, observa a Xue Yang, los mira, la curiosidad escondida en sus ojos. Se guarda sus pensamientos.

―¿Y si le pido que no me deje otra opción, general? ―Xue Yang se estira, intentando alcanzar la altura de Song Lan, sin lograrlo―. ¿Entonces cumpliría mis deseos? Lo dejaré hacer lo que sea. Lo que le hago a Xingchen. Lo dejaré marcar mi cuerpo, atar mis extremidades, jalar mi cabello, lo dejaré ponerme de rodillas, dejarme sin voluntad. Ah, general, todo lo que pueda desear y más. Sólo tiene que pedirlo.

Xue Yang da un paso hacia atrás y extiende los brazos, ofreciéndole las muñecas, de la misma manera en que enseñan a los prisioneros a presentarlas para cubrirlas de cuerda o fijar sus grilletes.

―Se lo estoy pidiendo, general. ¿Acaso no sabe reconocer una súplica cuando la ve?

Song Lan esboza una sonrisa tenue.

―Tienes una curiosa manera de suplicar, Xue Yang.

Song Lan empieza a comprender que Xue Yang no es de los que esconde los ojos y dice «por favor» con los labios temblorosos. ¿Qué será necesario para destruirlo, para hacerlo suplicar desesperado? Para obtener de sus labios una letanía de «por favor», y de sus mejillas el rubor avergonzado más tenue.

Y Xue Yang se deja de caer de rodillas; Song Lan sólo nota la manera en la aprieta los dientes para amortiguar el golpe, acostumbrado al dolor de aquella caída, aquella posición. Aún le ofrece los brazos.

Pero Xue Yang no se parece a Xiao Xingchen. No baja la mirada ni busca esconderla avergonzado. Alza su rostro y mira desafiante a Song Lan.

―Haga conmigo lo que quiera, general.

Sé desobedecer, dicen sus ojos.


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