Capítulo 26: El látigo del rey de reyes

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Xue Yang no suplica misericordia por Xiao Xingchen, sus suplicas no le pertenecen. Le concede una noche a cambio del látigo que silba en el aire y golpea su piel, bajo la atenta mirada de Jin Guangyao y su sonrisa satisfecha. Un esclavo que pide el castigo por sus rebeliones es un buen esclavo, después de todo. «Podremos entendernos, Chengmei», prometió Jin Guangyao, en algún punto, y cumplió. Xue Yang entendió lo que movía su corazón, sus tribulaciones, sus deseos, entendió qué decir y qué callar, que podía pedir, que podía intercambiar, cuál era el precio de sus libertades fingidas, de la comprensión. La noche de otro a cambio de su penitencia.

Aprieta los labios cuando el látigo besa su piel, sin querer entregarle sus gritos. Pero Xue Yang entiende.

—Estaremos aquí hasta que la fortaleza te oiga.

Podría no resistirse y dejar que el dolor se desparrame desde su garganta, pero no ha entregado aún su silencio; es lo último que le queda. Aprieta los labios y el verdugo sigue blandiendo el látigo que silba en el aire su canción y Xue Yang no grita durante mucho rato.

***

No lo encierran porque Jin Guangyao tiene planes. Lo venda el mismo, poniendo apenas el ungüento suficiente sobre su espalda para que no se desmaye de dolor. Xue Yang lo escucha hablar.

—Un príncipe... Será difícil, por supuesto, pero será tu deber. Cree estar preparado, pero tú y yo sabemos que nadie lo está. ¿Recuerdas cuando te marqué, Chengmei?

No responde. El dolor es agonizante, la sangre corre por su espalda. Sin embargo, Xue Yang prevalece en el silencio. Aquel tanto es suyo.

—En tus ojos vi el desafío. Ya te habían marcado, habías tenido amos mucho más crueles que yo. ¿Acaso los Wen te curaron ellos mismos las heridas, Chengmei?

No. Los Wen lo dejaban pudrirse en el calabozo, desmayarse de dolor. Recuerda las horquillas debajo de sus uñas, el sonido del látigo, las cadenas que usaron para colgarlo de los techos, las piedras que ataron a sus pies, la vara en sus manos. Los Wen le enseñaron el lenguaje del dolor y Xue Yang lo volvió su supervivencia. El dolor significaba estar vivo. Mientras esperasen que lo sintiera, habría vivido para ver un día más.

—Vi el desafío en tus ojos, Chengmei. No podría ser peor que la primera vez. Después de todo, habías olido ya la carne quemada que dejó el sol que destrocé en tu hombro. Pero ningún esclavo está listo. Tú no lo estuviste, tu príncipe no lo estará. —No puede ver el rostro de Jin Guangyao, pero por sus pausas y su manera de arrastrar las palabras entiende los gestos. Xue Yang no reacciona ante ellos: los amos siempre serán los amos—. Sostendrás su cuello, Chengmei, lo mantendrás de rodillas. Será su castigo, por no aceptar tu salvación. Y después, con la peonia marcada al hombro, será tuyo. Sus errores serán los tuyos. Más vale que hagas de él un esclavo, Chengmei. No querrás ver la delicada piel de su alteza bajo el látigo de mis verdugos.

***

Xue Yang considera la rebelión fútil y dolorosa. Jin Guangyao siempre agradeció aquello, pues consideró que los antiguos amos de Xue Yang habían hecho la mitad del trabajo. En realidad, los Wen no le imprimieron aquella lección en la piel. Es cierto que en Ciudad Sin Noche aprendió las formas que puede tomar el dolor y vio por primera vez a alguien suplicar por su muerte como vía de escape, pero que la rebelión era fútil se lo enseñaron los esclavistas.

Nadie intentó ayudarlo. Vieron los grilletes en sus muñecas de niño y miraron. La gente siguió caminando y quizá alguno de los transeúntes le dedicó un pensamiento lastimero, pero nadie se detuvo. Un niño esclavo era una imagen tan normal como cualquier otra.

Donde ni el pecado ni el perdón nos alcance [SongXueXiao]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora