En la Trampa del Lobo (Comple...

By AlysaKai

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Breen Madrigal es una abogada Junior a la que de repente su jefe le asigna el caso de una fusión empresarial... More

Disparador
Sinopsis
Moodboards
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Epílogo

Capítulo 32

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By AlysaKai

Luego de un domingo de fitness Breen llegó a la empresa con algo de dolor corporal y a su vez llena de energía. Abordó su trabajo con buen ánimo, e incluso Mauro pasó por su oficina a dejarle una taza de café. Tiempo después, cerca del horario de almuerzo, Breen dejó estar los papeles.

En su opinión ya era suficiente de trabajo, pues no olvidaba el pacto con Jorge Olbert. Debía destacar, pero no al punto de que la fusión Hades & Olbert fuera un hecho antes de la boda de Lobo y Lina; aun cuando ella no tuviera claro sí deseaba que dicha unión se consumara o no. Lo cierto era que ya estaban en ese camino: a los novios le sonaban cerca las campanas nupciales y ella ganaría un ascenso.

Por ende, Breen quería convencerse de que no hacía nada incorrecto. Sin embargo, por momentos en los que dedicaba muchas cavilaciones al asunto, no lograba estar segura del todo.

— Breen –llamó Mauro apareciendo por el marco de la puerta–, si no vengo no sales de aquí. Vamos a almorzar.

A causa de la agitación de mano por parte del joven, la abogada se puso en pie.

Ellos no solían tomar el almuerzo juntos en la mayoría de las veces, con todo, Mauro parecía siempre interesado en rondarla por un motivo u otro. Aunque no le molestaba su compañía, en realidad, le caía bien ricitos.

Justo con dicho sobrenombre Alberto se dirigió una vez más al rubio para invitarlos a su mesa de almuerzo. Allí estaba la comitiva que casi siempre se reunía a parlotear de mujeres, reuniones, o temas en los que ninguno tenía opiniones similares. Breen se decía que a todos les gustaba discutir de manera amistosa, solo eso. Ni daban la razón, ni probaban un punto. Discutían porque sí, porque les entretenía como a niños.

— Abogada, es bienvenida a unirse –indicó Jota.

— ¿Cuál es la agenda de hoy?

— Globalización y devaluación de dólar –dijo Paulo, el mayor del grupo.

— Creo que... –señalo la chica viendo algo más en ese instante– Becky me está levantando una mano.

En efecto: la secretaria de Dirección parecía ansiosa mientras blandía su mano en alto para ser vista por ella. De modo que la abogada se desplazó hacia allá y le agradeció al tiempo en que tomaba asiento.

— Me has salvado, la verdad no me apetecía quedarme entre ellos.

— No ha sido nada... pero me pregunto quién me salvará a mí.

— ¿De qué hablas?

— Estoy en ebullición, necesito hablar o explotaré por algún lado. ¿Sabes lo que es tener tres jefes?

Dijo cual queja que ya necesitaba ser liberada.

— No. Ni de cerca.

— Pues en esas estoy; ya no solo me ocupo de Lobo y el señor Jorge, sino que además ahora la señorita Lina se me suma.

— ¿Ella? –mencionó Breen con asombro.

Era sabido que Lina trabajaba en su agencia de diseños y por tal motivo su agenda no le permitía visitar la compañía casi nunca. Por ende, conocer que se instalaría allí, resultaba un choque de realidades. E inclusive, algo nuevo a lo que adaptarse algunos trabajadores. Empezando por Becky Harris.

— Sí, ella –confirmó contrita–. En la mañana llegó demandando que se le asignara una oficina privada, y como es lógico no había ninguna lista para su uso –relató–. Un equipo de Recursos Humanos se motorizó y consiguió que trabajadores de la limpieza se encargaran de decorar todo mientras ella esperaba en la oficina con su padre.

— ¿Y tú jefe? Lobo, quiero decir. ¿Qué dijo?

El ansia por conocer a detalle cómo se sentía él respecto a la repentina inserción de su prometida en la empresa, era algo que Breen no pasaría por alto. Becky ante la pregunta, giró su cuello, como sopesando la respuesta.

— No sé si debo ser muy honesta abogada. Aunque

Lo pensó, mientras Breen no dejaba de verla. De repente, el no haber probado bocado, salvo el café de Mauro, era un tema menor para la chica que estaba deseosa de conocer su respuesta.

— ...si lo pienso bien no es que trabajes para la nosotros. O sea, respondes al bufete de abogados; no a Hades.

— Pues, sí, así es. Puedes contarme: no estaré aquí por siempre. Además, soy discreta.

— No está feliz –confesó la secretaria– y sí muy asombrado. Eso demuestra que Lina no consultó con él nada de esto.

— Me imagino. Ha de molestar que te pasen por alto.

— Sí. Ellos, los Olbert, tienen el capital para invertir, mientras que Lobo posee la empresa. Ahora; este asunto de la fusión los beneficia a ambos, pero siendo honestos, Lobo necesita más una inyección financiera si quiere no perder lo que queda a flote de la compañía.

— Sé algo como que en los últimos tres años Hades ha decaído.

— Todo ha sido una consecuencia natural causada por los altos y bajos de esa familia que nunca fue muy estable.

— ¿Los conoces bien?

— Algo, abogada. Mi hermana mayor trabajó con sus abuelos. Vengo de una familia de cuatro hermanas y mi querida Lidia, en paz descanse fue la primera en llegar a esta compañía, después Cassie y ahora yo. Cassie no duró mucho. Se marchó dos años después de haber empezado.

— Oh vaya, eso es un dato interesante.

Becky sonrió afirmando las palabras de Breen.

— ¿No fue problema? –continuó Breen– Lo digo porque algunas empresas no permiten que se contraten a más de un miembro de la misma familia.

— Sí, lo sé, pero en nuestro caso todas somos hijas de distintos matrimonios de mi madre. Así que eso jugó a nuestro favor –explicó gustosa–. Lidia decía a que ellos no estaban bien de la cabeza, porque la señora Antonia Ruffthan padecía trastornos psiquiátricos, pero aun así no era medicada, un tabú al parecer, no tengo idea.

— Espera. ¿Antonia Ruffthan es ¿quién? ¿La madre de Antonia Meyor?

— Sí. Ambas se llamaban igual: madre e hija. ¿Cómo sabes de la señora Meyor?

— Mauro me comentó alguna vez.

— Ya veo, a ese también le gusta el chisme

Becky sonrió por lo bajo en tanto daba una mirada en pos de Mauro. Él, ajeno a la conversación de las mujeres, debatía de forma acalorada con sus amigos que parecían divertidos con su estado en medio de la discusión.

— ...pero no se puede negar que eran raros –agregó–. Ricos pero disfuncionales. Siempre han puesto por encima de todo sus posesiones y el dinero, antes que a ellos mismos.

— ¿Lo dices por el matrimonio de Demian Hernández y la señora Meyor? –inquirió segura de que su respuesta sería un sí.

Breen, a causa de Mauro sabía que su matrimonio había sido concertado por puro interés, como un negocio al que no le podían fallar. Debía ser exitoso, duradero y además generar ingresos sin decaer.

— Claro. La Señora Ruffthan junto a su esposo casaron a su hija Antonia con Demian, que era descendientes de unos ricos hacendados en su pueblo natal, Kmarrú.

— ¿Kmarrú? –repitió la abogada dejando entrever una nota de voz dudosa.

El nombramiento del pueblo solo causó que Breen recordará el destino del viaje, al cual había sido invitada por Leo.

— Sí; Kmarrú. En sus orígenes era un pueblo minero, encontraron oro en las minas años y años atrás. ¿Adivina quienes fueron los poseedores de tal fortuna?

— Eh... ¿familiares de Demian?

— ¡Bingo! Sus bisabuelos o algo así, quizá los tatarabuelos, ni idea en realidad. Lidia sabía más que yo. Pero a veces me contaba.

— Eso es interesante. Fortuna valorada en oro ¡eso es muchísimo!

— Lo sé, aunque su familia malgastó bastante dinero, de varias maneras. E igualmente tienen un patrimonio sólido, propiedades en distintos países, en Kmarrú, esta empresa y pequeñas acciones en otras.

— ¿De verdad?

— Sí. No sé como están repartidas todas esas propiedades con exactitud, pero existen. Sin embargo, abogada, que no la ciegue la alcurnia. A pesar de lo que le cuento, puedo asegurar que no fueron muy felices en ese matrimonio. Ellos lo aceptaron, pero no era su deseo.

— Sí, algo sé –aportó Breen.

— El señor Demian siempre quiso la fama en el mundo del modelaje, era vanidoso, guapo y adinerado, lo que significa que la empresa cofundada entre ambas familias Hernández-Meyor, no era su prioridad.

— ¿Quién se encargaba entonces? ¿Antonia?

— Sí. Por ende, luego de su muerte no hemos estado en nuestro mejor momento.

— Ella era arqueóloga, me dijo Mauro. Pensé que se dedicaba más a su profesión.

— No. En realidad, antes de tener hijos solía hacerlo, pero sus padres luego demandaron lo que ahora Jorge demanda en Lina: presencia en su propiedad.

— Pero en los últimos años retomó la arqueología y murió. ¿No?

Apuntó Breen para seguir el ritmo de la historia.

— Sí. Después de su muerte, la mayoría de los trabajadores más antiguos se fueron con la competencia o a otras agencias y corporaciones. Por ende, se tuvieron que hacer nuevos contratos. Ahora es que estamos un poco estables, no te lo creerás.

— ¿Por qué se fueron?

Indagó, Breen.

— Pues, no estaban –Becky buscó la mejor manera de decirlo– felices con el nuevo mando.

— ¿Por Lobo?

Su dicho era una afirmación. Aunque Breen divergía en ello, pues según su punto de vista Lobo era un buen jefe, e intentaba dar lo mejor de sí para la Corporación Hades. No obstante, gracias al relato de Becky la abogada supo que tres años atrás, a los veintidós años de Lobo nadie creía que pudiera dirigir la empresa de la cual poseía casi nada de conocimiento.

Al inicio se rumoreó que el señor Demian estaría al frente, pero él se fue con su hija Tatiana y entregó todo a Lobo: la empresa, a Leo, e incluso propiedades a las cuales su hijo bien podía no tener acceso hasta que él no estuviera muerto.

— Prácticamente lo heredó en vida y sé fue –finalizó la mujer.

— No lo sé Becky, creo que...

De repente era Breen quien meditaba en sus palabras antes de pronunciarlas.

— Yo también pienso lo mimo –se adelantó la secretaria–, para él, la señorita Tatiana siempre estuvo primero. Lobo era más de su madre.

— Una pregunta: ¿entonces Tatiana heredó su enfermedad por su abuela materna? Tal vez ¿no?

A la suposición de Breen la mujer en frente de ella, dio la razón. Aun con todo, negó para continuar:

— Pero no hablan de ello.

— ¿Por qué?

— No lo sé. Yo no llegué a conocer mucho Antonia Ruffthan; Lidia sí, y no es que le tuviera mucha estima en el fondo. Mi hermana amaba su trabajo por eso permaneció en él hasta el final.

— Debió ser un ogro.

— Tal parece. Hasta con su familia. Aunque la señora Meyor era distinta. Ella era sensible y benevolente. Lobo se parece a ella... bueno, a veces.

Ambas estallaron entre risillas sin hacer mucho ruido para no acaparar atención de más en medio de la cafetería. Después se dedicaron a buscar su almuerzo y una vez regresaron a la mesa, empezaron a comer. 

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