Stiletto Vendetta

By Crowe_Raven_

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Encubierta en una misión de espionaje en la casa del principal líder del crimen organizado en Roma se encontr... More

Advertencia
1.Benvenuto
2.Collisione
3.Proposta
4.Debito
5.Paura
6.Gelosia
7.Vendicativo
8.Tentato
9.Scontrino
10.Domestica
11.Assalto
12.Tentazioni
13.Marbella
14.Realtá
16.Desideri
17.Verguenza
18.Armistizio
19.Avido
20. Dubbi
21.Pagano
22.Crollo
23. Odio
24.Gentile
25.Debolezza
26.Daddy
27.Mi Amore
28.Svegliati
29.Vero
30.Spacco
31.Lealtà
32.Addio
Epílogo
Tres años atrás antes de la fiesta

15.Speranza

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By Crowe_Raven_

"La esperanza es la fe, tendiéndonos la mano en la oscuridad."

George Iles

Gianna despertó con un peso en el pecho y montón de pelo negro en la barbilla. Bajó la vista para encontrarse a Constantino dormido junto a ella. Se colocó un brazo en los ojos reprendiéndose por dejar que el niño se le acercara tanto.

Miró el reloj, faltaban media hora para las ocho.

—Constantino, despierta. —la recompensó con la mirada fruncida y quejido característico del otro Calavera que había despertado junto a ella en varias ocasiones. —Hora de levantarse.

—Estoy cansado. —murmuró lánguido.

—Yo también. —murmuró ella.

—¿Y si saltamos las clases?

—Andrei nos comerá por una pata. —Gianna suspiró. — ¿Qué tienes ganas de hacer?

—No sé, nunca me lo habían preguntado. ¿Qué hacen los niños de mi edad que no van a ser el próximo Boss?

—Pues básicamente lo que piensan es en jugar, ensuciar y joder mucho. La verdad no sé. No me involucro con niños, eres el primero.

Constantino sonrió.

—¿Soy el primer niño al que cuidas? — Gia asintió. —Bien, porque quiero ser el último. No quiero que cuides a otros niños. Eres mía, Jirafa. No te estoy dejando ir.

—Estas muy enano para darme órdenes. —Gianna le empezó a hacer cosquillas haciendo que el eco de las risas de Constantino llenase el pasillo.

Renzo siguió la algarabía encontrándose con dos risueños en pijamas. Miró el reloj y se cruzó de brazos.

—Van tarde.

—No tenemos ganas de ir hoy papá. Tengo ganas de hacer lo que hacen los niños de mi edad que no aspiran a ser Boss. Gianna me está ayudando a decidirme.

—¿Por qué no me sorprende que tu niñera este detrás de tus irresponsabilidades?

Se adentró destapando al jovencito y echándoselo al hombro como un saco de patata haciéndolo reír.

—Solo por hoy te permito faltar, porque ayer rendiste muy bien. Un paseo por la playa no está mal.

—¿Oíste Jirafa? Mi papá nos va a llevar a la playa. —cantó victorioso desde el pasillo para que Gianna lo oyera desde su cuarto.

La castaña se levantó animada eligiendo el conjunto de baño que llevaría. Negro de tres partes con aperturas muy sugestivas en escote, abdomen, espalda y zona trasera baja. Escogió los únicos zapatos bajos que tenía en el armario, las sandalias.

Se ajustó el pelo en una cola de caballo y salió para encontrar a Renzo con una playera blanca y un short azul. Totalmente comestible. El niño traía otro conjunto idéntico al padre solo que se le añadía un gorro de ala color beich. Ambos portaban gafas negras y Constantino imitó a su padre viendo a Gianna por encima de estas.

Tomó todo lo que tenía para no reírse del cuadro pintoresco que tenía en frente. Se ajustó la chalina blanca sobre el cuerpo y el bolso con algunas cosas prescindibles.

Los tres salieron del complejo en la SUV negra, escoltados por dos más. No tardaron en llegar a la playa y caminar hacia las tumbonas acolchadas bajo las carpas VIP. Renzo no podía tener unas normalitas. Eso él no lo conocía. Constantino observó a los niños entrar y salir del agua riendo, se sentó en la tumbona sin saber que hacer.

—No te quedes ahí, enano. —animó Gia.

Vio como el niño caminó hacia el agua y al tener cierta distancia, las manos de Renzo la tomaron por la nuca y la cintura girándola hacia él.

—No se me ha olvidado que escupiste su nombre frente a mí mientras te corría.

—No te preocupes, también lo hago cuando no miras.

Renzo apretó más queriendo partirle el cuello.

—Cada vez te me atraviesas más. —murmuró.

—Y en vez de clavarme una daga, me quieres clavar otra cosa. —soltó descarada sin amedrentarse por el cierre en su garganta. —No te entiendes ni tú.

—¡Cállate! —espetó sobre su boca sin rosar sus labios. — Me dan ganas de no sé qué.

—Que no te den muchas ganas. Que no te la podrás quitar conmigo. Mejor llama a la mujer de anoche, solo por su lengua vale cada centavo.

Renzo la tiró hacia la tumbona con la vena palpitándole en la frente.

—No sé ni para qué demonios te traje. —soltó.

Gianna se quitó la chalina revelando su cuerpo curvilíneo en aquel traje tan provocador bajo la mirada furiosa de Calavera.

—Solo tu sabrás. —respondió antes de irse a la playa.

Horas más tardes Constantino regresó contento, había hecho amistades quienes lo habían invitado a construir castillos de arenas. Tenía las mejillas coloradas y la espalda también.

Renzo se reprendió por no pensar en el sol. Abrió el bolso de Gianna para ver si había traído bloqueador, las mujeres siempre lo tenían encima. Encontró la crema y se la untó en su hijo. Cuando Gianna regresó con la piel broceada se carcajeó al ver a Constantino lleno de crema sin disolver por toda la piel expuesta. Parecía que le habían puesto máscara facial por todos lados.

—¿Qué has hecho?

—Echarle bloqueador ¿no ves? —dijo fastidiado.

—¿Nunca le has echado bloqueador a ninguna de tus conquistas?

—¿Tengo pinta de que nací para estar sirviéndole a alguien? Si quieres bloqueador que se los echen ellas mismas.

Gianna se sentó y empezó a esparcir la crema. Tras un rato la piel del niño cobró visibilidad, ya no era un entorche blanco. Gianna le pasó el jugo que había comprado para él. Había dado una vuelta por la playa y lograr comunicarse con su familia lejos de los ojos de Renzo. En la cabina del quiosco donde compró las bebidas había un teléfono y pagó extra al empleado para que lo dejase utilizar. Estaban bien, preocupados y logró dar la información que sabía hasta ahora. Le pidieron que mantuviera el papel costase lo que costase, era el único enlace dentro de las paredes de los Calaveras. Necesitaban saber cómo operaban.

Gianna le puso el gorro de nuevo a Constantino cuando una niña pasó por su tumbona y le sonrió.

—Adiós, Constantino. — le dijo risueña sacudiendo la mano.

Las mejillas se le colorearon aún más mientras devolvía el saludo apenado.

—Pero bueno. —lo achuchó Gianna. —Si ya estamos de don juan.

—La ayudé a construir un castillo. Y me dio un beso en la mejilla como tú se lo das a mi papá.

—Pues aléjate, que lo último que necesitas son besos de judas. —espetó este.

Gianna rodó los ojos acostándose, dándole la espalda. Hablar con su madre le había traído un nudo en la garganta, los extrañaba mucho, aunque nunca lo dijera en voz alta. No tenía ganas de discurrir con Calavera. Cerró los ojos y se limpió las lágrimas que se le acumularon en ambos ojos.

Dormitó un poco y se espabiló para encontrarse sola en la tumbona. Renzo y Con estaban en la orilla de la playa jugando y riendo.

—Bonita familia ¿no crees? —Se paralizó al sentir el cañón de un arma en su espalda. —Lástima que todo vaya a acabar pronto. Levanta despacio y sin hacer ruido.

Gianna obedeció mientras la conducían por las escaleras grandes de madera sacándola de la arena de la playa hacia el estacionamiento. Por el rabillo del ojo sabía que el atacante estaba vestido de mesero y que ocultaba su arma bajo el paño blanco. Observó si algunos de los hombres de Renzo estaban cerca o si iban cerca de las SUV, pero la metió por el extremo más alejado.

No era cualquier secuestrador, era uno bien preparado, capaz de esquivar la seguridad en un lugar así. Divisó la camioneta en la que la querían meter y tenía que ser ahora, o nunca saldría de ese auto.

Giró su troncó y con una patada le dobló la rodilla, se impulsó para clavarle la de ella en la cara, pero el hombre fue más rápido y la bloqueó para después enviarle un puñetazo en la cara. Lo esquivó de refilón dándole en el hombro. Le envió otro puñetazo conectando con el estómago.

—¡Métela al auto, ahora!

Ginna peleó contra dos hombres que la arrastraban a base de patadas y puños. Clavó uñas, mordió, envió patadas, hizo llaves que no la dejaron completar por lo que no tuvo el efecto deseado para poder huir. La tomaron por el pelo cuando se cansaron de lidiar con ella.

—Se nos cerró la ventana de tiempo. Tenemos que dejarla. —Anunció el que parecía el chofer.

—Si no te podemos llevar, dejaremos un pequeño mensajito. —uno la sostuvo para que el otro la moliese a golpes.

Eso activó los recuerdos que tenía aguardados en la caja fuerte de su memoria y con una patada de rabia alejó el que tenía de frente. Clavó el codo en el que la garraba y se giró sin pensarlo, torció el cuello del hombre como si se tratase de una ramita.

El que estaba en el suelo la golpeó en la nuca haciéndole perder el conocimiento. Despertó atada en la parte de atrás de la camioneta mientras el mesero la observaba con odio.

—Mataste a mi compañero, te salvas de que te pidieron de una pieza.

—¿Quien?

—¿Quién querría enojar los cojones de Calavera? —«De la Roux» pensó Gianna. — Aunque me satisface saber que sufrirás más en sus manos de lo que podrías en las mías.

—¿Por qué me quiere? No le sirvo de nada.

—No pienso lo mismo, si te quiere viva. Algo sacará de ti. Te lo aseguro.

Al poco rato el auto se tambaleó hacia adelante por un choque en la retaguardia y otro más en el lateral. El mesero abrió la puerta y empezó a disparar con una metralleta. Gianna se movió como una oruga tratando de que sus pies alcanzaran al tipejo, un empujón y se caería hacia la carretera.

El auto se tambaleó un poco más desestabilizándola, perdiendo la puntería y empujó el aire rodando hacia un lado. El auto se volcó dejándola adentro como una pelota de pimpón hasta que todo se quedó quieto. Respiraba con dificultad y no podía mover ni un musculo. Resonaron varios tiros más hasta que volvió todo al silencio y unos brazos la sacaron del auto. El perfume le fue vagamente familiar, pero no pudo emitir ni un quejido, el dolor en todo el cuerpo le nubló la vista cayendo de nuevo en la inconciencia.

Constantino se paseaba intranquilo en la sala. Andrei estaba con él mientras Vicenzo entraba a la habitación con los brazos vacíos.

—No la encontré, hay un cuerpo y signos de lucha en el aparcamiento. Fuera de eso, no hay más. No cámaras, nada. —anunció.

—Pues al menos fue ella y no Constantino. —dijo Enzo ganándose una mirada furiosa del niño.

—Quiero a Gianna de vuelta. ¿Dónde está mi papá?

—No lo sé. Se fue cuando no la pudimos encontrar.

Los escalones oscuros con olor a moho le dieron la bienvenida a Calavera quien no aminoró el paso hasta llegar a la celda que quería. En un rincón estaba agazapado la bola de estiércol. Pelo rubio, ojos azules de mirada ausente. Renzo lo había roto hacía mucho tiempo, pero seguía haciendo terapia con el maldito porque no se quería deshacer de él.

El abrir de la reja envió temblores a las extremidades del preso.

—Tengo ganas de hablar hoy. —murmuró Renzo colocándose los guantes negros que utilizaba para sostener sus herramientas. —Hay un ella, en esta conversación por increíble que parezca. Es sinvergüenza, astuta, maliciosa, la aborrezco mucho, pero me despierta un hambre que no puedo controlar. — le hizo un ademán al preso par que se subiese a la mesa. Éste ya acostumbrado, se subió sin dar muestra de pelea. —La tuve hasta hastiarme la polla. Sin embargo, me la sigue poniendo dura y mi cerebro sigue evocándomela a cada rato. —Deslizó la navaja por el brazo lleno de cicatrices dejando una línea de sangre a su paso. —Debería de estar contento. Mis enemigos me eliminaron un problema, la cosa, es que quiero seguir follándome al problema. —Murmuró entre dientes mientras profundizaba en la piel tocando el hueso. El preso ni se inmutó. Solo siguió viendo la pared de manera ausente. —¿Debería traerla o dejarla?

Normalmente no hablaba, solo se quedaba recibiendo el castigo de que una vez llegó a ser su mejor amigo. Renzo no perdonaba la traición y quien lo hacia vivía lo suficiente para arrepentirse. Hacía mucho tiempo había dejado de hablar, no servía para afianzar la ira de Calavera y no tenía otro preso con el que interactuar. Sin embargo, esta vez giró la cabeza hacia él y el verde con el azul colisionaron haciendo que Renzo parara de infligir dolor. Los verdes una vez admiraron al azul, solo para darse con la decepción de que todo había sido una farsa. No volvería a caer en la misma trampa.

—No hay peor herida que la que te infliges tú mismo. —murmuró con voz ronca por la falta de uso. —Y lo harás. Te conozco Renzo. Si no está contigo, es porque te la quitaron. Porque tú si quieres algo no lo dejas ir. Soy prueba viviente de eso.

—Me gustabas más cuando no hablabas.

—Te gustaba más cuando era tu mejor amigo y no el bastardo que tienes por segundo. Vicenzo siempre anduvo detrás de los dos como perrito faldero. Nunca será como yo, aunque te pese. No podrás reemplazarme y eso lo sabes. Por eso no me matas, por eso vienes acá abajo a castigarnos. Te pesa hacerme daño como te pesa el que se la hayan llevado. —El presó levantó el labio agrietado en una sonrisa leve. —Y tarde o temprano ella terminará donde estoy yo. Es lo que pasa cuando los monstruos como tú, aman.

La roca se deslizó por la pared varias veces completando otra semana con los símbolos de rayas. Gianna se encontraba descalza con varios hematomas curándose de la paliza que le había infligido al secuestrarla y la que recibió en las peleas clandestinas. El sitio donde se encontraba tenía filas de celdas con prisioneros como ella, que los utilizaban para pelear como perros a muertes. Las Mortal Cage eran el sustento principal de muchas mafias. Aquí apostaban incluso hasta altos funcionaros del gobierno. Gianna había perdido el número de peleas durante estas tres semanas. Aquí te exprimían hasta que no sirvieras y te mataran. Pero ella era una sobreviviente, había pasado por algo peor y no se dejaría vencer tan fácil. Sin reparo partió cuellos, dislocó tráqueas, quebró columnas y rodillas para poder seguir respirando. No albergaba la esperanza de que nadie viniera a por ella. Siempre había estado sola, y sola se tendría que sacar de esta porquería en la menor oportunidad.

—Cobra, tienes un espectáculo especial.

Se había ganado el apodo por ser silenciosa y mortífera. Muchos guardias que no tenía que entrar en la noche a su celda, amanecían muertos en ella. Los demás reclusos dejaron de masturbarse a su costa, con el miedo de que se escurriera entre las celdas y los matara también.

Caminó como la reina que era, barbilla alzada y pasos seguros. Entró a la jaula de pelea para encontrarse con dos mujeres más. Hermosas al igual que ella a pesar de los golpes. Fuera de la jaula, el sitio había sido arreglado para que pareciese un club, mubles de cuero, barra de bebidas y música. El olor a nicotina y sonidos de aspiración provenían de todos lados.

Gianna le dio una mirada inquisidora al guardia que la había traído y este le dio una mirada de que era algo grande. Los reflectores enfocaron a las tres mujeres cegándolas por unos minutos.

—Damas y caballero, aquí les presento a nuestras tres invictas. Niki, poderosa y radical. Muralla, astuta y letal. Por último, la cereza de todo el pastel, Cobra, majestuosa y mortífera. —Los vítores se alzaron y descendieron cuando el presentador volvió a hablar como si le estuviera hablando al oído de un amante. — Nos han hecho ganas mucho dinero... —El señor que siempre las presentaba estaba vestido hoy de traje, distinto a la camisa playera y pantalones rasgados que portaba. —Pero hoy nos harán ganar mucho más. Los caballeros que hoy nos acompañan, ya las vieron pelear en la jaula. Y cada uno de ellos sabe a quién quiere poseer esta noche. Ahora les toca a ellos luchar, por ustedes.

Gianna supo que las iban a subastar y más cuando los guardias se acercaron para quitarles las ropas. Muralla se dejó sin poner esfuerzo, Niki le partió la nariz a uno antes de recibir un teaser por las costillas. Gianna detuvo con la mirada a los dos que venían hacia ella y se quitó la ropa, no queriendo esas manos asquerosas sobre ella.

Miró hacia arriba aburrida mientras el presentador las empezaba a subastar. Las miradas sobre ella eran como manchas aceitosas sobre su piel, incomodas, pero soportables.

—¿Quién quiere dominar a la majestuosa y mortífera Cobra? La puja empieza en un millón.

Gianna dejó la mirada fija en una botella de chanceliere detrás de la barra mientras la puja subía y subía. Sus ojos fueron a la puja mayor, un chino gordo con tatuajes en todo el torso y las manos. Su cerebro se reveló ante la idea de esas manos grotescas tocándola, si lo mataba tendría a todo la Triada tras su trasero y la muerte por sus propias manos, le parecía una mejor manera de irse de este mundo.

—¡Vendida al dragón! —vociferó el presentador cerrando su destino.

La bajaron por las escaleras y le ofrecieron una bata de seda negra para cubrir su desnudez. Tres escoltas del chino la condujeron lejos de la subasta y antes de alejarse por completo vio en el sofá de cojín rojo unos ojos verdes que no la perdían de vista. El café de sus ojos impactó en los verdes y por un momento pensó que estaba ahí por ella. El corazón lo tenía en la garanta y le era difícil tragárselo, pero rápidamente esas esperanzas se tornaron en rabia al verlo cambiar su mirada hacia la jaula y levantar la apuesta por la mujer que llamaban Muralla.

La subieron a una camioneta blanca y unos minutos después se subió el Dragón con una sonrisa que mostraba unos dientes amarillos con dos de ellos cubierto de oro. La camioneta navegó fuera de donde sea que la tuviesen, las ventanas revelaron una urbanización con muchas fabricas por las chimeneas en lo alto. Lo que significaba que estaban fuera de la ciudad. Si quiera dudaba si estuviese en España. Un cartel en ruso le reveló lo que sospechaba. La habían trasladado a el gigante europeo.

—Serás un excelente activo de la triada para el King Of The Streets. — «King Of The Street.» pronunció en su mente haciendo recuerdo de cuando investigaba a los Calaveras, varias fuentes los relacionaban con las peleas clandestinas de los mejores invictos de todos los continentes, normalmente se realizaban en lugares abandonados, pero con dinero y corrupción, podían hacerlas en la torre Eiffel y nadie se inmutaría. Fue sacada de sus cavilaciones cuando sintió una mano en el muslo. — Si te portas bien conmigo, nada te faltará y te trataré como a una princesa. Estás muy bonita, Cobra. Seré el hombre mas envidiado de toda la organización.

Hastiada dejó de mirarlo para poner su atención en la ventana, se martilló en la cabeza que había cosas que tragarse así dolieran mientras la mano subía por su muslo. La piel le gritaba que lo alejara y le partiera la mano. Pero su cerebro frío y calculador se dijo que no sacaría nada bueno de ello.

—¿Cómo te llamas? —murmuró.

—Todos me dicen el Dragón, pero tú me puedes llamar Ying cuando estemos a solas. —la sugerencia lasciva no pasó inadvertida.

Volvió a mirar el cristal con las náuseas subiéndole a la garganta. Respiró hondo tratando de desaparecer la picazón en los ojos por lagrimas que no dejaría caer a causa del hijo de puta que con solo una mirada le había dado esperanza para arrancársela en un segundo.

El camino se hizo largo mientras sentía las caricias del chino sobre su pelo, su mejilla, su brazo y su pierna. El maldito no podía mantener su mano para él. Todo el tiempo miró por la ventana para no registrar la erección que tenía en los pantalones blancos.

Lo que pareció un aeropuerto clandestino se divisó a lo lejos, al ver que se acercaba a un jet en medio de un terraplén sin torres ni comandos. Ese sería el transporte que los llevaría a China y donde Ying no tendría ningún contratiempo en disfrutar de su compra. Ella lo sabía por el afán de su cara.

Bajó descalza sobre el suelo lleno de escarchas, el cambio de temperatura le envió espasmos por todo el cuerpo. Estaba en un ambiente frío con solo una bata. Caminó sin mas remedio cuando el chino la miró. Miró a su alrededor buscando algo que no iba a venir por ella. Subió las escalerillas y un estruendo se escuchó muy cerca enviando un pitido en el oído. Abrió los ojos para encontrarse con los autos volando por el aire.

SUV negras tomaron el lugar y de ellas bajaron hombres armados hasta los dientes. Apuntando a todo lo que se moviese. Ying miraba todo enfurecido sin saber a quien apuntar. Sus hombres estaban en desventaja contra los que habían llegado.

Un señor mayor canoso, con aspecto del señor Miyagi de Karate Kid y vestido de rojo y negro, bajó de uno de los autos del medio. Caminó despacio, clavando la mirada en el Dragón.

—Tienes algo que la Yakuza quiere, Dragón.

—No quieres tener problemas con la triada, Zuma.

—Con esa porquería ya tengo mis cuentas desde que grité por primera vez en este mundo y son ellos los que no quieren tener problemas conmigo. Así que dame lo que vine a buscar y vete. O encuentra al creador y aun así, me la llevaré.

Ying miró a Gianna porque era más que obvio que de ella se trataba. La castaña estaba mas azorada que el dragón, que ahora parecía más un lagartijo. Con una mueca de impotencia se arremangó el pantalón y se apartó del camino.

—Camina. —dijo entre dientes.

Gianna parecía un Dante en bicicleta por el infierno, cada vez que abría y cerraba los ojos se encontraba en el círculo de alguien peor.

El viejo Zuma la miró de arriba abajo una vez que el Dragón subió al Jet.

—Dicen que la perdición del hombre es el poder. Es la mentira que se dicen para que no les sufra la hombría. Porque siempre caen antes las peores bestias que ha parido este mundo. —con un sonido de la garganta despectivo se dio media vuelta hasta el auto del que salió.

Gianna fue escoltada a otra más alejada, subió mirando hacia afuera en espera de que fuese una pesadilla y se despertara en la comodidad de su celada con olor a orine y quejidos fantasmales.

Recostó su espalda en el asiento mientras empezaba a rodar de nuevo con el destino incierto. Se le erizó el alma al despegar la mirada de la ventana y posarla en la esquina del asiento del frente.

—Víbora.

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