Stiletto Vendetta

By Crowe_Raven_

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Encubierta en una misión de espionaje en la casa del principal líder del crimen organizado en Roma se encontr... More

Advertencia
1.Benvenuto
3.Proposta
4.Debito
5.Paura
6.Gelosia
7.Vendicativo
8.Tentato
9.Scontrino
10.Domestica
11.Assalto
12.Tentazioni
13.Marbella
14.Realtá
15.Speranza
16.Desideri
17.Verguenza
18.Armistizio
19.Avido
20. Dubbi
21.Pagano
22.Crollo
23. Odio
24.Gentile
25.Debolezza
26.Daddy
27.Mi Amore
28.Svegliati
29.Vero
30.Spacco
31.Lealtà
32.Addio
Epílogo
Tres años atrás antes de la fiesta

2.Collisione

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By Crowe_Raven_



"A veces uno sabe que se va a estrellar, y acelera."

Charles Bukowski

Un grito resonó en la mañana que bien podría amenazar el trabajo de un gallo en las mañanas. Renzo odiaba el desorden y el alboroto. Pero no podía odiar al ser detrás del grito.

—Papá. —Constantino aporreó la puerta despertando a la pelinegra que descansaba a su lado. No había obtenido el puesto de niñera, pero no tenía por qué desperdiciarse la mercancía. Tomó el pijama y cubrió su denudes. Abrió la puerta y para su sorpresa Constantino tenía la cara llena de pintura. —Esa jirafa fea, mira lo que me hizo.

Constantino estaba acabado de levantar, se podía decir, por el pijama y el pelo revuelto. Su cara estaba embadurnada de pintura azul. Se alzó el pelo de la frente y tenía puesto Grumpy Bear. Cosas como esta le hacían plantearse si contrató a una niñera o a otra criatura más.

—¿Esto no tiene que ver con que le hayas puesto pasta en su cabello, le pusieras una zancadilla en las escaleras y le pusieras laxante en la comida? —preguntó cerrando la puerta, llevando a su hijo devuelta a su habitación.

—Se lo merecía. Es una bruja mala. No te distes cuenta, pero te hipnotizó con sus ojos de hipopótama el día que vino. Nadie hechiza al Boss y vive para contarlo.

Gia estaba con una sonrisa en la habitación de Constantino mientras preparaba la mochila del crio. Si su plan funcionaba, Renzo traería a su hijo insoportable devuelta a su habitación. Hacía una semana que estaba en la casa del infierno a cargo del engendro y ni una vez vio al padre. De alguna manera había que entablar conversaciones y si para eso tenía que gustosamente fastidiar al niño, lo haría.

La puerta se abrió y Gia como la más servicial anunció.

—Constantino, ya tienes la bañera preparada.

—Me pintaste la cara jirafa, atente a las consecuencias y quiero mi desayuno en la cama. —Con malhumor se fue hacia el baño y Gia aprovechó la oportunidad.

—Como ordene Grumpy Bear.

Con una mirada de venganza y un dedo apuntándola Constantino cerró la puerta.

—Buenos días, Señor Calavera.

Renzo la miró detenidamente porque algo en ella le molestaba en el fondo de su mente.

—No quiero que vuelva a ver otro incidente así. Su trabajo como niñera es cuidar del bien estar de mi hijo, no formar contiendas con él como otra cría más.

—Mi trabajo como niñera es asegurarme de que Constantino crezca sano y salvo. Un niño que es caprichoso, inútil, y en el primer momento abre la boca para llamar a su papá, no es sano. Es un lastre.

Las venas del cuello se le sobresalieron y dio un paso hacia ella.

—Cuidado que es de mi hijo de quien habla.

—Por eso sabe mejor dejarme hacer mi trabajo, porque si usted supiera la respuesta de como tratarlo, no me necesitaría. Y dudo mucho que la pelinegra en su cama sepa mejor que yo.

Renzo dudó por un segundo ante aquella última oración si habría tenido segundas intenciones. Gianna Salvatore tenía un buen físico, pero sus ojos y lengua afilada le advertían que ni se molestara. Era la única que había conseguido que Constantino decidiera quedársela. Ya fuese por malas o buenas intenciones. Su hijo podía ser un cabronazo cuando se lo proponía.

—No tolero insultos, ni la falta de modales. Mucho menos que me digan que hacer.

—Mi punto. —interrumpió ella sin bajar la vista.

Se estaba ganando a pulso que la encerraran con los perros. Renzo se preguntó cómo sería ver a sus perros de caza descuartizar aquella piel de porcelana y la vida extinguirse de aquellos ojos marrones. Como sería su sangre bañar las baldosas. Aquella castaña le hacía preguntarse si su autocontrol estaba fallando. Normalmente esa parte la dejaba para sus víctimas. La cosa era que ella no tenía pinta de víctima, sino de verdugo.

—Lo estás haciendo de nuevo. Deja de hipnotizar a mi papá. —Constantino lanzó un almohadón que Gia cogió a tiempo antes de que se estampara en su cara.

Gia se giró hacia el crío.

—¿Por qué tengo que ser yo la bruja? El puede se un hechicero malvado hipnotizador de delicadas e inocentes jóvenes como yo.

Ambos, Renzo y Constantino se miraron como si Gianna se le hubiese salido otra cabeza. Tal padre, tal hijo.

—Mi papá no es un hechicero. Es un Rey guerrero y tío Vicenzo su segundo. Andrei su mano derecha y yo su heredero. ¿No es verdad papá?

Joder con el niño. Si no le enseñaban a cerrar la boca rápido, lo mataban o se irían al carajo los Calavera. Y eso no entraba en sus planes, aún.

—Si. —Renzo le dedicó una última mirada. —Tiene de inocente y delicada lo mismo que tengo yo de devoto y santo. — Se fue de la habitación sin decir otra palabra.

Una vez Constantino en la escuela, tenía la mañana para ella hasta que traían al crío a las dos de la tarde. Calavera había salido y Julianna no se encontraba en la casa desde temprano. Aprovechó para ponerse la ropa de baño con un vestido veraniego.

Había intentado entrar en la planta superior y no había tenido suerte. Estaba custodiada por dos guardaespaldas. Merodear no se le haría fácil.

Llegando a la piscina dejó la toalla y sus chancletas al lado de la tumbona. Se quitó el vestido y entró al agua. Gia pensaba que en otra vida tuvo que haber sido sirena, porque le encantaba el agua. Se dejó hundir como le gustaba, era muy buena mantenido la respiración. Lo máximo que había aguantado habían sido doce minutos bajo agua en uno de sus entrenamientos en resistencia, por si la torturaban ahogándola con golpes adicionales.

Sintió el estruendo del agua y unas manos que la alzaron hacia la superficie.

Abrió los ojos para encontrarse con un verde enojado.

—¿Qué demonios te pasa? —gritó en su cara. —No sabía que eras una suicida. Te largas de aquí de inmediato.

La empujó con desprecio para salir con el traje empapado. Gia no sabía lo que acababa de suceder, pero tenía que recuperar el puesto de inmediato. No había notado al rubio que le tendió la toalla a Renzo, en sus informes era el Underboss Vicenzo Martinelli.

—No tengo impulsos suicidas. —habló caminando hacia la escalera de la piscina. Mientras Renzo la fulminaba con la mirada. —Me estaba dando un baño y me gusta quedar un tiempo debajo del agua.

Gia salió plantándosele a Renzo en frente sin percatarse que Vicenzo se la comía con la vista con el bikini de un diminuto triangulo en su zona púbica y un hilo en la parte trasera. Sus pechos estaban cubiertos con dos triángulos que solo tapaban lo pezones.

—No estaba intentando suicidarme. —dijo más clamada.

—¿Por qué quieres tanto el trabajo? —Renzo se acercó con sospecha. Era la primera niñera que no quería salir corriendo de la casa después de una semana con Constantino.

Gia se cruzó de brazos y Renzo se maldijo porque le abultaban los pechos.

—¿No me mandó a investigar? Mis Stilettos no se pagan solos.

—¿U-usas Stilettos? — murmuró embobado Vicenzo, ganándose una mirada de Renzo. —Supongo que todo fue un malentendido. No hay porqué despedir a la muchacha.

Vicenzo miró a su amigo buscando confirmación. Renzo suspiró. Si se la quería follar allá él, pero empleados suicidas no quería en su casa.

—La espero en mi despacho para ayer.

Tras desaparecer por la puerta, Gia hizo una mueca de derrota y miró a Vicenzo.

—Hola, soy Gia Salvatore. —le dio la mando. —La próxima ex niñera de Constantino.

El rubio negó con la cabeza.

—Vicenzo Martinelli, encantado de conocer a una belleza sin igual.

Gia lo miró con retintín y se volvió a buscar su vestido sintiendo la mirada del rubio en su trasero firme.

—Y dígame ¿Todas las que tienen tetas y un trasero agradable son una belleza sin igual? —lo miró por encima del hombro cogiéndolo en infraganti.

Una sonrisa pícara se asomó por el labio del muchacho. Sabía admirar los cuerpos femeninos y la que estaba frente a él lo tenía de diosa pagana. Traída a este mundo para pecar.

—Se admirar un cuerpo hermoso.

Gia le pasó por el lado y le sonrió calculadoramente.

—Gracias, supongo.

Tocó dos veces en el despacho de Calavera y entró cuando le dieron permiso.

—Esto que ha pasado hoy, no volverá a pasar jamás. Si le gusta bucear, saltar de riscos me vale un cojón. Cerca de mi hijo los deportes extremos no.

—El niño está en la escuela y no me tiré de un paracaídas, solo me quedé suspendida en el interior de la piscina, no es mi culpa si pensó que me estaba ahogando. —Gia refutó.

Renzo golpeó la mesa haciéndola saltar.

—Deja de rebatirme lo que te digo y obedece.

—¿Se volvió loco? —lo miro incrédula. —La esclavitud se abolió hace siglos para estar yo obedeciendo estupideces.

Eso era todo. La cagó. ¿No podía quedarse callada y aceptar la regañina? Por supuesto que no. A Gia lo que le corría por las venas no era sangre sino lava y mas fuerte corría al tenerlo al frente, cuando quería coger el pisa papel del escritorio y estampárselo en la cabeza, utilizar el abrecartas y abrirlo en canal.

Renzo la agarró por el pelo sin miramientos y la acertó a él.

—En mi casa se obedece lo que digo como una ley. Si no te gusta te vas. Escoge ahora y decide bien. Porque si te quedas y vuelves a faltarme el respeto no te dejaré ir. Te someteré hasta que no puedas levantar tus ojos del suelo.

Con un empujón la soltó y Gia le sopló un bofetón que le dejó la cara ardiendo.

—No tengo que decidir nada. No me das miedo, Señor Calavera. Si no tiene nada más que decir, me retiro. Constantino llega dentro de una hora.

Gia salió echando humos y con la palma ardiendo. Que se joda la filosofía de Sage, vengarse si se sentía bien y su mano era testigo. Hacerle daño le había traído un chute de adrenalina que recibió con los brazos abierto.

«Jodida mierda.» pensó Renzo mientras se arreglaba el bulto en su pantalón.

Le puso duro el golletazo de la niñera. Negó incapaz de mentirse. Se había puesto duro desde que la vio salir de la piscina con ese bikini inexistente. Y se reprendió por perder el control como lo hizo. No debió agarrarla así y mucho menos decirle lo que le dijo.

Era la puta niñera de Constantino. Mejor que se la follara Vicenzo y se evitaba ese mal rato. Aunque aquella imagen estaría grabada en su retina por una buena temporada.

Cuando bajó a la hora de la cena. Constantino estaba en la mesa callado y meditabundo.

—¿Pasa algo? — preguntó sentándose a la cabeza de la mesa.

—No es nada.

Renzo sabía que no era así, pero no lo presionó tampoco. Preguntó a Julianna por Gianna y le dijo que estaba en su habitación. Mandó a traerla haciendo que Gia le maldijera mil veces. Estaban comiendo ¿Para que la querían?

—Que Constantino esté comiendo no te excusa de tus responsabilidades. Deberás permanecer en el mismo sitio que él. Hasta el horario de la escuela y el de dormir, donde puedes descansar. Ahora permanece junto a Julianna durante la cena.

Gia miró a Constantino quien la veía esperando una réplica.

—Ahora veo porque tiene tanta arruga. —murmuró posicionándose a lado de la anciana quién no se la tragaba y ella tampoco. —Tener que ver como come el señor mientras tu estomago está vacío. —dio una mirada de soslayo a Renzo quien detuvo la cuchara a mitad de camino. — Debió ser un arte dominar los ruidos del estómago rogando por algo de comer después de un día duro de trabajo. No te trago, pero te admiro. Cincuenta años haciendo lo mismo todos los días. Apuesto que no te han dado las gracias por tus servicios ni una sola vez.

Gia tenía que admitir que la vieja era dura de roer, no se inmutó con nada de lo que dijo. Aunque recibió la incomodidad de Renzo con una sonrisa en la mente.

—¿No te puedes callar?

—Lo siento, pero cuando se me pidió permanecer en la habitación, no fue requerido mi silencio.

—Se espera que una persona con modales guarde silencio en la cena.

—Se espera que una persona con modales invite a la mesa a aquellos que tienen hambre. —dijo a la ligera como quien habla del tiempo y eso lo cabreo más.

—¡Santa mierda! ¿Tienes hambre? —preguntó a punto de explotar.

—Mucha. Gracias por preguntar. —Gia le replicó con el ceño fruncido. —Y también Julianna quien no ha parado desde que se levantó. ¿Ha visto lo que comemos los empleados? Si no veo su mesa servida pensaría que tiene problemas económicos. Debería chequearse con el ortopédico por que el problema lo tiene en el codo.

Renzo se levantó hacia ella y la tomó del brazo haciéndole trastabillar hasta la mesa. La sentó en una de las sillas y cogió un plato para ponérselo al frente.

—Come. —ordenó entre dientes. —Pero cállate de una maldita vez.

Como si de la reina Isabel se tratase, Gia se sirvió sin miramientos. El descaro de la niñera lo tenía al borde de cogerla y azotarla por sinvergüenza.

—Si apeteces Julianna puedes unirte también. —habló Renzo sin apartar la mirada de Gia que comía como si le hubiesen dado la lotería.

Desde que llegó al seno de la familia William, nunca pasó hambre o necesidades. Tenía siempre las mejores ocasiones a su disposición. Tenía las pelotas imaginarias hinchadas por el insulto de comida que le hacían en aquella cocina. Así que la oportunidad de comer lo que tenía adelante no la iba a desperdiciar.

Julianna declinó la oferta.

—Comes como una hiena. Déjales carne a los perros, glotona. —azotó Constantino.

Gia sabía que comía por tres ¿Le importaba eso? No.

Renzo se concentró en su comida hasta que se llenó. Gianna todavía seguía engullendo.

—No puede ser tan mala la comida que les dan, para que tengas esta hambre. —comentó un poco ofendido. Gia dejó el hueso de pollo y se limpió las manos con la servilleta.

—Ahora le respondo. Permiso. —se levantó de la mesa con dirección a la cocina. Apareció poco después con un plato con sopa de cabeza de pescado. Era el menú de hoy. Lo dejó frente a Renzo —Buen provecho.

Gia lo vio divertida al ver su cara.

—No sea tímido. El olor es lo de menos. Pruebe sin miedo. No ha matado a sus empleados por falta de tiempo.

—Bien. Tienes un punto. Julianna arregla de inmediato esto. No sé porque hasta ahora no se me informó.

La castaña negó con la cabeza sin poder creer el tono de indignación del tipo.

—Porque te tienen miedo. —soltó de manera obvia.

—¿Y tú no?

—Creo que ya dejamos eso bastante claro.

Gia se levantó y llevó a Constantino a asearse. Sentada en la butaca de la habitación esperó a que el niño saliera del baño con su pijama.

—Estuviste callado desde que regresaste de la escuela. ¿Qué tienes?

—Nada.

—Si tu lo dices. No volveré a preguntar y no creo que tu papá venga a hacerlo. Así que esta es tu última oportunidad de decirme que tienes y ver si tiene arreglo.

Gia tomó el silencio del crío como un no. Salió por la puerta y lo oyó a hablar.

—En la escuela pidieron que las mamás fueran mañana a la actividad.

Volviendo en sus pasos se quedó en el marco de la puerta.

—¿Dónde está ella?

Constantino se encogió de hombros.

—Dile a tu papá que vaya. —rodó los ojos.

—Mi papá no es mujer, ahí van mujeres, no hombres. —dijo enfardado.

—Si no tienes mamá, entonces tu papá hace de mamá también. ¿Y que tiene que ver que un hombre vaya a la actividad de su hijo donde la mayoría son mujeres? No sé que clase de valores te enseñan en la escuela, pero me vas quitando el machismo del plan de estudio.

Sus ojos curiosos la miraron.

—¿Qué es machismo?

Gianna se tocó el puente de la nariz. Algo que le fastidiaba de los niños, eran que preguntaban todo.

—Es cuando el hombre piensa que es superior a la mujer. Por lo tanto, hacer actividades que normalmente lo hacen las mujeres lo consideran inferior o piensan que los hace ver menos machos. Una total mierda.

—Entonces ¿está bien si un hombre hace cosas de chicas?

—No tiene nada de malo. —Gina vio la hora en el reloj de pared. —Venga si no tienes valor para decirle a tu papá, a dormir.

Constantino se levantó enfurruñado para ir hacia el cuarto de su padre. Gia sonriendo lo siguió porque no podía despegarse de él hasta que estuviese dormido, palabras del señor Calavera. Sabía que le estropearía el polvo esta noche. Hacerlo infeliz lo más que pudiese era lo que le daría vida en este hueco del infierno.

Constantino ni siquiera golpeó, se precipitó hacia dentro para ver a la pelirroja atragantada con el miembro de su padre.

—¡Suéltalo! Hiena. —gritó el niño cogiendo con sus puños el pelo rojo y jalándola lejos de su padre. —Mi papá no se come.

Gia se acomodó en el marco de la puerta tratando de no reírse.

—¡Suéltame! Renzo sácalo. —Renzo veía a Gia con las aletas de la nariz dilatadas.

—Constantino, basta.

El niño miró con disgusto a la mujer quien tenía el maquillaje corrido. Y se acercó a su papá.

—¿Estas bien? ¿No te duele el pene? Menos mal que llegué a tiempo sino te quedas sin hacer pis.

—No se estaba comiendo nada. —refutó Renzo.

—Claro, se la estabas haciendo comer que no es lo mismo. —murmuró Gia ganándose la mirada de ambos susodichos.

Se puso el pijama sin prisa dándole tiempo a Gia de revisarlo todo lo que quiso sin pudor ninguno y sin ocultarlo tampoco.

—¿Qué miras? —escupió la pelirroja enfadad al ver como Gia se comía con la vista a Renzo mientras se ponía el albornoz.

—Observo lo que tantas se han comido desde que estoy aquí. La verdad no veo nada por lo cual encender la entrepierna y apagar el cerebro.

—¡¿Cómo?! ¿Cuántas perras has metido a la cama? —gritó indignada.

—Si te cuento a ti, en lo que va de semana. Ocho. —Gia hizo un gesto con la mano restándole importancia. —En fin, a lo que vinimos.

Constantino tomó la señal para mirar a su papá y decirle.

—Bueno...—Renzo se arrascó la nuca. —De seguro habrá algún hombre por allá.

—Todas son mujeres y Gia dice que no seas machista. —Constantino se cruzó de brazos.

La susodicha lo miró con los ojos abiertos sin esperarse esa.

—No seas embaucador, que no te he dicho que sea machista.

—Dijiste que cuando un hombre no quiere hacer las actividades de una mujer porque siente inferioridad, es machismo. Y mi papa esta siendo machista. Tu me dijiste.

Entre los sollozos de Katrina, los gritos de Constantino, Renzo solo quería una cosa. Ahorcar a Gianna.

—Mañana en la mañana hablamos. Vete a dormir.

Constantino pateó en el suelo y se fue tomando la mano de Gia en el proceso sacándola de ahí y quejándose.

—Te lo dije es inútil. No quiere. Nunca quiere.

Las voces se perdieron por el pasillo y Katrina seguía sollozando. Renzo miró al cielo para que un rayo lo partiera al medio.

—Deja de llorar, sabías perfectamente que no éramos exclusivos. Me tiro a quien quiera y como quiera. Ni tu ni nadie le va a poner correa a mi polla. Si no te gusta te largas.

Salió como alma que lleva el diablo hacia la habitación de Gianna. Renzo Calavera no amenazaba en vano. La Srta. Salvatore se lo pensaría mejor en volver a joderlo de nuevo.

A punto de dormir, se quitó la bata quedándose como dios la trajo al mundo en el mismo momento en que Renzo entraba como una fiera a su cuarto.

—¿Se puede saber qué coño haces?

Gia se giró hacia él sin pudor alguno cruzándose de brazos. Lo había perdido hacía mucho tiempo y no tenía nada por lo cual avergonzarse.

—Vístete.

—Estoy en mi habitación y puedo estar como me de la gana.

Renzo se pasó una mano por la cara hasta que se abalanzó sobre ella y la empino cogiéndola por el cuello apretándola hasta estamparla contra la pared.

—No tienen ni idea con quien te la estas jugando. —murmuró entre dientes cerca de su oído. —Soy un hombre con poca paciencia. Te advertí e hiciste oídos sordos. Ahora conocerás que mi palabra no se alza en vano.

Tomó a Gia por la nuca y la bata en la otra mano. La sacó a tientas por el pasillo mientras esta se ponía con dificultad el albornoz que le dio.

—¡Suéltame imbécil!

En la primera planta la sacó hacia la perrera a unos metros de la casa.

—He conocido a mucha gente en mi vida, pero a ninguna con cero instintos de supervivencia. ¿Cuándo aplicaste al trabajo no sabías para quien lo hacías?

—Sería muy difícil no saber quién es Renzo Calavera. —forcejeó para zafarse de su agarre sin éxito. —Eres como el secreto a voces de toda Italia.

Los perros empezaron a ladrar oliendo la agitación.

—¿Entonces porque demonios me llevas la contraria? ¿Por qué no te callas y obedeces?

—Me prometí que no bajaría la cabeza ante nadie. Adelante, échame los perros, has lo peor. Pero seguiré diciéndote las cosas a la cara quieras o no, hasta que me eches o me mates. —le gritó a la cara.

Renzo le dio una sonrisa oscura.

—Buenas noches, incordio. —abrió una reja, la lanzó al suelo y se fue.

Gia soltó un grito de frustración.

«Te odio maldito, te odio, te odio.» 

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