El Rostro Humano de Lucifer ©

By ROSE_RP09

3.5K 564 2.1K

«¿Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas engañamos al diablo mism... More

¿Por qué pasé la historia a borradores?
Sinopsis actualizada***
Prefacio
Dedicatoria
Nota Antes de leer
Reparto 1
Reparto 2
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Notita
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10 [+18]
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 16
Capitulo 17
¡1K!
Capitulo 18 [+18]
Capitulo 19 [Parte 1]
Capitulo 19 [Parte 2]
Capitulo 19 [Parte 3]

Capitulo 15

125 12 70
By ROSE_RP09

«Yo no quería hacerles daño, sólo quería matarlas»

-David Berkowitz


—¿Cómo estás? —preguntó mi padre en voz baja, como si nuestro lazo se hubiese vuelto demasiado fuerte de un momento a otro. Y joder, como me confundía un acto como aquel.

Llevaba un saco azul oscuro, casi como mis ojos. Perfectamente planchado. A pesar de estar en sus cuarenta y pico de años, mi padre se mostraba como alguien de porte elegante, que se apegaba mucho a lo bohemio. Portador de la misma mirada sobria —que tanto le caracterizaba —, desde que lo recuerdo de esa forma, esa mirada tan... Juzgadora. Preparada para analizarme y sacarme una lista de defectos. Tenía la barba algo descuidada, aunque no del modo que parece que no se ha preocupado en arreglarla. De pose recta, espalda erguida, y con la misma voz profunda que tanto había hecho retroceder a mi madre al hacer o por lo menos pensar en cometer un acto. Sus ojos marrones parecían exigir un poco de oscuridad en aquella sala blanca y pálida. Como si hubiesen llegado sólo para eso: para darle un toque oscuro a la habitación.

Papá y yo nunca nos habíamos llevado bien, y, que hablase con tanta naturalidad al querer saber de mí —desde hace mucho tiempo —hacía que el estómago se me revolviera, dejando una espesura tras el paso que dejaba. Después de tantos insultos, no me esperaba una mirada tan comprensiva como aquella. O tenía trastorno bipolar, o estaba fingiendo, o en serio quería ser un buen padre.

—Bien —respondí sin muchas ganas, queriendo aparentar un poco de cansancio. Aunque no sabía qué pretendía con ello exactamente.

La mirada de papá no cambió, seguía muy serena. Como si de repente la idea de mantener una conversación civilizada —que nunca habíamos llegado a tener —fuese algo normalmente usual entre nosotros.

—¿Seguiste con los dolores de cabeza? —musitó él, examinando la sala con la vista y con  mucha determinación.

Así era él. Siempre analizaba todo con sumo detenimiento, ya sea todos y cada uno de los detalles de una sala de hospital.

—Sólo no entiendo cuál es la razón de todo esto —contesté, observando mi estado: estaba envuelta por las sábanas de la camilla, muy claritas, y usaba un pijama que seguramente me habían puesto allí mismo.

De un momento a otro, mi papá hizo algo que nunca se me cruzó por la mente que haría delante de mí: sonreír. Me mostró una sonrisa que yo quería tragarme en mis recuerdos como una genuina y era, a su vez, algo que no quería que se volviese a repetir.

Me sentí mal en aquel minuto, pero de una forma terriblemente escandalosa. No sabía si era por esos horribles espaguetis con puré que me había metido Lorian por la boca, o por el hecho de tener al hombre que había soltado comentarios tan despectivos sobre mí, preguntándome cosas tan comunes y siendo cordial. Era mi padre, sí, no era un extraño, pero en ese instante lo sentía así.

—Es necesario, hijita. —espetó.

Decidí ignorar todas las preguntas que estaba deseosa de soltar, y atiné a imaginar alguna idea que resultara coherente para cambiar abruptamente de tema, por otro que me hiciera sentir cada vez menos la revoltura espesa en mi estómago. En vez de soltar todas mis dudas y especulaciones, dije:

—¿Cómo está mamá?

Aquello le sorprendió. Pero fingió que no tuvo ese efecto. Al contrario, ensanchó aún más su sonrisa, como si fuese un tema placentero hablar de mamá. Como si tan sólo oír su nombre —cosa que no había pasado nunca— le pusiera feliz como pasaba con todos los enamorados.

—Ella está bien. Atareada, porque me está ayudando en la empresa. No estamos en crisis, creo que eso nunca, o muy pocas veces que mi vaga memoria recuerda, nos ha pasado —contestó, riendo y mostrando esas paletas blanquecinas que se notaba se  había esmerado en cuidar —De hecho, le recomendé que pasara por tu casa. Ya sabes, un paseo matutino. Para que se distraiga de los problemas de la empresa, pero ya sabes cómo es tu madre...

—No aceptó —murmuré, sabiendo perfectamente a qué se refería. A mamá se le metían ideas en la cabeza y era más fácil arrancarle la cabeza que la idea.

Aunque no sabía si no quería o no podía. Existía una diferencia demasiado grande entre esos dos vocablos.

Mi padre se levantó, sacudiéndose una pelusa imaginaria del saco azul. Caminó los mismos pasos que había recorrido al inicio, en su entrada, y al acercarse él al umbral tuve la capacidad de entender que tenía intenciones de abandonar la sala.

En seguida procesé su idea, un alivio acusatorio me envolvió. No me había dado cuenta de que mis músculos estaban tensos, sin poder respirar.

—Oh, por cierto, puedes llamarme por teléfono de vez en cuando para conversar y reunirnos —se volteó, y me guiñó un ojo.

—Cambié de número de teléfono —dije secamente.

Alzó ambas cejas, en un gesto claro de sorpresa, y puso una mueca.

—En todo caso, puedes dármelo. O pasarme un mensaje diciéndome que eres tú —sugirió, a lo que yo sólo me limité a asentir.

Le mostré una sonrisa lo más realista que pude, aunque no dejara de ser una sonrisa forzada. Él me la devolvió, con una chispa en sus esferas marrones que no pude descifrar.

La doctora me felicitó por mi pronta recuperación.


Aunque no era de esperarse para mí, los dolores de cabeza disminuyeron considerablemente. En cambio, sustituyendo, daba lugar a una ola de recuerdos borrosos y agobiantes para mi memoria.

Tenía lagunas mentales. No sabía si eso era algo natural, algo de la edad, o tal vez que los dolores y el estrés daban eso. ¿Tal vez iba a morir y el proceso se convirtió en uno lento y doloroso? ¿Ya llegaría mi final?  No lo sabía. Ni tampoco prefería decir nada. Porque, ¿Qué sentido tenía? Los dolores de cabeza iban a continuar, y ni hablar de los anteriores que había sufrido. Prueba de ello son los susurros que le hacía al pote de aspirinas a horas inciertas de la madrugada. Y después, los suspiros de alivio que soltaba cuando se me pasaban.

Gabi había procurado que comiera y que tomase bastante líquido. Lorian no, porque Lorian era un verdadero peligro para la supervivencia de nuestra especie y, mucho más que eso, para la sociedad.

Por otro lado, la supuesta enfermedad me sirvió para engullir los libros de Lovecraft. Había leído tanto que me empecé a cuestionar si vivíamos en un universo no del todo real.

Sentí, como, con tres-y-cuatros toques, llamaron a la puerta. Y, sin si quiera detenerme a pensarlo dos veces (dada la posibilidad de que fuese mi padre de nuevo) le cedí el paso.

La figura no tan descansada de Gabriel chocó con mi mirada.

Estaba cansado, eso era obvio, se había estado preocupando tanto porque yo estuviese bien que más por descansar. Unas ojeras pronunciadas y violáceas contorneaban sus ojos color avellana. Que nunca perdían la belleza. Porque así era Gabi: ni en los peores momentos, estando enferma yo o no, dejaba de brillar. Siempre tan... Dispuesto a cuidar de los demás. Tenía suerte de tener un amigo como él. Pero tenía miedo de que esa amistad un día se acabase. Porque vamos, cuando ambos termináramos la universidad, aunque faltase mucho tiempo, iríamos fuera para buscar nuevas oportunidades. En este pueblito no había mucho presupuesto como para desarrollar un trabajo que diera para vivir.

—¿Quién era el anciano cachondo ese? —preguntó él.

Reí ante su comentario, mi papá podía ser muchas cosas, anciano sí, pero no me cabía en la cabeza que el adjetivo “cachondo” lo definiera muy bien. Podía esperar cualquier cosa: “cuarenteañero” “cara de culo” pero nunca: cachondo.

—Cachondo no está —opiné, haciendo un mohín de disgusto —.  Y respondiendo tu pregunta: es mi papá.

—Nunca hablaste nada sobre tener un papá.

—¡Claro que tengo un papá! ¿O de dónde salí? ¿Del tubo de escape de un autobús? —me burlé —. No, mijo, yo fui producto de un condón roto.

Gabi se carcajeó. Su risa resultaba ser  muy contagiosa. Igual que esa gripe que se te pegaba en la escuela, y que estabas tres semanas con ella.

Permanecimos en un silencio espeso. No del incómodo, no, eso nunca nos pasaba, el silencio junto a Gabi nunca era incómodo.

—Ava —me llamó Gabriel —. Debo decirte algo.

—Dispara, mijo.

—Debo admitir que tu padre me da un poquito de...

—¡Perras idiotas! —chilló alguien más.

Era Lorian. ¿Cuándo no?

—¿Pero qué le pasa al tipo este? —dijimos mi mejor amigo y yo al unísono.

Lori se puso a hacer muecas y a sacar la lengua. Sí, muy maduro de su parte.  Eso llegaba a ofender a cualquiera que lo viera aunque no fuese con esa persona.

Se giró hacia nosotros, no sin antes dejar por cerrada la conversación con otro insulto: Vieja promiscua.

—¡Ah, hola! ¿Cómo están mis pingüinos de verano? —saludó en un tono casual, haciéndonos reír.

—Buenos días para ti también —dije yo.

—¿Con quién te cuqueaste? —inquirió Gabriel, y se quedó esperando respuesta por un rato no muy prolongado, con un ceño marcadamente fruncido y la palabra «preocupación» tatuada en la cara.

—No me puedo cuquear si no tengo cuca —respondió finalmente el "interrogado".

—Muy gracioso, Loria...

—Te quedas sin sexo esta noche —interrumpí yo, mientras por mi mente surcaban miles de ideas más para molestarlo.

—Él está muy necesitado, lo dudo —replicó él, sacando la lengua y volteando los ojos.

—¿Me vas a decir que coño haces aquí? —dijimos mi castaño amigo y yo, casi al unísono.

—Me debes un helado —reí. Era una broma que habíamos inventado, o por lo menos eso decía él, que consistía en que si decíamos algo al mismo tiempo uno de los dos tenía que decir lo anteriormente citado.

Lorian le reprendió con la mirada, para luego posarla en mí y anunciar:

—Te van a dar de alta.

«¡Por fin!» pensé.

La verdad, era que la sola idea de pasar un día más encerrada (permítanme exagerar: un segundo) entre las blanquecinas paredes que conformaban mi habitación —que tildé de aburrida y común— haría que mi cerebro me condujece a una demencia profunda.

Como se me prometió, ese mismo día partimos a mi casa.

La familiaridad de los lugares por los que pasábamos nunca, en ningún momento, me abandonó. Escuché de nuevo el cantar de los pájaros, las hojas de los árboles danzando, y ese olor a naturaleza en cada orilla. Percibí un extraño olor a lluvia, que seguramente estaba por avecinarse, muy cerca de mí.

El dolor de cabeza, he de agregar, quiso seguir atormentándome. Como si su función fuese recordarme que debía hacer algo con mi salud mental, cuanto antes. Como diciendo «ni las aspirinas te van a poder salvar de esta.»

Sí, sonaba loco, pero en mi mente era mejor creerlo y conservarlo para siempre en mi memoria de esa forma.

Y, definitivamente, necesitaba de ya hacerle caso al dolor de cabeza. No sólo a ese, sino a todos los otros anteriores. Y los que estaban preparados para llegar en un futuro.

Había descuidado tanto mi salud mental que ya me consideraba innecesario esforzarme, tras irme de casa descubrí que mamá y papá ya no podían insultarme, o que no podían ponerme en medio de ninguna pelea suya. Después, se dieron los estudios. Estaba tan obsesionada por sacar buenas notas que olvidé, a su vez, que también debía cuidar mi salud mental si no quería volverme loca. Quería demostrar de una forma surreal y a alguien imaginario que yo no necesitaba de mis padres. Más por lo anterior mencionado que por la verdadera satisfacción de sentir que todos mis esfuerzos valieron la pena.

Y ahora sentía la necesidad de cambiar eso.

La misma secuencia se había repetido.

Me senté en la cama, el colchón me recibió con su habitual crujir y apoyé mi computadora en mi regazo.

Las escenas  de mi yo de quince años, haciendo esto mismo se repitieron en mi mente, pero más ilusas, más patéticas y más vivas. Aquello me sirvió para permitirme pensar de nuevo en los horrores no reales que había padecido.

—Todo va a salir bien —me dije a mi misma, y me sonó patético. Con una nota de sarcasmo mezclado con el autoconvencimiento

La imagen de una chica pelirroja, que aparentaba tener cuatro años más que yo, se reflejó en mi pantalla. «Sandra Jones», leí su nombre. La misma sensación de plenitud me invadió. La misma sensación ingenua.

Llamar a Sandra requirió de un gran esfuerzo psicólogico para mí, teniendo dejar pasar lo que para mí significaba una oportunidad de recuperarme y seguir con mis porqués, y ví pasar delante de mí la misma secuencia nítida de hace tres años. Claro que Sandra no debía terminar como Jimena, pero mis temores así me lo decían.

Mi cita sería por la tarde. Mismo día de la semana, pero en vez de alivio, sentí que la vida me estaba jugando la misma broma jodida.

Sin embargo, me tragué mis horrores no reales para mis adentros, diciéndole los mismos a nadie.

«Veamos si nos va bien con esta» susurró el dolor de cabeza.

❤️

Buenas!!! ¿Cómo están? Yo estoy bien, jjj. ¿Qué tal el capítulo? ¿Qué creen de Ava?

Yo en lo personal creo que ha cambiado mucho, que su madurez se acentuó ligeramente en estos dos últimos capítulos. Ay, mi Avita ya es una mujer.

Por otro lado, muchas gracias, ERHDL casi llega a las 800 lecturas, nunca me alcanzarán las palabras para decirles lo agradecida que estoy de que lean, comenten, voten y me sigan. No soy famosa, pero puedo lograr muchas cosas. Gracias a todos ustedes. Cada voto, cada comentario, cada lectura para mí significa felicidad. ❤️

Vamos por más, pedacitos de corazón.

Con amor,

Rose! ❤️

Continue Reading

You'll Also Like

119K 13.5K 33
⚠️ Terminada ⚠️ Y es que nunca pude amar a alguien más con la misma intensidad con la que te ame a ti, te recuerdo día y noche. Jamás olvide nuestros...
5.7K 249 14
Despues de 8 años volviste a japón para tener una mejor vida y terminar tu preparatoria, Tambien para cumplir la promesa que le hiciste a una niña cu...
895K 100K 43
«Las mentiras terminaron, pero las obsesiones se multiplican». Sinaí cree ser la reina del tablero, y perseguirá a su rey a donde haga falta, aunque...
25.5K 2.5K 29
Evil † Su mirada me da escalofríos, miedo, como si leyera mis pensamientos. Algo oscuro esconde en su mirada algo que no quiero saber. Ese hermoso h...