La Musa de Fibonacci

Da Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... Altro

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
4 DAN
5 SHANNON
6 DAN
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
13 DAN
14 SHANNON
15 SHANNON
17 AURELIO
18 SHANNON
19 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

16 DAN

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Da Isabelavargas_34

—¡Dan!

La mano de Shannon se detiene en su vertiginoso movimiento al introducir y sacar casi con rabia el consolador de su coño.

Tiene los ojos abiertos como platos, la respiración agitada y las piernas tan separadas que le tiemblan un poco. Es todo un espectáculo que no hubiera querido perderme por nada del mundo. Verla masturbarse delante del espejo hace que la cancelación de la velada con la pintora coreana haya valido la pena.

Shannon hace el intento de sacar de su cuerpo el aparato que la estaba ayudando a aliviarse, pero me apresuro a alzar mi mano.

—No pares —le digo. Hago un gesto con la barbilla y le sonrió—. Sigue. Quiero ver cómo te corres.

Nos sostenemos la mirada unos instantes; la de ella, altiva, orgullosa, me deja muy claro que no se avergüenza de que la haya pillado; la mía es implorante. No quiero que se detenga, necesito ver cómo sus facciones se crispan justo en el momento en que llega al orgasmo.

Cuando creo que va a decir que ya no quiere continuar, vuelve a introducir el aparato en su vagina, pero solo un poco, lo justo para apoyar la cabeza redonda en la abertura a su cuerpo.

—Di, simplemente, «por favor» —me pide con calma; demasiada para un momento en el que el aire de mis pulmones ha comenzado a hacerse pesado como el vapor de agua al bullir dentro de un caldero—. Basta con pedirlo, no siempre hay que ordenarlo.

—Por favor, Shannon —me someto a sus palabras con tanta rapidez que yo mismo me sorprendo—. Déjame verte.

Todavía manteniendo nuestros ojos fijos en los del otro, ella entierra el vibrador en su cuerpo. Observar cómo se pierde en su interior hasta la empuñadura me deja sin respiración y hace que sienta un tirón en la ingle, tan fuerte que toda mi sangre vuela hacia mi polla, que se vuelve dura como una roca.

El vientre de Shannon se contrae ante la intrusión y deja escapar un largo jadeo que arranca uno idéntico de mi garganta.

Sin apartar la vista de mí, repite el proceso una y otra vez, imprimiendo más energía en cada acometida. Cuando lo saca está húmedo e impregnado de sus fluidos. Por un momento creo que puedo batir mi propio récord y correrme solo con mirarla mientras ella trata de hacer lo mismo.

—Adelante —grazno. Casi no reconozco mi voz porque la saliva no me llega a la garganta—. Estoy que me muero porque lo hagas.

Ella redobla sus esfuerzos. El sordo ruido de la vibración del aparato entra en mis oídos como si fuera la hipnótica melodía producida por el flautista de Hamelín; dispuesto a seguirla hasta donde ella quiera llegar.

Me deshago de mi ropa con tanta premura que algún botón de la camisa salta del ojal. No espero a tener la cremallera del pantalón abierta del todo. De un tirón, me lo bajo y, con él, mi ropa interior. Me quedo desnudo ante ella, con una erección pulsante que empieza a ser dolorosa y que reclama atención.

—Sigue, Shannon —la aliento a la vez que mi mano desciende por mi polla, desde la punta hasta la base, en donde aprieto levemente para notar que se hincha un poco más—. Cuando sientas que llega tu orgasmo, déjame acabarlo a mí; déjame beberte, ¿sí?

Ella asiente sin dejar de mover su mano. Tiene las pupilas dilatadas, la mandíbula en tensión y los labios entreabiertos, a través de los cuales introduce aire a bocanadas.

Soy consciente del preciso momento en que el pico de su clímax comienza a asaltarla; su mano, aunque pareciera imposible, se mueve cada vez más rápido.

—¡Dan! ¡Dan! ¡Estoy...! ¡Estoy...!

No la dejo acabar. Me arrojo de rodillas delante de ella y, con un único movimiento, retiro su mano y el vibrador de la entrada a su cuerpo para cubrirla por completo con mi boca. Noto cómo los espasmos se suceden y los cálidos fluidos emergen de ella casi a borbotones. Mi lengua trata de ser un sustituto aceptable del vibrador y asalto su hinchado clítoris sin piedad. Bebo como jamás lo había hecho y la escucho gritar mientras sus manos se aferran a mi pelo para pegarme contra sí tanto como es capaz. No me importa el dolor con tal de que ella se convenza de que la acompañaré hasta las puertas del infierno, si hace falta.

Las convulsiones van cediendo poco a poco y el pico de endorfinas debe de estar disminuyendo porque, con un largo suspiro final, se deja caer pesadamente en el colchón, con mi cabeza aún metida entre sus piernas.

Me separo un poco y la observo. Trata de llenar los pulmones de aire y sus pezones son dos duras y oscuras puntas que señalan al techo. Muy despacio, me levanto. Ella tiene una sonrisa en los labios y, como si supiera que la estoy mirando, busca mis ojos.

—No sé si te ha gustado tanto como a mí, pero...

—¿Estás loca? —la interrumpo—. Ha sido una fantasía verte así, cielo.

Incorporándose, Shannon se sostiene sobre los codos. Sus ojos resbalan por mi cuerpo, me estudia de arriba abajo con aire indolente hasta que se detiene en mi enorme erección, que clama a voces que le ofrezca consuelo.

—Ahora, ¿qué quieres hacer? —me pregunta—. Es tu turno.

—Lo que se te ocurra —digo a mi vez, dispuesto a darle lo que me pida. Sin condiciones.

Una sonrisa torcida emerge de sus labios a la vez que hace un gesto con los dedos.

—Ven aquí. Creo que hay algo que está pidiendo atención urgente.

—¿Quieres masturbarme? Puedo ofrecerte mejores alternativas —le digo algo socarrón, aunque cualquier tipo de sexo con Shannon me gusta.

Aun así, me inclino hacia ella y me da un beso largo en el que se traga mis labios mientras su lengua trata de abrirse camino. Pensaba que no podría estar más excitado que hace unos segundos; pero parece que estaba equivocado. Un beso de Shannon es capaz de hacerme arder como una chispa ante la gasolina.

Su boca busca el hueco de mi garganta y, desde ahí, desciende poco a poco con pequeñas caricias que me sacuden por entero.

Echo la cabeza hacia atrás y dejo escapar un gemido.

—Shannon...

En ese momento, ella deja de besarme. Bajo la mirada para encontrar que se ha tumbado en la cama. Sus manos ascienden por su abdomen hasta acabar encerrando sus pechos con las palmas, como si fuera una ofrenda.

—Ven —me dice al mismo tiempo que se acaricia los pezones—. Pon las rodillas a cada lado de mis caderas.

Me falta el tiempo para hacer lo que me ha pedido. En cuanto estoy acomodado sobre ella, sus palmas cambian de interés y vuelan hacia mí. Me acaricia el torso, desciende por mi abdomen hasta que sus dedos se cierran en torno a mi polla y la aprisiona entre sus pechos. Un ligero apretón y casi no puedo contenerme.

—Si vuelves a hacer eso, no voy a evitar correrme —digo entre dientes mientras hago un esfuerzo por templar mis nervios.

—¿Quién dice que quiero que te contengas?

Sus palabras son como un pistoletazo de salida. Nuestras miradas se encuentran justo antes de que, con un enérgico movimiento, la mano de Shannon se mueva de arriba abajo por toda la longitud de mi polla, que sigue encajada entre sus tetas. Además, con la mano que aún tiene libre, acoge mis testículos. Siento que puedo explotar en cualquier instante.

—¿Así? ¿Te gusta?

Asiento mientras ella cambia el ritmo, más despacio primero, hasta que se vuelve infernal. No puedo respirar y mi diafragma se contrae a base de espasmos en busca del aire que comienza a faltarme.

—¡Dios, Shannon! —exclamo justo antes de apretar los labios. Un latigazo de placer me recorre y está a punto de ahogarme.

—Los tienes muy duros; están deseando descargar. Vamos, Dan. Dámelo.

No puedo esperar más. Con un empujón en su hombro más fuerte del que me hubiese gustado, hago que me suelte. Mi mano toma el relevo de la suya y ya no hay vuelta atrás.

Me es imposible gobernar mis movimientos. Mi cuello se arquea y de mi garganta sale un grito que retumba en las paredes de la habitación. Mi polla se sacude una y otra vez al eyacular sobre Shannon sin ningún control, en un orgasmo tan largo y tan profundo que mi mente cortocircuita durante unos instantes.

Durante esos gloriosos segundos no puedo respirar. Y, cuando lo hago, es a bocanadas y con el corazón a mil por hora latiendo en mi pecho.

Los párpados me duelen de la fuerte presión que han ejercido. Muy despacio, abro los ojos y busco a Shannon. Tiene la mirada clavada en mí y una pícara sonrisa está dibujada en su boca. Bajo la vista hasta sus pechos, que brillan manchados con mi semen.

Sin decir una palabra, ella alcanza una prenda de ropa que no logro identificar y me la tiende.

—Límpiame.

Hago lo que me dice. La seco con cuidado y esmero y, cuando acabo, arrojo la tela al suelo.

—Ya está.

—Pero no creas que he acabado contigo —me dice.

Sus palabras me toman por sorpresa.

—¿No?

Ella niega con fervor.

—Levántate.

Lo hago sin dudar, aunque temo que las piernas me flaqueen. Me coloco a un paso de la cama mientras ella se sienta al borde del colchón. Sin previo aviso, me toma de las caderas y hace que deshaga la pequeña distancia que nos separaba. Siento su aliento sobre mi vientre y, al segundo, su lengua recorre toda la longitud de mi polla, aún dura.

—Shannon...

—Voy a limpiarte. Voy a beberte como tú has hecho conmigo. —Y, al instante, estoy enterrado hasta el fondo de su garganta.

Los dedos de mis pies se encogen ante la inesperada reacción. Me agarro a sus hombros y echo la pelvis hacia adelante, para hundirme más en su boca.

—¡Por Dios, Shannon! ¡No puedo soportarlo! ¡Voy a...! —grito al arrojarme a otro orgasmo como una pelota de pinball contra las barras.

Me retuerzo, pero las manos de Shannon me sujetan por los muslos. Es ambiciosa y lo quiere todo de mí. Si quiere mi vida, también es suya.

Mi pecho se hunde una y otra vez para buscar el aire que me falta. Shannon se incorpora, me mira desde abajo y me sonríe. Está preciosa; tiene las mejillas sonrojadas y el pelo le enmarca la cara de una manera deliciosa. Sus labios están rojos y húmedos y puedo apreciar una gota de mi semen deslizarse por la comisura. Ella trata de retirarla con la yema de su dedo, pero yo me apresuro a hacerlo en su lugar.

—¿Te has llevado una sorpresa cuando he llegado sin avisar? —le pregunto al cabo de un rato, cuando ya soy capaz de articular palabra.

—No es que me queje, en absoluto —responde—. Y tú, ¿te has sorprendido al verme?

—Yo tampoco voy a quejarme.

Me dejo caer pesadamente en la cama y la arrastro conmigo.

Shannon se acomoda entre mis brazos y me da un beso en la curva del cuello. La pego a mí y la abrazo con fuerza.

—¿Por qué has vuelto tan temprano? —me pregunta.

Chasco la lengua. Aún siento los miembros lánguidos y una inesperada somnolencia comienza a apoderarse de mí.

—La pintora se marchó antes de lo previsto —confieso con los ojos cerrados.

—Qué pena. Sé que tenías muchas ganas de hablar con ella.

—Y lo hice. Menos de lo que me hubiese gustado, eso sí, pero me dio tiempo a intercambiar algunas impresiones con ella. Es maravillosa... —Giro un poco la cabeza, entreabro un párpado y miro a Shannon con diversión—. Aunque no tanto como tú. Nadie es tan maravilloso como tú.

Ella ríe con ganas.

—¡Esos son los efluvios del polvo que acabamos de echar! ¡Te ha dejado con los ojos en blanco!

Me sujeto las costillas por las carcajadas.

—No, no —desestimo cuando soy capaz de volver a hablar—. Nadie se puede comparar contigo. Lo digo completamente en serio. De corazón. No puedo pensar en nadie más que pudiera ser mi musa. Además, estaba deseando volver a casa para contarte que ya tengo la idea para nuestra próxima exposición.

Shannon se incorpora y me mira intrigada.

—¿En serio?

—Muy en serio.

—¿Y me lo vas a contar?

—Depende del empeño que pongas en ello... —respondo con algo de sorna.

Ella me golpea suavemente en un costado y yo me contraigo mientras trato de controlar la carcajada que se aloja en mi pecho.

—Pero ¡qué poca vergüenza tienes! —exclama con los ojos brillantes y una sonrisa que trata de echar abajo su máscara de indignación.

La atraigo de nuevo contra mí y la abrazo todo lo fuerte que puedo.

—Claro que te lo voy a contar —respondo después de darle un beso en el pelo—. Vamos a hacer una exposición con las fotografías que te estoy tomando.

Lo cierto es que esperaba una reacción más efusiva. Sin embargo, ella se despega de mí y se acoda sobre el colchón, pensativa.

—¿Las fotografías?

Me giro para mirarla de frente.

—¿No te parece buena idea? ¿No te gusta?

—Sí, sí. Claro que me gusta, pero... ¿qué hay de diferente, de innovador, en hacer una exposición con ellas?

Sus palabras hacen que me replantee mis propias ideas. Aunque haya sido como un jarro de agua fría, no dejo de comprender el punto de vista de Shannon.

—Entonces, dime, ¿qué es lo que tú plantearías?

Su mirada se clava en algún punto de la habitación, uno que solo ella sabe cuál es, perdida en sus pensamientos. Su mente está trabajando a mil por hora. Lo puedo adivinar claramente por su expresión.

—¿Te imaginas una exposición en la que todo lo que puedas llevarte contigo sea lo que guardes en tus retinas? ¿En tus recuerdos? ¿Un arte que, una vez creado, se destruya? ¿Que nadie más pueda volver a admirar eso que una vez fue considerado bello?

—Arte efímero —musito sin pensar.

Ella me sonríe y asiente.

—El arte es como un orgasmo; no podemos vivir en un orgasmo constante. Hay que acabar con él para poder apreciar su belleza y atesorarlo en nuestra memoria. Ahí quedará para siempre.

Sus palabras me dejan pensativo y, al instante, cada engranaje de mi cabeza comienza a trabajar.

—Me gusta la idea —le digo con una sonrisa que comienza a formarse en mis labios—. Creo que tiene mucho potencial. Trabajaremos en ello en cuanto pueda ponerme en pie, porque ahora mismo dudo que me respondan las piernas.

Shannon se sienta junto a mí y se recoge la melena en una coleta apresurada en la que quedan sueltos algunos mechones alrededor de su rostro.

—Estoy segura de que sería un éxito —me dice—. Como lo fue la exposición de Londres. Todo el mundo quería asistir a ella; con esta pasará igual.

—Eso espero —comento mientras dejo escapar el aire de mis pulmones poco a poco. Una exposición siempre es un riesgo, pero uno que hay que asumir. Ruedo sobre la cama y me coloco de costado, doblo el brazo y hago que mi cabeza descanse en la palma de mi mano—. Menos mal que tú estás a mi lado. Nada de esto tendría sentido sin ti.

Me ofrece una sonrisa lánguida y se inclina hacia mí para darme un beso muy suave en los labios. Después, se incorpora perezosa y se estira a la vez que me mira con diversión.

—Bueno, voy a la ducha, ¿vienes conmigo? —Coqueta, dirige sus ojos hacia mi polla, ahora flácida, y sonríe—. Aunque, claro, tal vez ahora sea para nada.

—Dame quince minutos —le rebato sin poder contener el deseo que comienza a anidar de nuevo en mi vientre—. Si te abres de piernas y me muestras ese coño tan apetitoso que tienes, no voy a necesitar mucho más para empalmarme.

Ella me lanza una larga mirada de cejas arqueadas.

—Tienes catorce.

—Acepto.

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