La Musa de Fibonacci

By Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... More

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
4 DAN
5 SHANNON
6 DAN
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
13 DAN
15 SHANNON
16 DAN
17 AURELIO
18 SHANNON
19 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

14 SHANNON

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By Isabelavargas_34


Veo el brillo en los ojos de Dan y sé que mi propuesta le ha gustado a tenor del enorme bulto que aprecio en sus pantalones y que me muero por liberar.

En lugar de subir a la cama, tira de mí para que baje y me coloque frente a él. Una vez que estamos a la misma altura, sus ojos me recorren por entero, de la cabeza a los pies. Durante unos instantes, creo que va a decir algo, pero se limita a sostenerme la mirada antes de llevar sus dedos a los botones que cierran su camisa. No puedo apartar la vista de ellos cuando comienza a soltarlos. Lo hace con una elegante cadencia y con estudiada lentitud, hasta que todos están fuera de su ojal. Con un pequeño empuje, la liviana tela resbala de sus hombros y cae con un etéreo baile hasta sus pies.

Continúa con el botón del pantalón, y lo hace con la misma parsimonia con la que se ha venido conduciendo. Siento entre mis piernas un reconocible pulso que se incrementa con cada una de sus acciones, incluso noto la humedad que empieza a empaparme. Me mordisqueo el labio inferior, hambrienta y deseosa de que pose sus manos sobre mí y me acaricie como sé que solo él sabe hacerlo.

Mi gesto no le ha pasado desapercibido porque veo a Dan sonreír de lado. Sus dedos se detienen.

—¿No vas a acabar de quitártelos? —pregunto, sintiendo la garganta seca y la respiración alterada.

—Las estadísticas dicen que el mayor porcentaje de usuarios de lugares como este son hombres que vienen en busca de mujeres. Ver mi polla no les interesa en absoluto.

—Pero a mí sí que me interesa —contesto con un tono de voz algo travieso, mientras elevo un poco una de mis cejas—. Además, ¿dónde has leído eso de las estadísticas?

—No lo sé. Tal vez lo haya hecho en algún momento —me dice a la vez que se encoge de hombros con total displicencia. Entonces, hace un gesto en dirección a los espejos que nos rodean—. Los que están ahí detrás no saben la suerte que tienen. Es como entrar en el río a coger un guijarro y encontrarse una pepita de oro.

Sus palabras me conmueven.

—¿Eso crees?

Dan da un par de pasos hacia mí.

—Totalmente.

Entrelaza sus dedos con los míos con una naturalidad que me hace estremecer. Anhelo que me encierre entre sus brazos y me bese, pero en su lugar, sin soltarme, me rodea hasta quedar a mi espalda. Se pega tanto a mí que incluso puedo notar su aliento en mi cuello.

—Eres maravillosa, Shannon —susurra a la vez que sus labios rozan la suave piel bajo mi oreja.

Antes de que pueda contestarle, separa mis brazos de mi cuerpo.

—Deja que te vean.

Sus manos acarician mis falanges, pasan por la muñeca y llegan a las axilas. Lo hace con la yema de sus dedos, dibujando finas y suaves líneas que consiguen que me sacuda ligeramente. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para apoyarla sobre su hombro.

Él continúa viajando por mi cuerpo. Se toma su tiempo para perfilar cada una de mis costillas. Sus cálidas palmas me arrancan gemidos de placer, pero nada comparado a cuando ambas se cierran en torno a mis pechos y los amasa con avaricia.

Un largo suspiro abandona mi garganta antes de que sus dedos aprisionen a la vez ambos pezones, ya endurecidos por las caricias que estoy recibiendo. Los pellizca con deleite para volverlos aún más duros, si eso es posible. Me estremezco sin control. Aprieto los labios y me recuesto aún más en él.

—Dan... —murmuro.

—¿Te gusta?

—Mucho.

Escucho lo que creo que es una pequeña risa, que sirve para que me excite aún más.

—Permíteme continuar. Todos esos que se encuentran ahí detrás —señala los espejos— lo están deseando; me envidian. Quisieran ser ellos los que acariciaran estos cálidos montículos —explica al mismo tiempo que los manosea—. Siente mis caricias; son mías, pero podrían ser las de todos ellos. ¿Notas sus roces?

Sus palabras hacen que contenga la respiración. Imagino decenas de ojos puestos en nosotros, en cómo nos tocamos y en cómo desearían ser ellos los que estuvieran en el lugar de Dan, y esa expectación hace que me hierva la sangre en las venas.

Sin darme tregua, sus manos abandonan mis pechos y enseguida echo en falta su calor y sus roces. Las palmas descienden por mi abdomen hasta que acaban en el vértice entre mis muslos. Pego un pequeño respingo cuando el primer dedo roza mi clítoris ya hinchado. Me remuevo un poco contra Dan; puedo notar a la perfección la dureza de su polla, que se frota entre mis nalgas, y eso me hace desear que se deshaga cuanto antes de esos pantalones que evitan que pueda sentir su piel.

—Ya estás mojada —murmura en mi oído—. Me encanta que vean cómo mi dedo se desliza en tu coño. Solo el mío. Ellos no pueden alcanzarte.

Me sacudo sin remedio. Aprieto los párpados al sentir que sus palabras se hacen realidad. Noto cómo, con una mano, separa mis labios y, con la otra, se adentra en mí todo lo que puede.

Un espasmo me recorre por entero y hace que me incline un poco hacia adelante.

—¡Dan! ¡No pares!

Él retira sus manos de inmediato.

—Lo siento, cielo, pero aún no ha llegado la hora. No lo olvides: somos el espectáculo y hay que hacer que lo recuerden.

Por más que me pese y desee alcanzar el clímax en este momento, sé que lleva razón, como también sé que la espera merecerá la pena.

Con un fluido movimiento hace que me gire para quedar frente a él. Nuestros ojos se encuentran y veo en los suyos todo ese amor que me demuestra. Antes de que pueda decir nada, los labios de Dan se cierran sobre los míos y, atrapando mi boca con un hambre desmesurada, se impone sin tapujos.

Me devora; mordisquea mis labios con glotonería, su lengua se abre paso a través de ellos y me invade. Pero no me quedo atrás e imito cada uno de sus movimientos. De la garganta de Dan emerge un largo gruñido que me enciende aún más. Me pego a él y mis manos se cierran en torno a su culo para apretarlo con fuerza.

Con reticencia, Dan se separa de mí. Tiene la respiración agitada y las pupilas han engullido todo el color de sus iris.

—No tengo bastante de ti —me dice casi sin aliento—. Jamás lo tendré.

Su boca vuelve a mí. Traza senderos ardientes en mi mandíbula, que me dejan la piel de gallina y una imperiosa necesidad entre las piernas. Deposita decenas de pequeños besos, que bajan por mi cuello hasta la clavícula para seguir descendiendo, pero, cuando llega a una posición incómoda para su espalda, se arrodilla ante mí.

Nuestras miradas se encuentran: la mía, anhelante; la suya, inquisitiva y ardiente. Quiero que siga tocándome, que me lleve a lo más alto.

Como si pudiera leer mi pensamiento, Dan deposita un beso sobre mi ombligo para trazar con la punta de la lengua una línea descendente hasta mi sexo. Contengo la respiración justo antes de que su boca me toque.

—Separa un poco más las piernas, Shannon.

Como una autómata, obedezco. Aún no he asentado la postura cuando su boca se pega a mí con ansia. Tengo que buscar apoyo en sus hombros porque las caricias de sus labios hacen que mis rodillas se vuelvan de gelatina. Echo la cabeza hacia atrás, aprieto con fuerza los párpados y dejo escapar una larga exhalación cuando, buscando con su lengua un lugar entre mis labios vaginales, excita el hinchado botón.

No sé cuánto tiempo voy a aguantar esas atenciones; poco, estoy segura. Dan se está esmerando en llevarme a la cúspide.

—Sube una pierna al colchón —oigo que me dice. Yo hago lo que me pide sin dudarlo. En cuanto mi pie se posa en el borde de la cama, quedo abierta para él y para nuestros espectadores.

—Me encanta cómo sabes —le oigo decir cuando se separa un poco. Lo veo relamerse con una actitud hambrienta.

Antes de que pueda hablar, Dan regresa con más insistencia y succiona mi clítoris. Clavo mis uñas en su piel y siento que mi cuerpo se tensa rápidamente con un orgasmo que, al instante, me deja sin aliento.

No puedo controlar el grito que se aloja en mi garganta.

—¡Dan! ¡Dan! ¡Oh, por favor!

Obediente, renueva sus atenciones con más ímpetu para alargar en lo posible mi placer. Y lo consigue.

Apenas unos segundos después de que la tierra haya dejado de temblar bajo mis pies, se separa de mí despacio y alza la mirada. Mi respiración está agitada, mi pulso está disparado y todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo crepitan como si las hubiera alcanzado un rayo.

Despacio, Dan baja mi pierna al suelo y, entonces, mis rodillas cumplen con su amenaza, se ablandan y caigo sentada sobre el colchón. Él no pierde el tiempo y asalta mi boca. Sabe a mí, a mi esencia. Respondo a sus besos con la misma intensidad con la que él me los da; famélica e impaciente.

Mi último beso es al aire al darme cuenta de que Dan se ha alejado y se ha puesto en pie. Me observa desde arriba y su sonrisa torcida arranca una idéntica de mis labios.

—Creo que es mi momento —lo oigo decir.

Veo cómo las aletas de su nariz se dilatan un poco al coger aire. Asiente con seguridad y, al momento, sus manos vuelan a la cremallera de su pantalón. El sonido metálico reverbera en la habitación y, en cuanto la descorre, la prenda cae hacia sus rodillas por su propio peso, arrastrando con ella la ropa interior. Se deshace de las prendas sin miramientos, arrojándolas a un rincón.

Antes de que pueda decir nada, tomo su polla en mi mano y mis labios se cierran en torno a ella. El gruñido de Dan llena la habitación.

—Llevo deseando que hagas esto desde que te vi subida a esta cama, con tus labios pintados de rojo.

Me separo un poco y lo miro.

—¡Ah!, ¿sí?

Él asiente con comedimiento, sin que perdamos ni un solo instante el contacto visual.

—Ahora mismo, todos esos que están ahí fuera darían lo que les pidiéramos por estar en mi lugar.

Una sonrisa torcida y algo traviesa emerge de mis labios.

—Pues espero que disfruten.

Vuelvo a tomar a Dan en mi boca, hasta el fondo, mientras mis manos acunan sus testículos, algo pesados. Repito el movimiento una y otra vez hasta que escucho en la lejanía el gemido que escapa de su garganta mientras pone su mano sobre mi coronilla, instándome así a que continúe y lo lleve tan adentro como pueda. Lo hago, deleitándome en darle el mismo placer que él me ha otorgado.

—¡Shannon, para! —oigo decir a Dan. Su voz está estrangulada.

Me detengo y busco su mirada. Mis ojos le lanzan una muda pregunta que él interpreta a la perfección.

—Para —repite—. No voy a aguantar mucho si sigues haciéndomelo de esa manera.

Entiendo que quiere que juguemos un poco más, así que, antes de que su miembro abandone mi boca, paseo mi lengua por su glande. Veo cómo sus abdominales se contraen ante mis caricias.

Sin previo aviso, Dan me empuja suavemente hacia el colchón y yo me dejo llevar hasta que mi espalda da contra la superficie. No tarda en estar sobre mí y se hace un hueco entre mis piernas. Sostiene todo el peso de su cuerpo sobre sus brazos extendidos y me observa con adoración.

—No veo el momento de estar dentro de ti.

—¿Qué estás esperando?

No obtengo respuesta. En cambio, él busca mi boca y me da un beso avasallador. Mis brazos lo encierran y lo pego a mi pecho. Antes de que pueda darme cuenta, hemos rodado sobre la sábana y estoy encima de él.

—Ven, incorpórate un poco y gírate para que mires hacia el otro lado.

Me dejo llevar sin cuestionar nada hasta que me encuentro sentada delante de Dan, a horcajadas sobre sus caderas, con sus piernas frente a mí. Enseguida noto sus manos recorrer mi espalda al tiempo que dibuja una línea descendiente por mi columna hasta que se cierran en torno a mi culo. Lo aprieta con avaricia.

—Échate hacia adelante, cielo, y levanta un poco el culo.

En cuanto lo hago, advierto que se aposta en la entrada de mi vagina. Aprieto los dientes de puro placer ante esa suave caricia. En cuanto noto que está listo, regreso a mi posición y Dan se entierra en mí con una sola embestida.

Echo la cabeza hacia atrás y dejo escapar un largo suspiro cuando lo siento dentro. La postura hace que lo perciba mucho más profundo que en otras ocasiones.

—¿Estás bien? —me pregunta a la vez que alza ligeramente la pelvis y a mí con ella.

—Muy bien —ronroneo—. Haz eso otra vez. Levántame.

Obedece sin rechistar y me siento impulsada hacia arriba una vez más. Y otra. Y otra... Un pulso que reconozco comienza a gestarse en mi vientre y, en respuesta, aprieto con fuerza mis músculos internos para aprisionar su miembro.

—Shannon... No.

Me hace gracia su advertencia. Miro por encima de mi hombro con una sonrisa prendida en los labios.

—¿No? —pregunto a la vez que repito el movimiento. Dan se retuerce bajo mi peso.

—Estoy deseando correrme, nena. No lo...

No dejo que acabe porque vuelvo a estrecharlo dentro de mí. Un largo gruñido me dice que le gusta demasiado.

Su siguiente movimiento me toma desprevenida: sus manos se cierran en torno a mis brazos a la vez que me empuja hacia un lado hasta que quedo tumbada sobre el costado.

—Ya está bien por hoy de servir de espectáculo —dice junto a mi oreja—. Ven aquí.

Vuelve a penetrarme con furia, hundiéndose en mí. Mi cuerpo se amolda al suyo con facilidad. La mano de Dan recorre mi cadera y me insta a que alce la pierna. Encuentro su rodilla y, apoyándome en ella, quedo completamente a su merced. Entonces, con toques rápidos y precisos de su mano, acaricia mi clítoris mientras que me penetra con largas estocadas. Creo que voy a deshacerme en mil pedazos.

—Venga, cielo. Córrete.

Cierro los ojos con fuerza y dejo que la tormenta que se concentraba en mi vientre acabe estallando. Tenso mi espalda y grito mi liberación como si fuese la última vez.

Mi orgasmo arrastra a Dan que, con una última embestida, se derrama en mi interior mientras ambos nos estremecemos de placer.

Tardamos un poco en acompasar nuestras respiraciones. Siento que mi cuerpo, poco a poco, comienza a relajarse. Con un pequeño resoplido, Dan se recuesta en el colchón y me lleva con él.

—Ha sido genial, cielo —lo oigo murmurar con voz algo estrangulada.

Estoy contenta. Mi sesión de fotos ha acabado todo lo bien que esperaba. Las miradas invitadas al evento han añadido excitación al sexo. Pero, sobre todo, la mirada de Dan, esa que todo lo puede, se ha convertido definitivamente en el lugar del mundo del que no quiero salir, en donde me quiero quedar a vivir para siempre.

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