La Musa de Fibonacci

By Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... More

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
4 DAN
5 SHANNON
6 DAN
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
14 SHANNON
15 SHANNON
16 DAN
17 AURELIO
18 SHANNON
19 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

13 DAN

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By Isabelavargas_34

Desde que Shannon me pidió hacerse cargo de la preparación de la siguiente tanda de fotografías, los días han sido un poco caóticos.

Ella no sabe hacer nada a medias tintas; no puede involucrarse solo un poco. Como siempre, se entrega al mil por cien, se deja la piel, el aliento y hasta el sueño para que todo salga según su gusto. Yo no tengo nada que objetar ante eso, pero si soy sincero conmigo mismo, debo admitir que me he sentido un poco relegado.

Cada vez que le he preguntado qué se traía entre manos, ella me ha respondido con una sonrisa a medias, un guiño y, a veces, con un efímero beso que me ha dejado más intrigado de lo que ya estaba.

Estos días en los que ella está más ausente, el silencio me incomoda. No deseo escuchar todo lo que hay dentro de mi cabeza; a veces son voces ininteligibles que me susurran. Me desvivo por tratar de descifrarlas, pero tengo que darme por vencido; solo me queda esa sensación de desasosiego, de saber que me falta mucho, que debo esforzarme para sacar de dentro de mí algo que siento que aún está aletargado.

El apartamento, sin Shannon, es más triste, más lúgubre y más silencioso, igual que me siento yo, y eso se ve reflejado en mi pintura. Me retiro un poco del lienzo en el que estoy trabajando para verlo en conjunto. La luz de la tarde aún es buena y tenía todo a mi favor para haber realizado algo medianamente decente, pero no me siento satisfecho con la sensación que me devuelve; no transmite nada. Es una imagen vacía, sin vida. Sin alma.

Mis ojos recaen en la parte trasera de uno los cuadros que descansa en la pared, tapado a medias por otros. Sé a la perfección cuál es porque, desde que lo pinté, lo he admirado en varias ocasiones; es aquel en el que Shannon recrea el cuadro de Dalí. Mi Leda atómica. Mi musa.

Me levanto y voy hacia él, retiro los trabajos que lo ocultan y le doy la vuelta para poder verlo con claridad. No puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mis labios al admirar la figura de Shannon; cada curva de su cuerpo, cada sombra y cómo esas dos alas gigantes, que sobresalen de su espalda, dominan la composición.

—No sé si podré hacer algo mejor que esto —digo en voz alta y chasco la lengua, un poco decepcionado conmigo mismo. Si muriera hoy mismo, si tuviera que desaparecer y ser recordado por alguna obra, sería por esta, estoy seguro.

El timbre del teléfono me hace dar un respingo. Suelto el cuadro en su lugar y me acerco a la mesa, en donde he dejado el móvil hace un buen rato.

Antes de contestar, la pantalla ya me dice que se trata de Shannon.

—Hola —respondo mientras me acerco a la ventana, como si ella estuviera aguardándome tras los cristales. Por supuesto, no es así.

—¿Ocupado?

Me encojo de hombros y miro el lienzo que descansa en el caballete y que, estoy seguro, acabaré por cubrir de blanco para hacer desaparecer lo que hay pintado sobre él.

—No demasiado. Lo cierto es que estoy bastante aburrido.

—¿Aburrido sin mí?

El tonillo divertido de su voz me hace sonreír sin proponérmelo.

—¿Quieres que te regale los oídos, princesa?

—No estaría mal.

Acabo claudicando. Cuando se trata de una petición de Shannon, siempre llevo todas las de perder.

—Muy aburrido sin ti, sí. Te echo de menos. Mucho.

—¿Ves? Eso me gusta.

Casi como si mis pies tuvieran vida propia, me dirijo hacia el sofá y me dejo caer en él.

—Pues puedo seguir, pero me gustaría más que me dijeras qué estás tramando.

Te carcome la curiosidad, ¿no es cierto?

Me llevo la mano al pecho y actúo como si ella pudiera verme.

—Culpable de todos los cargos, señoría.

No vas a tener que esperar mucho más. Nada, de hecho. Te llamaba para preguntarte si podrías reunirte conmigo después.

—En donde me digas —respondo con tanta rapidez como puedo.

Estupendo. Te espero en la sala Afrodita.

—¿Sala Afrodita? —Alzo una ceja y soy consciente de que el tono de mi voz transmite la curiosidad que siento—. ¿Por qué me parece que es un club de alterne?

Eres muy perspicaz, Dan. Te suena así porque lo es.

—¿Has ido a un «puticlub»?

La carcajada espontánea que llena la línea me resulta encantadora.

—¡Ay! ¡Me parece tan ingenuo que lo llames de esa manera! Pareces un crío. No, no es un «puticlub» —incide con cierto retintín—. Es un club bastante selecto. Pero respondiendo a tu pregunta, sí, he ido. Es ahí donde vamos a hacer nuestra sesión de fotos.

No puedo evitar que una mueca satisfecha campe a sus anchas por mi rostro.

—Solo imaginarlo ya...

¿Ya te estás empalmando? —me pregunta, coqueta. Me conoce bien, mejor que yo mismo.

Tuerzo el gesto, divertido.

—Dejémoslo en que te lo demostraré luego.

Escuchar cómo ríe abiertamente me aligera el corazón y me doy cuenta de cuánto depende mi cordura de ella.

Lo tendré en cuenta. Entonces, ¿nos vemos ahí? Recuerda traer todo lo que necesites para las fotos.

—Lo que necesito eres tú.

No seas bobo, anda. Pero... me encanta que digas esas cosas. Nos vemos más tarde. Me reclaman. Tengo que colgar.

Y lo hace antes de que pueda replicar. Me deja con una sonrisa tonta en los labios. Me encanta que Shannon se involucre tanto en mi trabajo. A veces pienso que nada de lo que estoy logrando sería posible sin su presencia. No sé qué hubiera sido de mí si ella no hubiese aparecido en mi vida.

Por fortuna, lo que resta del día hasta la hora de reunirnos pasa mucho más rápido, incluso me noto con otro ánimo. Es como si Shannon fuera la gasolina que necesito para seguir adelante, la que me alimenta y la que me empuja, y más de una vez me he preguntado qué ocurrirá con nosotros cuando ya no pueda darle todo lo que ella necesita.

Esa duda pertinaz va a acabar conmigo. Me es imposible relegar al fondo de mi mente esos negros pensamientos que, en ocasiones, campan a sus anchas, sin ningún control.

Me pongo en pie y sacudo la cabeza. Necesito despejarme antes de salir. Solo a ella se le ocurriría buscar el escenario para nuestra próxima sesión en un club. Sonrío al pensar en su ocurrencia de elegir un lugar como ese y me pregunto qué se traerá entre manos.

Sintiéndome mucho mejor que minutos atrás, me voy a la ducha.

Supuse que la hora en la que Shannon me ha convocado al club Afrodita es algo temprana como para encontrarme con demasiada gente. Me doy cuenta de que estaba muy equivocado.

Aunque no hay ninguna cola, el flujo de clientes es constante. Son, sobre todo, personas que rebasan con creces la treintena y que, por su aspecto, parece que no tienen ningún problema para llegar a fin de mes.

Con algo de recelo, saludo con un gesto de la cabeza al portero y entro. Todo rezuma estilo y buen gusto; nada que ver con esos antros que se ven en algunas películas o que uno podría imaginar, lleno de chicas con poca ropa y hombres que se mueren por meter las manos dentro de sus sujetadores.

Paso a la sala principal y la música que lo envuelve todo es suave. La iluminación es la idónea para ofrecer privacidad a quienes buscan un rincón para intimar. Saco del bolsillo del pantalón mi móvil y releo el último mensaje que me ha enviado Shannon. Ahí detalla, punto por punto, lo que debo hacer al llegar al club.

Tal y como me indica, busco al empleado cuya descripción me ha facilitado. Lo localizo enseguida; un tipo robusto, con una chaqueta que le queda demasiado apretada para toda esa cantidad de músculos y un tatuaje que le ocupa gran parte de su afeitada cabeza. Parece estar custodiando el acceso a una zona restringida del local. Me dirijo a él y me presento. Antes de que pueda acabar de hacerlo, y sin mucho protocolo, me entrega una tarjeta magnética y me indica hacia dónde tengo que dirigirme. El hombre, del que juraría que jamás ha usado los músculos de su cara para algo más que ofrecer una expresión dura, me hace un gesto con la mano y me señala una puerta que, ante mi presencia, se desliza hacia un lado.

Me adentro en un pasillo. Las luces ornamentales están dirigidas de manera estratégica hacia el techo. Vuelvo a mirar el mensaje de Shannon.

—Sala 12 —musito muy bajito antes de levantar de nuevo la mirada y fijarlas en las puertas que se suceden una tras otra—. Sala 12.

Paso por delante de varias, todas debidamente numeradas. Oigo los acordes lejanos de la música que se escapa por las rendijas. Incluso creo oír los jadeos exagerados de alguien que debe estar pasándolo muy bien.

Por fin, me detengo ante el número indicado. Puedo sentir mi sangre palpitar en los oídos. Tengo que admitir que me gusta esta sensación de no saber qué me espera al otro lado. Impaciente, paso la tarjeta por el lector y, con un ligero chasquido, el cerrojo se abre.

El interior está en penumbras y mis ojos se resisten un poco al cambio.

—¿Shannon? —pregunto algo cohibido.

Noto una presencia que se mueve entre las sombras y dirijo mi rostro hacia allí. Supongo que es ella, aunque no puedo apreciarla con nitidez.

—Pasa, Dan —la oigo decir. Su voz me llega amortiguada, algo extraña, más ronca y profunda—. Cierra la puerta.

Recoloco sobre mi hombro la bolsa que contiene el equipo que preciso para la sesión de fotos y que, en ese momento, parece que pesa más que hace un rato. Hago lo que me pide.

El clic de la cerradura resuena en el espacio. No puedo alcanzar a ver cómo es la habitación ni las dimensiones que tiene, todo está sumido en una pesada penumbra que me inquieta. Me asalta un intenso aroma a sándalo o algún otro perfume amaderado. También distingo las notas penetrantes del cuero y otra más picante que no logro identificar, pero que no me desagrada.

Un movimiento, como el aleteo de una mariposa que revolotea junto a mí, hace que la piel se me erice de manera involuntaria.

—Ponte cómodo —oigo que me dice Shannon. Su voz me llega desde varios puntos de la habitación y arrugo la frente, intrigado.

Suelto la pesada bolsa y, casi a la vez, una extraña luz se proyecta desde el techo hacia el centro de la habitación para iluminar una cama de grandes dimensiones. Encima, cubierta de pies a cabeza, está Shannon. O quien creo que es Shannon, porque una máscara dorada le oculta el rostro por completo, y se ha envuelto la cabeza, a modo de turbante, con el mismo tejido con el que cubre su cuerpo.

Está arrodillada sobre unas sábanas de color escarlata. Gracias a la hilera de luces estratégicamente escondidas en el techo, en las que no he reparado hasta ahora, puedo atisbar lo que nos rodea. Las paredes, que parecen conformar un polígono de doce lados, están cubiertas con una especie de cortinaje del mismo color que las sábanas. Antes de que me dé cuenta, tres de las cortinas caen al suelo para destapar sendos espejos de suelo a techo que tendrán un metro de ancho cada uno.

Me giro un poco para mirarme en ellos y me percato de que, casi en el borde inferior, hay una letra, distinta en cada caso.

Como si me leyera el pensamiento, Shannon se acerca un poco a mí, aunque continúa de rodillas sobre la cama.

—Lee —me dice.

Vuelvo a fija la vista en ellas y arrugo el entrecejo cuando me doy cuenta de que conforman mi nombre.

—Dan. Puedo leer «Dan».

Shannon asiente y se me hace extraño no poder ver la expresión de su rostro.

—En efecto. Ahora, mírame.

Hago lo que me pide. Lo cierto es que su imagen me despierta sentimientos encontrados. Por una parte, sé quién está debajo de todas esas capas de ropa y de la máscara, pero, por la otra, soy consciente de lo que siento por ella y eso hace que la desee en todo momento. Sin embargo, el exterior...

—¿Qué opinas de mi aspecto? —De nuevo, parece leerme la mente.

Doy un paso en su dirección. Ella alza la vista y nuestras miradas se encuentran a pesar de que no puedo verle los ojos, ocultos tras la sombra que producen las aberturas de la máscara.

—Es algo...

—¿Perverso? —continúa ella.

Asiento convencido.

—Eso es. Estaba buscando la palabra correcta.

—Es como me siento en este momento —la oigo decir—. Hay cierta belleza en la perversión, ¿no crees?

De nuevo tengo que estar de acuerdo con ella. Sin responderle, me agacho, saco mi cámara, la preparo y hago un primer disparo. Ella se queda inmóvil mientras dirige su rostro hacia mí.

La observo a través del objetivo. Las luces se reflejan en la superficie de la máscara y arrojan destellos que quiero recoger en cada instantánea. Y eso hago.

Shannon posa para mí. La extraña prenda, parecida a un gran batín de esponjosa felpa, la recubre por completo, pero percibo que puedo ver a través de ella, sentir lo mismo que ella siente; como dos corazones que laten al mismo tiempo y con el mismo compás, calentados por la misma sangre.

Perversión. Sí, eso es. Es tan fácil dejarse tentar por lo que muchos consideran malo, incorrecto, vicioso... Pero Shannon... Shannon encarna para mí todo eso a la vez que encarna la luz, la meta, el desafío. La superación.

—La belleza de la perversión —repito como un autómata, sin dejar de enfocarla y tomar decenas de imágenes—. Eso es. No hay ningún otro concepto que lo explique mejor.

Después de varios minutos y de distintas poses, de explorar ángulos y vistas, me incorporo y dejo a un lado la cámara.

—He acabado.

—Por ahora —añade ella al instante.

Antes de que yo pueda preguntarle nada más, se pone en pie y se deshace del ropaje que la ha cubierto hasta ese momento. Debajo lleva un bikini dorado, minúsculo. El sujetador apenas le cubre los pezones y el tanga, anudado a cada lado de sus caderas, es solo un escueto triángulo que oculta su sexo.

Como si fuera la protagonista de una antigua película rodada a cámara lenta, se deshace de la máscara. Está preciosa. Ha cuidado su maquillaje hasta el último detalle. Sus labios, enfatizados con carmín de un subido tono rojo, hacen que me imagine esa boca alrededor de mi polla mientras me la chupa del mismo modo que hace unos días. Lo único «incómodo» que guardo de aquel momento sublime es que quiero repetirlo; a todas horas, en cualquier lugar. Quiero sentir de nuevo su lengua, su lánguida pasada desde mis testículos hasta el glande, hasta que acabe por volverme loco mientras me corro. Igual que la otra vez.

Shannon me mira de arriba abajo y yo no puedo, ni quiero, ocultar que estoy excitado. La veo alzar una ceja con un gesto pícaro. Me paso la mano por la cremallera de mis pantalones para que entienda que estoy listo para ella. Sentir la calidez de mi palma por toda la longitud de mi polla hace que me estremezca.

Veo que Shannon se lame los labios con la punta de la lengua y eso me enciende más. Sin embargo, niega con la cabeza muy despacio.

—No hemos acabado aún. —Hace un gesto hacia el fondo de la habitación—. Retira el resto de las cortinas.

—¿Y no podemos seguir más tarde? —Mi voz refleja cierta urgencia. Me vuelve loco tenerla tan cerca y no poder tocarla ni poseerla. Me muero por ponerla de rodillas delante de mí y follarla hasta que grite mi nombre.

—Tengo otros planes para luego. Haz lo que te digo y descorre las cortinas.

Con algo de reticencia hago lo que me pide. Conformen caen al suelo van desvelándose otros nueve espejos, similares a los tres anteriores, salvo que en estos, además de una letra aparece un número.

Doy un paso atrás para contemplarlos en conjunto.

—F... I... B —Enseguida entiendo que estos también ocultan una palabra y que no tengo que exprimirme mucho los sesos para averiguar cuál es. Me giro hacia ella y le sonrío—. Fibonacci. ¿Es eso?

Ella asiente, visiblemente complacida.

—Sí.

—Y las cifras... —Me giro hacia ella—. ¿Son la secuencia?

No hace falta que me responda porque la conozco. Desde el espejo que está más a mi izquierda hasta el opuesto, puedo leer las nueve primeras cifras de la serie que el matemático italiano utilizó para describir el número áureo y la espiral que luego llevaría su nombre y que tan fascinado me ha tenido desde que comencé a pintar.

No puedo apartar la mirada de los espejos. Mis ojos resbalan por ellos una y otra vez hasta que, al fin, descansan en la imagen de Shannon. Está de pie sobre la cama, cual diosa que emerge de un mar en llamas.

Vuelvo mi atención a ella y, casi a tientas, alcanzo la cámara. Al enfocarla, Shannon alza la barbilla en un gesto preñado de altanería y orgullo. El mismo orgullo que yo siento por ella. Es la musa perfecta; la que Fibonacci querría para él si estuviera vivo; la que Leonardo dibujaría; la que Dalí plasmaría en sus obras... Pero ella es mía. Mi musa.

—¿Por qué hay nueve espejos, Shannon? —Me corroe la curiosidad.

Ella se mueve un poco y ladea la cabeza.

—Porque cada reflejo que ves en ellos son las Shannon que existen, las que llevo dentro de mí. Todas iguales, pero a la vez distintas. La que lucha por sobrevivir, la que te ama sobre todas las cosas, la herida, la que desea venganza... Todas esas Shannon están frente a ti. Estos espejos reflejan mi alma.

Sus palabras me sobrecogen porque sé cuánto de cierto hay en ellas. Esta Shannon que tengo ante mí no es aquella chica asustada y herida que conocí un día; esta es una mujer de pies a cabeza que sabe lo que quiere y que va a luchar hasta sus últimas consecuencias por conseguirlo.

Los clics del disparador se suceden unos a otros. Ella va cambiando la pose conforme yo me muevo a su alrededor. Sabe cuál es su mejor ángulo, su mejor perfil, la postura que mejor la retratará.

Le doy entera libertad para que se acomode a su gusto y para que me dirija. Soy una marioneta en sus manos; ella tira de las cuerdas y yo reacciono, sin más.

Pierdo el sentido del tiempo. No sé si dentro de esa habitación llevo solo cinco minutos o ya ha pasado una hora.

Antes de adoptar una nueva postura, Shannon se endereza y toma aire. Bajo la cámara y la observo con interés.

—¿Estás cansada?

Ella se muerde el labio en un gesto encantador.

—Un poco, sí. Es difícil mantener el equilibrio aquí arriba.

—¿Quieres que lo dejemos?

—¿Tienes suficientes fotos?

Compruebo la tarjeta de memoria y asiento.

—Creo que sí. Lo difícil vendrá luego, cuando tenga que elegir entre todas. —Vuelvo la mirada a ella—. Ya puedes bajar, si quieres.

Un brillo travieso aparece en los ojos de Shannon. Sin esperarlo, tira de la cinta de su diminuto sujetador, que cae a un lado en un baile de destellos dorados. No puedo apartar la vista de sus perfectos pechos con pezones ya erizados. Mi entrepierna lo acusa con un fuerte tirón que me hace ahogar un gruñido lascivo.

Lejos de detenerse, deshace, casi con desidia, los lazos de la braguita de su bikini y, al instante, esta sigue el camino del sujetador. Shannon queda desnuda por completo.

Con un gesto casi imperceptible, dirige su mirada hacia los espejos.

—¿Sabes que no estamos solos?

La noticia me toma por sorpresa. Instintivamente, miro hacia uno de ellos y, luego, mi vista sigue con los restantes. Me doy cuenta de que, en la parte superior, casi rozando el techo, hay un pequeño piloto de un color algo diferente al resto de la iluminación.

—No lo sabía, pero tampoco me sorprende. ¿Quieres decir que hay alguien detrás de esos espejos?

—De cada uno de ellos, sí —confirma con un leve asentimiento de cabeza—. Esperan vernos follar y yo quiero que nos vean hacerlo, Dan.

Sus palabras me dejan sin aliento.

—Shannon...

Se acerca a mí y me mira desde la superior altura que le confiere estar subida en la cama.

—Aunque nos exhibamos ante las miradas de los demás; aunque nos vean hacer el amor, es con tu mirada con la que yo me estremezco y la que ahonda en lo más profundo de mi ser. Te estoy convirtiendo en un artista ante sus ojos. Poséeme; enséñales lo que puedes hacer conmigo y que ellos nunca podrán. ¿Lo harás?

El silencio se adueña de la habitación. Shannon me reta con la mirada y yo no tengo más remedio que claudicar.

—Que nos observen, ¿eso quieres?

—Sí.

Muy despacio, como si estuviera ejecutando un movimiento preciso, pensado para que aquellos que están detrás del espejo lo vean, me tiende una mano y yo se la tomo.

—Habrá que estar a la altura de las expectativas —le digo mientras una expresión hambrienta se asoma a mis ojos.

Ella se pasa la lengua por sus labios entreabiertos.

—¿Empezamos?

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