La Musa de Fibonacci

נכתב על ידי Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... עוד

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
4 DAN
5 SHANNON
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
13 DAN
14 SHANNON
15 SHANNON
16 DAN
17 AURELIO
18 SHANNON
19 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

6 DAN

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נכתב על ידי Isabelavargas_34

—Un euro por tus pensamientos —oigo decir a Shannon.

Sin apartar la vista de la carretera que discurre ante mí, la miro de reojo. En esta ocasión soy yo quien conduce y ella se ha colocado a mi lado, algo girada para poder mirarme sin torcerse en una postura incómoda.

—Creía que, en realidad, la frase se refería a «un centavo» —bromeo.

Ella se encoge de hombros con aire desenvuelto.

—Ya, pero es que un centavo me parece demasiado poco por algo que venga de ti.

La observo de soslayo y aprecio que le brillan los ojos. No recuerdo haber visto jamás a una mujer tan guapa como ella. O tal vez sea porque a esas otras, quienesquiera que fuesen, las he borrado de mi mente. Cuando tengo a Shannon delante no hay lugar para nadie más. Ese enorme poder tiene sobre mí.

—Me halagas —contesto.

—Pero lo digo en serio —insiste—. ¿Qué tienes rondando por la cabeza?

Tuerzo un poco el gesto. Es verdad; desde que hemos salido del museo Dalí, la imagen de la impresionante Leda acude una y otra vez a mis retinas. Esas proporciones mágicas han logrado atraparme sin remedio. Menos mal que no hemos tenido que compartir el paseo con ningún visitante porque no he sido capaz de dejar de ocupar mi lugar frente al cuadro en un buen rato.

—A Leda —confieso al fin.

—No me extraña —dice Shannon, casi ahogando un suspiro—. Cuando vi el cuadro en fotografías me di cuenta de que era especial, que tenía algo, pero hoy, que he podido verlo en persona...

—Es maravilloso, ¿no es cierto?

—Lo es, sí. Entonces, ¿te ha gustado mi pequeña sorpresa?

No puedo evitar girar la cabeza hacia ella, con lo que desatiendo el tráfico por unos instantes.

—¿Que si me ha gustado? —pregunto elevando un poco el tono de voz—. ¡Me ha encantado! No tenía idea de que... ¡Ha sido maravilloso! Siempre que he intentado ver el cuadro he tenido problemas para conseguir entradas. Casi lo había dejado por imposible y que tú lo hayas logrado... Me has dejado sin palabras.

La sonrisa satisfecha de Shannon hace que su rostro reluzca.

—No sabes cuánto me alegra haber acertado.

Estoy tentado de parar un momento el coche y comérmela a besos, pero decido que es mejor que continuemos el camino. Lo haré en cuanto la situación me lo permita.

Aunque permanecemos callados, me siento bien. La cabeza no para de dar vueltas; mi creatividad se ha disparado y no dejo de percibir flashes de posibles trabajos. En ellos, siempre está Shannon; Shannon como protagonista, Shannon como perfecto punto de equilibrio, Shannon como centro de mi universo.

Sé que debería concentrarme en la conducción. Me conozco y, a veces, me sumerjo tanto en mis pensamientos que olvido lo que en ese momento llevo entre manos. Aún no me explico cómo no he tenido un accidente.

—He estado pensando... —Las palabras de Shannon rompen el mutismo en el que nos hemos sumergido.

—¿Qué?

Se remueve en el asiento. La noto algo tensa, como si eso que está pensando la incomodara.

—Verás, me encantaría poder imitarte de algún modo, crear algo tan bello como los cuadros que pintas, pero conozco mis limitaciones y sé que no seré capaz.

—Tú eres capaz de todo lo que te propongas, cielo —insisto convencido.

Ella me ofrece una sonrisa aduladora y algo tímida, que me encanta.

—Gracias, pero soy consciente de qué puedo hacer y qué no. Pero...

—Fotografías —digo casi sin pensar.

Sé que he captado su interés porque me regala una mirada expectante mientras contiene la respiración.

—¿Cómo sabes...?

—¿Lo que estás pensando? —acabo la frase por ella casi con orgullo—. Porque te conozco, cielo. Entonces, ¿he acertado?

La veo asentir con energía.

—Sí, sí. He pensado en una serie de fotografías artísticas y...

Durante un buen rato, ella me cuenta lo que ha estado sopesando. Me inundan su interés y la energía que transmite.

—Creo que es una gran idea, Shannon. Vamos a madurarlo juntos, ¿de acuerdo? —le digo antes de clavar los ojos en ella—. Estoy muy orgulloso de ti.

Noto que se acomoda en su asiento y mira al frente con una sonrisa que le ilumina el rostro. No le he mentido en absoluto y realmente pienso que lo que acaba de contarme puede ser una gran idea.

Como siempre que surge un pequeño conato de proyecto, mi mente comienza a esbozar diseños; imágenes que me asaltan sin quererlo; bosquejos que van tomando forma... Pero aún no he podido sacar de mi cabeza la visita al museo y antes de afrontar el proyecto de Shannon hay algo que quiero hacer, que necesito hacer.

Piso un poco más el acelerador porque no veo el momento en estar ya en casa. Me gustaría poder volar, teletransportarme.

El reloj de mi móvil marca las tres de la tarde cuando, por fin, abrimos la puerta de nuestro apartamento. Apenas hemos parado unos minutos en la carretera para comer algo ligero. Ninguno de los dos ha querido perder tiempo en almorzar como es debido. No ha sido nada pactado; simplemente, cada uno parecía abstraído en sus propios pensamientos y hemos preferido hacer cuanto antes esa última etapa del viaje.

—Voy a la ducha —oigo decir a Shannon en cuanto cerramos la puerta. Mi mente está ya trabajando a mil por hora—. ¿Vienes conmigo?

—¿Qué? No, no. Quiero... Tengo algo que hacer en el estudio.

Ella me mira con fijeza; sus ojos me recorren de arriba abajo para, un segundo después, asentir con un único cabeceo.

—Está bien. Entonces tardaré un poco más; voy a darme un baño.

En cuanto ella desaparece, y como suelo hacer al llegar a casa, me deshago del pantalón y la camiseta para quedarme solo con los boxers, y me dirijo a grandes zancadas hacia mi lugar. Siempre tengo preparado dos caballetes; uno con la obra en la que estoy trabajando y otro con un lienzo en blanco. Me paro ante el primero; es el boceto que le hice a Shannon, ese en el que está saliendo de una bañera. Siento que debería retomarlo, pero mi mente viaja una y otra vez al cuadro de Dalí.

Leda atómica. Nada la tocaba; el mundo gira a su alrededor para ponerse a sus pies como si quisiera seducirla.

¿Y si...?

Sé que no puedo compararme con el genio de Figueres, ¡qué más quisiera yo!, pero mi intención de plasmar y dar vida a una obra como su Leda no hace más que tomar fuerza en mi cabeza. Me dirijo hacia la estantería que contiene mis libros, esos que me acompañaron durante mis años de estudio y que a veces consulto. Busco la obra y ahí está; incluso ese otro bosquejo, el que Dalí expuso antes de tenerlo acabado y que muestra, tras la imagen de la modelo, el pentágono pitagórico que realizó para cuadrar las proporciones del lienzo y sus elementos.

Lo observo todo durante unos minutos con actitud analítica. Y, entonces, la idea surge por sí sola. Como si no pudiera ser de otra forma y yo no pudiera esquivar lo inevitable. Me encamino a grandes zancadas hacia la pared del fondo. En ella no hay nada reseñable, ni tan siquiera una estantería; es una pared desnuda, enmarcada por un par de columnas de acero galvanizado, separadas varios metros entre sí, que imitan el estilo industrial que le dimos al apartamento. Miro la pared, pero lo que veo es un lienzo. Como una revelación.

Retiro el sofá que hay delante de ella y regreso al lugar en donde descansan los útiles de pintura; revuelvo entre pinceles y paletas. En cuanto encuentro lo que busco, armado con una larga y fina cuerda, una regla y un carboncillo, vuelvo sobre mis pasos.

No pierdo el tiempo y, haciendo los cálculos oportunos, marco cada punto. Negro sobre blanco. Unos minutos después, en la pared se adivina un pentágono que contiene una estrella de cinco puntas. Sé que mis cálculos están hechos grosso modo y que pueden estar algo errados, pero no tengo el tiempo suficiente para desarrollarlo de manera perfecta antes de que Shannon salga del baño. Quiero sorprenderla. De modo que uno los puntos marcados trazando rectas, como si fuera un arquitecto que construye una casa para ella; o, más bien, como si la pared fuera un vientre y el pentágono un útero preparado para albergar una vida. ¿Hay mejor existencia que la de la imperecedera obra de arte?

Doy unos pasos hacia atrás y observo el dibujo en la blanca pared. El vértice superior de la estrella está a algo más de un metro cincuenta de altura desde el suelo, así que el dibujo es bastante llamativo y ocupa una buena parte del muro.

—¿Qué estás haciendo, Dan?

La voz de Shannon me coge desprevenido. Me giro con rapidez y la encuentro a unos metros de mí. Me mira con ojos entornados y los brazos cruzados ante el pecho. Se ha vestido de manera cómoda y me doy cuenta de que se ha esmerado en su pelo porque reluce bajo los rayos del sol que entran tímidos por la ventana.

Regreso la vista a la pared y me quedo unos segundos contemplando la estrella y la figura geométrica que la contiene.

—Algo ha venido a mi mente...

—¿Quieres emular a Dalí?

Su pregunta tiene el efecto de hacerme reaccionar.

—No, no, claro que no. Eso es imposible, pero... —Vuelvo a girarme hacia ella y la observo con interés—. Shannon, ¿quieres ser mi musa?

Parece que la he pillado por sorpresa y, en el fondo, me alegro.

—Por supuesto que quiero serlo, Dan. Siempre, pero no entiendo...

—Quiero recrear a Leda atómica.

La propuesta ha salido de mis labios casi sin pensar, aunque ahora sé que lleva horas dando vueltas en mi cabeza.

—Recrearla —repite ella, como si no comprendiese cuáles son mis intenciones.

Sin más, estiro el brazo y le tiendo la mano. Ella no tarda en aceptarla y yo tiro un poco para acercarla a mí.

—Aunque no es muy preciso, voy a utilizar el mismo método que Dalí empleó para su Leda. Es algo precario, lo sé, y también lo he hecho muy rápido, pero... ya me conoces, me puede la impaciencia —admito con una sonrisa a la vez que le acaricio la oreja con la punta de la nariz y la beso.

Shannon no me mira, simplemente está absorta en el dibujo. Después de unos segundos, asiente con convencimiento.

—¿Qué quieres que haga?

—Quítate la ropa —digo.

Puedo intuir la sonrisa ladeada de Shannon, aunque no la esté viendo. Entonces, muy despacio, ella gira la cabeza y me ofrece un vistazo por encima del hombro.

—Sin ropa. —En su tono de voz advierto que la ha divertido mi comentario.

—Por supuesto —admito sin ningún pudor—. Nada te hará justicia mejor que tu propia piel, cariño. Además, si quiero que seas mi Leda... Ella no lleva nada puesto.

—Ni nada la toca —añade justo antes de darse la vuelta y enfrentarme.

Entonces, nuestras miradas se encuentran y ella, muy despacio, comienza a deshacerse de las prendas que lleva puestas: lo hace con tal lentitud que provoca que me piquen las yemas de los dedos por la impaciencia de querer acercarme a ella y despojarla de todo lo que la cubre. Siempre logra dejarme sin respiración y con la garganta seca, como si estuviera atravesando el desierto y ella fuera el agua que puede acabar con mi sed.

—¿Estás conforme con que quienes disfruten del cuadro en un futuro vean algo que es solo tuyo? —me pregunta mientras se desabrocha con estudiada parsimonia los botones.

Su pregunta me deja pensativo unos instantes. ¿Lo estoy? ¿Deseo que las demás personas contemplen su cuerpo? Tras unos segundos, asiento.

—Lo estoy, sí, porque sé que, aunque ellos te admiren y ansíen tocarte, eres mía y solo yo tengo el privilegio de tenerte. En cualquier caso, no es tu cuerpo lo que va a quedar reflejado en la obra, sino tu alma, tu esencia... Mi Shannon atómica.

Observo cómo retiene un momento el aliento y sus pupilas se dilatan. Le ha gustado mi respuesta y estoy seguro de que le gustará aún más lo que tengo pensado para ella. Tan solo pensar en ello hace que mi polla dé una pequeña sacudida dentro de los boxers.

Sin más, ella continúa desnudándose y se detiene frente a mí cuando el escueto pantalón de algodón que lleva cae al suelo. Por supuesto, no lleva bragas.

—¿Y bien? ¿Qué pasa ahora?

—Ven. —Le tiendo la mano y la acerco hasta la pared. He preparado allí un taburete; no tan alto como a mí me gustaría, pero va a servir para mis propósitos—. Siéntate.

Ella hace lo que le ordeno y se acomoda, erguida como una reina en su trono, con las piernas cruzadas de manera elegante y las manos descansando sobre una rodilla.

Doy unos pasos atrás y la contemplo. Su melena, que cae en cascada, oculta sus hombros en parte. La luz que entra por la ventana que tiene a su derecha le otorga un halo de misticismo que me hace parpadear para estar seguro de que es real y no un producto de mi desbordada imaginación.

—¿Vas a pintarme como Dalí pintó a Gala? —me pregunta con una sonrisa bailando en sus labios—. ¿«Espacio suspendido» lo llamaste?

—Sí, eso es —afirmo con seguridad—. Me gustaría que nada te tocara, que todo orbitara en torno a ti, pero me temo que solo sabré si lo he logrado una vez que haya acabado mi boceto.

La miro fijamente. He colocado el taburete de manera estratégica para que Shannon quede en el centro de la estrella que está tras él. Aunque mis mediciones han sido apresuradas, están bastante acertadas. A pesar de ello, no estoy del todo satisfecho con cómo he preparado la escena. Hay algo que sobra, o que falta, o que... Reviso la habitación, buscando la pieza que encaje en ese rompecabezas; entonces me percato de qué es lo que necesito para recrear ese «espacio suspendido».

Con determinación, me acerco hasta la ventana. Debajo, enrolladas, encuentro unas cuerdas que utilicé hace unos días para sostener unas cortinas en una composición. No puedo evitar sonreír. Esta vez van a servir para mi nuevo propósito.

Con ellas en las manos regreso hasta donde está sentada Shannon, que me observa con interés.

—¿Qué vas a hacer con ellas? —me pregunta intrigada. Entiendo a la perfección que lo esté; a mí me ocurriría si estuviera en su lugar. Y no puedo evitar que un nudo de anticipación se me forme en el bajo vientre solo con pensar en lo que puedo hacer con ellas.

—Extiende un brazo —le pido a la vez que tomo uno de los cabos. Ella me obedece sin pestañear. Con todo el cuidado del que soy capaz, ato la cuerda a la fina muñeca de Shannon—. ¿Te molesta?

Ella niega con la cabeza sin quitar ojo a mis manos.

—No. Nada.

Sin poder evitarlo, mi dedo pulgar acaricia la suave piel que ha quedado por debajo del nudo.

—Si te duele, dímelo. ¿De acuerdo?

Asiente justo antes de que yo dé media vuelta y me dirija a una de las columnas que hay apostadas a un par de metros.

Con esmero, ato la cuerda a ella y regreso hasta donde está sentada Shannon. Repito la operación con su otra muñeca, me aseguro de que el nudo no está fuerte, pero que sea lo suficientemente consistente como para mantenerse en su sitio, antes de atarla a la otra columna que está a su derecha.

En cuanto he completado mi tarea, doy un par de pasos hacia atrás, y luego un par más, antes de ubicarme en el lugar correcto para observar la escena al completo. Y lo que tengo ante mí no puede gustarme más.

Shannon mantiene ambos brazos extendidos en un ángulo que parece cómodo para ella. Su barbilla se dirige ligeramente hacia arriba, lo que provoca que su mirada me desafíe desde la distancia. Debido a la postura, sus pechos están erguidos y los pezones, que han comenzado a endurecerse, apuntan hacia el frente. Solo mirarlos me desata el deseo de acercarme a ellos, metérmelos en la boca y chuparlos hasta que estén firmes como guijarros y ella se sienta tan consumida por la lujuria que me pida a gritos que la folle sin contemplaciones.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunta Shannon con una sonrisa torcida que me sacude por entero.

—Por supuesto que me gusta. Así, que nada te toque, ni siquiera tus propias manos —respondo con voz ronca tras pasarme la lengua por los labios resecos—. Me gusta tanto que, por unos momentos, estoy tentado a olvidar lo que iba a hacer.

Ella niega con vehemencia.

—No. Píntame, Dan.

Empujado por sus palabras, me acerco al lienzo sobre el caballete y tomo el lápiz. Con trazos precisos, comienzo a esbozar la figura de Shannon y esa especie de lugar en el que parece flotar suspendida gracias al efecto óptico de las cuerdas.

La punta del lápiz resbala sobre la tela como si tuviera vida propia y deja tras de sí líneas suaves que conforman cada una de sus curvas y sus valles. Por un momento observo el progreso; luego la contemplo a ella y regreso al lienzo.

Mis dedos convierten el taburete en un pedestal y mantengo el espacio suspendido entre Shannon y la madera; la hago flotar. Tras ella dibujo unas alas inmensas. Está atada, pero la quiero libre; son alas que no pertenecen a animal a alguno, sino que nacen, sin tocarla, de cada uno de los omóplatos.

También dibujo un libro. Dicen que en el cuadro de Dalí su libro rojo podría ser una Biblia. En el mío es el santo grial que hemos encontrado y que nos ha cambiado la vida porque, sea por nuestra predisposición o por arte de magia, Shannon se ha convertido en el centro de mi creatividad. Recuerdo el pequeño tupé del peinado de gala. Y sé por qué lo quiero sustituir yo. Entonces, dibujo una corona que flota sobre su cabeza, que la corona como una reina, como una diosa, como la mejor y más increíble de las musas.

Siento que cada línea, cada trazo, brota de lo más profundo de mi interior. Como si fuera mi alma la que ha dirigido los lápices, los pinceles; la que ha decidido los colores...

Me siento en una especie de éxtasis y tengo que reconocer que no es solo algo interno, mental o emocional, sino que es físico, muy físico. Estoy tremendamente excitado.

Deslizo la mirada del lienzo al cuadro vivo que tengo ante mí y siento auténtica adoración por ella. La veo expuesta, pero sin un ápice de fragilidad. Me mira retándome, como si me estuviera poniendo a prueba y fuera a examinarme, como si esperara algo que aún no ha llegado.

La observo de arriba abajo. Solo una parte de su anatomía se oculta a mis ojos. Y quiero verla.

—Abre las piernas, Shannon. Por favor —añado. No quiero que suene como una orden.

Ella levanta un poco más la barbilla y clava sus ojos en mí, con esa mirada casi altanera que muchas veces me muestra.

—¿Por qué? —me pregunta.

No puedo evitar sonreír.

—Porque quiero verte. El mundo quiere verte.

Por un momento pienso que va a poner alguna objeción, que se va a negar, pero ella hace lo que le he pedido como si, en realidad, lo estuviera esperando. Lo hace despacio, tomándose su tiempo, retándome desde la distancia que nos separa. Y esos segundos que se permite solo sirven para que no pueda alejar mi atención de ella; atento solo en cómo separa las piernas y deja expuesto su sexo. El tiempo se ha detenido.

Desde donde estoy advierto que está hinchado y humedecido y, como respuesta casi automática, mi polla cobra vida dentro de mi ropa interior. Me muero por tocarla, por saber si está tan caliente como aparenta. Imagino mis dedos perdiéndose en su coño, resbalando en su interior a la búsqueda de ese punto exacto que le proporcionará un orgasmo que la dejará sin respiración.

Trato de centrar mi atención en el lienzo, el blanco roto por una composición de proporciones casi perfectas. Me gustaría poder retenerla en mi memoria así, como está ahora mismo, para recrearla cuando quiera. Entonces me doy cuenta de que puedo hacerlo, que solo tengo que avanzar con el dibujo y este instante será mío para siempre, para atesorarlo y revivirlo tantas veces como desee. Contengo la tentación de buscar la cámara y hacer una foto. Esta vez tiene que ser solo lo que es: un instante plasmado en un lienzo, una escena para nuestras pupilas, para nuestra memoria.

Mis ojos van de ella al lienzo una y otra vez, pero, sin darme cuenta, cada vez se demoran más en su figura. Shannon mantiene la postura sin inmutarse y un sentimiento de posesión, y también de agradecimiento por lo que está haciendo, anida en mi interior. Quiero que recuerde este momento para el resto de sus días.

Suelto el lápiz y lo sustituyo por un pincel, uno limpio y aún sin estrenar, y, lentamente, me dirijo hacia ella. Noto enseguida que se endereza todo lo que le permite la postura y las cuerdas a las que están atados sus brazos, aunque sé que no están tan tensas como para impedirle moverse un poco.

Me detengo ante ella y alza la vista.

—¿Estás bien? —le pregunto.

Shannon asiente sin dudarlo.

—Lo estoy, sí.

—Porque no soportaría que estuvieras incómoda.

—No lo estoy —me asegura—. Estoy... expectante.

La elección de sus palabras me sorprende.

—Dime, ¿qué esperas?

Se encoge de hombros con total naturalidad.

—No lo sé. Quiero saber cómo vivo en ese «espacio suspendido». Cómo soy ahí. Cómo has logrado que nada me toque.

Sonrío, no puedo evitarlo. La naturaleza curiosa de Shannon no le permite descansar, pero también me sirve para sembrar algunas ideas en mi cabeza.

—Está siendo algo... difícil.

—¿Difícil? —pregunta ella, como si fuera un eco de mis palabras.

—Eso es. Que nada te toque... está siendo un gran acto de contención por mi parte, ¿sabes?

Un brillo travieso aparece en sus pupilas y, con estudiada lentitud, se pasa la punta de la lengua por sus labios entreabiertos para tentarme y ponerme a prueba.

—No, no tengo idea. Cuéntamelo.

No soy tan fuerte para resistirme a ella y a sus provocaciones y sé que, más pronto o más tarde, acabaré cayendo en sus redes.

Mis dedos juguetean con el pincel antes de dirigirlo hacia su mejilla.

—Se me ha ocurrido... —comienzo a decir mientras las suaves cerdas le acarician la piel. Sé que le gusta porque la veo cerrar los ojos con deleite y dejar escapar el aliento entre sus labios.

—Dime —susurra.

—Me gustaría encontrar la manera de darte placer sin tener que tocarte. Que te corrieras sin acariciarte, sin ponerte una mano encima. —Por cómo se ha alterado su respiración, entiendo que le gusta mi idea, y su aceptación me da alas para continuar—. ¿Te gustaría que lo hiciera?

—Sí.

El pincel continúa su descenso por su largo cuello, pero apenas lo roza, como si lo estuviera dibujando en el aire. Ella le facilita el camino inclinándose hacia atrás.

—Lamentablemente —me quejo—, la teoría intraatómica es eso, solo una teoría; una en la que se dice que, entre el átomo y los electrones que lo rodean, no hay nada. Contigo me gustaría recrearlo, pero tendré que tomarme algunas licencias.

—¿Como cuáles? —me pregunta incorporando un poco la cabeza.

Con lentitud, sigo manejando el pincel para que descienda sobre su clavícula de una manera tan efímera que apenas sea la caricia de una pluma. Sé que le está gustando; sus pezones continúan convertidos en dos duras puntas que estoy loco por llevarme a la boca.

Sin embargo, me arrodillo ante Shannon, entre sus piernas abiertas, y me inclino hacia ella. Con tanta suavidad como soy capaz, soplo cada pezón hasta que lo veo arrugarse y tornarse en una dura punta.

—¿Te gusta?

Ella deja escapar un gemido y observo cómo abre y cierra los dedos de ambas manos, como si quisiera agarrar el aire que la está excitando.

—Sí.

—¿Quieres que continúe?

—Sigue.

Sonrió y vuelvo a soplar antes de continuar por el centro de su pecho hasta el ombligo. Me detengo ahí y exhalo el aire caliente de mi boca para ver cómo se eriza la piel de todo su cuerpo. Bajo la mirada y veo la humedad que rezuma de entre sus piernas y que impregna la entrada a su sexo. Tengo que contenerme para no hundir mi lengua en ella y bebérmela hasta que se corra en mi boca.

Repito el proceso, esta vez entre sus piernas, y la noto estremecerse. Los músculos de sus muslos se tensan por estar soportando la misma postura. Vuelvo a soplar y veo cómo contrae su abdomen.

Shannon se retuerce en su asiento y yo insisto con mi particular tortura. Me acerco más a ella y lo hago una vez más, sosteniendo el flujo de aire hasta que se extingue. Y su clítoris hinchado, a apenas unos centímetros de mi boca, hace que comience a desesperarme por hacerla mía y a retractarme de querer poner en práctica con ella el concepto creado por Dalí.

Porque tengo que ser sincero conmigo mismo: si Shannon está cerca de mí, tengo que tocarla; tengo que intentar marcarla porque es mía y quiero que lo sepa de todas las maneras posibles.

Ella parece darse cuenta del dilema en que me encuentro y separa un poco más las piernas, en una muda invitación que no sé si seré capaz de desdeñar.

Alzo la vista y encuentro la suya, que me mira con fijeza. Y también percibo en sus ojos una sutil muestra de provocación. O tal vez es esperanza.

—¿Quieres que siga? —pregunto.

—Sí. Quiero lo que me has prometido —dice ella con la vista oscurecida—. Quiero llegar al orgasmo ya. Tocándome o sin tocarme. Lo necesito, Dan.

El tono de su voz hace que mis entrañas convulsionen por el anhelo de darle lo que tanto anhela. Entonces, mi boca se cierne sobre su sexo con voracidad y ella ahoga un grito de sorpresa. Le sujeto las caderas para impedirle que se aleje de mí, aunque sé muy bien que no lo hará, y pego mi rostro a ella tanto como puedo para devorarla por completo. Mi lengua juguetea con su clítoris y se adentra tímidamente al inicio de su canal para, unos instantes después, hacerlo de una manera más convulsiva y enérgica, como si estuviera recreando los movimientos con los que me clavaría en su interior.

—Te comería entera, Shannon —susurro contra su carne caliente mientras siento que sus jugos resbalan por mi barbilla—. Te devoraría una y otra vez hasta que te conviertas en fuego bajo mi boca.

—¡Dan!

Alzo el rostro y nuestras miradas se encuentran al instante.

—¿Quieres que continúe, Shannon? —pregunto, aunque en mi fuero interno solo hay una respuesta posible—. ¿Quieres que acabe lo que he empezado?

Ella asiente una y otra vez, casi con desesperación.

—Sí. Sí. —Pero antes de que pueda volver a ella, su voz me detiene—. ¿Qué vas a hacer conmigo?

Niego con la cabeza.

—No. El asunto aquí es qué has hecho tú conmigo —espeto tratando de dominar con largas inhalaciones este instinto de posesión que ruge con fuerza dentro de mi pecho. Son inútiles; mientras la tenga cerca, mi mundo se restringe a ella—. Vas a correrte ahora, Shannon, y luego...

—Luego ¿qué...?

No le doy tiempo a que acabe su frase cuando vuelvo a asaltar su sexo con mi boca. Estoy hambriento e impaciente por sentirla palpitar alrededor de mi lengua. Mis dedos aprietan la firme carne de sus caderas para pegarla a mí y la obligo a que separe las piernas tanto como es físicamente capaz.

Mis labios pellizcan el duro botón de nervios y, entonces, ocurre: Shannon convulsiona al ritmo de un orgasmo que la hace gritar.

Apenas da sus últimos coletazos, me incorporo y coloco una mano sobre su nuca para atraerla a mí.

—Abre la boca —le ordeno con aspereza—. Ábrela.

Cuando lo hace, la beso con avaricia; quiero que conozca cómo sabe en mis labios, cuál es su sabor, ese que me vuelve loco.

Cuando me separo de ella, su pecho sube y baja buscando el aire que le falta y tiene los ojos nublados aún por los efluvios del clímax.

—¿Quieres más? —pregunto mientras ruego en silencio que su respuesta sea afirmativa.

—Fóllame, Dan.

Sus palabras me hacen contener el aliento y, con tanta rapidez como puedo, la hago levantarse. Las cuerdas restringen sus movimientos, pero le permiten incorporarse sin complicación. Lo cierto es que estoy deseando que ponga sus manos sobre mí, que pasee por mi piel sus uñas y las clave en mi carne cuando le entregue todo lo que tengo y todo lo que soy.

Pero tengo otros planes para ella. Para nosotros.

Shannon me mira con interés. Veo en su rostro que desea saber qué tengo en mente. No quiero hacerla esperar en absoluto, eso implicaría que yo también tendría que hacerlo y estoy a punto de reventar.

Sin dejar de acariciarla, me coloco a su espalda, retiro el taburete y lo pongo ante ella.

—Inclínate —susurro muy cerca de su oreja, tanto que mi aliento la hace estremecer y convierte cada poro de su piel en diminutos montículos.

Ella hace lo que le digo. El aspecto que presenta ante mí, con los brazos extendidos por estar atada aún a las columnas y las piernas separadas a la espera de que yo vuelva a regalarle otro orgasmo, hace que la cabeza me dé vueltas.

Entonces, gira el rostro y me observa por encima de su hombro, con los párpados entornados. Los labios se le curvan en una suerte de sonrisa torcida y pagada de sí misma. Quiero arrebatársela a mordiscos así que, con un poco más de rudeza de la necesaria, coloco la palma de mi mano abierta en el centro de su espalda y la empujo para que mantenga la postura. En cuanto está como deseo, ofreciéndome la visión de su culo, no puedo evitar que mi mano descargue un golpe sobre su blanca piel.

El sonido reverbera en la habitación acompañado de un gemido. Shannon gira la cabeza y me mira.

—Así que quieres azotarme... —insinúa ella, todavía con esa mueca prendida en sus labios. No suena a reproche. Y me alegra saberlo porque yo no sabía que deseaba palmearle el culo hasta que mi mano ha impactado con su carne. Y tengo que admitir que, al hacerlo, he sentido en la entrepierna un tirón de puro placer al escuchar ese leve quejido que ha escapado de su garganta.

—Sí, Shannon, quiero azotarte —consigo responderle en cuanto asumo lo que siento y lo que deseo—. Quiero consumirte hasta que mi nombre se desgaste en tus labios.

Y mi mano vuelve a descargar sobre ella. Una vez más, y otra. La escucho contener el aliento e, instintivamente, separa un poco más las piernas para asentarse mejor... y dejarme vía libre.

A diferencia de la vez anterior, no retiro mi mano, sino que le acaricio la zona que ha quedado enrojecida por el cachete. Lo hago despacio, mimándola y recreándome en su tersura y calor para, al instante, dejar que mi palma vague por su culo hasta encontrar el camino hacia su sexo.

Despacio, mis dedos se pierden con facilidad entre sus pliegues. Vuelve a estar empapada y yo ya no puedo contenerme ni un segundo más. Con movimientos torpes y sin querer dejar de tocarla, bajo un poco mi bóxer, lo suficiente para dejar libre mi erección y me coloco ante la entrada a su cuerpo. De una única acometida me entierro en ella.

Tengo que sujetarla por la cintura para que la fuerza de mi envite no la haga caer hacia adelante. Sentirla alrededor de mi polla es la mejor jodida sensación que jamás tendré. Aunque viva mil años y folle a mil mujeres.

Ninguna será como mi pequeño búho, como mi Shannon.

—Dan... —la oigo susurrar. Yo vuelvo a empujar para penetrarla más a fondo.

—Shh... No digas nada. Solo siénteme.

Salgo de ella despacio, pero antes de abandonar por completo su cuerpo, vuelvo a hundirme en ella. Más profundo, más duro. Mientras, me recreo en la vista que me ofrece el tenerla ante mí, abierta por completo. Creo que podría correrme solo con mirarla.

Me inclino un poco sobre su espalda y, gracias a esta postura, me entierro más en su interior. Llevo mi dedo índice hacia su boca y le acaricio los labios.

—Chupa mi dedo. —Ella lo hace sin tardar. Noto la calidez y cómo juguetea con su lengua para humedecerlo. Sé que yo se lo he pedido, pero me va a matar—. Eso es, que quede muy mojado.

Shannon se esmera en hacer lo que le he pedido y cuando estoy seguro de que ha quedado como lo necesito, lo saco de su boca. Ella se resiste y un ligero sonido de succión hace eco en mi oído.

Sin perder tiempo, rodeo con la punta de mi dedo su entrada posterior. Noto que se tensa ante mis maniobras.

—Relájate, cielo —le digo haciendo acopio de una paciencia que siento que está llegando al límite porque estoy a punto de correrme ya—. Sé que solo lo hemos hecho una vez, y puede que te moleste. Así que necesito que estés relajada. ¿Podrás hacerlo para que entre en ti?

Tras unos instantes, ella asiente y yo no puedo evitar sonreír. Noto que separa un poco más las piernas y que sus músculos internos se aflojan. Sin esperarlo, mi polla se hunde más en ella y aprieto los dientes. No quiero correrme hasta que la haya penetrado también por detrás.

Encuentro el anillo de músculos algo duro e insisto. Con la mano libre, busco su clítoris y lo acaricio con suaves círculos. Entonces, mi primera falange accede en su interior.

—Eso es. Un poco más.

—Dan...

—Siéntelo, Shannon —murmuro mientras, poco a poco, mi dedo se pierde dentro de ella—. Eso es, cariño. Va a ser glorioso.

Con un gemido, y sosteniéndose de las cuerdas, ella se abre a mí y mi dedo se introduce un poco más. Echo la cabeza hacia atrás y tomo una gran bocanada de aire al saber que estoy poseyendo su cuerpo de todas las maneras posibles. Muevo un poco el dedo y ella se estremece.

—Sí. Hazlo de nuevo —me dice con algo de titubeo.

Obedezco sus órdenes a pies juntillas.

—Puedo sentirme dentro de ti —digo al agitar mi dedo dentro del estrecho canal—. Noto cómo mi polla te está llenando.

—Dan...Quiero correrme. —Su voz suena estrangulada. No tiene sentido esperar por algo que ambos estamos deseando—. Lo necesito. Ya.

—¿Quieres que te folle?

Shannon se inclina hacia mí, buscando el mayor contacto con mi cuerpo, y yo me hundo más en su interior.

—¡Ahora, Dan! ¡Dámelo todo!

Con un gruñido que sale del fondo de mis pulmones, clavo los dedos de mi mano libre en su cadera y me agarro a ella con toda la fuerza de la que soy capaz mientras me entierro una y otra vez en su coño.

Advierto cómo los músculos de la espalda de Shannon se tensan al sujetarse a la cuerda que la sostiene mientras que sus fluidos escapan de su cuerpo para resbalar por mis piernas.

Y entonces salgo de ella para introducirme en su culo, mientras el orgasmo de Shannon lo facilita todo porque es inmenso, largo. Apenas tengo la posibilidad de embestirla un par de veces cuando una explosión que nace en mi vientre me estremece con violencia a la vez que me derramo en su interior.

—¡Dan, Dan! —Un nuevo orgasmo la asalta y la oigo gritar a través de la neblina en la que he caído. Sus músculos internos me aprisionan y amenazan con no dejar una gota de mi esencia en mi interior.

—¡Sigue, Shannon, sigue! —le ordeno con furia mientras empujo con mi dedo en su vagina para arrancarle un nuevo grito de placer.

Cuando ya no puede soportarlo más, gime largamente y deja caer todo el peso de su cuerpo sobre el taburete. Yo lo hago sobre ella, con cuidado de no aplastarla. Nuestros cuerpos se amoldan el uno al otro una vez más y salgo de su interior para abrazarla por la cintura. Tiene los labios rojos, como si se los hubiera estado mordiendo, las mejillas sonrosadas y la frente perlada de sudor. Le retiro el pelo de la cara y ella me sonríe. Es como si el sol me diera de pleno en el rostro.

—¿Te duelen los brazos?

—No, no —me dice, acompañando sus palabras con una negación de cabeza—. Estoy bien.

—¿Estás segura?

—Segura —afirma.

No quiero dejar de tocarla, de sentirla tan cerca de mí como sea posible. Luego, observo el dibujo de la pared, el pentagrama y la estrella de cinco puntas dibujada con la proporción áurea, y convengo en silencio que no hay nada más hermoso sobre la faz de la Tierra que la mujer a la que acabo de poseer.

—Continua con el dibujo —me dice.

Nos miramos a los ojos, conscientes de que es en la obra que estamos realizando donde vamos a encontrar el mayor de los placeres, la más profunda de las comuniones.

Sin embargo, el sonido del timbre rompe de golpe la magia. Miro a Shannon y no puedo evitar que una expresión de sorpresa se dibuje en mi rostro.

—¿Quién puede ser? —pregunto.

Ella da un paso atrás y me hace un gesto con la cabeza en dirección a mi ropa, que aún está desperdigada por el suelo.

—Vístete y ve a ver quién es —me dice un segundo antes de que el timbre de la puerta vuelva a sonar—. Pero desátame, rápido.

Deshago los nudos de la columna a toda prisa No tardo en subirme la ropa interior y encuentro la camiseta y me la coloco mientras atravieso el salón. Llego hasta la entrada y abro en el justo momento en que vuelven a llamar.

La mano del inspector Tugler queda suspendida en el aire al verme.

—Buenas tardes —me dice algo desubicado—. He quedado con la señorita Merchán esta mañana. Me dijo que podía venir a verla esta tarde.

Lo miro sin decir nada. Shannon no me ha hablado de una conversación con el policía. De todas maneras, doy un paso atrás y mi brazo describe un desabrido arco para invitarlo a pasar.

Cierro la puerta tras él y camino hacia la mitad de la estancia.

—Un momento, por favor. Voy a llamar a...

En ese momento, Shannon aparece por la puerta que comunica con la habitación. En el rostro del inspector puedo ver claramente la sorpresa que le produce verla llegar. Al igual que a mí.

Está preciosa; aún con las cuerdas atadas a sus muñecas y arrastrándose a sus pies como un nido de serpientes. Está divina, como una Eva tentadora. Tardo unos segundos en darme cuenta de que además está, provocativa y desafiante, desnuda.

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