La Musa de Fibonacci

By Isabelavargas_34

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Shannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionad... More

1 SHANNON
2 DAN
3 SHANNON
5 SHANNON
6 DAN
Capítulo 7 SHANNON
8 AURELIO
9 DAN
10 SHANNON(+21)
11 AURELIO
12 SHANNON
13 DAN
14 SHANNON
15 SHANNON
16 DAN
17 AURELIO
18 SHANNON
19 SHANNON
20 DAN
21 SHANNON
EPÍLOGO

4 DAN

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By Isabelavargas_34

Aunque puede resultar contradictorio, delante del lienzo en blanco es uno de los pocos lugares en el que puedo ser yo mismo y no siento esa extraña opresión que, a veces, trata de aplastarme: la del vacío creativo.

Hay solo otro momento en el que soy el hombre que quiero ser: cuando estoy con Shannon. Si ella no está cerca, parece que algo me falta, como si el aire fuera más denso e irrespirable, el día más oscuro, el sol menos brillante...

Es una locura. Sentirse tan conectado a una persona, tanto como para que todo lo que piensas, lo que sientes, lo que anhelas pase por ella, por lo que diga, por lo que haga, por lo que imagine.

Hace un buen rato que estoy detenido delante del cuadro que comencé a pintar ayer. Apenas son ligeros trazos, pero tengo todo el boceto en mi cabeza; la imagen ya ha sido creada por mi mente, ¿eso le dará la potestad de existir? ¿Basta imaginar una creación para que esta «sea», o necesita ser materializada? A veces, el cuadro me habla, me susurra qué debería plasmar sobre él, qué espera de mí, y tengo que aparcar mis intenciones para dejarme llevar por esa intuición que llega de la nada y me dirige como si me hubiera poseído.

He notado que cuando estoy con Shannon esto ocurre con frecuencia. Ella me inspira de una manera que me apabulla, que hace que tiemble de la necesidad de crear, de hacer arte. Incluso me pican las palmas de las manos por la cantidad de imágenes que quiero esbozar. Por eso, la figura que está comenzando a tomar forma sobre el blanco lienzo es ella.

Estas manos que la dibujan anhelan moldearla, acariciarla, venerar cada centímetro de su cuerpo y hacer que solo me desee a mí y a nadie más. Que me inspire y sea mi musa, como pone en el manuscrito que tanto parece importarle. Eso es lo que ambiciono; tanto y a la vez tan poco. Ella es arte en estado puro. Cada curva, cada centímetro de su piel, cada célula...

¡Dios! Sé que puede sonar enfermizo, pero es lo que siento y tengo la jodida manía de ser brutalmente honesto conmigo mismo. Es necesario para mi paz mental, pero, por mucho que intento dejar mi mente en blanco, Shannon siempre se las apaña para aparecer ante mis ojos, aunque, en ese momento, no esté conmigo. Es su presencia constante la que me acompaña, su manera de ser la que me alienta, ese amor que sé que me tiene el que me hace luchar por ser el mejor.

—Venga, Dan, tío, céntrate —me digo en voz alta en un desdoblamiento preocupante.

Trato de desentumecer los hombros estirando el cuello a un lado y a otro, pero sin que mi vista se aleje de lo que ya está dibujado sobre la tela.

Tomo el pincel y, como siempre me ocurre, una sensación recorre mi brazo para instalarse en la nuca. De ahí, baja por el centro de mi espalda y me eriza todos los poros de la piel. Es la misma sensación que noto cuando toco a Shannon, cuando la acaricio y su calidez me embarga.

Tan solo pensar en cuánto se asemeja el acto de dibujar con el de mimar a la mujer a la que amo —el pincel sobre el lienzo, mi lengua sobre su piel— hace que mi cuerpo reaccione en consecuencia. No sé qué me pasa últimamente, que solo pensar en ella deriva en que quiera soltar lo que esté haciendo, buscarla y enterrarme en su interior hasta que los dos nos quedemos sin aliento.

Suelto un bufido. Mi intención de pintar se acaba de ir por el desagüe al imaginar cómo respondería Shannon a mis caricias. Si cierro los ojos, solo puedo verla a ella, tumbada sobre la cama, albergándome entre sus piernas, con los párpados entrecerrados y los labios hinchados y rojos por mis besos y mis mordiscos.

«Dan, tío, ¡que ya no estás en la adolescencia!», pienso. Pero, al parecer, mis hormonas sí que lo están.

Echo la cabeza hacia atrás y un largo suspiro escapa de mi garganta a la vez que, casi de manera instintiva, poso mi mano sobre el estómago y la dejo resbalar poco a poco hasta que encuentra mi polla. Está dura y, si me mantengo en este estado, tengo muchas probabilidades de sufrir un aneurisma por falta de riego en el cerebro.

Aprieto los párpados cuando mis dedos se cierran en torno a mi miembro. Es lo bueno que tiene ir desnudo por casa; no tengo que perder el tiempo en deshacerme de la ropa que, ahora mismo, me estorbaría. Una sonrisa se escapa por la comisura de mis labios y tomo aire.

Como si tuviera vida propia, mi mano aprieta la carne dura en la que se ha convertido mi polla y la recorre por entero, desde la base hasta la punta. Noto cómo los músculos de mi vientre se contraen a la par que incremento el ritmo de sus pasadas. Apoyo el hombro contra la pared en busca de un poco de estabilidad sin detener el movimiento.

Mi mente se llena con las imágenes de Shannon, desnuda, y en todas las formas en las que aún quiero follarla.

Creo que, si continúo aplicando la misma presión, mi miembro va a terminar de color morado, pero no puedo parar. El dolor del brazo por los insistentes y rítmicos movimientos no me importa en absoluto. Ahora mismo solo quiero correrme, imaginar que lo hago dentro de Shannon, o sobre sus tetas, y que me vacío por completo hasta darle todo de mí.

Sin saber por qué, abro los ojos y mi mirada recae al instante en la figura de Shannon, que me observa desde el otro lado del salón, parada bajo el dintel de la puerta. Me detengo de inmediato, con la respiración agitada y la polla aún en mi mano, que se queja por mi súbita desatención.

A través de la distancia, ella me obsequia con una sonrisa ladeada, satisfecha y juguetona.

—Ya veo que lo estás pasando bien —me dice—. Sin mí —añade, arrastrando las dos palabras muy despacio.

Miro mi erección aún apresada en mi puño y regreso la vista a la mujer de la que estoy enamorado.

—Yo...

—No te he dicho que pares.

Sus palabras me dejan sin aliento. Arqueo una ceja con picardía. —O sea, ¿no te importa que siga?

Ella da un par de pasos en mi dirección.

—Quiero que sigas, Dan —me invita, alzando un poco la barbilla—. Me gustaría ver cómo lo haces.

—¿Cuánto llevas mirándome? —Quiero saber, porque siento un deleite especial al pensar que Shannon ha estado observando cómo me la machacaba mientras pensaba en ella.

—Apenas un par de minutos. Los suficientes para que mis bragas ya no me sirvan de nada.

Un sentimiento de orgullo masculino se extiende por mi pecho. Le sonrío y le hago un gesto con la cabeza.

—Ven, ponte más cerca.

Ella me hace caso al instante. Camina hacia mí con lentitud, consciente de que cada vaivén de sus caderas, cada paso que da me hacen hervir la sangre. Yo estoy dispuesto a entrar en su juego, cualquiera que este sea.

Shannon se detiene a menos de un metro de mi cuerpo. Si alargara su brazo podría tocarme y yo me muero por que lo haga.

Baja sus ojos y los posa en mi polla, que se alza desvergonzada. —¿Qué estabas haciendo? —me instiga ella.

—¿Quieres seguir tú? —la reto a la vez que mi mano desciende muy despacio por mi erección hasta los testículos. Una ligera humedad impregna el glande y sé que, como siga mirándome de esa manera tan suya y tan provocativa, no voy a tardar nada en explotar. ¿De verdad podría correrme solo con que Shannon posara sus ojos en mi polla? Sin tocarme ella. Sin tocarme yo. Sí, podría.

Ella eleva el rostro con un gesto altanero y me mira de frente. —No. Sigue tú. Quiero verte.

¿Hay alguna otra frase más estimulante que esa? Puede que sí, pero ahora mismo no recuerdo cuál. Saber que tengo toda su atención provoca que se me ponga más dura aún. Incluso da un pequeño respingo que hace que Shannon sonría.

Muy lentamente, paseo mi mano por toda la longitud de mi polla. La sangre la ha engrosado más que en otras ocasiones. Shannon se ha percatado, porque aprecio un destello hambriento en sus ojos, algo que me vuelve loco.

Repito mi movimiento, una y otra vez. Ella sigue con la mirada mis manejos. Con ellos, su respiración se ha vuelto más errática y eso hace que

me mueva con más rapidez, hasta que una corriente eléctrica baja por mi abdomen para instalarse entre mis piernas. Tengo que parar... o esto va a acabar ya.

—Acércate —le pido con voz entrecortada mientras invoco toda la fuerza de voluntad de la que soy capaz—. Quiero comprobar si es cierto lo que me has dicho de tus bragas.

Borra la corta distancia que nos separa. En cuanto la tengo a mi alcance, mi mano vuela libre para introducirse por el elástico del pantalón corto que lleva. Sin ningún cuidado, la hago descender por su vientre y, tras dejar atrás el borde de la ropa interior, la llevo directa a su sexo. Es cierto, la prenda está empapada y siento cómo mi orgullo se hincha un poco más al saber el efecto que tengo en ella.

Hábiles, dos de mis dedos echan hacia un lado la escueta tela y, sin apenas esfuerzo, se introducen en su estrecho canal.

Cierro los ojos y dejo que un gruñido de deleite escape de mi garganta. —Me encanta lo mojada que estás.

Un largo gemido escapa de los labios de Shannon.

—La culpa la tienes tú.

—¡Pues bendita culpa! —bromeo sin dejar de tocarla ni de acariciarme—. Quítate los pantalones. —Ella se deshace de la prenda de inmediato, con un contoneo de caderas que me vuelve loco y una sutil patada—. Y la camiseta, también —añado en cuanto lo consigue.

Shannon alza los brazos para hacer desaparecer la prenda y yo me quedo sin respiración al comprobar que no lleva sujetador y que sus pechos apuntan hacia mí, insolentes y descarados. Sus pezones ya son dos duros botones que quiero chupar a mi antojo.

Y eso hago, atrapo uno entre mis labios y noto cómo ella se estremece y deja escapar un largo quejido que me hace hervir la sangre. Me aplico en mi empeño. El duro pezón crece más bajo las caricias de mi lengua y succiono con decisión. Solo me detengo para morder con suavidad, la presión justa, lo que provoca un leve temblor en ella, que se sostiene en mis hombros mientras afianza los pies en el suelo. Aunque no lo deseo, me separo y alzo la mirada.

—Abre más las piernas, amor. Quiero llegar tan hondo como me sea posible.

Ella se apresura a obedecerme. Lo hace sin vacilar, y yo cumplo lo prometido. Me entierro más en su interior. Está muy húmeda, tanto que sus fluidos resbalan por mis dedos como miel caliente.

Noto cómo clava las uñas en mis bíceps y retiene el aire en los pulmones. Y cuando mi pulgar traza el primer círculo en torno a su clítoris, una súbita sacudida la recorre.

—¡Dan! ¡Oh, por favor!

No puedo evitar sonreír. Saber cuánto le está gustando que la acaricie hace que mi puño izquierdo aprisione con más fuerza mi polla e incremente

el ritmo de los movimientos. De repente, la mano de Shannon me detiene y me mira con tal intensidad que se cuela dentro de mi alma sin pedir permiso.

—Para —me dice con la voz entrecortada y los ojos nublados por la pasión—. Quiero ser yo quien haga que te corras.

—Shannon... Si me dices eso, lo que vas a conseguir es que quiera hacerlo lo antes posible.

Ella retira mi mano. Con un ligero y rápido movimiento se ha agachado y se ha metido mi polla en la boca, tratando de tragarla toda, de llegar hasta el final. Se detiene. Su tacto es como el terciopelo y el roce con su lengua, su paladar y sus labios hace que me sienta en el Cielo. Al principio, chupa mi miembro con una lentitud que es casi agónica. Espero que continúe porque puedo morir en cualquier instante por estar conteniendo el aliento. Entonces, sigue su camino hasta que siento que roza mis testículos con las uñas. En este momento, me olvido de quién soy. Tan solo sé que ella me tiene a su merced y puede hacer de mí lo que quiera; que yo acataré todo lo que me diga.

Vuelve a acariciarme y me deshago en mil pedazos. Shannon sabe lo que me gusta y cómo me gusta; soy un instrumento de cuerda y ella arranca de mí las mejores melodías. En ese momento, el tono sube, entran los metales en la orquesta, la percusión, suenan tambores de guerra. Y es

entonces cuando comienzo a llevar yo la voz cantante, el ritmo, y ella se deja llevar, adoptando por un instante una clara actitud sumisa. —Me gusta follarte la boca así —gruño.

El deseo y la impaciencia suben por mi vientre hasta alojarse en el pecho. Quiero seguir follándomela, metérsela en el culo, en su coño, sacarla de su boca y a la vez dejarla ahí dentro. Lo quiero todo. Noto mi propia presión y la cabeza comienza a darme vueltas. Si no nos controlamos, no voy a tardar nada en vaciarme por completo, pero antes quiero que ella disfrute; verla sumirse en el éxtasis que sé que puedo proporcionarle.

Con impaciencia, la sujeto por los hombros y la aparto de mí. —A ti no te gusta follarme la boca. Lo que te gusta es verme de rodillas delante de ti —me dice poniéndose en pie.

Y me lo dice con unos ojos oscurecidos por la lujuria. Sin aguardar un segundo, me arrodillo delante de ella y la atraigo hacia mí tomándola por las caderas.

—Sube la pierna a mi hombro.

Una sonrisa lobuna ilumina su bello rostro, que ahora me mira desde arriba.

—¿Sabes qué, Dan? Me encanta tenerte a mis pies. A ti te gusta verme de rodillas, ahora tú estás aún más abajo.

No le respondo. Paso mi mano por la suave piel de su pierna y la ayudo a que se coloque tal y como le he pedido.

—Y a mí me encanta estarlo. No creo que haya un lugar mejor en el mundo. Bueno, tal vez sí haya otro lugar. —Con hambre, clavo la mirada en su sexo, a apenas unos centímetros de mí—. Hundido en tu coño. Pero eso será luego, ahora voy a comerte, Shannon.

—Hazlo —me ordena.

Me acerco hasta su vientre y le doy un suave beso, y luego otro, y otro más.

—Eres mía, Shannon; mía para follarte y llenarte de mí —susurro contra su piel, que se ha erizado por la cercanía de mi aliento—. Para consumirte entera. Yo decidiré qué hacer contigo mientras tú no lo pidas.

Entonces, separo los labios de su vagina y su clítoris emerge, hinchado y húmedo, como una fruta madura que estoy deseando degustar. Paso la punta de la lengua por él con suavidad, una y otra vez hasta que mi boca lo apresa y lo aprieta ligeramente.

—¡Dan, Dan!

—Eso es, cielo —digo justo antes de tomar aire—. Me encanta cómo sabes. Creo que, si tuviera que morir ahora, sería feliz. Aquí, entre tus muslos, devorándote entera.

Me agarra del pelo y me pega a su cuerpo. Si cree que voy a separarme de ella antes de que tenga el primer orgasmo, está muy equivocada.

—Sigue. Vuelve a hacerlo —me alienta.

Sonrío satisfecho.

—¿Qué quieres que haga? ¿Esto? —Apreso el duro nudo de nervios, lo aprieto entre mis labios y chupo sin piedad.

Tengo que sujetarla para que no caiga al suelo.

—¡Oh, por favor! —grita con ganas.

—¿Te gusta? —quiero saber. Haré lo que me pida.

—¡Sí, sí!

—¿Y esto?

Repito el movimiento, pero, en esta ocasión, busco el orificio de entrada a su cuerpo y cuelo dos dedos en él.

Ella no lo esperaba y siento que su vagina se tensa por la súbita intromisión. De inmediato, busco ese punto que conozco bien y que, al rozarlo, la hará estallar de placer.

No puedo evitar una sonrisa satisfecha cuando, casi al instante, me responde con un orgasmo que nos toma a los dos por sorpresa. Noto que sus músculos internos se cierran en torno a mis dedos y, entonces, los hago entrar y salir con frenética cadencia para llevarla a lo más alto.

Advierto enseguida cuándo la primera ola comienza a remitir. El cuerpo de Shannon se relaja un poco, pero tengo más planes para ella, así que vuelvo a tomarla en mi boca mientras mis dedos aún permanecen enterrados en su interior y arrecio mis caricias. Mi lengua se convierte en

un implacable verdugo. Ella vuelve a estar empapada; sus jugos resbalan por mi barbilla y bebo de ellos.

—¡Dan, sigue! ¡Oh, Dios! ¡No pares! ¡Otra vez!

No le contesto. Mi boca no tiene piedad y mi lengua juguetea con su clítoris hasta que vuelvo a apreciar cómo alcanza un nuevo clímax que la sacude por completo, notando en mis labios su temblor.

Sin esperar a que haya acabado, y con un giro rápido, la tomo de la cintura y la llevo hasta la mesa que tengo a unos pocos metros. Se deja hacer. Está preciosa con los ojos entrecerrados y su melena alborotada.

Tan pronto alcanzo el mueble, la coloco sobre la superficie y hago que sus piernas me rodeen la cintura. La atraigo hacia mí y, con una mano entre sus pechos, la apremio para que se tumbe sobre la mesa. Entonces, cuando está completamente expuesta y abierta, coloco mi miembro frente a su entrada y la penetro. Me introduzco en su coño con lentitud. Ver cómo mi polla va alojándose en ella, cómo va desapareciendo en su interior hace que se me nublen los sentidos.

En un arrebato, salgo de ella y, con una larga y poderosa embestida, vuelvo a donde deseo estar.

Ambos nos quedamos sin respiración. Sentirla alrededor de mi miembro es puro éxtasis. Está caliente, mojada, y yo siento que voy a reventar en cualquier momento.

Busco su mirada y la encuentro de inmediato.

—No voy a tener compasión, amor —le digo—. No puedo esperar a correrme.

—Dámelo todo, Dan. Lo quiero todo —me dice con la voz ronca por el deseo—. Quiero que me folles como nunca lo hayas hecho. —Serías la fantasía de cualquier hombre, Shannon. Pero eres mía — incido con dureza, casi arrastrando la palabra—. Mía para hacer contigo lo que quiera.

Ella me dedica una sonrisa.

—Eso es. Tuya, siempre tuya.

De mi garganta emerge un sonido ronco, ancestral, que despierta al macho alfa que albergo dentro de mí. Con algo de rudeza abandono un poco su interior para, de inmediato, volver a clavarme en ella. Lo hago una vez, y otra, y otra, y otra... Como si con cada acometida quisiera alcanzar esa parte de Shannon a la que aún no he accedido.

Y con cada una ella se abre más y deja que invada su cuerpo. Cada vez más hondo, más rápido, más fuerte.

—¡Dan!

—¡Dilo otra vez! —grito enfebrecido mientras sigo embistiendo. Tanto que, con cada empuje, la mesa se desplaza hasta que topa contra el mueble y ahí se detiene—. ¡Di mi nombre! ¡Di mi puto nombre! —¡Dan! ¡Dan!

—¡Soy el único que puede follarte de esta manera! —exclamo con los dientes apretados. Sus pechos se bambolean con cada envite y me doy cuenta de que voy a explotar de un momento a otro.

—¡Sí! —Shannon asiente con movimientos de cabeza—. ¡Dan, voy a correrme!

De nuevo, arremeto contra ella. Nuestros cuerpos colisionan una y otra vez casi con brutalidad y se funden en uno solo. Entonces, los músculos internos de Shannon aprietan mi polla antes de que un nuevo orgasmo la desarme. Ella se estremece para acabar retorciéndose sobre la mesa mientras un grito escapa de su garganta. Su feroz clímax provoca el mío. Con un clamor que nace desde lo más hondo de mi pecho, estallo y me derramo por completo en lo más profundo de su interior hasta que no queda nada en mí, más que el infinito amor que siento por esta mujer.

Sin aliento, satisfecho y saciado, me inclino sobre ella soportando mi peso sobre los antebrazos, para no aplastarla.

Shannon pasa sus manos por mi rostro muy lentamente y me retira de la frente un mechón de pelo que se ha quedado ahí pegado a causa del sudor. Me pierdo en su sonrisa, en el resplandor de sus ojos, y creo que podría volver a hacerle el amor ahora mismo, sin espera, sin haber salido de su cuerpo todavía. Volver a empezar, aunque parezca increíble. Esto es lo que Shannon me provoca.

Muy a mi pesar, me incorporo, salgo de ella y doy un paso atrás para permitir que se levante. Lo hace tendiéndome la mano, que yo tomo, y tiro ligeramente de ella hasta que sus pies tocan el suelo.

Me mira con ojos brillantes y algo soñadores.

—Cuando llegué a la puerta iba a decir que sentía interrumpirte, pero enseguida me di cuenta de que, trabajando, lo que se dice trabajar, no estabas —me comenta con una sonrisilla pícara prendida de sus labios.

Soy incapaz de retener la carcajada que se forma en mi pecho, así que la dejo salir.

—Ya te lo dije antes —comento cuando soy capaz de volver a articular palabra—: la culpa la tienes tú, que me pones como una moto. Es pensar en ti y...

Shannon se acerca al sofá y toma la sábana que utilizamos para cubrirlo. Con desenvoltura, se la anuda en un hombro y se la enrolla alrededor de su torso como si, en otra vida, esa hubiera sido su vestimenta. Me quedo petrificado al verla. Ahí, al contraste de la luz que entra por la ventana, con el pelo suelto sobre sus hombros, las mejillas arreboladas por los orgasmos que le he proporcionado y esa sábana a modo de peplo, parece que acaba de salir de adorar a su dios en un templo griego. Solo que, en realidad, la diosa es ella.

Muy serio, me separo unos pasos sin dejar de mirarla. Camino de espaldas hasta que mi manera de actuar atrapa su atención.

—¿Qué haces, Dan?

—No te muevas, por favor —le pido a la vez que me acerco con rapidez al caballete, retiro el lienzo en el que estaba trabajando y coloco uno en blanco; uno que ya tengo preparado. Sin aguardar un segundo, tomo el lápiz y, con rapidez, trazo el boceto de la hermosa imagen que tengo ante mí.

—Dan...

—Un segundo —respondo mientras mis ojos van de ella hacia la tela, en la que va apareciendo poco a poco mi boceto.

Ella me hace caso; no se mueve y conserva la postura durante unos minutos, hasta que mi brazo se detiene.

—A ver qué has hecho...

Mantengo la vista en lo que acabo de plasmar: es la figura de Shannon como si estuviera emergiendo de una bañera, con esa elegancia innata que ella posee.

Doy un paso atrás y contemplo el dibujo. Shannon se coloca a mi lado y me imita.

—¿Esa soy yo?

—Sí —contesto, extrañado—. ¿Quién más podría ser?

Se encoge de hombros.

—No sé. Me recuerda mucho al Nacimiento de Venus —dice a la vez que continúa observando la figura que se adivina en el boceto.

64

No puedo evitar sonreír.

—Porque, al igual que Botticelli utilizó la proporción áurea para crear esa obra, yo también la estoy utilizando aquí.

—¿Proporción áurea? —pregunta ella con una clara curiosidad en su tono de voz.

Asiento con convencimiento.

—Sí. Estoy seguro de que has oído hablar de ella.

Antes de contestarme, alza la sábana que se enreda en sus piernas, gira sobre los talones y camina hacia la mitad del salón en donde, olvidado en el suelo, está el cuadernillo que, durante los últimos días, hemos estado estudiando los dos.

—Venía a enseñarte algo cuando te encontré... «queriéndote» mucho —bromea.

Yo ni siquiera me había percatado de que ella llevaba el manuscrito en las manos ni que lo dejó caer antes de acudir en «mi ayuda». Shannon hojea el librillo; pasa las páginas con rapidez hasta que llega a una en concreto.

—Aquí lo pone. Aquí es donde habla de la divina proporción, o proporción áurea. Pensé que me sonaba de haberlo estudiado en el colegio o en el instituto, y era eso lo que venía a preguntarte.

Ella deshace la distancia que nos separa y, en cuanto está frente a mí, me tiende las hojas grapadas.

En efecto, en aquellas líneas de caligrafía enrevesada y antigua puedo leer a la perfección la referencia que se hace a un concepto tan viejo como la Gran Pirámide de Guiza o el Partenón griego.

—Déjame ver.

Leo con rapidez. Aunque sin desarrollar mucho, ahí encuentro la base de lo que en arte se conoce como la proporción dorada y que yo utilizo y domino desde que estudié Bellas Artes.

Shannon se acerca al cuadro que he comenzado a pintar hace pocos minutos.

—¿Qué son esas líneas? —Señala los trazos que yo, previamente, había hecho en el lienzo días atrás, como otras muchas veces. Dejo el librillo sobre el sofá y regreso a su lado.

—Es el rectángulo de oro. Se utiliza para que los objetos y las figuras que se dibujan guarden la proporción perfecta.

Ella ha seguido mi breve explicación con interés y, en ese momento, regresa la mirada al cuadro.

—La proporción perfecta —repite en voz baja, embebida por lo que ya se adivina en el dibujo.

—Eso es —concuerdo. Me coloco detrás de ella y paso mi dedo con suavidad por las líneas temporales que rellenan el rectángulo que abarca la totalidad del lienzo; por los cuadrados más pequeños y por la gran espiral que los conecta a todos—. La proporción perfecta se encuentra en la

naturaleza: en el caparazón de un caracol, en los nervios de las hojas... Pero, también, podemos encontrarla en la arquitectura y en la pintura. ¿Ves eso de ahí? —Señalo los cuadrados que van decreciendo de manera progresiva—. Siguen la sucesión de Fibonacci. Al hacerlo mediante esos cálculos, nos aseguramos de que el elemento que vamos a plasmar cumpla con los estándares de todo lo que se considera bello y lo potenciamos a su vez.

Ella apenas me mira, absorta como está en mi explicación. —¿Y es una fórmula matemática?

—Una expresión algebraica, en realidad.

—¿Y se utiliza para calcular la belleza? —continúa preguntándome. Asiento con energía.

—Podemos decirlo así. Con ella se consiguen los rasgos más simétricos de las obras, los más perfectos. Es algo complicado de explicar. Yo lo vi por primera vez cuando estudiaba y sé que puede ser un poco difícil de pillar el concepto, pero si quieres y te interesa...

—Me interesa mucho —dice con un brillo de fascinación en sus preciosos ojos—. Eso de que haya una fórmula para calcular la belleza... Además, si el manual hace referencia a ello, creo que es algo que deberíamos estudiar más a fondo, ¿no te parece? No puede ser casualidad.

—Claro que sí. Todo lo que tenga que ver con el arte, con mis pinturas, con plasmar las cosas bellas y hacerlas crecer... quiero compartirlo contigo.

Mientras hablo no puedo evitar recrearme en su perfil. Es preciosa y, como en cada ocasión que la miro, me deja sin habla.

Deslizo la yema del dedo por su mejilla, pero ella permanece absorta en el lienzo.

—Si esa que has comenzado a dibujar ahí soy yo...

Le rodeo la cintura con mis brazos y la pego a mí tanto como soy capaz. Si pudiera meterla bajo mi piel, lo haría sin dudarlo. —Tú serías la musa perfecta de Fibonacci —murmuro cerca de su oreja. Puedo notar el escalofrío que la recorre y que hace que su piel se erice. Mi polla reacciona endureciéndose, como si no hubiese estado enterrada en ella desde hace días en lugar de unos pocos minutos—. Serías la musa perfecta para Leonardo, para Velázquez, para Fidias, ¡para todos los putos artistas que ha conocido este mundo y que han inmortalizado la belleza! Y para cada uno de ellos sería una suerte tenerte como inspiración. Pero no eres de ellos, eres mía, Shannon, y es a mí a quien inspiras. Soy el tipo más jodidamente suertudo que existe sobre la faz de la Tierra. Ella se reclina sobre mí y mis palmas recorren sus costillas para acabar alcanzando sus pechos. Son perfectos para mis manos, que los abarcan sin

problema. Los amaso sin piedad y ella deja escapar un gemido que me enciende de nuevo.

—Quiero ser tu musa, Dan —me dice con la voz enronquecida mientras reclina su cabeza en mi pecho—. Quiero ser esa que te inspire a crear algo tan maravilloso como esta pintura.

—Lo serás, mi amor. Lo serás —susurro—. Aunque me deje la vida en ello.

Shannon da un paso atrás.

—Necesito lavarme —me dice—. Voy a la ducha.

Pero la agarro de nuevo y la devuelvo a mi lado.

—De eso nada. Quédate así. Me gusta que huelas a mí.

Acerco mi nariz a su piel y compruebo que su olor es dulce, una mezcla de sal, de sudor, de saliva, de sus fluidos y de mi semen. Es puro sexo. E igual que la huelo yo la huele mi polla, y ahora ya sé que dejar de follármela otra vez no es una opción. Que quiero fundirme con esa mujer, ser solo uno, y empiezo por el primer agujero que encuentro para penetrar en su interior: su boca. Le doy un largo beso en el que nuestras lenguas juguetean mientras el deseo termina de desperezarse. No hay nada en el mundo como tener a Shannon. Como besar a Shannon. Como follar a Shannon. 

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