Adiós, niña gigante

By enlibertad

112 25 15

Diario privado de venganza y aceptación. Un poquito del viaje eterno de aceptarse a sí misma, de enfrentar... More

¿Por qué?
Primeros Recuerdos
Tan grande, e invisible al mismo tiempo

Una carrera que no estaba preparada para correr

17 4 2
By enlibertad


Tenía apenas diecisiete años cuando entré a la universidad. Tuve un excelente lugar en el ranking, tercera en una selección de sesenta personas. Debió ser un orgullo para mi familia, ¿no?

Pues no.

Antes de ingresar recibí dos consejos de mi mamá, el primero fue: espero que ningún hombre te gane. ¿Me gane qué mamá? No era una competencia, era solo una carrera. Una que ni siquiera ejerzo el día de hoy. Yo no quería competir, nunca he querido competir, porque competir implica compararse, y las comparaciones nunca terminan bien para mí. Pero aún sin poner un pie en la facultad, se me estaba obligando a hacerlo.

El segundo consejo que recibí, también de mi mamá, fue: "no vayas a entrar a la universidad así de gorda". Ese así de gorda, era yo en mi peso ideal. En el límite superior de ese ideal, pero dentro del margen que las estadísticas me permitían. Yo le creí, como siempre, y acepté que me diera una y otra y otra y otra vez la pastilla que estuviera de moda para bajar de peso. Una de esas pastillas hoy está prohibida en todo el mundo porque puede causar la muerte. Muy probablemente mi trastorno alimenticio ya estaba asentado en mi cabeza, pero sin duda, fue aquí donde decidió hacer nido y jamás dejarme.

Al entrar a la universidad, tenía un novio bueno, bonito, inteligente, gracioso, gordito como yo, pero con una personalidad impresionante. La misma universidad nos separó, y estuvo bien. Nunca podré dudar de su amor. Incluso hoy, que tengo a un buen hombre a mi lado, sigo pensando que nadie me querrá como él, y si tuviera alguna vez la posibilidad de volver a verle y hablarle, solo podría darle las gracias por haberme hecho sentir amada y bonita por primera y única vez. No lo nombraré –mi miedo máximo es que alguna vez alguien de mi entorno llegue a estas páginas, ate cabos y descubra mi identidad secreta– pero sí te contaré que ese vergonzoso correo antiguo de niñita quinceañera, sigue operativo, y guardo tus mensajes con infinito amor.

Bueno, después de esa pausa de felicidad, retomo contándoles por qué terminamos, aunque no es ninguna gran historia. Simplemente, conocí gente nueva, nuestros intereses se distanciaron y nuestros horizontes se abrieron hacia diferentes lugares. En mi caso, aparecieron estas figuras masculinas que me robaban el aire porque no eran niñitos vestidos de colegio, eran hombres. Y hoy me da muchísima rabia que los hombres hayan sido tan determinantes en mi vida, porque me educaron así. Me educaron pensando que tenía que ser linda para gustarle a los hombres, que tenía que ser flaca para gustarle a los hombres, que tenía que ser brillante para gustarle a los hombres, que tenía que ser graciosa para gustarle a los hombres, pero al mismo tiempo, mi mamá me explicaba que nunca hay que amar perdiendo la cabeza, porque se ama con el corazón y con el cerebro, y que no existía hombre alguno digno de estar a mi lado. Me educaron para esperar siempre la validación de los hombres, y nunca para sentirme bien conmigo misma porque sí, porque lo valgo solo por el hecho de respirar, como lo vale cualquier otra persona en el mundo. Todo habría sido distinto si me hubiesen enseñado a no buscar aprobación alguna más que la mía.

Pero apareció él, por supuesto.

Tenía cuatro años más que yo. Había estudiado Leyes antes de ingresar a mi carrera, y me deslumbraba cada vez que hablaba en clases. Era hermoso, de verdad lo era. Hablaba suave, tenía el pelo castaño, una barba clara que los niños de diecisiete no tenían, y pensaba que yo era inteligente y graciosa. Al principio, dudé de sus intenciones porque me iba bien en la universidad, sobre todo en las asignaturas ligadas a las ciencias y los números, mientras que él brillaba cuando hablaba de política y citaba a filósofos griegos en sus trabajos. Lo voy a nombrar, solo porque ya no está y no quiero olvidarlo nunca en la vida. Felipe era todo lo que mi yo, deseosa de esa aprobación masculina, necesitaba, y por supuesto que me dejé llevar.

En mi cabeza siempre estuvo la sensación de que sus halagos eran solo porque quería sentarse a mi lado en álgebra o química para poder copiar mis resultados, y aun con eso en mente, le permití hacerse parte de mi día a día. Nos reíamos juntos, me acercó a su grupo de amigos donde uno de ellos mostró abiertamente su interés hacia mí, se ubicaba siempre en la mesa de atrás en el laboratorio, hasta que un día, finalmente me invitó a su casa. No solo a mí, invitó a mucha gente, pero me pidió que llegara temprano junto a mis amigas para estudiar matemática antes de la fiesta que estaba organizada.

Por supuesto que asumí que la intención no era disfrutar conmigo, sino aprovechar que estaba ahí, y que su sola presencia me bastaba para sentirme bien, aunque solo fuera interés.

Llegamos a su casa, y no estaba. No podíamos creerlo, no tenía sentido alguno, hasta que su hermana nos abrió la puerta con una voz inolvidablemente aguda y una sonrisa enorme y amistosa. Me da pena escribirlo, porque lo hago desde esta mirada de adulta, viendo a esa niña un año mayor que yo recibirme, reconocerme por mi nombre aunque nunca nos habíamos visto y abrazarme como su fuésemos amigas. Ella me conocía, y la única respuesta lógica es que sí, Felipe habló de mí con ella, y qué rabia haber sido tan tonta porque él ya no está y yo nunca podré saber si fue así.

Otra vez estoy llorando. Es que es tan triste ver la forma en que me sabotee a mí misma por tantos años.

Esa misma tarde también conocí a esos otros amigos adultos que Felipe tenía. Yo no tenía amigos adultos, cómo iba a tenerlos si acababa de salir de la escuela. Uno de ellos me saludó, se presentó y luego preguntó mi nombre, y al escucharlo, dijo un gran –Tú eres!!

Y tengo rabia, y tengo pena, porque también dijo –Felipe dijo que eras súper inteligente, que sabías mucho!

Y yo no me permití creerlo. Cómo yo iba a ser inteligente al lado de él y sus citas en latín, o sus frases en inglés, o su siempre atenta respuesta a casi cualquier tema porque sabía de todo porque su pieza estaba llena de libros de filosofía, política e historia.

Esa noche conocí a su familia, a sus amigos, nos reímos y trasnochamos porque aún no cumplía dieciocho años y podía resistir horas y horas sin dormir.

Nos hicimos amigos, y tengo grabada su imagen frente al espejo del baño de niñas –porque Felipe había crecido en una casa llena de mujeres, por eso hablaba suave, movía sus manos delicadamente, y no le importaba entrar a esos espacios delimitados solo para nosotras–, al lado mío, mientras se ajustaba mi chaqueta. Felipe tenía frío, y yo le presté mi abrigo. Mi abrigo de mujer, y me volvía loca que no le importara el genero supuestamente asignado a mi prenda de vestir mientras mi yo, aun adolescente, explotaba viéndolo usar mi ropa.

Felipe se hizo cercano a mis amigas de la universidad, conoció mi casa, a mi familia. Mi mamá lo amaba porque obviamente era un encanto. Un caballero, inteligente y amable, y bello, y todo lo que ella quería para mí en ese momento. En esos días, supe de forma muy extraña que guardaba una foto mía en su computador (un compañero me vio con un gorro, y me dijo: "ese es el gorro con el que sales en la foto que Felipe tiene en su casa." Por supuesto que se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca), y que siempre que organizaban planes fuera de la universidad, le pedía a los demás que me invitaran.

Esa noche, una de mis amigas me llamó por teléfono. Las dos enamoradas del mismo hombre, con la diferencia de que yo acababa de cumplir dieciocho años, y ella tenía la misma edad que él por lo tanto su relación con Felipe era distinta. Yo seguía siendo una niña a ojos de todos ellos. Esa noche me permití creer, porque entre todas las cosas que me dijo, me aseguró que Felipe me quería. Ella me llamaba casi aceptando que esa noche él y yo comenzaríamos algo.

Le creí. De verdad le creí, y me arreglé y me puse linda porque yo saldría de esa fiesta como su novia y nada podía hacerme más feliz. Spoiler: no fue una noche feliz.

Pasada la medianoche, cuando ya casi todos estaban borrachos –menos yo porque casi no tomaba alcohol–, mientras él y yo hablábamos a los pies de su cama, ella vino y se sentó en sus piernas. Se unió a la conversación, y al parecer ahí comenzó mi invisibilidad.

Mi yo de dieciocho años se quedó de pie viendo como ella lo abrazaba desde el cuello. Habría podido hablar si alguien me hubiese visto, pero mientras ellos se daban su primer beso, yo desaparecía del mundo.

Cada vez que recuerdo ese momento, vuelvo a sentir la misma pena. Lo he dicho varias veces, pero quiero que quede claro para que puedan notar el estado de decadencia en el que escribo. Estoy llorando. Me tiemblan los labios de tristeza, y no importa que el hombre que hoy amo esté arriba durmiendo, ni que mi hija este en su cama esperando a su próximo día de escuela. Nada importa porque aunque lo he contado a diferentes personas, hoy por primera vez veo cómo ese minuto me hizo empezar a desaparecer.

Ya no seguí siendo su amiga, ya no seguí prestándole mi abrigo si tenía frío, y realmente no importaba porque tenía alguien al lado que hacía todo eso en mi lugar. Hablábamos poco, tal vez solo yo intentaba hablar menos porque no hubo cambio alguno en su trato hacia mí y me convencí de que todo eso que sentí mientras pasaba tiempo junto a él, no era más que una mala lectura de los hechos. Ni siquiera tenía la mayoría de edad, era una niña, y lo más probable es que todo eso que yo interpreté como señales de amor no haya sido más que la ternura que le provocaba que una mocosa como yo disfrutara tanto de oírlo hablar.

Podría preguntarle. Llamarlo ahora, escribirle y pedirle vernos en algún café y tal vez reírnos de los distintos caminos que hemos tomado. Yo podría mostrarle fotos de mi hija, y él seguiría teniendo un perro porque no sé si alguna vez tuvo intenciones de ser padre. Tal vez podría repetirme la misma frase que dijo cuándo nos encontramos frente a la biblioteca y me fue imposible escapar porque estábamos rodeados de amigos. Esa frase que escucho con absoluta claridad hasta el día de hoy: –¿Por qué ya no vas para mi casa?

No recuerdo qué respondí esa tarde.

Pero como mi mamá me enseñó que se ama con el corazón y con la cabeza, tomé esos sentimientos y los guardé para seguir siendo la misma persona de siempre. Yo pude hacerlo. Felipe no, porque murió meses después, frente a mí, un profesor y tres compañeros, en un viaje pedagógico a algunas horas de nuestras casas. Habíamos viajado sentados uno junto al otro, nos habíamos reído, habíamos hablado sin parar y comimos hasta saciarnos cuando llegamos al pueblo donde sonrió por última vez.

Yo me encargué de avisar a mis amigas, y a su novia. Parece una trama trágica de algún libro adolescente, pero es tan real como lo mucho que lo quise.

Ese hombre que me hizo sentir invisible por primera vez, terminó desapareciendo.

Hoy sus recuerdos viven conmigo. Tengo un par de fotos suyas, su risa y voz en mi memoria, su felicidad grabada cuando nos cruzamos en la escalera y me contó que había aprobado una de las asignaturas, las risas en el bus cuando viajamos juntos, su voz pidiéndome que no le tocara el pecho porque le dolía, la forma en que mis compañeros intentaron cargarlo para llegar al hospital, y el vacío que se formó cuando nos dieron la noticia.

Si pudiera preguntarle, lo haría. Pero no puedo, no hay forma, y tampoco hay manera de que sepa que escribo esto sin su consentimiento, pero escucha tú, Felipe, aunque no estés en ninguna parte: me hiciste sentir invisible. No fue tu culpa, mi inmadurez confundió todo y hoy solo reconozco ternura en tus ojos cada vez que me mirabas. Me habría gustado tenerte aquí, muchos años después, para reírnos de esto y para contarte que siempre esperé que tu noviazgo se terminara porque sí, ella era muy linda y todo, pero no era una buena persona. Mira lo que provocó entre nosotros, en mí, diciéndome que me querías para luego venir y besarte frente a mí mientras dejabas de hablarme para concentrarte en ella.

Sí, también estoy molesta con ella. Pero me dueles tú.

Me dueles aún hoy. Me duele verme de pie junto a tu cama, viendo como todos son felices ignorando que estoy ahí, quedándome sola entre el resto de los compañeros por lo que quedaba de la noche. Me duele que no estés aquí, porque ahora que lo escribo, de alguna forma sé que no era invisible para ti, porque me extrañaste en tu casa cuando dejé de ir.

Hoy me siento junto a ti, a los pies de tu cama, y le doy la mano a mi yo de dieciocho a la que se le está rompiendo el corazón y le pido que no desaparezca. Que respire, tenga pena, que entienda que obviamente es más entretenido besarse con la niña que tienes sobre tus piernas y que eso no significa haber dejado de existir porque su existencia no gira en torno a ti, Felipe. Perdón que lo diga cuando no puedes defenderte, y tú, pequeña yo de dieciocho, calma, después podrás decirle que fue un mal educado, y reírte tal vez.

Pero no, no desaparezcas.

No ese día.

E iré momento a momento hablándole a esa yo que se sintió invisible, pidiéndole que lea esto que escribo porque sé que le hizo daño, y que con pena y rabia, sepa que existe, para sí misma y para los demás, porque si hubiese sido realmente invisible, las heridas no dolerían como lo hacen.

Continue Reading

You'll Also Like

41.4K 4.1K 16
Vesper Greengass Malfoy hija de Astoria Greengass Y Draco Malfoy Hermana menor de Scorpius Greengass Malfoy parte de los 28 sagrados Vesper es una ch...
58.1K 301 16
*Relatos lesbico,heteros(solo incesto[excepto entre hermanos] o con mayores....) y zooo *Contenido fuerte pero con una narración tranquila y simple q...
324K 30.3K 53
Park Jimin... Un chico pobre que solo está en busca de trabajo ya que su familia lo echaron de su casa por sexualidad y necesita encontrar un trabajo...
271K 8.8K 101
1-Serguirme 2-Comentar ideas 3-Vota por cualquier cap caps donde hay,Chisme,Peleas,Amor, más☝🏻🤓😉