Tan grande, e invisible al mismo tiempo

14 5 2
                                    


A la hora de pensar en cuándo esta bola de nieve llamada depresión comenzó a salirse de control, puedo sentir vivo aún el vacío de sentirse invisible para todos. De niña, la tristeza podía manejarla jugando, corriendo, saltando. Y aunque mis padres sí cometieron muchos errores, debo reconocer que en gran medida sentí su afecto, aun cuando años después dudé del mismo. Ese cariño que rodeaba a mi yo pequeña fue cambiando, hasta los doce años mi refugio no fueron mis amigos de la escuela, ellos eran malos y crueles. Hasta los doce años, mi refugio fue mi familia, un poco violenta, bastante estresada, muy pobre, pero presente. En mi familia las personas no son invisibles, al menos en esa familia chiquita de padres y hermanos.

La adolescencia la viví, me atrevo a decir, de manera exitosa. Claro que no cerré círculos y no hice muchas de las cosas que un adolescente promedio debe hacer para dar por finalizada su transición de joven a adulto, pero no fui consciente de ello hasta que mi terapeuta lo dijo. Yo veía mi adolescencia como la de una jovencita normal: muchas dietas, mucha agua, mucho salir a caminar para no engordar, pero también muchas risas, competencias por quien vaciaba más rápido una botella de agua con el fin de no tener hambre para el almuerzo, y por supuesto, los primeros amores, que son los que aún me sirven para decirle a mi yo pequeña "ves? No estabas tan mal".

Pero claro, los niños no se fijaban en mí por ser bonita, y... acabo de notar algo. Nunca pregunté a esos niños qué pensaban de mí. Construí en mi mente una historia en donde yo, pequeña niña gigante y fea, necesitaba equilibrar esa sensación de insuficiencia con cosas que me hicieran destacar entre las demás. Comencé a escuchar música distinta, así los chicos que tocaban en el patio de la escuela para las fiestas de aniversario podrían fijarse en mí; tomé una forma de vestir que distaba mucho de la moda hegemónica, porque además esa moda nunca se sintió hecha para mí; me hice amiga de esos grupos de gente diferente en donde comencé a sentirme menos extraña, menos desencajada, y mientras escribo pienso que sí, sí escuche que era linda. Lo escuché de dos chicos, uno del que ya no sé nada, otro que sé que hoy es feliz con su esposa y que se merece el cielo realmente, porque gracias a él aprendí lo que se siente ser lo más importante para alguien.

Ese alguien estuvo conmigo mi último año de escuela y parte del primero de la universidad, y ese universo es el que creo que arruinó la forma en como me veía. O sea, sí, ya estaba arruinada, pero había encontrado un lugar en donde la gente no se burlaba de mí, y lo dejé porque la universidad me mostró otro mundo. Uno donde hombres inteligentes que admiré mucho quisieron ser mis amigos, y solo eso, porque aunque podían conversar una noche entera junto a mí, al final del día, seguían escogiendo a las niñas lindas por sobre cualquier atributo intelectual que yo pudiese tener.

En este capítulo hay muchas personas importantes, algunas a las que podría volver a ver y preguntarles qué pensaban de mí, o por qué al final de todo no fui suficiente para ellos. Incluso podría volver a ver a esas amigas que se apartaron de mi lado y preguntarles, ¿por qué tampoco fui suficiente para ellas? ¿Qué tenía que hacer para ser suficiente? ¿Qué me faltaba para ser suficiente?

Perdón por divagar tanto, mi intención era seguir un hilo marcado por el tiempo, pero al parecer las heridas pesan más que ese plan y solo quieren salir para dejar de estar escondidas, sufriendo. Así es que me permitiré sacarlas, darles espacio para sanar y ver si dejándolas aquí, grabadas, pueden dejarme en paz un tiempo, al menos hasta que esté lo suficientemente fuerte como para permitirles regresar porque, creo que esa sensación de invisibilidad, se gestó allí, en esos días.

Adiós, niña giganteOnde as histórias ganham vida. Descobre agora