¿Por qué?

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¿Por qué hoy? ¿Por qué no hace tres años, cuando escribí por última vez? Quisiera decir algo bonito, pero la realidad es que hoy, recién hoy, puedo sentarme frente a esta página en blanco e intentar hablar. Escribir. Lo hago para mí, porque lo necesito, porque necesito abrazar a esa niña gigante que vive dentro, y porque sé que hay más personas en el mundo intentando hacer lo mismo.

Lloro en este minuto, porque es vergonzoso hablar de lo que nos pasa en el corazón, de aquello que pensamos que no es lindo, pero además, ponerlo sobre esta hoja en blanco lo hace real. No quiero decir la palabra aún, porque no estoy lista. Pensarlo hace que me duele el alma, aún con un año de terapia, aún con la honestidad con la que he enfrentado este proceso de aceptar quién soy, sabiendo que hay gente que me quiere aunque en mi mente esa niña gigante sigue sin tener espacio. Esa niña gigante que aún no alcanza a entrar en ningún lugar.

Pensé mucho en cómo quería abordar este camino. Pensé en venganza, por ejemplo. Y la verdad es que aún no decido no hacerlo, porque imagino los nombres de todas y cada una de las personas que se encargaron de arruinar la infancia de una niña. Podría dedicar un capítulo a cada una de ellas porque recuerdo cada nombre, y sé que hacen hoy, sé en qué se convirtieron, conozco a sus familias, algunas tienen el descaro de saludarme si nos encontramos, cómo si no hubiesen sido parte de esa masa enorme de niños que no dudó en gritar ese sobrenombre en una sala de la escuela.

Después pienso que la venganza tal vez no es el mejor camino, no porque no lo quiera, si no que bien podrían demandarme y no estoy en condiciones de enfrentarme a algo de ese tamaño. Quizá con el tiempo, con la terapia que aún no termina, con las palabras que quiero decir en estas páginas, mi deseo de venganza se apacigüe.

No sé si ocurra.

No sé si quiero que ocurra.

Otra alternativa, es intentar llevar mis memorias a esos días y responder con lo que sé hoy de la vida, de cómo vivirla, pero aún tengo tanto odio en el corazón, que me sería inevitable gritarles lo miserables que se ven.

Y bueno, también está la salida diplomática. Hace casi dos meses, tuve una sesión con un psicólogo que me ayudó a identificar ese sentimiento de furia, y de alguna forma entender que hay personas que hicieron daño, pero que en el minuto no sabían lo que estaban provocando. Daniel –el psicólogo-, me recomendó escribir una carta en dónde me hablara como hubiese querido que mi madre me hablara en esos años. No lo he hecho aún, tal vez lo haga ahora, no lo sé.

De todas formas, a mis padres les doy el beneficio de la duda porque hoy, que también soy madre, que estudio psicología, que estoy en terapia, que he aprendido a gritar menos, a decir lo que siento y a defenderme, quizá pueda comprenderles.

A ellos sí, les doy la posibilidad. Pero a los niños, a los crueles niños con los que crecí, a las compañeras que se burlaban de mí en la adolescencia, a algunos chicos que no quisieron estar conmigo formalmente porque mi cuerpo no les resultaba atractivo (en público), a los casi adultos de la universidad, que con criterio ya formado, hicieron bromas sobre cómo me veía, a las personas que me asumieron inferior solo por como lucía, a las que me ignoraron abiertamente mientras decían que me querían, destruyendo la poca seguridad que me quedaba. A todas esas personas, realmente, no sé si las perdone.

Creo que tomaré el camino de la venganza. Literaria, por supuesto, porque si algo aprendí de toda esta mierda, es que yo no seré cómo ellos. Yo no provocaré daño, yo no haré a nadie sentirse mal con su cuerpo, con su pelo, con sus ojos, con su ropa, con su personalidad, con lo que sea.

Elijo el camino de la venganza escrita, porqueles contaré lo que me hicieron vivir, lo que me hicieron –y hacen- sentir, ycómo toda la basura que lanzaron moldeó a esta persona que hoy solo quieremirarse en el espejo y decirse: está bien, somos así, y somos lindas. Somossuficiente. No nos falta nada.


Adiós, niña giganteWhere stories live. Discover now