𝕄𝕒́𝕤 𝔼𝕟𝕣𝕖𝕕𝕠𝕤 [ᴀᴅᴀᴘᴛ...

De lxvelymochi

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COMPLETA Enamorarse es fácil. Vivir enamorado es más difícil. ➥Segundo libro de la saga "Enredados" ➥Antes d... Mais

Prólogo
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Epílogo

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De lxvelymochi

Cuando volvemos a la habitación del hotel de Tyler ya ha oscurecido. Nos tambaleamos hasta la puerta cansados, llenos de polvo y riendo. Yo me dejo caer en el sofá mientras Tyler coge un trozo de papel que hay encima del mostrador de la cocina.

—¿Dónde está Evay?

Tyler levanta la nota.

—Ha alquilado un coche para volver a Seúl. Dice que el aire no procesado le estaba obstruyendo los poros.

—No pareces muy afectado —señalo.

Él coge dos cervezas de la nevera y se encoge de hombros.

—Hay más peces en el mar. No es para tanto.

Luego coge la guitarra de encima de la mesita y toca algunos acordes. A continuación, mete la mano por debajo del almohadón del sofá, saca una bolsa de plástico y me la lanza.

—¿Sigues siendo la mejor liadora de porros de este lado del Misisipi o el sistema te ha absorbido por completo?

Sonrío y cojo la bolsa. Liar un buen porro requiere concentración. Si pones demasiada hierba es un derroche, y si usas muy poca no consigues el propósito adecuado.

Es un proceso relajado, como hacer punto.

Paso la lengua por el extremo del papel y lo aliso con los dedos. Luego se lo tiendo a Tyler.

Lo observa con admiración.

—Eres una artista.

Se coloca el porro entre los labios y abre su Zippo, pero antes de que la llama toque la punta, yo cierro la tapa metálica del mechero.

—No lo hagas. El humo podría colocarme a mí también.

—¿Y?

Suspiro. Y miro a Tyler directamente a los ojos.

—Estoy embarazada.

Él abre unos ojos como platos y se le cae el porro de la boca.

—¿En serio?

Niego con la cabeza.

—En serio, Tyler.

Se vuelve hacia adelante y se queda mirando fijamente la mesa. No dice nada durante un buen rato, así que decido romper el hielo:

—Jimin no lo quiere. Me ha pedido que aborte.

Las palabras salen con indiferencia, imparciales. Porque aún no me puedo creer que sean ciertas.

Tyler se vuelve hacia mí y sisea:

—¿Qué?

Yo asiento y comparto con él hasta el último de los sórdidos detalles que me han empujado a irme de Seúl. Cuando acabo de hablar, Tyler ya lleva un rato de pie, cabreado y paseando de un lado a otro.

—Ese hijo de puta se va a enterar —murmura.

—¿Qué?

Hace un gesto con la mano.

—Nada. —Se sienta y se pasa una mano por el pelo—. Sabía que era un gilipollas, lo sabía. Pero no pensaba que era otro Jung Han.

En todas las ciudades hay dos zonas: la buena y la mala. Jung Han procedía de la zona buena de Busan, ese paraíso con riegos automáticos y mansiones de paredes estucadas. Cuando nosotros íbamos a segundo, él iba un curso por delante. Y desde el primer día de clase de ese año, Han estuvo obsesionado con una sola cosa: Lee HaeRa.

Tyler lo odió en cuanto lo vio. Siempre ha desconfiado de la gente que nada en un dinero que no se ha ganado. Y Garrett no fue una excepción. Pero HaeRa pasó de Tyler. Le dijo que su comportamiento era ridículo, que era un paranoico y que quería darle una oportunidad a Garrett.

Y lo hizo. También le dio su virginidad.

Y cuatro semanas después, detrás de las gradas de la escuela, HaeRa le dijo a Garrett que estaba embarazada. Por lo visto, las mujeres de Buk-gu somos fértiles como conejas.

Mejor ni nos mires, podrías hacernos un bombo.

Y, sí, a pesar de toda la educación sexual que nos dio RaeMin, pasó de todos modos. Porque os voy a contar una cosa que mucha gente olvida sobre los adolescentes: a veces sencillamente hacen cosas estúpidas. No porque no dispongan de los recursos educativos suficientes, sino porque son demasiado jóvenes para entender que las acciones tienen consecuencias.

Y a veces esas consecuencias pueden cambiarte la vida.

En fin, como imaginaréis, HaeRa estaba aterrada. Pero como cualquier adolescente idealista y romántica, quiso creer que Han la apoyaría. Que juntos superarían cualquier cosa.

Se equivocaba. La mandó a la mierda. La acusó de intentar atraparlo y le dijo que ni siquiera se creía que el niño fuera suyo.

Casi como un buen anuncio de champú: aclarar, repetir y volver a aclarar.

HaeRa se quedó hecha polvo. Y Tyler... Tyler se puso furioso. Yo estaba con él el día que robó un Camaro blanco del aparcamiento. Lo seguí en el Thunderbird hasta un desguace, donde le pagaron trescientos dólares por él.

Lo suficiente para pagar el aborto.

Podríamos haber acudido a RaeMin, pero HaeRa estaba demasiado avergonzada. Así que fuimos solos a la clínica. Y yo le di la mano a HaeRa durante todo el proceso.

Después Tyler nos dejó en mi casa y se fue a buscar a Jung Han.

Cuando lo encontró, le rompió el brazo y le fracturó la mandíbula. Cuando acabó con él le dijo que si alguna vez le decía una sola palabra sobre HaeRa a alguien volvería y le rompería el resto de las extremidades, incluyendo el apéndice que le colgaba entre las piernas.

Hasta hoy, es el secreto mejor guardado de Busan.

—¿Sabes qué te digo? Que le den. Tú ganas mucha pasta. Está claro que no necesitas su dinero. Y en cuanto al tema de la paternidad, está sobrevalorado. Tú tuviste padre durante unos cinco minutos, mi prima y yo nunca tuvimos padre. Y a los tres nos ha ido muy bien.

Se replantea la afirmación.

—Bueno, quizá a HaeRa no pero, aun así, dos de tres no está nada mal. Podríamos...

Lo interrumpo:

—Creo que voy a abortar, Tyler.

Se queda en silencio. Total y absoluto silencio.

Pero su sorpresa y decepción laten con fuerza, como un bombo enorme.

O quizá lo que oigo sólo sea mi propio sentimiento de culpa.

¿Os acordáis de lo que pasó hace unos veinte años cuando una chica ahogó a sus dos niños porque su novio no quería una mujer con hijos? Yo pensé lo mismo que el resto del país, que debían colgarla de los pulgares y arrancarle la piel con un rallador de queso.

¿Qué clase de mujer es capaz de hacer una cosa así? ¿Qué clase de mujer elige a un hombre antes que a alguien de su propia sangre?

Una mujer muy débil.

Y ésa es una característica que ya he admitido, ¿recordáis?

La idea ya lleva un tiempo rondando en mi cabeza, como una telaraña que se ha pegado a una esquina, pero de la que todo el mundo pasa de largo porque no tiene tiempo de enfrentarse a ella.

Ante todo soy una mujer de negocios. Soy analítica.

Práctica.

Si una de mis inversiones no sale como la planeé, me deshago de ella.

Cierro el grifo de las pérdidas. Es matemática simple: si lo desligas de las emociones, tampoco hay mucho que pensar.

Ya lo sé. Ya sé lo que estáis pensando: «Y ¿qué pasa con ese niño que imaginaste? ¿Aquel precioso y perfecto niño con el pelo oscuro y esa sonrisa que tanto adoras?».

La verdad es que no hay ningún niño pequeño. Aún no. Ahora mismo no es más que un racimo de células divididas. Un error que se está interponiendo entre yo y la vida que supuestamente había elegido llevar.

No sé si Jimin y yo podremos volver a estar como estábamos algún día, pero lo que sí sé es que dar a luz a un niño con el que no quiere tener nada que ver no me hará ganar puntos. Y lo pondría todo mucho más difícil.

Sería como depilarme las cejas. Un sencillo procedimiento a cambio de toda una vida de ventajas.

Pensáis que soy una harpía fría y calculadora, ¿verdad?

Sí, bueno, supongo que tenéis razón.

La voz de Tyler es cautelosa, vacilante. Es como si no quisiera hacer la pregunta y tuviera aún menos ganas de escuchar la respuesta.

—¿Por él? ¿Vas a abortar por él?

Me limpio la humedad de las mejillas. No me había dado ni cuenta de que estaba llorando.

—No puedo hacer esto yo sola —digo.

Al final todo se reduce siempre a eso, ¿verdad?

Tyler me coge la mano.

—Eh. Mírame.

Lo hago.

Le arde la mirada de ternura y determinación.

—No estás sola, _____. Y nunca lo estarás. No mientras yo respire.

Me muerdo el labio y niego muy despacio con la cabeza. Y el nudo que tengo en la garganta hace que mi voz suene áspera y frágil.

—Ya sabes a qué me refiero, Tyler.

Lo sabe. Tyler lo entiende mejor que nadie porque él lo ha vivido. Él sabe lo duro que fue, lo mal que se pasa. Todas esas noches, cuando yo salía con él a comprar helado o a ver una película, y dejábamos sola a mi madre en una casa vacía.

Todos esos premios y ceremonias de graduación, cuando la cara de mi madre se iluminaba de orgullo pero sus ojos brillaban de tristeza porque no tenía a nadie con quien compartirlo.

Todas las vacaciones: fin de año, Acción de Gracias y Pascua, cuando yo estaba en la universidad y no podía volver a casa y lloraba entre sus brazos cuando colgaba el teléfono después de hablar con ella porque me mataba saber que pasaría el día sola.

Tyler estaba allí. Y luego estaba RaeMin. Él vivió la lucha de su tía, que peleó económica y emocionalmente mientras intentaba ser dos padres en uno para él y para HaeRa.

Él la vio salir con un hombre tras otro en busca de un don Perfecto que nunca apareció.

La clase de vida que ellas tuvieron era la antítesis de lo que yo entendía por vida. La clase de existencia que jamás quise para mí.

Y, sin embargo, aquí estoy.

Tyler asiente.

—Sí, _____, ya sé a qué te refieres.

Me froto los ojos con fuerza. Frustrada. Molesta conmigo misma.

—Sólo necesito tomar una decisión. Tengo que trazar un plan y ceñirme a él. Sólo... —Se me quiebra la voz—. La verdad es que no sé qué hacer.

Tyler inspira hondo. Luego se levanta.

—Vale, a la mierda. Vámonos.

Se mete en la cocina y rebusca en el armario que hay bajo el fregadero. No tengo ni idea de lo que está buscando.

—¿A qué te refieres? ¿Ir adónde?

Vuelve con un destornillador en la mano.

—Al único sitio donde nuestros problemas no pueden alcanzarnos.

Tyler detiene el todoterreno en el aparcamiento y las luces iluminan un enorme cartel oscuro.

¿Lo veis?

«Pista de patinaje.»

Nos bajamos del coche.

—No creo que esto sea una buena idea, Tyler.

—¿Por qué no?

Nos acercamos a uno de los laterales del edificio. Os voy a dar un consejo que aprendí de joven: cuando estéis caminando en la oscuridad o huyendo de la policía por el bosque, levantad bien los pies. Os ahorrará mucho dolor en las espinillas y las palmas de las manos.

—Porque ahora somos adultos y esto es allanamiento de morada.

—También era allanamiento cuando teníamos diecisiete años.

Llegamos a la ventana. Apenas puedo ver la cara de Tyler a la luz de la luna.

—Ya lo sé. Pero no creo que el sheriff vaya a acceder tan rápido a soltarnos ahora.

Tyler se burla de mí.

—Oh, por favor. RaeMin me dijo que él está terriblemente aburrido desde que nos fuimos. Se muere por un poco de emoción. Los chicos de hoy en día son demasiado perezosos. Sus actos vandálicos carecen de toda creatividad.

«Espera... ¿Qué?»

Retrocedamos un momento.

—¿A qué te refieres con eso de que te lo dijo RaeMin? ¿Desde cuándo RaeMin habla con el sheriff?

Tyler niega con la cabeza.

—Confía en mí, no quieres saberlo. —Me ofrece el destornillador—. ¿Aún tienes ese don o has perdido el toque?

Acepto su desafío por segunda vez en la misma noche. Cojo el destornillador, me acerco a la ventana y, menos de veinte segundos después, ya estamos dentro.

Oh, sí, aún lo tengo.

La pista de patinaje era nuestro sitio, nos colábamos cuando cerraban, era nuestro pasatiempo nacional. Las manos ociosas son las herramientas del diablo.

Así que, por el amor de Dios, buscadles algo que hacer a vuestros hijos.

Diez minutos después, vuelo por la pista resbaladiza con unos patines desgastados del treinta y ocho.

Es una sensación maravillosa. Como flotar por el aire y girar por entre enormes nubes bien mullidas.

Por los altavoces suenan los grandes éxitos de los ochenta. Tyler está apoyado contra la pared fumando y soplando el humo por la ventana que hemos dejado abierta.

Inspira hondo y deja escapar una bocanada de aire blanco por entre los labios mientras dice:

—¿Sabes? Podrías venirte a América conmigo. Montártelo por tu cuenta. Tengo amigos, tíos con dinero, seguro que te confiarían sus inversiones. Mis amigos son tus amigos. Mi casa es su casa y todo eso.

Dejo de patinar y pienso en lo que ha dicho.

—En realidad, eso significa «mi casa es tu casa» —replico.

Tyler frunce el ceño.

—Ah. —Se encoge de hombros—. Siempre se me dio muy mal el inglés. La señorita Jones me odiaba.

—Pero eso fue porque pegaste a sus dos perritos con cola de impacto.

Se ríe al recordarlo.

—Ah, sí. Qué gran noche.

Yo también me río y hago un giro del que estaría orgulloso cualquier patinador olímpico. Empieza a sonar Never Say Goodbye, de Bon Jovi. Fue la canción de nuestro baile de fin de curso.

Levanta la mano si también fue la tuya. Estoy convencida de que, después de 1987, se convirtió en la canción del baile de todos los institutos de Estados Unidos por lo menos una vez.

Tyler lanza la colilla del porro con las yemas de los dedos. Luego patina hasta mí. Me tiende el brazo haciendo una gran imitación de Bitelchús.

—¿Bailamos? Sonrío y me agarro de su brazo. Le pongo las manos sobre los hombros y, mientras Bon Jovi canta sobre habitaciones llenas de humo y llaves perdidas, empezamos a mecernos.

Tyler posa las manos en la base de mi espalda. Yo giro la cabeza y la apoyo sobre su pecho. Está calentito. Su camisa de franela es suave y huele a marihuana y a tierra..., y a hogar. Noto el contacto de su barbilla sobre mi cabeza mientras me pregunta en voz baja:

—¿Te acuerdas del baile?

Sonrío.

—Sí. ¿Te acuerdas del vestido de Hae-Hae?

Se ríe. Porque HaeRa ya era toda una pionera en moda incluso entonces.

Lady Gaga no le llega ni a la suela de los zapatos. Llevaba un vestido blanco y rígido, como el tutú de una bailarina. Y tenía una tira de lucecitas parpadeantes en el dobladillo. Era muy bonito.

Hasta que se incendió.

El chico que salía con ella, Joon, apagó el fuego tirándole el cuenco de ponche por encima. HaeRa pasó el resto de la noche pegajosa y oliendo a restos de hoguera empapada.

Prosigo con nuestro viaje por el baúl de los recuerdos.

—¿Te acuerdas del último día del primer curso?

El pecho de Tyler retumba cuando se ríe.

—No fue el momento más discreto de mi vida.

Era el último día de curso y dentro de nuestra escuela desprovista de aire acondicionado hacía una temperatura de unos cuarenta grados. Pero el director se negó a dejarnos salir antes. Así que Tyler hizo saltar la alarma de incendios.

Justo en el pasillo donde estaba el director.

Eso provocó una dura persecución, pero Tyler consiguió evitar que lo capturasen. Así pues, el director cogió el micrófono de megafonía y trató de llamarlo: «Lee Tyler, por favor, acuda al despacho del director inmediatamente».

—Ya sé que no soy ninguna lumbrera pero, venga ya, ¿de verdad pensaban que iría?

Me río contra la camisa de Tyler.

—Y entonces, en cuanto pusiste los pies en el instituto el primer día del último curso, el director te cogió y te dijo: «Señor Lee, hay una silla en el aula de castigo con su nombre».

Y era verdad. Habían grabado su nombre en el respaldo de una silla, como las de los directores de rodaje.

Tyler suspira.

—Buenos tiempos.

Asiento.

—Los mejores.

Y mientras nos envuelven palabras sobre canciones favoritas y amores que jamás terminarán, cierro los ojos. Tyler me abraza un poco más fuerte y me pega más a él.

¿Ya estáis viendo adónde va todo esto? Yo no lo vi venir.

—He echado de menos esto, _____. Te echo de menos.

No le contesto, pero es agradable oírlo. Y es más agradable aún sentirse abrazada.

Sentirse querida.

Ya hace mucho que no siento más que afecto amistoso por Tyler, aunque eso no significa que haya olvidado. A la chica que fui. La que pensaba que no había nada más dulce que mirar a Lee Tyler a los ojos. Nada más romántico que oírlo cantar. Nada más excitante que subirme a su coche por la noche después del toque de queda.

Recuerdo lo que sentía cuando lo amaba. Incluso a pesar de que ya no lo quiero de la misma forma.

Miro a Tyler a los ojos mientras canta la letra de la canción en voz baja.

Canta para mí.

Al mirar atrás soy incapaz de decidir quién movió ficha primero. Lo único que sé es que estábamos bailando en medio de la pista de patinaje y, cuando quise darme cuenta, Tyler me estaba besando.

Y un segundo después yo le devolví el beso.

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