Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Dalila POV'S



No tengo ni la menor idea sobre barcos, pero éste sin duda puede entrar en la categoría de los más impresionantes; Jamás en mi vida había visto un yate tan elegante, desde los detalles en metal y acero, colores en negro y el diseño aerodinámico. Me quedo sin aliento por un segundo, contemplando cómo la enorme nave se alza por encima de las demás; imperiosa, distinguida y hermosa. 

El día se presenta para una salida a navegar, si bien el clima se mantiene bajo una brisa fría y una suave neblina, no está para nada ventoso. El sol comienza a asomarse y resplandecer sobre las nubes, lo que me hace creer que tendremos un día soleado, de mediados de otoño, pero al menos brillante

En cuanto a la gente, no hay muchas personas disfrutando del sitio de una manera que sea recreativa. Los pocos que hay se dedican a poner en condiciones sus barcos, y es que según el Señor Mercer, por las noches es cuando hay más movimiento, todo dependiendo de los futuros eventos que se organizan en las enormes embarcaciones para la burguesía de la ciudad. Además, algo de lo que yo misma estoy al tanto, es que en época de verano es cuando existe mucha mayor demanda del lugar.

—¿Necesitas algo?—Alexandro tira de mi mano para acercarme a él, transitando los últimos metros por el puerto deportivo mientras que el hombre de mediana edad, cabello rizado y gafas cuadradas, nos guía por las escaleras que dan a cubierta. Recién me percato de que la nave no tiene nombre.

Niego, sonriendo levemente—Estoy bien, ¿Tú?—Inquiero, cuando él me sujeta de la cintura por detrás con cada escalón nuevo que subo.

—Me parece de lo más considerado que me lo preguntes a mi también—Murmura negando. Lo veo de refilón, tirando de sus comisuras en una lenta sonrisa.

Lleno de aire mis pulmones una vez estamos por fin en el yate, consciente de que aquí arriba la brisa se percibe más fresca y pura. No me quiero ni imaginar a medida que nos distanciamos de la ciudad. Muerdo mi labio inferior, observando sujeta a la dorada barandilla a las personas y las demás embarcaciones, a lo lejos los intimidantes edificios de Nueva York y el precioso camino que nos espera recorrer por el río Hudson.

Mercer nos dedica un gesto simpático al acompañarnos, vestido con pantalones caqui, camisa blanca y un suéter azul. Recuerdo la cara que puso Alexandro al ver su vestimenta, frunciendo ligeramente el ceño y negando con la cabeza al encontrarse con los zapatos de punta.
Me río suave, alisando el pantalón negro que él me regaló, conjunto a un abrigo muy bonito para la ocasión, además de unos guantes, los que a mi parecer consideré demasiado y hasta me atreví a poner en duda de usar, pero el hombre Armani dijo que no estaba en sus planes que me vaya a enfermar.

Alexandro, quien todavía me sostiene con un agarre decidido por la cintura, me hace un leve gesto para que lo siga. Salgo de mi ensimismamiento, encantada por la vista a nuestro alrededor. Nunca me había tocado ver la ciudad desde ésta perspectiva.

Nos adentramos más al yate, el ambiente aquí es mucho más cálido y templado en comparación con el exterior. Pasamos por una puerta de madera, pisando unos pulcros suelos del mismo material dónde para mi sorpresa, más allá y casi en una esquina, hay una mesa circular repleta de alimentos para el desayuno. Enormes ventanales que nos permiten todavía admirar el paisaje desde el interior hacia afuera, un pequeño bar y hasta un mullido sofá que le da un toque bastante íntimo. A un lado, una chica vestida con uniforme azul marino, de líneas grises y chaqueta negra, coleta rubia, mejillas regordetas, nos sonríe a los tres. Sostiene una bandeja de plata en sus manos, con la espalda derecha y el gesto complaciente. Me quedo perpleja, pensando en si ella nos hará compañía hasta mañana.

—Como usted mismo puede comprobar, está todo más que listo, Señor Cavicchini—El italiano desliza la mirada, estudiando el impecable sitio con detenimiento.

—¿La cocina?—Cuestiona, apretándome a su costado. Su embriagador aroma me envuelve aún más.

—Todo lo que pueda necesitar, está allí mismo; el refrigerador con la selección especial de quesos que pidió, la cava de vinos refrigerada y los panes. También, las alacenas constan de provisiones por si usted prefiere cocinar y no le apetece comer la comida que la Señorita Palmer les preparó—Miro hacía la chica, quien da un corto asentimiento en señal de cordialidad. Alexandro hace un sonido bajo con la garganta, pensativo.

—No me gustan los imprevistos, Mercer—Advierte. El hombre abre ligeramente los ojos, asintiendo de inmediato.

—No los tendrá, yo permanecerá navegando la embarcación y mi equipo estará en el puerto por si usted  requiere de algo—Asegura—Aunque debería preguntarle, ¿La Señorita Palmer se quedará? Está en su poder decidir si así lo quiere, prepara unos exquisitos postres.

El italiano frunce las espesas cejas, como si recién se hubiese dado cuenta de que la chica está con nosotros. A penas si le dedica una mirada.

—No—Sentencia. Mercer acepta la orden.

Vuelvo a recorrer el lugar con la mirada. El sitio es bastante amplio; un pasillo, que posiblemente guíe hasta una habitación, y del otro lado, otro pasillo más que quizás de hacia la mencionada cocina.

—Entonces eso es todo—Dice Alexandro, impaciente porque los dos se retiren.

—Muy bien, Señor—Asiente, dándole una seña a Palmer para que se vaya. Le sonrío al verla marchar, esperando lo mismo de su parte. Aunque, las mejillas se le vuelven rojas cuando pasa totalmente de mi al enfocarse por completo en el italiano. Arrugo el entrecejo, joder. ¿En serio? Suspiro—Estaré preparando todo, muy pronto zarparemos. Puede encontrarme en la cabina, sólo debe ir por mí y estaré a sus servicios—Declara, desplazando la mirada entre los dos.

—No será necesario—Niega el italiano, algo distante.

Mercer vuelve a asentir, en está ocasión dirigiéndose a mi—Que disfrute el recorrido, Señorita Bech.

—Gracias—Correspondo a su amabilidad de la misma manera.

Entonces, el hombre emprende el andar hasta la salida, cerrando la puerta detrás de si al irse.

Alexandro suelto un suspiro, posando sus ojos en mi al guiarme a su firme pecho. Le sonrío, encontrándome con sus dos perlas negras cuando las palmas de sus manos dan con mi espalda baja.

—¿Crees qué...?

Pero toda oración queda flotando en el aire cuando sus labios buscan los míos en un beso duro y urgente. Jadeo, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, apretándome contra él. El hombre Armani gruñe al primer contacto de nuestras lenguas, mordiendo mi labio inferior.

Gimo suave, tirando ligeramente de algunos mechones de su negro cabello.

Su aliento cálido golpea mi mejilla, el aroma de su propio perfume y la loción de afeitar—Creí que no se irían más—Reniega, entre besos.

Me río—Fueron muy gentiles—Digo, intentando que mi voz se mantenga lo más normal posible ante el reciente asalto—No eres muy sociable, Alexandro—Finjo disgusto, negando mientras mi ceño se frunce. Su sonrisa se expande.

—Sólo con la gente que quiero—Me da un corto y nuevo beso. Lucho con los latidos erráticos de mi corazón—Mientras Mercer se encarga del yate, vamos a que comas algo, bella bruna—Ofrece.

De la mano, y con mucha tranquilidad, nos dirige hasta la mesa. La boca se me hace agua al ver todos los tipos diferentes de alimentos; desde tostadas con tocino, por supuesto café fresco, jugo de naranja, huevos revueltos, mucha fruta y un plato a rebosar de croissant rellenos con chocolate. Al instante busco su mirada, me guiña el ojo con picardía, y creo que hoy me tocará sonreír como imbécil por el resto del día.

Siento las manos de Alexandro sobre mis hombros retirando mi abrigo con gentileza, dejándolo descansar sobre el respaldo de la silla antes de invitarme a tomar asiento. Sin esfuerzo alguno me arrima al borde de la mesa, luego sirve una taza de café para ambos, después, con su habitual forma de andar; seguridad absoluta, modales intachables y gesto sereno, es que se acomoda en el asiento delante de mi. Me quito los guantes a la misma vez que él su abrigo.

En eso, dispuesta a llenarme la barriga de comida y disfrutar, no llego a beber un sorbo de café que su teléfono celular comienza a sonar, el sonido molesto y agudo filtrándose en mis oídos. El italiano murmura entre dientes, me mira, y yo me encojo de hombros despreocupada.

—No hay problema—Le digo, al tanto de que posiblemente se trate de negocios.

Entiendo que el hombre ha dejado sus obligaciones para pasar tiempo juntos, aquí la única que tiene un respiro del trabajo hoy soy yo. Se disculpa con un gesto, entre molesto e irritado, atendiendo con la expresión endurecida antes de repetir lo mucho que le fastidian las llamadas. Me río bajo, dándole un mordisco a uno de los croissants perfectamente cocidos que sobresalen en la mini torre sobre el plato.

È meglio che la tua chiamata abbia una buona ragione, stai interrompendo qualcosa di importante (más vale que tú llamada sea por un buen motivo, estás interrumpiendo algo importante)—Espeta. Oh, me encanta oírle hablar en su idioma natal. Alexandro recuesta parte de su cuerpo sobre la silla, aún con la postura erguida ajustando con la mano libre su agarre sobre la taza, dándole un trago a la negra bebida sin endulzar. La línea de su frente se pronuncia, descontento—Risolvilo, non mi interessa (Arréglalo, no me importa)—Aunque no soy capaz de comprender, percibo el tono mordaz, más allá de una simple advertencia amena.

Analizo cómo la línea de su mandíbula se marca, los hombros de pronto más tensos y los ojos ligeramente entrecerrados. Hago a un lado el desayuno, cerrando mis muslos en un apretón al captar que aparentemente, el italiano que es todo trabajo y expresión severa, me parece de lo más atractivo. Alexandro resopla, tomando entre sus dedos el tabique de su nariz, empezando a perder la paciencia con quién sea que esté conversando.

Gli affari sono affari. Se quel dannato americano non può giocare tutte le carte, allora lascialo scendere dal tavolo (negocios son negocios. Si ese maldito estadounidense no puede jugar con todas las cartas, que se retire de la mesa)—Pronuncia, osco.

Suspiro, visualizando las venas dibujadas en sus manos. Joder. ¿Es siempre así de caliente cuando se irrita? Carraspeo, intentando centrar mis pensamientos en otra cosa, aunque rindiéndome muy fácilmente ante mi casi nulo autocontrol al recordar la sensación de esas mismas manos dándome infinito placer durante largo rato ayer por la noche. Paso saliva con dificultad. El recuerdo de su boca jugando con mis nervios en lo más profundo de mi ser, torturándome y metiéndose conmigo al empujarme a mis límites y aventurarme a ser más osada, arriesgada, a reclamar lo que me pertenece.

Desde que iniciamos nuestro acuerdo ya olvidé cuántas veces es que él me hizo venir; desde frotarme sobre su polla, comerme las tetas, el coño o meterme los dedos. Me mostró lo bien que se siente bailar entre las llamas del placer y la perversión erótica de sus azotes en mi trasero. Lo excitante que puede ser la exquisita tensión sexual en un ascensor, o las miradas sugerentes que se pueden dedicar en un evento de etiqueta, en mensajes ocultos que únicamente nosotros podríamos descifrar.

El hombre Armani en verdad me está enseñando lo que es el mundo de la intimidad, e incluso mucho más. Me lo está dando todo, desde sus momentos más caballerosos y también aquellos más salvajes.

Así que, ¿Por qué no tirar un poco de los hilos? Ya he dicho que me gusta el Alexandro rudo, aquél que da rienda suelta a su lado dominante.

Sin embargo, dudo por un instante, observándo al italiano tirar un poco del cuello de la camisa que está usando, ésta vez sin corbata, dando toquecitos con las yemas de sus dedos sobre la superficie de la mesa.

Suspiro.

A la mierda.

Sin hacer mucho ruido me pongo de pie, arrastrando la silla unos centímetros sobre el suelo, mordiendo mi labio inferior ante el chirrido. Los ojos de Alexandro dan con los míos, un gesto confuso tiñendo sus perfectas facciones. Rodeo la mesa encaminándome en su dirección, oyendo el leve golpe de mis zapatos de taco contra la madera. Doy un vistazo a nuestro alrededor, notando desde un inicio que aunque los vidrios del yate nos permiten observar con total libertad hacia afuera, tienen doble utilidad, dado que también nos resguardan de los ojos curiosos del otro lado, protegidos por la delgada lámina opaca que los recubre. Además, Mercer tampoco forma parte de mis preocupaciones, dado que está más ocupado en preparar el yate para salir a navegar que en nosotros.

Dammi un minuto (dame un minuto)—Dice sobre el parlante del celular, frunciendo el ceño a medida que acorto los pocos metros que nos separan. No me permito vacilar, reuniendo todo el valor y la confianza—¿Sucede algo? ¿Te apetece otra cosa para comer?—Inquiere, siendo tan considerado como siempre. Niego, sonriendo con malicia al apoyar mi tacto sobre sus hombros, inspirando hondo al bajar un poco y palpar los músculos trabajados de sus brazos. Exhalo con lentitud, Alexandro emite un gruñido bajo, moviéndose para atrás al darme más acceso—Ti ho chiesto di darmi un momento, devo ripeterlo? (te pedí que me dieras un momento, ¿tengo que repetirlo?)—Amenaza. No me detengo a darle muchas vueltas, siendo tan o más insolente como a él le gusta. El hombre Armani retiene el aliento cuando me inclino sobre él, besando la piel de su cuello—No puedo abandonar la llamada, Dalila, por más tentado que esté de hacerlo.

Acaricio con la punta de mi nariz su mandíbula, al igual que sus mejillas, cubriendo por completo cada uno de mis sentidos con su inigualable esencia.

—¿Te pedí que lo hicieras, Italiano?—Una lenta sonrisa tira de sus comisuras, asombrado.

Mis dedos, ágiles pero algo nerviosos, trazan su tacto a lo largo de su pecho, detenidamente al sentir con satisfacción los músculos de su torso contraerse. No despego mis ojos de los suyos al descender sobre mis rodillas, gimiendo en una súplica silenciosa ante la idea obscena que se forma en mi mente. Alexandro abre ligeramente los ojos, comprendiendo cuál será mi próximo movimiento.

Una voz masculina se oye desde el otro lado del teléfono, llamando en italiano por el hombre Armani.

Arqueo una ceja con suficiencia—Tienes negocios que atender—Hago un vago gesto al celular. Sus ojos se ensombrecen, inyectados por un intenso deseo—¿A caso eres de esos que dejan los asuntos importantes para después?—Lo pincho.

—Dalila...—Advierte.

—Sé que puedes ser silencioso, Alexandro—Mis manos buscan la hebilla de su cinturón, tirando un poco para liberarlo del material. Él gruñe una vez más, levantando las caderas al mismo tiempo que desabrocho el único botón de su caro pantalón, arrugando la tela conjunto a los boxers de marca europea—¿No quieres que me trague tú verga?—Pronuncio, parando por un segundo. Alexandro jadea—Eso fue lo que acordamos anoche, y lamento no haber cumplido con mi parte.

El hombre Armani levanta el mentón, burlón;

—¿Podrás hacer que te entre entera, en esa pequeña y hermosa boca que tienes?

—Me ofende que si quieras me lo cuestiones—Niego, viendo la creciente erección escondida aún debajo de su ropa interior.

Puede que quizás esté alardeando, si meditamos el hecho de que jamás he dado sexo oral y conozco de ante mano lo intimidante que es su gruesa y larga polla. No obstante, ni siquiera así me arrepiento de continuar. Nuevamente demandan por su atención, la voz lejana y urgente. El italiano se ríe ronco, abriendo sus piernas para darme mayor paso.

Eccomi qui, vai dritto al punto (aquí estoy, ve directo al grano)—Masculla secamente en la comunicación.

Con firmeza y de una sola vez libero su miembro. Jadeo por el asombro, todavía sin acostumbrarme a su gran tamaño. Alzo la mirada a Alexandro, quien me mira socarrón, muy engreído. Frunzo el ceño. Veamos que tanto se entretiene dentro de un segundo.

Sin titubear con la yema de mi dedo gordo recorro la punta enrojecida de su polla, ejerciendo suaves movimientos a lo largo de su eje para estimularlo todavía más. La polla se le sacude levemente, él murmura una maldición silenciosa entre dientes, y yo sonrío orgullosa por tal reacción de su parte.

Mhm, aunque recién estamos empezando.

Me permito admirar el ancho de su verga, y cómo algunas pocas gotas preseminales se acumulan y resbalan por su miembro. Paso saliva, la boca de repente seca por la ansiedad. Me arrimo más a él, inclinado la cabeza para depositar una línea de besos desde la empuñadura hasta el inicio de su verga. Alexandro ruge desde su pecho.

El italiano cierra en un puño el celular, apretando en la palma de su mano el aparato, atento a la llamada pero igualmente a mi lengua saboreando su necesidad. Murmura una palabrota en su idioma. Me sorprendo al sabor que se instala en la parte baja de mi paladar, que resulta en lo absoluto para nada de mi desagrado. Él arquea una ceja, molesto al oír lo que le dicen por el teléfono.

Se ho qualcosa da dire, lo farò (si tengo algo que decir, lo haré)—Escupe, ofuscado—Continua con il bulgaro, cosa successo? (sigue con el búlgaro, ¿qué pasó?)

Meto parte de su verga en el calor de mi boca, menos de la mitad, lamiendo pero cuidando de que mis dientes no lo lastimen. ¿Así está bien, cierto? No me detengo a reflexionar demasiado, no queriendo que la incertidumbre me colme de ansiedad e inseguridad. Gimo, tomando más de él con mi boca, recordando que fuí yo quién lo hizo correrse en esa habitación de hotel, y sólo masturbándolo.

Alexandro alza la pelvis, y yo tengo que cerrar los párpados por el esfuerzo.

Joder, él tenía razón. No me va a caber.

Regreso a la punta, bombeando con mi mano desde la base. Siento cómo me acarician el cabello, tan delicado que parte de la tensión de mi cuerpo se desvanece. Me sujeto en un agarre al costado de su silla, volviendo a tomar más de su intimidad. Sin embargo, y aunque tengo toda la intención, me ahogo. Antes de que pueda intentarlo por tercera vez, Alexandro me aparta.

Lo miro, limpiando un poco de saliva que se escapa de las comisuras de mis labios. Las mejillas rojas, apenada por mi clara inexperiencia, sin poder realmente complacerlo de la forma en la que me gustaría.

El italiano pone la llamada en manos libres, apoyando el aparato sobre la mesa. Con quién sea que esté conversando, éste no deja de soltar más palabras, pero no me ocupo en prestarle demasiada atención porque Alexandro me sostiene de la barbilla, clavando sus ojos en los míos con decisión.

—No hay vista más placentera que tú delante de mi, postrada sobre tus rodillas—Se aproxima, su rostro a milímetros del mío—Por si no lo has notado, eso es más que suficiente para tener mi polla dura—Recorre mi mejilla, en un dulce gesto—No te presiones a ir más lejos si no puedes—Frunce el entrecejo—Capisci?—Cuestiona, arreglando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, lanzándome una mirada cariñosa.

Capisci—Respondo, dibujando una media sonrisa.

—Eso es, bella bruna. Ahora toma mi verga, sin apresura, porque te doy de todo mi tiempo para hacer lo que se te venga en gana con mi polla—Murmura, a centímetros de mis labios. Su figura cerniéndose sobre la mía, aún en el suelo—Porque te puedo asegurar, que hagas lo que hagas, me vas a tener viniéndome en tú nombre.

Signore, ci sei ancora? (Señor, ¿sigue ahí?)—Alexandro resopla, y yo me río.

—¿Puedes, Dalila?—Ignora el teléfono.

—Si—Asiento, palpando sus muslos, volviendo a centrarme en su pene erecto.

—Jamás lo dudé—Presiona nuestros labios en un ligero beso.

Alexandro nuevamente se recuesta sobre su lugar, con un oído en la conversación que él mismo reanuda, y el otro conmigo, sin perder cuidado en cada uno de mis movimientos.

Inspiro hondo al lamer su eje, yendo con más calma en ésta ocasión. Un sentimiento de calidez me recorre el cuerpo al sentirlo estremecer, con cada nueva lamida que doy sobre su piel. Me gusta la sensación de su polla contra la parte plana de mi lengua, como palpita, y el relieve de las venas que van todo el camino desde la base hasta casi la punta. Gimo, aferrándome a lo que sea al envolverlo otra vez en mi boca.

Alexandro maldice, lo miro sobre mis pestañas, contemplando al hombre Armani echar la cabeza para atrás.

Vuoi che informi tua sorella (¿quiere que le diga a su hermana?)

Es increíble que el italiano siga en una charla telefónica mientras le chupo la polla. Me aguanto las ganas de reír. Él gime entrecortado, respirando pesadamente, su pecho subiendo y bajando con cada bocanada de aire. Se yergue, rechinando los dientes.

Ti ho detto di fare una cosa del genere? (te dije que hicieras tal cosa?)—Reprocha, pasando su dedo pulgar por mi mejilla.

Me quedo perpleja por la manera en la que me mira; profundamente orgulloso, rebosante de deseo y placer.

No Signore, scusa se sono sembrato ficcanaso (no Señor, lamento si pareció entrometido)

Alexandro chasquea la lengua. Ahueco su polla, succionando más. Todavía no he podido con toda su longitud, y el grosor ya es algo difícil de tratar, por lo que me quedo con su palabra. No me presiono, pero eso no quita que me haya dejado de proponer complacerlo.

Aumento el ritmo, subiendo y bajando con cada respiración que doy por la nariz. Todavía bombeando con una mano sobre la base, encantada cuando la polla se le vuelve a sacudir. El italiano lucha con la necesidad de hablar, de guiarme y explotar con esas sucias declaraciones que tanto le fascina decir. Succiono más, profundizo incluso con más ganas, y con atrevimiento, me arriesgo a tocar sus pelotas.

—¡Joder, mierda!—Toda templanza se le va por el caño.

¡Signore, Signore!—Me río con la boca llena, gimiendo al inclinar la cabeza y tocar parte de su abdomen con la punta de mi nariz. Su polla palpitando entre las paredes de mi garganta—Stai bene? ¡Signore! (¿está bien? ¡Señor!)—Dicen del otro lado de la línea.

Si, merda. Smettila di urlare (si, mierda. Deja de gritar)—Alexandro lucha consigo mismo por no embestir con sus caderas, dándome total control de la situación. Es paciente, sujetándose de los bordes de la silla para no arremeter con firmeza desde su posición.

Me retiro, dando languetazos por toda su polla sólo para después meterlo dentro de mi cavidad bucal una vez más.

—¿Tienes idea de lo que voy a hacer esta noche, bella bruna? Te voy inclinar sobre ésta misma puta mesa, mierda—Promete, agitado, entre murmullos para que no lo oigan. Junto mis muslos, ansiosa porque eso suceda, excitada—Estoy cerca, tan cerca—El gesto se le endurece, la frente con una delgada capa de sudor.

No paro, tomando bocanadas de aire entre tanto y tanto, algo cansada pero todavía con el propósito de que tenga su orgasmo.

—Questo sarebbe tutto, Signore. Sei sicuro di non aver bisogno che ti mandi persone? Sei in un luogo riparato? (Eso sería todo, Señor. ¿Está seguro de que no necesita que le envíe gente? ¿Está en un lugar protegido?)

Los ojos me escuecen, la garganta adolorida y con un leve ardor cuando lo siento tensarse. Alza tan sólo unos mínimos centímetros su pelvis de la silla, la mandíbula se le cierra con violencia, mordiéndose la lengua para no gruñir con fiereza.

Al final, su semen se derrama dentro de mi boca, invadiendo mi lengua y papilas gustativas. Cierro los ojos, tragando la necesidad que gotea desde mis comisuras y ensucia parte de mis mejillas. Una vez tengo la certeza de que se ha vaciado por completo, me retiro, jadeante y agotada.

Signore?—Cuestionan.

Alexandro exhala, al contrario de mi, todavía con la apariencia impecable. Me mira directo a los ojos al contestar;

Non sono mai stato meglio, non devi mandare nessuno (Nunca he estado mejor, no tienes que enviar a nadie)

Entonces, sin aguardar por una respuesta, da por finalizada con la llamada al mismo tiempo que el barco ruge con el sonido del motor, emprendiendo viaje sobre las tranquilas aguas que rodean la ciudad.

El italiano guarda la polla en sus boxers, poniéndose de pie al cerrar el cierre de su pantalón y alisar la camisa. No tarda nada en ayudarme a incorporarme, limpiando las marcas de la tela de mi ropa en el area de las rodillas.

El hombre Armani se vuelve a la mesa, agarrando un papel de servilleta para quitar el espeso, pegajoso y blanquecino desastre de restos que permanece en mis labios.

—Supongo que has quedado muy satisfecha con el desayuno.

Siento mi rostro ponerse rojo.

—¿Eso crees?—Lo veo mientras dobla en cuatro partes el papel, dejándolo sobre la mesa para luego tirarlo al cesto de la basura.

Ahueca mi rostro entre las grandes palmas de sus manos;

—Tienes razón, estoy seguro de que has dejado algo de espacio para el almuerzo—Arquea una ceja, burlón. Niego, riéndome. Las comisuras se le alzan en la sombra de una sonrisa.

Lo siguiente que hace es unir nuestros labios en un tierno beso.


•••



—¿Por qué el barco no tiene nombre?—Inquiero, admirando la vista delante de nosotros. No sé mucho sobre las embarcaciones, pero si lo suficiente para estar al tanto de que se las suele nombrar, y en la mayoría de los casos, con un nombre femenino.

Casi es medio día, y nos hemos pasado parte de la mañana conversando muy cómodamente, después de que el italiano se ha cambiado de ropa y me hiciera un recorrido por la nave. En eso, llegamos al acuerdo de que él se encargaría de preparar la pasta para el almuerzo, por la sencilla razón de que me gustó muchísimo la primera vez que cocinó para mi. Aunque le hice prometer que ésta vez yo haría más que sólo revolver la salsa.

Alexandro se acomoda a mi lado, recargando parte de su peso sobre la barandilla. No aparto mis ojos del agua, la increíble infraestructura de Nueva York y la Estatua de la Libertad, que se alza a lo grande en la isla. De hecho, hace poco más de una hora atrás, fue que pasó un enorme barco repleto de turistas capturando con flashes a la bestial figura de cobre y acero. A mi ya me dejó de impresionar tanto, luego de unos años viviendo en la ciudad se te hace habitual.

—¿Quieres la verdad?—Tira de mi hacia él, ajustándome en un abrazo contra su pecho, sus brazos a cada lado de mi cintura mientras que mi espalda reposa en su calor, los dos observando hacia el bonito paisaje.

—Siempre—Asiento.

Él menea la cabeza, ligeramente algo más serio.

—No soy de tener apego a los objetos materiales, Dalila, como tampoco a los lugares o las personas—Se encoje de hombros. Lo recuerdo, él me lo dijo una vez. Sin embargo, tampoco es más fácil oírlo ahora—Me temo que nombrar a mi yate es... más de lo que considero necesario. Mientras esté en perfectas condiciones, entonces funciona para mi.

Por algún motivo al escuchar nuevamente esa declaración el corazón se me encoje. Porque por más que esté muy de acuerdo en eso de no sentir un cariño exagerado por los sitios y las cosas, es la primera vez en mucho tiempo que tal decepción inexplicable se me instala en el centro del pecho, retorciendo mi estómago y anudando mis tripas.

Jamás me puse a pensar que quizás algún día el pueda regresar a Italia, o simplemente se marche a otra ciudad de Estados Unidos por sus negocios. Cuando lo conocí, mencionó que ha estado viviendo aquí por unos siete meses, y ahora llevo más de dos de tratar con él, lo que significa que no dentro de mucho tiempo cumplirá un año aquí. Me planteo cuánto es que planea quedarse en la gran manzana, y si es que se irá, ¿Lo echaré de menos? La sola idea de que se vaya termina por erizarme los vellos de la nuca.

—¿Entonces sólo vives para el trabajo?—Inquiero, anhelando que me dé un poco más de información sobre si mismo.

Todavía me pica la curiosidad por saber bien a qué se dedica, y creo que no hay momento más oportuno para preguntar que ahora. La imagen en general sobre sus negocios es muy vaga; números e inversiones, empresarios y oficinas, pero ¿Qué más? ¿Qué es lo que mantiene ocupado al hombre Armani cuando no nos vemos? ¿En qué edificio trabaja? ¿Cuántos empleados tiene a su mando? Es tan reservado con eso, totalmente diferente a Andrea, quien presume sus logros sobre el hotel a los cuatro vientos, lo que está más que bien. En cambio su hermano apenas pronuncia algo referido a su mundo laboral, más centrado en mantenernos a ambos dentro de una burbuja alejada de la realidad.

Hasta ahora todo sobre nosotros ha sido eventos, cenas y encuentros para conversar, lo que me encanta, pero en ninguna de esas ocasiones hemos profundizado más allá que en nuestra intimidad. Tal vez me esté arriesgando demasiado en preguntar, pero creo que tengo derecho a conocer al menos un poco al hombre con el que decidí meterme en la cama.

Alexandro permanece en silencio por lo que parece una eternidad, y cuando pierdo toda esperanza de que conteste, al final, dice;

—Tal vez—Acepta—Aunque últimamente he encontrado algo más en lo que pensar—Besa dulcemente mi mejilla.

No me distraigo, porque aunque tenga muy bien entendido de que lo nuestro es sólo encuentros casuales y planes para pasarla bien, en serio estoy interesada en saber más de él. Todo a su alrededor es un gran misterio.

—¿Cómo se llama tú empresa?—Me percato de que los músculos de su cuerpo se tensan.

—¿Tenemos que conversar sobre el trabajo, Dalila?—Cierto matiz de recelo escondido en su voz.

Niego—No, pero me gustaría que lo hiciéramos de todos modos. Estamos en desventaja, Alexandro, tú sabes a qué me dedico.

El deja ir un suspiro, y cuando creo que quizás se va a distanciar, me asombra que me abrace con más firmeza.

—Cavicchini Strategics Inc.—Dice—¿Por qué? ¿Quieres un puesto cómo mi secretaria?

Bufo—¿No era que tienes una nueva?

—Si es por ti, puedo despedirla—Seriamente pongo en tela de juicio que no esté jugando conmigo cuando no lo siento reír, o al menos, percibir un tinte de burla en su voz.

Me vuelvo por completo hacia él, agarrando en dos pequeños puños la tela de su abrigo, apoyando mi espalda contra el barandal. Nuestros rostros quedan muy cerca.

—¿Hace mucho que eres el dueño?—Alexandro ladea la cabeza hacia un costado, estudiando mi rostro con detenimiento.

—Tres años—Informa, distante—¿Te da curiosidad mi empresa?

Me encojo de hombros—Es que nunca hablas de ella, ni siquiera sé cuál es el nombre de tú asistente—Digo—¿Las oficinas están aquí, o en Italia?—Continúo. Él esboza una media sonrisa.

—No te vas a rendir, no tú, bella bruna—Aunque aquello podría sonar similar a un regaño, parece más encantado que otra cosa. Mueve mi cabello detrás de mis hombros—Oficialmente estamos en Europa, pero hace menos de un año decidí expandirme al nuevo continente—Dice— ¿Te gustaría ir a conocer mis oficinas?—Arquea una ceja.

—¿Lo dices en serio?—Él asiente.

—No te ofrecería nada que no quisiese o pueda darte, jamás—Pronuncia, las facciones de su rostro tornándose ligeramente más duras. Frunzo el ceño, confundida por el casi imperceptible cambio en su humor—¿Te queda bien el jueves?

Bueno, no creí que me invitaría a ver el sitio donde trabaja, esperaba más bien un ida y vuelta de preguntas y respuestas. Pero ésto, definitivamente es muchísimo mejor. Muerdo el interior de mi mejilla, reteniendo una nueva sonrisa.

—Perfecto—Asiento—¿Tú quieres una nueva sesión de entrenamiento conmigo?—Alzo las cejas. Él se carcajea.

—¿No tuviste ya demasiado con la última vez?—Me toma de la mano, sus largos dedos entrelazados con los míos, guiándome hacia adentro del yate.

El viento de poco se ha hecho presente, enfriando mis mejillas y nariz. Así que agradezco en silencio que retomemos lugar en la calidez de la sala de estar, donde el cómodo sofá nos aguarda. Alexandro se despoja de su abrigo, haciéndome un gesto para que yo también lo haga, los dos dejamos las prendas a un lado.

—Por favor, Alexandro, me agarraste en un día de cansancio—Mentira. El italiano es imparable, no entiendo cómo es que no se fatigó después de estar golpeando por tanto rato el pesado saco de boxeo, sobretodo a tan sólo minutos de haber terminado con la rutina de ejercicios.

Resopla, eligiendo no agregar nada—Vamos a preparar esa pasta, bella bruna—Acepto el nuevo rumbo de la charla, así haremos cómo que yo soy la que tiene la razón.

En eso, algo que me vengo cuestionando desde hace un tiempo, reaparece en mi memoria.

—¿Es verdad que la pasta no se quiebra antes de meterla dentro de la olla con agua?—Pasamos por el angosto pasillo camino a la cocina. Alexandro se detiene a unos metros del umbral de la puerta, mirándome con el ceño fruncido, en un puro gesto de alarma.

—Dime si tú lo haces, Dalila, es decisivo para las siguientes horas arriba de éste barco—El acento resonando en cada una de sus palabras. Me lo quedo viendo, impactada ante tal severidad.

Entonces me carcajeo, genuinamente me río en su cara al ver la preocupación con la que sus espesas cejas se fruncen y la mandibula se le marca.

No doy crédito.

Todavía riéndome, decido que le voy a ser sincera.

—En contadas oportunidades, es que a veces viene mucho y no me apetece comer fideos por el resto de la semana, además...—El aire abandona mis pulmones—¡Alexandro!—Chillo, cuando de un sólo y ágil movimiento me arroja encima de su hombro—¡Por favor! ¡¿En serio me estás diciendo que es tan importante no romper en dos el maldito paquete?!

No puedo creer que esté haciendo esto, el educado caballero acaba de tirarme como un saco de papas arriba suyo.

—La boca—Advierte, seguido, me da un leve azote en el culo.

Pego un pequeño brinco.

—Joder—Farfullo.

—Esa boca, Dalila, lo digo en serio—Otro más. Me retuerzo sobre su ancho hombro.

—¡Está bien, joder! ¿Qué tienes con los putos modales?—Abro los ojos de par en par. El italiano se tensa—¡Espera, espera! ¡Se me salió solito!

El tercer golpe en el culo viene mucho más duro, rebotando su palma en mi culo, pero aún así, y en contra de todo dolor opuesto a una sensación de placer que debería de sentir, tengo que apretar los labios en una delgada línea para no gemir.

Lo mejor es que me quede en silencio, porque si seguimos así le abriré los muslos y le pediré que me vuelva a comerme el coño.

Me aferro a su ropa, aguantando el leve balanceo de mi cuerpo mientras camina adentrándose más en la cocina, sintiendo un tenue ardor en la nalga izquierda de mi trasero. Un segundo después, me deja sobre la mesada de granito del mueble. Exclamo un sonido de sorpresa por su comportamiento, pasmada con éste italiano tan suelto. Él agarra mi barbilla con sus dedos. A pesar de que aún no muestra ni un ápice de simpatía, yo lucho muchísimo por no volverme a partir de la risa.

—¿Tengo que darte clases de cómo cocinar apropiadamente la pasta?—Alza una ceja, soberbio.

—No lo sé, ¿Las clases te involucran a ti sin camisa, sólo usando delantal? Porque de ser así, definitivamente me anoto a eso.

Parte de su máscara se quiebra al esconder una sonrisa.

—No tienes remedio, Dalila, estás cada vez más irreverente.

Dejo salir una risa, que vibra en el aire y permanece entre nosotros. El ambiente es tan relajado, muy sereno y divertido. Me alegro de haber dicho que sí a su propuesta de venir aquí. Alexandro niega un poco, alejándose para comenzar a preparar algunos utensilios de la cocina. No obstante, aunque él diga que ando muy confianzuda, podría decir lo mismo sobre don adicción y exclusividad a únicamente marcas de prendas europeas. Por favor, acaba de cargarme y azotarme sin culpa alguna. ¿Quién está más cómodo de los dos? Sin embargo, estoy completamente a favor de ésta nueva faceta suya.

—¿Qué tal el nombre de tú hermana?—Digo, volviendo al tema inicial, todavía encima de la mesada. Lo veo moverse por todo el espacio con su gracia habitual.

Alexandro suspira—Ya se cree dueña de muchas de mis cosas, no necesito que sume una nueva a la lista—Busca algo en las alacenas.

—Sé que has dicho que nunca te enlazas a nada, ¿Pero ni siquiera a una mascota?—Pregunto—¿Nunca has tenido un perro?

Tuerce la boca en una mueca—No—Da con un paquete de harina.

—¿Gato?

—Tampoco.

—¿Qué hay de un conejo?

Una carcajada se desliza por su garganta—Ni siquiera uno de esos, bella bruna.

—Yo tendría uno—Me encojo de hombros.

—¿En serio?—Cuestiona incrédulo, clavando sus ojos con los míos.

—Dos, de hecho—Asiento—Uno blanco y otro negro.

Se ríe, divertido—¿Les darías de comer esos dulces ácidos que tanto te gustan?

Una sonrisa tira de mis comisuras.

—También les daría muchos baños de burbujas y velas aromáticas—Bromeo.

—Mhm—Emite un sonido bajo, ronco—Mientras que no les des de beber vino—Murmura.

Las mejillas se me ponen rojas. Aún así, me gusta éste nuevo Alexandro capaz de bromear cada vez más.

—Me atrapaste, si me gusta el vino, pero no tanto—Me excuso—Pero no es tan obvio, ¿Cierto?—Hago memoria a nuestras cenas, dónde he tomado quizás mitad de una botella por mi cuenta.

Se aguanta de poner los ojos en blanco—Por favor, la noche de la apertura del Anémona todo lo que hacías era beber copa tras copa, Dalila—Suena medio a reproche—Hasta creo que tomaste el doble de tus amigas.

Oh.

No digo nada, porque si tuviese que hacerlo, debería confesarle que la única razón por la que prefería tener la nariz metida dentro de esas elegantes copas en lugar de charlar con las chicas, era porque su constante mirada sobre mi me ponía de por demás nerviosa y no estaba en lo absoluto lista para volver a encontrarme con él después de aquél primer fallido encuentro en el bar. Entonces, me voy por la opción de esquivar su mirada, escuchando su ronca y áspera risa cuando acorta la distancia al ponerse nuevamente frente a mi.

Alza mi mentón—¿Vino blanco?—Inquiere.

Una sonrisa se adueña de mi cara;—Que sea dulce, por favor.



•••


Tarde, pero acá está <3 un capítulo más para ustedes de el italiano y la latina❤️‍🔥

¿Se esperaban que Dalila hiciera eso?😏

En fin, lamento mucho la demora en la actualización, pero estuve con inconvenientes a lo largo de toda la semana y recién pude terminar de editar el capítulo 💞 espero que lo hayan disfrutado muchísimo.

Pd: pásense por HEAVEN si todavía no lo leyeron, kellan espera por ustedes ahre.

(Redes por las que aviso las próximas actualizaciones)
Instagram: librosdebelu
Twitter: librosdebelu

Gracias por su constante cariño y apoyo, me parece una locura lo mucho que EDP está creciendo🤍🤍🤍🤍

Lxs quiero montones, lo saben🏹🖤

Belén🦋

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