Prohibidos: Esclavos del tiem...

By Amyritaa

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Prefacio
Capítulo 1: De vuelta
Capítulo 2: Percepción
Capítulo 3: Íntegro
Capítulo 4: Atenuación.
Capítulo 5: Bipolar
Capítulo 6: Esquivo
Capítulo 7: Libre elección
Capítulo 8: Perturbación.
Capítulo 9: Inestabilidad.
Capítulo 10: Impredecible
Capítulo 11: Presente
Capítulo 12: Huidiza
Capítulo 13: Irremplazable
Capítulo 14: El despertar del guardián
Capítulo 15: Mitad humano, mitad...
Capítulo 16: Presagio
Capítulo 17: Efecto colateral
Capítulo 18: Oculto.
Capítulo 19: Privación.
Capítulo 20: Extracorpóreo
Capítulo 21: Independiente
Capítulo 22: Hija de Caelistis
Capítulo 23: Morado anaranjado.
Capítulo 25: Cruzados
Premio a elección del público
Capítulo 26: Egoísta
Capítulo 27: Trance

Capítulo 24: Extranjero

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By Amyritaa

Me desvelé hasta en cuatro ocasiones durante la mañana, y en todas ellas me obligué a seguir durmiendo. Me moví inquieta, trastornada por un mal sueño provocado a raíz de mis oscuros pensamientos. Fui consciente a medias cuando le pasé a Nate un brazo sobre el abdomen para en algún momento después darle la espalda o cuando simplemente me pegué a su brazo, que descansaba en el costado, y le agarré de la mano antes de que me venciera de nuevo el cansancio. Si le desperté, no le oí quejarse.


El frío y la niebla de la noche se alzaban sobre el Támesis y empezaba a cubrir Londres. Corría a toda velocidad junto al río, perpendicular a Tower Bridge Road, escuchando mis pisadas en la desértica y mojada acera. La helada brisa que chocaba contra mí, se hincaba como agujas en mi garganta desnuda y convertía el cálido aliento que escapaba de mi boca, en una fugaz bola de humo. Hacía frío. Tenía frío. No me gustaba, no cuando significaba que él se encontraba muy lejos de mí, porque me sentía expuesta a todo, frágil. En carne viva.

Me preguntaba cuánto llevaba corriendo mientras lo hacía, y desde dónde había partido, pues mis piernas flaqueaban y el corazón se me iba a salir de la boca.  Aparté la vista del frente y miré a la derecha, a lo lejos el puente de la torre se alzaba majestuoso sobre las gélidas aguas del río. Algo me golpeó el pecho desde dentro -un latido demasiado profundo- y una irracional ansiedad me quemó las venas. Allí, allí debía ir. Me estaban esperando.  En ese momento, por encima de mi ruidosa respiración, escuché pisadas detrás de mí a toda velocidad. Volví la cabeza sin detenerme justo cuando una negra sombra se cernió sobre mí y me tiró al suelo, deslizándonos unos centímetros antes de frenarnos. Un gemido desalentador salió de mi interior. No llegaría al puente, no antes de que fuera demasiado tarde. Con el corazón en la boca, jadeante, apoyé las manos contra el pavimento -ennegrecidas por la suciedad que habitaba en éste junto con unas afiladas piedrecillas que se me habían clavado en las palmas y me palpitaban de escozor- y me levanté dejando que las lágrimas se desbordaran.

 

-Era él o nosotros. Has elegido bien-El viento arrastró una voz masculina que me susurró.

Sobrecogida, examiné alrededor dando una vuelta sobre mí misma, esperando sin éxito ver quién me acechaba en la oscuridad.

-¿Elegido? ¡Vosotros habéis elegido por mí!-grité furiosa rompiéndome la voz-. Por favor, dejadme despedirme.

-Ni siquiera deberías haberle conocido. -Su tono era neutro-. ¿Acaso habrías puesto en riesgo lo que eres? ¿Habrías sido capaz de perder tu gracia?

-Le habría elegido a él-exhalé a penas sin aire sobre la fría noche, con la mirada fija en el puente. Le había traicionado.

 

Un grito desgarrador salió de mi garganta cuando vi cómo dos sombras arrojaban un cuerpo al Támesis. Enloquecida, estaba lista para ir tras él cuando dos manos invisibles se cerraron en torno a mi garganta y me asfixiaron sin darme la oportunidad de luchar. Antes de perder la consciencia, le susurré un "te quiero" al chico sin vida que se hundía en las frías aguas, deseando morir con él.



Entreabrí los ojos una quinta vez por culpa del molesto sonido de la alarma y me llegó directo a la nariz el desagradable olor a tabaco impregnado en su ropa. Tenía la cabeza sobre su pecho y el brazo –que no me estaba aplastando contra el colchón- volvía a abarcarle la cintura, preparado para ayudarme a presionar su cuerpo contra el mío si éste lo requería.

-Apágala-murmuró entre sueños con un tono áspero.

Me aparté el mechón de cabello que se me había adherido al rostro a causa del sudor que emanaba a raudales por los poros de mi piel y me giré hacia el  lado contrario para coger el móvil y desconectarla. Él, libre de mi peso, decidió acomodarse boca abajo y meter las manos bajo la almohada mientras un perezoso sonido salía de su garganta.


Acalorada, quise destaparme, pero me di cuenta entonces que el nórdico estaba arrugado a los pies de la cama. Dejé caer la cabeza sobre la almohada en un golpe seco y suspiré sofocada por el incesante calor que no podía quitarme de encima. Notaba el sudor frío en la nuca y en mi baja espalda. Me esforcé por mantener los ojos abiertos, fijos en el techo, intentando que la pesadilla que ya no recordaba, no se apoderara de mi mente de nuevo.

-Hace calor. -Me sorprendió de repente la voz ronca de Nate, y giré la cabeza hacia él. Creí que se había vuelto a dormir. No recordaba en qué momento se había desecho de la sudadera y se había quedado con una camiseta negra de manga corta.

Me quedé enganchada por unos segundos admirando la zona en la que la prenda se había subido y arrugado, dejando a la vista la piel de su costado.

-¿Estás despierta?-preguntó abriendo los ojos al ver que no contestaba. Había vuelto la cabeza en mi dirección. Nos miramos.

-He tenido una pesadilla-dije-, aunque no la recuerdo, pero sé que lo era. Aún noto la angustia en la boca del estómago. También sé que...-Su escrutinio me hizo perder la capacidad para elaborar sencillas frases. Nunca me había mirado así. Nunca se había detenido en mi rostro tanto tiempo, al menos no siendo yo consciente de ello. Parecía perderse entre mis mejillas, en los pellejos de mis rugosos labios –inevitablemente había sucumbido a una de mis manías-, en el diminuto lunar casi inapreciable de mi nariz que a veces veía divertido imaginármelo como un piercing, o en el tono ensombrecido bajo mis ojos que le arrebataban un poco de vida. Abrumada, aparté la vista de nuevo hacia el techo, aunque eso quizás solo le dio otra parte de mí para observar.


-Tienes el sueño muy profundo. Duermes con la boca entreabierta y a veces roncas-solté repentinamente luego de un silencio, esperando que se desconcentrara y volviera en sí. No quería que me mirara. Temía que no le gustara lo suficiente lo que viera cuando a mí nunca me había importado demasiado mi aspecto.

-A ti te dan espasmos-contraatacó tranquilo después de "recuperarse" y pude oír de nuevo el ritmo sosegado de su respiración que parecía haber estado pausado.

-Mentira...

-Sabes que es verdad, y haces ruiditos.

-¿Ruiditos?

-Sí. Ronroneas, como un gato. Siempre lo has hecho. Es divertido escucharte...-susurró eso último para sí con una media sonrisa.

-No eres capaz de despertarte aunque se te caiga la casa encima. No puedes saber eso.

-Cuando no duermo bien, me entero de todo.

-Tú siempre duermes bien, quiero decir, sabes desconectar. Yo le doy mil vueltas a la cama, y a la cabeza, antes de quedarme dormida. Y ahora con lo de Maya...

-Hace unos meses que tengo problemas con eso.

-¿Por qué?-se me escapó automáticamente.

Se lo pensó durante un instante.

-Digamos que...-Dudó otro más, suspiró y al final, añadió con inocencia-: Tú me has quitado el sueño.

Sin poder preverlo, me pillé acurrucándome de costado hacia él, echando un vistazo a su boca. Rápidamente mi mente se centró únicamente en ella y sus palabras, y de algún modo para acompañar, mi corazón ralentizó el ritmo de los latidos e intensificó  cada uno, estrellándolos contra mi pecho. Nate tenía los labios deshidratados y agrietados, pero para mí, aun así, apetecibles. Cerré los ojos e imaginé que le besaba, humedeciéndolos, intentando no dejarme llevar por esa necesidad y hacerlo, porque no era el momento. No ese día. Un cúmulo de emociones me invadió y cogí una bocanada de aire como reflejo, como si eso las fuera a frenar. El persistente calor que nos dábamos mutuamente empezó a inquietarme. Apreté los párpados con más fuerza, resistiendo, cuando con sus dedos me acarició lentamente el cabello por encima de la oreja. El cosquilleo que me provocó, hizo que todos mis músculos cedieran a su caricia y me relajara.

Me acurruqué. Quería quedarme, noches y días enteros. Inmóvil. Allí no tendría que ver todos esos rostros tristes, sintiendo lástima por mí, ni soportar los abrazos que aun bien intencionados, no me consolarían. Subí los párpados cuando dejó de nuevo descansar su mano sobre la sábana y vi que él había cerrado los suyos. Él no permitiría que me oxidara en esa habitación, ni mis padres o mis amigos, y no sabía si era una ventaja o un inconveniente. Nunca había tenido tantas ganas de volar tan lejos sin mirar atrás, y me daba miedo, porque tenía que quedarme para vengarla, tenía que estar llena de odio, en cambio solo sentía una inmensa tristeza y el peso de su muerte aplastándome. Me había mentido a mí misma, no estaba respetando este día por Maya, lo hacía por mí, porque no tenía fuerzas para luchar.

Me dio un mareo repentino. Toda la habitación giraba a alrededor de mí mientras una sensación desagradable me subía de la boca del estómago. El sudor seguía mojando el cabello en torno a mi rostro y en la nuca, y hacía desagradable el tacto de mis manos. La calidez que había sentido desde que Nate estaba allí se desvaneció. Me humedecí los labios con la punta de mi lengua, notando la sequedad en éstos, y pronuncié su nombre. Abrió los ojos, me miró y se incorporó, preocupándose al instante de mi aspecto. Quiso saber qué me ocurría. Sin responderle, le pedí que avisara a mi madre y salió pitando por la puerta gritando su nombre.


Estaba a punto de desmayarme para cuando ella llegó seguida de mi padre, Nate y también Sophia, estos dos últimos discutiendo. Ella se sentó a mi lado y me tomó la temperatura con una mano en mi frente. Todo seguía dándome vueltas y no conseguía concentrarme en nada de lo que tenía alrededor, ni siquiera veía sus rostros con nitidez o escuchaba más allá del sonido de sus voces. No distinguí las palabras de mi madre ni las de mi padre cuando me cogió entre sus brazos para llevarme en volandas. Hacía tiempo que no me sentía tan niña. Dejé caer la cabeza hacia delante, entre su pecho, y luego todo el peso de mi cuerpo entre su regazo. Quise perder el conocimiento. Morir por un rato. Rendirme. La idea de aceptar e incluso querer mi propia muerte no me atemorizó, al contrario, saber que no iba a ocurrir, fue decepcionante. Deseaba que todo dejara de doler.


Gemí, abriendo los ojos de inmediato, cuando las heladas gotas de agua que salieron de la alcachofa de la ducha impactaron en mi cabello, mojándome en un instante. Me despejó ligeramente y me encontré sentada en la pequeña bañera de mi cuarto de baño con mi madre agachada junto a ésta. Evité mirar más allá de ella pero sabía que los demás también estaban allí. Entendí vagamente mi nombre en una voz después de que el agua dejara de fluir y la miré confusa. Llevaba su cabello castaño recogido en un moño pobremente elaborado y las ojeras le asomaban bajo sus apagados ojos marrones. No vi preocupación en ellos así que por instinto, me tranquilicé. Observé mi ropa empapada y aún medio aturdida, giré con una mano la llave del agua fría para que se precipitara de nuevo y me aliviara como hacía un momento lo había hecho. Cerré los ojos, sin problemas para desconectar de lo que me rodeaba y de quién, y apoyé la cabeza sobre el filo de la bañera sintiendo cómo las gotas chocaban contra mi pecho. Me hundí en la oscuridad sin luchar contra la sensación de debilidad que me invadía, como si viera cómo me desangro y me quedara sin hacer nada. Cuando dejé de caer, quedé hipnotizada ante un fuego, prendido en una hoguera, que crepitaba y llameaba con tanta grandeza y tan bello que hacía que apartar la vista resultara casi imposible. Me senté frente a esa lumbre y la admiré lo que me parecieron horas hasta que una voz masculina me llegó como un hormigueo que me acarició la piel, estimulando mi cuerpo y por consiguiente, sacándome de aquel lugar.

-Es como si te hubieras ido...-pensó en voz alta afligido-. Estás aquí pero no te siento cerca.


Abrí los ojos despacio y vi a Nathan junto a la bañera sentado en un bajo taburete. Se había inclinado hacia delante con los antebrazos apoyados en sus muslos y había agachado la cabeza. Aún llevaba el pelo alborotado como consecuencia del pequeño descanso que se había tomado conmigo. Quise enredarlo entre mis dedos.

Tragué saliva, angustiada por la fiebre y el vacío que empezaba a arrastrarme de nuevo, e intenté concentrarme aunque fuera unos segundos para recordar lo que acababa de decir, y una vez eso, buscar alrededor de mí la agradable sensación que me traía su presencia. No la hallé. Era irónico, ardía de fiebre pero por dentro me sentía fría y expuesta a cualquier dolor. Me llevé rápidamente una mano al colgante, impulsada por el miedo de haberlo perdido o que alguien me lo hubiera quitado. Me di cuenta entonces que estaba sumergida hasta los hombros y con tan solo mi ropa interior.

-Tranquila, no lo pueden ver-La suavidad impresa en su tono de voz me calmó más que otra cosa-, y no les he hablado de él. Al parecer tú tampoco.

Negué con la cabeza dándole la razón y levanté la vista hacia él. Parecía atormentado. Quise abrazarle pero solo tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos y no dejarme ir de nuevo.

-Tengo mucho sueño... Estoy cansada. Déjame dormir...-murmuré a media voz con tono lastimero. Estaba haciendo un gran esfuerzo por quedarme pero en realidad deseaba marcharme.

-Te sientes así por culpa del inhibidor que te puso tu madre. Cuando se te pase el efecto esta noche, estarás bien-me explicó con calma, y mientras mi perezosa mente analizaba todas esas palabras y las entendía, él se acercó aún más con la banqueta, apoyó un brazo en el filo de la bañera y empezó a acariciarme el cabello mojado.

-Quédate.-Le cogí la mano que me acariciaba para entrelazar sus dedos con los míos. Noté un cosquilleo en las yemas y luego una corriente extenderse hacia mi muñeca.

-Tengo que irme en quince minutos-se disculpó distraído en nuestras manos unidas-, pero Meg te hará compañía hasta que vuelva.

-No me sueltes...

Nos miramos fijamente.

-¿Lo estás...? Dime que sientes esto. -Alzó nuestras manos entre ambos y asentí dos veces-. ¿Cuánto?-añadió entonces.

-Lo suficiente para mantenerme aquí contigo. -Tragué saliva para aliviar la sequedad de mi garganta que había hecho que mi voz sonara áspera.

Él suspiró, desilusionado, y agachó la cabeza pasándose la otra mano por el pelo. Le di un apretón para que la alzara y me mirara pero no lo hizo, en cambio murmuró algo que no alcancé a entender.

-Da gracias que está despierta. -Nos sobresaltó Megara entrando de repente en la pequeña habitación, acalorada, cerrando la puerta tras de ella-. Dudo que pueda pensar o razonar demasiado. Estará desorientada-añadió al tiempo que se recogía la melena pelirroja en un moño-. Hazme un hueco-me dijo metiéndose deliberadamente en la tina con cuidado de no pisarme los pies y sentándose frente a mí estirando sus largas piernas a un lado, haciendo que doblara las rodillas y me incorporara, incómoda por la falta de espacio. Suspiró y relajó los hombros, agradecida por la baja temperatura del agua.

-¿Qué se supone que estás haciendo?-le inquirió Nate malhumorado.

-Lo que me da la gana. -Sonrió y me miró curiosa sin borrarla-. Deberías estar inconsciente. ¿Cómo te sientes? Como muerta por dentro ¿verdad?-Agitó la mano delante de mí porque me distraje en la fascinante ala de mariposa metálica azul turquesa de medio tamaño y cuyo extremo interior se adhería al hélix de su oreja izquierda –sin llegar al óvulo- y se desplegaba portentosa hacia atrás dando a Meg un aspecto misterioso-. Tiene la capacidad de atención de una mosca-Se rió y aparté la vista a mis rodillas.

-Déjala en paz.

-¡Déjala tú irse! ¿Sabes cómo de mal lo debe estar pasando por intentar mantenerse aquí mentalmente?

Para cuando pude llegar a entender la conversación, ya estaba descendiendo sin remedio a mi propia oscuridad. Nathan me había soltado.



Cuando regresé de aquel pesado vacío, me encontré tumbada en la cama de mi mejor amiga. Era la segunda vez que me ocurría, que después de una pérdida de conocimiento aparecía en esa habitación. Tal vez tuviera algo de especial o tal vez no, o quizás fuera porque –inconsciente o no- la extrañaba tanto que dolía. Estar allí era lo más cerca que parecía estar de ella.

Me quedé un rato recuperando la memoria de las últimas horas, libre de los efectos del inhibidor. No me importaba no haber asistido a su entierro ni lo que pensó todo el mundo sobre mi ausencia, cada uno fue libre de hacerse una idea equivocada o por el contrario sentir empatía por mí aunque tampoco sabía qué excusa habían dado de mi ausencia. A los únicos que hubiera abrazado de corazón habría sido a sus padres, con quiénes se comparaba mi tristeza. No me refiero a que yo fuera de allí junto con ellos la que más la quería, pero sí la que más tiempo había vivido con ella, la que mejor la conocía y la única a la que ella permitía estar cuando se entristecía. Me sentía importante en su vida porque lo era, o lo había sido. No había nada de malo en eso.

Miré con el corazón en un puño a Helena, su madre, cuando entró en la habitación. No podía verme pero igualmente me había pillado desprevenida y me puse nerviosa. Llevaba un albornoz  atado alrededor da la cintura y su melena castaña, que había cortado recientemente por encima de los hombros, mojada. Maya tenía el mismo tipo de ondulaciones en su cabello. Era una mujer sencilla que sabía siempre qué maquillaje y ropa llevar para lucir guapa en cada ocasión, y que trabajaba duro para hacerse notar en una profesión de hombres, como detective de policía. Su hija la admiraba.

Me levanté despacio cuando la vi acercarse y averigüé sus intenciones. Me coloqué entonces junto al escritorio y me distraje en el desorden que en él había. Probablemente estaba como lo dejó Maya antes de irse la última vez. Vi entre las hojas desperdigadas de apuntes, su libreta pequeña -sin anillas- color rojo sangre. Siempre el mismo, le encantaba ese tono. Esa libreta era su interior, y la hubiera cogido de no ser porque escuché a Helena sorber por la nariz y me hizo detenerme lo suficiente para saber que si movía esos papeles, ella lo escucharía. Yo era invisible pero lo que había a mi alrededor no.

Observé cómo se aovillaba sobre la colcha sin parar de llorar en silencio. Me impactó ver a alguien de su edad en ese estado de tristeza, tan vulnerable. Un padre jamás debería perder a un hijo. No hay palabra que pueda describir eso; Poco después la acompañó Nieve quién tampoco podía dejar de visitar esos muros esperando que ella apareciera con su habitual nervioso estado de ánimo.

Con un agujero en el pecho que a partir de entonces sería constante en mi vida, cerré los ojos y me fui, dejándola con sus recuerdos. Necesitaba intimidad. Deseé que no estuviera sola, que su ex marido y padre de Maya, estuviera con ella en esto, pero eso significaría que no estaban separados y que él no se había mudado al norte de Inglaterra.



Desperté y automáticamente me incorporé sobresaltada por la baja temperatura del agua. Tiritaba. Tiré de la cadena que mantenía el tapón en el desagüe y vi cómo ésta desaparecía, primero lentamente y luego con rapidez. Entonces escuché una voz con un tono divertido que me aconsejaba que me diera una ducha caliente si no quería morirme de hipotermia. La pelirroja estaba esparramada en el suelo boca arriba concentrada en su Smarthphone. Se me hizo raro verla con un móvil, la hacía tan corriente como los demás y eso no iba mucho con ella.

Me di esa ducha ignorando cómo murmuraba sin parar y posteriormente, cuando comenzó a tararear una melodía, la silencié con el ruido del secador. Sabía que permanecía conmigo no porque Nate se lo hubiese pedido sino porque ella quería estar allí o en su defecto, lo prefería antes que estar en otro lugar aunque no le agradara.

-¿Cómo puede pensar que ella es guapa? ¡Me podría abrir una brecha en la cabeza con su nariz!- exclamó con una risita cuando terminé de secarme el pelo.

-¿De quién hablas?-pregunté desinteresada saliendo a mi habitación para vestirme.

Me siguió y se sentó en el filo de mi cama mientras yo cogía mi ropa interior.

-De Nancy, ¡Por Celeste, ¿quién se llama así en este siglo?! Tenía que estar en la cárcel nada más que por eso.

Le fruncí el ceño divertida cuando mencionó a la amiga de Alan. Él se había visto con ella el día anterior del accidente, después de irse de mi casa. Me contó que la muchacha era hija de la vecina de su abuela y que la había encontrado por Facebook, aunque creo que realmente la buscó, y desde hacía unas semanas habían quedado unas cuantas veces.

-A mí me parece mona-me limité a decir volviendo al baño buscando privacidad para ponerme el conjunto interior.

-No me vale tu opinión. Tienes el gusto un tanto estropeado. -Subió la voz para que la oyera.

-¿Por qué no?

-Es obvio. Te gusta Nathan. –Se rió.  

Rodé los ojos por su respuesta y pensé en él entonces. Me pregunté dónde estaba porque no le sentía cerca de mí, y si Vítor y Alan estarían con él. Ignoraba a donde pudieron haber ido luego del funeral, y tampoco sabía nada de mis padres.

-Tu percepción sobre los hombres me preocupa aunque he de reconocer que Sam es un tanto atrayente, qué pena que no sepa explotarlo bien. Nunca entendí porque le dejaste.

No me sorprendió que ella supiera de él, se suponía que nos habían estado vigilando todo este tiempo desde la noche que Dánae se cruzó por primera vez con Nate. No me importó responderle cuando regresé a la habitación a pesar de que no fuera de su incumbencia.

-No me gustaba lo suficiente.

Avancé semidesnuda hasta el armario sin pudor, no me avergonzaba, a esas alturas ya me habían visto todos cuando estaba en la bañera, incluido Nate. No quería pensar demasiado en ese último hecho; Escogí unos pantalones grises de algodón holgados pero cuyos tobillos se ajustaban gracias a una cinta elástica bajo la prenda.

-¿Te hubieras conformado con él si no hubiera estado Nate por ahí?

-Puede que por un tiempo sí pero al final lo habría dejado igualmente. Es triste estar con alguien a quién no quieres. ¿No crees?

-¿Y si todo el mundo te dijera que él, que Sam, es para ti y no tienes posibilidad de estar con otra persona?

Me extrañó su pregunta pero la sopesé, con la sudadera blanca sin capucha y estampado de rosas rojas en la mano, porque me dio la impresión que era importante para ella que lo hiciera aunque no entendía de qué modo.

-Preferiría estar sola.

-Morirías sola.

-... Sí, supongo que en ese caso sí. Si no pudiera elegir a nadie más...

-Sería ilegal. -Se levantó con el móvil en una mano-, estar con otra persona, me refiero.

-¿Ilegal? ¿Cómo?

¿A qué venía todo aquello?

Se acercó a mí.

-Es complicado-susurró mirándome pero perdida en sus pensamientos, al cabo de unos segundos sonrió con energía como si nada y me dijo antes de marcharse-: ¡Olvídalo!

Para cuando salí al pasillo, ella había desaparecido. Qué chica tan misteriosa y compleja.


Me encontré a mi madre en las escaleras cuando bajaba y me preguntó cómo me encontraba. Encogí los hombros. No insistió. Me acompañó a la cocina explicándome como Nate lo había hecho hacía unas horas que por lo que había pasado era solo el efecto del inhibidor, que no me lo había contado antes porque creyó que no se manifestaría en tan poco tiempo.

-La cantidad que te puse fue pequeña. Normalmente los efectos se desarrollan al cuarto día de la administración del inhibidor, pero al parecer en ti no funciona igual que en el resto como seguramente a Nate también le pase-explicó con un entusiasmo que me asustó un poco-. Necesito haceros algunos análisis para ver hasta qué punto sois diferentes de nosotros. Si me lo permitís, claro. Estaría bien que convencieras a Nathan, creo que tiene problemas de confianza.

Aunque me molestó su comentario, evité demostrar que me había afectado. No estaba anímicamente preparada para discutir con mi madre, menos de algo que aún no había alcanzado a entender. 

-Quizás yo también los tenga-le vacilé tranquilamente justo antes de beber un largo sorbo del refresco de cola que acababa de coger de la nevera. La escuché suspirar detrás de mí. Sí que confiaba en ella, tenía motivos para hacerlo. No podía decir lo mismo de mi padre.

-Pregunta. ¿Qué quieres saber?

Me giré hacia ella, se había sentado en un taburete junto a la isla, tranquila; y dudé por un momento.

- ¿Nate sabe algo?

-No.

-Pues le esperaré. -Dejé la lata de refresco a la mitad sobre la encimera y salí con paso decidido hacia la entrada.

-¡Se supone que estás ingresada en el hospital!-Vino detrás de mí apresurada-. Mañana te darán el alta pero debes guardar reposo absoluto, al menos durante una semana. No puedes salir. -Se colocó delante de la puerta principal haciéndome una mueca de disculpa.

Entendí que fue eso lo que le habían contado a todo el mundo y tenía razón pero no le daría el placer de dársela. No se la merecía.

-No voy a quedarme encerrada. -Le sonreí con ironía y descolgué mi parka color verde del perchero, haciendo caso omiso. Solo necesitaba tomar el aire.

-No vas a salir-me ordenó mi padre a lo lejos. Utilizó un inusual tono déspota. Me enojé automáticamente, recordando su actitud con respecto a Nathan, dispuesto a ocultármelo todo a cualquier precio. Me rodeé hacia él, furiosa.

-¡Tú ni me hables!

-¡Doia!-exclamó mi madre sorprendida. Él se quedó helado.

Nunca me hubiese atrevido a hablarle a mi padre así, le respetaba y admiraba lo suficiente como para no hacerlo, pero él tampoco me había tratado de ese modo antes, al contrario que mi madre quién desde que yo era pequeña era siempre la última que tenía la palabra. Todo se había vuelto ahora del revés.

-Cariño, tranquilízate-me pidió dulcemente ella posando la mano en mi hombro.

Me volví y la encontré inquieta mirándome fijamente a los ojos, los cuales de repente tenía muy cálidos. Me desconcertó que a continuación me agarrara la mano y tras abrir la puerta, tirara de mí hacia la calle. Se paró frente a mí y me cogió la otra mano también.

-Despéjate un rato pero procura que nadie te vea ¿está bien?-Había extrañado durante años ese tono cariñoso al dirigirse a mí. Recordaba vagamente esos momentos en que solo era una niña y por lo tanto no tenía aún la personalidad tan desarrollada como para que llegara a chocar con la suya y provocara esa reacción química peligrosa e inestable que rara vez no terminaba en gritos.

-Solo iré al parque. No voy a alejarme mucho-expliqué impaciente.  

Asintió de acuerdo.

-Pero deshazte primero de ese color en tus ojos-me advirtió simpática.

-¿Tengo...?

Me puse nerviosa al instante. Quise verlos así que atravesé el dintel de nuevo, a toda prisa, y me paré delante del espejo horizontal del vestíbulo. Abrí alucinada la boca y me acerqué todo lo que pude al cristal sin poder apartar la vista del morado claro del iris. Era tan enigmático como el tono anaranjado del de Nate, pero a diferencia el mío deslumbraba -aunque mínimamente- como ocurría con los ojos en tonos azul claro.

-Son bonitos. -Me sonrió mi madre que se había quedado detrás de mí-. Aprenderás a controlar el cambio, solo es cuestión de practicar. Por ahora, si aún quieres salir, deberías respirar hondo y relajarte. 

Todavía confusa y asombrada, cerré los ojos e hice lo que me pidió. La ráfaga de aire frío que se coló por la puerta abierta, me ayudó a despejar la cabeza y los nervios. Los abrí cuando los sentí cambiar y me encontré otra vez con mis ojos marrones. Hice una mueca. Esos no me gustaban tanto.

-Voy a llamar a Sophia y Dylan. Cuando volváis tú y Nathan, estaremos aquí y hablaremos-me comunicó sacando el teléfono móvil del bolsillo de sus vaqueros desgastados. La camiseta blanca de manga corta que llevaba con manchas en color beige era la que usaba a menudo para estar por casa y la que se puso el día que pintó la casa con mi padre cuando la compraron. La conservaba por los recuerdos que le traía.

La vi caminar hasta mi padre, aún seguía clavado en el mismo sitio mirándome, y llevárselo adentro del salón antes de cerrar la puerta. Resoplé, le había tratado mal y el arrepentimiento empezaba a centrifugar en mi estómago. Di un paso hacia allí pero no avancé más sino que me giré en la dirección contraria porque justo la calidez y la presión agradable en mis venas volvieron a alterar mi sistema. Cuánto más cerca le sentía, más ansiosa me ponía.

Tardó unos minutos en aparecer caminando por mi campo de visión con el traje de chaqueta negro, corbata y zapatos que se había puesto para el funeral. Sonreí por dentro complacida por lo que me hacía sentir sin ni siquiera llegar a tocarme. Vi la expresión de confusión en su rostro cuando me vio parada en la entrada a punto de salir de casa, como también la inmensa tristeza que arrastraba. Cuando llego hasta mí, antes de que pudiera decir algo, le abracé por el cuello. Un cosquilleo placentero me recorrió cada centímetro de la piel al tiempo que él me apretaba contra su cuerpo enterrando medio rostro en mi cabello. Disfruté del olor de su colonia y tacto, de su respiración caliente que se colocaba por mi pelo y me rozaba la oreja, y de la energía que desprendía su cuerpo sobre el mío. La manera de estrujarme, de exhalar el aire contra mí como si le estuviera costando trabajo respirar, me revelaron la tremenda necesidad que tenía de ese abrazo, por lo que lo alargué unos segundos más haciendo memoria y dándome cuenta con lo que había tenido que lidiar en el funeral. Me imaginé a mí allí sin él y me dio un pinchazo en el corazón. Sentí mucho entonces no haber estado a su lado en ese momento.

-¿Estás mejor?-susurró sin separarse haciendo sonar hueca su voz.

-Siempre que estás cerca. –Sonreí con ternura y me separé para mirarle-. Iba al parque de aquí al lado, ven conmigo-Le agarré de la mano y con ambas a mi espalda, tironeé despacio de él.


Fuimos de la mano y en silencio rumbo norte, giramos en la primera calle dejando Saltram Crescent para luego volver a torcer a la derecha y tomar la paralela, por donde podía accederse al parque. Había hecho ese trayecto miles de veces aunque no hacía tiempo. Por suerte debido a la hora que era, entrada las diez de la noche, no nos cruzamos con nadie que fuera también a pie; Entramos en el parque y, fui hasta uno de los árboles más cercanos y me senté sobre el césped húmedo. Nathan prefirió hacerlo detrás de mí y dejarme en el hueco entre sus piernas. Yo crucé las mías y me incliné hacia delante inconscientemente arrancando los pequeños tallos de hierba mientras mi mente vagaba entre recuerdos. Fue Nate el que algunos minutos después agarró mis manos para que no continuara estropeando sin sentido aquella preciosa zona verde. Había pegado su torso a mi espalda y sentía su aliento junto a mi oreja derecha.

-Intento recordar la última vez que estuve aquí con ella. Sé que fue un día antes de irme a Australia pero no de lo qué hablamos-Se me formó un nudo en la garganta.

Él dulcemente apartó mi cabello hacia el otro lado para que no le molestara en la cara y aún con nuestras manos unidas, me besó con ternura en la mejilla con la intención de animarme. No pude evitar sonreír por ese gesto.

-¿Recuerdas el primero? Cuéntamelo-me susurró sin saber que se me habían encendido las mejillas. Sentía el amuleto palpitar contra mi piel, y el verano en mi cuerpo.

-Ella seguro que lo sabría, yo nunca he tenido buena memoria-me excusé con una sonrisa triste, respondiendo a su pregunta-. Supongo que por el motivo que fuera, un día vinimos aquí y ya no paramos de hacerlo. –Miraba acurrucada junto a él el parque sumido en la oscuridad que se extendía delante de nosotros-. Este árbol era como nuestro confesionario-añadí tras unos minutos en los que Nate había estado respirando tranquilamente junto a mí, y volvió a darme el silencio que necesitaba sin interrumpir mis pensamientos por un buen rato en el que luego de aparecer de nuevo en mi cabeza la imagen de Helena destrozada, recordé que allí fue donde Maya me contó que sus padres se iban a divorciar, al comienzo del último verano que pasamos juntas. Los demás se enteraron cuando se hizo oficial un mes después. Al parecer a Josh, su padre, la compañía de telefonía en la que trabajaba le ofreció un puesto como Jefe de publicidad, el cual era de mayor rango y salario que el que ostentaba en ese momento. El inconveniente era que tenía que trasladarse a Manchester. Manchester. Ese fue el único problema que esa pareja no supo resolver: la distancia.


-"Te veo pronto"-cité a Maya-. Eso fue lo último que me dijo ese día.-Se me rompió la voz y noté cómo las lágrimas encharcaron mis ojos. Nate me abrazó aún más fuerte.

Estaba segura que esas fueron sus palabras exactas porque desde que había leído "Querido John", se despedía así de todo el mundo.  "Voy a dejar de decir "Adiós", es una palabra demasiado triste" me había contado aquella vez en su habitación mientras se hacía una coleta y se preparaba para salir conmigo a comer a una hamburguesería cercana. "Suena como si nunca más fueras a ver a esa persona" había añadido.

-Nunca quería decir "Adiós"-Percibí su sonrisa por eso antes de escucharle reprocharme-: No te despediste.

Hice una mueca. Sé cuánto le molestó a Maya que me marchara sin decir nada. De no estar muerta, me lo recordaría toda su vida

-No me gustan las despedidas. Me gusta irme sin que se sepa. Como un secreto.

-No me gustan los secretos.

- A nadie, pero todo el mundo los tiene, los ha tenido o los tendrán- Los dedos de mi mano derecha empezaron a tontear con los suyos.

-No quiero que tú los tengas conmigo.

-Ni tú conmigo. –Eché la cabeza en su hombro y me quedé mirando al cielo hasta que el ruido de mi estómago hambriento me avergonzó.

-Hora de cenar-mencionó simpático y se levantó extendiéndome la mano para ayudarme a hacerlo a mí.

Quería quedarme más tiempo con él a solas pero lo primero era lo primero, no había ingerido nada aparte de líquidos desde hacía un día y estaba muerta de hambre así que le agarré la mano y me puse en pie. Me sacudí la hierba del trasero mientras Nate miraba su móvil y me decía que Alan y Vítor querían verme.

-¿Qué les digo?-Me miró con los dedos sobre la pantalla esperando una respuesta.

-Que vengan.-Esbocé una sonrisa y me puse camino de vuelta a casa.


Le comenté durante el corto trayecto lo ocurrido con mi padre y mis ojos, e intenté cambiarlos pero no ocurrió para mi fastidio. El sí que me enseñó los suyos, muy pagado de sí mismo. Estuve a punto de golpearme con una farola por intentar caminar y mirarlos al mismo tiempo. También me enseñó su Gémenis que, mágicamente le apareció en la mano entre una brisa de polvo blanco. Alucinada y curiosa, le pedí que me la dejara coger y lo hizo. Era un cristal magnífico, suave al tacto con un aspecto frágil engañoso. Pasé la yema del pulgar por una de las tres aristas de aquel cilindro, maravillada, y me pregunté si me cortaría la piel si la hundía lo suficiente en ella pues parecía afilada. Justo entonces se evaporó y en un acto reflejo alcé la cabeza hacia Nate quién sonreía un poco y me mostraba la Géminis en su mano. Alcé la ceja.

-Quería probar si la podía recuperar sin tocarla.


—————-


¡Gracias por la espera, chicas! ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Saben qué puede pasarle a Megara? ¿Y Naia (Nate y Doia) como les vieron? ^^

¡Espero que os haya gustado! No os vayáis sin votar o comentar sabéis cuánto aprecio que lo hagáis :3

Dedicatoria: A la preciosa de @itsxmagicdream , porque sí jaja ¡Mil gracias por recomendarme en tu novela! ¡Un besazo!

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