The Red Steam Revolution

Від HjPilgrim

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EL AMOR PUEDE CAMBIAR EL DESTINO DEL MUNDO. Rusia está en guerra tras la muerte de la familia imperial. El Ej... Більше

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37

Capítulo 22

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Від HjPilgrim

Yuliya se despertó durante la noche. Había tenido otra vez la misma pesadilla. Estaba atrapada en una habitación sin puertas ni ventanas. No había forma de escapar de allí. No podía dormir o morir como había deseado, después de estar horas y horas clamando por ayuda. En cambio, sí podía ver como sus más amargos recuerdos aparecían una y otra vez. La muerte de su padre. La pelea con Ivana. La aparición del monstruo que se la había llevado. El sacrificio...

Una débil vela iluminaba la lujosa habitación en la que se había despertado aquella mañana, en la que había perdido el sentido y en dónde se había visto rodeada de hombres. Aquellas figuras que personificaban el desprecio, el engaño y el mal más puro. ¿Quién puede tratar de matar a una joven como ella? ¿Qué pueden ganar haciendo algo así? "Sólo quiero regresar a casa".

Se levantó nuevamente y buscó en un inmenso armario algo de ropa. Vio muchos vestidos y juegos de prendas que no sabía ni cómo podrían usarse, ni para qué. Agarró lo que supuso que sería más cómodo: un vestido ceñido de color claro, pero indefinido con esa fuente de luz, y bastante simple. Parecía abrigado.

Se calzó unas botas de cuero y dejó la habitación. No iba a estar ni un segundo más dentro de aquel lugar. Tenía que volver a casa. Aleksey estaría preocupado. ¿Cuántos días habrían pasado desde su rapto? ¿La habría abandonado? ¿Habría aprovechado Ivana para conquistarlo? "No. Ivana jamás me podría hacer eso", pensó. Una cosa era decirlo y otra muy distinta era hacerlo.

Ellos dos y madre estarían buscándola por doquiera que fuera posible. "¿Cómo podrían saber que estoy aquí? Podría estar en cualquier lugar de Rusia, del mundo".

Avanzó por los pasillos oscuros de aquella gigantesca casa. ¿Cómo había llegado hasta allí? Había muchas lagunas en su memoria desde los sucesos de aquella maldita noche. ¿Pudiera ser que el monje o alguien le hubiera dicho que era la gran Duquesa Anastasia? No era la primera vez que alguien le remarcaba ese parecido. "Están locos. ¿Cómo es posible que alguien me pueda confundir con ella?", se preguntó. Sus manos, su delgadez, incluso su tono de piel reflejaba la vida carente de privilegios que había tenido.

Halló una escalera por la que bajó hasta encontrarse con dos grandes portones que no podían conducir a otro lado que no fuera la salida. Dejaría atrás esa hermosa mansión llena de cuadros y tapices. De vestidos hermosos y misterios que no comprendía, ni quería comprender. Sólo había una cosa que deseaba: llegar a los brazos de Aleksey y ser sujetada fuertemente por ellos. Anhelaba perder su mano por sus rubios y largos cabellos, acariciar su barba mientras bebía de sus ojos azules como el cielo en un día de verano y fundirse en un largo beso con él. Eso era lo que deseaba.

Ver a Ivana en aquel momento sería también lo mejor que le podría pasar. A pesar de aquella discusión, no había otra amiga en su vida. Todos podían fallar. Ivana había sido abrumada por sus palabras sobre Aleksey. La perdonaría. E Ivana seguro que se habría arrepentido por todas las barbaridades que le había dicho. "Ella me ama. Eso es lo que importa".

Desde que había muerto su padre, había desconfiado de todos los hombres. Había sido sabia, porque muchos habían tratado de aprovecharse de ellas tres: mujeres solas y desvalidas. Pero Aleksey no era como la gran mayoría de ellos. Lo conocía desde su más tierna infancia. La había protegido a ella de todo y todos. Y cuando la tuberculosis venció la batalla contra su padre, varios usureros habían buscado echarlas de casa y quedarse con todo lo que tenían. No había forma que pudieran pagar todo lo que debían por los medicamentos que no habían servido más que para retrasar lo inevitable.

Alyosha había pagado todo eso. Eran las ganancias del pasado, presente y futuro que les había dado esperanza. "Aun en el trayecto más oscuro hay luz". Eso no lo había sabido Ivana hasta hacía unos años atrás, cuando Aleksey casi perdía la movilidad por un accidente de trabajo. Eso lo había hecho ver de forma diferente. También, Alyosha siempre había sido muy simpático con ella en especial, porque era la más difícil de convencer.

Unas voces en uno de los dormitorios la alertaron. No estaban todos dormidos como había pensado. No obstante, eran voces conocidas. ¿Cómo podía ser? Se acercó a la puerta que estaba entreabierta y curioseó la escena que hizo que su corazón se detuviera.

Acostados en una amplia cama, parecida a la de su dormitorio, Ivana y Aleksey se besaban apasionados. Las caricias iban y venían mientras las risas juguetonas de ambos confirmaban el placer. Aquello tenía que ser una construcción de su mente que le estaba jugando una mala pasada. Era muy improbable que justo ellos dos hubieran encontrado ese lugar y que no la hubieran avisado. "Me estoy volviendo loca".

—Te amo —dijo Ivana—. Gracias por elegirme a mí.

—No sé cómo no pude darme cuenta de lo especial que eras. Creo que me vi engañado por Yuliya —aseguró Aleksey mientras besaba sus cabellos, sus mejillas, sus ojos y nariz, para terminar en sus labios.

—¿Qué le vamos a decir mañana? —preguntó con un tono de culpa—. Ella tiene derecho a saberlo. No podemos engañarla.

—No va a ser fácil, pero tiene que aceptarlo. Nosotros nos amamos ...

Yuliya no soportó más e irrumpió en el dormitorio sorprendiendo a la pareja que, avergonzados, trataron de cubrirse con las sábanas.

—¡Yuliya! —exclamó Aleksey.

—¿Có... cómo habéis podido hacerme esto...? —preguntó con los ojos húmedos—. A pesar de todo lo que me dijiste Ivana, jamás te creí capaz de traicionarme. Eras mi hermana, mi mejor amiga...

—Yuli, esto no es fácil para ninguno —trató de disculparse Aleksey.

—No fue muy difícil que os acostarais. ¿Realmente alguna vez me amaste? ¿Tanto como no te cansabas de repetir? No hay forma que pueda vivir sin ti. ¿Te suenan esas palabras?

—¡Asúmelo de una vez! —exclamó Ivana—. Te buscamos por todos lados hasta encontrarte. Era inevitable que algo de esto pasara.

—Vete a la cama, Yuli. Mañana hablamos. No es necesario armar un espectáculo —ordenó fríamente Aleksey.

No podía estar en aquel sitio por un segundo más. Yuli salió corriendo de la habitación, atravesó el hall y abrió los portones. El frío invernal la recibió con un manotazo en el rostro que casi congeló sus lágrimas.

Corrió por el jardín hacía la salida de los terrenos del palacio. Tropezó con una raíz que sobresalía de la tierra y estaba oculta por la nieve. Deseó morir. No podía vivir con ese dolor. Con aquella traición. Al final, Ivana había conseguido lo que quería.

—¿Por qué? ¿Acaso no era suficiente todo lo que ya sufrí? —sollozó desesperada—. No soporto más.

Se puso bocarriba y miró hacia el cielo estrellado. Recordó aquellas tantas noches que había pasado con Aleksey en el techo de su casa, tratando de recordar los nombres de las constelaciones que una vez habían escuchado. Momentos hermosos como aquel se rendían ante los besos, las caricias y el movimiento de pareja entre Ivana y Aleksey. No podía ver más, no podía rememorar nada más que no fuera esa desoladora traición.

Todo empezó a desvanecerse. Los sonidos, los olores, el frío. Apenas podía sentir el tacto de la nieve y el roce del vestido. El cielo estrellado se disolvió. Cerró los ojos para no despertar. No había sentido en hacerlo. No tenía nada.

Segundos después, percibió el tacto de una rugosa pared contra su hombro. Abrió los ojos y se halló de nuevo en la habitación sin ventanas ni puertas. El techo estaba más cerca y sus manos y pies estaban atados. Por mucho que gritó y trató de soltarse no lo consiguió. Entonces supo que estaría ahí atrapada por toda la eternidad.

Anastasia se despertó mirando a un cielo que se cargaba progresivamente de nubes blancas que presagiaban nieve. Se incorporó y se limpió la espalda mojada de los copos que habían creado ese lecho níveo.

Regresó al interior del palacio sin recordar cómo había llegado hasta el jardín y por qué le dolía la rodilla derecha. "Esto está relacionado con la mugrosa de Yuliya", sentenció. No podía ser otra cosa.

De la habitación de servicio en el hall escapaban las voces del comandante Yevgeny y una chica del servicio. Se sintió tentada de asomarse por la puerta y ver qué estaban haciendo. Algo la atraía a mirar, a saciar su curiosidad. Demasiadas risas y algún que otro gemido.

—¿Algún problema, alteza? —inquirió Rasputín a su espalda haciéndola sobresaltar.

—No. Bueno, no sé. Me pareció que había otras personas dentro, pero no sabría decirte quien.

—Mañana va a ser un gran día.

—¿Ah sí? —preguntó con un deje de incredulidad.

—Sí, tengo un gran regalo para ti.

—Si ese regalo es estabilidad, te lo agradeceré. Ya no soporto esto.

—Te aseguro, que no te volverá a pasar. Ya resolví ese problema.

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