Esclava

By Nicolebrayden

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Libro 2 Saga Mentiras. El tiempo no ha dejado de moverse, los enemigos se acercan. Ángel y Alex no tienen un... More

Sinopsis
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Multimedia
Prefacio
Prólogo.
1 | Celos.
3 | Culpa.
4 | Funeral.
5 | Trato.
6 | Lejanía.
7 | Estallido.
8 | Huida
9 | Encuentro
10 | Ataque
11 | Culpa.
12 | Desición.
13 | Castigo
14 | Esclava
15 | Muerte
16 | Sangre por sangre.
17 | Canción
18 | Recuerdos a la basura.
19 | Declaración de amor.
20 | Pérdida.
21 | Promesa
22 | Reclamos
23 | Contacto
24 | Baños
25 | Tratamiento
26 | Confesiones
27 | Viaje.
28 | Castigos
29 | Primer castigo

2 | Un buen padre.

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By Nicolebrayden


"Calma antes de la tormenta"


Ángel. 

Son las seis de la madrugada cuando por fin salimos del coche y logramos llegar a la puerta de nuestra mansión. Pensé que habría cambiado, pero está exactamente igual a cuando me fui. Alex ha cuidado muy bien del jardín pese a su reticencia a querer tener todo "lleno de flores".

A él no le gustan las rosas que decoran nuestro jardín y tampoco soporta los tulipanes que decoran el pasillo de entrada a la puerta principal, pero a mí me encantan.

— Papi... — jadea Ámber, está en brazos de su padre, pero se queja porque Alex quiere bajarla AL suelo para poder buscar las llaves porque la puerta no está detectando su huella. 

— Mi amor, ve con mamá un segundo — le pide Alex, pero si hay alguien más testarudo a mi marido, esa es mi hija. 

— ¡No! — se niega — quiero a mi papi — canturrea, cuando nota que su padre no está cediendo, empieza a jadear, imitando un falso llanto hasta que su padre desiste. 

Con una sonrisa dibujandose en mi boca, veo cómo Alex tiene que hacer maniobras entre sujetar a Ámber y buscar la llave. Tanto es así que tiene que pasarla primero a un brazo y luego al otro. Ella se divierte en el proceso, incosciente criatura, desconoce el enfado de su padre en estos momentos. 

No por nada llaman a esta bestia el Dragón Rojo. 

Alex finalmente da con la llave, abre la puerta y la empuja de una patada. Ruedo los ojos, pero decido no hacerle caso. Mi hija está amarrando a su padre, por lo que solo puede seguir con ella en brazos. Ahora Ámber está chupando su mejilla y con su mano acaricia la otra mejilla de Alex. 

Es una imagen entrañable, si no tenemos en cuenta que Ámber lleva pegada a Alex todo el viaje. 

— Mi amor, ¿en algún momento podrás dejar de babear a papá?

Ámber ríe mientras deja, por fin, de babear a su podre padre. 

— Papi, ¿esa es mi habitación?

Ahora está concentrada mirando hacia la puerta de mi vestidor, Alex la ha subido todo el camino hasta nuestra habitación y ahora están ambos tumbados en la cama. 

— Eso es el vestidor de mamá — le explica él.

— Quiero mi habitación ahí — dice.

— ¿Y qué hacemos con todos los vestiditos de tu madre?

— Papi... — se queja— quiero mi habitación ahí.

— Podemos hacerla abajo, Ámber, hay muchas habitaciones. 

Y ella, ante mi respuesta, hace algo que ha estado haciendo desde que dejamos la base del Círculo. Mete su cabecita en el hueco del cuello de su padre y empieza a gemir, como si estuviera amenazándonos con ponerse a llorar. Alex cae siempre, esta vez no es diferente, porque la arrulla entre sus brazos y me mira con el ceño fruncido. 

Mis cejas se arquean — no puedes darle todo lo que te pide — protesto. 

— Mami malvada — jadea — ya no me amas... prefieres a tus vestidos bonitos... — llora. 

Y acabo por rendirme — está bien... — suspiro, dejándome caer al lado de mi hija en la cama — moveré mi vestidor para que la señorita tenga su habitación aquí. 

Ella por fin sale de su escondite y me mira con una sonrisa en la cara — quiero muchas patitas, ¿si? Por favor. Y muchas cosas bonitas. Y también quiero paredes rosadas. ¿Papi puedo tener paredes rosadas?

— Puedes tener paredes de oro si quieres, mi amor. 

— Si papi, con muchos diamantes rosados.

— Consentida — me quejo.

— Salió a su madre — comenta Alex, llevándose una palmada en su pecho de mi parte. 

Él finje que le duele, para luego pasar a Ámber a su otro brazo y poder acomodarme sobre su pecho.

— ¿Papi porqué eres un Dragón?

En todo el viaje no se ha despegado de un Dragón de color rojo en forma de peluche que Alex le regaló.Ahora el peluche descansa a los pies de la cama. Además no deja de decir que su "papi hermoso" es un Dragón.

— Para poder proteger a mi princesa — le responde él. 

Ámber se levanta, gatea un poco por el pecho de su padre y se acomoda todo lo cerca que puede de su rostro.

— ¿Yo soy tu princesa, si, papi?

— Por supuesto.

Estos dos...

— ¿Qué tal si dejas de coquetear con mi marido, mi amor? 

Ámber levanta la cabeza, decidida a luchar por lo que cree suyo.

— Mi papi es mío — me enfrenta — solo de mí.

— No, no lo es. Tu papi es mío. 

— Mami malvada, mi papi es mío no me lo robes — se queja, abrazándose a su padre. 

— Es mío — sigo molestándola.

Alex ríe besa la frente de Ámber, que está frunciendo el ceño y fingiendo querer empezar a llorar. 

— Papi, dile — se queja. 

— Lo siento mi amor, soy de mi bebé robada, es tu culpa por mostrarme a mi princesa. 

— Dile papi, dile — insiste Ámber, acomodándose en los brazos de su padre. 

Sus ojos se están cerrando, pero ella se niega a dormir. 

— Si, mi amor, ya le dije. 

— Entonces yo voy  a ser de papá. 

— ¡Mami! — se queja — tu eres mía también. 

— Ah, ¿todo es tuyo?

— Sí. 

— ¿Y yo no puedo tener a mami? — le pregunta Alex. 

Ámber niega — no, mi mami es para mí solita. 

Alex chasquea la lengua — vaya hombre, eso no lo sabía yo. 

— Papi, tienes que saber — le explica — yo solita tengo a mi mami. 

Y con esas palabras, entra en un sueño profundo. Su respiración se ralentiza y sus manos sobre el rostro de Alex, caen sobre su pecho al perder toda la fuerza. Con cuidado, beso la frente de Ámber y la acomodo con una sábana sobre su cuerpo. 

— ¿Quién iba a decirme a mí, que mi bebé robada iba a robarme a mi mujer?

— Deja de llamarla así — le pido. 

— No puedo, es tu culpa. 

— No la robé, la encontré y decidí quedármela. 

— ¿Sabes? Si hubieras aparecido de la nada con esta niña... diciéndome que querías que fuera nuestra, la habría tomado. 

— Ahora lo sé. 

— Me ofende pensar que... no confiabas en mí. 

— A mi me ofende que creyeras que podía confiar en ti. 

— Touché — dice, chasqueando la lengua. El silencio se agolpa entre ambos. Soy consciente de que tenemos que tomarnos un tiempo para hablar de todo, porque hay cientos de cosas que no nos hemos dicho, pero no logro encontrar el momento — ¿He sido tan mal marido? — pregunta Alex, alejándome de mis pensamientos.

— El peor.

— Malvada — gruñe, girándome la cara. 

— Me has robado mi vestidor —me quejo. 

— Tu hija te ha robado tu vestidor, yo solo la he consentido. 

— Malvado. 

— Puede, tal vez así recuerdes que, cuando te llevé a vivir conmigo, tu robaste mi habitación. 

— Sí... fue divertido. 

— ¿Sabías que esa era mi habitación? — demanda, de repente parece sorprendido.

— Ahá. 

No era muy difícil averiguarlo, con todo ese color negro concentrado en todas partes. Prácticamente gritaba Alex, pero me gustó quedarme con esa habitación. Olía a él. Eso me reconfortaba cuando no lo tenía cerca. 

— Serás descarada, eso te lo apunto a la lista de cosas por las que castigarte.

— Siempre me castigas por todo — me quejo.

— Me gusta castigarte — admite, presionando una de mis nalgas con su mano. Sus dedos se clavan en mi piel mientras me obliga a comodarme entre sus brazos — ¿a ti no te gusta recibir los azotes de tu marido?

Decido no responder a sus provocaciones, solo me obliga a pensar en cosas que ahora mismo no podemos hacer con nuestra hija dormida al lado.

— No te preocupes, ya encontraré el momento de esos castigos. 

Es una promesa, y la idea me encanta. 


***


Son las siete de la mañana.

De un Lunes. 

Puedo escuchar los gritos de Ámber proveniendo desde su habitación. Está jugando con su padre, porque también escucho las risas de Alex. Alex riendo a pleno pulmón con su hija. ¿Quién lo hubiera pensado?

Nadie lo creería incluso si los viera. 

Ahora he abierto los ojos, y puedo observarlos a través del espejo. Alex mantiene a Ámber en brazos y la mese de un lado a otro mientras ella ríe. Están llenos de pintura. Ambos se han comprado monos de color azul oscuro porque están pintando la nueva habitación de Ámber de color rosa. Alex insistió en que haría él mismo la habitación de su hija porque, algo llamada "ego de papá celoso" le impedía dejar que otro hombre fuera quien hiciera la habitación de su hija. 

No lo sé, sigo pensando que le queda poco para ponerse una correa él mismo y le pida a Ámber que lo saque a pasear. Lo tiene a sus pies. 

Cuando me levanto de la cama y asomo mi cabeza por el hueco de la puerta, puedo verlos pintando de nuevo. Alex lo hace casi de forma profesional, pero su hija está detrás de él con un diminuto rodillo de color rosa chillón dejando malos trazos por todas partes, aunque su padre la mira, orgulloso. 

— Pero qué bien pinta mi bebé — le hago saber. 

Ámber se gira al verme. Tiene la cara llena de pintura rosa. Por suerte su padre ha aprendido a hacerle un moño en su cabello para evitar que también se acabe pintando el pelo, además, le ha puesto una gorra y guantes, rosados también. 

— ¡Mami! ¡Duermes mucho! — me dice, dejándose caer en mis brazos. 

— Perdóname por no poder dormir a las cuatro y despertarme a las siete. 

Ayer estuve contándole cuentos hasta la madrugada y creo que acabé durmiéndome antes yo, que ella. Pero unas horas más tarde, la noté revolviéndose entre mis brazos y noté cómo despertaba a su padre también, pero no fui capaz de abrir los ojos. La tomo en brazos y decido alzarla, ella se acomoda en mis brazos, sin llegar a soltar su rodillo rosado y señala la pared. 

— Mira mami, eso lo he pintado yo, y eso también — dice, señalando diferentes puntos donde la pintura está hecha un desastre.

— Está hermoso — le hago saber, mentir también es el don de las madres. 

— Sí, mami. Pero le he tenido que enseñar a pintar a mi papá. Estaba pintando feo, le he dado clases. 

Alex ha dejado de pintar al fin tras acabar de pintar la última pared y está caminando hacia nosotras enfundado en un mono de color azul oscuro que le queda maravillosamente bien.

Observo el trabajo que ha estado haciendo estas semanas. Retirando la cantidad de estanterías y pasillos que creaban mi vestidor, queda un gran espacio abierto, Ámber tiene ahora unos enormes ventanales de vidrios polarizados y antibalas, decoraciones en relieve doradas que están cubiertas por cinta protectora mientras acaba de pintar pero que desde luego, le darán un toque a este lugar. Realmente le está dando una habitación de princesa a su hija.

— Buenos días, mi amor — me saluda. 

Ámber estira sus brazos en dirección a su padre, quien la toma en brazos y aprovecha para darme un beso en los labios ahora que su hija no puede vernos. 

— ¿Todo bien?

— Sí, casi hemos acabado. Faltará el balcón y traer lo necesario para el baño, además habrá que poner toda la instalación de luces y un control parental con cámaras y sensores de movimiento en las ventanas.

 — ¿Quieres crear una cárcel o una habitación para tu hija?

— Será una habitación segura para mi preciosa bebé. ¿Sí, mi amor?

— Sí, mi amor — le responde Ámber, luego la veo mirar a todas partes — papi, quedan muchos huequitos — le advierte su hija — esto es un trabajo de cien años — dice, confiada — voy a cobrar mucho dinero, pero sin factura te sale más barato. 

Alex lleva algunas semanas mirando programas de renovaciones domésticas con tal de hacerse una idea, y ahora Ámber se cree una perfecta contratista. 

— Mi amor, ¿te das cuenta de que tu papi está haciendo TU habitación? ¿Y quieres cobrarle por ayudarle?

Ella se acomoda en los brazos de su padre y me mira con un mohín en sus labios — pero mami, yo estoy trabajando. Me tiene que pagar. ¿Sí, papi? 

— Sí, mi amor — acepta Alex. 

¿Dónde quedó el Dragón Rojo?

— ¿Vas a consentirla en todo, verdad?

— ¿Lo dudabas?

— Mami, ¿me das un poquito de comida? Tengo hambre de tanto trabajar — me dice — y quiero cambiarme de patitas. ¿Me bañas, mami? 

— Pronto voy a internarte en un colegio de mongas — la amenazo. 

— ¿Aceptan pequeños demonios? — demanda Alex, entregándome a mi hija. 

— Mami, ¿porqué no me quieren? Pero soy un demonio bonito. 

— ¿Acaso quieres ir a un internado de mojas?

— No...

— ¿Entonces?

— Pero... ¿porqué no me quieren? — demanda.

No puedo con la idignación que debe estar sintiendo ahora mismo, así que la lleno de besos y me la llevo para que su padre pueda acabar de pintar la habitación. Tras un baño, un desayuno completo y corretear de un lado para otro, Ámber por fin se acuesta en el sofá. 

Sus ojos se están cerrando lentamente, pero se niega a soltar la mano de su padre. Ámber tiene la mano de Alex sujeta con sus dos manitos, está tan segura junto a él que se niega a dormirse si no lo tiene cerca. 

— ¿Dormías con ella cuando... ya sabes... yo... no estaba?

— Todo el tiempo.

Alex se queda en silencio, puedo ver que tiene más que decir, pero no lo hace. Se mantiene en silencio. 

— Lo siento — me disculpo, él me observa, lleno de confusión — no quería perder a mi hija, eso es en todo lo que pensé cuando me bebí el Elixir por segunda vez. 

— ¿Cuando te lo bebiste la primera vez, también fue por Ámber?

— Sí — admito, acostándome sobre la espalda y mirando al techo — la llevé a dar un paseo porque quiso salir, estábamos solas... no pensé que nada ocurriría pero de camino de vuelta, un grupo de vehículos nos detuvo. Cuando quise hacer algo al respecto... ya era demasiado tarde. Nos rodearon. Intentaron llevarse a Ámber y decidí probar el Elixir. 

— ¿Probar?

— La función del Elixir era fortalecer el cuerpo de una persona de forma ilimitada, quería convertir a mis hombres en soldados indestructibles. 

— Y no funcionó. 

— No — admito. 

— No vuelvas a tomar el Elixir. 

No es una petición, es una órden. 

— ¿Me estás escuchando?

— Que si...

— Y... ¿vas a dejar de ser el Ángel Oscuro?

— Jamás. 

— Ya hablaremos de eso — asegura. 

— Hablaremos lo que quieras, no cambiaré. 


Alex. 


La habitación de mi bebé robada casi está completa. Ella rueda sobre la alfombra peluda de color rosa que su madre ha comprado para ella y ha hecho acomodar a ocho de mis hombres en el centro de la habitación de su hija. 

— Me gusta todo, papi — asegura Ámber, todavía tirada en el suelo. 

Con un último tirón, acabo de retirar todos los protectores de los bordadosd de pintura y observo a mi hija saltando de un lado para otro. Su madre entra en ese momento con una bandeja cargada de comida, al verla, corre hacia Ángel y empieza a saltar a su alrededor, explicándole que su habitación ya está terminada. Mi mujer ni siquiera tiene que mantener ninguna clase de equilibrio, está en su naturaleza esa elegancia. Puede caminar sin tropezarse aún cuando tiene a una inquieta niña tirando de sus falzas. 

— Ámber, siéntate ahí — le ordena. 

Y mi preciosa bebé, obedece. No le da miedo la autoritaria voz de su madre. A mi tampoco, pero sí me provoca cosas ahí abajo. 

Una de las tantas costumbres que echaré de menos ahora que tenemos una hija, es no poder desnudarla a mi antojo, allí donde estuviéramos. Como antes. Pero no me arrepiento, porque ahora tengo a una bebé robada que no cambio por nada. 

— Mami, ¿ya ves mi habitación? — demanda Ámber. 

Me acerco a ellas y me siento en uno de los sofás que rodean la mesa de oro y cristal que adorna el pequeño lugar recreativo de la habitación de mi hija. 

— Sí, cariño, ya la veo. Está hermosa. Has trabajado mucho. 

— Sí mami, con el dinero que he ganado nos vamos a comprar muchos helados — le dice a su madre. 

Está empeñada en cobrar por haber pintado mal todas las paredes. 

— ¿Ah, sí?

— Mi papi me va a pagar mucho dinero para muchos heladitos. 

Ángel me mira en ese momento, siento que está diciendo que no debería hacerlo, pero también se siente satisfecha con el echo de que estoy consintiendo tanto a nuestra hija. No lo dice, pero es así. 

Nuestra hija la hace feliz.

Ámber ha llegado a tapar las crudas heridas de los niños que Ángel perdió. No lo he olvidado. No puedo. Pesa en cada célula de mi maldita existencia. No pude tocar el estómago de Ángel cuando estaba embarazada de ellos. No estuve a su lado cuando le dijeron que los perdió. No pude... despedirlos tampoco. 

Llegué tarde a todo. 

Y eso siempre va a pesar en mi alma. 

Siempre. 

Pero Ámber... logró revivirme de la peor de mis pesadillas. Llegó como una brillante luz de esperanza en un momento en el que creí morirme y siempre voy a amarla por ello. 

— Papi, toma — me dice ella, extendiendo su mano en mi dirección. 

Tiene algún dulce en su mano que ha metido en mi boca sin darme tiempo a reaccionar. Solo puedo tragármelo y masticar. 

— Mi amor, no puedes hacer eso — le digo. 

Ella me mira llena de indignación — come, papi — me ordena. 

Su madre, frente a nosotros, ríe. Y no me queda más que obedecer a mi hija. 

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