Esclava

By Nicolebrayden

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Libro 2 Saga Mentiras. El tiempo no ha dejado de moverse, los enemigos se acercan. Ángel y Alex no tienen un... More

Sinopsis
Trigger Warnings
Multimedia
Prefacio
Prólogo.
2 | Un buen padre.
3 | Culpa.
4 | Funeral.
5 | Trato.
6 | Lejanía.
7 | Estallido.
8 | Huida
9 | Encuentro
10 | Ataque
11 | Culpa.
12 | Desición.
13 | Castigo
14 | Esclava
15 | Muerte
16 | Sangre por sangre.
17 | Canción
18 | Recuerdos a la basura.
19 | Declaración de amor.
20 | Pérdida.
21 | Promesa
22 | Reclamos
23 | Contacto
24 | Baños
25 | Tratamiento
26 | Confesiones
27 | Viaje.
28 | Castigos
29 | Primer castigo

1 | Celos.

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By Nicolebrayden

Alex.

— Papi, ahí venden hamburguesas — dice Ámber, señalando a un restaurante de comida rápida frente a la carretera que circulamos.

Tiene su pequeño dedo regordete pegado al cristal de la ventanilla mientras se niega a soltar mi mano.

— Sí, mi amor — suspiro.

Es el cuarto que señala.

— Papi, ya bajemos — inquiere, mirándome con su ceño fruncido — quiero comer ahí.

Mis ojos se abren un poco más. Lleva algunos kilómetros comentando todo lo que vemos, pero no pensé que tendría hambre a las cuatro de la mañana.

— Ámber, mi amor, ¿tienes hambre?

Ella asiente y puedo ver cómo se le forma un mohín en los labios.

— Sí, papi — dice.

Con mis nudillos, toco el cristal negro que nos separa de quienes conducen el coche y esta empieza a bajarse.

— Vuelve atrás y conduce hasta ese restaurante.

— Sí, señor.

Con mis hombres, desde siempre, hablé en ruso. Una de las razones es porque detesto el resto de los idiomas. La otra, descansa en el asiento de mi lado como si no hubiera nada más importante que su sueño.

— Ángel, despierta — le pido.

Ella empieza a palmear a su alrededor y Ámber, con esa conexión que tiene, sale de mi regazo para gatear hasta su madre y meterse entre sus brazos. Ángel aún con los ojos cerrados, la ayuda a acurrucarse a su lado y besa su frente.

— Mami, vamos a comer hamburguesitas y helado.

Ángel sonríe y suspira por la nariz. Poco a poco, veo cómo empieza a desperezarse. Incluso en mitad de la noche puedo distinguir sus largas pestañas y ese brillante color azul de sus ojos que comparte con Ámber.

— Mi amor, ¿de verdad tienes hambre?

— Sí, mami.

— Está bien — murmura Ángel, acabando por incorporarse con Ámber en brazos.

Sus ojos entonces se dirigen a mí. Por un momento siento que ha olvidado dónde estaba. Que solo acaba de recordarlo todo de golpe porque luce confundida durante unos segundos, luego, su rostro se relaja y sonríe.

— Hola marido — dice, acercándose a mí en busca de un abrazo.

— ¿Tienes claro que tu vas a comer una ensalada, verdad?

Ella se apartea de mí de golpe, ofendida por mis palabras.

— ¿Tienes claro que quieres dormir en el sofá durante un mes?

Ámber ríe — mami, defiende nuestras hamburguesitas — la ayuda nuestra hija.

— ¿Acaso también quieres comer ensalada?

— Mami, papi está siendo malvado conmigo — se queja con el ceño fruncido.

Ángel ríe y le llena la cara de besos, provocando risas en nuestra pequeña bebé robada.

— Dile que es un malvado — le pide Ángel.

Y ella estira sus brazitos en mi dirección, cuando la tomo y acomodo en una de mis piernas, Ámber estruja su naríz contra la mía, su olor a melocotón invade mi nariz en ese momento.

— No tienes que ser malvado conmigo, papá — se queja — yo soy tu bebé, tienes que tratarme bonito.

— Qué cosas te enseña tu mamá.

— Sí — admite.

Ángel se está riendo entre dientes pero evita que nuestra hija no la escuche, finalmente apoya su mejilla en la de Ámber y poco después el coche finalmente se detiene. Uno de mis hombres no tarda mucho en abrir la puerta para nosotros. Yo salgo con Ámber en mis brazos y Ángel sale por el otro lado, ayudada por un guardia.

La veo desperesarse mientras camina hacia mí.

— Señor, ¿ocurre algo? — Bjorn se ha apresurado a detener su coche y llegar hasta nosotros con rapidez.

— Vamos a comer hamburguesitas Bjorn — le explica Ámber.

Él abre los ojos — ah... — susurra.

Mi hija asiente con una sonrisa y luego se apoya en mi pecho, aunque sus palabras me han dejado un poco confuso. Ámber solo estuvo pegado a mí en los días en que su madre estuvo en coma y el resto del tiempo tampoco se acercó a nadie porque no quería despegarse de su madre. Estoy seguro de que, incluso en el Círculo, en el tiempo que pasé separado de Ángel, Ámber tampoco se acercaba mucho a nadie.

Pero con Bjorn tiene especial libertad y confianza.

— Ámber, ¿desde cuando conoces a Bjorn?

Ángel intenta disimular el escalofrío que recorre su espalda al escuchar mis palabras.

— ¿Cuándo?

— Sí, ¿cuándo?

Mi hija me mira, ladeando la cabeza — hace mucho tiempo.

— ¿Más tiempo del que conoces a papá?

— Mucho tiempo más — admite.

Bjorn mira hacia otro lado y Ángel se está rascando la nuca.

— ¿Ocurre algo?

La mocosa número uno, también conocida como la esposa de Bjorn, está en el coche que conduce este traicionero que tengo delante. Pero hay alguien más que nos ha seguido todo este camino. La mocosa número tres, Jade.

— Ámber tiene hambre — explica Ángel.

Veo cómo mi mujer intenta hacer un amago de caminar lejos de mí, pero la tomo por la cintura y tiro de ella hasta tenerla pegada a mi pecho.

Dejo un beso en su mejilla y muevo mi boca hasta su oreja, donde muerdo su lóbulo.

— ¿Esto me va a costar muchos azotes, verdad? — susurra.

Con mi mano ahuecando su culpo, beso su mejilla — pero qué inteligente eres, mi amor —le hago saber.

— Pero... Alex — se queja.

— Mi amor, las manitos — le pido a Ámber.

Ella entiende enseguida y lleva ambas manos a su cara para cubrir sus ojos mientras llevo mis labios a los de su madre. Ángel murmura algo ininteligible pero no se resiste, simplemente toma mi gesto hasta que acabo por sentirme saciado.

— ¿Vamos a comer, mi amor?

— ¡Sí, mi amor! — exclama Ámber, revolviéndose en mis brazos.

Ángel suspira detrás de mí, pero pronto se encamina en nuestra dirección hasta caminar a nuestro lado. Una vez dentro del desértico establecimiento, nos paramos frente al aparador. Es un sitio algo cutre, por no decir mucho. El típico lugar de carretera con olor a grasa y café aguado. Pero no hay más.

Antes me hubiera preocupado que Ángel no estuviera cómoda en un lugar así, pero ahora que sé con claridad quién es ella en verdad... siento que ella debe haber visitado lugar así con frecuencia.

Quiero preguntarle tantas cosas...

— Quiero esa hamburguesita, papi — explica mi hija, señalando un cartel mugroso que apenas emite luz.

— Hola — saludo.

La mujer que cocina es una mujer mayor, tiene atado un pañuelo en la cabeza y se la puede ver a través de la puerta entreabierta. Sin embargo, la que nos saluda y pregunta por nuestra órden es una chica más joven. Debe ser algo más mayor que Ángel y seguramente sea la hija de la cocinera.

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?

Está coqueteando conmigo. Lo sé por la sonrisa tonta en su cara y por cómo salen las palabras de su boca mientras saca pecho en un intento por llamar mi atención. Aunque también siento el aura maligna de Ángel, eso suele ser un claro indicativo.

— Mi hija quiere una hamburguesa — explico, sin más.

La chica asiente y se dirige hacia Ámber, hablándole como si se dirigiera a una bebé. Sin embargo, contrario a lo que podría esperarse, Ámber está emitiendo la misma aura que su madre.

— Mi papi hermoso es mío — gruñe, presionando sus brazos alrededor de mi cuello y girándole la cara a la camarera.

— Veo que tiene una hija muy enamorada de usted — comenta la chica.

No se está dando por vencida, porque sigue sonriéndome de esa forma tonta. Mientras trato de ignorarla, ni siquiera me atrevo a mirar a Ángel.

— Dame la hamburguesa de una vez — gruñe mi celosa mujer al fin.

Ha puesto una mano sobre la barra que nos separa de la chica y la está enfrentando a través de una mirada algo tétrica.

Ámber me mira en ese momento — papi, ya vámonos a sentar allí. Esa mujer fea te mira mucho.

No tenía bastante con una mujer celosa, ahora tengo una hija celosa también.

— ¿Te encargas? — pregunto a Ángel.

Ella, sin mediar palabra, toma la cartera del bolsillo trasero de mi pantalón y me sonríe. Cuando me giro, todavía escucho los murmullos de Ámber en mi oreja.

— Esa tonta... tonta... me quiere robar a mi papi hermoso.

— Mi amor, nadie te va a robar a tu papá — intento calmarla.

Pero ella me mira — ¿porque no le dijiste que es fea, papi?

Ángel llega hasta nosotros en ese momento — ¿y qué tenemos aquí? Una bebé celosa.

Ámber mira a su madre — mami, me querían robar a mi papá — le explica.

— ¿Quién, mi amor?

— Ese mujer fea — le dice, apuntando con su dedo en dirección a la camarera.

Ángel toma el dedo de su hija y lo esconde — no se apunta con el dedo, Ámber — le explica.

— Es mi papá — se queja ella.

— Sí, mi amor — acepta su madre — no te preocupes, mi vida, nadie más querría a Alex como papá.

Mis cejas se arquean — ¿y eso qué significa?

— Nada, mi amor — dice, conteniendo una risa en sus labios.

Esta mujer...

Pasados unos minutos, el local empieza a llenarse de mis hombres, entre ellos, Bjorn. Alice se ha despertado y tras decirle algo a Bjorn, que está haciendo cola junto al resto, camina hasta nuestra mesa.

— ¡Tía Alice, despertaste! — chilla Ámber, alargando sus brazos en dirección a ella.

Es su forma de saludar, cuando ve a alguien con quien siente confianza, Ámber se tira a sus brazos para que la arrullen. Alice le da un sonoro beso en su mejilla pero pocos segundos después deposita a mi hija en brazos de su madre.

— He pedido una hamburguesa — explica, sentándose al otro lado de la mesa.

— Bien por ti — susurra Ángel.

— ¿Sigue cansada?

Ángel asiente — siento que me han quemado todos los músculos desde dentro, después de todo era una segunda dosis, es normal — dice.

Está hablando del daño sufrido con el Elixir.

— ¿Tan... malos son los efectos? — demando.

Ella entonces me mira, sus ojos se abren — no... es solo que... tardaré un poco en volver a... bueno, ya sabes... a veces... es como... algo momentáneo.

Le cuesta abrirse a mí, es algo en lo que todavía estamos trabajando. Ángel tiene demasiado internalizado el mentirme.

— Mi amor — digo, tanto Ámber como Ángel me miran — ¿quieres comer con tu tía Alice?

Ámber duda — ¿te vas a ir con la camarera?

Ángel intenta, como puede, aguantar la carcajada — respóndele — me insta.

— No, bebé — le explico, poniéndola de pie — tengo que ponerle una inyección a mamá porque está enferma.

— ¿Mi mami?

— Ahá.

En este punto, Ángel ya no tiene ganas de reirse y está completamente callada.

— Bueno... — acepta Ámber.

Alice ya se está acercando para recoger a Ámber, una vez la tiene en brazos, Bjorn llega con una bandeja llena de comida.

— Para la señorita Deberaux — dice, en dirección a Ámber.

— Gracias Bjorn — le agradece.

— Volvemos en un rato — comento mientras espero que Ángel se levante.

Ella lo hace a regañadientes y la tomo por la cintura en cuanto camina a mi lado.

— ¡Pórtate bien, mami! — grita Ámber en nuestra dirección.

Ángel intenta empujarme en cuanto salimos, pero no la dejo hacerlo. Una vez camino del coche, ella abre el maletero y busca entre sus cosas hasta dar con una de las tantas jeringillas que tiene.

— ¿Algunas de estas son veneno? — demando mientras observo el maletín lleno de viales.

— La mayoría — admite.

— ¿Y vas a llevar esto a una casa donde va a vivir Ámber?

Ángel me mira — Ámber sabe que no debe tocar esas cosas — me dice.

— Ámber sabe muchas cosas, pero estar quieta no es su punto fuerte.

— Los esconderé — protesta.

— Yo sí que los voy a esconder.

— ¡Alex!

— Venga, sube al coche, que voy a pincharte — le digo, mostrándole una sonrisa torcida.

Ángel frunce el ceño — hazlo aquí, no hay nadie.

— ¿Y arriesgarme a que alguien te vea el culo? Métete en el coche, mujer.

Ella, a regañadientes, se introduce en el coche una vez me ha entregado el vial con la jeringilla puesta. Una vez en el interior, me siento cómodamente, cierro la puerta y bloqueo las puertas.

— Ven aquí, mi amor, desde ahí no puedo meterte nada — le advierto al verla en la otra esquina del coche.

Ella se acerca con cuidado, me da la espalda y se levanta su falda negra — ya, hazlo rápido.

— Siempre te gusta rápido — me quejo.

— Marido — protesta.

Odia que convierta sus palabras en cosas sucias, pero yo lo amo.

— ¿Acaso he dicho algo?

— Solo, méteme eso de una vez.

— Ponte en mi regazo, así no puedo meterte nada — ella se gira para mirarme — vamos, no tengo todo el día, quiero volver con mi bebé robada.

La veo dudar, pero mi pequeña indiferencia la acaba por convencer y se sienta en mi regazo, a horcajadas. Rodeo su cintura con uno de mis brazos, tiro de ella para tenerla lo más cerca posible y al final acabo por pegar un vistazo a su culo por encima de su hombro. Ángel es bastante pequeña en comparación a mí, pero es alta si la comparamos con otras mujeres.

— Relaja el culo, mujer, sabes que te duele cuando te la meto a la fuerza.

— Alex, por favor — se queja.

— ¿Qué he dicho? La última vez no dejabas de quejarte.

Como puedo, aguanto mi risa y ella se acomoda en mi regazo nuevamente. Levanto su falta y veo unas diminutas bragas de color negro cubriendo mínimamente su culo. No puedo aguantarme las ganas y acabo por darle un azote en el trasero.

— ¡Ay! — se queja.

— Relájate — gruño.

Ángel suspira y la veo poner todo de su parte por calmarse. Una vez siento que está más calmada, acerca la aguja a su trasero.

— ¿Cuento hasta tres y te la meto o prefieres que sea una sorpresa?

— Cómo te odio — gruñe por lo bajo.

Tiene sus brazos alrededor de mi cuello y su frente pegada a mi hombro. No le contesto, solo le introduzco la aguja con rapidez y la extraigo igual de rápido. Ella ahoga un grito y clava sus uñas en mi espalda hasta que el dolor empieza a desaparecer.

— Dijiste que ibas a contar hasta tres — se queja.

— Te estaba preguntando si querías que lo hiciera, pero como no respondiste, simplemente la metí.

Su cara está roja ante mis palabras.

— Ya, déjame — dice, intentando salir de encima de mí, pero no la dejo. Nuestros ojos vuelven a encontrarse — ¿crees que no voy a pedirte explicaciones de todo? — demando.

— Pero me dijiste que me perdonabas.

Llevo una de mis manos a su cuello, donde la tomo para acercar su rostro al mío — que te perdone y no querer saber nada son dos cosas distintas.

— Pero maridito — murmulla, abrazándome y pegando sus tetas a mi pecho.

Todavía tengo mi mano alrededor de su cuello — vas a contarme todo — le advierto.

Ella chasquea la lengua — eres malvado con tu esposa — se queja — te odio, marido tonto.

— No es verdad — susurro contra su boca, mi lengua es rápida y entra en su boca en busca de la suya, mantengo la intensidad durante algunos segundos, pero acabo alejándola de mi — al suelo, voy a darte un regalo.

Ángel apenas reacciona, solo obedece en silencio mientras la pongo de rodillas entre mis piernas y saco mi polla. Sus ojos brillan en cuanto alarga sus manos hacia ella. Sin pereza ninguna, se mete mi polla en su boca y empieza a succionar. Esta sensación de desesperación que envuelve a Ángel con cada maldito movimiento de su lengua es lo que me vuelve más loco por ella. Me desea y me encanta saber que es de ese modo.

— Mi amor, despacio — le pido cuando tiene que sacarse mi polla de su preciosa boca porque acaba de ahogarse.

Ella se aferra a mi pene y pone un mohín en sus labios — pero no sale.

Cierro los ojos, porque jodidamente sé a lo que se está refiriendo.

— ¿Quieres leche, princesa?

Ángel asiente — sí, marido.

Con cuidado, tomo su nuca con una mano y la guío de nuevo a mi polla. Mi otra mano se aferra a su cabello y empiezo a dirigir sus movimientos. Ángel jadea a cada ebestida que recibe en su boca pero no se queja, siendo sus manos aferradas a la tela de mi pantalón hasta que, finalmente, me corro en su boca.

Introduzco mi polla tan dentro de ella como puedo y espero a que los chorros acaben de salir. Solo entonces, aflojo el agarre alrededor de Ángel. Ella me mira, lame sus labios lentamente y abre la boca para mostrarme que se lo ha bebido todo.

— ¿Cómo coño se puede ser tan sucia y adorable? — maldigo, tomándola en brazos y dejándola sobre los asientos de cuero del coche.

Está acostada de espaldas. Puedo ver cómo su pecho sube y baja mientras ella sonríe, satisfecha.

— ¿Sabes?

— ¿Si? — pregunta, juguetona.

— Tengo sed — explico, tomándola de la parte externa de sus muslos y llevando sus rodillas hasta mis hombros — yo también quiero un poco de zumo de fresas.

Ángel

— Marido... — jadeo cuando empieza a pasar su lengua por encima de la tela de mis bragas.

— ¿Porqué coño siempre llevas bragas negras?

Una sonrisa se escapa de mis labios — ¿están feas? — pregunto, fingiendo inocencia.

— Sabes que no lo digo por eso — me regaña.

— ¿Te gustan?

— Me ponen duro, ¿eso te dice algo?

Una risa se escapa de mi boca — me dice... que quieres comerme.

— Entera — gruñe, contra los labios de mi húmedo sexo.

En este punto solo puedo relajarme y sentir cada gesto que hace con su lengua. Me gusta esta sensación. Porque puedo no haberle contado todo, pero él sabe quién soy. Sabe lo que pasé y aún así está aquí, conmigo. Gruñéndome que soy suya. Y tan loco como puede sonar, me encanta su posesividad.

Me encanta él, y la forma en la que siempre debora mi cuerpo de una forma tan salvaje y tierna al mismo tiempo.

Y creo que ahora lo sé, con un orgasmo,creciendo entre mis piernas y expandiéndose a través de todo mi cuerpo, sé a ciencia cierta que no nunca podré alejarme de Alex Deberraux.

Voy a quemarme en las llamas de este dragón de ser necesario.

— Eres hermosa — jadea Alex al soltar mis piernas y dejar un beso en mi estómago — la mujer más hermosa de todo el maldito mundo — esto último lo jadea en mi oreja tras girarme.

Ahora mis pechoes están aplastados en el cuero del coche. Noto cómo Alex pasa sus dedos por mi húmedo sexo antes de acomodar mi trasero y piernas a su antojo. Una vez me tiene expuesta para él, acerca la punta de su pene y empieza a introducirse en mi interior.

— Alex... jadeo — está... muy grande...

— ¿Te sorprende?

— Despacio — jadeo — despacio, por favor.

— ¿Sabes todo lo que he tenido que pasar para volver a estar contigo? — demanda, empujando su pene dentro de mí con fuerza, está cargando su rabia y frustración en sus caderas — juré que no te dejaría abandonarme y cuando te vuelvo a ver estás muriéndote en mis brazos — brama, su mano cruza mi trasero, arrebatándome un quejido de sorpresa — vas a ver en casa, Ángel, te juro que voy a castigarte por todo lo que me has hecho pasar, maldita sea, mujer, casi me matas de tanto sufrimiento, ¿Entiendes eso? He vendido mi alma al puto infierno con tal de que abrieras los malditos ojos. ¿Y qué haces tu? — gruñe, siento la indignación en cada palabra que sale de su boca — olvidarme. Me. Olvidaste — se queja, con sus labios pegados a mi oreja.

— Perdón... — jadeo, aunque en realidad ahora mismo no le estoy prestando atención, está volviéndome loca con esas embestidas, no puedo pensar — yo... Alex, no pares por favor — le suplico.

— ¿Ya vas a correrte, mi amor?

Asiento — sí...

Y sus movimientos se detienen por completo. Alex todavía mantiene su pene dentro de mí, pero no se mueve. Puedo ver como sonríe cuando intento moverme por mi cuenta.

— No te daré ningún orgasmo más hasta que lleguemos a casa — asegura — ese será tu castigo.

Por un momento, no acabo de creérmelo, hasta que sale de mi interior, se acomoda el pantalón y se sienta de forma despreocupada sobre los asientos.

— Yo... — jadeo, acomodándome cerca de él — también lo pasé muy mal — protesto — estuve... sola mucho tiempo y tu no venías. Y luego... no paraba de pensar en que estarías con esa mujer y yo... ni siquiera tenía a mis bebés.

Alex me encierra entre sus brazos en cuanto me ve estallar en lágrimas — no, mi amor, perdón. Estaba jugando, princesa.

— Lo pasé horrible por tu culpa. Pensé que no me querías — jadeo.

Alex me mete entre sus brazos y e intenta calmarme — tranquila, mi amor, te daré todos los orgamos que quieras de aquí a casa, ¿si? Ya no llores.

— ¡No quiero! — grito — yo quería a mis bebés. Quería ser la madre de tus hijos pero ya no están — mi voz apenas es un pequeño susurro — iba a tener dos niños, y les iba a poner nombres que empezaran con "A", igual que nosotros... — finalmente, mi voz se pierde.

Todo lo que acabo por hacer es llorar en silencio mientras Alex me acuna y limpia mis lágrimas de vez en cuando con la ayuda de un pañuelo.

— Lo siento — susurra con sus labios contra mi frente — no fui capaz de proteger a nuestros hijos. Y no quiere que te sientas culpable por ello, porque todo eso ocurrió por mi ineptitud. ¿Me escuchas? No fue tu culpa, Ángel. Así que si quieres odiarme, hazlo. Ódiame, porque tomaré todo lo que vayas a darme. Pero no te destruyas, no te hundas porque entonces vas a acabar con los dos. Vas a matarme, mujer.

Mis ojos están fijos en los suyos.

La noche que le conté lo que había pasado, la noche en la que finalmente me liberé de esa pesada carga, vi a Alex llorar. Entonces supe que el comprendía mi dolor, tal vez, más que yo misma. Compartimos la pérdida de esos bebés.

— No voy a poder olvidarlo nunca — admito con una lágrima resbalando por mi mejilla.

Alex lame esa misma lágrima para limpiar mi rostro — no quiero que lo hagas. Tampoco creo que debas hacerlo, esos bebés estuvieron... — dejando su mano sobre mi estómago desnudo, Alex pregunta — ¿cuántos meses estuvieron dentro de ti?

— Cinco.

Alex asiente, tiene la mirada perdida — esos bebés, estuvieron contigo durante cinco meses. No tienes porqué dejar de recordarlos. Fuiste su mamá, y siempre vas a serlo.

Asiento, no puedo decir mucho.

— ¿Está mal si todavía me duele?

— Nunca estará mal, Ángel. Ni siquiera dentro de cincuenta años. ¿Entendido?

— ¿Y si un día te cansas de mí porque nunca dejo de llorarles?

— Pégame un tiro — me dice.

— Alex...

Él besa mi frente en respuesta — nunca me convertiré en un monstruo así, ¿me escuchas? E incluso dentro de cincuenta años, vamos a llorarles juntos.

— Sí, marido.

Es doloroso, porque nunca sabré cómo hubieran sido esos bebés. No volverás. Sus vidas... jamás van a regresar. Pero... tal vez si ellos vuelven a escogerme como su mamá, yo estaría muy feliz de volver a tenerlos conmigo.

— ¿En qué andas pensando?

— Te quiero — susurro cuando Alex besa mis labios.

Alex me mira con los ojos abiertos — ¿por el orgasmo?

— Alex... —le digo, dejando que me acomode entre sus brazos, sigo protestando.

— Está bien, está bien, perdón mi amor, yo también te quiero.

— ¿Pero mucho o poquito?

— Muchísimo — asegura.

— Me tienes que dar muchos bebés — susurro al ser encerrada en sus brazos.

— Tendremos ocho bebés.

— Pero dijiste que serían seis —me quejo.

— Ah, sí, perdón. Seis.

Por un momento me quedo en silencio, porque recuerdo aquella vez hace tiempo cuando le dije a un Alex borracho que solo le dejaría hacerme dos hijos. ¿Y ahora? Le estoy pidiendo seis.

— Tu les vas a cambiar los pañales a todos y te levantarás a darles el biberón en la madrugada — le aseguro.

Mi marido sonríe, creo que se ha dado cuenta del porqué le digo eso. Está sonriendo como un bobo enamorado. Él toma mis pechos con su brazo, los presiona para acercarse y besa el lomo de cada uno de ellos.

— Haré lo que quieras, pero tus tetas son mías. Vamos a darles el biberón.

— Alex...

— El biberón, dije. No pienso compartir a mis bebés con mis otros bebés.

— Tonto.

— Así me quieres.

— Sí.

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