🍫LA FÁBRICA DE CHOCOLATE 🍫|...

By Paulette_940

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Augusto, Violeta, Veruca y Miguel saben la verdad. Saben que Charlie sigue atrapado en esa fábrica infernal y... More

🍭Aclaraciones🍭
🍫Hace Diez Años🍫
🍬Hace Una Semana🍬
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🍫Hace Diez Años 🍫
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🍬Hace Seis Días🍬
🍫Hace Diez Años🍫
🍬Hace Seis Días🍬

🍫Hace Diez Años🍫

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By Paulette_940

Los flashes de las cámaras no la dejaban distinguir entre una persona y la otra.

Los periodistas se habían aglomerado en su casa de la noche a la mañana y todo por ese boleto.

Su mamá, por supuesto, los había dirigido a todos al cuarto de trofeos. Tenía un estante repleto de ellos. Si iban a salir en televisión mundial, pues debía mostrarles lo muy talentosa que era su hija.

—Claro que yo también tengo mis trofeos: por ser porrista —comentó su mamá, mostrando esa falsa alegría.

Violeta inhaló profundamente y siguió masticando el chicle. Aunque ese momento era suyo, su mamá siempre encontraba la manera de quitarle el reflector.

La gente no estaba conectada a sus televisores para ver cómo su madre intentaba recuperar sus días de gloria.

Estaban ahí para ver a Violeta Beauregard, la ganadora del Boleto Dorado.

Su mamá guardó silencio y le dirigió una mirada severa, aunque igual mantuvo a la vista su tétrica sonrisa de modelo.

El momento había llegado. Era hora de decir lo que tanto habían ensayado. No podía fallar, no estando en vivo.

—Yo sé que solo un niño ganará el premio especial, pero escuchen bien: no me importa quiénes sean los otros cuatro, yo seré quien lo obtenga.

—Diles por qué, Violeta —ordenó su madre.

—Porque soy una triunfadora.

Listo. Su madre asintió orgullosa y sonrió.

Eso era todo, había hecho la entrevista sin fallar un poco. Su misión había sido cumplida.

Su mamá giró de regreso a las cámaras y modeló unos segundos más.

Violeta se quedó de pie, masticando su chicle y esperando a que los desconocidos al fin se fueran para poder descansar.

Hubieron algunas otras preguntas más de por medio, pero no era nada que su madre no pudiese responder.

Solo tuvo que estar ahí media hora más, hasta que terminó.

—¡Y corte! —exclamó uno de los camarógrafos—. ¡Es todo, muchachos!

Las cámaras se apagaron, los micrófonos se alejaron de su cabeza y los periodistas cerraron sus libretas llenas de apuntes.

Y cuando supo que se acabó, un gran peso se esfumó de los hombros de Violeta. Era un peso raro, no lo había sentido al comenzar la entrevista pero siempre había estado ahí.

Sin embargo, no podía tirarse al abandono. Aún tenía muchas apariencias que guardar mientras sus visitantes se retiraban.

—Felicidades, pequeña.

—Eres la niña más afortunada.

—Ojalá seas la ganadora.

—¡Diviértete!

¿Divertirse? Eso era de perdedores. La gente como ella no podía darse el lujo de divertirse.

Todo debía salir bien, todo debía salir perfecto. Si se distraía en lo más mínimo, los planes de su mamá se irían por un caño.

—Hasta luego, gracias —los despidió su mamá desde la puerta—. Hasta luego, no olviden volver aquí cuando ella gane. Sí, gracias.

Violeta conocía tan bien a su mamá que había clasificado sus tonos de voz en categorías.

Ese tono, por ejemplo, era el de reina de belleza.

Su mamá había participado en esos concursos múltiples veces cuando fue joven, pero nunca consiguió el primer lugar.

Violeta sabía que cuando ella cumpliera dieciocho, entraría también a alguno de esos concursos y ganaría sin duda.

A lo que sea que ingresara, ella solo tenía una meta: ganar.

El más mínimo fracaso podía generar el caos total y para una Beauregard no existían las segundas oportunidades.

¡Ya tenía diez! ¡Por el amor de Dios! ¡No tenía tiempo para juegos!

¡Era momento de ponerse a trabajar!

Ella era Violeta Beauregard, ella era el futuro de su familia. No podía equivocarse.

Su mamá cerró la puerta y la calma regresó a su hogar.

Por fin...

Silencio.

RING. RING. RING.

El teléfono de su casa volvió a sonar. No había parado de sonar en toda la mañana.

Seguramente eran más periodistas o tal vez algún loco fanático que quería comprarle el boleto.

Fuese quién fuese, su madre descolgó el aparato y se lo colocó en el oído. Ella se iba a encargar del asunto, lo cuál era un alivio.

Cuando la mamá de Violeta decidía hacerse cargo de algo, era una buena señal. Al menos con ella nada saldría mal.

—Residencia Beauregard, dígame —contestó la señora.

Violeta pensó en retirarse e irse a dormir. Estaba a punto de dar media vuelta e ingresar a su cuarto.

Pero su mamá se pegó más al teléfono y mostró un rostro indignado. Eso la detuvo.

No era necesario ser adivina para saber con quién estaba hablando. Y tampoco debía ser bruja para descifrar el tema de conversación.

"Es papá" pensó ella, "está hablando con papá".

—Ah, ahora sí te quieres involucrar, ¿no? —le recriminó su madre—. Claro, tú siempre eres así. No trabajas nada pero bien quieres recolectar los frutos. ¡Siempre es lo mismo!

Su papá contestó algo del otro lado y su mamá negó con la cabeza.

—No, no vas a hablar con ella... ¿Cómo que "por qué"? Porque ella no quiere. ¡Pues yo no le voy a dejar! ¡¿Y a mí qué si quieres pasar tiempo con ella?! ¡Ya tuviste tu oportunidad, te di cientos de oportunidades! ¡NO! ¡No! ¡JA! Por favooor... ¡Te estás aprovechando de la situación! ¡No!

Su mamá se acercó al teléfono y le gritó amenazante.

—¡Pues debiste pensarlo antes de ir a revolcarte con tu zorra! ¡Sí! ¡No, no te vengas a hacer el santo! ¡NO! ¡Pones un pie cerca de la casa y llamo a la policía! ¡Claro, ahora yo soy la loca! ¡Claro! ¡JODETE, MALNACIDO!

Y tras eso, su mamá colgó el teléfono con fuerza.

Violeta percibió los retorcijones en su estómago y un nudo se armó en su garganta.

Era ridículo, ya no debería afectarle el asunto. Ella estaba grande, debía comportarse como alguien de su edad.

—Por el amor de Dios, ¿puedes creerlo? —preguntó su madre, sentándose en em mueble—. ¡El desgraciado ahora sí quiere involucrarse! ¡Ahora sí!

—Es indignante —respondió ella, casi como si lo hubiese memorizado.

—¡Claro que lo es! ¡¿Él acaso se ha involucrado en tu crianza?! ¡¿Eh?! ¡¿Acaso ha hecho algo por ti?! ¡NO! ¡YO SIEMPRE LO HAGO TODO!

Violeta solo guardó silencio, esa era su rutina cada vez que su mamá entraba en ese tipo de crisis.

"No llores, Vi, ni es buen momento", se repitió mentalmente, "solo mastica el desgraciado chicle, pero no llores".

—¡Por mí tienes comida, tienes ropa, tienes educación! ¡¿Acaso él se preocupa por algo de eso?! ¡NO! —siguió su mamá—. Pero claro, ni bien ve que has conseguido algo, ahí sí se quiere meter en el asunto, ¿para qué? ¿Para andar presumiendo: "oigan, esa niña de la tele es mi hija"? ¿Para jactarse de algo que no hizo? ¿Quiere fingir que es el "padre del año"? ¡Que no joda!

Inhalar, exhalar e inhalar otra vez. No tenía nada más que hacer. Su mamá estaba lo suficientemente enojada como para causar otro drama.

—Obviamente yo iré contigo a la fábrica —dijo ella—. Que ni se le ocurra a ese señor venir por ti.

—De acuerdo, mamá —contestó en automático.

—Vamos a salir adelante, ¿verdad?

—Por supuesto, mamá.

—No dejaremos que ese señor nos vea así. No podemos mostrarnos derrotadas. Vas a ganar a ese concurso y le mostrarás que podemos lograr muchísimas cosas solas las dos, ¿ok?

—De acuerdo, mamá.

—Ven conmigo —pidió ella y dio dos palmaditas en el cojín a su lado.

Violeta asintió y, sin muchas opciones, se acomodó al lado de su mamá. La señora le acarició su perfecto cabello rubio y luego la abrazó de los hombros.

Ahí estaban las dos. Siempre habían sido las dos contra el mundo. Y siempre serían solo las dos.

En una sociedad tan complicada y destructiva no había tiempo para los errores, no había tiempo para fallar y menos para ellas.

Ya de por sí estaban en desventaja, pero no podían permitir que el mundo las viera vulnerables.

Violeta observó de nuevo al boleto dorado entre sus dedos y sonrió levemente. Era un avance.

Solo le quedaba ganar el concurso, nada más. Solo quedaba enorgullecer a su mamá y resfregarle ese triunfo en la cara de su papá.

Solo le quedaba llegar a la perfección y ella estaba a muy pocos pasos de conseguirlo.

—Soy una triunfadora —susurró, queriendo creerlo.

—Así es, mi amor.

Así tenía que ser, no habían más alternativas.

Ella era Violeta Beauregard, ella iría a la fábrica de chocolate y ella iba a demostrarle al mundo de lo que era capaz.

Ella iba a ganar, porque era Violeta Beauregard y era una triunfadora.

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