Nunca te fíes de un Miller

By SelenaBrente

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Candace Herrick no ha sido precisamente la persona más afortunada de la historia. No, definitivamente la pal... More

SINOPSIS
II. Desgraciado uno y desgraciado dos
III. Monet
IV. Tocahuevos
V. La idea

I. Corre

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By SelenaBrente

I

Corre

Noto un leve hormigueo comenzando a dominar mi cerebro. Aturde un poco, de momento solo un poco. Casi nada.

Miro el vaso que sostengo entre mis dedos mientras, seducida por el ritmo de la estridente música, empiezo a cabecear al compás con ella. El contenido del vaso está mucho más abajo de la mitad. No he bebido muchos de estos a lo largo de mi vida, pero sí los he servido.

Una mano se posa sobre mi hombro izquierdo y me vuelvo de inmediato en su dirección. Es Ally, también conocida como la rubia de largas piernas con la que comparto piso y la culpable de que yo esté aquí hoy.

Hace un gesto hacia su bolso antes de colocarse la correa de forma que quede cruzando su torso.

—He decidido qué mejor iré al baño antes de pedirme la siguiente copa.

Asiento, planeando contestarle con un "me parece bien", pero antes de hacerlo me toma de la muñeca, decidida.

—¿Me acompañas? —Pregunta, en realidad sin esperar respuesta alguna.

Comienza a caminar dirigiéndonos a los lavabos de chicas. Como era de esperar, tenemos que hacer cola para entrar.

—Me siento más hinchada que un globo de feria... —me dice colocándose una mano sobre el estómago.

—Quizá debimos haber cenado en casa —musito, regalándole una sonrisa empática.

Ella se encoge de hombros, al mismo tiempo que sacude la cabeza.

—Ya da igual, lo que es seguro ahora es que lo que va a presenciar ese váter va a ser de lo peor que verá en toda su carrera como retrete de discoteca.

Yo me rio cómplice. Ally es bastante transparente. Me mira con sorna y añade, poniendo la cara que pone alguien cuando te va a soltar un dato curioso:

—¿Sabes cómo Google define "cagar"?

Arqueo mis cejas, apretando mis labios disimulando una sonrisa.

—¿Cómo? —Pregunto.

—Evacuar el vientre en postura sentada —responde, con tono refinado y un falso acento sureño muy pudiente, luego estalla en una carcajada.

—¿Eres de las personas que busca ese tipo de datos curiosos en Internet o cómo explicas saber eso?

—Bueno —vuelve a encogerse de hombros—, soy una persona curiosa que hace búsquedas curiosas en Internet mientras caga.

Me uno a su risa, negando con la cabeza.

Es nuestro turno de entrar al lavabo, yo me quedo cerca de los lavamanos mientras Ally se abre paso hacia un cubículo disponible. Al verla entrar con el bolso, me pregunto para qué he ido con ella si no le estoy ayudando a sostenerlo o algo por el estilo. Luego recuerdo que a veces no hay papel higiénico y tienes que usar tus pañuelos, entonces tiene sentido.

Escucho vomitar a alguien desde la parte derecha del lugar, arrugo la nariz y me termino de un solo trago lo que me quedaba de copa. Una chica que se está lavando las manos cerca de mí me mira interrogante, como preguntándome qué hago bebiendo en el lavabo.

—Aún no me la había acabado y no tenía dónde dejarla —le explico amistosamente, levantando el recipiente vacío.

Ella asiente, comprendiéndolo.

—Bien hecho, si vas sola es mejor que nunca dejes tu copa por ahí —añade.

La desconocida camina hacia el secador de manos y coloca sus palmas debajo, luego sale del lavabo abriéndose paso entre la fila de chicas que esperan.

—Ya, ya lo sé —digo para mí, en un susurro—. Yo también leo las noticias.

Después de varios minutos, me acerco a la puerta del cubículo donde está Ally y repiqueteo mis nudillos contra el material.

—¿Ally, estás bien?

—Creo que he estado mejor —responde y luego se ríe—. No tenía muy claro si podría hacer del dos en un váter público pero al final he hecho hasta del tres.

Curiosa, pregunto:

—¿Del tres?

Conozco el código sobre hacer del uno o hacer del dos, pero, ¿qué significa hacer del tres?

—Vomitar hasta tu primera papilla. Eso es hacer del tres.

—Mierda, Ally —me rio. No de ella, ni de la situación, si no del humor que se gasta para todo.

—Estoy batiendo todos los récords de las cosas más escalofriantes que ha visto este retrete.

—Puedes estar orgullosa —le digo entre risas.

—¡Uy sí! Menuda mierda de vida debo de tener si me debo sentir orgullosa de esto.

Nos reímos al unísono.

—Bueno, no te frustres. Tómate tu tiempo. Llamaré a un taxi que nos lleve a casa.

—¿A casa? —Pregunta, como incrédula—. ¿Tan pronto?

—¿Quieres que en vez de llamar a un taxi ahora me toque llamar a una ambulancia después?

—¡Oye! Que estoy bien, va en serio, solo consígueme un pañal y listo.

Suelto una carcajada.

—Si necesitas un pañal a tu edad no estás bien del todo, créeme.

—¡Y qué lo digas nena! —Se oye decir a una voz desconocida desde el cubículo de la izquierda.

Me tapo nariz y boca con una mano en un intento por controlar el ruido de mi risa. Esta conversación es cada vez mejor.

—Una copa más y nos vamos —insiste Ally, ignorando a la voz entrometida y poniendo tono de súplica—. Una para ti. Yo solo quiero bailar un poco más.

—¿Bailar la danza de me estoy cagando? Eso no es muy sexy que digamos, chica —Vuelve a comentar la voz del cubículo de la izquierda.

—Me da igual no resultar sexy. Solo quiero bailar un poco más. A saber cuándo podré volver a salir de fiesta. —Replica Ally—. Igualmente, si alguien debe resultar sexy esta noche es mi amiga. Es ella la que tiene que ligar hoy.

Chasqueo la lengua, en obvia desaprobación.

—No estoy muy interesada que digamos... —dejo caer, como excusándome.

—¿No era ese best-seller erótico tan vendido lo que estabas leyendo esta tarde entre suspiros? —Me pregunta Ally, acusatoria.

—¿Y? —Salto—. Eso no significa que no pueda pasarlo muy bien conmigo misma. De hecho, creo que significa justo eso.

—Estoy a favor de pasarlo bien sola y/o acompañada, ¡solo diviértete nena! —Añade una vez más la desconocida.

Se oye el ruido de la cisterna del cubículo de Ally y segundos después abre la puerta. Me sonríe.

—Gracias voz desconocida, un placer —dice hablándole a la chica del cubículo de la izquierda—. Me lavo las manos y vamos sí o sí a por tu última copa, ¿vale? —Me dice a mí.

—¡Igualmente, chica dos y tres! —Dice la voz, riéndose.

Sonrío por la broma de la desconocida y luego me encojo de hombros, aceptando a esa última copa. Finalmente, no soy su madre, y ella ya es mayorcita. Además, parece encontrarse mejor.

Una vez fuera de los lavabos, dejo el vaso vacío sobre la barra y Ally me invita a mi última copa, un Bloody Mary bastante bueno. Ally flirtea un poco con el camarero que nos atiende, iniciando la conversación afirmando que es una cliente recurrente, a lo que él le responde que le parece no haberla visto antes. Su respuesta me hace reír: "bueno, si quieres verme más puedo darte mi número".

Ally está en otra liga en eso de ligar. A mí esas respuestas no me salen en automático, así, de manera espontánea. A ella sí.

En un intento por darles algo de privacidad en una barra que en realidad está abarrotada de clientela, me aparto un par de metros con mi cóctel entre manos.

Con el temazo que está sonando parece que en vez de estar caminando por el lugar, lo que estoy haciendo es sumergirme en una marea de cuerpos alegres y danzantes. Sin acompañante de baile y sin intenciones de encontrar uno, comienzo a contornearme un poco al son de la música.

La mezcla creada por el dj hace sonar una canción que dice "this is the last twenty dollars I got, but I'mma have a good time ballin' tonight" y se me escapa una risilla porque es una buena definición de mi vida en este preciso momento. Alzo mi copa y bebo un trago, como brindando por mí conmigo misma, mientras bailoteo sola casi en medio de una pista llena de gente "feliz".

—¡Hey! ¡Tú sola te montas la fiesta entera! —Me grita Ally acercándose a mí—. ¡Pero yo quiero unirme, nena! —Dice, imitando la entonación de voz de la desconocida con la que charlamos en los lavabos.

Yo le dedico una sonrisa de complicidad y le tiendo una mano para que se una. Y lo hace, se une. Y bailamos juntas. Y hacemos algún que otro paso de baile muy ochentero mientras compartimos risas. Y nos olvidamos un poco de nuestras vidas, de lo que va regular, de lo que va mal, incluso hasta de lo que va fatal. Solo cuenta este preciso instante del presente, el temazo que suena de fondo y lo bien que se siente canturrearlo con una amiga, mientras haces un poco el ridículo de vez en cuando con pasos de bailes de treinta años atrás.

Luego se acaba.

A mi copa no le queda nada del contenido rojizo que tenía cuando me la empecé y Ally vuelve a sentirse mal. Así que sí, se acabó.

—Demasiado esfuerzo físico para alguien que prácticamente se ha deshidratado por completo —dice Ally mientras salimos del local.

—Desde luego, pero tranquila, voy a llamar a un taxi.

—¿A un taxi? Nos saldrá por un ojo de la cara —Se queja—. No estamos muy cerca de casa que digamos.

—¿Y cuál es tu plan? —Pregunto buscando en Internet qué alternativa de trasporte sería más asequible—. ¿El metro?

—¡Dios, no! ¿Y estar en casa en tres horas? —Resopla—. Lo que pasa es que a esta hora el transporte en taxi o Uber debe estar carísimo. Y no tengo mucha pasta... no sé yo...

—Te encuentras mal, si no quieres ir en metro, nuestra única opción es ir en taxi u otra alternativa de ese estilo —explico—. Evidentemente pagaremos a medias.

—Tú tampoco tienes pasta —recalca.

Y es cierto. Ally hace una mueca de cansancio y de malestar.

—Bueno, hagamos esto: pidamos un taxi que nos acerque a casa lo máximo que nos permitan nuestros bolsillos, luego caminamos o vemos qué hacemos, ¿te parece bien? —Propone—. A mí me parece la mejor idea.

Asiento concordando con ella. Nos sentamos en el borde de la acera mientras pido un taxi desde la aplicación de mi móvil. Por un momento, la voz de mi conciencia me hace dudar de si caminar hasta casa a estas horas sería una buena idea, teniendo en cuenta que vivimos en uno de los barrios del Bronx que no son tan seguros como me gustaría.

Sacudo la cabeza, en un intento por alejarme todos esos pensamientos de mal augurio. De reojo veo cómo Ally se vuelve un poco para mirar hacia la entrada de la discoteca.

—Que pena irnos ya, con lo divertido que ha sido colarte ilegalmente —se ríe.

Yo me uno a su risa.

—Quizá tu diarrea es una señal de que no debimos hacer eso —me burlo.

—Eh, diarrea no, se dice evacuar el vientre en postura sentada —me corrige, con cara de póker.

Luego las dos estallamos en carcajadas.

Llega nuestro taxi. A los cinco minutos de viaje Ally se queda adormilada con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla de su asiento. Yo controlo el recorrido que hacemos desde la aplicación de mapa de mi móvil, corroborando que vamos hacia la dirección que deseamos ir.

Cuando quedan más o menos cuatro minutos según el mapa para llegar a casa, Ally se despierta de golpe y extiende una mano en mi dirección buscándome a ciegas, ya que no me está mirando. Mantiene sus ojos cerrados con fuerza, se yergue en su asiento y coloca una mano tapando su boca.

—Bajemos —balbucea—. Quiero vomitar.

Bloqueo mi móvil y me lo guardo, dándome prisa por sostener su mano y buscar la manecilla para abrir la puerta.

—Pare aquí, por favor —le digo al conductor, quien me hace caso a los dos segundos.

Hemos parado en media calle, pero por suerte no vienen coches detrás de nosotros. Abro mi puerta, y me estiro sobre el regazo de Ally para abrir la suya. Le indico que salga y que tome aire, que me espere mientras pago el viaje.

—Le pagaré a través de la aplicación, ¿vale? —Le indico al conductor saliendo del coche por mi lado y volviendo a tomar mi móvil.

Cierro la puerta y camino hacia el lado del coche donde se encuentra Ally, ella está mirando al suelo con la nariz y la frente arrugadas, la expresión mundial del asco y las nauseas mezclados.

Gestiono el pago desde mi teléfono antes de decirle al conductor:

—Listo, muchas gracias —mientras tomo el brazo de Ally para conducirla a la acera.

—¿Estáis cerca de casa? —Pregunta el conductor, mostrando preocupación en el tono.

—Sí, sí, gracias. Ahora salen a nuestro encuentro, nos están esperando —Le digo dedicándole una rápida mirada sobre mi hombro mientras avanzo con Ally a la acera—. No se preocupe. Gracias.

El señor asiente una vez, luego me parece ver como si se encogiera de hombros antes de arrancar el coche. Le veo alejarse y pienso en que en coche tan solo nos quedaban unos cuatro minutos para llegar a casa, ahora, a pie, nos quedan alrededor de diez minutos.

—¿Cómo te encuentras? —Le pregunto a Ally escaneando su cara en una rápida mirada comprobatoria.

—Un poco mejor —dice, luego da una profunda bocanada de aire y la suelta—. De haber seguido dentro del coche medio minuto más habría vomitado. Y eso de seguro no le habría gustado mucho a ninguno de los presentes.

—Tranquila —le digo, posando mi mano sobre su espalda para reconfortarla—. Nos quedan unos cuantos minutos para llegar a casa. Démonos prisa, así descansas cuanto antes.

—Vale.

Una vez ya en camino, repaso todo nuestro al rededor con la mirada, lo hago con cada calle que cruzamos, para tener en cuenta si tenemos compañía, y de tenerla, de cuántas personas se tratan. Ese nivel de control quizá roza lo insalubre psicológicamente hablando, pero es que la inseguridad que siento en la calle a esa hora, sabiendo que en realidad no hay nadie que vaya a venir a nuestro encuentro para acompañarnos a casa, que ni siquiera hay alguien que nos está esperando en casa, mejor dicho, que la única protección o seguridad de que estaremos a salvo que tenemos es lo rápido que yo pueda coger mi móvil y llamar a la policía, y sobre todo, lo rápido que podamos correr, porque queda claro que estar sola en la calle no basta para estar segura del todo... en fin, encuentro normal que el nivel de control empleado al ir sola por la calle casi roce lo insalubre. Te da la vana sensación de que controlando todo, cada centímetro, cada detalle, cada cruce de miradas, podrás evitar algo. Cuando en realidad, el hecho de que algo malo te pueda suceder, lastimosamente no tiene nada que ver contigo.

Nos quedan dos calles para llegar a casa cuando Ally me roza disimuladamente una mano con uno de sus dedos. Yo también los he visto.

—Seguro ni nos ven —susurro.

Me baso en el hecho de que los dos grandes hombres que se encuentran a unos cuantos metros delante de nosotras, caminando en medio de la calle, se tambalean como si estuviesen ebrios perdidos.

—No les miremos y caminemos rápido —indico.

—Está bien —concuerda Ally.

Recorremos la distancia que nos separaba con los desconocidos y en ningún momento dirigimos nuestras miradas en dirección a ellos. Puedo notar cómo las dos retenemos el aire dentro de los pulmones mientras pasamos a unos metros de distancia de ellos, esperando que sigan a lo suyo, sumidos en su conversación y ni nos noten. Y, de notarnos, que no se les ocurra importunarnos.

Comienzo a liberar poco a poco el aire que retenía una vez habiendo establecido casi dos metros de separación con los desconocidos. Es entonces cuando dejo de escuchar el ruido de sus pasos torpes. Inmediatamente recuerdo el tamaño que tenían, haciendo un cálculo mental, pensando en las posibilidades que tengo de vencer golpeándolos en la cara o en la entrepierna, de llegar el caso, claro. Toco mi bolso, mi móvil está dentro. Si me doy prisa y soy disimulada, puedo marcar el 911 sin que se enteren.

—¡Eh, vosotras dos!

Escucho bramar a una de sus voces. Cierro los ojos pesadamente, mascullando un "mierda" amargo.

Ally me toma de la muñeca con fuerza. La miro. Sacudo la cabeza.

—No hemos oído nada, sigamos —le susurro.

—Son dos...

—Lo sé. Démonos prisa, Ally.

—Sí —titubea ella.

Nuestro paso acelera, y la voz vuelve a oírse.

—¡Ey, vosotras dos! ¿No nos habéis oído?

—Que mierda de gente —farfulla Ally, claramente frustrada.

Hago un gesto con la cabeza que le indica que mejor echemos a correr, un gesto que mi compañera de piso entiende a la perfección.

—¡Ah, no no! —Grita uno de ellos y se echa a reír.

No lo dejan estar al ver que hemos empezado a correr, todo lo contrario, echan a correr detrás de nosotras.

Mentalmente entro en pánico, y es muy posible que eso irremediablemente me acabe afectando fisicamente. Me noto nerviosa, torpe, y cuando le veo a uno de ellos alcanzarnos, pego un chillido de conmoción. El desconocido en consecuencia se ríe aún más.

—¡Vete, déjanos o llamaré a la policía! —Amenazo apretando mi bolso, llevando ambas manos para abrirlo.

Sin que haya pasado más de un segundo de que yo terminara de decir eso, el hombre que me tiene a su alcance estira sus brazos en mi dirección y me empuja con fuerza. Aterrizo sobre mi muslo izquierdo y mi piel se resiente. Mi pantalón me cubre un poco por debajo de la mitad del muslo, así que no es suficiente para resguardarme del tosco material de la acera. No obstante, al haber colocado las manos al caer, he impedido que el empujón me tirara del todo contra el suelo.

Esperaba alguna reacción de su parte, pero esa no. Bueno, realmente no quería pensar que cruzaría esa línea tan rápido.

Ally lo presencia todo, y le dedica una mirada envenenada.

—¡¿Pero qué haces, idiota?! ¡Aléjate! —Brama en su dirección—. ¡Alejaos los dos o chillaremos hasta que la policía llegue!

El hombre, sonriendo burlón, hace desaparecer la pequeña distancia que los separaba.

—¿Qué pasa, bonita? ¿Llevas un puto megáfono, una puta Batseñal en el bolso o algo así? ¿Piensas usarla o qué? —Le pregunta burlonamente, antes de echarse a reír.

Me incorporo de un salto, devolviéndole el empujón para apartarlo de Ally. Él es bastante más alto que yo, su cuerpo es más grueso que el mío, y no se tambalea tan fácilmente. Me mira fijamente, repasándome de arriba a abajo con la mirada. A esa distancia de él puedo percibir el olor a licor que emana.

—Tenéis ganas de marcha, ¿eh? —Suelta.

—Vete a la mierda y déjanos en paz —le espeta Ally, buscando algo en su bolso, saca su móvil y marca rápidamente en el teclado el 911.

Se coloca el móvil cerca de la oreja, mirándolo con dureza y al mismo tiempo con miedo. Él, en un abrir y cerrar de ojos, se abalanza sobre ella, propinándole una bofetada que hace que Ally pierda el equilibrio y caiga de rodillas al suelo, en la caída su móvil se resbala de sus manos.

—¡Ally! —Grito consternada por lo que acabo de ver, queriendo acudir en su ayuda, pero dos brazos me frenan de inmediato, colocándome contra el pecho del otro hombre y apretándome con fuerza—. ¡Déjame! —Empiezo a chillar con todas mis fuerzas—. ¡Déjame, idiota! ¡No tenéis ningún derecho de golpear a nadie! ¡Os voy a denunciar!

Mientras me esfuerzo por reunir cada vez más fuerzas para gritar aún más alto y resistirme al agarre, el hombre que me tiene agarrada me levanta haciendo que yo, al dejar de tocar el suelo, pierda la fuerza que me daba impulsarme contra el suelo para retorcerme entre sus brazos. Habiendo perdido la posibilidad de coger impulso desde abajo, empiezo a lanzar patadas a todos lados.

—¡Suéltame, desgraciado! ¡Suéltame ahora! —Sigo gritando.

—Da igual que grites —me dice el que me sostiene, clavando sus labios sobre mi oreja derecha—. Nadie te va a oír. Y aunque te oyeran, ¿te crees que a alguien le importan dos pobres putas?

Cabeceo para apartarlo de mí.

—No soy una puta —digo entre dientes—. ¡Os voy a denunciar a los dos! ¡Vais a tener que pagar por esta mierda!

El desgraciado número uno, el que me empujó y golpeó a Ally, clava una rodilla en el suelo en cuanto ve que Ally alcanza su móvil, la agarra del pelo y le quita el móvil. Con delicadeza, aún manteniendo el agarre en su pelo, mientras ella se remueve adolorida por el bruto agarre, lleva su dedo sobre la pantalla del móvil y pulsa "colgar". Me enseña el mensaje de "llamada finalizada", luego se lo enseña a Ally y arroja el móvil a unos metros de donde están.

—¿Te ha servido de algo hacer eso, rubita? —Le pregunta—. Yo creo que no. Tu Batseñal es bastante defectuosa.

Estira más de su pelo, a lo que ella responde con un grito de dolor.

—¡Déjala en paz! —Bramo en su dirección.

En respuesta a mi petición él la levanta del suelo estirando de su agarre, y ella cediendo al dolor se levanta, pero seguidamente a saberse de pie intenta propinarle un puñetazo. El desgraciado lo recibe como si lo hubiese estado esperando.

—Ojalá la chupes mejor de lo que golpeas —Se burla, dibujando una sonrisa de oreja a oreja.

Ally, llena de furia, vuelve a intentarlo. Esta vez su puño acaba sobre los labios de ese repugnante hombre, haciendo que deshaga su asquerosa sonrisa. Tras el impacto, la mano de él deshace el agarre que tenía hecho en el pelo de Ally, y ella casi perdiendo el equilibrio intenta separarse.

—¡Ally corre! —Grito desesperada.

El corazón me va a mil por minuto. Tengo adrenalina pura inyectada en la sangre.

Sé que si Ally logra escapar todo habrá terminado, habremos ganado. Vendrá la policía, se los llevarán. El desgraciado uno y el desgraciado dos se quedarán un tiempo entre rejas.

Ally logra correr, y yo jadeo, a punto de estallar, presa del pavor, de las mil y un emociones que me recorren el cuerpo.

—¿A dónde te crees que vas, puta rubia de mierda? —Brama el desgraciado número uno, persiguiéndola.

—¡No, déjala! —Chillo, desbordada y sintiéndome muy impotente—. ¡Déjala en paz!

—Tú cállate —me ordena el desgraciado número dos, pasando a sujetarme únicamente con un brazo para llevar su mano derecha a mis mejillas y apretarlas con sus dedos hasta hacerme daño—. Quieta y calladita quizá lo pases mejor de lo que lo va a pasar tu amiguita.

De nuevo insisto en mi intento por librarme de su agarre, pero solo consigo que me suelte la cara para volver a encerrar mi cuerpo entre sus dos brazos.

—¡Que te quedes quieta! —Me chilla, zarandeándome.

Oigo un chillido y busco a Ally con la mirada, su cuerpo se encuentra debajo del cuerpo del desgraciado número uno.

—¡Déjala ahora mismo! ¡Te juro que te denunciaré, acabarás en la maldita cárcel, pedazo de desgraciado! —Amenazo con todas mis fuerzas en su dirección.

—¿Ah sí? —Oigo que me responde—. ¿Quieres que te dé un motivo para denunciarme? Pues aquí tienes uno, atenta.

Aprovechándose de que tiene el control sobre Ally al estar aplastándola, le propina otra bofetada. Oigo su jadeo de dolor.

—¡Eres un pedazo de mierda! —Le grito.

El desgraciado número dos pasa de nuevo a sujetarme solo con un brazo, esta vez para encerrar su mano al rededor de mi cuello, en un intento por callarme, por controlarme más.

—Cállate de una vez —susurra en mi oído, apretando con fuerza mi cuello.

Pierdo bastante la fuerza al no poder respirar bien. Mis gritos salen débiles, y solo puedo observar desde mi ángulo como Ally sigue luchando por zafarse de aquel desgraciado.

Me siento cada vez más débil. De mis ojos comienzan a brotar lágrimas llenas de desesperación. Reboso odio y asco por dentro. Me siento tan impotente cuando veo cómo ese hombre coloca una de sus manos en una de las piernas de Ally en contra de su voluntad, veo sus intenciones y tengo ganas de vomitar, de destrozarlo con mis manos.

—Que pare —digo con la voz ahogada, el desgraciado número dos no ha dejado de asfixiarme en ningún momento—. Dile que pare. Lo mataré...

Comienzo a sentir que pierdo el sentido. Escucho cada vez más débiles los gritos de miedo, desesperación y asco de Ally. Cierro los ojos, luchando aún por lograr respirar, pero estoy perdiendo miserablemente en el intento.

De pronto, se oye un ruido fuerte en la calle.

El miserable que me está estrangulando ladea su cuerpo en dirección al origen del ruido. Gracias a eso puedo divisar la figura de alguien que está de pie en medio de la calle a unos metros de nosotros.

Al parecer, Ally también le ha visto, porque comienzo a oír como le pide ayuda a gritos. Son gritos desesperados, llenos de miedo y rabia.

Lucho por afinar más mi foco visual e interceptar si se trata de alguien en concreto, como un agente de policía o algo así, o al menos alguien que conozcamos, pero pronto me doy cuenta de que no parece policía y tampoco se trata de alguien que conozcamos. Solo es un desconocido más.

Un desconocido que está ahí, de pie en media calle, mirándonos. 

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