El Fantasma del Lhanda

By GemAysh

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Viajar en una nave aérea con todo lujo imaginable no es algo que llame la atención por desagradable. Ser aten... More

Prologo: persiguiendo a un fantasma
Capítulo 1: Con las manos en la almohada
Capítulo 2: Skywy Avenue
Capítulo 3: Surina tenía Razón
Capítulo 4: Reactivos y productos
Capítulo 5: Traición
Capítulo 6: Recompensa
Capítulo 7: La culpable de todo
Capítulo 8: Davalhiam
Capítulo 9: Hipotéticamente
Capítulo 10: Vapor y Sangre
Capítulo 11: Olvido
Capítulo 12: Flotando
Capítulo 13: Jaula Abierta
Capítulo 14: "¿Puedes verme?"
Capítulo 15: Intercambio de favores
Capítulo 16: No estamos solos
Capítulo 18. Pasadizos secretos
Capítulo 19: Monstruo
Capítulo 20 Escape fallido
Capítulo 21. Los hijos del gobernador
Capítulo 22.- Bocazas
23.- El inicio de todo
Capítulo 24.- Gato y Ratón
Capítulo 25.- Costumbres de los magos.
26.- Compasión
Capítulo 27 .- El momento idóneo.
28.- Motivo de cambio
Cap. 29.- Contrarreloj
Capítulo 30- La vista al cielo.

Capítulo 17: Recuerdos del Pasado.

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By GemAysh

Recuerdo a la perfección aquel día, era un día soleado de verano. La verdad es que estaba un poco cansada tras el entrenamiento de la tarde. Era nefasta memorizando los hechizos, casi ni siquiera recordaba el de invisibilidad, pero cuando lograba uno, mi maestra se pasaba toda la tarde haciéndome practicarlo.

Aquel día por fin había conseguido finalizar el hechizo de levitación, volví agotada a casa, después de haber mantenido durante horas una roca en suspensión. No es que la hubiera estado moviendo, no, en parte eso era más fácil, como si el impulso de tenerla en movimiento luego facilitara la cosa. Mi maestra me había obligado a dejar la roca suspendida a unos 2 metros sobre el suelo, y la había cubierto de un hilo con cascabeles. Si se movía, me hacía cosquillas y me exigía mantenerla ahí 10 minutos más.

Lo que había comenzado como un entrenamiento de una hora, había acabado como un día agotador, de 5 horas.

Volvía a casa machacada, en verdad no sabía como podía seguir moviéndome, llevando un pie delante del otro. Pero lo hacía satisfecha con mi trabajo. O bueno, eso esperaba, aunque no recordara el hechizo. Mi memoria, sin duda alguna, es nula a la hora de memorizar.

Justo cuando llegaba, el sol salía por las colinas, reflejándose en mi cara. Dejé que los rayos lumínicos me despejaran un poco y me dieran fuerzas, mientras buscaba en el bolsillo las llaves de casa.

Al mismo tiempo que yo llegaba a la puerta, ésta se abrió y dejó paso a mi hermano. Vestido de uniforme, repeinado y elegante, se dirigía a su trabajo. Era un soldado raso, apenas había comenzado en el ejército, pero me sentía orgullosa de él.

Y la verdad, muchos se preguntarían por qué, ya que los soldados se encargaban de buscar brujas, perseguirlas y entregarlas, para un fin que ni siquiera ellos sabían. Pero mi hermano era una persona que no me atraparía, y se enteraba antes de las nuevas normas. Tal vez mi historia, sin él en el ejército, sería muy diferente.

Me revolvió el pelo con cariño mientras yo le colocaba el cuello de las camisas, estaba hecho un desastre, por las prisas.

- Duerme algo- Me dijo.

- Y tú come algo- Le contesté yo, entrando en casa y buscando un sofá en el que tumbarme. No tenía fuerzas para subir las escaleras, ni siquiera sabía cómo había sido capaz de llegar hasta el sofá, pero me quedé ahí desfallecida, simplemente con los ojos cerrados, sin sentir nada, sin soñar nada.

Al cabo de un rato, mi madre, corriendo las cortinas del salón y dejando que los rayos de luz solares se posaran sobre mis ojos, logró despertarme. Intenté revolverme un rato, pero llevaba demasiados años despertándome como para no poder en ese momento.

- Ah, no, jovencita.- Dijo, utilizando una palanca para volcar el sofá en el que estaba. En mi casa se sabía demasiado sobre física.- Si trasnochas, luego lo sufres.

- Pero mamá, estaba entrenando.

- Me da igual, también tienes tareas que hacer, así que desayuna y ponte a ello.

 Suspiré y me dirigí con cansancio a la cocina, preparando el desayuno para mis padres, aparte de para mí misma. Cuando acabé mi padre se había despertado y caminaba medio dormido hacia el desayuno. Le di un beso en la mejilla, más despejada, antes de cederle el asiento. Después, me dispuse a hacer las tareas del hogar.

Si no fuera por la puerta que se abrió con un estruendoso golpe, mostrando a mi hermano jadeante, con miedo en su mirada.

Y entonces, se me encogió el corazón.

- Han aprobado la ley. A partir de ahora, hay una caza de brujas en toda Elaika.

Miré a mis padres no sin cierta incredulidad, desde luego, en Elaika se habían vuelto todos locos si pensaban que esa caza de brujas les haría algún bien. La mayoría de los reinos colindantes contaban con un amplio grupo de miembros mágicos, nadie apoyaría semejante locura.

Pero aun así, lo hacían. Y sabía perfectamente lo que eso significaba.

Mi padre fue el primero en recomponerse.

- ¿Has hablado con Aglalia?- Mi maestra, durante unos segundos me había olvidado de ella.

- No sé, vine en cuanto lo supe.- Comentó Tao, acercándose. Notó mi preocupación y trató de sonar tranquilo.- De todos modos, es demasiado buena como para dejarse pillar. Se ocultará, escapará…

Huir como cobardes, no nos quedaba otra cuando cada ciudadano de un país entero iba en tu búsqueda.

Corrí fuera de mi casa, dejando a mis padres y mi hermano algo anonadados, y fui recorriendo las casas del vecindario hasta dar con la de Surina. No me molesté en ir a la puerta principal, puesto que tardarían siglos en dar señales de vida (era demasiado temprano como para que los padres de mi amiga estuvieran despiertos, y todos en esa casa tenían el sueño muy profundo). Subí al árbol cercano a la casa, y entré por la ventana abierta de Surina.

La chica seguía en su cama, su cabello rubio cubriendo la cama por completo, y una sonrisa angelical en el rostro. Me dio mucha lástima despertarla de aquel mundo seguramente perfecto, para lanzarla a la realidad en la que nos encontrábamos.

- Surina, traigo malas noticias…

A la semana siguiente, ambas cogimos un tren dirección Minabi, despidiéndonos de nuestros familiares.

Mi hermano subió con nosotras y nos escoltó hasta el puerto, Surina subió rápidamente, pero yo me entretuve y le abracé. Estaba muy compungido.  Procuré que no se me escaparan las lágrimas. Ya era una mujer adulta, simplemente estaba independizándome, viajando a un país diferente del que apenas sabía algo, escapando de una ley que quien sabe qué podría hacer conmigo.

Le abracé, intentando controlarme, abrazarle con fuerza era lo único que necesitaba en aquel instante. Aspirar por última vez en mucho tiempo el aroma a casa.

Saqué de mi bolsillo un pequeño colgante con tomillo. Era alérgica, y así sabía que podía recordarme.

- Es un Zane.- Zane, para nuestra familia, significaba un objeto que te hace continuar siempre adelante, incluso en situaciones tan adversas como en la que me encontraba, que te hacía luchar por tus ambiciones. – Para que me recuerdes.

Comenzaron a llamar a la gente para que los rezagados fueran entrando, y con un último abrazo a mi hermano, me adentré en el dirigible.

Nada más entrar, noté que los ahorros de mi hermano y Surina habían sido suficientes como para cubrirnos un viaje en un dirigible de lujo. El Lhanda era conocido por su novedosa cubierta, que permitía admirar las vistas y del clima, si el tiempo lo permitía. Se veían lámparas de gas cubriendo cada extremo, arañas de cristal colgando del techo. La decoración tenía tonos cobrizos y dorados, había infinidad de espejos y obras de arte que, como observé, estaban a la venta si alguno de los acomodados pasajeros decidía llevarse un recuerdo del barco.

Surina, emocionadísima, me arrastró a nuestro camarote. Era uno con dos camas bastante grandes, separadas apenas por una mesita. Cuando comencé a ser un fantasma, cambiaron una cama del camarote, no sé por qué, y quedó sólo una. Por aquel entonces parecía menos espacioso delo que es ahora, pero todo nos parecía enorme, las camas eran el doble de nuestras camas en casa, y la bañera era tan grande que hasta podríamos bañarnos al mismo tiempo. Surina ocupó su armario y la mitad del mío, y yo comencé a colocar, lo primero, mi grimorio.

- Me alegra que vinieras conmigo.- Comenté mientras iba haciendo del camarote un poco más mi casa.

- Hemos vivido todas nuestras aventuras juntas, cielo.- Comentó.- No voy a dejar que ahora seas la única que te diviertas.

- Gracias- Comenté, sonriendo.

- Además, con tu hermano no puedo tomar el té mientras hablamos de chicos.

- Sobre todo después de la época en la que no dejabas de hablar de él, ¿no?- Me reí.

- ¡Calla!- Un cojín intentó atacarme, pero rápidamente lo esquivé. Comenzamos a reírnos mientras acabábamos de colocarlo todo. Sinceramente, agradecía mucho la presencia de Surina. Sin ella, no habría pasado un solo día en aquel dirigible. Con ella, todo era mágico, divertido, entretenido.

Pasamos los días en comités de bienvenida, la comida era increíble, tan sabrosa y con ingredientes tan frescos, que resultaba sorprendente. Estábamos en el aire, y la comida parecía recién salida de la huerta.

Surina se desenvolvía bien, en verdad pasaba por una joven de la nobleza, sólo por su porte. Yo sin embargo siempre buscaba una excusa para pasearme por el dirigible, para ir de habitación en habitación, correr hacia la biblioteca y esconderme en un libro, cerca del ventanal que mostraba todo el paisaje. Otras veces, si el tiempo lo permitía, me iba a pasear a cubierta, y acababa con el pelo completamente revuelto, aunque me daba igual. De tanto en cuando, hasta me planteaba explorar caminos recónditos del dirigible, llegando una vez al puesto de mando y girándome sin que nadie apreciara mi presencia.

Fue un día de esos, paseando por lugares que no conocía, aun explorando todos los secretos que el gran dirigible me guardaba, cuando se podría decir que mi historia verdaderamente comienza.

Había perdido de vista a Surina nada más amanecer, desde que había descubierto la zona del almacén, la sala de calderas y, lo que era más importante para mí, el establo, a veces sentía que hasta se alegraba de que me fuera. Tal vez le gustaba estar sola y poder hacerse pasar por noble sin que yo arruinara su papel.

Estaba casi decidida a llevar comida a los animales cuando me acerqué al establo. Había un precioso caballo, negro entero, que siempre se ponía muy contento al ver que me acercaba, sobre todo si llevaba uno o dos terrones de azúcar. Y digo lo de casi decidida, porque, desde que bajaba tanto a ver los animales, la tercera puerta, aquella que no sabía hacia qué misterio llevaba, no hacía más que llamarme.

Me quedé entre ambas puertas un buen rato. “Siempre puedo investigar, y si no me convence, ir a cuidar de los animales” pensé para mí, girando y llevando mis pies al pomo de la puerta.

Pero no llegué a girarlo y averiguar lo que había al otro lado, ya que alguien habló a mi espalda.

- No creo que ese lugar sea para una damisela como vos.- Dijo.

Me giré, sorprendida, únicamente para encontrarme al capitán del barco, Daimen Lable, sonriéndome.

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