Tinieblas

By ingridvherrera

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Reservado, misterioso, exótico..., y lleno de problemas. Kian Gastrell tiene la combinación perfecta para el... More

SINOPSIS Y NOTA DE AUTOR
Capítulo 1: Empezando mal
Capítulo 2: En la boca del lobo
Capítulo 3: Una chica como Olivia Gellar
Capítulo 4: Vengador
Capítulo 5: Advertencia
Capítulo 6: Como un arcoíris
Capítulo 7: Perdiendo la cabeza
Capítulo 8: Por una maldita sonrisa
Capítulo 9: Atentamente, K.
Capítulo 10: Despojado
Capítulo 12: El armario
Capítulo 13: Treinta centímetros
Capítulo 14: Inexplicable
Capítulo 15: Miedo
Capítulo 16: Abrazos desesperados
Capítulo 17: Verdades felinas
Capítulo 18: Equipo
Capítulo 19: Westminster
Capítulo 20: A corazón abierto
Capítulo 21: Tensión
Capítulo 22: Tan cerca y tan lejos
Capítulo 23: Sonrisas de despedida
Capítulo 24: Descontrol
Capítulo 25: Confesiones de un corazón roto
Capítulo 26: Volviendo a la realidad
Capítulo 27: A escondidas
Capítulo 28: Los Gellar

Capítulo 11: Un lugar seguro

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By ingridvherrera

El chico que atendía la caja del Seven-Eleven no pudo disimular del todo su asombro al ver la cantidad de cosas que Kian puso sobre el mostrador de cobro.

A pesar de que Gil le había confirmado el ofrecimiento de hospitalidad, no se sentía bien llegar con las manos vacías, de modo que se detuvo en la primera tienda de conveniencia que se encontró en el camino y comenzó a llenar la canasta con todos los alimentos y artículos personales que pudiera utilizar. La situación de ayuda a la que estaba recurriendo lo hacía sentir lo suficientemente incómodo como para no permitirse usar una pizca de lo que hubiera en casa de Gil. Ya era demasiado con tomar el espacio de una habitación.

Con la mochila cargada de las compras, y un par de bolsas más que se las arregló para asegurar en el manubrio, pedaleó rumbo a la dirección de Gil, comprobando de vez en vez la ruta en el GPS del teléfono.

El lugar se alejaba por varios kilómetros de la zona financiera y central de Londres, y conforme se adentraba en aquel barrio de aspecto austero y tradicional, notó que las zonas verdes eran más frecuentes y extensas, sin embargo estaban descuidadas, como si a nadie le importara la estética del lugar, dejando que la maleza creciera salvaje a libre demanda. Algunos edificios públicos exhibían grafitis al costado de sus fachadas de piedra antigua, mientras que los que estaban en el total abandono se encontraban reducidos a rayones de pintura y ventanas rotas.

Casi ningún auto circulaba por ahí, y la mayoría de la gente iba o venía a pie, concentrándose en las paradas del autobús o andando en bicicleta.

Parecía el típico barrio donde ya todos se conocían y miraban con desconfianza a los rostros desconocidos. Como era el caso de la manera en la que Kian percibía que lo observaban. Incluso algunas personas en la banqueta se detuvieron para seguirlo con la mirada, convencidos de que debían desconfiar de los forasteros y sus intenciones.

Acostumbrado a dejarlo pasar, Kian no le sostuvo la mirada a nadie, y logró llegar a la dirección antes de que se soltara un aguacero.

La casa de Gil era la típica vivienda angosta, construida de ladrillos terracota y apretujada entre otras casas exactamente iguales. Todo ahí daba la sensación de antigüedad y continuaba con un patrón de descuido. Aunque Kian no le daba importancia porque probablemente no era intencional, y las personas de ese barrio tuvieran otras preocupaciones distintas a restaurar sus viviendas o darle una capa de pintura a la madera despostillada de las puertas y los marcos de las ventanas, por donde probablemente se colaban las ráfagas frías de invierno.

Kian apoyó la bicicleta contra la pared exterior y subió un par de escalones para tocar el timbre, pero no se escuchó ninguna campanilla en el interior. Tal vez fuera de esos timbres que no se escuchaban desde afuera.

«O tal vez esté descompuesto» se le ocurrió, luego de esperar por un minuto.

Decidió tocar con los nudillos, y entonces escuchó algo de movimiento dentro. Pasos que se apresuraban y la perilla de la puerta siendo manipulada para quitarle los seguros.

Gil parecía ligeramente agitado, y lo miraba con sorpresa, como si todavía le costara creer ver a Kian ahí, en su diminuto pórtico. La persona más obstinada que conocía, dispuesta al fin a dejarse apoyar.

Kian se quedó un instante ahí, moviendo las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, sin saber qué decir. Un «lo siento, no tenía a dónde ir» le cruzó por la cabeza, pero inconscientemente frunció el ceño ante ello, regañándose por la conmiseración que tanto detestaba.

Un trueno partió el cielo, y entonces Gil reaccionó, haciéndose a un lado mientras abría más la puerta.

—Ah, pasa.

—La bicicleta... —repuso Kian, apuntándola con el dedo para que le indicara dónde quería que la dejara.

—Oh, es verdad. No te recomiendo dejarla afuera. Tráela dentro también.

—¿Seguro? Las llantas están un poco lodosas.

—No hay problema.

—Gracias...

Kian se sentía hablando y moviéndose como un patoso, y a juzgar por la vacilación de Gil, él también. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a gestos tan familiares el uno con el otro.

Gil le indicó que podía apoyar la bicicleta tras el respaldo de uno de los sofás de la sala y el efecto inmediato de aquella enorme bici fue encoger aún más el espacio. El interior era tan angosto como el exterior, y se extendía a lo largo para dar apenas la suficiente cabida para los muebles de la sala de estar y una pequeña mesa de comedor. Las cosas sin duda parecían tener muchos años, pero estaban cuidadas a pesar de que ya no funcionaran, como era el caso probable de la televisión

Antes de que Kian pudiera decir algo, Gil se apresuró a la mesa de donde recogió varios frascos de medicina. después se dio la vuelta, internándose en lo que parecía la cocina, para meterlos dentro de un gabinete.

Kian sospechaba que la agitación de Gil era porque tal vez pensaba que su casa estaba desordenada y quería que fuera presentable. Sin embargo, Kian lo sentía como un paraíso, sin la presencia de Jennifer o de Ben.

—¿Tienes hambre? Estaba por preparar la cena —le preguntó Gil, aún de espaldas desde la cocina.

Kian desenganchó las bolsas de plástico del manubrio.

—Gracias, pero no es necesario, estoy bien.

Gil resopló, estirándose para alcanzar una olla sobre un estante alto.

—Regla número uno de esta casa: no te hagas del rogar —advirtió, en un fingido tono duro, lanzándole una mirada de advertencia sobre el hombro antes de llenar la olla con agua, verter pasta y prender la flama de la estufa.

—Yo no...

—¿Qué es eso? —Apuntó Gil a las bolsas, mientras salía de la cocina sacudiéndose las manos.

—Todo lo que podría necesitar, y todo lo que podría comer — le respondió. Gil metió el dedo en una bolsa para echar una ojeada dentro del contenido.

Cuando levantó la mirada hacia Kian, meneó la cabeza en un gesto negativo.

—Necesitas comida de verdad.

—Esto es comida de verdad.

Gil se cruzó de brazos, observándolo con fijeza.

—Si esto es porque tienes ahí escondido un tú penoso, despreocúpate. No nos estás quitando nada al quedarte, ni causas molestias.

Un impulso hacía a Kian querer objetar sobre que no era alguien que se dejara llevar por la pena, pero se detuvo al preguntarse para qué quería convencerlo. Tan solo se limitó a decir:

—Otra vez, te agradezco por lo que estás haciendo por mí, de verdad. Pero no tienes que ser mi madre.

Tan pronto como soltó aquello, su propio comentario le golpeó la consciencia, haciéndolo agrandar un poco los ojos al darse cuenta de cómo sonaba eso. Por supuesto acababa de hacer una comparación fuera de lugar. Difícilmente alguien sería como Jennifer, y al decirlo no se estaba refiriendo a ella, pero hasta Gil era mejor madre que la suya.

De repente, este agachó la cabeza, y sus hombros comenzaron a temblar. Se llevó una mano a la boca para tapársela, pero la risa salió de todas formas.

Kian lo contempló, desconcertado.

—Lo siento, es que... —Gil trató de recomponerse, limpiándose la esquina de un ojo— Es que me imaginé escenas bastante perturbadoras con eso último que dijiste —Le palmeó el hombro, quitándole una de las bolsas para ayudarlo a cargar—. No sería tu madre ni aunque me pagaras —No se resistió a soltar su comentario y volvió a carcajearse él solo.

Aunque Kian lo miró con ojos entornados, escuchar reír a Gil le había quitado mucho peso a la tensión del ambiente.

Le indicó que las habitaciones estaban arriba, y mientras Kian lo seguía al pie de las escaleras, una puerta se abrió a un lado.

—¿Gilbert?

La voz de una anciana hizo que Gil se detuviera en seco, y casi aplastó a Kian contra la pared cuando bajó a prisa los escalones que ya había subido. Su reacción sobresaltada lo confundió, pero volvió a aliviarse tan pronto como miró a la anciana que salía de una habitación, sosteniéndose de una andadera para adulto que arrastraba lentamente frente a sí.

—Ah, creí que habías vuelto a olvidar la andadera —exhaló Gil, como si le explicara a ambos el porqué de su reacción. Después, con voz fuerte le dijo a la anciana—: Abuela, hoy tenemos visita.

Kian bajó el pie del escalón, acercándose por detrás de la mujer, que probablemente había sido más alta alguna vez, puesto que ahora su espalda era una curva, y su cabello recogido en una larga trenza estaba tan desprovisto de color como el algodón.

—¿Hoy es mi cita? —preguntó la abuela, confundida.

Gil le apoyó una mano en el hombro, acercándose más al oído para decirle con voz aún más fuerte:

—No, visita. Vi-si-ta.

—¿Con quién tengo una cita?

Gil soltó un suspiro resignado y le lanzó a Kian una mirada de petición, pero este se cruzó de brazos, encogiéndose de hombros mientras ocultaba la diversión que sentía por dentro al verlo batallar.

Como la abuela estaba tan sorda que no había escuchado a Kian tras de ella, Gil se lo señaló con un dedo para que mirara atrás.

A ella le tomó algunos segundos voltearse, pero en eso, Kian se descruzó de brazos, tratando de adoptar una postura más amable y suavizar la expresión para saludar. Pero todo cuando pudiera decir murió en su garganta cuando la anciana lo apuntó a la cara con un dedo y dijo:

—¿Con él tengo una cita, Gilbert?

Detrás de ella, Gil apoyó una mano en la cadera al tiempo que se estampaba la otra contra la frente. Después las puso sobre los hombros de su abuela, y desde atrás le gritó cerca del oído:

—No, abuela. Él es Kian. Un compañero de la escuela que va a quedarse esta noche.

La abuela asintió con la cabeza a medida que entendía, buscando a tientas los potentes anteojos que tenía colgando de un cordón en el cuello. Cuando se los puso, sus ojos oscuros se volvieron enormes a pesar de que seguía entrecerrándolos para tratar de enfocar a Kian.

—Oh, hubiera preferido tener una cita con él —resopló, decepcionada, extendiendo su pequeña y arrugada mano hacia él. Kian se la estrechó con cuidado, sin ser capaz de retener la sonrisa que estaba tirando tensa de sus labios.

¡Demonios, quería reírse y apenas podía con el impulso! No solo por la ocurrencia de la abuela, sino por la cara entre risa y sufrimiento que estaba poniendo Gil detrás de ella.

—Encantado, y lamento las molestias —le respondió, sintiéndose fuera de lugar al tener que gritarle a una anciana.

Después de que ella le dijera que se sintiera como en casa, e hiciera unos cuantos halagos más sobre su altura y apariencia, comparándolo con un novio que había tenido en los 40's, se despidió de él, mientras Gil le preguntaba si necesitaba algo de la cocina, asegurándole que él se lo llevaría, y tras guiarla hacia la sala de estar para prenderle la radio, regresó a escoltar a Kian escaleras arriba.

Era probable que a esa distancia y hablando en el tono con el que normalmente lo hacía, ella no pudiera escuchar, pero Kian esperó hasta que estuvieron en el corredor de la planta alta.

—¿Tu abuela tiene accidentes frecuentes? —preguntó, habiendo notado la interacción de sobreprotección que Gil tenía con ella.

—Ah, sí —respondió distraídamente, mientras encendía el interruptor del pasillo—. Y generalmente es porque ya olvida las cosas. Se olvida de usar la andadera y se cae o se da de tumbos con todo. Se olvida de apagar la estufa o de cerrar el grifo y cosas así —explicó, abriendo la primera puerta con la que se toparon.

—Si me lo preguntas, creo que la dejas más sorda cada vez que le gritas —razonó Kian.

Gil resopló, haciéndose a un lado para dejarlo pasar a la habitación.

—Gracias, doc., pero lleva años medio sorda, y es demasiado terca como para ponerse el aparato del oído. No escucha absolutamente nada fuera de su habitación. El resto de la casa podría caerse y ella no se enterará.

La luz se encendió y Kian recorrió con la mirada el pequeño espacio de esa habitación. Era menos de la mitad del tamaño de la suya, pero con cabida para la cama que ocupaba la mayoría de los metros cuadrados, una sencilla mesa de noche con cajón, y un viejo escritorio de madera que aún conservaba algunas pertenencias del antiguo ocupante. De hecho, a pesar de que había cabida para pocas cosas, las paredes conservaban recuerdos. Pósteres de bandas que tal vez él mismo hubiera tenido pegados en su habitación, y un tablero de corcho donde estaban clavadas con chinchetas un montón de fotografías que parecían momentos familiares y de amistades. Pudo distinguir a Gil en una versión más infantil, junto a otro chico mayor cuyo rostro era el común denominador en todas las fotos.

—Esta era la habitación de mi hermano Albert, hasta que se fue a estudiar medicina a Brístol. Ya está graduado y todo, pero no regresó, ni regresará, así que no te preocupes de qué vaya a pensar él de que la uses. Ponte cómodo.

Kian le dirigió una mirada de soslayo. No le había pasado desapercibido que Gil había empleado un dejo de resentimiento en lo último que mencionó, pero preguntar por ello le parecía demasiado. Sin embargo, se imaginó que tal vez tendría que ver con haber sido dejado a su suerte con la completa responsabilidad de un adulto mayor. A pesar de que nunca lo había escuchado quejarse al respecto, y sin duda su abuela le importaba por ser quien lo crio, a veces sentía que, en el fondo, Gil deseaba ser más libre con su tiempo y su vida, pero no podía porque alguien más dependía de él.

En ese sentido, Kian lo entendía, pues también vivía sintiéndose atrapado con la dependencia emocional que su madre tenía hacía él.

—Si necesitas cambiarte de ropa, Al dejó varias prendas en el clóset —Más que un clóset, parecía tratarse de la puerta de un angosto armario integrado a la pared frente a la cama que Gil apuntó con la barbilla, y luego señaló la siguiente puerta— Ahí dentro está un baño, pero solo tiene el excusado y un lavabo. Si necesitas bañarte, la ducha está en el baño del pasillo, en la siguiente puerta. El agua caliente tarda en salir, así que abre la llave hasta el tope y ten paciencia. Mi habitación es la que está al fondo y es todo, no hay pierde —le explicó, mientras se dirigía a la salida, pero se detuvo en el umbral para mirarlo sobre el hombro—: La cena estará lista en veinte minutos —avisó, y pensando que Kian iría a negarse, agregó—: Baja con nosotros, por favor.

Kian hizo un asentimiento con la cabeza, quedándose a solas luego de que Gil cerrara la puerta.

Dejó sus cosas a los pies de la cama y se sentó en el colchón que chirrió ligeramente y estaba un poco hundido en el lado donde el hermano de Gil probablemente prefería acomodarse.

Sí, desde luego la casa de Gil era muy distinta a la de Kian, donde el espacio estaba de sobra; hasta el comedor tenía su propia habitación; todas las recámaras contaban con baños completos; el colchón de su cama era un sueño y el agua caliente salía desde el primer segundo. Tenía absolutamente todas las comodidades y aun así, nada, pero de verdad, nada, se comparaba con la calma que sentía en ese lugar.

De nuevo, se encontró pensando que estaba en el paraíso, y que no valía la pena vivir con los lujos de los que disponía si el precio por ellos era demasiado alto, porque sin duda, Jennifer se había vuelto más controladora y ambiciosa desde que vivían en la casa de Dane. Tener acceso a tanto poder resultó perjudicial. 

Kian no estaba acostumbrado a comer acompañado. Sentado en la pequeña y cuadrada mesa que hacía de comedor, volvió a sentirse fuera de lugar, pero encontró que resultaba agradable escuchar la conversación, o al menos el intento de ella, entre Gil y su abuela.

Prácticamente, casi todo era un intento fallido. Gil decía una cosa y su abuela interpretaba otra, pero de alguna manera, ambos parecían estar acostumbrados a la situación, y le sorprendió la paciencia que su compañero demostró. A pesar de que su audición estaba muy deteriorada y era muy difícil tener una conversación fluida con la abuela, parecía conservar un peculiar sentido del humor que quizá era la clave para hacer las cosas más tolerables. Sin embargo, volvió a contar la historia de su antiguo novio de secundaria que, según ella, era tan alto y apuesto como Kian. Gil rodó los ojos, explicándole que ella contaba esa historia todo el tiempo como si jamás lo hubiera hecho, al igual que un montón de otras anécdotas repetitivas.

Seguramente, escuchar lo mismo una y otra vez debía ser cansado a la larga, pero Kian volvió a escucharla, encontrando que una parte de sí se fascinaba al saber cómo era el mundo y la vida de alguien muchísimos años antes de que él naciera. Quizá le parecía fascinante porque no tenía abuelas, o al menos nunca las conoció. Jennifer le había contado poco o nada sobre su historia familiar, y en general, no tenía alguien con quién hablar, salvo cuando estaba Annie o Katy..., o incluso Freya...

Recordarlas hizo que se le ensombreciera el interior, pero intentó disipar las sombras, concentrándose en la pasta que tenía en su plato a medio acabar, y las conversaciones (el intento) entre Gil y su abuela.

Cuando terminó, le costó convencer a Gil de que lo dejara encargarse de los platos sucios, pero al final este aceptó, concentrándose solo en instalar a la abuela en su habitación.

Acabando con los platos, Kian subió a la habitación, animándose a rebuscar en el armario de la ropa para buscar algo más cómodo que pudiera usar para dormir. Se quitó la chaqueta y los pantalones para ponerse unos pants que halló al fondo. Al parecer el hermano de Gil también era alto, pero más ancho, de modo que tuvo que jalar el cordón de la cinturilla para ajustarlo a sus caderas. Estaba por sacarse la camiseta cuando Gil tocó a la puerta. Kian le respondió que podía pasar.

—¿Necesitas algo más? —le preguntó, asomándose discretamente tras la puerta.

—No, estoy bien..., gracias.

Gil asintió, pero vaciló un instante. Después pareció decidirse y abrió más la puerta, recargando un brazo contra en marco mientras que con la mano libre se rascaba la nuca.

—Mi abuela es parlanchina, pero como te dije antes, no te va a molestar y...

—Gil —Lo interrumpió, mirándolo fijamente al tiempo que se dejaba caer en la cama para sentarse—, no me molesta tu abuela. Y para que conste, no me molesta tu casa, y tampoco me molestas tú.

Por un momento, Gil frunció el ceño con desconcierto y abrió la boca para decir algo, pero enseguida la cerró, así como suavizó el gesto.

—Supongo que me hice un lío pensando en tus expectativas —admitió, avanzando dentro de la habitación, yéndose a sentar a horcajadas sobre la silla del escritorio—. Además de los problemas que tienes con tu madre, ¿cómo es tu casa como para que te guste tan poco estar ahí?

A Kian le sorprendió la pregunta y no lo ocultó en su rostro, pero soltó un suspiro, sopesando la respuesta.

—En realidad, nunca la he considerado mi casa —empezó a decir. Tal vez era el cansancio, pero se sintió desprovisto de su inseparable impulso de mantener la información para sí mismo—. Para mí solo es la casa de mi padrastro, y mi madre y yo estamos de paso porque no sé cuánto vaya a durar su matrimonio. Si ha sobrevivido tanto, es porque Dane casi nunca está, y mientras tanto, Jennifer se toma demasiadas libertades como si todo lo que hubiera ahí fuera gracias a ella —Hizo una pausa para observar a Gil, pero este le devolvía la mirada con suma atención, sabiendo también que era poca la información que Kian solía compartir. Aun así, continuó—: Pero la casa con todas sus habitaciones, y los autos, los sirvientes y los demás lujos, no nos pertenecen. La verdad es que..., hacen sentir todo más frío, y suena a tontería, pero también se siente..., vacío. Puede haber un montón de personas, y aun así no hay nadie a la vez.

Gil lo contempló, y por un momento lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza, intentando imaginar una vida llena de todo y de nada a la vez. La sola idea lo hizo sentir cierto pesar. Secretamente, había estado guardando el hecho de que envidiaba a Kian. Tenía noción de que vivía acomodado, además, a diferencia de él, era dueño de su tiempo, y también, aunque le costara admitirlo, poseía atractivo físico, de modo que si tuviera mejor actitud, seguramente tendría varias chicas anhelándolo como al principio, o una novia de infarto. A veces, a Gil le molestaba que Kian desperdiciara todos esos recursos, belleza y atributos, porque lo hacía a fantasear sobre todas las cosas que podría hacer o conseguir en la vida si él tuviera lo que Kian tenía. No obstante, haberlo escuchado le acababa de quitar esas ideas de la cabeza. Los problemas de su compañero no eran simples problemas superficiales de primer mundo, sino profundas carencias emocionales. Pensar en ello lo hacía, por un momento, experimentar lástima por él.

—¿Qué? —inquirió Kian, rompiendo el silencio al advertir la mirada consternada de Gil.

—Nada —repuso este, meneando la cabeza—, pensaba que..., si necesitas quedarte más de un día, solo tienes que decirlo.

Kian asintió con la cabeza, haciendo amago de agradecimiento.

Luego de un momento en silencio, Gil sintió la incomodidad de no saber qué más decir, de modo que se levantón de la silla, indicándole de dónde podía tomar más mantas si pasaba frío.

Cuando Kian volvió a quedarse a solas, no tardó en apagar las luces y echarse en la cama. Todo ahí se sentía extraño. Ajeno. El ruido ahogado de los grillos afuera, el movimiento que se escuchaba en la calle de vez en cuando, y hasta la forma en que la luz de la farola exterior entraba entre las cortinas cerradas era extraño, forastero. Pero al mismo tiempo se sentía a salvo, tranquilo. Una tranquilidad que no dudaría para siempre, por supuesto, porque sabía que en algún momento tendría que regresar a casa.

La luz de la pantalla de su teléfono repelió la oscuridad cuando lo levantó frente a su rostro. Lo había puesto en modo silencioso desde hacía horas, y tenía una cantidad abrumadora de llamadas y mensajes. Una tercera parte de las notificaciones eran de Ben, y el resto de Jennifer. Entró a la ventana del chat con ella, pero tan solo para deslizar rápidamente el pulgar por la larga, muy larga, y más larga lista de mensajes. Por encima alcanzaba a ver que los primeros eran amenazas escritas en mayúsculas, después eran reproches, disculpas, lloriqueos, y al final, amenazas otra vez.

Jennifer apareció repentinamente en línea, y esa fue la señal de Kian para apagar la pantalla y dejar el teléfono boca abajo sobre la mesa de noche. Seguramente la letanía seguiría durante una hora en torno a por qué demonios leía los mensajes sin tomarse la molestia de responderlos.

Tardó un rato en encontrar sosiego, pero los sonidos dentro de la casa ayudaron a calmarlo. Afuera en el pasillo escuchaba los pasos de Gil en calcetines ir y venir. Abrir y cerrar puertas contiguas, luego bajar las escaleras y abrir una puerta abajo. Su voz deseándole buenas noches a su abuela y andar por ahí un rato más hasta que sus pasos regresaron por las escaleras y el pasillo superior. El haz de luz que se colaba bajo la puerta de Kian desapareció, y finalmente se escuchó a Gil encerrándose en su habitación. Probablemente repetía diario esa rutina de ir y venir por la casa para asegurarse de que todo estuviera en orden antes de irse a dormir. Después de todo, no había nadie más que lo hiciera por él. Y de alguna amanera, Kian se sintió reconfortado por la sensación hogareña que eso le producía.

No supo en qué momento se quedó dormido. 

Livy lo miraba con sus grandes y maravillosos ojos azules, llenos de nubes reflejadas en ellos, y se le arrojaba a los brazos para fundirse en un apretado abrazo.

En medio de la confusión, Kian tuvo una extraña sensación de haber pasado por eso antes, y entonces lo supo..., eso era un sueño, y estaba soñando por segunda vez con Olivia.

Otra vez estaban en la arboleda fuera de la escuela, donde él la había conducido tomándola de la mano, y allí se envolvían el uno al otro. Todo era igual, salvo que esta vez era consciente de que era un sueño durante él, y no después, al despertar. También se dio cuenta de que se había olvidado por completo de aquel sueño, pero ahora, sabiendo de lo que se trataba, podía manejarlo a su antojo.

Deslizó una mano alrededor de su cintura, envolviéndola con un brazo, mientras que la otra mano se la extendió entre los omóplatos, pegándola contra él quizá con la misma o una mayor desesperación que la primera vez. Por supuesto, en su sueño, ella se dejaba, y la sentía por todos lados y a la vez no. Las sensaciones eran confusas, pero también se sentía tan, tan real...

Ninguno de los dos se decía nada, pero Kian enterró la nariz en la unión del cuello y el hombro, recorriendo la punta por la delicada columna que era su cuello, recreándose de los recuerdos que tenía del olor de ella, y lo bien que eso estaba sirviendo para hacerse presente en ese sueño, dándole más realismo, su propia obra de arte.

Sin embargo, había cosas que no sabía y que tenía que imaginarse sobre la marcha, como la increíble suavidad de su piel tersa, que se hacía más suave conforme llevaba su lento recorrido hacia la delicada línea de su mandíbula y las mejillas. Esas mejillas tan desquiciantes que se encendían con facilidad y que él solo quería... Al diablo. Dejó de fantasear y comenzó a hacer realidad el pasarle los labios sobre la mejilla, acercándose de a poco a sus labios. Olivia pestañeó, mirándolo anhelante. Cerró los ojos, levantando la cabeza con sus labios entreabiertos al tiempo que Kian se inclinaba, acercando los suyos...

Y el techo de una habitación extraña apareció ante su visión.

Kian no estaba respirando bien cuando la alarma de su teléfono lo despertó. Lo hacía de forma irregular y su mano cayó pesada sobre el pecho, sin saber que en algún momento la había extendido ahí donde...

Donde había estado el rostro de Olivia.

Pestañeó, sintiendo la boca seca y los músculos de su cuerpo tensos por una cercanía femenina que no estaba ahí, y que nunca había estado.

Se llevó las manos a la cara, restregándosela. Su cerebro aún estaba procesando que acababa de salir de un sueño, y mientras su consciencia racional cobraba su lugar, fue cayendo en cuenta de las implicaciones de lo que había soñado, y de lo culpable que se sentía consigo mismo por no poder controlar su mente inconsciente, la que deseaba e iba detrás de cosas que no podía tener.

Y mientras el sueño se desvanecía, recordó el lugar en el que estaba y las razones para estar ahí. Poco a poco, su realidad lo fue alcanzando, hasta que todo lo que había alucinado anoche no fue más que un recuerdo que lo hacía sentir una inquietud con la que no sabía qué hacer.

Al levantarse de la cama, se asomó por la puerta en busca de señales de Gil, y en efecto, podía escucharlo en la planta baja en un intercambio de voluntades con su abuela para hacerla tomar sus medicamentos.

Kian tomó las cosas de aseo personal que había comprado el día anterior, y se metió en la ducha, olvidando que debía esperar a que el agua caliente saliera. Soltó una maldición en voz alta cuando sintió el agua helada quemándole la piel, pero al menos el golpe de temperatura lo hizo espabilarse. Al salir, tomó prestada una camiseta del hermano de Gil que al parecer nunca había sido usada porque probablemente le había quedado pequeña.

Tras echarle un vistazo rápido a los mensajes de su teléfono, dejó escapar un suspiro al ver que Jennifer aún no se calmaba. Eso lo hizo considerar aceptar el ofrecimiento de Gil de quedarse al menos un día más, aunque la idea de continuar dando molestias no le agradaba. Tenía que recordar comprarse algo de ropa extra y dejar la usada en la lavandería.

Aprovechó el desayuno para informarme a Gil lo que había decidido, y este simplemente se limitó a asentir con la cabeza mientras masticaba, alcanzándose el jugo.

—Me iré mañana, temprano —le aseguró Kian.

—No te estoy corriendo —repuso Gil, encogiendo un hombro para quitarle importancia.

Después de terminar y lavar los platos, se apresuraron a recoger sus respectivas cosas para la escuela. Afuera, Gil le advirtió que de ninguna manera llegaría a tiempo si decidía irse en la bicicleta, de modo que Kian tuvo que dejarla ahí y acompañarlo hasta la estación del tren subterráneo que empezaba a ser concurrida por estudiantes y adultos que se dirigían a sus trabajos. Sin embargo, faltaban algunos minutos para que la primera hora pico empezara, así que encontraron el vagón más despejado, pudiendo sentarse en los lugares vacantes junto a las puertas corredizas.

El recorrido fue silencioso, hasta que Kian miró a Gil y preguntó:

—Clara..., ¿respondió tu carta?

Gil le devolvió la mirada de súbito, con ojos sorprendidos por el repentino tema.

—Claudia —corrigió, soltando un resoplido—. No, pero estoy seguro de que la leyó porque ahora me evita más. Incluso abandonó el club de música en el que estoy.

Kian cruzó los brazos por encima de la mochila que tenía en el regazo. Gil ya no se escuchaba afectado. Al parecer le había funcionado enviar esa carta como desahogo.

—¿Livy respondió la tuya?

—¿Cómo sabes que se la envié?

—No lo sabía, te acabas de delatar —respondió, elevando las cejas de arriba abajo.

Kian desvió la mirada, frunciendo el ceño, notando que los músculos de sus brazos se apretaban más.

—No, y tampoco tendría que responderla. No fue nada.

Gil ladeó la cabeza, desconcertado.

—¿Y entonces por qué se la enviaste?

La respuesta tardó tanto en llegar, que por un momento Gil creyó que ahí había terminado la conversación, pero de pronto Kian masculló:

—Ni yo mismo lo sé. Fue un impulso estúpido.

Gil lo observó, jurando que había detectado en él un tono de decepción, pero al mirarlo se cuestionó si acaso se lo había imaginado, porque la expresión en su rostro era indescifrable como de costumbre.

—¿Sabes? Al final ella recibió un montón de cartas, y seguro seguirá recibiendo en lo que resta de la semana. No eres el único, así que no te sientas tan mal.

Kian volteó a verlo, volviendo a ponerse ceñudo en una expresión que rechazaba la idea de «sentirse mal». Ya ni siquiera se molestó en preguntar de dónde había sacado esa información, pero no necesitaba pruebas cuando sabía que era verdad. ¿Cómo alguien interesado en Olivia podría pasar la oportunidad de escribirle algo bajo la excusa de una tonta actividad escolar?

No se dijo nada más durante el resto del camino, y cuando llegaron a Dancey High se separaron rumbo a sus respectivas clases.

Al llegar Historia, Olivia ya estaba ahí. Ella se dio cuenta de él al entrar, pero le rehuyó la mirada rápidamente, concentrándose en hojear sus apuntes. Prácticamente volvió a ser la misma de siempre, poniendo atención en el profesor al tiempo que hacía sus esmeradas anotaciones, sin dirigirle una sola mirada a Kian, a pesar de que sus asientos seguían cerca. No es que algo hubiera cambiado, pero por primera vez sentía el peso de ser ignorado.

Enseguida pensó en el sueño que había tenido, cortándole la respiración. Aquel momento, en ese lugar, con ella tan cerca, era lo peor para ponerse a recordarlo, pero se dejó ir sin remedio. A diferencia de la primera vez que la soñó, la segunda la recordaba con una claridad pasmosa, y tal vez aquel maldito sueño era el culpable de hacerlo sentir ignorado, porque una parte de su cerebro no entendía como es que en un momento ella lo tenía aferrado entre sus brazos, y al otro le volteaba la mirada, haciendo como si él no estuviera ahí.

Aquello empezaba a ser más preocupante, pues no sabía si podía estar a salvo de ese problema incluso dormido. ¿Habría alguna forma de no soñar algo tan concreto dos veces seguidas o más? Y sin embargo, lo había disfrutado tanto...

El chirrido de la campana lo hizo pegar un respingo, pero al parecer Olivia no se había percatado porque sorpresivamente fue de las primeras en salir disparada hacia el pasillo. 

Kian se quedó en casa de Gil dos días más de lo previsto, y al parecer terminaría quedándose ahí toda la semana.

Como no respondía a las llamadas, Jennifer continuaba agrediéndolo por mensajes. Los leyó todos con calma y encontró que solo una vez le había preguntado dónde estaba. Nunca cómo estaba, ni ninguna otra cosa que una persona preocupada por el paradero desconocido de su hijo preguntaría.

La única forma en la que Kian volvería a casa era si Jennifer encontraba a alguien con quien salir y canalizar su atención. En cuanto ella dejara de acosarlo con mensajes, significaría que estaba ocupada con alguien más, y que probablemente ella no estaría en casa durante varios días. Entonces Kian podría volver sin tener que soportar ser bañado en mierda verbal.

Aquello había sucedido varias veces antes, pero en esas ocasiones en donde los problemas lo obligaban a largarse de casa, se refugiaba en la de Freya.

Estaba convencido de que irse así no era la mejor idea, y mucho menos lo que resolvía la situación, pero a veces simplemente se encontraba tan desesperado por alejarse de su madre que tenía que hacerlo, de lo contrario, comenzaba a pensar que llegaría a ahorcarla, o se ahorcaría él mismo, lo primero que fuera más fácil. Y como en cierto sentido el pensamiento lo perturbaba, prefería alejarse absolutamente de todo, hasta que las aguas fueran menos agresivas, pero nunca calmas.

El viernes, al terminar las clases, Kian deambulaba por los pasillos medio atestados en busca de Gil. Repasando una y otra vez con qué cara le iría a pedir quedarse en su casa durante el fin de semana.

A pesar de ser viernes, la escuela no se estaba vaciando con la misma rapidez de siempre porque al parecer habría un partido de rugby importante esa tarde y la mitad de la escuela se quedaba aficionadamente para apoyar al equipo y al entrenador.

Luego de recorrer los pasillos de arriba abajo, se encontraron en la planta baja. Gil estaba al otro extremo del pasillo, y le hizo una señal a Kian para que lo viera entre el gentío de alumnos. Kian le hizo un asentimiento con la cabeza y comenzó a avanzar hacia él. En ese momento sintió que su teléfono vibraba dentro del bolsillo de la chaqueta.

Lo ignoró porque pensó que se trataba de Jennifer, pero siguió vibrando de una forma insistente distinta al patrón de mensajes que ella solía enviar. Tuvo que sacarlo para comprobar de qué se trataba. Sus pasos fueron perdiendo velocidad conforme leía los mensajes, y finalmente se detuvo a mitad del pasillo para responder.

Gil observó su expresión concentrada, con su entrecejo fruncido, tan atento a lo que estaba escribiendo que no pareció sentir el ligero empujón que accidentalmente le dio un chico cuando pasó apurado junto a él. Incluso ese chico se volvió para soltar una disculpa, pero al darse cuenta de que se trataba de Kian Gastrell, se atragantó con sus palabras y apuró el paso. Kian ni en cuenta.

Gil resopló, terminando él mismo con la distancia que quedaba para encontrarse.

—Oye, te estaba buscando. Quería saber si te quedarás el fin de semana también —le dijo, pero Kian leía algo en la pantalla de su teléfono, y luego volvió a teclear—. Si es así, puedes adelantarte a la casa, o puedes acompañarme a comprar las medicinas de mi abuela.

Gil aguardó, cruzándose de brazos. ¡Qué sujeto! ¿Siquiera se enteraba de que él estaba ahí?

Estuvo a punto de volver a abrir la boca, cuando Kian apagó la pantalla del celular y lo miró a la cara mientras se lo guardaba de vuelta en la chaqueta.

—Gracias, Gil, pero hoy regreso a casa.

Gil se descruzó de brazos.

—Oh, bien —repuso, pero ante su expresión curiosa, Kian explicó:

—Ben acaba de decirme que Jennifer salió con alguien, así que esa es mi señal para volver.

Gil asintió, aunque no muy seguro de entender a qué se refería él.

—Ya. Pues nos vemos el lunes.

—Nos vemos el lunes —concedió Kian, apretándole un hombro un momento al pasar junto a él.

Gil entendió que en ese áspero gesto físico, Kian Gastrell había puesto todo su agradecimiento por los últimos días.


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