Alissa Maddison se levantó por la mañana con un leve dolor en la espalda y el lado derecho del cuello. Se mantuvo un largo rato sentada sobre la cama y movió la cabeza de manera circular y fue en ese instante cuándo sintió una punzada sobre su fina piel.
Reprimió un gemido de dolor mientras se tocaba el sitio con su mano. Respiró el aire limpio de la habitación y notó como el lado opuesto de la cama estaba vacío.
Albert Colt no estaba.
De pronto, las imágenes surcaron su mente tras recordar los momentos de placer que se habían llevado a cabo la noche anterior. Se estremeció desde su posición al rememorar el perfecto cuerpo del hombre que la había hecho suya en aquellas impolutas paredes así como el momento exacto en que se hincó en el baño mientras el agua le recorría su rostro, cómplice de todo lo que pretendía hacer a continuación.
Trató de borrar aquel pensamiento y se levantó con un pálpito en su interior.
Albert Colt. Definitivamente ese hombre le hizo mojar demasiado. De hecho, al revivir dichas ocasiones en su malévola cabeza pudo notar como su entrepierna comenzaba a contraerse.
Caminó en la habitación que para aquel entonces estaba sola ya que Albert no se hallaba allí con ella. Probablemente, pensó, ya estuviera fuera de la mansión y no podría salvarla de aquella inevitable calidez corporal.
Ser ninfómana no era una tarea fácil. Podía ser agotador tanto física como mentalmente, si no se pensaba con cierta madurez. Al principio de los años, Alissa Maddison confundió la situación. Aunque nunca se consideró realmente inestable hasta el momento que le diagnosticaron dicha condición. Ella entendía porque no era para nada tonta, de que siempre que tenía un momento carnal en sí, fuera un extraño o no, al final no le era suficiente. Tampoco rayaba en la promiscuidad pues consideraba que no era lo oportuno siendo tan joven.
A veces, cuando finalizaba un momento de extremo placer, se adentraba en su habitación y comenzaba a llorar. No porque se arrepintiera de lo sucedido ya que eso nunca pasaba. Sino porque a decir verdad, no tener una estabilidad emocional y mucho menos sexual era un verdadero problema moral.
Por un lado, Leonard Maddison era un hombre de principios. Un hombre duro y quizás ortodoxo, pero muy leal a sus principios y costumbres. Y por el otro, su madre Gretta Collins, no le era muy distinta. Aunque no lo decía en voz alta consideraba para sus adentros que aquellos actos furtivos y poco normales en una mujer, no eran precisamente los adecuados para una sociedad.
En las noches, cuando Alissa dejaba a su amante fuera de su campo visual o lejos del alcance de ella, se sumía en un mundo oscuro y solitario para luego, caer en la inexorable tristeza. Se sentía impura y agnóstica. Se sentía reducida a las cenizas de una noche de pasión que al final no le dejaba más que ganas de seguir y seguir.
Por esa y otras razones, cuando se levantó de la cama después del fantástico momento con Albert Colt, decidió que su vida no podía tener el mismo rumbo.
Estaba completamente desnuda.
Su bata negra estaba colocada sobre el respaldo de un ornamentado mueble mientras que sus prendas íntimas yacían esparcidas por el suelo. Al pasar cerca de ellas, volvió a recordar la noche anterior y negó con la cabeza.
<<Niña mala>>, pensó al entrar en el baño.
Se observó en el espejo y miró su cabello rojo refulgir cuando encendió la bombilla. Era una mujer hermosa e inteligente. Una mujer capaz de tenerlo todo sin siquiera pedirlo. Tenía dinero, futuro y posición. Lo tenía todo y al mismo tiempo no tenía nada. Para ella, a esas alturas de la vida, las cosas materiales no le eran suficiente. Se sentía vacía. Y no quería seguir así… ya no.
Se recogió con sus manos parte del cabello y lo colocó sobre el hombro izquierdo; tocó el extremo posterior de éste último y sintió un leve dolor. Recordó, placenteramente, el momento en que Albert Colt la hacía suya y le dio una pequeña mordida mientras ambos estallaban en el más inigualable clímax.
Sonrió, porque al fin y al cabo lo había disfrutado mucho. Giró en redondo y se adentró en la ducha. Era momento de despejar los restos de su pasado… los restos de su hostilidad más interna.
El agua salió fría en el instante que la válvula quedó abierta. Se tocó su delicada piel y todo su cuerpo se erizó cuando entró en completo contacto. Sintió el frío extenderse por sus brazos y tronco y más allá de sus partes. Su cabello se adhirió a su espalda y el agua al tocar su rostro, le hizo despertar completamente.
Como estaba de espaldas a la pared donde colocaban los productos de aseo personal buscó a tientas con su mano el pequeño respaldo de plástico para tomar el shampoo y fue entonces cuando el contacto con unas desconocidas manos le concedió dicho elemento.
Dio un respingo sin poder darse la vuelta, porque en ese momento unos grandes brazos le abrazaron con fuerza por detrás.
Ella gimió al sentir el miembro erecto en sus glúteos.
Le encantaba que la sorprendieran. Era una de sus fantasías más intimas.
—Te siento detrás mi Albert. —susurró sensualmente.
La figura apretó aun más.
—Tómame. Tómame por completo.
Entonces el recién llegado la hizo girar bruscamente y la empujó a la pared embaldosada. El golpe le provocó dolor en su espalda. Sin embargo, el peor dolor fue al ver que la figura que estaba enfrente de ella no era realmente Albert Colt.
—¿Cómo me llamaste? —preguntó Gregor Hunt tomando con fuerza el cuello de Alissa Maddison.
…
Una vez que Gregor había llamado al Magíster para declararle oficialmente la guerra a su nuevo contrincante Albert Colt, sintió como su cuerpo pedía a gritos otra dosis del cruento polvo que permanecía encerrado en el gavetero de la habitación.
La primera vez que había probado aquella adictiva sustancia tenía apenas veinte años de edad y a decir verdad, no había mucha diferencia con el Gregor de ahora. Había ocurrido en una oscura noche de enero mientras conducía el auto por una desolada avenida de la ciudad con algunas botellas vacías en el asiento de atrás y un alto estado de embriaguez.
A su lado, iba una joven con minifalda cuyos rasgos le hacían parecer a una niña que ha crecido rápido en muy poco tiempo. Tenía una botella de licor en una mano y en la otra sostenía un largo cigarrillo que tras lanzar la última calada lo aventó por la ventanilla mientras profería un grito de felicidad.
Gregor sonrió y le atrajo hacia él.
La besó con dificultad y sus labios tocaron todo menos la boca de la joven. Ambos reían. Él apretó el acelerador aún más y el vehículo enfiló la callejuela como un animal nocturno y entonces, al cabo de pocos minutos la velocidad del mismo era sobrenatural.
Perdió el control del vehículo y ante el inminente choque cerró los ojos vaticinando, sin duda, un futuro atroz. El estruendo le hizo remover el mundo y las entrañas mismas. La oscuridad se cerró sobre él y finalmente cuando despertó, habían pasado dos meses de un fatídico coma que le había costado casi su vida.
Por supuesto, las cosas se pusieron peor para él. La chica había fallecido instantáneamente y aún seguían investigando los hechos ocurridos aquella noche de enero. Leonard Maddison se encargó de movilizar los mejores sujetos y abogados de la ciudad que pudiesen solventar aquel evento que parecía no tener solución. Gregor era su sobrino más preciado. Su hermano, el padre de Gregor (cómplice en ciertas fechorías legales) había sido asesinado poco después de su nacimiento y entonces la madre de éste al enterarse de las causas de todo, decidió alejarse más por medio que por razón.
Toda causa tenía su efecto.
Así que Leonard concedió parte de su fortuna que para aquel entonces apenas estaba in crescendo, y calló varias voces y ocultó información oportuna y comprometedora.
Fue allí donde conoció al famoso abogado de finanzas, Lukas Trent. Un hombre muy común pero con una experiencia sin igual. Éste se encargó de manejar la situación y al tiempo, no más de tres meses, Gregor Hunt estaba absuelto de todo daño y en plena libertad.
No obstante, los daños internos eran los más difíciles de borrar. Por las noches, Gregor al acostarse podía ver el rostro de la joven reclamando sus memorias en una mente perturbada por la culpa de un vil asesinato. Fue allí cuando consumió por primera vez aquella droga blanquecina que le hacía olvidar todo el pasado de una manera excepcional. Claro que los efectos no duraban mucho, y por el contrario, cada vez más aparecían las imágenes de la joven ensangrentada a un lado de su cama o como ocurría últimamente en sus más remotas pesadillas: sobre la colcha de él emanando sangre de su boca mientras agonizaba para finalmente morir a su lado.
Por ello, al colgar el celular y rebuscar entre el escondrijo de la ropa y tomar la pequeña bolsa entre sus manos, se sintió poderoso e invencible. Colocó la línea recta sobre la madera mientras su boca comenzaba a salivar más de lo normal. Se acercó lentamente y cerró los ojos.
Aspiró.
Controlando el mundo a su alrededor salió de la habitación. Y abrió la puerta del cuarto de Alissa con la cautela que le otorgaba las múltiples veces que lo había hecho.
No la vio.
Parpadeó más de dos veces para adaptar la visión pero no había nadie en la desordenada cama. Sin embargo, le llegó un leve sonido del agua cayendo en el baño.
<<Ahí estás pequeña>>, pensó un poco mareado.
Cerró la puerta tras de sí y se acercó. Entró con sigilo y vio la figura de su prima a través del espejo de las puertas corredizas. Su cabello rojo resaltaba sobre su esbelto cuerpo. Caminó ya más controlado y con una inconfundible erección que se marcaba a través del bóxer negro que llevaba puesto.
Se lo quitó y lo lanzó al piso.
Abrió la puerta corrediza y vio el desnudo cuerpo de Alissa Maddison. Su miembro creció aún más; quería poseerla.
Ella pasó su mano por encima de su hombro para tomar el jabón o quizás el shampoo. Él se lo colocó sobre su mano y para sorpresa de Gregor, ella lo tomó.
La rodeó con los brazos acercando su cuerpo desnudo al de su prima.
—Te siento detrás de mi, Albert. —murmuró ella con picardía y realizó un movimiento sensual con sus glúteos.
A Gregor se le detuvo el corazón.
¿Albert? ¿Quién carajos era Albert?
La rodeó con fuerza con sus brazos y apretó.
Ella gimió.
—Tómame. Tómame por completo. —le dijo con voz entrecortada.
De pronto, Gregor la hizo girar con brusquedad y la empujó a la pared con furia. Ella abrió los ojos como platos al verlo ahí plantado muy cerca. El cuerpo de Gregor ardía por la rabia. Se acercó más y la tomó por el cuello.
—¿Cómo me llamaste? —preguntó él mientras apretaba fuertemente.
Alissa no dijo nada. Simplemente comenzó a suplicar al mismo tiempo que las lágrimas recorrían su húmedo rostro por el grave error cometido.