Tinieblas

By ingridvherrera

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Reservado, misterioso, exótico..., y lleno de problemas. Kian Gastrell tiene la combinación perfecta para el... More

SINOPSIS Y NOTA DE AUTOR
Capítulo 1: Empezando mal
Capítulo 2: En la boca del lobo
Capítulo 3: Una chica como Olivia Gellar
Capítulo 4: Vengador
Capítulo 5: Advertencia
Capítulo 6: Como un arcoíris
Capítulo 8: Por una maldita sonrisa
Capítulo 9: Atentamente, K.
Capítulo 10: Despojado
Capítulo 11: Un lugar seguro
Capítulo 12: El armario
Capítulo 13: Treinta centímetros
Capítulo 14: Inexplicable
Capítulo 15: Miedo
Capítulo 16: Abrazos desesperados
Capítulo 17: Verdades felinas
Capítulo 18: Equipo
Capítulo 19: Westminster
Capítulo 20: A corazón abierto
Capítulo 21: Tensión
Capítulo 22: Tan cerca y tan lejos
Capítulo 23: Sonrisas de despedida
Capítulo 24: Descontrol
Capítulo 25: Confesiones de un corazón roto
Capítulo 26: Volviendo a la realidad
Capítulo 27: A escondidas
Capítulo 28: Los Gellar

Capítulo 7: Perdiendo la cabeza

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By ingridvherrera


El baile del instituto estaba cerca. Kian lo supo porque, con el inicio de una nueva semana, los pasillos de la escuela comenzaban a llenarse de guirnaldas coloridas y brillantes adornos hechos a mano. Además, se había clausurado el acceso al gimnasio porque el comité del evento necesitaba prepararlo para el próximo viernes, lo cual ponía de mal humor al entrenador Gellar ya que, por alguna razón, odiaba dar clase en el exterior cuando estaba muy nublado o lloviznando.

Por experiencia, sabía que los días previos al baile todo y todos giraban en torno a ese tema. En los pasillos y las aulas podía sentirse la emoción y el apuro por encontrar pareja; las preocupaciones por los exámenes parciales se vieron remplazadas por los dilemas de qué vestir para ese día, y Kian se sentía en un mundo paralelo, ajeno a todo.

Después del fin de semana, intentó no darle demasiadas vueltas a nada ni nadie que estuviera relacionado con Dancey High. Especialmente con Olivia Gellar. Si querer evitarla hacía que se la encontrara, entonces dejaría de empeñarse en ello. Simplemente no haría nada.

Pensaba en eso mientras se lavaba las manos en el lavabo para varones, pero sus pensamientos fueron interrumpidos con la llegada de un par de chicos que entraron haciendo escándalo mientras se dirigían a los mingitorios.

—Olvídalo, a estas alturas ya no queda nadie que valga la pena invitar. Solo las feas y las raras —le decía un chico al otro. Kian se apuró a enjuagarse, no le interesaba las conversaciones de los demás.

—Pues tú tendrás que ir al baile con una de esas, porque yo se lo pediré a Olivia Gellar.

Estaba a punto de cerrar el grifo, pero su mano se quedó a medio camino al escuchar aquello. Sus ojos se alzaron hacia el espejo, y enfocó la vista en las espaldas del par que tenían los pantalones flojos mientras hacían sus necesidades de pie y hablaban.

El primer chico echó la cabeza hacia atrás, soltando una carcajada burlona que resonó con eco por las paredes del baño.

—Sueña, idiota, sueña.

—¿Qué? ¿No me crees?

—No —resopló—. Todos dicen que irá con Kent, así que no te hagas ilusiones.

—Kent no se lo ha pedido —aseguró el otro, sacudiendo las caderas antes de acomodarse la cinturilla del pantalón y subirse la cremallera—, y tampoco creo que se lo pida. Ambos están en el comité que organiza el evento y ha desperdiciado todas las oportunidades para invitarla.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Ayer lo escuché hablando con unas chicas de segundo. Una le preguntó si ya tenía pareja para el baile, y al principio se hizo el tonto, pero al final respondió que todavía no.

Se hizo un momento de silencio mientras el otro se abrochaba el pantalón.

—Bien. Entonces la invitaré antes que tú.

—Serás infeliz...

De camino a la puerta salieron dándose codazos mientras se insultaban el uno al otro y se ladraban las razones por las cuales Olivia no aceptaría las invitaciones.

Hasta ese momento, Kian se percató del grifo abierto que le seguía empapando las manos. Se sentía estúpido por haberse quedado a escuchar una conversación ajena en un lugar como ese, sobre todo luego de haberse burlado de Gil por hacer lo mismo. Y aunque odiara admitirlo, una parte de sí se había sentido con la suficiente curiosidad como para quedarse. Desde el día en que había visto a Olivia y Kent juntos en la sala de maestros, una pregunta intrusiva se negaba a dejarlo en paz: ¿qué pudiera haber entre ella y Kent como para quedarse juntos después de clase?

Si ella formaba parte de la organización del baile, entonces eso lo explicaba, pero aún así no creía que esa fuera la única razón por la cual uno se viera tan interesado en el otro. La manera en la que había visto a Olivia mirar e interactuar con el delegado en los pasillos, a las afueras y en la sala de maestros, no pasaba desapercibida y no parecía simple amabilidad.

Otra vez, molesto por la ruta que estaba tomando su mente, tomó bruscamente una toalla de papel del dispensador y se secó rápidamente, arrojándola al basurero antes de salir de ahí hacia su próxima clase.

La maldita clase de Historia.

En la cual hizo como si nada.

Sabía que ella estaba ahí porque reconocía su presencia y el sonido que hacía su silla habitual al ser arrastrada hacia atrás para sentarse. También porque respondió al pase de lista de Brennan. Sin embargo, Kian no volteó a verla ni una sola vez. Estaba molesto, y ni siquiera entendía por qué. 

A la mitad de la semana ya era oficial. Olivia había sido invitada por Kent al baile, y ella dijo que sí.

Lo supo por casualidad al escucharlo de la chica que era su vecina de casillero, mientras se lo decía a otra con tono resignado. Más tarde, Gil hizo lo propio confirmándolo, aunque Kian no se lo preguntó. También supo (gracias a Gil), que varios chicos la habían invitado a lo largo de la semana, pero ella los rechazó a todos, excepto a Kent; lo cual era la prueba fehaciente de que existía algo entre ellos, y él no tenía por qué incomodarse.

Tal vez lo hacía porque Kent no era precisamente su persona favorita en Dancey High. No después del enredo en el que estuvieron involucrados. El que su ex novia lo hubiera engañado con el delegado alumno era algo que ya no le dolía, pero lo cierto es que no lo olvidaba, y desde luego la vida de Kent no podría importarle menos. El que estuviera involucrado con la hija del entrenador también debía darle igual.

—¿No te molesta? —le preguntó Gil, sentados en la banca a un costado del edificio, durante el receso.

—¿Qué cosa? —respondió Kian en tono distante, mientras se concentraba en escribirle un mensaje a Enzo, pidiéndole trabajar doble turno para el viernes.

—Que Olivia irá al baile con Kent.

Como toda respuesta, Kian alzó la vista, mirándolo con el ceño fruncido, antes de volver al texto que estaba digitando.

Desde luego, Gil se tomó el gesto como un «no».

—Es probable que ellos formen una pareja después del baile.

Kian aplastó el ícono para enviar el mensaje. Ahora solo debía esperar la respuesta de su jefe. Mientras tanto, guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y lanzó una mirada insulsa a Gil.

—¿Por qué debería importarme?

El aludido se encogió de hombros.

—No sé, tú sabrás. No es que deba importarte, pero he notado que desde hace varios días la evitas en serio, como si tuviera lepra. No te voy a mentir, al principio pensaba que te gustaba o algo así, pero luego me dije a mí mismo que esa era una forma muy extraña de interesarse en alguien, y que a lo mejor lo tuyo con ella es que la odias, o simplemente te disgusta. Especialmente ahora que está con Kent.

Era verdad que Kent no le caía bien, pero Olivia...

—No la odio —repuso escuetamente—, es solo que no me la quiero encontrar, no necesito otras razones.

Gil le lanzó una mirada significativa, pero no dijo más. Por lo menos el chico sabía reconocer cuando llegaba a un callejón sin salida. En cambio, continuó hablando acerca de los avances que estaba teniendo con la chica de segundo año que había logrado invitar al baile. Al parecer, tenía planeado pedirle salir formalmente después del evento, y mientras le contaba los detalles de lo que tenía planeado, una vibración distrajo la atención de Kian hacia el bolsillo de su chaqueta. Enzo había respondido el mensaje, confirmando que le pagaría el doble turno del viernes.

Gil tenía un punto. Se estaba tomando demasiadas molestias por Olivia Gellar. No solo el esfuerzo de evitarla en la escuela, sino de pedir trabajar hasta el amanecer justo el día del baile porque, desde el día en que la había encontrado con Kent en la sala de maestros, ocupaba su mente por mucho más tiempo, con mucha más intensidad.

Esa noche, tumbado en la cama después del trabajo, se había sorprendido a sí mismo tomando el móvil para buscar en internet la canción de los Rolling Stones que ella y el delegado estaban escuchando. El piano y los demás acordes de «She̕s a Rainbow» resonaron a través de los audífonos que se había puesto, como si no deseara que alguien descubriera lo que estaba escuchando. El video que reprodujo incluía la letra. Era una canción alegre, chisporroteante e inusual. Contrastante con cualquier otra cosa que hubiera escuchado, y aterradora..., porque cada una de las palabras y notas parecían haber sido hechas para encajar con una persona como Olivia...

Desde entonces, no había podido arrancarse aquella melodía de la mente. Lo perseguía a todos lados. Se colaba en todos los momentos, y se repetía sin parar. Lo tenía podrido la impotencia de sentirse atrapado. 

Cuando llegó el viernes, se sentía ansioso como hacía mucho tiempo no lo hacía. Tanto que, aunque no le gustara la idea, por la mente le pasó comprarse una cajetilla de cigarros. Fumar era un hábito del que no se sentía orgulloso, pero era la única cosa que le funcionaba para mantener la inquietud a raya, especialmente cuando llevaba bastante tiempo aguantándola y ya no podía más con ella.

Como cada año, el día del baile las clases quedaban canceladas, de modo que Kian no tenía nada que hacer en Dancey High, pero de cualquier forma se alistó muy temprano en la mañana para ir a cubrir el turno matutino que había solicitado en el puerto. De ninguna manera pensaba quedarse en casa durante tantas horas.

El trabajo ahí fue tan extenuante que resultó efectivo para mantener su mente ocupada, e incluso conversó con algunos trabajadores en el comedor de empleados durante el descanso. La mayoría eran hombres casados, con hijos, y la simpleza de las conversaciones le dieron un respiro a las complicaciones de sus pensamientos.

Pero mientras la luz del día fue escaseando, ocultándose por el horizonte del río Támesis cuando se la llevó el Sol y llegó la Luna, la inquietud volvió a asomarse por su mente. Eran casi las nueve de la noche cuando estaba cambiado y montado sobre la bicicleta rumbo al Nightmare. El baile de la escuela debía haber empezado hace una hora y...

Y nada.

Kian frunció el ceño ante el pensamiento, pedaleando más fuerte. Durante todo el día se había esforzado en no pensar nada que tuviera que ver con el baile, porque inevitablemente eso lo llevaba a pensar en..., en Olivia Gellar.

Maldición.

Ahí iba de nuevo.

Soltando un resoplido de frustración, atravesó las calles a través de autos y transeúntes, hasta llegar al club nocturno.

Odiaba ese lugar. Y odiaba haber tenido que ofrecerse para trabajar en él hasta el amanecer, pero se sentía desesperado y desconcertado de lo mucho que el tiempo había pasado desde la última vez que se sintió de esa manera, sin paz, vulnerable, ansioso.

Tal vez la buena noticia era que esa noche conservaría su puesto en la puerta, así que no tendría que soportar las próximas ocho o nueve horas en el ambiente viciado al interior de aquel miserable lugar.

Después de una hora controlando el acceso al club, se vio en la necesidad de admitir la verdad y dejar de defender lo indefendible: el plan no estaba funcionado. Al contrario.

A ratos tenía ganas de estrellar la cabeza contra un muro porque el plan era una mierda. Entre más minutos pasaban, más pensaba en el dichoso baile al que nunca había asistido; en el maldito Kent Burgess al que nunca le había dado tanta importancia; y en Olivia, a quien ni siquiera conocía en realidad.

Kian se abocó al trabajo, intentando no pensar en la distancia que separaba al Nightmare de Dancey High; intentando no pensar en ella.

Pero pensaba en ella, sin remedio alguno. Recordaba con claridad cada detalle que había reunido de Olivia a lo largo de todas esas semanas, y se dijo insistentemente que esos recuerdos no tenían nada que ver con que sintiera una inquietud con la cual no sabía qué hacer.

En algún momento la calle frente al Nightmare se quedó tranquila, y Kian aprovechó para cerrar los ojos, recargándose contra el muro a su lado mientras se pasaba las manos por el rostro, como si así pudiera sacudírsela de encima. Pero su mente no se quedaba quieta, oscilando entre las interminables horas que aún le quedaban de trabajo, y la desconcertante manía por pensar en Olivia, hasta que por fin solo le quedó la opción de rendirse, entregándose a la serie de imágenes de ella sonriendo para alguien más (¿de verdad habría ido al baile con Kent o eran solo rumores?); de su llamativa forma de vestir tan colorida y la seguridad tan deslumbrante que tenía para expresar sus gustos en su apariencia (¿qué se habría puesto ese día? ¿Sería algo tan colorido como los otros días?); la dedicación con la que tomaba esmerados apuntes en clase; su voz cálida y dulce que tenía tendencia a temblar cuando lucía asustada; el espectacular rojo carmesí de su cabello; el aguamarina de sus ojos y las pecas que la genética le había espolvoreado por encima del puente de la nariz, como una Vía Láctea.

«Joder, sí, sí que es hermosa», pensó. No había querido notar cuán delicada, femenina y atractiva era, sino hasta que la pudo observar de más cerca el día en que le advirtió que se mantuviera alejada de él.

Al mismo tiempo, le sorprendió la voluntad con la que ella lo encaró. Al principio solo le había parecido una chica nerviosa, pero resultaba ser una persona que a pesar de los nervios enfrentaba sus miedos, gobernándose sobre ellos. Quién iba a decir que la asustadiza hija del entrenador que se había ocultado a espaldas suyas cuando entraron en aquella aula de Historia, era una chica que también podía...

—Eh, tú, ¿nos vas a dejar entrar o no?

La voz impaciente del hombre que le meneaba una mano frente a los ojos le cortó la respiración.

Tragó en seco, haciéndose a un lado para dejarlo pasar junto con su acompañante, la cual lucía sospechosamente menor, pero Kian tardó en recuperar la cabeza y no tuvo facultades para pedirle una identificación.

Atendió a un par más de personas que seguían en la fila, pero esta volvía a alargarse con rapidez. Consultó la hora en su teléfono y su mandíbula se apretó cuando vio que pasaban de las once. Le quedaban siete horas de trabajo, pero al baile menos de una.

Mierda. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Oye idiota, ¡concéntrate! No estamos pintados —reclamó otro impaciente de la fila, al ver que Kian miraba con fijeza la pantalla del teléfono que le iluminaba las facciones preocupadas en esa oscuridad.

Aunque perdiera la cabeza y estuviera lo suficientemente loco como para dejar botado el trabajo y la paga de la doble jornada para salir volando hasta Dancey High antes de que el baile acabara a las doce, ¿qué se supone que iba a ser ahí? ¿A qué carajos iría?

Maldita sea. ¿Qué era? ¿Un cobarde? Ya tenía que dejarse de juegos. Quería ver a Olivia. Punto.

Quería verla sabrá Dios para qué. Tal vez solo era un masoquista que inconscientemente buscaba atormentarse. Tal vez su mente solo le jugaba un efecto de psicología inversa en donde evitarla generaba el resultado contrario, como cuando alguien empieza a anhelar aquello que tiene prohibido o una mierda de esas.

No sabía por qué, pero tenía la inquietante certeza de que eso era lo que necesitaba. De que esa era, aunque le costara admitirlo, la razón por la cual había estado tan desquiciado durante todo el reverendo día.

Levantó la vista del teléfono cuando la luz se apagó, mirando distraídamente las caras disgustadas de las personas en la fila.

Tenía dos opciones. Quedarse hasta el amanecer a que se lo comiera vivo su propia mente, o arrancarse las dudas de inmediato, yendo a lo que quedara del baile.

Ambas opciones nefastas.

Pero se dio la vuelta, empujando las puertas del Nightmare hacia su interior. Si se alzaron protestas a su espalda no las escuchó, porque la atronadora música le llenó los oídos, retumbándole por dentro. El ambiente estaba atascado de ruido por los gritos y silbidos animados de los hombres que se arremolinaban alrededor del escenario central, donde tres bailarinas se contoneaban con movimientos eróticos alrededor de los tubos fijados al piso del escenario. Sus prendas eran diminutas, y la mayoría ya habían desaparecido gracias a los hombres que habían extendido dinero hacia ellas a cambio del espectáculo y la vista.

Kian pasó de eso, dirigiéndose a la zona donde estaba el vestidor de las bailarinas, empujando telas que colgaban como decoración, y apartando tiras de brillantes cuentas cual si fueran mosquitos rondándole la cara.

Escuchó las voces de algunas de ellas llamándolo, pero las ignoró mientras tenía en la mira la puerta del fondo.

—Yo no entraría ahí si fuera tú, cariño.

La puerta estaba ligeramente abierta, de modo que puso la palma encima, empujándola ligeramente para revelar el interior. Le llamaban la habitación roja por evidentes razones. Casi todo era de ese color; desde el viejo y húmedo papel tapiz que se desprendía a gajos en ciertos puntos, hasta las alfombras ennegrecidas por la suciedad de años y el terciopelo de los sillones. Las decoraciones baratas que había alrededor le daban un acento dorado a la monotonía de color, y en medio de todo ese espectáculo de mal gusto estaba Enzo, sentado tras un robusto escritorio de roble, con Roxy sentada en su regazo mientras esta le hacía cosas con la boca en el cuello.

Enzo levantó la vista ceñuda de los fajos de billetes que estaba contando. Roxy percibió el cambio en él, deteniéndose para enderezarse ligeramente y seguir con la mirada lo que le había llamado la atención al hombre. De inmediato, la espalda de ella se puso rígida, observando a Kian con la culpa de alguien que acababa de ser atrapada haciendo algo malo, pero enseguida su expresión se afiló, probablemente recordando con resentimiento la última vez que habían hablado. Y como prueba de dignidad, se inclinó más sobre Enzo, pasándole una mano sobre el pecho en un gesto posesivo y sugerente.

Kian evitó rodar los ojos porque en ese momento tenía cosas más importantes que atender que el inútil intento de celos de Roxy.

—¡Kian! ¿No sabes tocar? —inquirió Enzo, ahora inmutable ante los mimos de Roxy, probablemente sin darse cuenta de lo que ella estaba haciendo.

—Estaba abierto, tengo algo que decirte.

Enzo volvió la atención al fajo de billetes que tenía entre las manos llenas de gruesos anillos.

—¿Qué quieres? ¿Otra vez hubo una pelea afuera? Tú sabes manejar eso —masculló sin mirarlo, llevándose un puro encendido a la boca que levantaba siniestras volutas de humo hacia el techo.

Los puños de Kian se apretaron, resistiéndose a hacer lo que estaba a punto de hacer. Una parte de su conciencia intentaba rescatarlo de una decisión que a todas luces sería algo de lo que ya se estaba arrepintiendo, pero otra parte de sí, irracional e insistente, quería seguir adelante con eso.

Así que, haciendo caso omiso de su conciencia, abrió la boca y dijo:

—No. Acaba de surgirme algo y no podré cubrir el siguiente turno, ni terminar con este.

A Enzo le tomó algunos segundos comprender lo que acababa de escuchar, y cuando lo hizo, pestañeó, soltando los billetes al tiempo que se sacaba el puro de la boca con una mano, y con la otra se arrancó la mano que Roxy le deslizaba dentro. Si ella se había ofendido, solo lo pareció un momento, porque de inmediato compuso una expresión aburrida, fulminando a Kian con la mirada. Pero él no se la devolvió, observaba a su jefe con fijeza al tiempo que trataba de pensar en alguna respuesta en caso de que quisiera saber cuál era la emergencia.

—¿Es una broma? —inquirió, alzando la voz acaloradamente.

Kian se mantuvo impasible.

—Sabes que me gusta bromear tanto como a ti —razonó con seriedad, y después dejó escapar un suspiro de impotencia—. Pasó algo en casa y yo..., tengo que irme pronto.

Enzo lo estudió con ojos entrecerrados, tamborileando los gruesos dedos sobre la superficie de madera. Lo miraba con desconfianza, como si tuviera el poder de atravesarlo y encontrar la verdad. Lo miró por segundos tan eternos que Kian estuvo a punto de rendirse y decirle que lo olvidara, que regresaría a su puesto. Roxy soltó un resoplido, aburrida, entreteniéndose con un mechón de cabello que comenzó a enroscarse alrededor de un dedo.

Enzo se tomó el tiempo de darle una lenta y larga calada al puro antes de soltar una ondeante voluta de humo que nubló el aire. Finalmente, cortó el contacto con los ojos de Kian, volviendo a tomar los billetes.

—Vete, pero con una condición. Encuentra ahora mismo quien te cubra esta noche. Sino, olvídalo.

Kian se quedó sin respiración. Enzo acababa de aceptar.

Mierda.

—¿No te urgía? ¿Qué sigues haciendo ahí parado? Muévete a buscar tu remplazo o vuelve al trabajo.

Kian asintió apenas pudo reaccionar, dándose la vuelta para salir.

—Ah, ¡y olvídate de tu pago del día! —gritó Enzo desde la oficina que cada vez quedaba más lejana. 

Buscar quien lo remplazara en la entrada era la parte fácil. Casi cualquiera de los meseros estaba dispuesto a traicionar por quitarle el puesto a Kian, de manera que consiguió la aceptación inmediata del primer mesero que se encontró en el camino.

Lo difícil era luchar contra sí mismo, entre los mil y un reproches que se iba diciendo durante todo el camino, y la carrera contra el reloj antes de la medianoche.

Fuera del barrio de Brixtol, las calles estaban más vacías, de modo que lograría acortar el tiempo que le tomaba llegar de ahí al instituto, mientras sentía los músculos de sus piernas incinerándose por lo rápido que pedaleaba. Entre más avanzaba, más se convencía de que aquella era una pésima idea, pero ya había alterado el curso de todo, quemando un cartucho muy grande al mentirle a Enzo para abandonar su puesto de trabajo, además de renunciar al pago de una doble jornada. Y encima, seguía sorprendiéndole que su jefe hubiera aceptado sin hacerle más preguntas. ¿Es que acaso se le notaba tanto el apuro y la desesperación?

Por otra parte, volvía el tema de qué se supone que iba a hacer una vez que llegara a Dancey High. No podría entrar al baile porque no tenía boleto, y tampoco tenía garantía de poder encontrar a Olivia de casualidad porque para entonces ya habría podido irse, por lo que todo el alboroto que armó probablemente era para nada.

Soltando una maldición, aplastó los frenos del manubrio, bajando un pie sobre el asfalto para poner más resistencia y detenerse. Jadeaba como si hubiera estado corriendo.

Frustrado, metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó el teléfono, buscando en su lista de contactos el de Gil. Se lo había dado desde que descubrieron que trabajaban en la misma zona del puerto, pero Kian jamás lo había llamado o enviado mensajes, y tampoco le había dado su propio número en intercambio, por lo que se sentía incómodo al oprimir el botón verde de llamada.

Al tercer timbrazo, Gil respondió:

—¿Diga?

—¿Estás en el baile?

Se hizo el silencio del otro lado. Por un momento, Kian alejó el teléfono de su oreja para mirar la pantalla, creyendo que la llamada se había cortado, pero seguía en curso. Cuando volvió a aplastarse el teléfono contra la oreja, estuvo a punto decir algo más, pero Gil por fin dijo:

—¿Quién habla?

—Kian.

—¿Kian? —exclamó, con notoria incredulidad en la voz. Rápidamente se aclaró la garganta y agregó—: Oh, ¿qué pasa?

—¿Estás en el baile o no?

Hubo otro silencio del lado de Gil, pero más breve esta vez. Cuando volvió a hablar, había algo contrito en su voz.

—N-no. Estoy en casa. ¿Tú dónde estás?

—Estoy en... —Miró por encima de su hombro, hacia la calle vacía y las luces del semáforo haciendo lo suyo. Uno que otro transeúnte caminaba por las sombras de las aceras—. Estoy..., cerca de la escuela. Pasaba por aquí y pensaba que..., que podrías necesitar un aventón a... ¿Por qué estás en tu casa?

—¿Me ibas a dar un aventón? Vaya, eso sí es nuevo y considerado de tu parte. ¿Qué estás haciendo ahí afuera? ¿No tenías trabajo en el Nightmare?

Kian frunció el ceño, consiente de que se estaba hundiendo más en la mierda.

—Cambio de planes. ¿No tenías una cita con esa chica Clara? —inquirió, alzando una ceja.

—Claudia. Y tú mismo lo dijiste, «tenía». Me canceló de último minuto.

El silencio ahora fue del lado de Kian, quedándose inmóvil por un momento. Había tratado de distraer la atención de sí mismo con la pregunta, pero no se esperaba una respuesta trágica.

—¿Qué? ¿Por qué?

Gil soltó un suspiro tan largo como la historia que seguro tenía que contar.

—Bueno, básicamente, estaba listo para pasar por ella a su casa, y cuando llegué toqué a la puerta, pero nadie abrió, así que le marqué un par de veces hasta que respondió, pero solo para decirme que algo le había surgido y no podía ir al baile conmigo.

Kian balanceó su peso de un pie al otro, sosteniendo la bicicleta entre sus piernas.

—¿Pero? —le preguntó a Gil, notando el tono desprovisto de confianza con el que acababa de narrar los hechos.

—Pero no sé, no la escuché muy convencida de lo que decía. Incluso me pareció que estaba en casa y que simplement decidió que no quería salir conmigo —Debió advertir que ahora dejaba entrever su decepción y tristeza, de modo que se aclaró la garganta. Cuando volvió a hablar, lo hizo con un tono entusiasta medio ahogado por el esfuerzo—. En fin, no sé por qué cambió de idea, pero hubiera preferido que me lo dijera de frente y con tiempo en lugar de excusas. Además, ¿cuándo pensaba decírmelo? Si no hubiera sido yo quien le marcara, ella no me habría dicho nada. Estaba dispuesta a dejarme plantado.

—Gil.

—¿Qué?

—Claudia se puede ir a la mierda.

Para su sorpresa, del otro lado, Gil soltó una auténtica carcajada.

—¡Que se joda Claudia! —repuso el propio Gil— Era demasiado bueno para ser verdad, pero ni hablar —Hizo una breve pausa, y en un tono más tranquilo y alentado agregó—: Gracias por decirlo tú primero, y por escuchar.

Kian se revolvió ligeramente, soltando un gruñido en respuesta. No tenía muy claro qué hacer con ese agradecimiento.

—Y no te preocupes, no necesito un aventón. Por cierto, ¿iba a ser en la bicicleta? Qué romántico de tu parte.

Un nuevo acceso de risa se escuchó por el auricular. Kian se puso ceñudo.

—¿Sabes qué es lo mejor? Que seguramente estás frunciendo el ceño ahora mismo. Dios, es un clásico.

—¿Sabes qué es lo mejor? Que te voy a colgar, idiota. Adiós.

Gil todavía reía cuando Kian colgó la llamada.

Realmente no estaba molesto con Gil. Debía admitir que, por desconcertante que pareciera, ahora estaba molesto con Claudia, y le daba cierta tranquilidad haber escuchado a su compañero reír, luego de que probablemente estuviera pasando esas horas con tormentas en la mente. ¿Le estaba empezando a importar? Tal vez.

Volvió a mirar la calle que se extendía frente a sí. No podía decir que era una persona del todo honesta, porque la principal razón por la cuál había llamado a Gil era encontrar un pretexto, por estúpido que fuera, para tener un motivo lógico por el cual pudiera acercarse a Dancey High sin sentirse culpable por lo irracional que estaba siendo.

Pero ahora, no tenía ninguna razón lógica, ni ningún pretexto válido para hacerlo. Por alguna razón, sentía que estaba cometiendo una traición a sí mismo si solo admitía que quería ir por Olivia. Sin embargo, tal vez la noche no estaba perdida.

Miró hacia atrás, sobre el hombro. El aire frío por la oscuridad le pasó por la cara, apartándole el cabello que le caía sobre la frente. Tal vez no estaba perdido, tal vez estaba a tiempo de regresar al Nightmare para retomar su trabajo y decirle a Enzo que el problema se había solucionado pronto para no afectar su credibilidad...

Demonios. Era un idiota.

Soltando una maldición entre dientes, enderezó el ángulo de la bicicleta, impulsándose con un pie sobre el suelo para tomar impulso y comenzar a pedalear lo más rápido que pudiera hacia Dancey High. 

Faltaba media hora para la medianoche cuando Kian se detuvo frente a la fachada del instituto, contemplando con expresión rígida el colorido arco hecho con globos que rodeaba la entrada principal. A través de las ventanas se veía que solo estaban encendidas las lámparas de la mitad de la planta baja, iluminando el camino desde la entrada hasta el gimnasio.

Algunas personas que él no ubicaba salían del lugar, riendo y tambaleándose como si estuvieran bajo la influencia del alcohol. ¿Servían bebidas alcohólicas en un baile de escuela? No tenía idea.

Pero lo que sí tenía claro era que, definitivamente, no debía estar ahí.

Había llegado tan lejos porque de todas formas no quería regresar al Nightmare, ni a casa. Hasta ese punto se sentía bastante patético y avergonzado consigo mismo por haber permitido que se le nublaran las decisiones. Pero en fin, por mucho que se regañara a sí mismo, no iba a cambiar el pasado de las últimas horas, así como no iría a encontrarse con Olivia, ni tenía por qué hacerlo.

Cansado por el esfuerzo físico y el peso mental de reconocer su error, dejó escapar un profundo suspiro que se materializó en el aire congelado. Era demasiado tarde para enmendar sus decisiones, pero de todas formas no tenía nada que perder, y tampoco había planeado regresar a casa en toda la noche, así que metió las manos dentro de los cálidos bolsillos de su chaqueta y comenzó a caminar hacia el lateral boscoso del edificio. Hacia su zona favorita en toda la escuela que no había podido disfrutar a solas desde que había visto que Olivia y sus amigas también la preferían.

El resplandor que salía de las ventanas ayudó a iluminar el camino. Durante unos minutos, los únicos sonidos eran las agujas de pino crujiendo bajo sus zapatos, los grillos comunicándose unos con otros, y el ulular de algún búho cercano que seguramente lo seguía con la mirada desde la rama del árbol donde estuviera posado.

La cafetería estaba a oscuras cuando pasó frente a las puertas de cristal exteriores, la única fuente de luz provenía de la máquina expendedora de refrescos dispuesta junto a la entrada interior. Kian se detuvo un momento a contemplar lo pacífico que se veía ahí dentro, en contraste con el caos y el ruido que era durante el día. Jamás había estado allí de noche, parecía un lugar totalmente diferente por dentro y por fuera, de modo que sus pies siguieron avanzando. Sabía que en algún momento la extensión boscosa terminaría, pero deseaba darle la vuelta completa.

Sin embargo, la poca iluminación comenzó ser más escasa y en un par de ocasiones estuvo a punto de tropezar. Sus pisadas y los grillos se escucharon menos nítidos al mezclarse con el lejano sonido de la música que provenía del gimnasio. No tenía ventanas, solo unas rendijas de ventilación en lo alto por las que se colaban las luces móviles y la música. Y a juzgar por las sombras que dejaban entrever los resquicios de las puertas de latón, todavía había personas en la fiesta. La estructura era tan gruesa que el sonido que se escapaba estaba ahogado, pero podía distinguir las voces, los cantos y los gritos de euforia. Una versión diminuta del escándalo que escuchaba en el Nightmare.

Recargándose contra una de las frías puertas, Kian miró hacia arriba, entregándose a lo que sus sentidos percibían para intentar distraerse de la rabia e impotencia que sentía contra sí mismo y sus disparates de querer encontrar a Olivia.

El aire ahí afuera siempre tenía el olor especial de la tierra húmeda y árboles perennes, además el cielo estaba siendo bondadoso esa noche, permitiendo ver más estrellas de las que normalmente regalaba a la vista. Al parecer la Luna era llena y estaba enorme, pero las copas de los árboles la bloqueaban en gran parte. Tal vez si se acercaba a...

La música del interior de pronto subió de volumen, volviéndose nítida, pero enseguida lo perdió, ahogándose de nuevo. Dos segundos fue lo que le tomó comprender que alguien acababa de salir por la puerta de a lado, y antes de identificar quién había sido, su cuerpo se paralizó.

Dios, no.

Sí.

Mierda.

Que lo partiera un rayo si sus ojos lo estaban engañando. Si la chica que se apresuraba a trompicones lejos del gimnasio no era Olivia Gellar.

Le aterraba saberlo hasta las entrañas, pero no había manera de confundirla. Desde luego ella era Olivia, aún de espaldas reconocía la caída de su cabello y su incomparable color, incluso con la escasa luz.

Ella se acercó tras un árbol contra el que se recargó, pero desde donde Kian estaba podía ver la porción de uno de sus hombros por detrás.

Se sentía bastante confundido. Hace un momento tenía la convicción de que la vida poseía una forma muy retorcida de burlarse de él, y al siguiente, como si nada, y de la nada, le hacía aparecer frente a sí su más irracional e incomprensible deseo.

De todas las personas posibles, el que precisamente Olivia Gellar era la que estaba ahí, le hacía dudar de cómo funcionaban las casualidades. Y si eso era un sueño...

Kian por fin se dio cuenta del aire que estaba conteniendo de tan tieso que su cuerpo se había puesto.

Sueño o no, algo tiraba de él hacia ella. Quería acercarse, y estuvo a punto de hacerlo, pero se detuvo cuando notó que ella se desplomó contra el tronco hasta quedar sentada en el suelo, llevándose las manos al rostro. El sonido de un sollozo fue lo que lo clavó de nuevo en su lugar, y después vino otro, y otro, y otro más. Los hombros se le sacudían, lloraba desconsolada, sin restricción. Con la confianza de saberse sola, mientras él sentía que podía romper esa confianza en ella si hacía ruido con la respiración o los latidos de su corazón.

Había algo dentro de él revolviéndose al verla llorar, pero esta vez el sentimiento no resultó incomprensible. De hecho, era algo con lo que estaba bien familiarizado. Un sentimiento oscuro. La rabia que se le congelaba al grado de explotar en letales esquirlas de hielo. Ver llorar a Olivia le producía un asqueroso sentimiento de rabia porque solo había un motivo que se le ocurría por el cual ella estaba así. Un motivo con nombre y apellido.

Kent Burgess probablemente tenía algo que ver.

Más que nunca, sintió vibrar dentro de sí los deseos por acercarse a ella, pero, por amor a Dios, debía dejar de una buena vez de dejarse llevar por sus impulsos y empezar a pensar con la cabeza. Era evidente que si ella había decidido salir a ese lugar húmedo, frío y oscuro, era porque deseaba privacidad y alejarse de lo que sea que le había ocurrido en la fiesta. Además, ¿en qué demonios estaba pensando? Verlo a él no solo era lo que ella menos deseaba, sino que la iba a hacer sentir incómoda y seguro saldría corriendo. Fuera de ser un consuelo, sería un espanto.

Así que Kian se quedó callado y quieto. Obligándose a aguantar el sonido de sus sollozos, hasta que, sabrá Dios cuántos minutos después, comenzaron a menguar, volviéndose solo pequeños espasmos y sorbidas de nariz. Después de la tormenta, ella sola estaba buscando tranquilizarse.

«Respira», pensó él, deseando poder decirle en voz alta lo que siempre se decía a sí mismo cuando sentía que las emociones querían dominarlo. «Recuerda respirar».

Como si estuviera obteniendo una respuesta, ella se pasó la muñeca por la cara, enjugándose los rastros de lágrimas, e inclinó la cabeza contra el tronco, soltando un largo suspiro antes de volver a dar una profunda aspiración, una y otra vez.

Una pequeña punzada de aprobación fue suficiente para que la rabia menguara en Kian. Pero su corazón volvió a acelerarse, entrando en un estado de alerta cuando ella comenzó a ponerse de pie, sacudiéndose la tierra alrededor de su falda. Luego introdujo la mano dentro de un bolsillo bien disimulado, sacando su teléfono.

La luz de la pantalla le iluminó las pecas de su rostro concentrado mientras escribía algo con los pulgares y avanzaba lentamente de vuelta al gimnasio.

Kian olvidó cómo demonios podía moverse. Aunque Olivia no le prestaba atención ni se había dado cuenta de su presencia, tenía que pasar junto a él, y la única razón por la que no lo había notado antes era porque salió demasiado abrumada como para ver que casi lo chocó con el hombro.

Si iba a esfumarse necesitaba hacerlo de inmediato, ya. Pero antes de que pudiera hacerlo, la cabeza de Olivia se había levantado en alerta, y sus ojos lo veían directamente a él.

Podría asegurar bajo juramente que en ese instante, el mundo se había detenido por completo. Probablemente solo fue cuestión de un par de segundos, pero para él, transcurrió la eternidad en la mirada que ambos estaban cruzando.

Sin poder soportarlo más, se obligó a mantener la calma y ser quien hiciera algo al respecto, lo que sea. Así que despegó la espalda de la puerta, comenzando a avanzar. Sus movimientos hicieron reaccionar a Olivia, sorprendiéndole la forma desconcertada y temerosa en que sus ojos se estaban expresando, como si acabara de caer en cuenta que era él a quien estaba viendo.

La luz del teléfono olvidado entre sus manos se apagó, y a pesar de que lucía paralizada, a Kian no le pasó desapercibido el pequeño paso defensivo que ella dio hacia atrás.

—Sabes que la fiesta es adentro, ¿verdad? —le dijo él. Necesitaba decirle cualquier cosa o sentía que ella en cualquier momento podría gritar por encontrarlo intimidante en aquel rincón oscuro.

Diablos. Ni siquiera la culparía si ella terminaba pensando que estaba ahí como un raro lunático acosador para espiarla. Y al parecer, algo así debía estar pasándole por la cabeza porque empezó a intentos disimulados de mirar a sus alrededores con creciente nerviosismo al ver que estaban solos.

—Kian, si estás aquí por lo de la otra noche en el Nightmare, lo siento —soltó ella, como si el miedo se hubiera llevado su aliento.

Kian frunció el ceño, molesto de lo que se estaba dando cuenta. De lo que tanto le había costado admitir. La reacción de Olivia no era exagerada, él había contribuido a crearla gracias a su actitud hostil. Una actitud que no tenía ningún fundamento de ser hacia ella.

—No sabía que estabas ahí; tampoco tenía intención de ir ni de romper nuestro acuerdo; solo estábamos de paso y... —Elevó las palmas como si su cuerpo buscara defenderla de la amenaza que él representaba mientras se le acercaba. Kian no pudo apartar de sí la sensación de odio hacia él por causarle tanta inquietud, pero tampoco podía detenerse. Aquella fuerza que lo invitaba a acercarse a ella ya no podía ser ignorada— Todo fue una coincidencia, te... te lo juro, yo... —continuó Olivia, trabándose con las palabras cuando por fin él se detuvo, pero solo porque la distancia entre ellos solo sobrevivía por un escaso metro.

A esa distancia, Kian pudo notar la humedad que aún quedaba en los ojos de ella, haciéndolos tan brillantes como gemas pulidas. En ese momento, no quería volver a mirar, pero ya había notado la blusa blanca que se le ceñía como guante al torso y le dejaba los hombros al descubierto, además de la vaporosa falda rojo manzana que le dejaba al descubierto las pantorrillas. Se atrapó a sí mismo comparando la realidad frente a sus ojos contra las fantasías que se había creado en la mente acerca de cómo luciría ella esa noche. Por mucho, la realidad excedía cualquier expectativa. Olivia Gellar podría estar cubierta de la cabeza a los pies y no dejaría de lucir hermosa.

—¿Por qué estás aquí? —La escuchó preguntar, con un tono intrigado ahora colándose en su voz.

Kian no respondió. Simplemente no pudo hacerlo en ese momento mientras contemplaba momento a momento cómo la mirada de ella cambiaba. Como si poco a poco se convenciera de que si él buscaba hacerle daño, ya lo hubiera hecho.

No se estaba dando cuenta de la propia intensidad de su mirada, hasta que Olivia desvió la suya, azorada.

Entonces él se obligó a encontrar su voz, donde quiera que había quedado arrumbada:

—Es una fiesta abierta a todo el mundo.

—No te vi antes, y ya está por terminar —replicó ella, volviendo a observarlo con incredulidad—. No imaginé que estas cosas llamaran tu atención considerando esas dos situaciones.

Kian se movió, rodeándola para continuar con la marcha. Ella volvió a sobresaltarse, pero él necesitaba con urgencia poner distancia entre ambos. Observarla tan de cerca y escucharla lo abrumaba, lo hacía querer perder el control y ni siquiera sabía el control de qué. No deseaba averiguarlo. Nuevamente le vino a la mente que ir allí había sido un error. Solo quería ver a Olivia, jamás se había esperado estar tan cerca o hablarle, pero ahora que había conseguido más de lo que pensaba, no sabía qué hacer con ello. Se sentía fatal.

Cansado de su lucha interna, se detuvo junto al árbol donde ella había llorado, recargando un hombro contra el tronco. Volvió a tomar aire, intentando no dejarse abrumar por la presencia de ella que sentía vibrar a su espalda.

Desde ahí podía ver la luna en todo su esplendor. Era tan grande como él lo había sospechado, y resplandecía con una inusual luz anaranjada. A pesar de que la Luna, el Sol, las estrellas y las nubes eran algo que siempre estaba ahí, Kian nunca había podido darlo por sentado y le fascinaba el extraordinario hecho de poder ver el espacio desde la Tierra.

Luego de unos segundos, el silencio seguía imperando. Tal vez Olivia había aprovechado la oportunidad para irse. En parte esa era la razón de Kian para darle la espalda, para darle espacio y que pudiera escapar tranquilamente. Pero cuando echó un vistazo sobre su hombro para comprobar que estaba solo, le sorprendió ver que Olivia seguía allí, con el rostro levantado hacia el cielo, los labios ligeramente entreabiertos con asombro y una mirada soñadora. La misma expresión que probablemente él también acababa de poner al observarla distraída.

Se puso serio en cuanto ella pestañeó, bajando la mirada hacia él. Kian desvió la atención devuelta al frente. Lo siguiente que pasó hizo que su corazón se saltara un latido. Detrás de él se escucharon pisadas cautelosas acercándose. Kian aguardó, demasiado consciente de ese sonido como para acordarse de que debía respirar.

Las pisadas se detuvieron, y Olivia apareció en su vista periférica a su lado, separados solo por el grosor del árbol. De soslayo vio que ella aún miraba al cielo, y sintió la repentina necesidad de decir algo.

—No, no me llama la atención ni me interesa este tipo de cosas —repuso él, respondiendo a la última cuestión que ella había dicho. De pronto volvió a percibir que los ojos de Olivia estaban puestos en él, desconcertados. Aunque no la estaba mirando, podía sentir la pregunta que ella quería hacer como si su curiosidad desprendiera energía: «¿Entonces qué haces aquí?». Así que respondió—: Vine a recoger a un amigo, estoy esperando que salga.

Una terrible y vergonzosa mentira que dicha en voz alta lo hacía sentir ridículo. No sabía qué expresión tenía ella ahora, pero seguía observándolo fijamente. Kian se sentía como atrapado, y tan ansioso y desesperado que su mano simplemente se movió por instinto hacia el bolsillo interior de su chaqueta, buscando a tientas la cajetilla de cigarros.

Se sentía en su límite mientras sostuvo uno entre los labios, rebuscando en el otro bolsillo algo con lo que encenderlo. En sus chaquetas siempre dejaba encendedores sin darse cuenta, pero aquella solo tenía una caja de cerillos a medio acabar.

En automático raspó uno de ellos contra la lija de la caja, acercándose la flama, cuidándola con la mano libre para que el viento no la apagara.

La primera calada siempre era la más profunda. Y no es que le gustara fumar, pero le ayudaba a calmarse. O quizá solo fuera el efecto de aspirar y exhalar más lentamente lo que tranquilizaba los latidos de su corazón.

—Dime que es solo una metáfora —dijo ella, rompiendo el silencio.

Por fin, él volteó a verla, pero solo porque no tenía idea de lo que ella acababa de decirle. ¿Una metáfora?

—¿Qué? —inquirió Kian, confundido.

Olivia compuso una expresión de ligero desagrado mientras ponía un paso de distancia. Después se llevó la mano a la cara, abarcándose la nariz y la boca mientras hacía extraños sonidos ahogados. Kian no sabía si trataba de toser o carraspear, pero rodó los ojos con ironía al entender que ella estaba armando toda una escena dramática para que él apagara el cigarro. Aunque debía admitir que por dentro le hacía gracia las caras que hacía. Podría simplemente pedirle que no fumara junto a ella e igual dejaría de hacerlo.

Después de haber arrojado al suelo el cigarro y aplastarlo con la suela, la voz de Olivia, vuelta a la normalidad, volvió a sorprenderlo.

—¿Has cambiado de idea?

Kian la miró. Ahora ella tenía una expresión difícil de comprender, pero si se atrevía a suponer, se veía... esperanzada.

—¿Sobre qué?

—Lo que me pediste el otro día. Que no me acercara a ti ni te buscara —Se quedó en silencio, esperando que él dijera algo, pero el tema que ella estaba tocando lo tomó con la guardia tan baja, que no encontró su voz, así que Olivia soltó un pequeño suspiro y con voz baja agregó—: Hoy estoy faltando a eso, pero tú te acercaste y... no te has ido.

«Ni tú», repuso una voz dentro de él.

—Ah —Fue lo primero que se le ocurrió decir. Consciente de que estaba entrando a una zona muy roja con ella ahí, a solas, medio a oscuras, tan cerca. Después de la última conversación amedrentadora que tuvo con Olivia, su cabeza no le daba para entender por qué demonios no se había ido ya. Por qué ahora se sentía con la confianza de estar a su lado luego de todos esos días donde lo evitaba despavorida. Si ella lograba confiar así de fácil, entonces él no tenía muchas opciones. Estaba cansado. Tan, tan cansado de ese juego que quería decirle que sí, que había cambiado de idea y que olvidara todo lo que él le había dicho. Que ya no quería alejarla, ni que ella le tuviera miedo. Pero en lugar de eso, se escuchó decir —Eso sigue en pie, solo que ahora estoy cansado y no hay otro lugar más tranquilo que este en lo que espero.

Una verdad al fin.

Ella asintió ligeramente con la cabeza, comprendiendo. Entonces Kian se aventuró a seguir siendo sincero:

—Pero tú me ganaste el lugar, y no me interesó interrumpir tu momento dramático.

Tal como había esperado, la mandíbula de Olivia cayó en picada y sus mejillas se encendieron de inmediato, visibles incluso en la escasa luz.

—Ósea que... ¿desde cuándo estabas aquí? —espetó, sin aliento— ¿Acaso tú me... me viste... llorando?

Kian metió las manos en los bolsillos del pantalón, volviendo a recargar un hombro contra el tronco, mientras que encogía el otro en un movimiento evasivo.

—Diablos, qué vergüenza —farfulló ella, llevándose las manos a la cara un instante antes de bajarlas lo suficiente como para mirarlo, apenada— ¿Podrías... no decírselo a nadie, por favor?

Kian la observó. Lo miraba con una expresión suplicante y al mismo tiempo..., cautivadora.

Diablos. Zona roja. Muy, muy roja.

—No es cosa mía —se limitó a decirle, odiándose por lo cortante que sonaba, pero sabiendo al mismo tiempo que si no lo hacía, las cosas podrían complicarse aún más.

Un teléfono se escuchó vibrar. Kian estuvo a punto de comprobar si se trataba de el suyo, pero Olivia ya tenía el propio en la mano, leyendo desconcertada un mensaje que le acababa de recibir, siendo de inmediato interrumpida por una llamada entrante. Él alcanzó a ver que aquella llamada decía «Papi Sebas».

—Debo irme ya —declaró Olivia, apresurada, escondiéndole el teléfono tras la falda—, pero gracias —agregó, sonriéndole. Una sonrisa que duró apenas un segundo antes de que ella se diera la vuelta para regresar a grandes zancadas hacia el gimnasio.

La vista de Kian no acababa de dar crédito, y cuando Olivia desapareció tras las puertas de latón, él se quedó mirándolas en su vaivén y un poco más, hasta que se detuvieron, quedando selladas.

Olivia Gellar acababa de sonreírle por primera vez. A él. 

¡Hola! Espero que hayan pasado una linda Navidad! Y que Santa les haya traído un Kian bajo el árbol jajajajaja xD 

Estoy muy feliz de compartirles los últimos 3 capítulos del año. Les agradezco mucho su paciencia y espero que estén tan felices como yo porque nuestro precioso Kian por fin se está empezando a dar cuenta de su atracción hacia Livy, aunque aún se resiste a admitirlo y lo seguirá haciendo hasta que ya no pueda más jojojo. 

Nos leemos pronto!

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