La psicopatía de Darek [+21]...

Autorstwa DarkAngel15_

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En la Prisión Federal de Barrow se encuentra Darek Lombardi, uno de los presos más peligrosos del país. Tras... Więcej

Prólogo
1. Llegada a la Prisión Federal de Barrow.
2. Él es Darek Lombardi.
3. No le temas a la muerte, témeme a mí.
4. Nefario.
5. ¿Duncan?
6. No me arrepiento de nada.
7. ¿Paul Johnson?
8. Cuidado con el monstruo.
9. Que empiece el juego, angioletto.
10. ¿Plan de escape?
11. Vives en una mentira que tú misma crees.
12. Daryl y Damon Lombardi.
13. Ha sufrido un infarto.
14. Un día con Daryl.
15. Matar o morir.
16. El diablo.
17. Ti auguro tanto.
18. Todos aquí están locos.
19. No confíes en nadie.
20. ¿Dejar que los malos ganen?
21. ¿Quién te hizo eso?
22. Bésame, Darek.
23. Organizarlo todo.
24. Si algo puede salir mal, saldrá mal.
25. Huida.
26. El líder ha vuelto.
27. Nacimos para matar.
28. Pásalo bien con Duncan.
29. Tortura.
30. Amón Hudson.
31. Cada mala acción merece un castigo.
32. Contrato.
33. Liberación a Hill.
34. ¿Un arma?
35. Abuelo Lombardi.
36. Sin cuerpo, no hay muerto.
38. Darita... el lago.
39. Trato con Heather.
40. La cena [+18]
41. La mercancía.
42. Paul y Heather.
43. ¿Traición?
44. Eres un monstruo...
45. Una invitación y nueva información.
46. Logan Johnson.
47. Tensión.
48. Día de misiones.
49. Nos volveremos a ver, angioletto.
50. Buen ángel.
51. ¿Me extrañaste?
52. La traición se paga con sangre.
53. ¿Williams?
54. Sempre fedele.
55. Rescate.
56. El destino da muchas vueltas.
57. Las promesas se cumplen.
58. Ayúdame a olvidar.
59. Una bala y dos personas.
60. Sono pazzo di te.
61. Volver a huir.
62. Nuevas noticias.
63. Daia Lombardi.
64. Cada principio, tiene un final.
65. Confusión.
Epílogo.
Epílogo 2.0 (Final alternativo)
Extra Halloween
Extra: Darah.
Extra: Delena M.

37. El día ha llegado.

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Autorstwa DarkAngel15_

[Advertencia: este capítulo contiene escenas +18 explícitas, incluyendo técnicas de BDSM. Si queréis leerlo, adelante. No os olvidéis de dejar vuestro voto :))]

Darek Lombardi

Aspiro todo el humo del cigarro, expulsándolo por la boca. Observo como una figura irregular se forma en el aire y luego se va. Otro día más en esta aburrida e insignificante vida.

—Fumar mata —una voz femenina suena en mis espaldas.

—Me matará otra cosa antes —no me doy la vuelta para verla, sé de quién se trata.

Ella suelta una breve risa y se acerca a mí, apoyando sus brazos en mis hombros y entrelazando sus manos en mi pecho. Está recién salida de la ducha, sus brazos aún están húmedos, al igual que el resto de su cuerpo. Su desnudez está tapada únicamente con una toalla, pero nada más. Lentamente me doy la vuelta, contemplándola mejor.

Su cabello pelirrojo tiene un tono mucho más oscuro al estar mojado, parece castaño. Su piel, como siempre, pálida como la nieve. La toalla gris cubre sus pechos, cintura, caderas y muslos, pero nada más. La tomo por la cintura y la presiono contra mi cuerpo, ella alza su mirada para encontrarse con la mía. Sus mejillas están sonrojadas y dudo que sea por el calor del baño, sino por la excitación del momento.

Ella es la perfecta distracción que necesito ahora. Tengo todo el poder en ella, puedo dominarla perfectamente, eso es lo que realmente me atrae. Desvío mi mirada de sus ojos azules hasta la cama, el cabecero es perfecto para atar a alguien. Contemplo su mano, esos dedos largos y delgados, en el cual mantiene el anillo que le di. Un anillo que muestra que es de mi propiedad, con mi nombre gravado en él. Ella lo aceptó, en ningún momento la obligué a llevarlo.

—¿En qué piensas, amo? —recalca la palabra "amo" con una sonrisa pícara—. ¿En cómo follarme?

Algunas veces me asombra esa actitud tan directa que tiene, porque otras demuestra ser todo lo contrario. Percibo en su mirada una pizca de excitación y deseo, que es tan fácil que conseguir en ella. Una sola mirada y ella se moja, sonrío porque en parte es verdad.

—¿Sabes lo que pienso? —le pregunto bajando mi tono de voz y ella niega con la cabeza—. En cómo voy a hacer para tener el suficiente control para detenerme, cuando te vaya a tener desnuda en mi cama y completamente inmóvil.

—No te detengas y ya —dice con una sonrisa.

—Eso dices ahora —digo, bajando mi mirada hasta el nudo de su toalla—. Luego tu boca gritará esa palabra de seguridad, para que me detenga de lo duro que te estaré follando —sonrío y desato ese pequeño nudo que cubre su desnudez—. ¿En qué pensabas mientras te duchabas? ¿Por qué saliste tan excitada? —le pregunto con una gran curiosidad.

Ella lame sus labios, antes de contestar. Observo su desnudez al caer la toalla, sus pechos pequeños, esa delgada cintura y sus anchas caderas. Acaricio su pecho con mi mano, su pezón se pone erecto al mínimo roce. Ella suelta un pequeño jadeo ante ese toque.

—Recordé lo del otro día —confiesa, en voz baja—. Cuando estábamos en la ducha y tú luego... —suelta un pequeño gemido al pellizcarle el pezón.

—Yo luego... ¿qué? —pregunto, fingiendo no saber nada.

—Me devolviste ese favor —contesta.

Asiento con lentitud, apretando su pecho, dejándole una marca rojiza en su piel. Deslizo mi mano con total delicadeza por su cuerpo, sabiendo que, si hago un poco de presión, quedará esa marca rojiza en su blanca piel.

—Tápate de nuevo con la toalla y ven —se agacha para volver a cubrirse de nuevo con la toalla—. Ahora sígueme, vamos a otro lugar —sonrío con maldad.

—¿A dónde? —pregunta ella, con curiosidad.

No le digo nada, tan solo la tomo de su muñeca y la llevo casi arrastras fuera de mi habitación. Mis hermanos están en sus cuartos o fuera de la casa, haciendo sabe Dios qué. Los pasillos están despejados, no se oye absolutamente nada. Algo extraño, a decir verdad. Conduzco a Darah hasta el sótano, que ya está preparado para una ocasión como esta.

—¿Me llevas al sótano? —pregunta ella, temiendo lo peor—. ¿Para qué o qué?

—Para matarte —digo con ironía, apretando el agarre para que acelere el paso.

Mi paciencia poco a poco se va esfumando, quiero atarla, ponerla únicamente a mi disposición e inmovilizar todos sus movimientos. Anhelo besar cada centímetro de su piel, morderla, dejándole marcas que estarán ahí, gravadas en su piel durante varios días. Marcarla como si fuera mía, de mi propiedad, para todos los demás lo sepan. Por ello lleva el anillo, porque ella ya tiene un dueño, que soy yo.

Giro el pomo que da a la puerta del sótano, enciendo el interruptor de la luz, que enseguida nos ilumina el camino. Sin soltar a Darah ni un solo segundo, indico que baje ella primero, mientras yo cierro la puerta para que nadie nos interrumpa. Saco la llave de mi pantalón y la cierro, dejando la llave en la cerradura de la puerta.

Unas luces rojas que son las mismas que las de la sala de tortura, iluminan toda la estancia. Darah mira todos los objetos que hay a su alrededor. Una cruz de madera pintada de negro, la cual está pegada a la pared del sótano y cuenta con varias correas para la inmovilización. Una en cada punta de la cruz, para sujetar tobillos y muñecas, ah y una en el centro, para agarrar la cintura. En esa misma pared, al lado de la cruz hay varios objetos, como látigos, esposas y pinzas.

Desvío mi mirada hasta la cama, en el cual el cabecero cuenta con un par de esposas de cuero para sujetarla e inmovilizarla. Cuyas mantas son de color rojo, al igual que las luces que iluminan el lugar. El cabecero de la cama es de metal, pintado también de negro.

Unas largas cadenas de metal cuelgan del techo, sirven para sujetarla únicamente de muñecas con sus esposas, para azotarla desde un ángulo en el que ella esté de pie.

En el suelo veo un inmovilizador con arco, que básicamente consta de unas correas para atar tobillos y muñecas, a diferencia de la cruz, también sujeta el cuello y no se hace de pie, sino a cuatro patas. Un objeto similar es el cepo, que es más sencillo de usar. Inmovilización de cabeza y muñecas, la misma posición, pero en pie. Ella ligeramente inclinada hacia delante, inmovilizada de cabeza y muñecas, en la misma posición que el objeto anterior.

Y más cosas de menor importancia, Darah se queda viendo con detenimiento cada una de ellas, mientras tanto, yo enciendo unas velas que están al lado de la cama. Ella me observa en todo momento, sin quitarme el ojo de encima, mirándome con cierta curiosidad.

—Esto hace una semana eran tan solo... cajas —dice ella, con el ceño fruncido—. ¿Cómo... has montado todo esto en unos días?

—¿Qué crees que había en las cajas? —le pregunto con una ceja alzada.

—Oh, vaya —dice ella, sonrojada—. ¿Y qué vas a hacerme, amo?

Cada vez que me llama amo me dan ganas de estamparla contra una pared y follarla tan duro, con tal de no hacerla caminar por un día entero. Además, menciona esa palabra con lentitud y la recalca, haciéndola notar en medio de la frase. Sus labios se curvan en una sonrisa pícara mientras se va acercando a mí, desprendiéndose de su toalla, caminando hacia mí con su desnudez al completo. Su cuerpo es perfecto para mí, se ve tan frágil, tan débil... pero sé que ella no es así, para nada.

—La silla de ruedas está por allá —indico un lado del sótano con mi cabeza—. ¿Qué crees que voy a hacerte? —le pregunto, observando que su mirada va directa a mi pecho.

—No lo sé, amo, por eso pregunto —dice ella, alzando nuevamente su mirada azulada a mis ojos—. Obedeceré todas tus órdenes, me portaré bien, eso te lo aseguro, amo —sonríe ella, empezando a desbotonarme mi camisa con lentitud.

Su mirada no se despega de la mía ni un solo segundo, parece disfrutar de esta nueva experiencia. Finalmente, llega al último botón, quitándome la camisa y dejando mi torso medio desnudo. La venda ya la puedo quitar, no me sirve de nada. Pero es ella quien se ocupa de eso también, quitándome la venda con cuidado de no lastimarme, dejándola en el suelo al igual que la toalla y mi camisa, una vez me la quitó.

Busca desabrochar mis vaqueros, pero no se lo permito, la agarro de su muñeca y la llevo hasta la cruz de madera. Ella se deja guiar encantada, poniéndose de espaldas a esta.

—Separa las piernas —ella obedece y las pone en la misma posición que la cruz—. Eleva tus muñecas —también lo hace.

Ajusto las correas a sus muñecas, sin apretárselas demasiado para no cortarle la circulación de la sangre, pero lo suficiente fuerte para que no se escape de su agarre. Muñecas sujetas, me falta la cintura y los tobillos. Paso las correas negras por su delgada cintura, sujetándola sin mucha firmeza. No es que pueda moverse mucho con las muñecas y tobillos ya sujetos. Flexiono mis rodillas, agachándome para atar sus tobillos. No se resiste, como esperé, se porta bien, tal y como ella me dijo. Una tarea bastante fácil.

Vuelvo a enderezarme, hasta quedarme nuevamente en pie. Sus ojos miran los míos con deseo y lujuria, le gusta estar atada y a mi disposición. Sonrío ante ello, me encanta tener el control de ella en estas situaciones.

#

Darah Evans

No quiero admitirlo, pero estoy demasiado excitada por esto. Completamente inmovilizada, sin poder hacer nada para salir de aquí, excepto usar una palabra de seguridad. ¿Qué tiene planeado hacerme? Eso es lo que más me inquieta, observo los látigos que tengo a pocos centímetros de mí, con miedo a que los utilice. Aunque si el dolor es como el del otro día, la verdad, no me quejo tanto.

Su mirada parece inspeccionar cada parte de mi cuerpo, quedándosele gravada en su mente. Yo miro su torso desnudo, esa pequeña herida que sigue teniendo en el abdomen, que poco a poco se va cicatrizando. No le duele, sino dudo que hubiera planeado todo esto. Lamo mis labios resecos, esperando que él haga algo.

Su toque es suave y delicado, sus manos cálidas se deslizan por todo mi cuerpo. Se inclina hacia mí, ladeando mi cabeza y besándome esa parte del cuello que tengo expuesta. Besos húmedos, delicados, que me hacen estremecer con facilidad. Cierro los ojos y suelto un jadeo al sentir su lengua haciendo circuitos húmedos por mi piel, sus dientes deciden actuar y muerden con fuerza mi cuello.

—Ah... —me quejo, pero él me ignora.

Está marcándome, con cada mordida que me deja en la piel, para que todos sepan que soy únicamente suya. Demasiado posesivo, pero me encanta. Me excito con cada beso, con cada caricia, con cada mordida. Mi respiración ya está hecha un desastre, derritiéndome con cada toque de él.

Vuelvo a abrir los ojos y observo como baja lentamente hasta mis pechos, su lengua hace contacto con mi pezón ya erecto y sensible. Muerdo mi labio inferior mientras lo veo y siento todo lo que él provoca. Su boca captura mi pezón, chupándolo y lamiéndolo a la vez. Una de sus manos estimula mi otro pecho, pellizcando el pezón y masajeándolo con dureza. Gimo al sentir sus dientes morder mi pezón con suavidad, pero con la fuerza suficiente para hacerme daño.

—Oh, amo... —gimo, notando que la humedad de mi intimidad se hace cada vez mayor—. Necesito...

—Sé lo que necesitas —susurra él, dejando mis pechos para centrarse en mí—. Sé lo que quieres —su mano de desliza lentamente por mi vientre, hasta llegar a mi clítoris, que pide a gritos que lo toquen—. Debes aprender a no dejarte llevar por todo lo que pide tu cuerpo —sus intensos ojos grises miran los míos—. Sé que estás lo suficiente mojada para que te folle tan duro, que ni te duela —sonríe, lamiendo sus labios—. Debes controlar, porque como te enseñe yo, no te va a gustar.

Asiento con lentitud. Dejo que él siga marcando cada parte de mi cuerpo como suya, bajando hasta mi vientre, besando, lamiendo y mordiendo. Siempre en el mismo patrón, sus delicados labios besan mi suave piel. Su húmeda lengua recorre cada parte de mi vientre, saboreándome. Sus afilados dientes muerden con fuerza mi piel, dejándome ahí la marca de su posesividad. No me quejo, me limito a gemir y a esperar a que me toque como tanto deseo.

Se separa de mí, no para irse, sino para buscar algo en la pared que tengo al lado. ¿Látigo? No, no creo. Veo como agarra un par de pinzas unidas por una cadena de metal. Me coloca cada una de ellas en mis sensibles pezones, logrando que suelte un pequeño grito del dolor. Es una extraña sensación, no solo un dolor intenso, sino... ¿placer? Con los sensibles que están mis pezones, el mínimo toque o apretón me hace sentir un extraño y doloroso placer.

—¿Te duele? —asiento con la cabeza—. ¿Nunca has escuchado lo del dolor y placer?

—No, amo —niego con la cabeza, dolorida.

Él sonríe.

—Este dolor —señala mis pechos—. No es tan solo dolor, ¿a qué no? También te da un extraño placer —adivina él, sonriendo—. Los pezones son una zona clave en los preliminares, pero muchos se la saltan —me informa él—. Con tan solo estimularlos, algunos pueden llegar al orgasmo. Pero... si juntas esto con... —desliza su mano hasta mi intimidad—. El placer es inmenso, ¿quieres probarlo?

—Sí, amo.

Usa tan solo su dedo corazón para pulsar ese punto de placer que tan vulnerable me hace ante él. Comienza a frotarlo con movimientos lentos, de arriba abajo, torturándome mientras yo pido más y más. Me obliga a mirarlo directamente a los ojos, alzando mi barbilla con la mano que tiene libre.

—¿Quieres que te toque más rápido, angioletto? —me encanta cuando sus labios pronuncian angioletto—. Respóndeme —los dedos de su barbilla se deslizan lentamente hasta tocar mi cuello, rodeándolo con su mano y apretándolo con firmeza.

—Sí, más rápido, amo —pido.

Tres sensaciones diferentes. Inmovilidad, ahora sí estoy completamente inmóvil, ni siquiera puedo asentir o negar con la cabeza. La única parte de mi cuerpo que estaba libre, ahora está retenida por su mano. Dolor, me duelen los pezones, pero el placer que él me da parece... contrarrestarlo. Sabe perfectamente lo que hace, provocarme esa sensación de dolor, placer y dominación que tanto me vuelve loca.

Aumenta la velocidad de su dedo, decidiendo deslizarlo hasta mi interior. Me penetra con brusquedad con dos de sus dedos, moviéndolos de fuera adentro, una y otra vez. El calor se apodera de todo mi cuerpo, al igual que el placer que él me brinda. Su pulgar no desatiende a mi clítoris, sigue frotándolo como antes.

—No te corras —advierte él, con seriedad—. Aguanta, Darah.

No puedo aguantar mucho más, el movimiento de sus dedos, controlando perfectamente lo que hace. Sigo mirándolo a los ojos, pero siento que no puedo más, me pierdo en su mirada gris tan profunda, adentrándome en ella. Entreabro mi boca para respirar con mayor facilidad, siento que me falta muy poco, demasiado...

—Ilusa —dice él, retirando sus dedos de mi interior.

—¡No, Darek! —protesto, claramente molesta—. No puedes dejarme otra vez así, lo necesito, tócame, por favor... —le suplico, pero él niega con la cabeza—. ¡Te odio! ¡Eres...

Él se ríe y se acerca peligrosamente hacia mí. El agarre de su cuello aumenta, sintiendo como se me clavan en el cuello los anillos que tiene sus dedos. Su mirada cambia a una más oscura que me da verdadero terror, se me pasaron las ganas de seguir protestando, la calentura se me bajó rápidamente.

—¿Qué soy, Darah? —pregunta él, tensando su mandíbula—. Dilo.

—Mi amo —finjo una sonrisa—. Perdón, de verdad, solo fue... el momento —trato de excusarme.

—Me odias —me recuerda lo que le he dicho hace unos segundos—. Tu odio y frustración lo único que hace es que me divierta más —la sonrisa vuelve a sus labios, pero su mirada sigue tan fría como siempre—. Debes aprender a mantener la boca cerrada y a no protestar contra lo que te dice o hace tu amo —aprieta más su agarre en mi cuello.

—Darek... —siento que no puedo respirar, me está ahorcando.

No parece él ahora mismo, parece el psicópata que trataba en la prisión. Toma el control de sí mismo y deja de apretar mi cuello, suelto un suspiro de alivio y tomo una profunda respiración, hinchando mis pulmones de aire.

—Lo siento, amo, sé que tú tienes el control, perdón, pero... —intento hablar, pero me interrumpe.

—No creo que lo sientas —dice él, desatándome las muñecas—. Pero lo sentirás de verdad, no te preocupes, ángel —sonríe con maldad, desatándome las correas restantes. Quita las pinzas de mis pezones, provocándome un gran alivio y las vuelve a poner en su sitio.

Muevo mis muñecas en círculos, recuperando la movilidad de ellas. La mirada de Darek se vuelve a cruzar con la mía, me indica con la cabeza que lo siga hasta la gran cama de mantas rojas y esposas en el cabecero. Me indica que espere ahí, mientras él se va a apagar las luces rojas de la habitación, quedando completamente a oscuras, excepto por las luces de las velas. Esto parece tan romántico... que me da demasiado miedo.

—Acuéstate —me ordena él y yo, así lo hago. No voy a contradecirlo para que la próxima vez me mate.

Me acuesto en la cama, tal y como él ordenó. Es bastante cómoda y siento que me hundo en ella. Apenas veo a Darek, solo su figura iluminada débilmente por la luz de las velas. Le da un aire terrorífico a la vez que... atractivo. Observo como camina hacia mí, volviéndome a tomar de mis muñecas para esposarlas al cabecero de la cama. No opongo resistencia, dejo que él haga lo que tenga que hacer.

—Luego te dejaré libre —me informa él—. Ahora te necesito inmóvil, por una razón —la luz de las velas reflejan ante su preciosa sonrisa.

—Vale, amo —digo, con nerviosismo.

Mi cuerpo experimentó tantas sensaciones en tan solo un momento que... ya no me sorprende nada. Quizás vaya a azotarme, para castigarme tras decirle que lo odiaba. Pero no, me equivoco una vez más. Observo como él se dirige a una de las velas, sosteniéndola con una de sus manos. Sé lo que va a hacer, va a quemarme con la cera de las velas.

—No, no, no —niego con la cabeza una y otra vez—. Perdón, amo, de verdad, perdón... —intento disculparme, pero él ignora mis disculpas.

—Si no quieres hacerlo, no lo hacemos. Ya sabes que no te voy a obligar a algo que no quieres, Darah.

—¿Va a dolerme? —pregunto, con miedo.

Él vuelve a sonreír.

—El dolor es vida, angioletto —responde él, indicando de que sí, va a dolerme—. Tú decides.

No me lo pienso demasiado.

—Hazlo —aseguro—. Si es demasiado para mí, diré la palabra de seguridad —trago saliva, al ver esa vela cerca de mi cuerpo.

—Muy bien —asiente él, complacido.

Inclina la vela hacia mi cuerpo y caen un par de gotas de cera en mi abdomen. La sensación de calor hace que gima de dolor. Pero no grito, no pido que pare. Otra gota cae justo debajo de mis pechos, esas gotas de cera se aferran a mi piel sensible, lastimándome, quemándome durante unos segundos. Poco después esas sensaciones desaparecen, las gotas de cera se quedan endurecidas en mi piel con bastante rapidez. Muerdo mi labio inferior, evitando gritar ante el dolor que estoy sintiendo.

—Dime, ¿qué se siente? —pregunta él, con voz ronca.

—Arde, quema, duele.

—Eso me imaginaba —ríe él, inclinando la vela en mi muslo, logrando que un par de gotas caigan en mi piel—. Me encanta hacerte gritar de dolor, sobre todo porque te lo mereces —las gotas se van acercando a mi intimidad—. ¿Asustada, ángel?

—¡Ah! —grito al sentir la cera caliente—. Confío en ti, amo, no estoy asustada —aseguro.

Mi piel arde, pero cada gota que cae me acostumbro al dolor y ardor que transmite. Hasta que él vuelve a poner la vela en su sitio, al lado de la cama, sobre la mesita para iluminar la pequeña estancia en la que estamos. Suelto un suspiro de alivio, al ver que la tortura ya pasó... o eso creo.

—No sabes cuánto quiero follarte, angioletto —susurra él, mientras libera mis muñecas—. Desde el primer día que te vi, pero tengo el control suficiente para detenerme y así, cuando llegue el momento sea algo... grandioso.

—¿Llegó ese momento? —le pregunto en un susurro.

—Sí, Darah —asiente él.

Grito de emoción en mi interior. Por fin va a hacerlo, por fin va a follarme, va a hacerme realmente suya. Todos esos días de espera y de tortura han llegado a su fin. Quiero abalanzarme hacia él, quiero besarlo, quiero tocarlo, necesito sentirlo dentro de mí. Su miembro duro y cálido en mi interior, llenándome por completo...

—Deseo eso, amo —confieso, con el corazón acelerado.

Él se ríe y se va de la iluminación de las velas. Está aquí, en algún lugar, acechando entre las sombras, probablemente pensando qué más hacerme. Oigo un ruido metálico, como el de unas cadenas. Escucho sus pasos, volviéndose a acercar hasta mí. En sus manos sostiene un collar de cuero, sujeto a una cadena de metal. Abre el collar y lo pone alrededor de mi cuello, ajustándolo para no ahorcarme con él. No protesto, no pregunto, tan solo dejo que él haga lo que quiera conmigo.

—Date la vuelta —manda y yo así lo hago.

Apoyo mis manos sobre la cama y descanso mis rodillas en el colchón, elevando mi trasero para que él tenga una mejor vista. Darek me toma por las caderas y me arrastra hasta el final de la cama, presionándome contra su notoria erección. Ya está desnudo, puedo notar la dureza de su miembro en mi trasero. Enrolla la cadena del collar a su mano y me da un tirón para enderezarme.

Su mano acaricia una de mis nalgas y le da un fuerte azote, haciéndome estremecer y soltar un pequeño grito de dolor. El escozor se reemplaza por un fuerte ardor, pero parece que su intención no es azotarme.

—¿Quieres que te folle? —pregunta él, en un tono bajo y provocador.

—Sí, amo —le respondo, necesitada.

—Mmm —agarra su erección y presiona la cabeza de su miembro en mi entrada, pero sin meterla—. Tan mojada como siempre —suelta una pequeña risa, acariciando mi intimidad con la punta de su miembro.

—Amo, por favor, hazlo —suplico, moviendo mis caderas contra él.

Siento sus dedos clavarse en mi espalda, recorriendo mi espina dorsal y marcándome con sus uñas. Estoy segura de que me deja marca por la palidez de mi piel, otra marca más. Presiona mi cabeza contra el colchón, mientras su otra mano se desliza por toda mi espalda, enviándome hilos de deseo y algún que otro escalofrío, logrando poner mi piel de gallina.

—Lo necesito... —murmuro.

La punta de su miembro presiona nuevamente en mi entrada, aprovecho eso para empujar mis caderas hacia atrás, logrando que entre, aunque sea tan solo un poco. No puedo evitar gemir al sentirlo dentro de mí, me da un fuerte azote que me hace gritar de dolor. Mi piel está demasiado sensible, no soporta los azotes a estas alturas. Se desliza lentamente hasta entrar por completo, oigo como gime, excitándome el doble al escucharlo. Su mano se enreda en mi cabello, agarrándolo sin ninguna gentileza.

—Que bien se siente dentro de ti, angioletto —murmura con voz ronca—. Estás tan húmeda que puedo deslizarme dentro de ti con total facilidad.

Su otra mano sujeta la correa, todavía sin hacer presión ni tirar de ella. Me penetra al completo, duro y profundo, haciendo que gima al sentirme llena de él. Es algo que siempre deseé por mucho que me negara, su peligrosidad y dureza es lo que más me atrae de él. Cierro los ojos y siento como mi cabello cubre parte de mi cara, pero él lo aparta para que pueda verme.

Agarro las mantas que tengo bajo de mí mientras me folla con dureza, con unos movimientos rápidos y profundos que parecen desgarrar todo mi interior. Deja de presionarme contra el colchón y se endereza para empezar a agarrarme de mi correa, volviéndome a incorporar sobre la cama, apoyando mis brazos sin flexionar sobre el colchón. Es todo un experto, se basa en mis gemidos para acelerar sus movimientos, para embestirme como realmente quiero. Fuerte, duro y profundo. Tira de la correa, presionando mi cuello al hacer ese gesto, no protesto, gimo ante su dureza sin importar quien me escuche.

Sus dedos se meten entre mis piernas, acariciando nuevamente mi clítoris para darme un placer que hace temblar mis piernas. Mueve rápidamente sus dedos en ese punto tan sensible e hinchado que tan necesitado está. Las embestidas siguen siendo tan duras y profundas como siempre, reduciendo la velocidad, torturándome nuevamente.

—¿Te gusta que te toque mientras te follo? —asiento con la cabeza sin poder pronunciar una sola palabra—. ¿Sí, pequeño ángel travieso? —esas palabras me encienden aún más.

Él tira de la cadena con brusquedad, pegando mi espalda a su pecho desnudo y sudoroso. Enterrado aún dentro de mí, se sigue moviendo con tal salvajismo que no puedo sostenerme en pie, mis piernas tiemblan, siento que me voy a caer en cualquier momento. El placer es inmenso, su dedo anular y corazón se mueve frenéticamente contra mi clítoris, su polla sale y entra de mi interior con dureza, provocando un fuerte sonido al chocar nuestros cuerpos.

Entierra su rostro en mi cuello, sujetándome con la mano que tiene libre para mantenerme en pie. Su cálido aliento choca contra la piel de mi cuello, no calla sus gemidos, es más, se acerca a mi oído para soltarlos y así excitarme el doble. La mano va a parar a mi cuello, apretándome contra su cuerpo al igual que los dedos que estimulan mi clítoris.

—Oh, amo... —gimo, notando el orgasmo a punto de llegar.

La mano en mi cuello es la clave. Que me esté follando con dureza y brusquedad es lo que más placer me da. Los dedos de sus manos frotando mi clítoris hacen que mis piernas tiemblen ante su toque. La posesividad de su agarre, la tensión de su cuerpo al llegar al orgasmo. A mí me falta muy poco, él lo sabe, por ello no para de acelerar tanto el movimiento de sus embestidas como el movimiento de sus dedos.

—¡Oh, Dios, amo...! —grito.

Cada músculo de mi cuerpo se tensa, me dejo caer en sus brazos mientras él me sujeta con fuerza, todavía enterrado en mi interior. El calor y el placer invade todo mi cuerpo con rapidez, logrando que mi cabello se pegue a mis mejillas sudorosas y sonrojadas. Él me acuesta en la cama, todavía viendo cómo mis piernas tiemblan. Mi respiración está tan acelerada al igual que mi corazón, que siento que se me va a salir del pecho.

Darek se acuesta a mi lado, con una mano sobre su frente, con la respiración igual o peor que la mía. Gira su cabeza, hasta que sus ojos se quedan mirando fijamente los míos en la oscuridad del sótano. Las velas siguen iluminando con mayor debilidad nuestros cuerpos desnudos y sudorosos.

—Buona notte, angioletto —sonríe, acariciando mi cuerpo con lentitud.

—Buenas noches, amo. —Cierro mis ojos, descansando a su lado. Estoy rendida, agotada, mi respiración sigue demasiado acelerada, aunque la intento calmar. No tengo palabras para describir la noche de hoy, tan solo diré que fue: espectacular, fascinante, grandiosa, increíble.  

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