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By mkima_

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๐–จ๐–ญ๐–ณ๐–ฑ๐–ฎ๐–ฃ๐–ด๐–ข๐–ณ๐–จ๐–ฎ๐–ญ
ใ€Œ ๐—”๐—ฅ๐—– ๐—ข๐—ก๐—˜ ใ€๐šƒ๐™ท๐™ด ๐™ฑ๐™ฐ๐™ณ ๐™ป๐š„๐™ฒ๐™บ ๐™พ๐™ต ๐™ผ๐™พ๐™พ๐™ฝ
โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿฃ: ๐™ผ๐™ฐ๐™ป๐™ฐ ๐š‚๐š„๐™ด๐š๐šƒ๐™ด
โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿค: ๐™ธ๐™ฝ๐™น๐š„๐š‚๐šƒ๐™พ
โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿฅ: ๐™ฟ๐š๐™พ๐™ผ๐™ด๐š‚๐™ฐ
ใ€Œ ๐—”๐—ฅ๐—– ๐—ง๐—ช๐—ข ใ€๐šƒ๐™ท๐™ด ๐™ฑ๐™ป๐™พ๐™พ๐™ณ ๐š†๐™ธ๐™ป๐™ป ๐š๐š„๐™ฝ
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โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿง: ๐™ฟ๐š๐™พ๐™ฟ๐š„๐™ด๐š‚๐šƒ๐™ฐ๐š‚
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โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿฉ: ๐™ฐ๐™ป๐™ถ๐š„๐™ธ๐™ด๐™ฝ ๐™ผ๐™ด ๐™ผ๐™ธ๐š๐™ฐ
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By mkima_

𝓔l camino estuvo plagado de un silencio sepulcral, más cuando Moon volvió a internarse una vez más en el cementerio. La última memoria que tenía sobre éste no era demasiado bueno: Sora, una discusión, un golpe y una confesión que a Moon le hacía daño en su podrido corazón. Nunca había pensado que unas palabras pudieran hacerle ese tipo de daño; tanto como para haber estado a punto de abandonar sus promesas y su vida para suicidarse como siempre había pensado desde que Sun se fue.

Ahora cuando Moon se recordaba a sí misma cayendo de la azotea, se decía que había sido una total cobarde. No podía marcharse. Tenía que quedarse porque tenía cuentas pendientes, y Moon no era de las típicas que dejaban las cosas a medias. Además, Moon no creía en el cielo o en el infierno, tampoco en Dios, pero sabía que no iría parar al mismo lugar que su hermana gemela porque ella se merecía una vida póstuma más cruel que el sol que fue Sun. Si existía el paraíso y la condena infinita, ella sin duda, acabaría de cabeza en la segunda.

Se para frente a la tumba de los Kishaba, y no quiere levantar la mirada para leer el nombre grabado en la lápida porque sentía vergüenza de sí misma. Sun, cada vez que Moon estaba a punto de rendirse, aparecía delante suya en forma de alucinación; aunque para la segunda era tan real como si fuera un fantasma que venía a reprimir sus instintos y hacer que siguiera viva. Y la última vez, Moon no le hizo caso a su hermana gemela. Pero, Mikey estaba ahí.

Él siempre estaría ahí para salvarla porque era su héroe. Además de que le estaba dando una razón sólida para quedarse.

Armándose de valentía, Moon largó un suspiro y levantó su cabeza para enfrentarse a su hermana gemela. Aunque ella estuviera muerta, Moon seguía teniéndole miedo porque cuando ella hacía algo mal, Sun estaba ahí para darle una severa reprimenda. Moon quería que Sun estuviera orgullosa de ella, y sabía que últimamente, no lo había estado porque ni ella misma se enorgullecía de sus propios actos.

—Lo siento, seguro que te he echo llorar allá dónde estés.— se disculpó Moon ante la lápida. —Pero, estoy aquí, y te prometo que seguiré aquí. Aunque, creo que ya no tienes porqué creer en mi palabra. Soy una jodida inútil.— la joven sintió una mano aferrarse a la suya propia, y entonces, se giró hacia el chico que la acompañaba y trató de sonreír antes de decir: —Mikey, te presento a mi hermana gemela: Sun.— volvió a mirarla. —Aunque, a mí me gustaba llamarla Sunnie y ella era la única que me llamaba Moonie, como tú lo haces.

—Lo siento, Moon.— murmuró Mikey. —Cuando mencionaba a Sun, no creía que...

—Da igual.— cortó ella. —Creo que, de las personas que han nombrado a mi hermana después de su muerte... Tú eres el único que no me molesta que lo haga; porque no lo dices con otras intenciones.— resopló. —Casi siempre que mencionan a Sun en mi presencia, es para hacerme daño o para recordarme lo que he perdido y lo que yo nunca llegaré a ser. En eso, mi hermano es todo un experto. Su manera de tratar de hacerme recapacitar era decirme una y otra vez que Sun no haría lo que yo estaba haciendo.

—Pero, no sois la misma persona.— Moon asintió. —No me puedo imaginar el daño que te han causado con esto.— la joven se quedó en silencio por unos instantes. —Moon, ¿por qué me has traído a conocer a tu hermana?

—No lo sé, la verdad.— confesó ella. —Quizás porque quiero que conozcas a la chica que hay detrás de estos raros ojos y que después de cada pelea suelta una risa.— intentó volver a sonreír. —Sun... Ella es la única cosa con la que de verdad pueden hacerme daño. Es como si me lanzaran una daga al corazón cada vez que se refieren a ella. Pero, tú no me haces daño, como ya te he dicho. Así que, he pensado que era una buena idea de que la conozcas y de que conozcas de donde vengo yo.

—Me acuerdo vagamente de ella, del cumpleaños que te dije. Cuando mi hermano y el tuyo eran parte de los Black Dragons.— Moon asintió confirmando aquello. —Ahora recuerdo bien a dos niñas que eran iguales y que no paraban de jugar y de hacer tonterías juntas.— Ahora, la joven sí que logró sonreír completamente.

—Sun hacía todo realmente divertido. Hacía divertido incluso el ir de visita al médico.

—¿Te puedo preguntar lo que le pasó?

—Leucemia, y murió a los catorce.— contestó Moon, y pensó que era la primera vez que hablaba tan abiertamente sobre ello. —Se fue poco a poco, y creo que eso es lo más doloroso que he tenido que vivir. Aunque seguía siendo mi hermana gemela, no lo parecía. Vernos juntas era cruel, porque era como si contemplaras las dos partes de una moneda.— sus manos temblaron, y eso Mikey lo notó porque seguía agarrando una de ellas. —¿Sabes? A pesar de ser iguales, ella era todo lo contrario a mí. Sun flotaba mientras yo me hundía. Ella reía mientras yo lloraba. Y yo vivía mientras Sun moría.— se tragó un sollozo que oprimía su garganta. —Se marchó dos días después de nuestro cumpleaños. Me hizo prometerla que no haría ninguna tontería, y que cumpliría todo lo que pusimos en una estúpida lista de deseos infantiles. Aunque bueno, ella añadió cosas después.— volvió a mirar a Mikey. —La lista que encontraste tú y por la cual nos conocimos.

—Si lo miras de esa forma...— Mikey le regaló una pequeña sonrisa a Moon. —Sun ha hecho que nos conozcamos, ¿verdad?

—Así es. Incluso cuando ya no está, mi hermana me sigue tratando de hacer feliz.— la chica volvió a sentir un escalofrío cuando miró al suelo y se percató de que habían unas pequeñas gotas de sangre, procedentes del golpe que le dio a su madre. —Estar aquí me trae malos recuerdos siempre, pero creo que ahora, más.

—No pienses en tu madre.

—Me es imposible.— respondió Moon. —Desde que Sun se fue, he intentado alejar a mi madre. No quiero que me tenga a mí como hija, y aunque lo he conseguido, creo que me he equivocado en todo y ahora no hay vuelta atrás. Pero, a veces, pienso en cosas y...— suspiró. —Cuando mi hermana se fue, mi madre lloraba muchísimo, y al principio yo trataba de abrazarla para así consolarnos mutuamente. Pero, ella siempre me alejaba, y pensaba que era porque no quería que la viera así o porque necesitaba estar sola. Pero, cuando me miré al espejo... Me di cuenta de que no era por eso, sino que era porque cada vez que me miraba, veía a la hija que había perdido. Yo no era más que un recuerdo que empezó a odiar y que ha intentado aceptar.

—Entonces no tienes porqué tener compasión por alguien así.— dijo Mikey. —Sé que habrá intentado hacer las cosas bien, que ha intentado pedirte perdón. Pero, no es consciente de todo el daño que te ha hecho este tiempo. Cuando más necesitabas a tu madre, ella fue egoísta y solamente veía a Sun; no a ti.

—Lo sé.— coincidió Moon. —Por eso quiero irme de su lado ahora. Quiero que sea feliz, porque a pesar de todo, sigue siendo mi madre. Y sé que podrá rehacer su vida si yo no estoy a su lado.— se frotó el rostro con su única mano libre. —Y también quiero olvidar de lo podridos que estamos todos los Kishaba.

—¿Eso es lo que de verdad quieres?— Moon asintió.

—Quiero pasar página de una vez.

Mikey esbozó una pequeña sonrisa y tiró de la mano de Moon para instarla en caminar hacia algún sitio en el mismo cementerio en el que se encontraban.

—Ven, te presentaré a mis hermanos también.

Moon escuchó atentamente la historia de Mikey. El como Shinichiro y Emma, sus hermanos, habían muerto y como en él había cambiado algo después de todo aquello que había tenido que sufrir. Entre la soledad, unas finas gotas de agua y un silencio sepulcral, Mikey le confesó a Moon que se había alejado de todo el mundo por unos impulsos oscuros. Moon podía llegar a entenderle, porque después de todo lo que Mikey había tenido que vivir, lo raro sería que estuviera completamente bien.

—¿Por qué tiene que pasar esto?— preguntó Moon. —¿Por qué las mejores personas están aquí enterradas en vez de viviendo su vida?— agachó su mirada y apretó sus dientes, con miles de pensamientos en su atontada cabeza. —Quizás mi madre tenía razón al decir que ojalá yo fuera la que estuviera aquí enterrada. Aunque, puede que todo esto no sea más que un castigo por ser como soy.

—Quizás tengas razón en eso de que esto es un castigo, porque muchas veces, también pienso que estoy en un constante castigo.— reconoció él, girándose para quedar frente a frente con la chica que le acompañaba y con quien se había abierto. —Pero, no tienes razón al decir que ojalá tú estuvieras aquí.— agarró el mentón de Moon con sus dedos y la incitó a volver a levantar el rostro. —Moon, eres la única razón del porqué todavía no me he rendido. Haces que no me sienta solo.

—Mikey... No me dejes.— pidió como si fuera una niña pequeña, agarrando el borde de la camisa del chico con su mano derecha, en una muestra de que quería tenerle más cerca de ella misma. —No creo que pueda soportar un mundo en el que esté sola.— lloriqueó, sin poderlo evitar. —Te necesito. De alguna forma, el destino te ha puesto en mi camino.

—Y a ti en el mío.— Mikey cedió ante la petición de Moon de estar más cerca, y envolvió su cuerpo con cuidado entre sus brazos. Como si tuviera miedo de que, de un momento a otro, aquella chica se rompiera o se convirtiera en humo que escapara de él. —Todavía nos quedan hacer esos buenos recuerdos juntos. Te lo prometí.

—Y yo te daré todo el tiempo del mundo si quieres para ello.— prometió Moon. —Pero, solo si te quedas junto a mí como yo me voy a quedar.

—Te lo prometo.

El mundo y la vida en sí eran una completa mierda. Pero, cuando Moon estaba con Mikey, no lo era para nada. Se sentía la antigua Moon. Le cerraba las heridas abiertas del alma. Le hacía bien cuando todos los demás siempre decían que Mikey ahora solamente hacía mal. Moon querría que aquellos que decían esas cosas sobre Mikey se tragaran sus palabras, porque con ella, era la mejor persona de aquel jodido y triste mundo.

Mikey no era como todos decían. Ella lo había comprobado en todo el tiempo que llevaban juntos, en esos meses que se habían pasado volando cuando anteriormente, cada día era un martirio. Mikey le había ofrecido un sitio al que ir cuando le contó que Sora le había echado de casa y que ella quería huir, también se había ofrecido a acompañarla a por sus cosas al que fue su hogar para que no estuviera sola en aquel nuevo comienzo que se había forzado a tomar.

Moon abrió la puerta de su hogar y pasó dentro en compañía de Mikey, dándose cuenta así de que la casa estaba desolada. Bien porque Sora estaba trabajando o porque se había ido para no cruzarse con Moon en aquella despedida. Pero, incluso la joven lo agradeció porque desde esa última charla, el golpe y su intento de suicidio, no tenía a fuerza de voluntad necesaria para volver a mirar a Sora a los ojos una última vez.

—¿Quieres que te ayude a guardar tu ropa?

—Si no te molesta, sí.

La joven no se dio cuenta de lo insignificante que podía resultar su existencia hasta que vio que toda su vida cabía en una mochila. Lo que más ocupaba eran las cartas que ella escribía a Sun, y que terminaron también en esa mochila porque no las dejaría ahí por nada del mundo. Se llevó el perfume que le había robado a su madre; quizás por su niña interior, esa que necesitaba oler a su figura maternal porque quería seguir estancada en esa etapa de su vida.

—No sé si tengo muchas ganas de encontrarme con Koko ahora.— confesó Moon guardando las últimas cosas y viendo como todo se había quedado vacío en el que fue su cuarto. —Seguro que se pone a darme una charla sobre que la vida es maravillosa o alguna mierda así. Me gustaría ser igual de feliz que él como cuando tiene billetes en la mano.

—Estaba preocupado, igual que Haruchiyo.— reconoció Mikey. —Oye, Moon, ¿te puedo pedir un favor?

—Claro, dime.

—Si por algún casual a ti no te gusta el camino por el cual estoy llevando a la Kanto Manji, o si piensas que me estoy pasando de la raya... Házmelo saber.— pidió. —Detenme si es necesario, ¿podrás hacer eso por mí?

Moon sonrió.

—Claro que puedo.

Un pequeño silencio se instaló entre ambos, hasta que fue el mismo chico quien tomó la palabra después de unos pocos minutos.

—Moonie...— comenzó Mikey, teniendo el uniforme de la nombrada en sus manos. —¿Tú crees que de verdad podemos ganar la Gran Guerra?— Preguntó, guardando por último las prendas de ropa y cerrando la mochila.

—Sin problema, además.— contestó ella segura. —Mikey, si tú estás, no podemos perder.— esbozó una sonrisa ladina. —Además, tenemos que ganar sí o sí para poder formar Bonten en el futuro.— se acercó a él, y con un poquito de buen humor, le golpeó suavemente en el hombro. —Me dijiste que sería tu mano derecha entonces, y estoy esperando eso con ansias.

—Lo haré por ti.— murmuró él, esbozando también una sonrisita. —Tokio será nuestro, Moon.— con cierta timidez, Mikey envolvió la cintura de la chica y la instó en dar unos pasitos hacia delante para que su pecho chocara con el de ella. —¿Me prometes que seguirás a mi lado entonces?

—Te lo prometí la otra noche, tonto.— Recordó ella.

—Pues hazlo otra vez.

Moon alzó su mano derecha, y con cariño, le pasó a Mikey detrás de la oreja un mechón de pelo rubio que se había escapado de su recogido. Entonces, abrió la boca para decir:

—Lo haré con una sola condición:— habló Moon teniendo la atención del chico. —no escondas tu dolor. Al menos, no me lo escondas a mí.— Mikey asintió lentamente, aceptando aquello a pesar de que se había acostumbrado a esconder todo lo que le hacía daño. —Entonces, te prometo que en el futuro, tú y yo seremos los jodidos reyes de Tokio y que Bonten será la banda más grande y mejor de todas.

—Moon...— volvió a murmurar él. —No te muevas.

El corazón de la chica latió desenfrenado, y aquello fue una sensación tan buena que el constante dolor que Moon sentía se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Todo porque Mikey se fue acercando poco a poco hasta su rostro, hasta que las puntas de sus narices se rozaron de manera cariñosa y, después, fueron sus labios los que lo hicieron también.

Moon trató de que su respiración no se acelerara demasiado, pero era casi imposible el pedirse aquello porque Mikey hacía que volviera a ser una tonta adolescente enamorada de la idea del futuro, de vivir y de estar con el chico que le gustaba. Mikey le gustaba tanto que le hacía perder la cabeza en el buen sentido. Y solamente quería seguir con él para lograr conquistar Tokio y así, verle con esa sonrisa que tanto enamoraba.

Cuando sus labios estuvieron a punto de besarse, la puerta principal de la casa emitió un ruido y alguien entró en el hogar donde residieron las dos mujeres Kishaba. Entonces los movimientos se detuvieron, y solamente se quedaron a punto de besarse antes de que Mikey abriera la boca y dijera:

—Si te beso ahora, no será un buen recuerdo.— sonrió, alejándose del rostro de la chica. —Haré que sea más especial para ti.

—Mikey...— Moon trató de no sonreír, pero le era imposible. El chico levantó una ceja en señal de que la estaba escuchando. —Nada, solo... Gracias.— Y poniéndose de puntillas, Moon alcanzó su rostro y le depositó un pequeño y cálido beso en su mejilla.

Cosa que logró hacer que Mikey, el invencible Mikey, se sonrojara.

Moon se puso la mochila a hombros, y salió de su cuarto seguida del chico. Caminó por el pasillo una última vez, y se dio cuenta de que las fotos que antaño colgaban de las paredes de éste habían sido removidas por su madre. Entonces, Moon volvió a adoptar aquella personalidad que la representaba en cuanto alcanzó el salón y se dio cuenta de que su madre no se encontraba a solas aquella vez.

—¡Vaya! ¡Si ha venido mi papi!— exclamó con una sonrisa. —¿A qué se debe este placer, Kishaba Kai?

El hombre había envejecido, y eso a Moon le causó una extraña sensación porque hacía demasiado tiempo que no le veía. Su rostro estaba marcado por las arrugas, y había algún que otro pelo blanco en su barba de unos días o en su mismo cabello castaño. Pero, lo que Moon más detestaba seguía ahí: la mirada de su padre seguía intacta. Por muchos años que pasara, ella seguiría odiándole y, aún más, odiando esos ojos a los cuales miraba cada vez que era castigada en el dojo de su antiguo hogar.

—Solamente para asegurarme de que te vas de nuestras vidas de una vez por todas.— contestó el hombre cruzándose de brazos, tratando de parecer imponente. —Para celebrarlo, digo. No sé ni como en algún momento, yo te he podido considerar mi hija.

—Créeme, yo tampoco lo sé. Me da asco de tan solo pensar en que yo te creía mi padre.— fingió un escalofrío. —Aún recuerdo la última vez que estuvimos juntos. Creo que te llené la cara de golpes, ¿verdad? Hasta te rompí un diente.— volvió a sonreír. —Ah, ¡qué buenos recuerdos!

Los ojos bicolor de Moon, por un instante, viajaron hasta Sora y se dio cuenta de que ella trataba de no mirarla mientras se cruzaba de brazos; no para parecer imponente como Kai, sino para tratar de hacerse pequeña y desaparecer de aquella escena que le traía tan malos recuerdos a ella.

—Y, ahora, ¿dónde te vas a caer muerta?— se pavoneó Kai. —Ah, sí, te irás con este mocoso de aquí. ¿Tú novio? ¿Has encontrado a alguien que te quiera de verdad, Moon? O, ¿le has amenazado como de costumbre para que te dé un poquito del amor que siempre te ha faltado?

Moon fue a contestar, pero Mikey se le adelantó porque no iba a permitir que hablaran así a Moon. Y menos el hombre que le dio la vida y que tan desgraciada se la hizo.

—Sí, se va a ir conmigo.— contestó él, parándose frente al hombre y mirando hacia arriba con toda expresión borrada del rostro. —Y como vuelvas a hablar así a Moon, te cortaré la jodida lengua para que no puedas hablar más en lo que te queda de vida.— Kai frunció el ceño cuando vio la mirada de Mikey. —¿Entendido?

Moon quería irse. Así que, agarró al chico del brazo y tiró de él porque no quería que Mikey se peleara ahora con Kai, y menos delante de Sora. También dejó caer en la mesita de café las llaves que la pertenecieron a ella de la casa y abrió la puerta para marcharse y no volver nunca.

—No solo había venido para eso, Moon.— volvió a hablar su padre, solamente con la intención de provocar un daño mayor. —También para proteger a Sora, porque desde que la diste ese golpe, te ha tenido miedo.— Moon apretó sus puños. —Hasta tu propia madre te tiene miedo, ¿contenta?

—Pues que esté tranquila.— dijo Moon, relajando sus manos y sin mirar hacia atrás. —Porque no se va a volver a encontrar conmigo nunca.

Mikey y ella salieron de la casa, cerraron la puerta y Moon se despidió de su antigua vida, de sus padres y de la probabilidad de que pudieran reconciliarse y ser una familia feliz. Moon jamás supo lo que era eso, y tampoco lo sabría más adelante.

—¿Estás bien?— Preguntó Mikey cuando se subió a su inseparable CB205T, esperando a que la chica se subiera a la parte trasera y juntos se marcharan de allí.

—Sí, claro.— contestó ella, esbozando una pequeña sonrisa. —Todo se ha terminado ya, y comenzaré de cero.

Antes de subirse al vehículo, Moon volvió a sentir esa mirada que perforaba su nuca. La misma que creyó de Sanzu en su día, y que aún seguía sin saber de quien procedía. A una velocidad casi sobrehumana, Moon giró su cabeza y trató de reconocer a la persona que se marchaba en su moto a toda velocidad y que, efectivamente, les había estado espiando tanto a ella como a Mikey.

Entonces, Moon le pudo reconocer. No vio su cara en sí para poder hacerlo, pero lo que sí logró vislumbrar, fue su rasgo más significativo: un tatuaje de un dragón en la sien.

—Moon, ¿pasa algo?

—No, no.— se subió a la moto. —Solamente me estaba despidiendo de este sitio.

Moon no abriría la boca porque, si de verdad se trataba de esa persona, no quería hacer que Mikey se volviera a enfrentar al que fue su mejor amigo y mano derecha cuando estaban en la Toman y creían que juntos, todos los amigos conquistarían Tokio.

Pero, sin duda, ella buscaría a Draken y le preguntaría directamente que es lo que quería de ella y el porqué la había estado siguiendo.

Como Moon auguró, Koko le dio una buena charla sobre lo sucedido anteriormente y le hizo pedir perdón por asustarle de esa manera. Moon lo hizo, pero nada más porque le daba risa ver como Koko se desesperaba por hacer hablar a la chica. Aún así, antes de que aquella noche él se marchara a su hogar particular, le dijo a Moon un par de palabras que, sin duda, contaron mucho para ella:

—Si necesitas hablar, llorar o reír, cuenta conmigo.— esbozó una pequeña sonrisa. —Al fin y al cabo, somos amigos.

Mikey vivía en el edificio que servía de base de operaciones para la Kanto Manji, y desde aquel día, Moon también viviría ahí. Había una infinidad de habitaciones sin ocupar, así que, no fue difícil instalarse en alguna para Moon. Aquella estancia resultaba ser más lujosa que cualquier otro sitio que pudiera haber pensado en el que caería muerta, así que, sin escuchar a su madre por el pasillo con sus inseparables zapatos de tacón, Moon concilió el sueño bastante rápido.

Un nuevo comienzo. Eso se repetía en su cabeza una y otra vez, y antes de dormir, Moon se dijo a sí misma que cambiaría. Que todo lo malo de su vida se había ido, y que ahora solamente podía tratar de aprender lo que era la felicidad de nuevo. Estaba dispuesta a aprender, a equivocarse y a decirse a sí misma todos los errores que había cometido hasta aquel punto. Era tarde para unas cosas, pero para otras, había llegado en el momento justo.

Moon abrió sus ojos cuando escuchó unos golpes en la puerta del que era su nuevo cuarto, y encendió la luz de la mesita para mirar el reloj que colgaba de la pared y darse cuenta así de que eran las cuatro de la madrugada. Pensando en que solamente podía ser Mikey, le dijo en voz alta que podía pasar y la puerta se abrió.

—¿Puedo dormir contigo?— preguntó Mikey con un bostezo, los ojos medio cerrados, el pelo despeinado y su mano derecha agarraba firmemente una vieja manta. —He tenido una pesadilla.

Moon no se lo pensó.

—Ven aquí.

La chica pensó que jamás habría dormido con un hombre, porque estos solían causarle repulsión. Pero, Mikey era todo lo contrario. Le transmitía paz; toda aquella que le faltaba, él se la proporcionaba tan solo estando a su lado. Así que, que durmiera junto a ella, no le causaba ni un mal sentimiento. Es más, al revés.

Mikey se acostó en el colchón de Moon poniendo la mantita entre ambos, se acomodó y se tapó con las sábanas. Moon fue un paso más allá luego de volver a apagar la luz de la mesita, y abrazó a Mikey con cariño para hacer que él se acercara hasta su cuerpo y quedaran cara a cara apoyando sus cabezas en una misma almohada. A pesar de la oscuridad, Moon vio como los pequeños pozos negros que Mikey tenía en su mirada se cerraban y él sucumbía ante el sueño, así que, ella, que repentinamente se había desvelado, se dio el lujo de apreciar su rostro de cerca y de apartarle los pocos mechones de pelo que le podrían molestar del rostro.

Un nuevo comienzo al lado de Sano Manjiro, quien era su héroe y la persona que resultó necesitar todo aquel tiempo. Quizás era lo primero bueno que le regalaba el destino después de la partida del sol en su vida.

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