Oasis Nocturno

By AlejandroDAmbrosio

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Cuentos antológicos. Corres el riesgo de que en medio del desierto se revele un universo de posibilidades. To... More

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Nuestro Cadáver
Instinto de segunda mano
Proyecto Venus
Mírame, allí estoy
Suspiro de porcelana
Mi héroe favorito
Lunar

En Vivian

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By AlejandroDAmbrosio

La Abadesa entró en el aposento en el instante que un relámpago rasgó el cielo e iluminó el llamado salir de su boca:

—Te necesitamos.

La monja Vivian suspendió sus plegarias ante el altar, y la Abadesa se acercó para reposar una mano sobre su hombro.

—El obispo requiere de tu ayuda. Sé que pocas cosas te sorprenden y temo que esta es una de esas decepciones.

—No es una decepción cuando ya aceptas que es una rutina —Vivian se persignó antes de ponerse de pie.

A continuación, se incorporaron en los corredores del convento y echaron a andar a prisa. Las nubes de esa noche se habían extendido por los cielos, incentivando a las sombras a cubrir las ventanas con una húmeda incertidumbre.

«El señor está contigo», «Dios es grande y tú también» se topaban con monjas que no perdían la oportunidad de bendecir el porvenir de Vivian, quien, junto a la Abadesa, atravesaban los jardines del claustro para acortar camino. Los azotes del viento sacudían sus hábitos y la intuición de que, a partir de esa noche, la luna mostraría su otra cara.

En el transepto de la pequeña iglesia se reunían un grupo de hombres calvos y vestimentas litúrgicas. Uno de ellos se persignó de forma mecánica al decir:

—¿Es eso posible, su excelencia? 

El obispo asintió con pesadez, tal parecía que el cuento lo había echado en repetidas ocasiones.

—Sí, así es. Así es.

—¿Pero dentro del cuerpo de un lobo? —un cura apretó su biblia bajo el brazo—. ¿El mismísimo Cinatit?

—No menciones su nombre a la ligera —le reprochó un padre que solo tenía tres pelos plateados en la cabeza—. ¿Pero cómo es tan si quiera viable tener preso al Rey Del Vacío? Es como que si alguien presumiese en tener a Dios ahogado en un vaso de anís.

—Fantasioso, diría yo —apuntó otro.

—¡Bah! —chistó el más anciano. Arbustos de pelos sobresalían de los orificios de su nariz—. Así decían de la cabra Roberta y resulta que era el invento de un miserable escritor de Gefroland. Sí, exactamente —asintió al comentario de un cura que nombró la farsa del animal poseído en un mercadillo de reliquias—. Ningún espíritu maligno perdería su tiempo en ocupar las limitaciones de una cabra loca.

—No subestimen el interés de los demonios, señores —apuntó el obispo dando por finalizado el tema de conversación. Volvió su mirada hacia el mesón.

En ese mesón se extendía el cuerpo desnudo de un hombre. Barba desaliñada y nariz robusta. Sus tobillos y muñecas eran apresadas por ataduras de cuero de vaca clavadas al mesón. Sus cejas hundían una mirada ensimismada puesta en el tragaluz del techo. La intensidad de sus ojeras dejaba en evidencia el desvelo que la posesión le había inducido por muchas lunas. Parecía somnoliento, incluso aburrido. La inactividad del demonio podría traducirse como uno de los mayores insultos hacía a la ética de un exorcista. Teniendo en cuenta que se hallaba rodeado de símbolos y figuras cristianas, y que, además, a pocos metros se apiñaban un grupo de consagrados. Sin embargo, nada estimulaba al poseído a iniciar un espectáculo pesadillesco como los ancianos habían estado esperado.

Las bisagras de la puerta anunciaron la llegada de Vivian y la Abadesa. Los hombres giraron sus cabezas con altísimo interés.

—Se hubiesen tomado más tiempo, hermanas —habló el obispo con una sonrisa forzada cuando las mujeres se hubieron acercado. Vivian no esperó para escudriñarle el rostro—. Lo que sea que se encuentre dentro del individuo no se ha molestado en manifestarse. Ni un creativo insulto no has dedicado. Estamos impacientes por conocer el nombre del demonio y de presenciar lo que usted es capaz de hacer, hermana «Viviana».

—Su excelencia —la abadesa tomó la palabra—, le puedo asegurar que ha sido una equivocación que vosotros sintáis la necesidad de hacerse cargo de este exorcismo. No es el primer caso que recibimos, y tampoco será el primero que no termine con un evidente éxito.

—Eso ya lo sabemos —el obispo rodeó a Vivian mientras le analizaba su forma física—. Debo agradecerle a los fuertes impulsos por cotillear de la verdulera del pueblo, y me dejase saber de vuestra actividad... 

—No guardamos secretos.

El obispo mantenía su tono irónico cuando continuó:

—He de mencionar que me encuentro atraído por la fascinación de que una persona tan joven y, sobre todo, una mujer sin estudios teológicos goce de supuestos dotes exorcistas. Si, la he investigado, pero... ha decir verdad, no del todo.

—Si, estamos fascina... —un cura se calló ante el ademan del obispo, aún no había terminado:

—Requerimos presenciar su aparente novedosa metodología de expulsión.

—No creo que eso sea posible —la Abadesa juntó sus manos—. Es indispensable que nuestra hermana esté a solas con la víctima. Es lo único que ella pide para que el ritual finalice con el éxito que, hasta ahora, ustedes han buscado con fervor.

El obispo aún seguía observando a Vivian con labios fruncidos. 

—Estoy seguro que no le importaría que nosotros presenciemos el exorcismo. ¿Verdad, hermana?

Aguardaron en silencio la respuesta de Vivian. 

—Prefiero estar a solas.

Al viejo obispo le temblaron los cachetes. Los curanderos se turnaban para susurrarse entre ellos comentarios de condenas. De pronto, una voz se unió al alboroto de opiniones; el poseído tenía su cabeza erguida de forma siniestra en dirección hacia los presentes. Sonreía con una mueca sedienta de problemas. Sus ojos apuntaban hacia Vivian, y, sin más preámbulos, continuó en latín:

Hermanita... hermanita... allí estás. He tenido la bendición de escuchar infinidades de palabras en la que tu reputación enaltece tus habilidades.

La Abadesa miró de reojo a Vivian, sabía que la monja podía entenderle.

—¿Será cierto lo que los cuerpos dicen? ¿Ah? que tienes el poder de despegarnos de la carne y masticar nuestras intenciones. Oh, que honor tengo. Mírate... una oveja pretendiendo quitarle el bastón al pastor y darle por el culo.

—Retírense —ordenó Vivian a los presentes con una superioridad que fue excesivamente insultante para el obispo, pero éste no lo demostró, pues el miedo le había penetrado el pecho que se dejó mover con facilidad.

—Acompáñenme —las manos de la Abadesa tomaron la iniciativa de guiarlos hacia la salida de la iglesia que Vivian aseguró con llave después. Su túnica negra ondeó al retornar hacía el mesón del altar. 

Comenzó a rodearla, y un punto se detuvo para preguntar:

—¿Cómo te llamas?

Pero la única respuesta que recibió fue una carcajada decepcionante.

Por amor al Rey Del Vacío, no pretenderás conocerme con una sola pregunta. Vamos, primor, esfuérzate un poco más. Sorprendeme. 

Vivian le tocó un brazo y el poseído deseó arrancarse esa extremidad.

—¡¡¡Voy a escupir tu sangre luego de cagar la mierda de tus intestinos!!! krunzar no se ha ido ¡¡¡lo puedo sentir!!!

La monja prolongó el contacto con su brazo.

—¡¡¡Él VIVE!!! ¡¡¡ÉL ESTÁ CONMIGO!!!

De ser así ¿por qué Krunzar está permitiendo que estes en esta situación tan miserable?Vivian deslizó una mano hacía la entrepierna del hombre que a éste lo tomó por sorpresa—. Es tan deprimente suplicarle atención a un padre que está ocupándose de sus otros hijos. 

Llevó sus dedos hacia los testículos, estos pesados y lampiños. Los acarició como si la cabeza de un cachorro se tratase. El hombre le entró un arrebato de colera que lo hizo estrujarse con una terrible impotencia. Los dedos de Vivian continuaron su recorrido; deslizó sus uñas por el pene flácido del hombre. Jugó con él durante un largo minuto, y entonces lo sujetó con firmeza. Comenzó a masturbarlo muy despacio. Sintiendo como la presión de la sangre llegaba hacia ese punto como una corriente de flujo eléctrico. Los testículos se contrajeron y una gotita cristalina de pre-semen emergió de la uretra para dejar saber que la erección había llegado a su punto máximo.   

—Krunzar te ama —Vivian corrió su mirada hacia los ojos del poseído—, pero no lo suficiente para salvarte.

Una penumbra se despegó de los vitrales y muros para gatear hacía el mesón. «Krunzar» pensó Vivian. Las sombras construyeron la anatomía de un cocodrilo que se arrastraba por el suelo. Sus ojos eran canicas metálicas cubiertas con miel púrpura y las escamas se teñían en un abanico de tonalidades verdes y grises. Se desplazaba con lentitud en torno al exorcismo como si su presencia fuera una rutina bien conocida.

La monja retomó su atención hacia el poseído, quien gritó con mil voces ahogadas:

—¡¡KRUNZAR VIVE!! Carcajeó con frenesí, y calló. Sus puños se blanquecieron al emplear una tremenda fuerza que rompió con las ataduras de sus muñecas. Sus manos se dispararon hacía el rostro de la monja, pero el poseído se congeló con los brazos en el aire.

—¿¡Como?! ¿¡Como puedes hacer esto!? —sus ojos buscaban ver la fuerza sobrenatural que logró paralizar su cometido. Sentía una energía helada bombeando en sus brazos, y en su pene

¿Necesitas de papi para salir de este aprieto? Mírate, tienes una sobredosis de vulnerabilidad como una pequeña ovejita coja.

Esa fuerza invisible le llevó las manos de vuelta a su posición inicial.

Vivian le soltó el pene para quitarse el velo. Dejó al descubierto su frondosa cabellera negra. Se deshizo de su hábito y su piel desnuda destelló de forma impecable. Se subió al mesón en un movimiento limpio y se ubicó sobre la entrepierna del poseído. Sin más preámbulos, se agachó y retomó su miembro para aprovechar el pre-semen y lubricar los labios inferiores de su vagina. Una vez hecho, sumergió el glande en su estrecho orificio. Le dolió un poco al comienzo, pero una vez dilatada, dispuso a penetrarse a su voluntad.

El poseído abría la boca para tratar de comerse a la monja con insultos.

—¡¡MASTICARÉ Y CAGARÉ TUS COÁGULOS!!...

De pronto, sus labios se expandieron al punto de que sus comisuras se rasgaron. Su mandíbula sonó al dislocarse por algo revolviéndose detrás de su lengua, en su garganta. Algo vivo quería salir de allí. Un raquítico dedo emergió detrás de su campanilla. Otros dedos aparecieron junto al primero; treparon por las molares mientras que el poseído hacía desagradables sonidos de gárgaras. De su boca salió una horrenda garra blanquecina que crecía rápidamente hacía la monja. 

¡Crack! De pronto uno de sus dedos se trituró. ¡Crack! ¡Crack! Los otros dedos se retorcían en todas las direcciones. Agrietándose y emanando vapor desde sus heridas. Al poseído se le desfiguró el rostro del dolor cuando esa extremidad se contrajo como un cerillo quemado y descendió por donde vino.

—¡¿POR QUÉ... —tragaba hondo con rastros de sangre negra en su mentón—, ¡¿POR QUÉ NO PUEDO LIBERARME?!

El cuerpo de Vivian era un perfecto instrumento siendo tocado como una de las leyes de la naturaleza; subía y bajaba en armonía, abrazando el grosor y longitud del miembro en su interior. Humedeciéndolo. Dándole la bienvenida el espíritu demoníaco que se expandía en su vagina. Ofreciéndole una forma, un hogar; extrayendo con cada vaivén parte de su figura y las silabas de su nombre. Iluminándolo. Usurpando su poder.

Los testículos del poseído rebotaban con ritmo mientras que su pene entraba y salía del interior de Vivian, quien comprendía que él estaba luchando con las ganas de correrse. Experimentando el desacuerdo que tenía su jurisdicción con la naturaleza humana; contraía las nalgas. Apretaba los dientes. Retorcía las ataduras invisibles al tiempo que gruñía con impotencia. Era un demonio débil; un Demonio humano.

Vivian detuvo sus movimientos para frotar su clítoris con la pelvis velluda del sujeto. Retomó el vaivén y miró hacia el tragaluz que parpadeó con un destello azulado. La luna agrietó unas nubes para arrojar un pilar que encapsuló el exorcismo. Y así, Vivian cautivó el orgasmo del demonio siendo liberado en contra de su voluntad. Embestía su cabeza contra el mesón al tiempo que cuatro chorros de semen brotaron para almacenarse en el interior de la monja, que susurró con los ojos blancos:

—"Spernun", así te llamas.

El poseído alzó su pecho como si lo jalasen desde el corazón para luego dejarlo caer contra el mesón. Todos los músculos de su cuerpo se relajaron. Sus muñecas se liberaron de las ataduras invisibles, y el espectro del cocodrilo Krunzar se desvaneció con su usual silencio.

Vivian dejó salir el pene de su interior, se bajó del mesón y, rápidamente, buscó en uno de los bolsillos de habito un pequeño frasco de cristal. Lo acercó a su vagina. Expulsó el semen; de gran cantidad, viscoso y blanquecino. Lo tapó con un corcho, y enseguida el contenedor se enfrió al punto emanar un sutil vaho anaranjado. Entonces, la monja se vistió de prisa y salió de la iglesia como una ráfaga de aire, esquivando furtivamente los hombres que deseaban interrogarla y se internó en el convento con dirección a su recamara.

****

Esa misma noche:

El ministerio debe estar al tanto de la lista de exorcismo que han culminado en este sitio. Teniendo en cuenta la negligencia de no reportarlos podría desatar incomodas consecuencias.

El viejo Obispo hizo una pausa para tomar asiento en la mesa. Los diez curanderos junto al sacerdote ocuparon sus puestos. Platicaban en voz baja, opinando acerca de lo sucedido bajo un candelabro adornado con velas nuevas.

Ciento tres casos —habló el sacerdote. Su rostro era amable—, y todos ellos con un final exitoso. Simplemente impresionante, he de repetir mi énfasis.

—¿Será prudente hacerle saber al ministerio acerca de este asunto? la Abadesa hizo presencia en el comedor—. Lo menciono porque es claro que es una sentencia en la que el Rey Indigo desaprobará el hecho que una mujer sea la clave...

—Es necesario y obligatorio —dijo un padre que no había hablado hasta ahora y otros dos se le unieron en coro:

—Y razonable.

—Y Cuanto antes.

—¿Que está diciendo? —el obispo le preguntó a la superiora cuando esta tomó asiento en la cabeza de la mesa—. Ni a mí y ni a usted nos debe importar la respuesta que obtengamos del reino. Es un mandato que tiene que ser y será.

Le echó un ojo a los presentes que le devolvían gestos aprobatorios.

—Además... —continuó—, aún no tenemos claro cuáles son las medidas que Sor «Viviana» emplea en esos exorcismos. Las manos de esa hermana carecían de alguna biblia, o crucifijos...

—Ni rosario, ni... —agregó un cura en el otro extremo de la mesa, pero calló para dejar hablar al obispo:

—Ni siquiera oraciones al otro lado de la puerta se pudieron oír. ¡Solo gemidos y gritos! Por supuesto, tampoco es que se podría escuchar mucho cuando es la voz de una mujer lo que está pretendiendo tener el poder.

—Con todo mi respeto —la abadesa entrelazó sus dedos—, le recuerdo que usted irrumpió en mi convento con una mal educada autoridad. Procurando traerse consigo, he de mencionar, un batallón de sacerdotes como si se tratase de grito de guerra contra nosotras.

»Sin embargo, usted y sus guerreros armados con biblias, crucifijos y rosarios no pudieron ni siquiera abrirle la boca a ese pobre hombre. Y estamos hablando de dos horas y media de insistencia que, claramente, fue pérdida de tiempo para nosotras, pero, sobre todo, para la vitalidad física de la víctima.

—¡Bah! —chistó el obispo entre dientes—. No pudimos y eso es porque no...

—Está en lo correcto, no pudieron —repitió la superiora con calma—. Y una mujer ha culminado la misión en ayudarnos en un exorcismo que ustedes no tuvieron ni el más mínimo poder sobre él. Por lo tanto...

—Mida sus palabras.

—Por lo tanto... —la abadesa embozó una sonrisa—, le debería de agradecer que una mujer le echó una mano, y que, como una grata consecuencia, esto podría ayudarle a liberarse del machismo que acarrea sus creencias.

La mesa se rodeó de murmullos.

—¡ME ESTÁ MALITERPRETANDO...! —el obispo se contuvo al ver a Vivian hacer su entrada al comedor con una bandeja de tomate frito y carne de cordero. Los distribuyó por toda la mesa, y la superiora la invitó a sentarse cuando hubo terminado.

—Tome asiento hermana Vivian. Sor Dubra, Sor Catalina, por favor, que al resto terminen lo que sea que estén haciendo y vengan a compartir con nosotros.

—Entonces... —habló el obispo cuando Vivian tomó asiento al otro lado de la mesa, frente a él. Había estado esperando ese momento con ansias—. ¿Cuándo piensa compartir con nosotros sus medidas exitosas para llevar a cabo un rito?
Vivian pasó la vista desde la abadesa hasta el responsable de aquella pregunta.

—Me reservaré la respuesta, su excelencia.

—No —el anciano se inclinó hacia adelante. Tocó la mesa con su dedo índice que luego convirtió en un puño—. Debería y me parece que es eso: un deber. Debe decirnos CÓMO ha hecho para no recurrir al sacramento y convencerme que no ha estado recurriendo a las artes oscuras.

»De todos modos, es una pregunta que tendrá que contestar (con pruebas y demás) ante el ministerio, así que practique su respuesta con nosotros. Vamos, mueva la lengua y suéltelo que estamos aburridos.

—Es algo que no se me permite decir.

El obispo miró a la abadesa cómo si había escuchado una grave sentencia que le complacía.

—Sabía que usted está al tanto de lo que realmente sucede.

—Veo que está llamándome mentirosa —la superiora tomó un sorbo de zumo de calabaza.

—Por favor —intervino un padre de ojos notoriamente separados—, disfrutemos de la comida que nuestras hermanas no están ofreciendo en esta noche de friolenta lluvia.

—Sí —concordó el sacerdote. Se pasó una mano por la cabeza para asentar sus cabellos—. Lo que sea que Sor Vivian haya usado en su exorcismo, estuvo bien hecho. Una excelente obra que permitió al marinero Cipriano esté en camino a su hogar.

—Dicho eso —la abadesa se sirvió un poco de vegetales al tiempo que un grupo de hermanas se unían al banquete—, tengamos un buen provecho.

El viejo obispo tenía mucho rato con el puño sobre el mantel. Sus ojos eran dos estacas clavadas sobre el rostro de la exorcista.

—Hermana Vivian —Sor Catalina le susurró inclinando un poco su cabeza para poder verle—. ¿No comerá nada?

—Sabes muy bien que Vivian no suele tener hambre después de una sesión —le musitó de vuelta Sor Albana.

—Lo sé, pero debería por lo menos esforzarse, mira cuan pálida está.

—Es pálida porque así Dios lo quiere.

—Catalina tiene razón —dijo Vivian y se sirvió un poco de carne.

Las conversaciones en la mesa tomaban caminos retorcidos que pretendía disfrazar la inconformidad de los asistentes. Los platos y copas se vaciaban. Un bajón de temperatura acorraló a los comensales como si un enorme cubo de hielo emergiese sobre la mesa. Cada uno de ellos fueron obligados a sentirlo, pero nadie se atrevió a mencionarlo.

Vivian escudriñó los rostros para sostener alguna señal de fatiga.

—Lo que..., lo que Cesar ha impuesto en el... —un sacerdote pausaba para tragar hondo—, en el monasterio es necesario.

—La pastora Fiorella... —un cura comenzó a toser—. Disculpen. Si, gracias. —bebió un poco de zumo que una monja le acercó—. Como seguía diciendo, la pastora no está tan contenta con su discurso.

—¿Se encuentra bien, su excelencia? —un padre se dirigió al obispo.

—Estoy perfectamente bien —el viejo se pasó la lengua por el labio inferior. Tenía las mejillas azules—. Ahora nos vendría bien tomarnos algo caliente como para....

Cómo quien suelta las cuerdas de una marioneta, todos, a excepción de Vivian, dejaron caer sus cabezas. El comedor permaneció embarcado en un frio silencio. Vivian sintió un escalofrío en forma de tarántula caminando por su nuca. Recorrió con la vista cada extremo de la mesa. Alzó la vista hacia el candelabro y las llamas de las velas se habían paralizado. La monja ubicó sus manos junto a su plato y vaho salió de su boca al pronunciar las siguientes palabras:

—El comienzo del final se nos presenta, mis leales. Al fina ha llegado la noche. Erguíos.

El chirrido de las sillas arrastrándose se produjo y con ello un recuerdo de lo que la monja había hecho una hora antes:

Al dejar atrás el rito en la iglesia, Vivian se internó en su aposento y abrió su guardarropa. Docenas de frascos conteniendo semen permanecían religiosamente en una repisa. Vivian deslizó sus pálidos dedos sobre ellos en tanto decidía cuales llevarse consigo.

Hasta ese instante, la monja solo había podido capturar a dos príncipes del Vacío; Himotep y Ramziz. Meditó un poco más. Al final, Vivian se hizo con diecinueve frascos que introdujo en los bolsillos de su hábito. Se apresuró en visitar la cocina y pretendió ser de gran ayuda y, precavida que descubriesen sus intenciones, vertió el contenido de los frascos en cada copa a servir. 

—Sor Alba —llamó Vivian a una monja que estaba por salir de la cocina—, la superiora me pidió que se le sirvieran este zumo de calabaza. ¿Podrías llevárselo?

 La monja acató la orden muy complacida. 

****

Los cuerpos poseídos permanecían inertes en torno a la mesa esperando ordenes de su superiora:

—Belcebú —Vivian invocó.  

Sí, madre —la voz del obispo era áspero y estirado. 

—¿Cuántos monjes hay en el monasterio de Gefroland? Necesito más cuerpos que poseer. 

Veinticuatro, madre.

Nada mal. Tomen posesión de ese monasterio, y háganmelo saber una vez hecho.  

—¿Deben ser exclusivamente hombres, madre? 

No necesariamente, Belcebú, pero encuentro cierto deleite en que así sea —Vivian pasó su atención hacia la abadesa e invocó—: Spernun. 

Los ojos de la abadesa soltaron un destello. 

Mi señora.

—Para ti tengo una petición peculiar que, quizás, despierte tu interés. Ve hacia el muelle de la aldea y cerciórate de hallar al marinero Cipriano. He quedado con el deseo de llevar a cabo otro rito con él.

Spernun tuvo el poder de desfigurar el rostro encantador de la abadesa con una sonrisa aterradora.

Con gusto cumpliré su orden, madre —se retiró, haciendo un ademan con la cabeza.

Una brisa helada acompañó a los poseídos hacia la salida del convento. El cielo nocturno había desaparecido sus nubes y la luz de la luna trazó las sombras, de lo que parecían ser, depredadores de pelaje oscuro internándose en el bosque. 

Las llamas reanudaron su danza en el candelabro. Vivian alzó una mano para acariciar el responsable del bajón de temperatura: el cocodrilo Krunzar se dejó ver extendido plácidamente sobre la mesa, junto a Vivian.

—Eres la mejor compañía que he tenido —le susurró y el reptil pestañeó con suavidad—. Agradezco tu ayuda por conjurar a Spernun y dejarme terminar el rito. No es la primera vez que lo haces ¿eh? Gracias. Solo falta uno. El más grande de todos. El mismísimo Rey Del Vacío, Cinatit. 

»Tan pronto como congreguemos al resto de mis leales, emprenderemos un viaje hacia el reino de Gingraft. Forzaremos su rendición y, con ello, la muerte del Rey Indigo y del lobo que tiene cautivo. Anhelo ofrecerte el espíritu de Cinatit como un manjar para perros, mi querido Krunzar. Y ese solo será el comienzo.










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