UNHOLY ✞ Thomas Shelby [Peaky...

By brooklynbxbe

1M 98.2K 35.6K

❝Nunca hubo un cuento de hadas en el que un hombre peleara por su amada con más fuerza o desesperación de lo... More

✞ Sinopsis.
✞ Prólogo.
✞ Capítulo 1.
✞ Capítulo 2.
✞ Capítulo 3.
✞ Capítulo 4.
✞ Capítulo 5.
✞ Capítulo 6.
✞ Capítulo 7.
✞ Capítulo 8.
✞ Capítulo 9.
✞ Capítulo 10.
✞ Capítulo 11.
✞ Capítulo 12.
✞ Capítulo 13.
✞ Capítulo 14.
✞ Capítulo 15.
✞ Capítulo 16.
✞ Capítulo 17.
✞ Capítulo 18.
✞ Capítulo 19.
✞ Capítulo 20.
✞ Capítulo 21.
✞ Capítulo 22.
✞ Capítulo 23.
✞ Capítulo 24.
✞ Capítulo 25.
✞ Capítulo 26.
✞ Capítulo 28.
✞ Capítulo 29.
✞ Capítulo 30.
✞ Capítulo 31.
✞ Capítulo 32.
✞ Capítulo 33.
✞ Capítulo 34.
✞ Capítulo 35.
✞ Capítulo 36.
✞ Capítulo 37.
✞ Capítulo 38.
✞ Capítulo 39.
✞ Capítulo 40.
✞ Capítulo 41.
✞ Capítulo 42.
✞ Capítulo 43.
✞ Capítulo 44.
✞ Capítulo 45.
✞ Capítulo 46.
✞ Capítulo 47.
✞ Capítulo 48.
✞ Capítulo 49.
✞ Capítulo 50.

✞ Capítulo 27.

25.8K 2.2K 902
By brooklynbxbe

Unas semanas más tarde, a mediados del mes de junio, las cosas marchaban tan bien para el joven matrimonio que decidieron abandonar el caos de la ciudad por algunos días, y relajarse en la casa de campo de los Hartford.

Daisy pasó todo el camino desde Birmingham hasta Cheshire platicando sobre lo mucho que disfrutaba de la finca de su familia, donde había pasado la mayoría de sus veranos. Thomas no podía culparla por su entusiasmo; vivir en la ciudad tenía sus beneficios, pero ninguna mansión en el centro incluía un jardín de cincuenta hectáreas, un lago y una caballeriza, sin importar cuánto dinero tuvieras.

El sábado al mediodía, una vez que acabó con el montón de llamadas de negocios que tenía pendiente, Thomas abandonó el despacho en busca de su esposa. La encontró en el jardín, sentada sobre el césped a la sombra de un gran árbol de olmo.

Tenía puesto un vestido rosa pálido con un montón de pequeñas flores bordadas; la ligera tela le llegaba hasta apenas por debajo de la rodilla, y el escote recto, acompañado de mangas abullonadas, dejaba al descubierto sus hombros. Se había quitado algunos mechones de cabello de la cara, sujetándolos en un pequeño retorcido con un moño blanco. 

—¿Quieres compañía? —le preguntó al acercársele.

—Por supuesto. Ven, siéntate. ¿Cómo está todo en Birmingham?

—Bien, al menos por ahora. ¿Qué estás haciendo?

—Nada, una tontería. —A su lado había dos canastas de mimbre, una cubierta por un paño de cocina, y otra repleta de flores de distintos colores. Sobre su regazo descansaba una corona de flores frescas que, al vérsela puesta, Thomas recordó que había usado una igual el día de su boda. En ese entonces, él le había prestado tan poca atención que las flores podrían haber sido de plástico y él no se hubiera dado cuenta—. ¿Cómo me veo?

Allí, con las mejillas sonrojadas por el abrasante sol de junio y la brisa veraniega sacudiéndole los rizos, se veía como la musa que había inspirado las pinturas más hermosas y las baladas más conmovedoras.

—Como un hada del bosque.

Eso alcanzó para hacerla sonreír de oreja a oreja, y procedió a quitarse la corona para ponérsela a él.

—¿Cómo me veo? —preguntó el contrario, dejándosela puesta por solo un momento antes de devolvérsela a su dueña.

—Como un príncipe. —La joven se la colocó nuevamente con gusto—. ¿Tienes hambre? Dotty nos preparó unos sándwiches.

Hizo a un lado el paño de cocina que cubría una de las canastas, y sacó de la misma dos emparedados cuidadosamente envueltos. Le entregó uno a él antes de coger los vasos y la jarra de jugo de naranja, que sin duda ya se había calentado.

—Deberíamos comprar una —dijo Thomas, mientras ella servía el jugo.

—¿Una jarra?

—Una casa.

—Creí que ya teníamos una.

—Una casa en el campo —aclaró él, dándole un bocado al emparedado.

—¿En serio?

—¿Por qué no? Estamos prácticamente nadando en billetes desde que cerramos el trato con Landon Cumberbatch.

Daisy dejó escapar una pequeña risita—. Lo dices como si fuera novedad. Siempre estuvimos nadando en billetes.

—No, no siempre. Al menos yo no, no antes de la guerra.

Eso no la sorprendió demasiado. Su marido no hablaba mucho sobre su vida en ese entonces, pero no era difícil suponer que nadie que había crecido en Small Heath tenía dinero de sobra.

—¿Eras pobre? —No quería sonar insensible, pero Thomas era un hombre muy reservado, y ella moría de ganas de que le contara algo, cualquier cosa, remotamente íntima.

—Nunca nos faltó comida en la mesa, si eso es lo que preguntas. Tu familia siempre estuvo forrada, ¿verdad?

—Sí, algo así. El negocio familiar comenzó con mi bisabuelo, hace mucho, mucho tiempo.

Guardó silencio mientras terminaban de comer, algo que, al parecer, no hacía a menudo, pues el contrario le preguntó: —¿En qué piensas?

—¿Realmente quieres saber?

—Si no fuera así, no te hubiera preguntado.

—Estoy pensando en que a veces no sé si te conozco a la perfección, o no te conozco en lo absoluto —confesó, mordiéndose el labio inferior con cierto nerviosismo. 

—Me conoces lo suficiente —declaró él en respuesta, como si eso alcanzara para olvidar el asunto.

—Eso no es justo. Tú me conoces tan bien como alguien puede conocerme.

—Eso es porque tú eres como un libro abierto.

—¡Y tú eres como una bóveda! —se quejó, cruzándose de brazos en un gesto que debía transmitir indignación, pero a él simplemente lo hizo reír un poco—. ¿No puedes abrirte? ¿solo un poco? ¿solo por mí?

—Eso mismo vengo pidiéndote hace semanas —replicó él, y la pequeña sonrisa pervertida que tiraba de la comisura de sus labios alcanzó para que Daisy captara la indirecta.

—Tommy... —fue lo único que se las arregló para responder, y esperó que sus cachetes colorados pudieran ser atribuidos al calor y no a la vergüenza.

Thomas metió la mano en el bolsillo de su pantalón y, tras chequear la hora que indicaban las agujas del reloj, se lo enseñó a la contraria—. Pregúntame lo que quieras. Soy un libro abierto por los próximos cinco minutos.

—¿Solamente cinco minutos?

—No tientes a la suerte.

—De acuerdo, de acuerdo —aceptó, y decidió no desperdiciar un segundo más—. Cuéntame sobre tus padres. Nunca hablas de ellos.

—No hay mucho que decir. Mamá murió ahogada en el canal, y papá nos abandonó unos meses después, así que Polly cuidó de nosotros.

Daisy tuvo que morderse la lengua para evitar soltar un grito ahogado; la lúgubre confesión de Thomas la había cogido completamente desprevenida aún cuando ella misma había preguntado al respecto.

—Dios mío... Lo siento mucho. No tenía idea.

Él se encogió de hombros con sincero desinterés; había pasado tanto tiempo que ya no le importaba. —¿Eso es todo, entonces? ¿no más preguntas?

—Dame un minuto —pidió, un pelín perturbada—. Estoy intentando recomponerme.

—¿Recomponerte de la sorprendente noticia de que alguien que no conociste murió hace más de diez años?

—No seas cruel —lo reprendió la joven con absoluta seriedad, dándole un golpe en el brazo que se sintió un poco más como una caricia—. ¿Crees que le hubiera agradado?

—¿A mi madre? —Ella asintió—. No me cabe ninguna duda. 

—¿Cómo era?

—Era buena —respondió Thomas con simpleza—. Demasiado buena para mi padre, que nunca ha sido más que un borracho bueno para nada, pero mamá... ella estaba llena de bondad. Era una mujer muy religiosa, también; ella y Polly nos obligaban a ir a misa todos los domingos.

—No puedo ni imaginarte en una iglesia.

—He visto cosas más extrañas. Bueno, ¿terminó el interrogatorio?

—Aún me quedan tres minutos. —No tuvo que pensar demasiado en qué preguntarle; se le venían un millón de interrogantes a la cabeza, pero, tratándose de un hombre tan reservado como su marido, supuso que eso le pasaría a cualquiera—. ¿Por qué te casaste conmigo? ¿Por qué aceptaste un matrimonio arreglado?

—Era un buen trato. Los Peaky Blinders no podían adueñarse de los negocios de Londres sin ayuda de tu familia. Tampoco tenía planeado casarme con otra mujer en ningún momento pronto, y tú no eras fea, ni vieja, y tampoco parecías ser demasiado estúpida, así que ¿por qué no?

Daisy se llevó el dorso de la mano a la frente, y fingió desmayarse con tremenda teatralidad. —¡Oh, Tommy, eres tan romántico! 

—Lo siento, cariño, pero es la verdad. Además, hace unos años obligué a John a casarse con Esme por un tema de negocios, y hubiera sido muy hipócrita de mi parte no estar dispuesto a hacer lo mismo. ¿Qué hay de ti? ¿por qué te casaste conmigo?

—¿Estás bromeando? —La pregunta le pareció tan absurda que tuvo que esforzarse por no estallar en carcajadas—. Perdóname, mi amor, pero yo me casé contigo porque no tenía ninguna otra opción. Mi padre prácticamente me arrastró al altar.

—Podrías haber huido.

—¿Y pasar mi vida entera huyendo? ¿lejos de todos mis seres queridos? No, huir no era una opción, en especial no cuando fui vigilada como una prisionera desde el día que me enteré de nuestro compromiso hasta el día de la boda. Además, no sé si lo has notado, pero soy una mujer muy, muy costosa. Por un momento pensé en vender todas mis joyas, las cuales, como bien sabes, no son pocas, pero me di cuenta de que ese dinero solamente me hubiera alcanzado para un par de años, ¿y luego qué?

—No te hubiera tomado más de dos meses encontrar a algún idiota con un par de millones en el banco muriéndose por casarse contigo.

Daisy se encogió de hombros. —Ya me casé con un idiota con un par de millones en el banco —bromeó—. De todas formas, los Hounds of Hell me hubieran encontrado sin importar adónde hubiera huido, así que no me molesté en hacerlo, y, al final, las cosas resultaron bastante bien.

—Un minuto —le advirtió Thomas, observando las agujas del reloj.

—¿Quién es Greta? —La pregunta escapó de sus labios antes de que tuviera tiempo de pensar en ella, y se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo ahí, oculta en la punta de su lengua, aguardando a que ella tuviera las agallas de pronunciarla en voz alta.

—¿Dónde oíste ese nombre?

—Alguien me lo mencionó una vez.

A Thomas le tomó un momento responder y, cuando lo hizo, fue como si cada palabra significara un enorme esfuerzo. —Greta Jurossi... Dios, no he dicho ese nombre en años.

—¿La amabas? —Daisy no sentía ni una pizca de celos hacia esa desconocida, y deseaba que el contrario supiera que lo único que la había llevado a preguntar por ella era la curiosidad.

—Sí, y mucho, pero el hombre que amó a Greta era un hombre completamente distinto del que soy ahora.

—¿Qué le pasó? —se animó a preguntar. Thomas hablaba de ella no como una persona que le había roto el corazón ni que había dejado de querer de un día para el otro, sino con ese dolor que solo sentimos cuando verdaderamente perdemos a alguien, y no hay nada que podamos hacer para recuperarlas porque ya se han ido de este mundo.

—Murió de tuberculosis cuando tenía tu edad. Estuve a su lado durante tres meses enteros, sosteniendo su mano mientras la enfermedad se la llevaba. Fui enviado a Francia luego de eso.

—Me cuesta imaginarte en ese entonces —dijo Daisy, por lo bajo, como si temiera perturbar a los muertos que había despertado con sus entrometidas preguntas.

—No siempre fui el hombre que soy ahora. Antes de la guerra, era... era distinto.

—Creo que todos lo éramos.

—Lamento no poder ser ese hombre para ti —soltó, sorprendiéndola un poco—. Te hubiera gustado mucho en ese entonces.

La joven le dedicó una sonrisa tan cálida como el día mismo. —Me gustas mucho ahora.

Por suerte, el tiempo de las preguntas se había acabado, así que Thomas se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en la ligeramente crecida hierba.

—¿Qué quieres hacer hoy? —le preguntó la contraria, asomándose sobre él de manera que le bloqueaba la vista de todo lo demás.

—Absolutamente nada.

—Me temo que eso no es posible.

—¿Por qué no?

—Porque lo mínimo que me debes es un par de días divertidos en el campo, y no hacer nada no es divertido.

—¿Y por qué te debo eso, exactamente?

—Porque no me llevaste de luna de miel —respondió ella, como si fuera una obviedad.

La mención de algo tan ridículamente normal como una luna de miel al comienzo de una unión tan ridículamente anormal como el de ellos lo hizo reír.

—¿Acaso olvidaste cómo era nuestro matrimonio cuando recién nos casamos? —inquirió, preguntándose si en serio había borrado esos recuerdos de su dulce cabecita—. Tú ni siquiera eras capaz de mirarme a los ojos.

—Y tú ni siquiera eres capaz de dirigirme la palabra.

—Exacto. Un par de semanas completamente solos sin ningún lugar adónde huir de la compañía del otro hubiera sido una pesadilla para ambos.

—Tienes razón, pero ahora que todo está tan bien entre nosotros, no puedo evitar desear que hubiéramos tenido una luna de miel. Podríamos haber ido Viena, Roma, Madrid...

—¿Quieres una luna de miel? —le preguntó él, interrumpiendo sus ensoñaciones.

—La luna de miel es para los recién casados. Nosotros nos casamos hace... Dios mío, ¿medio año? ¿en serio puede haber pasado tanto tiempo?

—De acuerdo —dijo Thomas, elevándose en sus codos para poder observarla mejor.

—¿De acuerdo qué? —repitió la joven, sin la menor idea de qué estaba hablando.

—De acuerdo, tengamos una luna de miel. O una no luna de miel, considerando que ya no somos unos recién casados.

—¿Lo dices en serio? —dudó, preguntándose si le estaba jugando una broma de pésimo gusto.

—¿No es eso lo que quieres? ¿una luna de miel? De acuerdo, entonces. Organízala. Elige el destino que quieras, hazme saber el día que partimos, y ahí estaré. Eso sí, tiene que ser para el final del verano, o el comienzo del otoño; creo que el negocio estará bastante tranquilo entonces.

Daisy se dejó caer en la hierba, a su lado, y entonces le llegó la más dulce realización: no recordaba haberse sentido tan feliz en toda su vida, lo cual era mucho decir, porque ella siempre había sido una persona muy alegre. Pero estar ahí, en uno de sus lugares favoritos en el mundo entero con una de sus personas favoritas en el mundo entero... Era como si la felicidad tuviera un nuevo significado.

Se inclinó hacia él, en busca de sus labios, y le dio un beso tan suave que apenas se sintió como algo más que un roce.

—Te amo —murmuró, tan cerca de su rostro que su respiración le hacía cosquillas en el rostro.

—Es la primera vez que lo dices —respondió Thomas, algunos segundos después.

—¿Lo es? —En su cabeza, lo había dicho varias de veces, pero en la vida real...

—Lo es. Por lo general, soy yo quien va por ahí confesándote mis sentimientos cual tonto enamorado.

—Eso es porque eres tú quien suele cometer los errores en este matrimonio, así que no te ha quedado otra.

—Suficiente palabrería por un día —la acalló, tomándola del brazo y dándole un pequeño tirón para tenerla lo suficientemente cerca. Daisy no replicó; por el contrario, se acurrucó sobre su pecho y dejó escapar un gran bostezo.

Continue Reading

You'll Also Like

3K 213 21
Una negro y un verde, destinados a odiarse mutuamente pero su amor más grande que el odio que sus familias tienen.
4.1K 416 10
Valyria Targaryen hija mayor de Daemon Targaryen y Rhaenyra deberá asegurar el asenso al trono de su madre. La platinada está comprometida desde niña...
91.6K 6.3K 21
𝐅𝐚𝐧𝐟𝐢𝐜 𝐃𝐢𝐯𝐞𝐫𝐠𝐞𝐧𝐭𝐞 ⇢Cuatro [Tobías Eaton] ❝𝘋𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘴𝘪ó𝘯 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘳á 𝘴𝘶 𝘦𝘴𝘵𝘪𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘥𝘢❞ ➤Hija de...
66.5K 3.9K 57
༒𝔼𝕤 𝕦𝕟𝕒 𝕡𝕖𝕟𝕒 𝕢𝕦𝕖 𝕤𝕖𝕒𝕟 𝕕𝕖 𝕕𝕚𝕗𝕖𝕣𝕖𝕟𝕥𝕖𝕤 𝕓𝕒𝕟𝕕𝕠𝕤. 𝕛𝕦𝕟𝕥𝕠𝕤 𝕤𝕖𝕣𝕚𝕒𝕟 𝕚𝕟𝕧𝕖𝕟𝕤𝕚𝕓𝕝𝕖𝕤 𝙍𝙖𝙝𝙚𝙧𝙖 𝙏𝙖𝙧𝙜...