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โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿฃ: ๐™ผ๐™ฐ๐™ป๐™ฐ ๐š‚๐š„๐™ด๐š๐šƒ๐™ด
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𝓢ora camina por su casa, buscando algo en particular mientras que su única descendiente mujer se dejaba caer al sofá de la estancia con su teléfono móvil y le escribía a alguien un sms sin importarle que su madre le estaba preguntando algo de fondo. Moon resopla cuando se da cuenta de que ha escrito mal una palabra, y como era muy quisquillosa y no se permitía a sí misma escribir con faltas de ortografía, empieza a escribir el mensaje, que resultaba ser para Koko, de nuevo otra vez.

—Moon, ¿has visto mi perfume?— preguntó la mujer plantándose delante de su hija con sus manos en las caderas mientras miraba a su alrededor con el ceño fruncido. —Habría jurado que lo dejé en el baño, pero ya no está.

—No, ni idea.— contestó ella de forma distraída, centrándose todavía en poner todo bien porque no quería quedar como una cateta ante su compañero por escribir mal un mero mensaje. —Quizás lo hayas tirado sin querer o algo.

—Bueno, ya me lo compraré otra vez.— suspiró Sora, caminando hasta el recibidor para ponerse sus zapatos antes de salir de casa. Antes, echó un vistazo al calendario que tenía colgado en la pared y se fijó en el mes de diciembre que estaba presente en la hoja. —¿Vas a ir el cuatro al cementerio?

Moon se tensó. El móvil tembló en sus manos. Pero, logró mantener la compostura y, tratando de aparentar que unas solas palabras no la afectaban tanto, asintió mientras colocaba sus pies encima de la mesita de café que tenía delante.

—Voy todos los años.— contestó la adolescente. —Así que, éste no será menos.

—¿Sabes algo de Aki?— preguntó de nuevo la mujer. —Hace que no hablo con él por lo menos dos meses. Ni siquiera nos encontramos por la calle como antes o algo. Es raro.

—Sí, está bien.— contestó Moon. —Está liado con algo, supongo. Hace mucho que no le veo tampoco.— Mintió.

—Ah, bien.— soltó Sora. —Y, una última pregunta:

—Joder, mamá.— se carcajeó Moon girando su cabeza para mirar a su madre directamente a la cara. —Hoy sí que estás preguntona. Pareces una madre de verdad y todo. ¿Me vas a preguntar ahora que tal me va en los estudios? ¡Ah, no! Qué ya no voy a clase, se me olvidaba.

—No, te iba a preguntar que porqué demonios tienes las manos vendadas.— reprochó ella. —¿Acaso...?

—Soy parte de una banda de delincuentes.— cortó. —El otro día me peleé con unos gilipollas que me atacaron en conjunto, pero has traído a la vida a una chica que no se deja pisotear por cuatro hombres idiotas y adivina: gané yo.— sonrió. —Esa es la explicación.

—De verdad, ¡cada vez estás más insoportable, Moon!— exclamó, enfadada. —Ya ni sabes qué inventarte para llamar la atención, ¿no es así?

—Si no quieres saberlo, entonces, no preguntes.— dijo la chica de mala manera, dejando de mirar a su madre porque sentía como se iba enfadando poco a poco. —Yo evito el preguntarte cosas que no quieres responder porque, al menos, te sigo teniendo en consideración. Porque bien que podría preguntarte qué tal es tu puto jefe en la cama o, también, el como está papá.— esbozó ahora una sonrisa arrogante y miró de nuevo a su madre. —¿Qué tal está mi papi? ¿Sigue teniendo ganas de matarme? Sé que os visteis el otro día.

—Últimamente te estás pasando de la raya, Kishaba Moon.— siseó Sora acercándose de nuevo hasta su hija para tratar de parecer amenazante; cuando para Moon, solamente era patética. —¿Me sigues cuando salgo de casa?

—Tengo ojos en todos los sitios de Tokio.— se pavoneó. —Sé a qué hotel vas, sé cuantos hijos tiene tu jefe e incluso la tienda favorita de la esposa cornuda.— soltó una pequeña risita. —Sé que papá te da dinero para mantenerme, pero, ¿dónde están esos billetes? Sigo yendo con la misma mierda de ropa de cuando tenía quince años.

—Eres una desagradecida, Moon.— reprochó de nuevo la mujer, pero ahora, con algo de dolor reflejado en sus ojos. —Estás desperdiciando tu vida de una manera que me da asco pensar.— torció el gesto. —¿Acaso eres tú Moon? ¿Mi hija? ¿La que venía llorando hasta mí cuando tenía una pesadilla porque pensaba que había un demonio bajo la cama?

—Esa Moon está muerta, ¿y sabes qué?— se levantó del sofá de un salto, se acercó al oído de su madre y susurró con hastío: —Yo misma la maté.— se volvió a alejar. —Te odio, Sora. La única razón del porqué sigo aquí a tu lado es porque no tengo un sitio en el cual caerme muerta, pero créeme que cuando lo tenga, haré mis maletas y me iré tan lejos como pueda para no volver a verte a ti, ni a papá, ni a Aki.— sonrió. —¡Os odio a todos! No te haces a la idea de cuanto.

Sora retrocedió un par de pasos, con unas pequeñas lágrimas asomándose por sus ojos tras procesar las palabras de su hija y darse cuenta de todo el rencor que le podía guardar a pesar de ser familia. Vislumbró su rostro una y otra vez; aquella cara de Moon que también poseyó Sun, pero sabía que ella si estuviera en vida jamás la miraría de la forma en la que lo estaba haciendo Moon. Los ojos de Sun eran dulces, los de Moon ahora eran crueles.

—Pues espero que ese día llegue pronto y te vayas de mi vida.— Susurró Sora.

—Yo también lo espero con ansias.

Cuando Moon escuchó como la puerta principal se abría y después se volvía a cerrar, borró aquella sonrisa falsa que había hecho que pareciera real y caminó con rapidez hasta el calendario, arrancó la página de diciembre y la empezó a romper en decenas de trozos que terminaron en la basura. Pero, mientras tanto, volvió a sentir aquel dolor tan familiar para ella en el corazón; lo que le hacía saber que aún seguía teniendo uno aunque estuviera podrido.

En su mente afloraron los recuerdos que tenía ella con su madre; como un día nevado del año dos mil, que ella se cayó, se hizo una heridita en la mano y Sora se la curó con cariño diciendo lo típico de madres: «sana sana colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana». Y de forma automática, a Moon ya no le dolía absolutamente nada. O también las tantas películas que habían visto juntas, o cuando le contaba sus problemas de preadolescente mientras jugaban al shōgi y ella escuchaba atentamente cada palabra de su hija.

Aquellas miradas de cariño, todas las sonrisas y cada abrazo habían desaparecido para dejar paso a un rencor y a un odio que la misma Moon provocaba a sabiendas de que eso hacía que su madre se alejara cada día más y más de ella. Pero, eso era justo lo que pretendía. Prefería que su madre la odiara, que la detestara y la quisiera fuera de su vida para que así, Sora no sufriera cuando el día menos pensado, un policía le diera la noticia de que había muerto en alguna pelea sanguinaria en la cual se había involucrado.

Prefería ser odiada, aunque eso hiciera que también se odiara a sí misma. Pero, no podía cambiar el rumbo de su vida porque estaba perdida y se sentía como un pez al cual le habían arrancado las aletas porque quería huir del mar.

En la mano de Moon se quedó el número cuatro de la hoja que había arrancado, dándose cuenta así de que quedaban dos meros días para que su cumpleaños empezara. Un día de mala suerte, como Sun había dicho en su día, y que Moon quería evitar a toda costa porque no le gustaba sus cumpleaños. Al menos ya no, porque los celebraba a solas y si, soplaba las velas, solamente ella las apagaba.

—Joder, joder, joder.— susurró Moon notando como su respiración cada vez era más rápida, además de que sentía que se ahogaba y que su corazón latía con frenesí dentro de su pecho. —Tranquilízate Moon.— tiró el último papelito a la basura y se regaló a sí misma un tortazo en su mejilla para volver a la realidad. —Solo va a ser un día más.

La joven se quitó las vendas de sus manos y las tiró también a la basura, viendo como poco a poco sus nudillos habían sanado y ya no estaban heridos como antes. Entonces, su teléfono móvil vibró en un mensaje y ella lo fue a ver pensando que sería de Koko, y así era:

«Ve a esta dirección en media hora, Moon. Te toca encargarte de estos idiotas tú sola. Iría contigo, pero también tengo asuntos que atender» —Koko.

«Yo sola me basto para esto» —Moon.

«Es importante que les dejes claro que la Kanto Manji lidera este sitio. Son los hijos de puta que últimamente nos han estado intentando quitar territorio. Mikey confía en ti para resolver esto» —Koko.

Moon camina hasta su cuarto para ponerse el uniforme de la pandilla, y cuando está en sujetador, siente como alguien la está mirando. Sora siempre decía que su hija tenía un sexto sentido para detectar las amenazas y, sobretodo, cuando alguien la vigilaba. Así que, camina hasta la ventana de su cuarto y mira a través de ésta, percatándose así de que había alguien en el párking debajo del edificio dónde vivía subido en moto y que se iba a toda velocidad. Moon solamente pudo ver que tenía el pelo rubio, porque de verdad se había ido rápido, así que eso le hizo pensar que era Sanzu una vez más.

Salió de su casa con el corazón en un puño por alguna razón que no comprendió, porque siempre que peleaba con alguien más ni siquiera se ponía nerviosa. Achacó aquel cúmulo de emociones a que, pronto sería su cumpleaños, que aquella pelea sería importante porque era de la pandilla que les estaba pisando los talones a ellos y que había discutido con su madre además de que ella le había dicho cosas muy feas a Sora.

Y tampoco dejaba de lado esa mirada. Esa maldita mirada de Sanzu que le perforaba la nuca y le hacía sentirse la presa de un sanguinario cazador. Sin duda, cuando le viera, le pegaría un buen golpe por seguirla aunque fuera por órdenes de Mikey. Entendía de veras que fuera una medida de seguridad para que ella no volviera a pisar territorio enemigo, pero al menos, sentía que el líder podría confiar un poco más en ella a pesar de que en los últimos días hubiera algo de tensión entre ellos dos.

Mientras caminaba poniendo de destino la dirección que Koko le había dado, Moon abrió y cerró sus manos una y otra vez con el propósito de calentarlas y de hacer que los nudillos que le dolían dejaran de hacerlo para poder pelear a gusto. Si bien cuando iba por su cuenta se pegaba con mucha gente, ahora que era parte de una pandilla lo hacía aún más. No era parte de ninguna subdivisión, aunque éstas todavía estaban un poco en el aire porque era una banda bastante reciente que todavía no tenía tantos miembros como Rokuhara Tandai o Brahman. Cuando Mikey la presentó en una reunión de la pandilla delante de todos, ella pensó que se había metido de lleno en una organización muy pequeña y que no llegaría a ningún lado.

Después de verlos en acción, quizás cambiara de parecer. Pero, para Moon, solamente Mikey, Koko, Sanzu y ella misma merecían la pena.

—Eh.— habló la chica cuando llegó al sitio acordado, que resultó ser un viejo párking abandonado en los suburbios de la ciudad. Allí se encontró con un grupo conformado por quince chicos que vestían el uniforme de una pandilla que, hasta el momento, Moon no había visto nunca. —Ya ha llegado quien os va a hacer morder el polvo. ¿Quién quiere ser el primer afortunado?

—¿Ah?— preguntó el que parecía el líder. —¿Quién coño eres tú? Ah, sí, ya sé.— sonrió, echando el humo del cigarrillo que estaba fumando por sus fosas nasales. —Eres la perrita del líder de la Kanto Manji Gang.— Moon entrecerró sus ojos por aquellas palabras. —Pensaba que nos enviarían a alguien mejor que a una chupa pollas.

Moon relajó su expresión, y comenzó a caminar notando como el viento gélido de la época invernal se colaba por su abrigo y revolvía un poquito su pelo de dos colores. La chica se plantó delante de ese hombre, alzó su cabeza para verle directamente a la cara y no dijo aún palabra alguna. Sin embargo, él sí lo hizo:

—¿Qué?— rio con hastío. —¿Me vas a chupar la polla a mí también? Espera, me bajaré los pantalones.

—Ese uniforme que lleváis... Color verde moco, es un poco feo.— se mofó aunque el tono de verde no era exactamente ese, lo dijo de todas maneras. Con una rapidez casi sobrehumana, Moon levantó su pierna derecha y la puntera de su pie impactó en la sien de ese chico, que acabó en el suelo inconsciente y con una herida sangrante donde había sido golpeado. —Quedará mejor cuando esté teñido del rojo de vuestra sangre.

La única vez que esos chicos lograron golpear a Moon fue porque ella se distrajo gracias a que, de nuevo, sentía que alguien la miraba. Rechinó los dientes, apretó más sus puños y se preguntó mentalmente si Sanzu no tenía nada que hacer como ella o Koko. Sin embargo, antes de que acabara la pelea, esa molesta mirada en su nuca se marchó y pudo estar algo más tranquila para dejar al resto que quedaba en pie en el suelo como sus demás compañeros.

—¿Sabéis? Ya no voy a clase, pero me gusta considerarme culta.— Moon se sentó encima de una pequeña montaña de chicos que no se podían mover más a causa de los golpes. —Sois la pandilla Bodhi, me han hablado de vosotros aunque no os haya visto. Y, el Bodhi es un término nepalí, si mal no recuerdo, que significa "iluminación".— miró la espalda de uno de los chicos, donde había bordado un símbolo parecido a un timón que representaba justamente ese término. —Menuda palabra de mierda habéis elegido para representaros. ¿Ahora sois electricistas o qué?

—¡Moon!— la chica giró su cabeza, viendo como a unos metros de ella la esperaba ni más ni menos que Mikey subido en su moto. —¡¿Has terminado ya?!

—¡¡Ahora voy!!— contestó la única mujer. Bajó su mano y le regaló unas palmadas a la nuca del chico en el cual estaba sentada. —No lo olvidéis: en Tokio, nosotros somos la única pandilla que gobierna.

Moon se levantó, y como si no hubiera pasado nada, comenzó a caminar hacia Mikey para subirse detrás de él dejando en el suelo a aquellos chicos que le habían hecho solamente un poco de daño en la mandíbula. Pero, los golpes a veces no le dolían a Moon. Tenían que tener mucha fuerza o pegarla con un bate para que de verdad sintiera dolor; porque tenía demasiada experiencia de las veces en las que Kai la castigaba en el dojo de la casa de los Kishaba. Eso sí que dolía, y no aquella mierda de golpes que lanzaban unos hombres con complejo de masculinidad frágil. Moon estaba segura al cien por cien que le dolía más a esos el ser vencidos por una mujer que el haber perdido en sí.

Y ese sentimiento era el mejor del mundo.

—¿Algún problema?— Preguntó Mikey arrancando su vehículo y poniéndose en marcha mientras sentía como la chica abrazaba su cintura para no caerse por la velocidad.

—Ni uno.— contestó ella. —He vencido a la pandilla del moco, pero ha sido fácil. ¿Solamente estos pocos nos estaban causando tantos problemas? Me esperaba ver por lo menos a treinta o cuarenta personas. No quince.

—No, esa era la unidad de ataque.— contestó él. —Koko ha ido a por otra unidad, y los demás también. Yo me acabo de encargar de otros cuantos. Parece que tenían ganas de jugar y de separarnos para ver que tan buenos somos en solitario.

—Pues, si esa era su unidad de  ataque...— Moon rio en forma de mofa. —Lo único que han hecho ha sido enfadarme diciendo que les chupara la polla. ¡Qué asco!— fingió una arcada que le hizo a Mikey esbozar una pequeña sonrisita. —Ni loca haría algo así. Pobre de mi novio, si es que alguna vez llego a tener, porque no creo que sea el prototipo de novia que él espera.

—¿Acaso planeas tener novio?— Preguntó Mikey recordando fugazmente la lista que había leído cuando se conocieron, y que uno de los puntos, era que Moon se enamorara de alguien guapo.

—¿La verdad? Me da igual.— contestó ella. —Pero... A veces pienso: ¿cómo voy a ser capaz de amar con un corazón roto?— soltó una pequeña risa que acarició el oído de Mikey. —Aunque, mi hermano solía decir que nada está realmente roto.

—¿Cómo es eso?— Preguntó el chico con el ceño ligeramente fruncido.

—Hay algo llamado kintsugi, que consiste en arreglar algo roto con oro para hacerlo más fuerte y que así no se vuelva a romper.— comenzó explicando Moon. —Aki decía que cada vez que nuestro corazón se rompe, se vuelve a juntar y se hace más fuerte. Por cada trozo roto, más oro se añade para que no se vuelva a romper. Hasta que llega un momento en el cual, por mucho que te lo golpeen, no volverá a romperse.

—Entonces, creo que mi corazón está mal hecho.— confesó Mikey. —Porque no se vuelve a juntar y tampoco se hace más fuerte.

—El mío también está mal hecho.— susurró Moon. —En eso, somos iguales.

—Quizás por eso nos entendemos.— prosiguió el chico. —Mi corazón roto y el tuyo se pueden juntar entre sí, y quizás entonces, puedan unirse otra vez.

La chica esbozó una pequeña sonrisa, cerró los ojos y apoyó su frente en la espalda de Mikey tratando de que las lágrimas que picaban en su mirada no salieran al exterior por muy agónico que fuera aquel sentimiento.

—Eso estaría bien.

Un pequeño silencio invadió el ambiente, hasta que Mikey bajó la mirada brevemente hasta las manos de la chica que tenía tras de él y se percató de algo.

—Tienes las manos llenas de sangre, Moon.— comentó él, desviando el camino que estaba tomando para dirigirse ahora a la orilla de un pequeño riachuelo que había cerca de su posición. —Creo que es tuya además de la de esos otros.

—Sí, me duelen un poco las manos.

Moon caminó ahora en compañía de Mikey hasta aquel riachuelo, se puso de cuclillas y metió dentro del agua primero sus dedos valorando si estaba demasiado fría y haciendo que sus manos se acostumbraran a la temperatura. Poco a poco, fue sumergiéndolas del todo notando como las heridas de sus nudillos le daban pequeñas descargas eléctricas de dolor, y vislumbrando como la corriente de agua cristalina por un momento se tornaba roja y marrón a causa de la sangre que se desprendía de su propia piel.

Mientras que el sol del ocaso se iba marchando poco a poco para dejar paso a la luna en el cielo, Mikey sumergió sus manos también en el agua para frotar con cuidado las de Moon y ayudarla en la tarea de limpiarse. La chica abrió momentáneamente sus ojos, algo sorprendida, preguntándose cuando había sido la última vez que alguien había tenido un gesto como aquel. Los dedos de Mikey fueron cuidadosos y no le hizo ningún tipo de daño a pesar de tener heridas, y ella sintió la delicadeza que él estaba empleando en una tarea tan simple como aquella.

Moon admiró su rostro concentrado, y repasó sus facciones como si fuera la primera vez que le veía. Su corazón latió rápido dentro de su pecho por alguna razón que ni siquiera se molestó en tratar de comprender, porque en aquel momento, los ojos tan vacíos que Mikey poseía le parecieron incluso bonitos a pesar de ser tan peligrosos como para poder ahogarte en ellos.

—Los corazones rotos hablan entre sí, ¿lo sabías?— habló Moon. —Y el tuyo me dice que has renunciado a tu propia felicidad por el bien de los demás alejándote de ellos.— la vista de la chica volvió a sus manos y a las de Mikey. —Te diría que eres gilipollas, pero creo que, inconscientemente, yo también estoy haciendo lo mismo.

—Sí, lo he hecho.— contestó el chico en un fino murmullo. —Y lo volvería a hacer, la verdad. Pero, por alguna razón...— ahora, él fue quien la miró a ella. —No me quiero alejar de ti.

—¿Eh?

—Somos amigos.— explicó. —Me haces sentir... No sé, como cuando estaba en la Toman y creía que con mis mejores amigos iba a conquistar Tokio.

—Creo que yo tampoco quiero alejarme de ti.— confesó Moon, con un pequeño sonrojo cubriendo sus mejillas. Tan insignificante que ni su acompañante se percató de ello. —Tengo que crear unos buenos recuerdos, para que en mi lecho de muerte, me acuerde de ellos y diga que esta sí ha sido una buena vida.— esbozó una pequeña sonrisa. —A tu lado pienso que puedo hacerlo. Y, de paso, también crearemos unos recuerdos para ti.

—Me gusta esa idea.— con las manos totalmente limpias, ambos las sacaron del agua notando como ahora estaban más frías de lo normal. —Estos días hemos estado algo tensos.

—Sí, lo sé.— confirmó la chica poniéndose de pie al igual que él. —Pero, eso es agua pasada, supongo.— restó importancia. —Así que, volvamos a empezar desde cero y ya está.

—Ah, ¡por fin os encuentro!— la pareja giró para vislumbrar a Koko, quien acababa de llegar en su propia moto. —No ha habido ningún problema, líder. Esa pandilla es más frágil de lo que aparenta.— resopló. —Moon, mañana a las cuatro tienes que ir a por el pago del hijo de puta del empresario del otro día. No te olvides.

—Hecho.— contestó la chica. —Me iré a casa ya. La luna acaba de salir.— suspiró, metiendo sus manos ya secas gracias al viento en los bolsillos de la gabardina del uniforme que llevaba puesto. —Nos vemos mañana, chicos.

—¿Quieres que te lleve a casa?— Preguntó de nuevo Koko, a lo que Moon negó con su cabeza.

—Prefiero caminar.— comenzó a hacerlo para alejarse de los dos hombres, pero antes, giró de nuevo su cabeza y miró a Mikey para decir: —Por favor, dile a Sanzu que no me siga más. Es molesto sentir como alguien me mira.— esbozó una sonrisa. —Procura que tu corazón roto no duela demasiado en mi ausencia.

Moon volvió a caminar con rapidez, alejándose de los dos chicos que habían vislumbrado como se marchaba hasta que giró una esquina y la perdieron de vista. Mikey procesó sus palabras, y abrió la boca para preguntar:

—Oye, Koko.— comenzó. —¿Sanzu hoy no estaba ocupado?

—Sí.— contestó el pelinegro con el ceño fruncido. —Estaba en la otra punta de la ciudad.

Muchas veces, Moon se sentía invencible e intocable. Cada vez que ganaba una pelea, su cerebro generaba una falsa serotonina; pero que actuaba como si fuera real aunque creara una ilusión de felicidad. Por eso le gustaba tanto pelear, además de que porque sentía que su hermana gemela estaba tras ella velando por su victoria y aplaudiendo cada vez que dejaba a un chico mucho más grande que ella en el suelo, era por esa serotonina que desprendía su cerebro de vez en cuando para que no se volviera loca de remate.

Se sentía la reina de las calles de Tokio cuando pasaba al lado de alguien a quien había demostrado que no era alguien ordinaria y éste agachaba su cabeza muerto de miedo y con respeto hacia la Luna Sangrienta que parecía no ser humana porque a veces, hacía creer que no tenía sentimiento alguno o remordimiento que no la dejara dormir por las noches. Pisaba con determinación en cada paso, y observaba la noche con una pequeña sonrisa decorando su rostro porque aquella era la vida que había elegido vivir. Y aunque a veces la detestaba, otras tantas la amaba porque sentía que siempre tenía todo bajo control.

Pero, entonces, la realidad siempre decidía que era un buen momento para bajarle los humos, recordarle que su serotonina era algo falso y que no tenía nada bajo control porque siempre, siempre, habría algo que se le escapara y pudiera hacerle daño de alguna forma.

—¡Te tengo, perra!

Y en aquella ocasión, esa realidad tan cruel llegó en forma de un golpe en su nuca que hizo que perdiera el control de su cuerpo y que sintiera que se iba a desmayar de un momento a otro, de una bolsa en su cabeza para que no viera donde estaba y el notar como alguien comenzaba a arrastrarla.

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