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By mkima_

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โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿฃ: ๐™ผ๐™ฐ๐™ป๐™ฐ ๐š‚๐š„๐™ด๐š๐šƒ๐™ด
โ”โ” ๐Ÿข๐Ÿข๐Ÿค: ๐™ธ๐™ฝ๐™น๐š„๐š‚๐šƒ๐™พ
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By mkima_

𝓤n recuerdo invade la atormentada mente de Moon, y desearía poder olvidarlo porque le hacía demasiado daño en aquellos justos instantes. En éste, Moon estaba en compañía de su hermana gemela, y era una de las veces en las que juntas salieron del hospital para que a Sun le diera el aire y porque los médicos se lo permitían para que se relajara y dejara de pensar en aquella horrenda enfermedad que la iba alejando poco a poco de la vida. Además, también pensaban que, contra más tiempo pasaran las gemelas juntas, menos dolería la despedida. Aunque, claramente se equivocaron.

En el recuerdo, Moon y Sun estaban en un parque y era comienzos de otoño. Hacía relativamente poco que Sun había comenzado la quimioterapia, y todavía no se había rapado el pelo como había hecho tiempo después. Las hermanas habían decidido pasear por aquel parque porque hacía buen tiempo, y porque Sun quería tomarse un helado en compañía de su gemela mientras se paraban a descansar en un banquito porque se cansaba demasiado al caminar. Así que, ambas chicas se quedaron sentadas mientras observaban a su alrededor, comiéndose sus respectivos helados mientras conversaban como si nada malo pasara.

¿Qué quieres ser de mayor, Moonie?— Cuestionó Sun con interés.

Pues... No lo sé.— contestó la nombrada. —Supongo que cualquier cosa me viene bien. Me basta con tener el dinero suficiente como para vivir de forma tranquila. No aspiro a ser millonaria, aunque esto no estaría mal.

Respuesta equivocada.— molestó Sun a su gemela dándole un codazo en el costado y haciendo que ésta emitiera un quejido. —¿Por qué conformarte con aquello que puedes alcanzar de forma fácil?— le sonrió. —Siempre aspira a lo más alto. No te dejes arrastrar por la corriente, ¡nada en su contra!

¿Y esa respuesta filosófica a qué viene ahora?— Preguntó Moon entre pequeñas risas.

Pues, ni idea... Ah, ¿qué está pasando ahí?— las dos hermanas miraron a la dirección que Sun señalaba con la cabeza. —¿Esos idiotas están intimidando a un niño para que les dé dinero?

Eso parece.— suspiró Moon desviando su vista. —A veces las personas apestan.

¡Haz algo, Moon!— pidió Sun de manera angustiada. —¡No dejes que le hagan daño a un niño tan pequeño como él!

No le conozco.— se encogió de hombros la chica. —¿Por qué tendría que hacer algo por él?

Porque siempre hay que ayudar a las personas que lo necesiten.— contestó. —Tú me protegías a mí, ¿te acuerdas de esa vez cuando rompí esa estúpida máscara de samurái? Te echaste a ti misma las culpas cuando tú no tenías nada que ver.— Moon asintió. —Pues, esto es parecido. No puedes dejar que los inocentes sufran, Moon. Por favor...— le regaló una última sonrisa. —Piensa que ese niño soy yo, ¿quieres?

Moon suspiró y se levantó del banquito tirando el palo del helado que ya se había terminado a la basura que tenían al lado, para ahora comenzar a caminar de manera tranquila y metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero. Respiró hondo a medida que más y más cerca estaba de ese grupo de tres delincuentes que extorsionaban a aquel pequeño que, por miedo, les estaba entregando todo el dinero que tenía.

Sintiendo en la nuca la mirada de su hermana gemela, Moon volvió a suspirar parándose detrás de ellos y comenzó a hablar:

Eso está mal.— dijo Moon, llamando la atención de aquellos tres chicos. —¿No os habéis parado a pensar que quizás ese dinero que le habéis robado el niño se lo ha dado su madre para que compre algo de cena?— chistó su lengua. —Devolvédselo.

Oye, oye, ¿y tú quién te crees que eres, zorrita?— habló uno de ellos, el cual parecía ser el líder, acercándose hasta Moon con pasos vacilones y con una asquerosa sonrisa decorando su boca marcada de cicatrices propias de peleas. —¿Piensas que vamos a acatar tus órdenes?

El chico miró atentamente el rostro de Moon, dándose cuenta de que sus ojos de dos colores ni siquiera reflejaban una pizca de miedo.

Los perros siempre acatan las órdenes de sus dueños.— contestó la chica con voz tranquila todavía, algo que a los dos restantes les hizo tener la piel de gallina. —Así que, veo que aún estáis sin domesticar.

El líder de aquellos abusones levantó su puño y le propinó a Moon un golpe en su pómulo derecho que pensó que la tiraría al suelo, pero no resultó ser así. El puñetazo solamente había hecho que la chica girara su rostro hacia la izquierda; pero su cuerpo ni siquiera se tambaleó.

¿Qué ha sido eso?— rio Moon volviendo a mirarle a la cara. —Oye, niño... Aléjate un poquito, ¿quieres?— se dirigió al chico al que habían robado, que rápidamente asintió y se apartó de la escena todavía muerto de miedo. —Creo que voy a tener que ser yo la que os enseñe modales.

Pero, ¿quién coño eres tú?— preguntó el que tenía delante. —¡Ni siquiera te he hecho daño!

Eso es porque eres débil.— volvió a esbozar una sonrisa, sacando sus manos de los bolsillos de su chaqueta y tronando sus dedos. —Y porque yo tengo mucho entreno. Un golpe tuyo es como una caricia de mi padre.

Sun observó con una sonrisa el como su hermana gemela dejaba a aquellos chicos que trataron de atacarla a la vez en el suelo. Moon ni siquiera se despeinó a la hora de derribarles, ni mucho menos permitió que le dieran otro golpe. La chica pisó la cabeza del líder con la suela de su zapato, y giró su pie para ensuciar su sien de una manera bastante asquerosa. Después se agachó y agarró del bolsillo de la chaqueta de ese chico la cartera del niño que él le había robado.

Aquí tienes.— le tendió su dinero con una pequeña sonrisita. —Ten más cuidado la próxima vez.

¡Gra... Gracias! ¡Eres increíble!

Moon miró como el niño se marchaba del parque, abrazando su cartera con forma de gatito como si fuera un tesoro. Un sentimiento cálido abrazó el corazón de Moon, repitiendo en su cabeza aquel halago y haciendo que se sintiera bien consigo misma. Además, aquel pequeño le había dicho lo mismo que su hermana gemela le solía decir cuando hacía algo bueno por ella.

¡¡Esa es mi Moonie!!— celebró Sun desde su asiento aplaudiéndola con una sonrisa más deslumbrante que el propio sol. —¡¡Siempre protegiendo a los demás!!

Moon despertó de su ensoñación.

La chica pestañeó repetidas veces, dándose cuenta de que era de noche y que tanto ella como Aki estaban en el dojo de su hogar, iluminado solamente por la luz de las velas que habían colocado previamente. Estaban sentados en el suelo, y en medio de ambos, había un tablero de shōgi. Aki agarró entre sus manos cinco fichas de los peones, los agitó y los tiró al mismo tablero para ahora hablar tras visualizar en la posición que habían quedado.

—Tú haces el primer movimiento, Moon.

Los dedos de la adolescente se aferran a la pieza de un peón, y lo mueve una casilla hacia delante. Aki imita el movimiento de su hermana. Moon ahora agarra la pieza del general de plata y lo mueve una casilla en diagonal, gracias a que le había dejado paso con el movimiento anterior.

—Parece que estás algo distraída.— Comentó el mayor aún en su juego, y moviendo sus fichas correspondientes.

—Solo estaba pensando.— Se excusó la pequeña.

—¿En Sun?

La pieza de la torre que tenía Moon entre los dedos tembló porque su mano también estaba temblando. Carraspeó su garganta, hizo que su cuerpo parara de temblar y dejó la ficha en el sitio que quería para proseguir con el juego que los hermanos Kishaba habían decidido jugar aquella noche de puro insomnio. Tampoco es que Moon pudiera dormir demasiado; los llantos de su madre le quitaban el sueño.

—Sí.

—Ella era muy buena en el shōgi.— prosiguió hablando Aki. —Siempre me ganaba.

—Yo la gano a ella.

—¿Por qué hablas en presente?

—Aki, ¿podemos cambiar de tema?

De nuevo, los hermanos se quedaron en silencio. Moon con facilidad fue comiéndose fichas de Aki, estando cada vez más y más cerca de la victoria. Había jugado muchas veces a aquel juego, denominado el ajedrez japonés, y se conocía bien las reglas y los movimientos estratégicos que debía de hacer para ganar al oponente. Sora se había encargado de enseñar a sus dos hijas mientras que Kai enseñaba a Aki artes marciales, que según él, eran cosas más de hombres.

—Moon, no hagas eso.— Recriminó el chico dejando la ficha que había movido en la casilla que había querido, comiéndose así un alfil de su hermana que ella había sacrificado para hacer un mejor movimiento ahora, tras que su hermano dejara desprotegido al rey.

—¿Hacer el qué?— Preguntó la chica de manera distraída.

—¿Crees que no me doy cuenta?— suspiró. —Actúas como si Sun siguiera viva.— Moon tragó saliva. —Eso es malo. No puedes hacerlo. Tienes que dejarla ir de tu cabeza, y seguir hacia delante porque sino terminarás loca.

—Aki, cállate.

—Moon.— el chico se tornó serio, mientras que su hermana finalizaba el juego porque el rey del oponente había caído otorgándole a ella la victoria. —Sun está muerta.

Las manos de la chica se aferraron al tablero y lo lanzó contra la pared con rabia, ocasionando que éste se partiera en dos y que las fichas se desparramaran por el suelo de madera del dojo. Moon apoyó sus manos en el mismo piso, sintiendo como las lágrimas ardían en sus ojos de dos colores y como su respiración se aceleraba al compás de un inexistente corazón; porque Moon pensaba que después de la muerte de Sun, ella ya no tenía uno.

—Por favor, deja de hablar de ella.— Pidió Moon en un jadeo angustiado.

Aki suspiró una vez más, apoyando sus manos en sus rodillas mientras miraba con pena a su hermana pequeña; para ahora volver a tomar la palabra y aclarar un poco la mente tan atormentada de Moon.

—Moon, tienes que superarla aunque te cueste. No es fácil, pero tienes que hacerlo.— pidió. —No puedes actuar como si ella siguiera aquí, porque ya no está. Solamente consigues hacerte daño a ti misma porque te engañas, y al final del día, te vas a dormir pensando que Sun te dará las buenas noches como siempre lo hacía. Y a la mañana siguiente, lloras porque no está ahí. Y te vuelves a engañar. Es un círculo vicioso que te llevará a la locura.

—¿Y qué quieres que haga?— preguntó Moon. —¿Qué acepte que se ha ido así sin más? ¿Qué acepte que mi otra mitad se ha ido?— la mano derecha de la chica viajó hasta su pecho, porque le había comenzado a doler. —Cuando la vi en el ataúd, me vi a mí misma muerta. ¡Quise cambiar el lugar con ella pero no puedo!— volvió a apoyar ambas manos en el suelo y agachó de nuevo la cabeza. —No puedo admitir que mi gemela está muerta. Las muertes no se superan, solamente se aprende a vivir otra vez.

—Pequeña...— Aki alzó su mano izquierda y la posó sobre la cabeza de su hermana para brindarle unas pequeñas caricias. —Sácate de dentro a Sun. Llora, grita, rompe todo lo que quieras. Pero, por favor, vuelve a vivir y deja de engañarte.— se levantó del suelo, dispuesto a marcharse del dojo para dejarla a solas. —He perdido a una hermana, y no quiero perderte a ti también.

Aki salió del dojo cerrando la puerta tras de él, aunque aún era capaz de ver la silueta de Moon por el papel de la misma puerta, gracias a la luz de las velas que todavía estaban encendidas dentro. El chico apretó los puños, sintiendo como sus manos temblaban y dejó que las lágrimas que había retenido todo el rato salieran de sus ojos oscuros y empaparan sus mejillas mientras vislumbraba la luna del cielo y oía el grito desgarrador que Moon soltaba de su pecho.

La chica comenzó a llorar con agonía, mientras que su pecho se oprimía del dolor una vez más. Golpeó el suelo una y otra vez, con la visión nublada y con los nudillos adoloridos, logró dejar unas marcas en la madera. Volvió a gritar en medio del llanto, sintiéndose desamparada; perdida en medio del mar sin un destino al cual aferrarse para seguir con vida y evitar el tirarse al agua y ahogarse. Moon quería ahogarse. Sacarla de dentro costaba y dolía demasiado. Quería dejar de sentir ese dolor y reunirse con su sol.

Pero, había prometido que no lo haría.

—Intentaré recoger tus pedazos rotos.— prometió Aki en un susurro mientras caminaba de vuelta a casa. —Y, si no puedo, habrá alguien que sí pueda.

Los días posteriores fueron igual de tormentosos. Moon sabía que Aki tenía razón, y por eso, trató de actuar en consecuencia. No podía engañarse, no podía simplemente hacer como que Sun iba a entrar por la puerta con aquella sonrisa deslumbrante de siempre. Debía de aceptar que se había marchado tan lejos de ella que no podría alcanzarla; que ella se había tomado al pie de la letra su nombre y que ahora estaba en el mismo sol, tratando de iluminar la oscuridad que se ceñía con crueldad sobre su hermana gemela.

La pérdida de un hijo o hija siempre hace mella en un matrimonio, y en el conformado por Sora y Kai no fue menos. Un día después de unos cuantos meses después de la partida de Sun, su madre llegó hasta el cuarto de su ahora única hija y le comunicó:

—Kai y yo nos vamos a divorciar, y yo me iré de esta casa.— anunció, tratando de no echarse a llorar porque mirar a Moon hacía daño; porque era justamente como si mirara a una muerta a la cara. —Puedes quedarte aquí con él, o venir a vivir conmigo. No nos iremos de Tokio, no puedo marcharme de esta ciudad.

Moon ni siquiera tenía que pensárselo.

—Me iré contigo.

Cuando la noche se echó sobre la casa de Moon y la luna volvió a estar presente en el cielo, la chica caminó hasta el armario que algún día compartió con su gemela y observó la diferencia entre la gama de colores que ella utilizaba y los que Sun utilizó. Mientras que la ropa de Moon era en su totalidad oscura, la de Sun era rica en colores pasteles, aquellos que le daban un toque inocente y que combinaban a la perfección con su personalidad. Si Moon olisqueaba la ropa de su gemela, aún seguía percibiendo el perfume que ya había gastado porque la echaba de menos, y el olerla, le hacía pensar que aún estaba viva.

Al mover sin querer una chaqueta que perteneció a Sun del armario, un papel bien doblado cayó al suelo y Moon se agachó para cogerlo; aunque ella sabía lo que era porque le era imposible no reconocer aquellas letras y toda la purpurina que había esparcida por la hoja. Además de que había decenas de dibujos en la otra cara que las gemelas dibujaron siendo niñas.

«Lista de lo que vamos a hacer cuando seamos mayores, por Sunnie y Moonie:

☐ Tocar un arcoíris —Sun.
☐ Encontrar a un gnomo y robarle el oro —Moon.
☐ Comprarme mucha ropa bonita y no la que mamá
     compra —Sun.
☐ Teñirme el pelo porque eso enfadará a papá —Moon.
☐ Cortarle la coleta a Aki —Sun y Moon.
☐ Ser una adulta guay —Sun.
☐ No ser una adulta amargada —Moon. »

La joven sonrió, porque recordaba a la perfección cuando lo escribieron siendo unas niñas; aunque la dejaron por la mitad porque se aburrieron. Pero, su sonrisa se borró en el mismo momento en el que vio que Sun había añadido más cosas sin que ella se enterara; y por la letra, sabía que había sido cuando ella ya tenía catorce años como ella. Quizás un tiempo antes de que se fuera.

«Lista de lo que quiero que hagas, Moonie:

☐ Enamórate de algún chico guapo porque yo no voy a
     poder —Sun.
☐ Sigue demostrando todo lo que vales —Sun.
☐ Pelea hasta que tus nudillos no puedan más si piensas
     que es lo correcto —Sun.
☐ ¡Vive y haz todo lo que habíamos planeado! Hasta lo
     que no está en esta lista —Sun.
☐ Haz unos bonitos recuerdos. Te estaré observando
     desde el cielo —Sun. »

La chica comenzó a llorar una vez más, palpando con las yemas de sus dedos el trazo de la  bonita letra que Sun tenía. Pero, no lloraba solo por eso, sino porque cuando leía cosas que había escrito su gemela o veía fotos de ella, seguía acordándose de como sonaba su voz; porque a pesar de ser iguales, tenían tonos de voz ligeramente distintos.

Y Moon se había dado cuenta de que estaba olvidando la voz de Sun.

—Lo haré, Sunnie.— prometió en un susurro mientras aún mantenía esa lista en sus manos. —Te lo prometo.

Al día siguiente, Moon comenzó por lo que más fácil había visto: teñirse el pelo. Fue al mercado más cercano y compró tinte, se encerró en el cuarto de baño de su casa y comenzó el experimento. Se tiñó solamente la mitad del pelo, porque le pareció que quedaba mejor. Al principio quedó de un tono amarillo pollo que a Moon no le gustaba en absoluto, así que, siguió decolorando y decolorando hasta que, cuando se secó el pelo, vio que la mitad de su cabeza ahora era de color blanco.

Se miró al espejo por primera vez después de tantos meses, y por fin, vio una imagen distinta a la de su hermana. Esbozó una pequeña sonrisa, y dijo en su cabeza «¿has visto, Sunnie? Esto solo es el comienzo».

Aki se sorprendió cuando la vio, pero no pudo negar que aquel pelo le quedaba genial y que, además, estaba feliz porque podía ver que su hermana salía a flote de alguna manera. Pero, Aki también se había comenzado a engañar; porque por mucho que lo quisiera, Moon había dejado de ser Moon, y aquello que hacía en su día a día solamente eran los deseos de una persona muerta a la cual le había prometido cumplirlos todos. Y la cruda realidad era que Moon seguía queriéndose ahogar. Quería dejar de vivir, pero había algo que se lo impedía.

—¿Qué coño te has hecho en el pelo?— cuestionó su padre enfadado cuando la vio al salir al jardín del dojo, por el cual tenía pensado pasear y se había encontrado con su única hija. —¿Quién te ha dado permiso para hacerte esa cosa?

—Yo misma.— contestó con simpleza y con una sonrisita decorando su rostro. Kai chasqueó su lengua, e iba a volver a hablar cuando Moon se le adelantó: —Ya tienes que estar feliz, ¿no?

—¿Por qué dices eso?— Cuestionó el hombre.

—Porque ya no hay malos augurios en tu casa.— contestó la chica mirando de cerca el como florecían las primeras flores del árbol de cerezo que decoraba el jardín. —No dejamos arroz en el bol, los números malditos están prohibidos, ¡ni siquiera estrenamos calzado por la noche!— se volvió para mirar al hombre. —Y ya no tienes gemelas. ¿Contento, Kishaba Kai?

La tensión era palpable en el ambiente, y los dos familiares se quedaron en silencio. Tan solo se podía escuchar en el ambiente el aire que traspasaba por las hojas del mismo árbol de cerezo que Moon observaba. Kai empezó a acercarse a su hija con pasos lentos.

—Moon, estás en terreno resbaladizo.— Advirtió refiriéndose a la conversación.

—No, tú estás en terreno resbaladizo.— contradijo la chica dándose la vuelta y enfrentando a su padre, el cual ya estaba delante suya. —¿Por qué lloraste en el funeral de mi hermana?

—Era mi hija.

—No lo era cuando la pegabas.

Se miraron a los ojos, y Kai fue el único que sintió algo. Un escalofrío recorrió su cuerpo en el mismo instante en el que se percató de que los ojos de Moon estaban vacíos. Tan vacíos que te podías ver reflejados en ellos; un pozo oscuro en el cual te podías ahogar con facilidad. Así era la mirada de la Moon que actuaba como si nada pasara, pero que en realidad, estaba tan rota que ni siquiera sabía por donde comenzar a armar sus pedazos.

—Para.

—Eres un hipócrita y un hijo de puta.— siseó la chica. —Tuviste la poca decencia de llorar cuando ella estaba en un ataúd, ¿verdad? Pero, tú no la hacías caso cuando lloraba como tú lo hiciste.— recordó. —"Papá, ¿por qué lo haces? ¡Yo te quiero!" "Papá, me duelen las costillas, no me volveré a portar mal".— rememoró. —¿De qué te suena?

Kai levantó su mano y trató de golpear a su hija en la cara, pero antes de eso, Moon había frenado su propio puño con su mano. El hombre trató de superar a su hija, pero ella no cedía, y tampoco soltaba su mano; a la cual estaba comenzando a enterrar sus uñas para hacerle daño.

—Niñata de mierda.— Murmuró el hombre enfurecido.

—Nunca te voy a perdonar.— aclaró Moon. —Por todo lo que nos hiciste de pequeñas. Pero, sobretodo, no te voy a perdonar por derramar lágrimas falsas en el funeral de la persona que te quería y que tú ni siquiera mirabas ni deseabas buenos días.

Moon levantó su pierna con rapidez, y con la puntera de su pie, golpeó a su padre en el omóplato tirándolo así al suelo de una forma bastante dolorosa. El hombre siseó de dolor, pero ni siquiera tuvo tiempo de recomponerse de aquel golpe porque su hija le había agarrado de la camisa para colocarlo boca arriba y ahora se había sentado sobre su estómago inmovilizando sus manos pisando sus muñecas.

—¡¡Soy tu padre!!— Bramó Kai.

—Yo nunca he tenido padre.

Moon golpeó a su padre una y otra vez, hasta que sus nudillos se tiñeron de rojo por la sangre, la cual procedía de Kai pero también era suya porque se estaba haciendo daño. Pero, era un tipo de dolor diferente; un tipo de dolor que a ella no le importaba sufrir porque sabía que era lo correcto. Y no quería parar. Pero paró en el mismo instante en el que unos brazos la agarraron y la tiraron, separándola así del cuerpo de su padre.

—¡¡Moon, ya vale!!— gritó su hermano. —¡No puedes pegarle!

—Dios, Moon, ¿qué has hecho?— Preguntó su madre desde el porche del dojo.

—Lo que yo quería.— se levantó del suelo y vislumbró a su padre, el cual trataba de levantarse también porque no había perdido la consciencia. —Solo le he devuelto una parte de lo que nos hizo sufrir.— Dijo con indiferencia caminando por al lado de Sora, para ahora salir a la calle.

—¡Llévate a ese demonio de mi puta casa! ¡Solo traerá desgracias al apellido Kishaba!— Escuchó que su padre gritaba.

Moon soltó una risita, y contestó:

—¡Ese es mi propósito en esta vida!

La joven salió a la calle, sintiendo los rayos de luz sobre su rostro pálido. Comenzó a caminar, con un rumbo bien definido y con una idea en mente. Quería volver a vivir aquello. Quería pelear con alguien más. Catorce años viviendo en aquel barrio había hecho que se supiera que pandillas se reunían en ciertos lugares, a que hora del día e incluso cuantos chicos eran. Siempre sentía rabia cuando les miraba, siempre había deseado bajarles de la nube imaginaria donde estaban subidos mirando a los demás con superioridad.

Así que, ¿por qué no hacerlo?

—¿Dónde vas?

—Aki, no me sigas.— pidió Moon parando su caminata para girarse y vislumbrar a su hermano mayor. —No sé si te gustará verme ahora mismo.

—Moon, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir.— Pidió.

—¿Acaso me arrepentiré de cumplir los deseos de mi gemela muerta?— preguntó abriendo sus brazos con obviedad. —Voy a pelear hasta que no pueda más. ¡Me gusta y es lo que Sun quería!— se volvió a girar. —Les voy a demostrar lo que valgo.

Diez chicos. Esos eran los que estaban reunidos en un pequeño aparcamiento al final del barrio, fumando y haciéndose los rudos mientras hablaban sobre que alguna pequeña pandilla les había estado molestando y que debían de poner fin a aquello. Pero, ellos no serían los que finalizaran, sino que sería Moon.

Les provocó, les enfadó y peleó contra ellos. Moon fue golpeada, no salió impune de aquello. Pero, fue como si los golpes no le dolieran. Aunque, nunca le habían dolido realmente. Siempre había tenido una razón para ser fuerte y aguantar, y aquella vez no había sido menos. Golpeó y golpeó. Rio. Les dejó en el suelo y empezó a hacerse un nombre en el mundo de la delincuencia que no sería borrado nunca.

Aki lo vio todo. Había seguido a su hermana de incógnito, porque no iba a dejar que algo malo le pasara. Y aunque había estado a punto de intervenir, porque él sabía de pandillas y de golpes, cuando vio como la golpeaban, ella pronto tomó las riendas de la situación y no fue la que acabó en el suelo a la merced de diez chicos con malas intenciones. En cambio, Aki vio como su hermana pisaba la sien del líder de la pandilla y reía.

Con sangre corriendo por sus dedos, y con aún más en su cara, Moon alzó su falange y apuntó al sol mientras cerraba uno de sus ojos; para ahora exclamar:

—¡Mírame, Sunnie!— pidió. —¡No habrá nadie que pueda contra mí! ¡Ya sé lo que seré cuando sea mayor!

Aki se dio media vuelta, y como Moon hacía anteriormente, se engañó diciéndose a sí mismo: «estará bien. Mi hermana estará bien, seguro».

FIN DEL PRIMER ARCO:
LA MALA SUERTE DE MOON

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