Caperucita Roja

By LulaiLeo

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Caperucita volvía de visitar a su abuela cuando, a mitad de camino, se le apareció el Lobo y la tentó para qu... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 30
Epílogo
¿Esta historia aún no termina?

Capítulo 29

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By LulaiLeo

Luz

La luz se colaba por la ventana a través de las finas cortinas, amanecía y todo parecía tan cálido. A Vanesa se le cerraban los parpados del sueño, pero no se atrevía a dormir. Temía que de hacerlo esa sensación tan dulce que la rodeaba desapareciera. Sacudió la cabeza para despejarse y miró a su lado, a la pequeña beba que descansaba en la cuna.

A pesar de haber nacido un mes antes, tenía el peso justo y ningún problema de salud. La veía tan chiquita, con su piel sonrosada y esa pelusa rojiza que era su cabello. Dormía tranquila, después de haber obtenido su ración de leche materna, sus labios estaban entreabiertos, sus manitos a cada lado de su cabeza y sus piernas atrapadas en las sabanas, cuidadosamente colocadas por Susana.

Aún no podía creer que fuera madre. Sentía deseos de tenerla en sus brazos a todas horas, pero no se atrevía a hacerlo sin supervisión. Temía por su torpeza, su inexperiencia. Estiró la mano con la intención de acariciar su cuerpecito, pero la retrajo rápidamente asustada de despertarla, de hacerla llorar y no saber cómo calmarla.

De repente, los nervios la invadieron y ya no quería estar sola. Susana, su marido y Juan Pablo se habían marchado a terminar con el entierro. Nes gimió triste. Qué ironía que el mismo día que su gran amor era enterrado, su niña saliera al mundo.

Tomo su celular de arriba de la mesa de noche que había del otro lado de la cama. Y decidió que era hora de avisarle a su familia que había tenido a su bebé. No había visto a ninguno de sus hermanos por allí por lo que supuso que Joako no había tenido tiempo o cabeza para darles la noticia. Les escribió un mensaje a ambos y luego marcó para llamar a otra persona.

— ¿Hola? —la voz soñolienta de Pamela, le hizo recordar que era demasiado temprano para llamar.

— Yo lo siento.

— ¿Vanesa? —preguntó su amiga más despierta— ¿Sucede algo? ¿Estás bien? ¿Están bien?

— Si, no te preocupes... Lamento haberte despertado —Vanesa desvió la vista de su hija y miró las sabanas de su cama, sabiendo que le debía una disculpa a su amiga—. Yo quería pedirte perdón por como te traté ayer.

— ¿Para eso llamas a esta hora, Nes? —escuchó el gruñido bajo que dejo escapar Pame— No hay nada que perdonar tontaina, sé que no era tu mejor día. Además para eso están las amigas, para soportar los malos días.

— Gracias... —a Vanesa se le aguaron los ojos, a pesar de que después de llorar al ver por primera vez a su niña había prometido no hacerlo de nuevo. Se secó las lágrimas de un manotazo— En realidad, te llamaba para avisarte que ya di a luz.

— ¡¿Qué?! —el gritó que atravesó la línea sorprendió a Nes— ¿Cuándo? Pero si todavía faltaba un mes...

— Fue anoche, me tuvieron que hacer una cesárea de emergencia —mientras explicaba escuchó movimientos del otro lado—. Igual estamos las dos bien y ella es preciosa... y.... —volvió a lagrimear— soy feliz.

— Claro que eres feliz, linda —los movimientos pararon y Nes pudo imaginar cómo su amiga sonreía—. Bueno, dime donde estas que ya voy para allá.

— No hace falta... Estoy bien —le aseguró mirando hacia la puerta, sabiendo que Camilo estaría en el pasillo, porque a pesar de que ella lo había mandado a casa, él había abandonado su día completo para  quedarse a su lado—. No vengas ahora, duerme un rato y ven en horario de visita...

— ¿Estás bien de verdad? —cuestionó ella suspirando resignada.

— Si, mañana me dan el alta y volveré a casa.

— Ok, nos vemos en unas horitas... —aunque reacia Pamela aceptó— Te quiero, mamacita.

— Yo también... —le lanzó un beso a través del celular y su amiga se lo devolvió antes de cortar.

Sonrió dejándose reposar en las almohadas y bostezó, la noche en vela no se cansaba de pasarle factura. Mientras ella seguía luchando contra sus parpados, la puerta se abrió y Niqui entró en la habitación.

— ¿Has dormido algo? —le preguntó sonriendo y se sentó en la silla junto a la cama.

— ¿La verdad? —Nes encogió de hombros— No puedo dejar de mirarla.

— Es bonita —reconoció él echándole una mirada a la niña—, igual que su madre.

Ella se sonrojó terriblemente, hacía tiempo que no recibía un piropo así. Kevin no era muy dado a eso, él solo le besaba o le acariciaba el rostro con devoción y con eso a Nes le alcazaba para ver que le quería. Con Niqui era todo tan distinto, no es que ella lo estuviera mirando como candidato ya, pero nunca había sido igual ni siquiera cuando había sido amigos. Con él, ella no paraba de reír y se sentía relajada.

— Bueno, supongo que te dejo tranquila.... —Camilo se puso de pie— Yo, pensé que dormías y venía a ver que estuviera bien.

— No —Nes se aferró a la mano de él con fuerza, aún así bajó la cabeza sonrojada—, no te vayas —lo susurro tan despacio que Niqui tuvo que hacer un esfuerzo por oírla.

Volvió a sentarse en silencio y mantuvo la mano de ella entre las suyas con cariño. Cuando Nes se animó a levantar la vista, se encontró con que él le sonreía y no apartaba sus ojos de ella.

— Gracias por estar a mi lado.

— Lo hago porque quiero, ya deja de agradecerme —Niqui negó riendo antes de levantar una de sus manos y rozarle la mejilla—. Me quedaré a tu lado siempre que quieras.

Nes asintió algo perturbada por su confesión, pero no dijo nada. Se acomodó en la cama de tal manera que pudiera ver a su hija con comodidad, a la vez que no soltara la mano de él. Niqui acercó más su silla y se deleitó contemplando la imagen que formaban madre e hija, sobre todo cuando la primera siguió los pasos de la segunda y cayó profundamente dormida.

Vanesa, para alegría de Niqui, durmió hasta cerca del mediodía cuando su amiga fue a visitarla antes de ingresar a su trabajo de verano. Pamela quedó deslumbrada por la niña y con ilusión prometió buscarlas al otro día cuando a les dieran el alta.

La siguiente vez que la puerta se abrió, Susana ingresó por ella y Niqui salió a comer, animado por ambas mujeres. Susi llevaba una sonrisa tierna en el rostro, pero bajo sus ojos se vislumbraban ojeras. Nes la admiraba. Pudiendo estar consumida por el dolor de su perdida, estaba allí ayudándola a ella.

— Hola... —Susi ocupó el lugar de Niqui.

— Hola, ¿ya está todo? —preguntó Nes tratando de controlar el nudo que se le formaba en el pecho.

— Si —suspiró y Nes la coreó—. Tenemos que hablar —espero a que ella el prestara toda la atención y continuó—. Con Julio y Juampa, queremos que te quedes con el departamento, el auto y todo eso.

— ¡¿Qué?! —Vanesa la miró aturdida— Son muy generosos, pero yo no puedo...

— Son tuyos, yo nos los quiero y mi Kev hubiera querido que tu y su niña los tuviera —Susana sonrió mirando a la beba y Nes se sintió terriblemente desesperada.

— No, ella no es...

— Su hija. Si lo sabemos —ella le dedicó una mirada de comprensión—. Cuando Kev nos contó que estabas embarazada, nos lo contó todo, pero nos pidió que no dijéramos nada por ti —a Vanesa se transfiguró el rostro y ella viéndolo se le adelanto—. No lo hago por pena, Nes. Lo hago porque mi hijo te amo hasta dar su vida por tu causa, no te culpo. Pero si él la consideraba su hija, será mi nieta aún no estando Kevin. ¿Lo entiendes? —la joven asintió agradecida por su apoyo y Susana la abrazó con fuerza— No lo discutiremos mas, esas cosas te pertenecen.

— Esta bien —la voz de Vanesa se volvió trémula, todas las emociones, desde la ternura al amor, se arremolinaban en su interior.

— Para hacértelo más fácil, nosotros ya hemos quitados sus cosas del departamento —ella la besó en cada mejilla con amor materno.

— Gracias.

Susana se levantó para irse, pero antes de llegar a la puerta recordó algo. De su bolso sacó una bolsa de mediano tamaño y volvió a acercarse a Vanesa.

— Casi me olvido —le entregó la bolsa—. Esto lo encontramos entre sus ropas y tiene tu nombre, también es tuyo.

Tras decir eso se retiró. Sola, Nes miró que había dentro de la bolsa. De ella extrajo un osito de peluche color marrón, con la panza blanca y un moño rosa en su cuello. Sonrió enternecida. Había algo mas en el fondo de la bolsa. Algo fino y crujiente. Cuando metió la mano, Nes descubrió la textura lisa de un sobre.

Con el corazón acelerado, lo sacó tirando la bolsa a un lado. Era blanco, un sobre común de carta, que delante tenía su nombre garabateado con la inconfundible letra de Kevin. Contuvo el aliento en un sollozo, tenía una carta de él.

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