¡Muy buenas noches, hermosos seguidores!
Como todas las semanas hoy regresamos con los esperados resultados. Nos vemos el viernes con un nuevo desafío.
*La forma en la que se muestran los resultados no tiene un orden específico.
***
—No entiendo. ¡Una carpintería! ¡Es una maldita carpintería!
—¿Qué te esperabas, Charlene?
Charlene pareció pensárselo, pero en realidad no lo hacía, ella estaba clara de lo que quería, un hermoso y cuidado jardín con un camino de rosas y velas, al final del camino estaría John, con un hermoso esmoquin y una pequeña caja de terciopelo rojo.
—No sé, una pedida de matrimonio. Pero ¿media hora porque quieres comparte una carpintería? ¡Ni siquiera sabes de carpintería?
John sonrió para sus adentros, su plan había funcionado, o al menos una parte de el, Charlene había perdido los nervios, primer paso; listo.
—Podría aprender o contratar personal, pero seguro es un buen negocio.
—¡Un buen negocio mi maquillaje!
Charlene dio una patada en el piso mientras se cruzaba de brazos y se daba la espalda como una niña pequeña. Jonh aprovechó esa oportunidad para hacerle ceña a los violinistas y arrodillarse mientras llamaba a su novia.
—Char...
—¿Ya nos vamos....?
Las palabras de Charlene quedaron en el aire al ver a Jonh arrodillado, mostrándole abierta esa cajita de terciopelo con la que había soñado.
—Oh, Jonh!
—Charlene, la luz de mi vida, mi pelirroja del alma, mi inspiración de cada día, amor de mis amores, hace ya .....cuatro años que te conozco, cuatro años desde que nuestro hilo rojo del destino nos permitió unirnos del todo. Dime, Charlene ¿me dejarías terminar de cumplir la tarea del hilo, para estar siempre unidos y te casarías conmigo?
Charlene suspiró mientras se mordía el labio.
—¡Pero es que me lo pides en una maldita carpintería!
***
Todo estaba tan oscuro. Ya mi vista se nublaba. Estaba cansado.
Quizá esté exagerando, pero tener un trabajo a medio tiempo es agotador, sobre todo si es en una carpintería.
Echo la cabeza hacia atrás para poder contener mi cansancio y de pronto la veo.
—Buenas tardes, ¿hay alguien atendiendo? — exclamó.
Estoy sudando. No la había visto desde aquella pelea y de pronto, no sé como, aparece justo en la misma carpintería que estoy trabajando.
Ella me regresa a ver y yo, sin hacer nada más, aparto la mirada. No podía ni siquiera ver su hermosa cara, después de lo que le había hecho, simplemente no era capaz.
Ella me mira con vacilación y tengo la sensación de que algo va a pasar, empiezo a sudar frío, no sabía que hacer. Esto me atormenta tanto, realmente no debería darle tantas vueltas a este asunto pero francamente es imposible.
—Haces que parezca que se trate de una cuestión de vida o muerte — menciona ella mientras se acercaba a mí.
Quiero que sepa que no soy uno de esos tipos que te hacen daño y luego hacen como si no hubieran hecho nada, pero simplemente no he podido ni siquiera ver su cara.
Al ver que no respondo su expresión ser torna tensa y se encoge de hombros. Debería hablar. Debería decirle algo, aunque sea la más mínima palabra, pero no se me ocurre nada.
—¿No vas a decir nada? — continúa.
—Da igual lo que diga, lo hecho, hecho está — exclamé sin saber que estaba diciendo.
—Ah... perdón por intentar hablarte, no quería incomodar, solo buscaba ayuda en esta carpintería — menciona ella al escuchar mis duras palabras.
—Me parece que nadie me puede ayudar entonces es mejor que me vaya — añadió mientras se alejaba de mí.
Todo mi cuerpo se tensa, he perdido la oportunidad de arreglar todo, otra vez no he sido capaz de recuperarla. Cierro los ojos y sin pensar grité.
—Lo siento Victoria —
Ella me volteó a ver y exclamó
—Lo has dicho muy tarde.—
***
Comencé a estornudar, en definitiva, no era el mejor lugar para una persona con alergias. Era certero que terminaría con el suministro entero de Loratadina de la ciudad después de aquella tarde.
El sonido de la madera siendo cortada era una melodía ya conocida para mí, al igual que lo eran la música emitida por la pequeña radio portátil y los silbidos producidos por el ebanista. Me sentía como en casa.
—Hola, Chica del parque —exclamó el hombre, aun dándome la espalda—. Me alegra tenerte por aquí. Ven, me ayudarás a terminar esta consola.
Lo que parecía ser una mesa de patas largas y delgadas se encontraba apoyada sobre una de las paredes del gran recinto, a simple vista, era llamativa y pulida, a pesar de que todavía le hacía falta una de sus cuatro extremidades.
El hombre de edad avanzada, prominente barriga y grandes mofletes era un artista a la hora de darle forma a la madera, de eso no cabía duda.
—¿Sabes, hija? Extrañaba esta música —declaró, colocando el lápiz de uso detrás de su oreja.
Y me lo imaginaba, en casa solía cantar y bailar cada bolero que se reprodujera desde la estación de radio, así que ahora debía de resultar difícil para él.
—Pero está bien, acá los coros son armoniosos y al menos he podido crear varias cosas que les han gustado. Me hace feliz.
—Y la paga es buena —exclamó una voz a mis espaldas.
Un debilucho chiquillo se encontraba fumando un cigarro en otra de las esquinas de la sala. El humo que expulsaba por su boca se combinaba con el polvo del ambiente, haciéndome toser y, en consecuencia, haciendo reír al chico.
Vaya que no tenía compasión con este bulto de alergias.
—La felicidad no es cuantitativa —afirmó el viejo, mirando fijamente el trozo de madera que se encontraba moldeando—. Si tu felicidad se basa en el dinero, quizás debas replantarte el significado de dicha palabra.
—Ya. —El muchacho chasqueó la lengua—. La plata no compra la felicidad, eso está claro, pero compra cigarros y comida, que para mí es casi lo mismo.
—Calla, calla —murmuró el hombre, lanzándole el lápiz al joven, quien lo esquivó mientras reía.
Siempre era divertido verlos pelear.
Tomé la lijadora y limé uno de los bordes de la pata que se encontraba disparejo, cuidando de que la otra parte no se dañase. Dicha acción provocó que una palmada en mi hombro, por parte del viejito, hiciese acto de presencia. Al parecer, estaba realizando un buen trabajo. Terminado el trabajo, le colocamos la extremidad restante a la consola, finalizando la obra.
—Está lista, al igual que tú. —El hombre me entregó su martillo, depositó un corto beso en mi mejilla y comenzó a caminar, junto al muchacho, hacia la salida.
—¡Espera! ¿Ya te vas? —Un nudo se formó en mi garganta.
—Claro, hija, ya pronto despertarás. —Suspiró—. Ahora te encargarás del trabajo.
Sonrió, mientras comenzaba a desvanecerse junto al polvo en el aire.
***
Título: Malas lenguas
Cuentan las malas lenguas, que en el número cinco de la avenida Jazmín había una carpintería de dudosa reputación. Decían que el lugar tan solo era una tapadera, mas no se trataba de un local donde se vendiera droga o cualquier producto ilegal. Según contaban, en la trastienda, se vendían viajes en el tiempo. Había un código secreto con el que aquellas personas interesadas, y con una alta suma de dinero, podían realizar sus viajes en la clandestinidad. La frase clave era sencilla y muy apropiada para el falso oficio: ¿Me podría enseñar el catálogo de mesas?
La dueña era una señora de edad incierta y pelo blanco. Siempre portaba una sonrisa afable y llena de alegría. Hay quienes dicen que tenía un ojo de cristal, pero eso son las malas lenguas. Puedo asegurar no tener ninguno así: ambos son de un puro verde olivo encantador.
Así que no te preocupes cuando vengas por aquí, no des por hecho lo que hayas escuchado sobre mí y no olvides utilizar la frase para poder acceder a cualquier época que tú eliges: pasado o futuro. El lugar sigue siendo el mismo, aunque ahora tan solo aparente ser una carpintería abandonada por el pasar de los siglos, en la trastienda todo continúa siendo igual.