Untouchable.

By VKLK91

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Megumi es un escritor solitario que vive en Niigata, y ha estado enamorado de Nobara durante años pero nunca... More

Es él quien está contigo.
Recuerdos con Balenciaga.
Quiero besarte.
Deseo exacerbado.
Cosas que cambian todo.
Hay una luz que nunca se apaga.
La rosa, el infierno y una galaxia de sombras.
La galaxia de sombras.
The Blues.

Quédate conmigo esta noche.

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By VKLK91

Dejó caer su cuerpo sobre uno de los sofás de la sala, mientras ella caminaba efusivamente de un lado a otro, ¿estaba nerviosa? Se detuvo de golpe y dejó escapar un breve suspiro.

—¿Qué te parece? —preguntó Nobara al fin, que por el movimiento de sus manos, era fácil deducir que se refería al diseño interior de la sala.  

—Está bien —respondió, sin turbarse, como de costumbre. Entonces ella lo miró fijamente, gesticulando una mueca de seriedad, ¿estaba molesta por su falta de entusiasmo? De cualquier modo, ¿qué podría decirle? ¿Que habría preferido ser él quien le ayudara a escoger el color de las paredes, el tamaño del sofá o el diseño de la vajilla que ella usaba? La desordenada mente de Megumi Fushiguro todavía divagaba en las posibilidades de Nobara entregándose al placer carnal con Itadori, y su pecho no soportaba esa sensación que ardía, ¿acaso estaba celoso? No lo sabía de cierto, o quizá era algo no se atrevía a aceptar, pero esa molesta sensación se activaba en su interior cada vez que la veía cerca de Yuuji. No le gustaba. Tensó la mandíbula, como si con eso todo ese infortunio desapareciera.

Nobara le dió la espalda y se precipitó hacia el minicomponente para encenderlo. De una pila de discos que descansaba junto al electrónico, Fushiguro la vió escoger cuidadosamente uno.

—Me gustan las cortinas —reveló, repentinamente, prestando sumo interés al cambio en el semblante de la mujer cuando ésta volvió el rostro hacía él.  

—Yo las confeccioné como parte de una práctica —respondió, ligeramente ruborizada y con evidente orgullo hacia su trabajo—. Aunque a Yuuji no le agradan tanto. 

—Tienen ese toque bohemio y rebelde tan tuyo. Es tu sello. 

—Me alegra que lo notaras —repuso, satisfecha—. Prepararé un poco de café —anunció, y lo miró fugazmente a los ojos antes de dirigirse a la cocina. 

En el minicomponente se reproducía suavemente, y casi de forma incomprensible, Recorded Butterflies de Olivia Lufkin, ¿había una razón en particular para que Nobara eligiera esa canción y no otra?

Sentado en un viejo sofá, Fushiguro observó atentamente cada movimiento que Nobara hacía en la cocina al preparar café negro, y es que, le gustaba mirarla en secreto, descubriendo así su naturalidad y ese magnetismo que le revolvía las entrañas; «Es como estar atrapado dentro de un bello, intrigante y misterioso cuadro de Carrington o Varo» pensó. Era la noche de un frío jueves de enero, en el que ella lo había invitado a pasar la noche en su casa. Para ambos era claro que las intenciones de Nobara eran inocentes y amistosas, pero lo que ella no sabía era que con su simple ser, lograba hacer que en el interior de Fushiguro se germinara la locura. Locura de querer poseerla y no conseguirlo, locura de imaginar su voz suplicarle a Itadori que no pare de complacer su sed de carne, locura de incertidumbre, locura de pensar y sentir algo en alguna parte, locura de algo o de nada, pero locura.

A Fushiguro le temblaba todo el cuerpo, quizá por frío, quizá por la experiencia de saberse a solas con una mujer misteriosa como Nobara, pero lo único que él deseaba era que si ella llegase a notar el tiriteo, se le ocurriera pensar que era por frío. Sus ojos viajaron a lo largo de la estrecha y femenina espalda que se dejaba entrever bajo la vaporosa tela de la blusa de tirantes que envolvía el pequeño cuerpo que tanto amaba. Se movía suave y gentil, ignorando ser observada, o aparentaba no saberlo.

En algún momento, la escuchó tararear al compás de la canción de fondo y se perdió en el sonido de esa voz que a él tanto le gustaba. No había necesidad de arruinar el momento con palabras vacías, al menos eso era lo que él pensaba, porque justo así se sentía complacido, contemplándola en silencio. Pero era su incesante cabeza la que no lo dejaba en paz al hacerlo divagar en la imagen de las yemas sus dedos rozando la tan ansiada piel, «¿te retorcerías lentamente si lo hiciera?» 

Se sintió como una clase de interrupción para los acontecimientos que ocurrían en su cabeza, que ella cambiara su postura y sirviera el café en una taza de porcelana color azul marino. Giró su cuerpo y sus ojos se cruzaron efímeramente con los suyos, a lo que él respondió parpadeando un par de veces, disimulando su nerviosismo. Ella se aproximó a él con ese andar tan suyo, grácil y relajado, que inevitablemente le hizo dirigir la vista al contoneo de sus caderas. Nobara se movía con un vaivén exquisito bajo la tela de esa falda que mostraba, de manera sutil e inteligente, una de sus piernas. ¡Oh, cuán afortunado se sintió Fushiguro de ser espectador de algo tan sublime! Ella ni siquiera trataba de seducirlo y la cabeza de Fushiguro ya parecía una constelación de estrellas interconectándose desordenadamente. Y la sangre arremolinada en sus mejillas eran prueba de todo lo que ella, sin proponérselo, provocaba en él. 

Nobara le ofreció la taza humeante y se sentó a su lado, muy cerca de él, tan cerca, que su nariz se impregnó con el olor de su piel por encima del aroma del café. Y la descarga eléctrica que lo invadió ante tal estímulo le produjo un extraño tiritar. Nobara hundió sus manos en su bolso y comenzó a hurgar hasta sacar el libro que él le obsequió aquella tarde. 

—¿Te molesta si leo un fragmento ahora mismo? —preguntó, mientras abría el libro en una página cualquiera. 

Negó en silencio. 

«La lluvia busca tocar la tierra bajo mis pies. Suave o estridente, busca perforarla con ese torrente sacudido por el viento. Y toca mi cara, humedeciendo los rasgos de la soledad pétrea. Entonces, esa distancia infinita que hay entre ella y yo, ataca al pensamiento, quebrando mi alma.»  

Nobara se sintió conmovida después de dar lectura en voz alta al párrafo que seleccionó azarosamente. Él la miró atento, preguntándose por las mil una cosas en las que pudiera estar pensando Nobara, o qué sintió al leer su libro, «¿eres capaz de percibir que esas letras hablan por mí?» Lo cierto era que ella admiraba terriblemente a Megumi, pues era capaz de hacer que el lector se volviera cómplice de las emociones y pensamientos del protagonista. 

Recargando su cabeza sobre el hombro de Fushiguro, levantó la mirada para observar las facciones del perfecto perfil de aquel silencioso hombre: rasgos varoniles de apariencia seria, los ojos endurecidos por la soledad que se asomaba desde su alma, y que a veces ocultaba bajo esa espesa cortina de largas pestañas que a ella tanto le fascinaban. Y los labios, los labios lucían perfectamente rosados, «¿qué es lo que miras en un hombre solitario como yo?» se preguntó al saberse bajo la mirada de Nobara. 

Sosteniendo con una de sus manos la taza de café negro que ella le había preparado, sospechó los pensamientos que Nobara pudiera tener sobre él en ese preciso momento, y entonces ella se sobresaltó al sentirse descubierta mirando los labios masculinos. Inmediatamente sus mejillas se ruborizaron sutilmente, procurando un lindo tonto a su piel «¡ah! ¡Qué bello color en tu rostro!, me hace pensar en lo inquietante que puede llegar a ser tu belleza», pensó Fushiguro extasiado, esforzándose sobremanera por contener sus impulsos, y casi sin pensarlo, su otra mano viajó hasta la suave cabellera de Nobara y le regaló un mimo al notar la ternura con la que ella lo observaba. Le temblaban los dedos y temió que ella lo notara. 

—Qué triste —susurró Nobara, un tanto desanimada.

—¿Qué cosa? —preguntó, sin dejar de mover su mano sobre su cabello, buscando enredar sus dedos entre las suaves hebras. 

 —Que no puedas estar con Sadashi queriéndola tanto —Hizo un mohín ante su reflexión—. Aún no me dices, ¿Qué les impide estar juntos? 

—Tendrás que leer el libro completo —respondió, evadiendo lo que su alma gritaba. Se miraron fijamente a los ojos, y tuvo que frenar el impulso de plantarle un beso, porque justo en ese momento, ella lucía hermosa.

Megumi no parecía dispuesto a proporcionar demasiados detalles sobre el contenido del libro, de hacerlo, estaría arruinando el factor «sorpresa» que hay en toda historia que es leída por primera vez. Rompió el contacto visual con el par de orbes marrones, bebió un sorbo de su café, y sintió el suspiro que Nobara soltó repentinamente contra la piel de su cuello. Ella no entendía muy bien todo el misterio que giraba en torno a Fushiguro y esa mujer sin rostro de la que él solía hablar con desmesurado ahínco, por lo que no podía evitar sentirse curiosa y afectada al deducir el infortunio amoroso de su amigo, ya que él era terrible dando explicaciones que implicaran hablar de sentimientos y relaciones.

Colocando su pequeña mano sobre el pecho de Fushiguro para llamar su atención, Nobara se humedeció los labios antes de hablar. 

—Tengo una idea, ¿por qué no llevas a Sadashi a la boda de Noritoshi y Mai? —cuestionó, con un entusiasmo extraño y repentino.

Lo único que Megumi pudo hacer fue parpadear un par de veces ante la sorpresa por la pregunta de Nobara. Las palabras parecían haber huido de su boca. Frunció los labios y continuó con su tarea de tocar el pelo de Nobara. 

—Eso no podrá ser posible —dijo, apacible—. Ese día yo iré contigo, ¿lo recuerdas? —pasó saliva.

—Pero… —Nobara lo miró expectante, como tratando de analizar el lenguaje no verbal en las expresiones de su amigo, quien se escudó detrás de un largo trago a la bebida caliente—. ¿No será que eres gay y Sadashi es hombre y te da vergüenza admitirlo? —inquirió, con suma curiosidad y estrechando la mirada. 

Fushiguro sintió que se atragantó con el líquido, no pudiendo evitar que parte de este se escurriera y saliera disparado por su boca. Se aclaró la garganta antes de hablar. 

—No me gustan los hombres —dijo limpiándose, penosamente, con la manga de su camisa—. Disculpa si te mojé. —Se removió incómodo en su lugar, logrando que Nobara separase su cuerpo del suyo—. Escucha, mi forma de ser parece ser una clase de repelente, por eso, no he sabido hallarme con las mujeres, es decir, con Sadashi. —Pasó saliva. 

Nobara frunció el entrecejo, no parecía satisfecha con su respuesta.

—No entiendo, ¿por qué tu forma de ser sería un repelente? 

—Porque soy serio, callado y reservado. Cualquiera diría que son características de alguien aburrido. 

—¿Te consideras aburrido? 

—No. Pero sé que las mujeres lo piensan. 

—Yo no lo pienso. Eres callado, sí, pero no aburrido—. Esbozó una fugaz sonrisa, para luego depositar un casto y breve beso sobre la barbilla de Fushiguro. Un placentero cosquilleo viajó a través del masculino cuerpo, y es que, cada vez que había contacto físico entre ellos, un fuego abrasador invadía el interior de Fushiguro. «Me pregunto si tu cuerpo también arde, ¿o solo soy yo?; me niego a aceptar que ese fuego exista sólo en mí.»

Nobara se puso de pie y se acomodó la falda. Miró el reloj que colgaba vigilante en la pared y soltó un largo bostezo.

—Oh, no —dijo, mientras bostezaba—, ya es demasiado tarde. Iré a preparar la cama —añadió, dándole la espalda a Fushiguro. Antes de cruzar la puerta, se detuvo y se volvió hacia él—. Por cierto, no tenemos futón.

Se miraron durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para que él procesara la información y respondiera casi en automático. 

—Dormiré en el sillón, no hay problema —dijo, alzando los hombros.

—Por supuesto que no. Es demasiado incómodo y pequeño para alguien con tu altura —refutó Nobara. 

—Quizá debería irme.

—Nada de eso. Dormiremos juntos —insistió.

—No puedo.

—¿Por qué no? Somos amigos —objetó, como si eso fuera lo más normal del mundo. Se llevó una de sus manos a la cadera—. Además sólo dormiremos. —Torció la boca.

Fushiguro permaneció estoico, «¿que debería responder? Si yo estuviera en el lugar de Yuuji no me gustaría saber que mi novia durmió con otro hombre aunque la acción implique únicamente cerrar los ojos y descansar, ¿o debería ser egoísta y satisfacer mi deseo de contacto con ella?» reflexionó, aunque sabía de sobra que dormir con Nobara sería imposible, porque para alguien como él, que se consideraba al borde de la locura, hacerlo sería lanzarse al precipicio y perderse en el abismo, y es que sólo ella era capaz de crear desequilibrio en su ser, de alterar sus sentidos y hacer que sus entrañas se retorcieran como dentro de un vórtice. 

—¿Fushiguro? —preguntó, confundida—. No te quedes así sin decir nada. 

—¿Por qué confías tanto en mí? 

—Porque eres mi amigo, y al parecer todo indica que eres gay —respondió con total seguridad en sus palabras.

—No lo soy.

Se hizo un breve silencio hasta que Nobara soltó una carcajada.

—Sólo bromeo —dijo riendo—, pero vamos, no me digas que te asusta dormir con una mujer. 

—No —mintió. No es que le asustara dormir con una mujer, le aterraba dormir con ella, por todo lo que eso implicaba, aunque en el fondo lo deseara.

Nobara lo miró como dudando de su propuesta. No dijo más y desapareció del campo visual de Megumi.

Era natural que Fushiguro rechazara tal invitación por parte de Nobara. Aunque supiera que no hacía mal, sus propios códigos morales le harían sentir culpable, y él detestaba tener que lidiar con un puñado de emociones incómodas, inacabadas y con una duración indefinida. 

Se acomodó como pudo en el sofá y se envolvió en el edredón que ella le ofreció. Se le dificultó cerrar los ojos, pues en medio de la oscuridad, la cafeína ingerida había surtido efecto y ahora el insomnio lo acompañaba en su incesante pensamiento. ¿Cuál era el punto de toda esa situación?

Imaginó lo que Nobara pudiera estar soñando aquella noche, ¿estaría extrañando a Itadori, deseando estar entre sus brazos?; frunció el entrecejo, molesto consigo mismo por pensar incesantemente en lo mismo. Ciertamente, esos pensamientos intrusivos lo volverían loco, pero es que jamás en la vida se había sentido tan celoso de alguien, que no podía evitar que su mundo interior se tambaleara frágil, ante la idea de ella amando a su mejor amigo. 

Cambió de posición en el estrecho sofá y cuando sus ojos dieron de lleno al pequeño armario que había en el pasillo, alcanzó a ver que estaba abierto, y casi por reflejo, se puso de pie para cerrarlo, y entonces lo vio: un futón perfectamente doblado. Nobara le había mentido, pero en lugar de sentirse traicionado, una clase de opresión se desencadenó en su pecho al comprender el motivo detrás de la actitud de Nobara: se sentía sola, pero su orgullo le impediría aceptarlo.

«No debí venir», se reprochó mentalmente, afectado por la revelación que acababa de tener, exasperado por la imposibilidad de cambiar las cosas. «¿y si solo duermo fingiendo que nunca me di cuenta de nada? Ella ni siquiera sabe que ya lo sé».

En algún momento, entre la penumbra que reinaba en la sala, Megumi caminó en silencio hasta la habitación de Nobara. Con sumo cuidado abrió la puerta, y en la oscuridad, alcanzó a verla hecha un ovillo en la cama. Cerró los ojos durante el tiempo que le tomó decidir abrazar el cuerpo de Nobara y se aproximó hasta ella para introducirse bajo la cobija.

Ella abrió los ojos al sentir movimiento en la cama.

—Lo siento, yo... —dijo Fushiguro, avergonzado al ser descubierto—. Sólo quería saber si necesitabas algo, ya me voy.

—Megumi —murmuró adormilada—, quédate conmigo esta noche.

Un calosfrío recorrió su espalda. En las palabras de Nobara percibió la soledad, la soledad a la que él estaba acostumbrado y que conocía a la perfección, por lo que quiso evitar que el corazón de Nobara se sumergiera en tal sentimiento. Así que no hubo que añadir más, cualquier cosa que ella le pidiera él terminaría haciéndola, porque la amaba de verdad.

Nobara se acunó en el regazo de Fushiguro y se quedó dormida de inmediato. De repente, Nobara balbuceaba palabras incomprensibles y estiraba los brazos para asegurarse de que aún estuviera con ella y entonces Megumi no podía hacer más nada que recibirla en silencio, llenándose de esa fragancia femenina tan suya, mezclándose con el aroma a frutos rojos de su champú. Pero era ese aroma a citricos, que él lograba percibir, lo que lo volvía loco. Era tan envolvente que deseó que el amanecer no llegara.

Por la mañana, cuando el alba emergía en el horizonte, y los primeros y débiles rayos de un sol de invierno se filtraban por la ventana, lo primero que notó Nobara al despertar fue lo duro que podía ponerse Fushiguro en las mañanas.

Se removió, un poco incómoda, agradecoendo internamente no haberlo confundido con Yuuji, ¿qué habría ocurrido si se le hubiese antojado masajear un poco como acostumbraba hacerlo con su querido Itadori? Sacudió la cabeza, tratando de desechar tal pensamiento, y de manera enérgica se incorporó sobre el borde de la cama para cortar todo contacto físico con esa endurecida parte de Fushiguro. 

Megumi masculló algo ininteligible. 

—¿Qué dices? —preguntó ella, de espaldas a él. 

—Lo lamento —alcanzó a decir, completamente avergonzado por las reacciones involuntarias que solía tener su cuerpo—. No fue mi intención. 

—Estas cosas pasan todo el tiempo —repuso, incapaz de volver el rostro y mirarlo, no porque le resultara repugnante, sino porque se conocía y sabía que si miraba aquella endurecida parte de su amigo, no podría sacarlo de su cabeza, y luego ¿qué haría si al final terminaba gustándole?

Se levantó apresurada y se encerró en el cuarto de baño, permitiendo que Megumi atendiera su asunto a su manera.

*

Nota del autor:

Tardes. Espero que les haya gustado este capítulo, sobre todo por los cambios de voz narrativa.

¿Merece un comentario?

Muchas gracias por leer.

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