CURSED LINEAGE ยซthe witcherยป

By a-andromeda

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๐•ฎ๐–š๐–—๐–˜๐–Š๐–‰ ๐•ท๐–Ž๐–“๐–Š๐–†๐–Œ๐–Š | LINAJE MALDITO ยซ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ณ ๐˜ญ๐˜ฐ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜ฏ... More

CURSED LINEAGE
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XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLVI
รREA GRรFICA
CONร“CELOS
AGRADECIMIENTOS

XLV

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By a-andromeda

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#ÚltimosCapítulos






" Hay belleza en las cenizas
de un corazón que ardió
por lo que amaba. "
—Ron Israel.






                    —Es una trampa, ¿verdad? —murmuró Jensen mirando a la princesa de reojo.

—En definitiva.

Margery le devolvió la mirada unos segundos, antes de volverla a posar en la entrada del salón del trono, cuyas grandes puertas dobles estaban abiertas de par en par. No había duda de que la hechicera estaba buscando la manera de burlarse de ellos, invitándolos a acercarse a curiosear.

Los gritos de afuera habían sido tragados por completo por la piedra del castillo, de modo que en esos momentos se encontraban sumidos en un silencio sepulcral que resultó siendo intranquilo. Las pocas antorchas encendidas tenían sus llamas a punto de extinguirse para así dejarlos en la oscuridad total, y no había ni una sola persona —o monstruo en su defecto— rondando por el lugar.

Ambos estaban sumidos en la incertidumbre, lo que hizo que preguntas comenzasen a dispararse en sus cabezas, sabiendo que la única respuesta que podrían recibir sería poniendo un pie en el gran salón. No obstante, ella y el pelinegro eran conscientes de que aquella curiosidad magnética de descubrir lo que sucedía —y de detenerlo en el mejor caso posible—, era demasiado peligrosa, pero lastimosamente era necesario actuar sobre ella.

—Iré al corredor del fondo para abrir el pasadizo que indicó —avisó el joven—. Por favor, alteza, quédese aquí escondida.

Margery soltó un pesado suspiro y ladeó la cabeza.

—No puedo prometerlo, Jensen —declaró bajando la mirada al suelo.

—¿Al menos un esfuerzo para eso? —inquirió haciendo una mueca.

La fémina no pudo evitar sonreír en ese momento, agradecida con su compañía y su transparencia para expresar en simples palabras que a él le importaba, incluso un poco más que por solo ser la princesa. Entonces la pelirroja asintió con la cabeza y en silencio. Entonces los dos supieron que fue una mentira. Pero la aceptaron.

—Espere a la señal.

Mary volvió a asentir y vio cómo su amigo se alejó de ella al otro extremo de la posición en la que estuvieron escondidos juntos. Gracias a la poca iluminación, Jensen pudo escabullirse sin ningún problema y, por su contextura menuda, debido a que apenas era un muchacho entrando a la adultez, sus pasos fueron livianos y sigilosos. Él era bastante rápido y lo había demostrado en reiteradas ocasiones, por lo que Margery en realidad no se preocupó en si tendría que esperar mucho o no.

Dejó escapar un tembloroso suspiro por sus labios entreabiertos, al tiempo que miles de escenarios comenzaron a formarse en su cabeza. ¿Qué encontraría? ¿Encontraría a su familia? Y si así era, ¿cómo? ¿Estarían bien? ¿Ilesos o lastimados? ¿Vivos o muertos? Lo único que ella logró entender en ese momento, en medio de su creciente preocupación y miedo fue que, si dejaba que Ivo y Amicia ganasen, absolutamente todos morirían.

Era demasiado triste tener certeza en un final tan terrible.

De un momento a otro, la opresión en su pecho se hizo presente una vez más y los latidos de su corazón se aceleraron. La princesa se llevó la mano derecha a la zona de la molestia, sintiendo el frío de la superficie de la armadura traspasar el guante y colarse entre sus dedos. Pocos segundos después, el corte en su antebrazo de esa misma extremidad comenzó a arder y la ropa que llevaba debajo del metal que la protegía empezó a entibiarse y humedecerse. Estaba volviendo a sangrar, como si la herida hubiese sido recién hecha.

No tuvo necesidad de comprobar lo que sucedía; lo entendió de inmediato.

—Sé que sabes que estoy aquí, Amicia —dijo la princesa en un murmullo.

Esperando alguna clase de cambio en cuanto terminó de decir aquellas palabras, el agarre de su otra mano sobre la espada se intensificó.

En otro momento quizás se habría escandalizado por las ideas que se cruzaron en su mente, pero ahí mismo no le importó. Quiso lo mismo de la vez que fue tomada prisionera por Alysion; quería herir a Amicia y a Ivo de la misma manera que la hirieron a ella y a sus padres y hermanos. La maldición no era suficiente y no podía estar segura si alcanzaría a siquiera acercarse al timatenense. Tampoco sabía si existía alguna manera de que ella pudiera terminar con la hechicera, si atravesarla con la letal hoja serviría o no, pues con ella solo tenía la leve impresión sobre el bosque. Pero sin importar cómo, deseaba terminar con los dos.

Mientras esperaba a Jensen trató de permanecer en el mismo lugar, tratando de convencerse de que el pelinegro pronto estaría de vuelta y con compañía. Pensó en que Cirilla y Jaskier estaban a salvo en lo alto de la Torre Norte, y hasta se atrevió a imaginar que Geralt estaría exterminando los Ghuls sin mayor problema. No obstante, nada de eso resultó suficiente para su creciente impaciencia.

Pasados otros minutos más y cuando menos lo esperó, escuchó algo que creyó que tendría la capacidad de destruirla casi que por completo.

Un grito que reconoció de inmediato.

Era Pierstom. Y estaba gritando su nombre en medio de un ruego que terminó siendo inentendible para ella, pues en ese instante dejó de escuchar cualquier otra cosa que no fuese el tono desgarrador que tocó su alma.

Sin siquiera pensar lo que estaba haciendo, salió disparada hacia las puertas abiertas, deteniéndose en el umbral de manera abrupta apenas llegó. Orbes de iris verdosos miraron frenéticos hacia todas partes, pero el salón del trono estaba casi vacío. No había ni una sola vela prendida en el amplio espacio. La oscuridad del lugar era casi tenebrosa, acompañada de una espesa neblina nublando cada esquina, desdibujando columnas, candelabros y cualquier otro objeto que se encontrase ahí en esos momentos. Los grandes ventanales apenas dejaban que se colara el fantasmagórico brillo de la luna, regándose sobre el suelo de piedra hasta casi tocar los bordes de la gran alfombra azul. Pero lo demás fue tragado por la espesa negrura.

Tenía la misma energía y aire que el Bosque de Las Sombras, un cementerio de las almas perdidas de todos aquellos que tuvieron la Maldición del Naranjo Seco.

Dio un paso hacia adelante con su boca medio abierta, respirando con lentitud en un casi inútil intento por controlar sus erráticos latidos. El aire helado del ambiente condensaba cada una de sus exhalaciones ante sus ojos. Luego dio otros dos pasos más hacia el frente, el sonido de sus botas ahora amortiguado por la estera. Cuando hizo el intento de distinguir las sillas de los tronos, notó por primera vez la solitaria figura de una persona en medio del salón.

—Ha sido sencillo descubrir que estabas cerca. El camino de soldados muertos que dejaste afuera fue bastante fácil de notar.

La voz fue áspera y nuevamente se coló en el interior de su cabeza, pero también la escuchó retumbando contra las columnas y paredes. Sonaba más real, más cerca y, en definitiva, más amenazante y orgullosa. Viva.

—Dónde está mi familia —exigió con firmeza. Apenas pudo ignorar el punzón de culpa que atravesó su estómago al recordar a los hombres que murieron con tal de ayudarle a llegar ahí.

—El rey Ivo está teniendo una charla con ellos —contestó la hechicera, todavía sin darse vuelta—. Pronto terminará.

Margery se removió, dejando que su mirada se volviera a pasear por el espacio. Lo había escuchado, había escuchado a su hermano gritar por ella, llamarla. Tenían que estar ahí cerca. Sin embargo, solo parecía estar Margery con la hechicera.

Cuando volvió sus ojos hacia la espalda de Amicia, notó que ya se estaba acostumbrando cada vez más a la oscuridad, pudiendo distinguir más detalles en la contraria. Sus cabellos claros, recogidos en un elegante peinado trenzado, eran más abundantes y ya no se veían tan secos ni deshechos como en el bosque o la cabaña. Había cierto aire y sensación tan diferente a cuando la conoció, pues percibía una vitalidad en su tono de voz y porte que llegó a intimidarla aún más que antes, cuando su aspecto fue deplorable y su presencia tan perturbadora que tuvo constantes deseos de retirar su mirada.

Su ropa esa vez parecía ser negra en su totalidad, por lo que le era sencillo camuflarse. No pudo distinguir muy bien qué era lo que llevaba puesto, ya que una vez más, la mujer sabía cómo mezclarse y volverse una sola con la oscuridad. Era complicado determinar dónde acababa ella y cuándo comenzaba el suelo, si tenía los brazos extendidos o no.

—No más juegos, Amicia —siseó—, dónde están.

—Entonces, ¿por qué crees que has venido hasta aquí? —preguntó ladeando la cabeza. Resultó exasperante para Margery no poder ver su rostro para tratar de leer sus expresiones—. Lo único que has hecho ha sido jugar mi juego desde el día en que naciste.

—Te llevarás una gran decepción cuando te venza en tu propio esquema.

Hubo una pausa y la pelirroja contuvo el aliento. Luego, muy lentamente, una risa burlona comenzó a escucharse por debajo de sus entrecortadas y nerviosas exhalaciones, al mismo tiempo que las antorchas del lugar se encendieron por turnos. Comenzó desde la más lejana hasta la que estaba a la izquierda más próxima a la pelirroja. Una ola de amarillenta luz las rodeó y dejó ver el salón del trono con mayor claridad, la neblina dispersándose en el acto.

Una exclamación ahogada brotó de la boca de la princesa cuando notó todos los cuerpos regados alrededor. Restos de cenizas cubriéndolos, sangre salpicada en ellos, el suelo y sobre la alfombra que ella misma estaba pisando. Las mesas estaban volcadas, las banderas rasgadas, candelabros caídos y columnas desplomadas. Todo el salón en ruinas, decorando una masacre en donde las víctimas fueron los invitados a la boda de Pierstom y Nimia.

Un pesado nudo se instaló en su garganta mientras buscó a su familia en aquel mar de muerte. Pero no tuvo éxito.

Fue ahí cuando la hechicera comenzó a girar, mostrando el perfil de su rostro primero, hasta que quedaron frente a frente. El vestido negro que llevaba era acompañado por una curiosa brillante capa de plumaje del mismo color, que se adhería a su anatomía como una segunda piel. El cuello de la prenda rodeaba su cogote para luego aumentar de tamaño e inclinarse hacia afuera, casi por encima de su cabeza, igualando a su vez la anchura de sus hombros. Las plumas del borde de la cola se arrastraban sobre la alfombra, empero seguía sus movimientos a la perfección como las ondas de una gran ola.

Unos cuantos metros las separaban, pero la distancia no resultó un problema para Margery, pues detalló con facilidad una imagen que no esperó encontrar. Los rasgos que parecieron haber sido consumidos por los años habían desaparecido, dejando una piel tersa, pareja, con rasgos finamente firmes, pero lejos de ser afilados como los de Jassica o Danek. Si no fuera por el odio brillando en los orbes grisáceos, la princesa estaba convencida que un semblante amable habría sido parte de la expresión de Amicia.

Pero cualquier luz tenue de siquiera un visaje bueno estaba extinguido por completo en ella. Se encontraba consumida por la pérdida y la venganza, el veneno en cada poro de su ser imposible de ignorar.

En verdad existían diferentes maneras de enfrentar una pérdida de tal índole. Damien de Amcottes y Amicia eran dos de los más claros ejemplos. Y así como lo comprendió, Margery de Mercibova temió cuál de los dos sería ella.

—En verdad estoy sorprendida —suspiró la rubia—. En verdad crees que puedes hacer una diferencia; realmente crees que eres esa fuerte y astuta princesa. —Una oscura sonrisa curvó sus labios y un destello de malicia iluminó aún más su mirada.

» Déjame decirte algo, pajarito —recalcó con burla—: lo único que te salva a ti y a tu querida familia ahora mismo es su linaje, el cual pronto será insignificante. Dado que me siento amable, les permitiré una emocional despedida.

Amicia comenzó a alzar ambas manos. A medida que fue haciendo aquello, las plumas de la capa las fueron descubriendo poco a poco hasta dejarlas desnudas. Haciendo una pausa que dejó a la princesa sumida en la expectación, chasqueó los dedos sonoramente unos instantes después.

En ese momento, el fuego de las antorchas, que sobrevivieron al desastre y que habían sido recientemente prendidas, se avivó de tal manera que las llamas se alzaron lo suficiente hasta que estuvieron cerca de tocar el techo. La luz se expandió y dilucidó hasta la esquina más alejada y oculta del amplio salón. La iluminación resultó tan enceguecedora que Margery no pudo evitar soltar el arma para llevarse las manos al rostro y proteger sus ojos, los cuales cerró con fuerza. Un ventarrón hirviendo la recorrió por completo y la intensidad de ello la mareó lo suficiente como para obligarla a arrodillarse sobre la manchada y destrozada alfombra.

Sintiendo su entorno girar y girar, aguantó el impulso de abrir los ojos y dejó que todas esas sensaciones la recorriesen por completo. Se esforzó por mantenerse firme en el suelo, temerosa que en medio de un descuido suyo, fuera arrastrada a cualquier otra parte, quizás fuera del salón y por ende, lejos de su familia.

Pasados unos segundos que para ella resultaron una eternidad, un aire fresco se coló como lo haría el primer rayo de sol mañanero. Calmó el salvaje movimiento de su cabello y comenzó a enfriar su armadura. Todavía con la cabeza gacha, de rodillas y sus manos tapando su cara, abrió sus ojos con lentitud. Parpadeó unas cuantas veces, acostumbrándose a la tenue luz que ahora acompañaba el lugar, distinguiendo la alfombra con rapidez. Alzó el rostro y su mirada recorrió su entorno.

El salón no había cambiado mayor cosa, seguía igual de destrozado. Los cuerpos seguían regados por todas partes, pero los gritos de afuera ya se hacían escuchar. Había un escalofriante aire de normalidad que solo terminó siendo un golpe de realidad para la princesa.

Aunque no notó una gran diferencia, aparte de la buena iluminación que le dio una visión perfecta de lo sucedido, dirigió finalmente su vista hacia los tronos. Por un instante que duró lo que su corazón se salta un latido, deseó no haberlo hecho.

Ivo de Timatand estaba sentado en el lugar que le pertenecía a su padre. Amicia ahora se encontraba a un lado de él y un poco más atrás reconoció a Sarai. Ante el trío, luego de los escalones, distinguió tres personas más arrodilladas ante ellos, pero les daban la espalda, de modo que sus cabezas estaban de frente a la princesa, mirándola.

Su mandíbula inferior tembló ante la presión que ejerció entre sus dientes. Eran sus padres y Pierstom, pero no logró ver a Emilianno o a Nimia.

—¡Qué encantadora reunión familiar! —exclamó Ivo y dio tres tardíos aplausos, mofándose de la situación.

Mientras que tres pares de ojos la observaban con renovado pánico en compañía de palabras ahogadas por las mordazas en sus bocas, los otros la miraron de una forma bastante cercana a la diversión. Aunque la princesa no podía decir mucho de la joven mujer que consideró su amiga gran parte de su vida, puesto que Sarai tenía la cabeza gacha y evitaba conectar sus orbes con los suyos a toda costa.

El hombre se levantó de su sitio, llevándose la atención de la pelirroja con rapidez, y bajó los tres escalones hasta que estuvo a un lado del hermano mayor de Margery. Lo agarró con brusquedad del destrozado cuello de su camisa y lo empujó con violencia hacia el frente. Dado que el castaño tenía sus manos amarradas en la espalda, el golpe contra el piso fue inevitable y apenas pudo correr su rostro hacia un lado.

La pelirroja se apresuró a enderezarse después de haber agarrado la espada, y comenzó a caminar hacia ellos con decisión.

—Ah-ah —la detuvo el timatenense.

Sacó una daga de su cinturón y la acercó a Caitriona. La reina tiritó al sentir el frío filo rozar su vulnerable piel al mismo tiempo que Eliastor reaccionó moviéndose, pero Amicia lo obligó a permanecer enterrado en su misma posición.

» Será mejor que dejes esa espada por allá. No vaya a ser que en tu intento por salvarlos termines quitándoles un ojo por accidente. Después de todo, parece en Mercibova suceden muchos accidentes.

Margery se mordió la lengua con impotencia, pero se detuvo. Sus ojos fueron por un fugaz segundo hacia los corredores del fondo detrás de los tronos, luego los regresó hacia Ivo justo antes de que alguien lo notase.

» Ahora que al fin están todos aquí, puedo empezar con la última parte —declaró con ánimo—. Ordenarán a las tropas de Amcottes a retirarse y a los mercibonenses a arrodillarse ante su nuevo y legítimo rey.

—¿Legítimo? —le fue inevitable resoplar aquello.

Ivo alzó ambas cejas, fingiendo sorpresa, para luego retirar la daga del cuello de la reina. Le dio unas palmaditas en el hombro que solo causaron que más lágrimas de terror e impotencia se regasen por las mejillas de la mujer, cuya respiración entrecortada y ahogada se veía cada vez más afectada por el creciente pánico. La princesa no pudo hacer más que plantar sus pies en donde estaba, odiando con cada fibra de su ser la manera en que el timatenense estaba jugando con sus vidas con tanto desdén.

—Claro que no conoces toda la historia, princesa, estuviste demasiado concentrada en tu brujito.

—El rey Cobhan tuvo dos descendientes —comenzó a explicar Amicia, sin moverse de su sitio —, el cuarterón que fue hijo de... de la reina Waley. El otro fue con una humana —finalizó con una mueca de disgusto que acompañó su tono.

—¡Somos familia, princesa! —celebró Ivo alzando ambos brazos a sus lados. La luz de las antorchas rebotó contra la hoja de la daga que aún tenía en una de sus manos—. No muy cercanos, pero familia es familia y la importancia del linaje es muy grande aquí. Sin embargo, lo más interesante de todo, es que esta información no es ninguna sorpresa para todos los que estamos aquí reunidos hoy.

Una expresión de alarma floreció en el rostro de Margery, cuya mirada fue a parar sobre el rostro de su padre de manera automática. Él mantuvo sus ojos conectados por unos segundos, su ceño fruncido y luciendo una expresión arrepentida. Luego bajó la cabeza con derrota, demostrando así lo que la pelirroja temió en ese instante.

» El querido y honorable rey Eliastor siempre lo supo, pero prefirió mantener el secreto. —El pelinegro negó con la cabeza, luciendo decepcionado y se acercó a Pierstom, quien apenas había podido volver a quedar arrodillado—. Mi idea era unir los dos reinos bajo un mismo monarca. Sería el soberano de Timatand y Mercibova, pero —resopló volviendo a agarrar a Tom de la camisa y lo arrastró hacia atrás con él, hasta dejarlo tirado a un lado de Caitriona— claramente Eliastor se negó y lo que decidió fue unir en matrimonio a Nimia con este degenerado.

» Resulta que yo odio que las cosas no sucedan de la forma que yo quiero y espero, así que tuve que acudir a diferentes personas y hacer algunos arreglos para lograr mi cometido.

—Creí que la meta era Amcottes —intervino Margery—, por eso decidiste atormentarme con todo lo que sabías sobre mi familia, las advertencias y las amenazas...

—Es sencillo manipular a alguien cuando su preocupación está centrada en otras cosas. —Ivo se encogió de hombros, la sonrisa más amplia que la pelirroja pudo haber visto en él se plantó en su rostro—. Estabas tan preocupada porque nadie te descubriera con tu mutante o tu traición, que nadie supiera las preferencias de Pierstom o la enfermedad de la reina, que por cierto fue otro regalo mío y de Sarai, ¿verdad querida? —inquirió volviendo la cabeza para mirar con ánimo a la rubia, quien solo desvió sus orbes azulinos hacia el suelo.

» Amcottes sigue siendo una buena meta y para ese entonces ya tendré el ejército más grande del norte bajo mi comando.

Margery sintió algo muy cercano a un huracán de emociones alzarse en su interior. En verdad tenía que darle mucho más crédito a Ivo, pues si los demás no saben quién es en realidad ni lo que quiere, nunca podrían saber con exactitud lo que planea hacer después. El timatenense siempre fue cuidadoso de mantener a sus enemigos cerca, pero al mismo tiempo se lució manteniéndolos confundidos como la forma estratégica más vital en aras de lograr su cometido.

Un temblor la recorrió de pies a cabeza, abrazándola a través de corrientazos que volvieron a apretar su pecho y le puso la piel de gallina. La había dejado sin palabras.

No obstante, poco antes de dejarse caer en el oscuro abismo de la rendición, en medio de toda la palabrería de Ivo entendió algo que él había pasado por alto y que quizás la hechicera solo se lo expresó a ella en la cabaña. O tal vez él prefirió ignorarlo porque no le importaba y se sentía demasiado confiado.

—Bueno, bueno, basta de charlas —ordenó el timatenense posicionándose detrás del hermano mayor de la princesa —. ¿Quién quieres que muera primero? Me parece justo que quien lleva la maldición de muerte sea quien escoja.

Margery llevó sus ojos una vez más hacia los corredores del fondo, pero nada ni nadie se asomó. Volvió su mirada a Ivo, permaneciendo en silencio, detalle que a él le molestó, puesto que echó un bufido y, sin perder otro segundo acercó la daga al cuello del príncipe.

—¡No! —gritó la fémina adelantándose otros pasos, pero una vez más tuvo que detenerse al ver un hilillo de sangre brotar de la vulnerable piel de Tom hasta manchar su camisa.

Se mordió la lengua con fuerza, aguantando cualquier clase de impulso que terminase siendo de todo, menos inteligente. Confiaba en que Jensen volvería pronto a ayudar, por lo tanto, era consciente de que debía alargar ese momento lo que más pudiera.

—Solo una palabra, princesa, así como se necesita un solo roce de tu piel —le recordó con burla.

—Has hecho todo esto para conseguir el reino y... en verdad resultas ser así de ingenuo —determinó con una entonación que llamó la atención del pelinegro, lo suficiente como para alejar otra vez la daga.

—No creo que estés en posición de insultarme, princesa —espetó con el ceño fruncido—. Estás en clara desventaja ahora mismo.

—Una desventaja que compartimos —contraatacó dando un único paso más hacia el frente—. Porque no creo que estés en posición de cantar victoria y creer que ella en verdad te ha estado ayudando todo este tiempo. —Alzó la espada que sostenía en su mano izquierda para apuntarla hacia Amicia.

Los rasgos masculinos se crisparon, mientras que los rostros de los humanos restantes mostraron una clara confusión con las palabras de la princesa.

—Tenemos un trato —apuntó Ivo entre dientes, apenas girando su rostro hacia atrás para mirar de reojo a la hechicera.

La poderosa mujer se mantuvo en completo silencio con su mirada gris firme sobre Margery, aunque la pelirroja descubrió cierto brillo que terminó de confirmar sus sospechas. ¿Dos seres que lo único que han hecho ha sido romper tratos y promesas? Tenían razones y motivaciones distintas, por lo que algo ahí no parecía cuadrar del todo. Amicia ya había demostrado numerosas veces que no quería ni necesitaba a nadie para lograr lo que en verdad quería.

Y lo que esa mujer en realidad quería era que cada superficie de ese mismo reino estuviese cubierta por el manto de la muerte.

—Si en verdad eres familia, no muy cercana, pero familia es familia y la importancia del linaje es muy grande aquí... entonces tú también entras en su lista de víctimas.

El segundo en el que Ivo de Timatand comprendió por completo las palabras de Margery, fue cuando todo tono altanero se desvaneció por completo de su expresión. El hombre se volteó a ver a Amicia con una expresión que deleitó a la pelirroja, pues por una vez en su vida, quien llevaba el horror escrito en sus rasgos no era ella sino él.

—El pajarito tiene razón.

Sin siquiera darle un momento para respirar a los demás después de su respuesta, la hechicera se inclinó hacia adelante, sus brazos acompañaron su cuerpo en el movimiento y las uñas de sus manos rozaron el suelo fugazmente. En el instante en el que se enderezó, sus extremidades se alzaron hacia arriba de forma súbita y con violenta fuerza, lo cual generó, con ayuda de su negra magia, una explosión originaria del piso de brillantes vidrios negros que destruyó la roca a su paso, en un trayecto que fue directo hacia donde estaba Ivo.

La ráfaga de viento que siguió a aquella letal demostración hizo que cualquier persona que se encontrase cerca, aparte de quien lanzó el hechizo, fueran empujados lejos del lugar en el que estaban posicionados.

Margery sintió aquel choque en el pecho y cerró los ojos con fuerza, usando sus brazos en una inútil forma de protección que no funcionó en nada. La onda de expansión alzó sus pies del suelo y fue lanzada hacia atrás de manera inesperada. Creyó haber permanecido en el aire más tiempo del que en realidad fue, porque cuando cayó de bruces sobre la alfombra, que apenas amortiguó su encuentro con el suelo, el salón se sumió en un silencio que pocos segundos después fue interrumpido por el desgarrador grito de Caitriona.

En cuanto abrió los ojos, totalmente desorientada y haciendo un gran esfuerzo por recuperarse de tal caída, alzó la cabeza como pudo. El peso de la misma fue más grande de lo que esperó, el pitido en sus oídos y su abdomen contraído con dolor en cada corta inhalación hizo que se demorara más tiempo en recobrar noción de lo recién acontecido.

Todavía escuchando las exclamaciones de la reina a unos cuantos metros de ella, enfocó sus ojos hacia el frente, apoyando su peso sobre sus temblorosos antebrazos. Parpadeó numerosas veces, pues el polvo del ambiente enrojecía sus orbes y provocaba que unas cuantas lágrimas se acumularan en ellos. Se arrodilló como pudo en su lugar y tosió unas cuantas veces para luego levantarse del todo.

Se tambaleó y trató de avanzar, esforzándose por comprender qué era lo que había acabado de suceder, cuando otro estruendo al fondo del lado contrario a las puertas de entrada al gran salón, cerca de los tronos, se hizo presente. Aquello llegó en compañía de más gritos que la confundieron. Sin esperar más tiempo, numerosas sombras de negro y gris revolotearon a su alrededor y apenas pudo notar que eran solados, quizás mercibonenses, quizás no.

Giró su cabeza hacia atrás, tratando de buscar la espada que salió de su agarre en cuanto la explosión la obligó a retroceder. Apenas la encontró, no dudó en lanzarse a agarrarla y dar media vuelta una vez más para correr hacia donde estaba su familia.

No podía ver mayor cosa, pues sus ojos todavía estaban llorosos por las cenizas y el polvo, mientras que sus oídos apenas estaban logrando recuperarse del pitido que la ensordeció segundos antes. No obstante, se obligó a ignorar aquellos malestares y se empujó hacia adelante, en busca de su familia.

El distintivo sonido del metal chocar o deslizarse contra otra superficie de la misma dureza se alzó en medio del caos, y la princesa se dio cuenta que lograba escuchar con mayor claridad. Sus orbes enrojecidos barrieron el destruido salón, una sensación de alivio y esperanza llenándola de vitalidad, ya que Jensen había regresado, esta vez en compañía del Capitán Raff y sus hombres, justo como habían alcanzado a planear en el campamento.

Margery se acercó a su amigo con rapidez, ayudándole a deshacerse de un enemigo con un tajo que dio por la espalda y arrastró por el ancho del abdomen. Pero justo como sucedió antes, el soldado negro se deshizo en vidrios oscuros unos segundos, solo para volver a reintegrarse y atacarlos inmediatamente después.

—¡Es inútil si no detenemos a la hechicera!

—¡Siga adelante, alteza! —respondió Jensen, encargándose de mantener la atención del contrincante sobre él—. ¡Resistiremos para que llegue a ella!

La pelirroja por medio segundo no quiso dejarlo atrás, quería ayudar, empero también sabía lo que tenía que ser hecho, por lo que los esquivó y avanzó hacia los tronos.

El espacio era un completo desastre, siendo iluminado no sólo por antorchas o candelabros, sino también por incendios que comenzaron a consumir la roca como una vela. Las columnas caían como lo hacían las rocas del muro, las llamas brillaban tanto como el día y la muerte protagonizaba cada área pisada. Los guerreros mercibonenses luchaban con valentía, pero no todos lograban sobrevivir a más de un enemigo que resultaba ser inmortal gracias a los impulsos de magia que Amicia no tardaba en lanzar.

Margery la buscó con su mirada mientras avanzó hacia el frente, pero al no lograr encontrarla, se adelantó más hasta estar pasando una cortina de humo gris que obstruía su visión por completo de los reyes y Pierstom.

En cuanto lo hizo, a las primeras personas que logró ver fue a su padre de pie con su espada en mano y enfrascado en una lucha con Ivo de Timatand. Ambos hombres eran demasiado habilidosos, sin embargo, se notaba con facilidad quién llevaba la delantera, pues uno de ellos no estaba tan lastimado como el otro. Si alguno no lograba herir al contrario, entonces la opción que quedaba era esperar a ver quién sería el que tropezaría primero a causa del desaliento.

Margery alzó su propia arma lista para acercarse al pelinegro y terminar con todo de una vez, pero volvió a escuchar a su madre gritar. Esta vez sintió aquel lamento más cerca, por lo que no tuvo que esperar mucho para finalmente entender lo que sucedía, pues en el instante en que sus ojos se posaron sobre la caída figura de la mujer de cabellos mieles, lo que temía desde aquella tarde en el Lago de Erium se hizo realidad.

Dejó escapar un tembloroso suspiro por sus labios entreabiertos, detallando a Caitriona vertiendo sus lágrimas en un montículo de cristales del color del carbón. Eran brillantes como el diamante gracias al reflejo de las llamas y las figuras luchando en el salón, pero tan oscuros y letales como la punta de la más fina daga que atravesó su corazón aquel momento.

Parpadeó varias veces seguidas, dándose cuenta que estaba llorando. Su rostro estaba contraído en una mueca y su garganta tan apretada y tensa como su mandíbula, que casi no notó que había corrido hacia la reina para postrarse a un lado de ella.

Dejó de escuchar algo más que no fueran sus propios lloriqueos, dejó de sentir algo más que no fuera la solitaria mano que ahora sostenía con la suya derecha. Dejó de ver algo más que no fuera la única extremidad, lo último que quedó de su hermano mayor, mientras que el resto de él quedó tragado por aquella montaña negruzca. Ni siquiera alcanzaba a reflejar el resto del príncipe a través del liso muro por más que acercase su rostro. Solo su mano y parte de su antebrazo, la chaqueta azul arruinada y salpicada de unas gotas más oscuras que la pelirroja se negó a creer que era sangre.

—Fui yo —balbuceó tiritando y apretó su agarre en unos dedos que no reaccionaron al gesto—, yo hice esto, si tan solo no hubiera abierto la boca, Tom...

Sus palabras quedaron ahogadas por ardientes sollozos que exigieron salir de su boca una vez entendió por completo qué fue lo que pasó. Pues eso fue lo que había hecho Amicia, pero en vez de ser Ivo la víctima, quien al parecer tuvo la facilidad de esquivar aquel ataque al haber estado de pie e ileso, el príncipe fue quien terminó siéndolo.

Se encorvó hacia el piso para besar la piel enfriada y para dejar que sus tibias gotas de dolor resbalaran por sus pestañas hasta caer en la palma ajena. Esperaba así, por un milagro que sabía que no llegaría, alguna señal que le indicase que Pierstom estaría bien, alguna especie de consuelo que le demostrara que aquel suceso no era el fin del mundo.

—Hubiese muerto de todas formas —intervino Caitriona posando una mano sobre la espalda de la princesa. Su voz salió igual de rota y ronca como la de su hija—. Si no era Ivo, habría sido la hechicera. Solo cambió el verdugo.

Margery detestó con todo su ser la verdad que estuvo enredada en esas palabras.

La pelirroja alzó la cabeza y la vista para poder ver a su madre, al tiempo que ella levantó su mano para tocarle la mejilla. Dedos desnudos y fríos hicieron contacto con su pómulo caliente y húmedo, pero aquello no fue suficiente para hacerle reaccionar como solía hacer antes, pues en medio de aquel sufrimiento, cada parte de su alma anheló el calor maternal que le fue regalado en ese instante robado.

Se sintió aquel dolor compartido en medio de un caos mortal.

La reina entendió lo que más necesitaba Margery en esos momentos, puesto que no se trataba de una lección ni consejo, sino que se había tratado sobre el único espacio que tendrían para consolarse la una a la otra. La princesa comprendió a su vez todo aquello mirando esos ojos pardos; comprendió el último sacrificio que Caitriona estaba haciendo, incluso cuando sabía que tocar la piel de su propia hija la mataría.

En medio de una exhalación que se convirtió en sollozo, la reina acercó su rostro hasta depositar un beso en su frente sudorosa. Cerró los ojos con fuerza y la joven distinguió las nuevas gotas decorando su piel luego de que su progenitora se alejó. Duró menos de lo que les habría gustado y resultó siendo tan injusto como la muerte súbita Tom, pero tan, tan necesario que, una vez más, la princesa volvió a sentir aquel tirón en el pecho como el día que descubrió que el amor podía ser muchísimo más silencioso que un suspiro.

—Termina con esto, mi niña.

El aire se atascó en la garganta de la mujer mayor y su palma cayó al suelo igual que el resto de su cuerpo. Sus ojos quedaron cerrados con lágrimas secándose en las mejillas, sus labios entreabiertos en una última respiración y sus rizos desordenados quedaron rozando la mano de su hijo mayor.

«»                    Ahora Magery de Mercibova sabía qué clase de persona era, estando de frente a la muerte y teniendo que arrostrar la pérdida de su madre y su hermano en un solo respiro. Lo sintió en el momento en el que su mano se cerró sobre la empuñadura de su espada otra vez. Lo reconoció en cuanto se puso de pie y se giró para buscar a la hechicera. Lo aceptó una vez centró sus orbes cristalinos y brillantes con determinación en los de Amicia.

Cada paso que comenzó a dar hacia la poderosa mujer produjo un eco que dejó su rastro en cada músculo de su cuerpo, preparándose para atacar con todo. Alzó su arma y ambas manos la sostuvieron con la elegancia y necesitada fuerza que recorrió toda su anatomía.

La rubia al ver aquello, no dudó en alzar más soldados de vidrios negros para mantener a la princesa alejada de sí, algo que la pelirroja no pasó por alto. A pesar de los tajos que daba, pocas veces era atacada de forma directa por aquellas figuras filosas. Lo único que hacían era empujarla una y otra vez lejos de la hechicera, mientras que a los demás soldados mercibonenses los atravesaban sin cesar para asesinarlos, por lo que Margery tuvo que cambiar su plan en pocos segundos.

Realizó nuevos ataques una vez más, tratando de comprender qué lado quedaba libre, pero con tanta confusión a su alrededor, no pudo organizar ninguna clase de plan. Al final solo terminó lanzando un grito y llevando todo su cuerpo hacia adelante, la punta de la hoja de la espada apuntando en la misma dirección, el pomo posicionado en todo el centro de su cuerpo.

Los cristales se dispersaron y se abrieron a sus lados de inmediato, casi formando un túnel alrededor de ella. Al no recibir ninguna clase de resistencia, se tambaleó hacia adelante cuando trató de recuperar el equilibrio, dándose cuenta que había logrado escapar de aquellos móviles vidrios. Ahora tenía una libre visión y camino hacia Amicia, cuya atención estaba regada por todo el salón, teniendo que controlar más de un soldado negro a la vez. La princesa no dudó en tomar aquella oportunidad, arriesgándose a herir a la contraria de manera letal, sin comprender muy bien todavía qué le causaría a ella misma. Margery dejó que su visión se tiñera de rojo, acompañada de una enfurecida sed de venganza que nubló su razón y la desvió del plan acordado horas antes.

Así que sin esperar más, alzó la espada y realizó un arco en diagonal hacia la hechicera, quien apenas pudo abrir los ojos de la impresión ante el inesperado ataque y solo alzó una mano. Su defensa fue efectiva, puesto que el cuerpo de la pelirroja salió disparado hacia a un lado, una ola de cristales negros asegurándose de dejarla a metros de distancia. La fémina se golpeó contra el suelo y rodó incontrolablemente lejos de la rubia.

Una vez se quedó quieta, se tomó unos pocos segundos en recuperarse, sintiendo sus extremidades doloridas y falta de oxigenación. Con un quejido se giró sobre su lado izquierdo, en dirección a la batalla. Se dio cuenta que había caído sobre la plataforma en donde se encontraban los tronos, por lo que aquella posición le dio la oportunidad de tener una despejada vista de todo lo que sucedía.

Sus soldados todavía resistían, pero de nada serviría si ella no detenía a Amicia. Una a uno seguirían cayendo sin cesar. Su padre todavía seguía en pie, ahora acompañado por el Capitán Raff para terminar con Ivo, pero Margery notó, con una sensación demasiado amarga, que el rey de Timatand parecía ser un gran espadachín, quizás el mejor en esos momentos. El pelinegro se movía como un hábil danzarín, teniendo en su posesión dos espadas para defenderse y atacar.

Buscó con su mirada su propia arma, pero no la encontró cerca de ella, no obstante, no pensaba detenerse ahora. Se llevó una mano al pómulo izquierdo y cuando la alejó, notó que el guante estaba humedecido con sangre. La hechicera la quería mantener lejos de sí, pero tampoco se atrevía a lastimarla de muerte.

Se apresuró a levantarse y a bajar los escalones, pero alguien se lanzó sobre ella desde detrás, empujándola en el proceso. Provocó que tropezara y ambos cuerpos cayeron de manera descuidada hacia el frente.

La princesa resopló, preguntándose cómo hacían las demás personas para soportar tales golpes y seguir luchando, cuando ella misma sentía que en cualquier momento perdería la consciencia. El peso de la armadura todavía resultaba desconocido, y el metal de la misma hacía que los choques contra el suelo fueran más rígidos y sonoros.

En el momento en el que alzó la cabeza para observar a la persona que la había atacado, se encontró con Sarai, también apenas recuperándose de la brusca caída que causó.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Margery apoyando la rodilla derecha en el suelo para alzarse—. Solo tenías que irte de aquí —le recordó con dificultad, puesto que hablarle estaba resultando más difícil de lo que creyó y no solo era por estar lastimada o cansada—. ¿Por qué haces esto? —repitió con insistencia.

La rubia se levantó también y miró a la princesa con fijeza. Había cierto brillo que por muchos años ella se encargó de catalogar como algo indefenso y sin importancia. Ahora tenía la oportunidad de juzgarla con todos sus colores y distinguió la molestia hacia su persona que contenían aquellos ojos. Una molestia que más que ofenderla, la confundió.

—Por la misma razón que tú estás haciendo todo esto.

El segundo en el que la pelirroja se detuvo a pensar a qué se refería con tales palabras, fue más que suficiente para que la otra se lanzase sobre ella para atacar una vez más. Cayeron de nuevo al suelo y forcejearon una y otra vez. Saraí quedó encima suyo primero, pero en cuanto dejó de tratar de comprender lo anteriormente dicho y comenzó luchar para sobrepasar a su contrincante, comenzaron a rodar sobre la roca. Quien llevaba la delantera cambiaba de forma seguida.

Sarai resultó ser más rápida y fuerte de lo que Margery esperó, pero una vez más se tuvo que recordar que todo lo que la rubia aparentó ser en un principio y por mucho tiempo, nunca fue real. Venciendo aquel nudo de incomodidad que la estaba deteniendo de usar su propia fuerza y habilidad al máximo, logró quedar encima de su actual enemiga por más de unos cuantos segundos, que usó para retirarse los guantes de las manos con prisa. En una sola exhalación posó las palmas en las mejillas ajenas y apartó la mirada del rostro femenino.

La rubia alcanzó a lanzar un fuerte chillido atemorizado, junto con el impulso de apartar las manos de la princesa de su piel, pero así como reaccionó, a los pocos segundos su cuerpo se rindió ante la inevitable muerte provocada por la maldición.

Margery se levantó y dejó el cuerpo de Sarai en el mismo lugar. No se molestó en dirigirle una segunda mirada, pues sabía que a pesar de sus acciones del pasado que las llevaron hasta ese punto de quiebre, no tenía tiempo para dejar que el arrepentimiento, el cual provenía de una amistad que resultó siendo falsa, nublara sus pensamientos.

Se giró una vez más en busca de Amicia y no tardó en encontrarla, pero antes de volver a lanzarse hacia ella sin pensar, alcanzó a ver la mejilla lastimada, en un corte perfectamente parecido al suyo. Aquello le recordó algo demasiado importante, algo que se dedicó a ignorar por haber estado tan desesperada en terminar con ella. Sí, tenía que acercarse y sí, aquella parecía ser la meta más complicada del momento, pero así como la hechicera la mantenía lejos y sin atacarla de manera letal, ella debía encontrar la forma de siquiera tocarla. Blanche sabría cuándo intervenir, las sentiría a las dos.

Tomando una bocanada de aire, se preparó para acercarse. Y en cada intento fue arrastrada hacia atrás. Volvió a intentar, volvió a caer en la plataforma de los tronos. Se acercó por detrás, vidrios negros rodearon sus tobillos y jalaron para desbalancearla. Cada intento fue cada vez más inútil y desgastante.

Jadeante, se puso en pie por enésima vez y apoyó sus manos sobre sus rodillas, todavía encorvada y tratando de ignorar cualquier molestia que tuviera intenciones de ralentizar sus movimientos. Se pasó las manos por el rostro e hizo una mueca al molestarse la herida, empero no pasó por alto que su gesto fue compartido, ya que no le quitaba la mirada de encima a la otra mujer. Teniendo una terrible idea, buscó cualquier objeto afilado a su alrededor y apenas lo encontró —la daga que Ivo dejó descartada luego de salvar su pellejo de Amicia— apretó la mandíbula.

Recogió el puñal del suelo y, mordiéndose la lengua hasta casi hacerla sangrar con sus dientes, enterró el arma blanca en su propio muslo derecho.

La hechicera gritó y sus brazos cayeron, sus manos yendo a parar directamente sobre la misma extremidad lastimada como la de la princesa. Los soldados negros que manipulaba cayeron y los cristales se deshicieron por completo apenas entraban en contacto con la piedra del suelo, dándole un muy necesitado respiro a los últimos guerreros que todavía seguían en pie.

Los rasgos de la rubia se crisparon y sus mejillas enrojecieron tanto como la sangre que brotaba de su muslo. Giró la cabeza de manera súbita para observar a la princesa y la encontró también encorvada, sosteniendo la empuñadura de la daga.

—No tienes idea de lo que estás haciendo —siseó Amicia, su cuerpo tiritando del dolor que compartía con la pelirroja—. Esto no me detendrá.

—Entonces parece que necesito volver a usar la daga —explicó Margery con una valiente media sonrisa, comenzando a extraer la hoja de su carne.

La contraria resopló con fuerza y volvió a alzar sus manos en dirección a la princesa, pero antes de que pudiese hacer algo más, una pesada cadena de hierro se cerró sobre ella. El metal se ciñó a su cuerpo con brusquedad, haciendo que sus brazos se pegaran a su torso y sus piernas inevitablemente se juntasen. Cayó de rodillas con un fuerte quejido que Margery apenas pudo controlar en sí misma, al sentir el mismo dolor que aquello causó en su pierna lastimada.

Amicia en ningún momento dejó de agitarse, en aras de librarse, pero no tardó en notar que aquellas no eran cadenas normales. Una exclamación de frustración y rabia retumbó en el salón, proveniente de la hechicera, quien ahora giró su rostro hacia la persona que la atrapó.

Geralt de Rivia era quien sostenía el final del pesado material metálico, dejándose ver en cuanto caminó hacia el centro del salón que apenas era cubierto por una alfombra destrozada. Su rostro todavía lucía severo y pálido, acompañado por mechones grisáceos que lo enmarcaban y los orbes negros en su totalidad. Su ropa estaba manchada con lo que Margery esperaba que fuera por culpa de los monstruos y no sangre perteneciente a él. De cualquier manera, un instantáneo alivio la recorrió y le dio la fuerza necesaria para cojear en dirección a Amicia.

Sin embargo, antes de que pudiera dar más de cinco cortos pasos, Ivo intervino en un grito que detuvo todo movimiento en el lugar:

—¡SUFICIENTE!

Todas las miradas de los presentes fueron a parar sobre el hombre, cada una sustituida por una nueva expresión de horror.

El Capitán Raff yacía muerto a un lado de los pies del timatenense, mientras que Eliastor de Mercibova se encontraba arrodillado ante él. Su propia espada, Alada, era sostenida por el pelinegro a la altura de su garganta. El rey parecía ya moribundo, con la mirada perdida y el rostro ensangrentado por un golpe recibido en la cabeza. El espeso líquido carmesí todavía brotaba de la herida y resbalaba por todo un lado de su rostro, goteando de su quijada. Ivo apenas lo sostenía de un hombro y bloqueaba los cansados brazos del rey con sus piernas en un doloroso ángulo. Dirigió una mirada fija y retadora a la princesa, quien se quedó petrificada en su lugar, sin saber qué hacer.

—Estás rodeado, Ivo, ya acabó.

El nombrado soltó una risa ronca, mostrando dientes cuyos espacios entre sí también se encontraban acumulados de sangre.

—Esta guerra no ha terminado y tengo al rey a mis pies —declaró con obviedad—. Consideraré tener piedad con tus hombres si sueltan las armas. No pienso gobernar sólo cadáveres del noreste. ¡Ordénalos que se retiren!

Tuvo que tragarse las lágrimas, tuvo que tragarse cualquier palabra que resultara positiva para el pelinegro. No podía entregar la vida de miles de personas a tal hombre, pero tampoco quería dejar a su propio padre morir de tal forma. Margery ni siquiera sabía qué hacer, qué pensar ni qué decir, por lo que sus ojos no perdieron el tiempo y fueron a parar en los de su progenitor.

El rey ahora le devolvía una solemne mirada en completo silencio. Estaba demasiado lastimado y su respiración entrecortada le hizo dar cuenta que contaba con más heridas de las que en esos momentos eran visibles. Sus labios se sellaron y su expresión fue firme, llena de una última gota de valentía que se consolidó en cuanto alzó el mentón con honor.

El canoso de mirada azul asintió una única vez en dirección a su hija y, con el pecho contraído en angustioso luto, por saber de antemano la manera en que las cosas se desenvolverían apenas volviese a abrir la boca, la pelirroja comprendió.

Los sacrificios eran inevitables, pero necesarios.

—Los mercibonenses jamás se arrodillarán ante un tirano como tú.

Ivo tragó saliva sonoramente, una expresión estoica plasmada en su cara. Hiciera lo que hiciera, el hombre sabía que no saldría con vida de allí, por lo que decidió asegurarse que no dejaría aquel mundo sin dejar un desastre detrás de él.

—Esto es obra tuya, princesa —declaró el pelinegro.

Sólo se tomó un último instante. Parecía como si estuviese esperando a que Margery se retracte de sus palabras o los soldados se arrepientan de todavía sostener sus espadas, pero al aceptar que nada de eso sucedería, lanzó un grito enfurecido antes de degollar al rey en un solo movimiento.

El tiempo se ralentizó lo suficiente como para que la princesa pudiese ver el momento exacto en que la piel cedió ante el filo y dio paso para que un río de sangre brotara de ahí. Las lágrimas fueron incontenibles, el desespero se marcó en su rostro y la derrota se abrió paso por todo su cuerpo, destruyendo lo último que le quedaba de esperanza, dejando ecos de derrota en cada exhalación. Sus padres, sus hermanos... no sabía nada de Emiliano. Lo único que Margery comprendió fue que tocó el fondo de un abismo solitario al mismo tiempo que el cuerpo de su padre cayó hacia adelante y un espeso charco se coló entre su anatomía y el piso.

Ivo retrocedió dejando caer la espada al suelo, más la amarga sonrisa fue grande al ver el rostro femenino.

—No te queda nadie ni na...

Antes de que el timatenense pudiera terminar de hablar, un chasquido, seguido de un efímero silbido en el aire, interrumpió sus palabras. La princesa frunció el ceño en confusión y cuando el pelinegro bajó la mirada hacia su abdomen, ella siguiendo la acción también al igual que el resto de pares de ojos en el salón de los tronos, notaron con sorpresa la flecha incrustada en el abdomen del hombre.

Margery se giró con premura hacia donde creía que la flecha había sido disparada. El corazón le pegó un vuelco cuando distinguió a Nimia atravesando los arcos que daban salida a los ahora destrozados jardines reales. Llevaba puesta ropa de hombre, el cabello recogido despejando su rostro sucio y aún tenía el arco en posición junto a una nueva saeta preparada para liberar. Detrás de ella ingresaron más soldados, pero en sus armaduras, en sus escudos de color bronce se distinguía a la perfección que eran de Timatand.

La princesa mercibonense no supo muy bien qué pensar de aquello y eso pareció haberlo transmitido a sus propios guerreros, quienes volvieron a posicionarse en defensa, rodeando a la última sobreviviente de la familia real. Jensen le dirigió una corta mirada a la pelirroja, demostrándole que seguirían con ella hasta el final, sin importar lo que decidiera hacer a continuación.

—No estamos aquí para continuar lo que Ivo ha iniciado, alteza —anunció la castaña oscura, manteniendo sus ojos sobre el rostro de su medio hermano—. Venimos a terminarlo.

—Eres una maldita traidora —escupió el herido, apenas logrando mantenerse en pie, sosteniendo su abdomen con manos temblorosas, pero nada de eso funcionaba para detener el sangrado.

—E-emilianno —exhaló la pelirroja, incapaz de pronunciar algo más.

—Está a salvo con mi madre —contestó Nimia—. Pierstom se encargó de ello.

Margery sonrió entre impactada y agradecida. Su hermano siempre encontró la forma de dar un paso adelante en sus planes.

—Así que tú eres hermana de Ivo —intervino Amicia, todavía en el suelo. Una oscura sonrisa había comenzado a curvar sus labios y la herida no pareció importarle más—. Eso termina haciendo mi trabajo mucho más sencillo.

Dicho eso, todo el muro que daba hacia el exterior se derrumbó y, con ello, parte del techo del salón siguió el mismo destino. Los nuevos gritos no se hicieron esperar y los estruendos de las rocas desprenderse y caer sobre personas o el suelo fueron los protagonistas por varios minutos. La princesa se cubrió la cabeza, más no se agachó y trató de ver a alguien, pero la espesura del polvo era tanta que molestó sus ojos ya cristalinos. El oxígeno fue escaso, pues con cada inhalación, polvo era lo que se incrustaba a medio camino y la dejaba sumida en un ataque de tos.

Caminó hacia el sitio que vio a la hechicera antes y no tardó en encontrarla, forcejeando con Geralt para liberarse de las cadenas. Margery se apresuró a acercarse, apenas pudiendo aguantar el agónico dolor de su pierna.

—¡Tienes que soltarla! —le gritó al brujo.

El hombre solo frunció el ceño en confusión, más no hizo nada al respecto. Amicia aprovechó aquella distracción para jalar las cadenas hacia sí, logrando atrapar con un azote el antebrazo del peliblanco. El agarre fue tan fuerte que lo obligó a irse hacia adelante con un ronco quejido, incluso cuando plantó sus pies en el suelo con insistencia.

—Un último encuentro de amantes —se mofó la hechicera, torciendo el brazo del hombre al tiempo que logró liberarse ella—. Es demasiado justo a mi parecer.

Todavía teniendo atrapado a Geralt, lo obligó a acercarse a ella de un tirón que dislocó la extremidad involucrada. El rostro del brujo se contrajo con dolor, pero no pudo decir nada cuando la rubia lo agarró de la quijada, enterrando sus largas uñas en las rasposas mejillas masculinas.

Margery al ver aquello, no lo pensó más de un segundo y con la daga que todavía sostenía, aprovechó para hacerse un corte en la palma de la mano izquierda. El resultado fue inmediato, puesto que Amicia soltó al hombre con rapidez y, con un impulso acompañado de nuevos cristales negros, lo empujó lejos de sí y de la princesa.

Tenía los labios fruncidos en una mueca molesta cuando giró el rostro en dirección a la pelirroja. La joven dejó que el puñal se deslizara entre sus dedos, notando la ausencia del sonoro golpe que se debió haber escuchado por la hoja de plata cochando contra el piso, y luego alzó las manos en falsa rendición. La contraria achicó los ojos con suspicacia, no obstante, el suelo dejó de temblar y la roca dejó de caer, dejando el salón ahora desnudo bajo el firmamento oscurecido y nublado, sumido en un nuevo silencio de expectación.

—Terminemos esto como inició, Amicia: juntas.

No dejó que la hechicera comprendiera sus palabras por completo, simplemente se abalanzó sobre ella y la rodeó con sus brazos. El impacto entre sus cuerpos sacó de balance a la mayor, quien por acto de reflejo también abrazó a la princesa, empero no pudo evitar irse hacia atrás debido al inesperado impulso.





El agua helada del Lago de Erium las envolvió a ambas como una manta, invadiendo cada parte de sus anatomías justo después del chapuzón. La oscuridad de la noche ayudó a que el mismo cuerpo líquido se viera negro en su totalidad, pues la princesa apenas podía distinguir a Amicia enfrente de ella, tratando de soltarse de su agarre. Tampoco lograba visualizar bien sus manos o piernas, empero luchó en contra del miedo que aquello le causó y se esforzó por arrastrar a la otra mujer consigo al fondo del lago.

Deseó haber podido tomar una bocanada de aire mucho más grande antes de lanzarse sobre la hechicera y que Blanche las transportara de inmediato a ese lugar. La maga de La Corte realizó el portal justo a tiempo, poco antes de que ambas mujeres cayeran al piso, llevándolas de inmediato al lugar donde trató de hacer la transferencia en un principio.

La morena se encontraba a metros de distancia de donde vio a la princesa y a la hechicera caer, sobre la línea de árboles que daba comienzo al Bosque de Las Sombras. Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo con un resoplido, pues había tenido que hacer un esfuerzo demasiado grande para lograr aquella maniobra mágica sin estar en el mismo lugar que Margery.

Se quedó en el mismo sitio y esperó a que alguna de las dos emergiera del agua, esperando con ansias de que fuera la pelirroja, pero la escasa iluminación no le ayudaba en absoluto. Trasladó su peso corporal de un pie a otro, reacia a iniciar lo que Margery le pidió al partir del campamento. Solo tenía que encerrar a Amicia en el lago, no a la princesa.

—¡Blanche!

El grito provenía del agua, escuchándose débil y bastante forzoso. La pelinegra aguzó su mirada y solo pudo distinguir algo inquietando el lago, una cabeza quizás. Con decisión comenzó a acercarse al lugar, queriendo encargarse de sacar a la princesa de ahí, pero antes de siquiera llegar a las orillas logró ver una segunda cabeza salir a la superficie y forcejear con la primera. Detuvo sus pasos de repente, ansiosa por no poder acercarse a la hechicera y por ende, tampoco a Margery.

» ¡Estamos sangrando! ¡Hazlo ya! —volvió a gritar la pelirroja, pero al segundo siguiente fue hundida por la hechicera.

—¡Pero alteza...!

—Piensa muy bien lo siguiente que vas a hacer, maga —vociferó Amicia, sosteniendo la cabeza de la princesa debajo del agua. A pesar de ella misma comenzar a sentirse ahogada, sabía que aquello no la mataría—. Lo que me pase a mí le pasará a ella.

Blanche se removió ansiosa, su rostro contraído en una mueca preocupada.

—¡Haré lo que quieras, pero déjala respirar! —acordó en medio de un arrebato al ver la lucha sin victoria de la pelirroja.

—Lo haré cuando tú también estés en el agua.

La mandíbula le tembló con frustración cuando asintió con la cabeza y empezó a volver a caminar hacia el lago. Amicia observó con ojo crítico cada uno de los movimientos de la maga, sintiéndose satisfecha de que, por más cambios que su plan haya tenido, las cosas seguían saliendo a su favor. A medida que vio a la morena ingresar al lago, dejó de hacer fuerza sobre Margery, quien apenas quedó libre, pataleó hacia la superficie para poder volver a respirar.

La princesa tosió numerosas veces expulsando agua y se llevó las manos a la cabeza. Le dolía demasiado que incluso alcanzó a olvidar la herida en la palma o en el muslo derecho. Parpadeó y deseó poder deshacerse de la armadura que resultaba demasiado pesada para flotar por su cuenta, sobre todo cuando se sentía aún tan ahogada y cansada. Era un verdadero milagro que todavía no se hubiese dejado ir a la inconsciencia, pero algo le decía que era resultado de su conexión con la hechicera.

—Voy a disfrutar borrarte esa sonrisa del rostro —declaró Blanche con enojo.

Luego de apartar su mirada de Amicia, la dirigió a la princesa y ésta alzó una de sus manos del agua. La daga que sostenía brilló bajo la luz de la luna un solo instante antes de ser enterrada en el cuello de la rubia.

La hechicera dejó salir un chillido de su boca, sus manos yendo a la empuñadura con pánico para retirar el puñal con desesperación. Margery aprovechó ese momento para nadar lejos de la mujer y acercarse a Blanche, pero su pierna lastimada hacía del trabajo casi imposible, junto con la nueva herida en su cogote. La maga se adelantó para ayudarle y la sostuvo de los brazos para sacarla del lago con rapidez.

—Asegúrate de estar en terreno seco —dijo la pelinegra con afán, empujando a la princesa hacia la orilla del Lado de Erium.

—Las dos tenemos que estar en terreno seco, Blanche —le recordó.

La mujer de irises avellana medio sonrió, haciendo presión en el cuello herido de la princesa para hacer brotar un poco más de sangre. Inevitablemente salió un quejido de los labios azulados de Margery; inevitablemente las manos de la maga se mancharon de rojo.

» ¿Qué estás haciendo? —preguntó con temor, asomando la cabeza sobre el hombro de Blanche para poder ver a Amicia acercándose a ellas, su rostro enfurecido por completo.

—Lo que debe ser hecho —determinó y se llevó sus dedos ensangrentados a la boca—. Corre.

Margery apretó los labios, pero asintió con la cabeza antes de arrastrarse hacia atrás como pudo, aguantándose el dolor y todas las molestias que recorrieron su cuerpo. No fue hasta que logró ponerse en pie, que se dio cuenta que había dejado de sangrar, que el dolor fue llevadero y que logró alejarse del lago más metros de lo que se creyó capaz en un primer momento. Soltó un suspiro de alivio y sorpresa que pronto se vio interrumpido por una explosión de luz que sucedió detrás de ella.

Giró de forma súbita y perdió el equilibrio, cayendo sentada sobre la tierra, empero no tuvo tiempo de registrar aquello puesto que se quedó petrificada observando lo sucedido.

Grandes llamas habían empezado a consumir la superficie del lago, pero en vez de ver a Blanche afuera como la última vez, sólo alcanzó a ver fuego comenzando a lamer las orillas húmedas del cuerpo de agua. Se apresuró a volver a ponerse de pie y seguir con su camino, pero tarde recordó que en realidad no sabía qué dirección tomar para volver al castillo. Trató de rememorar las veces que estuvo cerca al bosque, los caminos tomados y de qué lado había estado el sol, pero una segunda voz aparte de la propia se coló en sus oídos.

—Eres ingeniosa pajarito. De hecho, las dos lo son.

La sangre se le heló y tuvo que tomarse un respiro antes de volver a girarse.

En efecto, la figura de Amicia estaba cruzando el anillo de fuego que Blanche había creado. Estaba mojada y las llamas consumían su cuerpo como debía ser, su piel cediendo a la brasa y dando paso a su carne, su ropa deshaciéndose en cenizas junto a un olor tan fuerte como para que la pelirroja lo percibiera y una mueca de disgusto se acentuara en su expresión. No obstante, la hechicera se mantenía en pie, acercándose a Mary, quien ya no sentía dolor alguno y no entendía la razón de ello.

» No me puedes matar, princesa —dijo abriendo los ojos de sobremanera y alzando su tono de voz con cada palabra—. Incluso si te quitas tu propia vida, no funcionará. ¡Porque gracias a este linaje maldito me encargué de que así fuera!

Después de todo, la pelirroja siempre tuvo razón en sospechar lo que el Bosque de Las Sombras en verdad significaba para la hechicera. Detrás de la mujer, pudo ver una segunda figura y, con un último esfuerzo para lograr lo planeado, inhaló profundamente.

—Y gracias a este linaje maldito, así dejará de ser —contestó Margery firmemente—. ¡Ahora, Blanche!

La princesa se giró y comenzó a correr, adentrándose al bosque, por lo que Amicia salió del lago para seguirla. Sin embargo, antes que ella llegara a los primeros árboles una gran avalancha amarilla y roja, ardiente y letal, se extendió desde las aguas en dirección al bosque, devorando todo a su paso. La hechicera cayó de rodillas a la tierra, empujada por la onda de expansión, sintiendo las llamas recorrer toda su anatomía en olas hirvientes que empezaron a agotar su energía.

La pelirroja siguió corriendo a través del arbolado, esquivando ramas, tropezando con raíces y huyendo del incendio que cada vez se acercaba más y más a ella. Ya podía sentir la temperatura del ambiente aumentar, calentando la parte trasera de su armadura. Alzó la mirada hacia el cielo y notó que casi ni parecía ser de noche, la misma oscuridad del cielo cediendo ante la potencia del fuego de Blanche de Aninthaia. Las copas de los árboles se comenzaron a mover por el ardiente ventarrón que provenía del Lago de Erium y las aves del lugar iniciaron su huida.

Llegó un momento en el que preguntó si lograría correr más rápido y por más tiempo, lejos de la letal ola de fuego que venía exterminando todo a su paso. Pero su respuesta a aquella ansiosa pregunta llegó tan pronto como apenas dejó de pensarla, puesto que tropezó y cayó de bruces sobre la tierra. Margery llegó a alzar la cabeza de nuevo solo para ver cómo las llamas llegaron a ella en un solo respiro.

Se hizo un ovillo en el suelo y dejó que el fuego la consumiera por completo.






Creo que ahora sí pueden tratar de respirar, pero algo me dice que les está costando.

Y... ¿qué les ha parecido todo este drama? Yo les dije, les advertí lo terrible que sería esta batalla y que no sé nada de piedad. ¡Pero no se desesperen! Tengo unas cosas más para cerrar esta historia y en verdad darles a los personajes (y a ustedes) la oportunidad de saborear esta amarga ¿victoria?

¡Feliz y sufrida lectura!






a-andromeda

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