Forense

Av harryegucci

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Una exigente médica forense, jefa de todo el área de investigación, se ve envuelta en una serie de desafortun... Mer

Sinopsis
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PARTE 2
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Av harryegucci

Había un sol que podía partir al medio la tierra. Los días de verano en el hospital eran insoportables, la bata no ayudaba con el clima y aunque tengamos unos aires acondicionados del tamaño de una lancha, había mucha gente en este edificio como para saciarnos a todos. También, los cuerpos venían con más olor del habitual, pues algunos estaban muertos en el rayo del sol, era carne asada. Ese era uno de loa chistes que siempre hacía Harry. Repulsivo.

-No hay manera. -Habló una voz gruesa abriendo la puerta de mi oficina, en forma de shock, separando las palabras. Al mirar hacia la puerta. Harry estaba con el pelo revuelto, un café en la mano y la camisa blanca abierta en el pecho. Dejó el café en mi escritorio y me besó la mejilla.

-¿Qué pasó? -Pregunté tranquilamente, probablemente era una tontería, Harry era dramático.

-No hay manera de que te veas tan bien hoy. -Me dio la mano levantándola un poco observando mi cuerpo, no vulgarmente, solo con sorpresa. -Y mira esa cara. -Señaló mi rostro sin soltar mi mano, había entrelazado nuestros dedos. -Es increíble, ¿qué es lo que haces?

-Detente. -Solté su mano para agarrar el café y prestar atención nuevamente al orden que estaba poniendo en mi escritorio, había papeles en lugares donde no debían. En mi oficina no hacía calor, más bien un poco de frío a causa de exceso de aire fresco que tiraba el aparato.

Sentí su mirada unos segundos más sobre mi perfil y después se sentó donde habitualmente, en frente del escritorio. Bostezó sin quitar la mirada de mi y volvió a sonreír.

-Acabó de pasar por neurología y me encontré a Sam y su asistenta hablando de un paciente que se había sobresaltado en su oficina por el resultado de una operación. La asistente estaba bastante molesta porque el paciente la había tratado mal. -Asentí quitando una carpeta rosada del cajón para meter un informe antiguo. -Y pensé; que suerte que tengo.

-¿Por trabajar con muertos? -Busqué el remate de sus eventuales chistes.

-Por tener una compañera tan bonita cuando se enoja.

-Eres muy molesto. -Lo miré mal, con un poco de diversión en mi rostro.

-¡Ves! Mira eso. -Me señaló acomodándose en la silla. -Mierda. ¡Qué suerte tengo!

-¿Qué pasa contigo hoy? -Carcajeé por sus constantes halagos.

-Solo es el enamoramiento.

Harry era más feliz en esas épocas. O por lo menos se veía más feliz. Nunca valoré lo suficiente sus palabras y el impacto que verdaderamente tenían, las tomaba como un vago intento de ligue. Hoy me doy cuenta que eran verdad, pensar que me veía de esa forma hasta me daba escalofríos y dolor de estomago.
Nunca le agradecí, nunca le correspondí. Nunca le dije que esas palabras me hacían sentir más poderosa y caminar con la cabeza alta durante toda la mañana. Porque que alguien te repita todos los días que los jeans te quedan increíbles, que te ves muy bien, que les gusta tu cabello, tu blusa, tu cara o cuerpo, sube bastante el autoestima. ¿Por qué nunca le agradecí? ¿Por qué nunca lo correspondí?

Hace mucho tiempo no me dice que estaba bonita, ni que agradecía tener a alguien como yo de jefa o compañera. Estaba segura de que lo pensaba, pero él no tenía fuerzas para decirlo. Podía ver en sus ojos la chispa de siempre, nunca nadie había tenido esos destellos cuando me miraba. Ni siquiera William, mi marido.

¿Cuál era mi maldito problema? Cualquier persona que le gusten los hombres le gustaba Harry porque con solo mirarlo irradiaba caballerosidad y si hablabas con él era lo más amable posible.

Él daría todo por mi sin pensarlo, realmente lo haría. Confiaba en mi tan ciegamente que me asustaba.
Algo en mi se marchitó pensándolo, porque aunque sabía que todo eso era una mentira, dolía como si no fuera.

Lloré y le pedí que dudara de mi, que desconfiara. Intenté decirle miles de veces que todo era mi culpa y él no tenía por qué protegerme de nada ni nadie.

En sus brazos me ahogué con el llanto por lo asquerosa que me sentía, en el sillón, junto a él. Sentía que dejaría de respirar en cualquier momento, el aire no entraba correctamente. Esto era todo mi culpa.
Le arruinaría la vida a Harry si no lo dejaba ahora, desde el momento en que lo conocí lo arruiné. No lo valoré lo suficiente, estaba ciega de ira con mi marido como para fijarme en otro hombre.

   Me susurró miles de veces que todo iba a estar bien, se lo negué. Porque no era solo el maldito accidente, era que lo había quemado junto a su supuesto amigo y le permitía violar cadáveres frente a mi. Yo misma hacía las malditas gestiones para que nadie lo notara.

-Vamos, amor. -Me corrió el pelo entre lágrimas y sudor. -Arriba. Vamos a la cama.

   Harry era tan bueno, demasiado iluso. Sus ojos verdes estaban llenos de preocupaciones y miedo. Lo que más me dolía era que no me tenía miedo a mi sino qué podría pasarme a mi, yo quería que me tenga miedo a mi.
   Me senté para besarle la mejilla, era la única forma de pedirle disculpas.

-Deberías irte.

-No. Vamos a dormir. Estás cansada, estás pasando por mucho. -Se levantó agarrándome las manos para que también lo hiciera.

   Quería gritarle que dejara de amarme. Quería que le duela tanto que no aparezca nunca más, que rehiciera su vida sin mi, que volviera con su ex esposa, con su hijo, a su antigua vida. No lo logré, eventualmente. Lo dejé quedarse y abrazarme tanto como quisiera.

La intimidad que tuvimos esa noche no recuerdo haberla tenido jamás con nadie. En la cama abrazados de tal manera que nuestras piernas quedaron totalmente cruzadas y sus labios a centímetro de mi oído repetían dulces palabras que me hacían doler el estómago. Cosas como; "Tranquila." o "Estaremos bien." Como si esto se tratara de una pareja en crisis o el problema fuera de ambos, en plural.

Por mi parte también lo acaricié y toqué todo lo que pude, porque decidí sería nuestra última vez.

Lo dejé besarme el cuello tantas veces como quisiera y hasta le dije que siguiera, haciéndolo sonreír. Con mis dedos le enredaba el pelo, sus manos también jugaban sobre mi espalda. El ruido que hacían nuestros besos era algo muy privado.

Cuando me miraba me hacía pensar en cómo las personas pasan a ser completos desconocidos, como el día que llegó y tuve que enseñarle miles de cosas, a dar la vida por el otro, ¿En qué momento uno se enamora tanto que no le importa si la persona ha asesinado a alguien?

-Tus ojos están muy hinchados. -Se rió de mi, inocente y suave. -Y tus cara muy roja. Pareces esos cadáveres que tienen hemorragias en el cerebro. -Solo hice una mueca de tristeza, pareció ser que me salió bastante real para que me abrazara aún más. -No, no. Eres muy bonita, cariño.

-Como un muerto con hemorragia cerebral.

-Pero versión caliente. -Besó mi hombro, sonriéndome tímidamente. Me pareció lo más lindo del mundo en ese momento, tal voz por mi sensibilidad. -¿Quién lo sabe? -Susurró.

-Solo tu.

-Vas a estar bien. -Repitió toda la noche, rozando sus dedos por mi piel desnuda. -Vamos a estar bien.

Sentía el fantasma de William en alguna parte viendo como Harry me acariciaba la espalda en nuestra antigua cama, los recuerdos de su sangre en la cocina y un dolor inmenso en mi pecho. La imagen de Harry sonriéndome, tocándome y tratándome como ningún hombre lo había hecho.
   Él quiso distraerme y hacerme sonreír toda la noche. Contaba chistes malos mientras jugaba con mis dedos y contaba anécdota de hace algunos fines de semana atrás.

-...entonces Sam comenzó a llorar y pedirle disculpas al barman. -Decía, rascándome la espalda suavemente. Yo solo oía porque no tenía muchas ganas de hablar. -Es que estaba tan ebrio que pensó que lo meterían a la cárcel por olvidarse de pagar. Creo que se hizo encima cuando lo detuvieron en la puerta.

-¿Tu pagaste por él? -Pregunté. Estábamos bastante cómodos y cerca como para arrepentirme de todo ahora. Más aún, me sentía segura y a gusto con una de sus manos acariciándome los huesos de la columna y con la otra el rostro mientras me miraba fijamente y me besaba la sien cuando lo creía necesario, como en ese mismo instante.

-Si, pero lo dejé sufrir un rato diciéndole que me lo había gastado todo. -Volvió a besarme. -Hueles a esa muñeca que solía tener Robert. -Plantó su nariz es mi pelo, aspirándolo. -¿Barbie pastelera? ¿Fresita?

-¿Era un buen olor?

-Claro. -Volvió a olerme. -¿Estás mejor, cariño?

-Si, pero quédate toda la noche conmigo.

Mierda, yo era la mierda. Había matado a mi marido, lo prendí fuego y estuve tiempo ocultándolo. Haciéndome la tonta. Hasta reconocí su cuerpo. Hasta le permití a mi cómplice violar a muertos.

Y me había enamorado del único hombre que me quería realmente, el que se sacrificaría por mi, mi maldito empleado. El ser más bueno y menos merecedor de todo esto en todo el planeta.

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