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By a-andromeda

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๐•ฎ๐–š๐–—๐–˜๐–Š๐–‰ ๐•ท๐–Ž๐–“๐–Š๐–†๐–Œ๐–Š | LINAJE MALDITO ยซ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ณ ๐˜ญ๐˜ฐ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜ฏ... More

CURSED LINEAGE
I
II
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XIV
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XXVI
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XXIX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
รREA GRรFICA
CONร“CELOS
AGRADECIMIENTOS

XXX

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By a-andromeda

"     Todo mi cuerpo
en esta primavera
encuentra su fuerza.     "
—M. P. Aristizábal.






                    Si Caitriona la llegara a ver en esos momentos, de seguro le daría un ataque al corazón, irrumpiría en medio del campo sin importar qué estuviera sucediendo y se la llevaría a rastras hasta encerrarla en su habitación o incluso en la Torre Norte. Ni siquiera ella misma podía creerse que estuviera usando ese tipo de ropa, y hasta se atrevía a pensar que quizá en otro momento, el mismo tipo de pensamiento de su progenitora se le cruzaría en la cabeza. Se sentía extraña, bastante pesada por el metal que la protegía, fuera de lugar y, para terminar, estaba usando por primera vez en su vida unos pantalones le resultaban excesivamente extraños. La tierna piel de sus muslos protestaba con cada roce de la áspera prenda, haciéndola sentir mucho más incómoda de lo que ya estaba.

Era claro que nada de lo que tenía puesto le pertenecía, de hecho, Sybilla se había encargado de prestarle las prendas. La talla no era suya y varias partes le quedaban algo sueltas, debido a que su musculatura no era trabajada como la de una guerrera y se asemejaba más a la de un enclenque escudero. Hasta llegar a sentirse como una impostora parecía hacer parte del paquete que representaba en esa tarde, ya que las insignias de Amcottes pintaban la armadura con orgullo.

Mientras trataba de terminar de organizarse el casco de manera que no le bloqueara la vista, para así poder ocultar sus notorias hebras rojizas recogidas, se perdió el momento exacto en que una pequeña audiencia se comenzó a formar a su lado derecho. Pierstom, acompañado de Sarai e incluso del mismísimo rey Damien, se habían reunido llenos de curiosidad por ver lo que sucedería a continuación. Estaban al tanto de lo que princesa quería hacer ese día, luego de que fuera informado que dentro de poco tendría que encaminarse a una incierta travesía, en busca de alguien que parecía odiar lo suficiente a la familia real como para haber puesto una maldición eterna.

Cuando Margery escuchó unos pasos acercándose a su posición, se volvió con un poco más de brusquedad y el peso de la armadura jugó en su contra, desbalanceándola de su centro corporal. Trastabilló hacia el lado al que se giró, pero logró mantenerse de pie a la vez que la guardia personal del rey amcottense la sostuvo por unos segundos de los brazos, incapaz de ocultar su risa, la cual fue acompañada por una más, pero Mary no la notó.

Las mejillas ya sonrosadas de la princesa se enrojecieron más y trató de mantener la compostura. O más bien recuperarla, porque en definitiva se había caído al segundo en que intentó mantener el equilibrio por sí sola y falló.

Ella había preguntado por eso, así que tendría que enfrentarlo hasta el final. Había llegado hasta allí y la verdad era que no tenía ni la más mínima idea de cómo deshacerse de todo eso que tenía puesto para después ir a refugiarse a la biblioteca. Así que no, ya no había vuelta atrás.

—¿Está segura de querer continuar, su alteza? —Preguntó la castaña de tiernas pecas salpicadas en su rostro, soltándola de los brazos y dando un paso hacia atrás para observarla mejor.

A pesar de que por un instante la pelirroja creyó que podría escuchar burla en su tono de voz, sus nervios se calmaron un poco al notar lo genuina que lucía la guerrera, al igual que sus palabras.

Sybilla tenía puesto un atuendo parecido al que llevaba por debajo Margery, más no la armadura como tal. La razón de aquella notoria diferencia era porque la princesa se había negado a aprender a manejar una espada sin protección, no solo para sí misma, sino también por miedo a que en un descuido su piel quedara descubierta y la castaña terminara muerta por su culpa.

Ya sabía que más adelante el rey Damien la odiaría, por lo tanto, no quería darle esa idea antes de tiempo, matando a su mano derecha con la maldición. Mucho menos cuando la amable y fuerte mujer había atendido a su llamado de auxilio y ya no le parecía tan intimidante como en un principio. Aun no se atrevía a considerarla una amiga, pero le alegraba haber podido pasar ya la etapa de conocidas, independientemente de que eso justo era lo que Ivo quería que ella hiciera.

—Completamente. —Asintió una vez con la cabeza, el casco removiéndose con la sacudida, por lo que tuvo que volver a acomodarlo.

Sybilla la miró con la cabeza ladeada y ojos pensativos.

—Tal vez sea demasiado. ¿Qué tal si se retira el casco? —Sugirió.

—Es necesario —respondió con rapidez —. Usted se está arriesgando demasiado con ayudarme.

—Está bien —cedió con un gesto amable.

La guerrera se retiró del improvisado campo al mismo tiempo que un joven hombre se acercó al lugar, llevando en manos dos espadas que entregó a la castaña. Tenía la armadura puesta, solo que esa vez su rostro estaba descubierto, dejando ver una mata de cabellos negros y lacios recogidos en una coleta baja.

Margery observó la fluidez con que los dos manipularon ambos objetos y halló consuelo en que quizás no sería tan difícil. Aunque claro, la mujer amcottense y el soldado ya habían tenido años de práctica, mientras que ella apenas tocaría una por primera vez en su vida. Tendría que concentrarse mejor en eso que en los pantalones que tenía puestos, ya que seguían siendo una tremenda molestia que la distraía y no era para nada digno cuadrarse la prenda en un lugar tan público y abierto a cualquier ojo.

—Sosténgala de aquí con ambas manos y deje reposada la punta en la tierra —instruyó Sybilla, encargándose de que la princesa tomara el arma como era debido —. Es pesada, por lo que la fuerza no puede salir solo de los brazos sino de su centro y de la articulación más fuerte de su anatomía, que es la pelvis.

Margery asintió, imitando la estancia que la crespa le estaba indicando, tratando de imaginarse cómo lograría siquiera levantar un centímetro del suelo la punta de la espada. Apenas la castaña la dejó sola sosteniéndola en la misma posición, la pelirroja supo de inmediato que lo que se proponía a hacer esa tarde sería más difícil de lo esperado.

—¿No sería mejor si empezara con las de madera? —Sugirió el príncipe mercibonense en un grito para ser escuchado.

La princesa se sobresaltó y sus ojos fueron a parar en la figura de su hermano, para luego recorrer los rostros conocidos de los demás presentes. Eso no había sido parte de su plan.

Se removió en su sitio, el sonido de la armadura en su cuerpo resultando mucho más extraño para ella, empero pronto volvió su atención a la espada que apenas podía sostener de la misma forma en que se la entregaron.

—¡No! Si alguien desea pasearse alrededor, no quiero que se burlen de mí ni piensen que soy yo —se quejó, provocando una ligera carcajada en su hermano y sonrisas en los demás.

—Créeme hermana, si te vieran en estos momentos igual se burlarían de ti. Princesa o no.

Margery resopló y miró hacia el cielo como pudo con el casco todavía mal puesto, mientras que el pelinegro, que no había sabido que se encontraba ante la presencia de la princesa, no pudo ocultar su sorpresa ante ello. 

—¿No deberías estar vigilando que nuestros padres no se enteren de esto? —Le recordó con molestia y por el rabillo del ojo, lo que alcanzaba ver, se dio cuenta que el joven soldado se había doblado en una apresurada reverencia.

—Dejé al bardo a cargo de eso —respondió encogiéndose de hombros y llevándose la atención de Mary.

—Pero Jaskier dijo que también vendría aquí a verla —dijo Sarai con confusión.

Y como si de un llamado se tratara, el castaño apareció y se acercó con rapidez al pequeño público, poniendo más nerviosa de lo necesario a la princesa. Si antes le costaba concentrarse en la labor actual que había escogido aprender, era fijo que sería la tarea más complicada de su vida gracias al grupo de personas que estaban ahí para, seguramente, reírse de ese momento por el resto de sus vidas después de que la vieran hacer el ridículo.

—Estoy condenada —determinó la princesa con rendición.

Sybilla negó con la cabeza, una expresión de entretenimiento en su rostro.

—No olvides avisarme cuando estés demasiado cansada —le anunció, alzando su espada con ambas manos y poniéndose en posición —. Mañana ensayaremos tiro con arco. ¿Lista?

Margery asintió y trató de alzar el arma como la guardia le había indicado, tratando de ver la imagen de la pecosa como un espejo. Sus brazos temblaron y sus muñecas dolieron a medida que fue alzando la hoja como pudo, el resultado siendo de seguro un gran empujón de ayuda por parte de los dioses que atendieron a sus plegarias silenciosas del momento.

—¿Vamos a entrenar a su alteza? —Preguntó el soldado de Mercibova, una expresión de completa sorpresa iluminando sus jóvenes rasgos.

—En estos momentos no soy una princesa, soldado...

—Jensen, alteza —respondió volviendo a hacer una reverencia, provocando una sonrisa de la princesa a pesar de la situación.

—Jensen —repitió, sintiendo que los músculos de sus brazos se entumecían por tratar de mantener la espada en posición —. Los reyes no van a saber nada de esto, ¿está bien?

El pelinegro asintió con rapidez aceptando el secreto con seriedad y se quedó en silencio y atento, aunque no se reunió con el príncipe y los demás, sintiéndose con mayor comodidad en ese lado.

—Su peso está mal, alteza. El enemigo apenas tendría que blandir su espada en su dirección y usted perdería el equilibrio, quedando en una posición vulnerable —informó la guardia, entregando su arma devuelta al joven para acercarse a la pelirroja y corregir su postura y agarre —. Doble un poco las rodillas y aproveche el peso que le da la postura, pero no se deje enterrar a la tierra. Un soldado es firme y ligero sobre sus pies.

Sybilla le enseñó lo básico: postura, agarre, balanceo y equilibrio. Lo que la pecosa hacía ver como el más natural de movimientos, como lo sería caminar o hasta correr, la pelirroja lo replicaba con torpeza, no solo porque aun no sabía bien lo que estaba haciendo, sino que el peso extra de la armadura complicaba su proceso.

Para que las cosas quedaran un poco más claras para Margery, la castaña aprovechó la presencia de Jensen, quien parecía bastante feliz con el simple hecho de participar. Además, el pelinegro tampoco podía creer que estuviera en presencia de la princesa en un ambiente tan informal. Todavía recordaba cuando ella trató de esconderse detrás de una de las pesadas banderas de los pasillos del castillo, unos días atrás, y él le ayudó como pudo a permanecer oculta.

Tiempo después, Mary estaba sudando, su cuerpo cansado y adolorido, algo que muy raramente sucedía con ella. Estaba demasiado agotada, de una manera que nunca antes había podido experimentar hasta ese día, pero al mismo tiempo, la adrenalina de tener la oportunidad de vivir eso la había hecho sentir viva.

Su público improvisado se dispersó después de unas cuantas risas y ruidosos comentarios por parte de Pierstom, hasta que en el lugar solo permaneció Sarai, quien siempre estaba cerca de la princesa.

—Bien. Más alto —indicó Sybilla, posicionándose al frente de Margery con su espada lista también —. Ahora veamos si puedes bloquear un primer ataque sencillo.

Los ojos de la princesa se abrieron de sobremanera, aunque nadie pudo notarlo gracias al casco que portaba.

—No puedo —contestó de inmediato —. De una vez te aseguro que no puedo.

—¿Cómo hacen las mujeres mercibonenses para defenderse? —Preguntó con confusión —. No he visto a ninguna usar algo aparte de vestidos ni sostener algo más que una copa de vino, telares o joyas.

La pelirroja frunció el ceño, casi sintiéndose avergonzada ante el comentario tan auténtico por parte de la guardia. No había ni una pizca de mentira en sus palabras, pero de todas formas, calaron hondo en ella. En verdad había estado viviendo en un mundo tan, pero tan pequeño.

—Eh... dejamos que los hombres se encarguen —contestó volviéndose a mirar a Jensen, quien asintió de inmediato, de acuerdo con sus palabras —. ¿Así no es en Amcottes?

Sybilla negó con la cabeza.

—Desde antes que su majestad, el rey Damien, tomara la corona, nuestros reyes siempre se habían encargado de enseñar a hombres y mujeres por igual las bases de lucha —comentó mientras que Margery absorbió con cuidado la información que le fue suministrada —. Incluso nuestras reinas han formado parte del campo de batalla y desempeñado un papel importante para las victorias.

La princesa asintió en silencio, verdaderamente impresionada con lo que acababa de aprender. Casi ni lograba comprender la razón por la que Damien parecía tener sus intenciones claras con ella, porque algo le decía que el hombre de seguro preferiría a alguien quien pudiera como mínimo alzar una espada sin que los brazos le temblaran por el esfuerzo.

A los pocos segundos volvieron a concentrarse en la lección una última vez para después dar por terminado el entreno de ese día.

Solo tenía una semana aproximadamente antes de que tuviera que partir al Bosque de Las Sombras acompañada de Geralt y unos cuantos otros soldados. Necesitaba sentirse un poco más lista y segura de poder ayudar. No tenía dudas que Sybilla estaba haciendo lo posible para ello, teniendo paciencia y hasta disfrutando el proceso de enseñarle a la princesa algo que resultaba tan ajeno en su cultura: una mujer que sabía cómo sostener su espada y defender su posición.

La razón de ello estaba oculta en que la guardia personal del rey amcottense había creído al principio que Margery de Mercibova no tendría madera para convertirse en su reina. Ella no era ciega y conocía a Damien, de tal manera que sabía que el hombre estaba desarrollando afecciones románticas hacia la pelirroja. Por lo tanto, estaba contenta de poder cambiar su opinión de la princesa y estaba encontrando un potencial que sabía que ella todavía no conocía, pero que pronto le ayudaría a ver.



Después de la descarga de energía que tuvo en la tarde durante el entrenamiento, la llegada de la noche fue perfecta para ella poder escabullirse una vez más.

A pesar de sentirse físicamente cansada y casi incapaz de moverse, eso no había sido suficiente para que terminara su día, puesto que en esos momentos se encontraba en la biblioteca sola. Estaba sentada en su mesa de siempre, inclinada hacia la misma con una pluma en su mano izquierda, concentrada en las palabras que estaba plasmando sobre el pergamino amarillento. La luz de la vela se tambaleaba un poco, pero gracias a la cercanía de la misma, no tenía ningún problema para poder seguir escribiendo.

Llevaba bastante tiempo haciendo lo mismo, puesto que el mensaje que quería transmitir era bastante largo y parecía tomar cada vez más fuerza a medida que avanzaba. La sensación de culpa podía permanecer para siempre en el cuerpo de una persona. Podía ser camuflada en diferentes actitudes, oculta en palabras falsas o incluso puesta a la fuerza en manos de alguien más, pero la verdad no podía permanecer escondida por mucho tiempo. Así que la culpa en realidad también podía ser un detonante de distintas acciones cuyas consecuencias no se podían predecir bajo ninguna circunstancia, al menos no hasta que fuese demasiado tarde.

Su enojo ya había arruinado algo; no podía dejar que su culpa lo terminara de destruir por completo.

Jaskier tenía tenía razón y quizás fue el último aliento que necesitó para que por fin ella se dedicara a hacer tal carta. Si no podía enfrentar a Geralt en persona, tal vez por medio de palabras escritas fuera lo que le sirviera mejor esa noche.

Después de leer su disculpa, el brujo podría tirar el pergamino, romperlo o lo que fuera, pero al menos no sería en presencia de Margery. Y ella en verdad quería protegerse por medio de aquella incertidumbre de qué sería lo que el rivio haría al respecto y quizás tener la oportunidad de fingir que nada sucedió después de hacer su entrega.

Al momento en el que escuchó unos cautelosos pasos, la princesa detuvo su mano y alzó la cabeza. Se giró sobre la silla hacia todas las direcciones posibles, esperando que la persona que acabara de ingresar a la biblioteca mostrara la cara, pero solo obtuvo silencio como respuesta, pasados unos segundos.

Frunció el ceño y achicó los ojos, como si de esa manera pudiera ver mejor entre los estantes de libros y esquinas oscurecidas, desprovistas de luz de las antorchas. A pesar del misterio que pareció rodearla en ese instante, no tuvo la fuerza suficiente para sentirse atemorizada y pronto se volvió a concentrar en su trabajo. Quería dejar eso listo para secarse, doblarlo y pedirle el favor a Sarai o al bardo de que entregara la carta a Geralt. Entre más pronto se disculpara y pudiera dejar aquella fatídica noche atrás, más rápido dejaría de sentirse tan mal.

Antes de que su pluma volviera a hacer contacto con el pergamino, los pasos se volvieron a escuchar y la mano izquierda le tembló, dejando caer tinta en el espacio y dañando la palabra que había dejado a medias. Soltó un suspiro molesto y dejó el material en el frasco de tinta negra, para después de levantarse y girarse hacia el sitio en el que estaba escuchando los pasos.

Esa vez no se detuvieron y Margery no dudó en deshacerse de los guantes y alzar sus manos en dirección la persona que se estaba acercando. Mientras esperó, los vellos de su nuca se alzaron y un escalofrío recorrió su espalda. Su cabeza se giró de forma inconsciente hacia su derecha, teniendo la leve impresión de ser observada desde ese ángulo, pero aquel pensamiento quedó pronto en el olvido cuando la voz del rey amcottense llamó su atención.

—Perdona, no quería asustarte —dijo el hombre y se detuvo justo cuando la luz anaranjada bañó su figura, e hizo un gesto hacia las extremidades superiores alzadas de la pelirroja.

—Tranquilo, no pasa nada. Normalmente solo soy yo a estas horas aquí —explicó volviendo se cubrir sus manos con la prenda correspondiente —. ¿Necesitas algo?

Damien parpadeó y de repente lució bastante nervioso.

—Quería saber si te gustó tu regalo —consultó, cruzando sus manos en la parte posterior de su cuerpo, evitando un poco la mirada verdosa de la fémina.

—Ha sido un encantador detalle de tu parte. —Una amable sonrisa se formó en sus labios a la vez que movió su cuerpo hacia un lado, con tal de no dejar a la vista del hombre la carta que estaba escribiendo a Geralt —. Todavía no les he dado uso, pero admito que estoy ansiosa de hacerlo pronto. El material es... de calidad.

El castaño claro asintió con una media sonrisa, luciendo satisfecho con sus palabras y se acercó unos cuantos pasos. De todas formas, logró mantener su distancia para no incomodar a Margery, a sabiendas de que no sería algo bien visto si los encontraran tan cerca y completamente solos en un lugar como ese. Solo ellos dos sabían qué estaba sucediendo, pero el ojo chismoso y el oído sordo crearían caos a partir de conclusiones erradas.

—¿Estás preocupada? —Preguntó de repente, luego de unos pocos segundos en silencio, tomándola desprevenida.

—¿Disculpa? —Alzó una ceja y decidió tomar asiento, haciendo una seña para invitarlo también a él.

El rey terminó de borrar la distancia y tomó asiento en una de las silla que quedaban al otro lado de la mesa, para poder queda al frente de la princesa.

—Sobre el viaje —aclaró —, que es por eso que quieres aprender a pelear.

—Tengo la leve impresión de que es algo necesario, sin importar si es por la búsqueda de la hechicera o no —determinó con simpleza, removiendo los papeles de la mesa, cuidando de no mancharlos. No quería que tuvieran una visión directa a los curiosos ojos del castaño.

Ante sus palabras, un extraño brillo se hizo presente en la mirada esmeralda de Damien, al igual que una pequeña sonrisa que curvó el lado derecho de la boca masculina. Sintiéndose casi acongojada por la atenta mirada del hombre, su cabeza comenzó a trabajar con rapidez, buscando ideas para poder cambiar la conversación de dirección. Tomó asiento y se retiró el cabello de los hombros.

—Escuché que estabas aconsejando a mi padre para planificar nuestras defensas —comentó, sabiendo que había ingresado a un territorio delicado. No sabía si el amcottense hablaría de ello o se cerraría por completo, aunque en verdad esperaba que fuera la primera opción.

Él asintió.

—Lo sé. Alcancé a verte paseando de puntillas alrededor.

Sin poder evitarlo, su semblante cayó y una corta expresión de pánico que trató de ocultar, se hizo presente en su rostro. Desvió su mirada hacia sus manos, las cuales ahora tenían los dedos entrelazados sobre su regazo, solo para ganarse tiempo. 

Aunque la palabras de Damien sonaron tranquilas, Margery de alguna forma temía que él supiera lo que ella estaba haciendo a espaldas de todos. Después de ser anunciado lo que tendría que hacer para romper la maldición, Ivo había comenzado a presionarla más, de manera que la princesa tuvo que empezar a ser más atrevida en sus movimientos para poder escuchar lo que parecía ser importante para el pelinegro.

—¿Qué dirías sobre lo discutido? —Inquirió Damien con amabilidad y curiosidad, posando toda su atención en ella. La fémina parpadeó estupefacta —. ¿Dirías que hay algo que debe ser re-evaluado o cambiado?

Si fuese alguien más que le hacía tal pregunta, alguien como su padre o la reina, la pelirroja se habría acobardado y cambiado de tema. Tal vez haría un comentario encantador con el fin de desviar el tema y tomar control de lo que sería discutido a continuación. Pero esa noche no quería hacer eso. Quizás pudiera llegar a ser una conversación real con el rey de Amcottes, quizás lo que ella pensara en verdad valiera la pena, justo como él le estaba haciendo creer en esos momentos. Por una vez, no quería centrarse en las consecuencias de lo que diría o recibiría a cambio. No quería hacer notas mentales, no quería fingir, no quería no saber.

No quería seguir siendo un peón en los planes de Ivo de Timatand. Por una vez, quería hablar sin estar pensando en eso.

—Una de las rutas que escogieron para transportar raciones para el ejército...

—Sí. —El castaño se inclinó hacia el frente, en un sutil gesto de invitarla a continuar.

—Pasa por un puerto de montaña —prosiguió, ganando un poco más de confianza a medida que habló —. Alysion los detectará con facilidad desde millas de distancia y quedarán vulnerables. Serían masacrados.

Damien soltó una corta risa y asintió en acuerdo a lo dicho.

—Tom no exageraba cuando indicó que eras mucho más inteligente que la mayoría de consejeros que estaban a su disposición.

—No es de nuestra cultura que una mujer haga parte de tales reuniones —dijo a modo de respuesta, un tono de resignación en cada palabra. Ella solo había asistido a una, pero eso fue muchas noches atrás.

—Si hubieras extendido tu intrusión un poco más de tiempo, habrías escuchado que la ruta de la que hablas es un señuelo —explicó apoyando sus codos sobre la mesa, poniéndose más cómodo en medio de la conversación —. Habrá un pequeño ejército marchando desde el lado oeste del paso, viajando a través de los espesos bosques como cobertura, para así atacar a las fuerzas de Alysion.

Margery sonrió ante su ingenio.

—Estás a la altura de tu reputación —halagó ladeando la cabeza.

—Temo lo que has escuchado de mí —admitió, agachando un poco la mirada para luego negar con la cabeza.

—Solo que nunca has perdido una batalla... y que ningún otro rey ha entendido el arte de la guerra más que tú. Nada más —concluyó encogiéndose un poco de hombros, acompañada de una pequeña risa. Damien la secundó.

—No hay presión.

—Para nada.

—Los rumores me dan demasiado crédito. Quisiera que no me juzgaras por medio de palabras de otros —opinó pasándose una mano por el cuello.

Si no fuera porque la iluminación era relativamente poca, él estaba seguro que la princesa podría haber visto sus mejillas sonrosadas, debido a la pena que sintió con la simple idea de que ella parecía haber mostrado un interés de querer saber sobre él.

—Bueno, parece justo —contrarrestó Margery —. Después de todo, tú y mi hermano dicen ser viejos amigos, así que yo temo por lo que él te habrá dicho sobre mí.

—Por el contrario: Tom habla demasiado bien de ti. Siento como si te conociera incluso desde antes de nuestro primer encuentro.

Al darse cuenta del tipo de palabras que salieron de su boca, Damien abrió los ojos con sorpresa y Margery le igualó la expresión. Los dos se quedaron mirando unos segundos en silencio al rostro. Estaba claro que la había tomado desprevenida por segunda vez esa noche.

En cuanto vio que el castaño se relamía los labios, preparándose para volver a hablar, ella no pudo mantener el contacto visual y se puso a organizar las cosas de la mesa. La necesidad de querer salir pronto de la biblioteca se presentó en la fémina, por lo que reunió los pergaminos en desorden, dado que no quería tomarse más tiempo ahí y se levantó de su sitio de golpe. El rey la imitó y ella casi se encogió en su lugar, pero no por miedo a ser lastimada —de alguna forma sabía que él no se atrevería a dañarla—, sino por miedo a verse vulnerable en frente de él.

Ya no sabía qué más decirle. Ya no tenía ganas de seguir hablando. Sabía que le costaba comunicarse con tranquilidad con él gracias a las circunstancias bajo las que lo hacía. Pero al mismo tiempo, había una energía diferente en sus charlas, distinta a la que ella experimentaba cuando hablaba con Johannes, en quien veía y percibía una clara amistad. No obstante, no sabía qué ver ni percibir con Damien.

—Perdí a mis padres cuando aún era un niño —comenzó a hablar de nuevo, aunque la pelirroja no comprendió al principio a qué quería llegar con eso —. Mi reino estaba en guerra, mi pueblo en peligro. No tuve tiempo para mucho más. Y la corona me pesaba demasiado.

Lo nerviosos movimientos de la princesa llegaron a un fin, mas no alzó la cabeza para mirarlo. Una pequeña idea se empezó a formar en su cabeza sobre adónde quería llegar Damien, pero así como se le ocurrió, la descartó por temor.

—Como rey, sé que tengo el lujo y el privilegio de elegir mi propio futuro de una manera que tú no. He hecho muchos sacrificios por mi reino. Por eso, mi gente está a salvo y es fuerte. No necesito una alianza para protección porque me aseguré de eso.

—¿Esa es tu manera de despedirte? —Trató de aligerar el ambiente, sintiendo que los latidos de su corazón llegarían a ser escuchados por el amcottense.

Por un momento en verdad le preocupó que el castaño terminara pronto su estadía en Mercibova. ¿Qué le diría a Ivo si así fuera? ¿La obligaría a decirle a sus padres que quería desposar a Damien de Amcottes?

—Me hice una promesa. —Rodeó el espacio que los separaba de la mesa y se acercó hasta estar a solo unos pocos pasos de la fémina, deteniendo, sin saber, la línea de pensamientos de pánico que se desató en la cabeza de la mujer —. Una promesa de que cuando llegara el momento, no me casaría por mantener la paz de mi reino o para hacer mi corona más fuerte. —Una exhalación temblorosa brotó de la boca de ambos, mientras que los ojos de Damien no se cansaron de buscar los de ella —. Me dije a mí mismo que solo me casaría por amor.

Fue ahí cuando Margery sintió que no podía respirar, incluso cuando su espacio personal no estaba siendo invadido.

—Me retiraré a mis aposentos y pienso que debes hacer lo mismo —aconsejó comenzando a darle la espalda.

La expresión del hombre decayó.

—He hablado de más.

—Sí. —La pelirroja asintió y se dedicó a mirar al suelo.

Pero Damien no retrocedió ante el desafío. Rememoró cada uno de los cortos momentos compartidos con la princesa e hizo un recuento de todos los detalles que pudo atrapar poco a poco. Apretó la mandíbula mientras se dedicó a pensar las palabras que elegiría con cuidado.

—Creo que estás tan centrada en la política del matrimonio que te has convencido de que el amor y el deber no pueden coexistir.

—¡Estás hablando de cuentos de hadas! —Exclamó dando media vuelta para enfrentarlo.

¿Cómo se atrevía él a hablar de tales cosas como si ella fuera la ignorante en la situación? Ella no era ajena a los sentimientos; lastimosamente, era una sobreviviente y, justo como él había dicho minutos atrás: una mujer en su posición no tenía el privilegio de escoger lo que deseara por amor. Ella tenía el derecho de pensar de tal manera porque tenía que hacerlo para así poder protegerse. A diferencia de la popular creencia, Margery debía sacrificar su felicidad por el bien de los demás.

Sin esperar a que él contestara, lo esquivó y empezó a dirigirse hacia las puertas de la biblioteca. La conversación había tomado un rumbo incómodo y no tenía deseos de seguir transitándolo. Le resultaba doloroso, molesto e injusto. No obstante, el castaño no se quedó quieto y la siguió, igualando su caminar, pero no tomándose al atrevimiento de tocarla; jamás lo haría sin su consentimiento.

—¿Te asustan mis palabras porque no sientes nada o porque nunca esperaste amor? —La confrontó.

Margery se detuvo y lo miró con enojo e incredulidad a la cara. Su ceño fruncido, su nariz arrugada y las mejillas encendidas por la frustración. El agarre sobre los pergaminos que sostenía se intensificó y tuvo que recordarse que no podía dañarlos, a pesar de encontrar un ardiente deseo de querer hacerlo.

—No sabemos nada el uno del otro —determinó, luchando por mantener la compostura —. Sin embargo, tienes la osadía de hablarme de amor y matrimonio en una misma frase —finalizó, cada palabra siendo pintada por un tono ofendido.

—¡Todo lo que he hecho es luchar por conocerte! —Arguyó con ambas cejas alzadas, dejando salir el chasco en sus palabras —. Pero no lo haces fácil, Margery. Puedes hablar y conversar encantadoramente, pero puedo decir cuánto te proteges y cómo no confías en nadie.

La princesa lo odió en ese momento por decir tales palabras tan verdaderas en su cara. Eran solo un recuerdo más de lo que debía hacer para proteger a sus seres queridos. No confiar y cargar con el peso de la verdad y la mentira sobre sus hombros. Un recuerdo más de lo que debía hacer con lo poco que alcanzara a saber de Damien y su reino.

—Me temo que si te casaras conmigo... me verías como tu alcaide, no como tu marido.

Los ojos de la joven mujer se aguaron ante sus palabras y tragó saliva con dificultad.

—Y yo temo que si te casaras conmigo, te decepcionarías cuando te dieras cuenta que no soy la mujer que has conjurado en tu mente.

Damien sintió que su corazón se saltaba un latido ante la acusación en lo dicho por la princesa, pero antes de que pudiera decir algo más, la pelirroja tomó la oportunidad para salir con rapidez de la biblioteca. El castaño resopló con cansancio, pasándose una mano por el rostro, en un inútil intento por quitarse de encima la frustración, completamente ajeno a la atenta mirada de unos ojos brillantes que observaron ocultos toda la interacción.






Hay dos moods en el capítulo de hoy, yo lo sé jajajaja¿Qué tal les pareció?

Ahora solo me queda decirles que se abrochen los cinturones porque entraremos a una etapa crítica, donde por fin habrá guerra, sangre, muerte y magia :D ¿Ya dije que también habría muerte? ¿Sí? ¿No? Pues les cuento que va a pasar de todo y quizás no estén listxs jijijiji

Muchas gracias por el magnífico apoyo, espero que les haya gustado el nuevo capítulo.

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¡Feliz lectura!






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