Antes de dormir

By naniv19

936 85 9

Si hay una cosa que todos hacemos es: crear historias antes de dormir. No lo niegues, vamos, tú también lo ha... More

Una historia más.
Verdades mentirosas.
Confesión a La Mujer de Ojos Marrones.
Pequeños momentos
Mundana

Los príncipes azules no existen.

217 24 2
By naniv19

 —Cierra los ojos, ¿bien? Te prometo que cuando los abras ya todo volverá a ser normalhabía dicho.

Pero no fue así.

Aquí me encontraba yo, en contra de mi voluntad, yendo a un país extranjero por estudios "mejores". Todo el vacío que sentía no se comparaba con el sufrimiento de miles de individuos juntos, era como si estuviera cometieron el peor crimen: dejar a mi familia.

Mi madre era una mujer fuerte. Estaba de acuerdo superficialmente y sabía que poseía de la mejor mascara jamás empleada contra la sociedad, aunque sabia cuanto odiaba dejar a su hija ir a otro país, con personas desconocidas, con experiencias ignoradas y con un futuro incierto. Para mí, era como traicionarla.

Lo cierto era que nuestro país estaba pasando por una crisis en la que la mayoría buscaba huir en busca de un futuro que podían conseguir en cualquier sitio, ¿saben? ¡La mentalidad de las personas es tan moldeable! Lastimosamente, yo entro en ese grupo. Con apoyo de algunas ideas manipuladoras y consejos de doble filo tales como "Piensa en unos cuantos más, no podrás salir a la calle sin correr peligro." O "¿Cómo criarás a tus hijos en un ambiente como este? No consigues ningún producto" me dejé envolver entre ese grupo de cobardes que huyen por una mentira. Mi mente estaba tan manipulada como el resto y me avergonzaba de ello, pues, siempre me consideré diferente a los demás y hoy en día ejecuto acciones que nunca pensé hacer.

—¿Desea tomar alguna de nuestras bebidas? —preguntó una morena azafata que llevaba un carrito con muchas bebidas.

—No, gracias. —Sonreí y coloqué mis audífonos de nuevo en el orificio de mis oídos.

La música me embargaba en un ambiente aun más sombrío, haciendo que mis pensamientos sean totalmente deprimentes y dignos de ser ignorados. El compañero de asiento que me tocó estaba bebiendo una coca-cola que le acababan de servir y me pilló observándole. Era un tipo alrededor de unos 35 años, empresario con traje que seguro era esperado por una linda familia... o simplemente era un soltero que le tenía ideas zoofilicas a su perro, ¿quién sabe?

Inundarme de pensamientos insólitos era una manera evasiva que normalmente empleaba para dejar de pensar asuntos que eran aterradoramente depresivos. Por la ventanilla podía apreciar una linda y panorámica vista del azul más esplendido jamás observado que era interrumpido con pequeñas nubecitas de color blanco dándole un aire de libertad al cielo. Siempre me había gustado el cielo, era como liberarse de tantas cargas a la vez, ser libre al fin. La primera vez que me sentí libre fue cuando tenía alrededor de seis o siete años de edad, me había subido en una avioneta de modelo cessna, solo de cuatro puestos y fue la experiencia más emocionante de mi vida. La sensación era como quitarte mil kilos de encima y flotar como un pájaro, planear sobre todos y observar a las personas que desde esa altura parecieran pequeñas hormigas esparcidas por toda la ciudad.

Con la concentración puesta en mis pensamientos no me di cuenta del tiempo, por lo que cuando la azafata me habló para informarme que habíamos llegado fue una sorpresa que alertó todos mi sistema nervioso.

Bienvenida a la maravillosa Francia, Ella. Pensé.

Bajé del inmenso avión con nerviosismo y seguí la fila de pasajeros que se aglomeraban para ir a buscar su equipaje, el cual tardaría un poco para que lo desembarcaran. Caminé al interior del aeropuerto y luego de tanto esperar, al fin, tenía mi equipaje en mi poder. Era hora de encontrarme con mi hermana.

Ella se había ido unos cuantos años atrás en busca del amor verdadero, lo insólito del caso es que lo encontró y ahora era felizmente casada con un francés de lo más lindo. Reí para mis adentros. Esperaba que me extrañara tanto como yo a ella, mis nervios estaban carcomiéndome.

En un lejano punto logré visualizar un gigante cartel que decía "La princesa de mi vida" y fue lo más tierno que pude visualizar jamás. Una chica se acercó corriendo el sujeto del cartel y se abrazaron tan desesperadamente y en mitad del abrazo volador se fundieron en un beso.

Se me escapó un suspiro. El amor.

En cambio, cuando me enfoqué en buscar a mi queridísima hermana, me di cuenta de un cartel moderado que tenía escrito "La enana conocida como Leche en polvo" y tras aquel papel estaba ella: la amorosa, fastidiosa, alegre y extrovertida hermana que había extrañado por tanto tiempo. Era Catherine.

Y sí, soy conocida como leche en polvo ya que soy blanca como la leche, aunque lo del polvo aun no lo termino de comprender.

Corrí hacía ella y la abracé con tanta fuerza que se quejó minúsculamente en mi oído.

—Lo siento, es que te extrañé tanto. Pensé que me dejarías aquí abandonada. —dije.

—Ni creas que no se me pasó por la mente, pero Sebastian no me dejó. —Sebastian era su esposo, el cual nos estaría esperando en casa—Vamos.

Comenzamos el recorrido hacia la salida del aeropuerto, todo hacían lo mismo lo cual daba poco espacio para caminar y era inevitable que tropezaran algunos con otro. Una figura masculina dio un giro inesperado en mi dirección que casualmente me tomó desprevenida de manera que chocamos y nuestros pies al enredarse provocaron nuestra caída.

Mi cuerpo quedó sobre algo, y ese algo era el hombre.

Oh. Por. Dios.

Habíamos quedado como en una típica película, que vergüenza. Sus ojos me miraban fijamente, eran de un color verde muy bonito que irradiaban inocencia. De un momento a otro se formaron unas pequeñas arruguitas alrededor de ellos. Él estaba sonriendo.

—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...—repetía mientras me levantaba de esa incómoda posición. Nos logramos poner de pie.

—No te preocupes, ¿estás bien? Fue toda mi culpa, aunque tu cara de asombro no tiene precio. —rió.

—Estoy bien, gracias. Hasta luego...—hice suposición de irme pero me detuve— espera, ¿estás bien tú?

—Perfectamente, soy Matías.

Le observé. El sujeto aparentaba unos veinte años, tenía una descuidada barba de tres días y su cabello azabache estaba colocado perfectamente en todas direcciones. Era el rostro más bonito jamás visto. ¿Te casarías conmigo, bebé? Creo que tendríamos unos hijos de los más tiernos, con ojos hermosos. Vaya, que efecto causa en mi, pensé.

No podía dejar de mirar esos ojos. La parte que me atrapa totalmente de alguien es su mirada, se dice que refleja lo imposible de decir.

Me reí.

—No pedí tu nombre.

—Oh, creí que me pedías que me casara contigo a través de la mirada. Todas hacen eso. —Fruncí el ceño perpleja. What the...?— Calma, solo bromeaba... vale, creo que ella te espera. —Volteé hacia atrás y allí se encontraba mi hermana mirándome con una ceja levantada. Estaba divirtiéndose con la situación. Que hija de su mama.

—Creo que es hora de irme, hasta luego. —tomé mi maleta y caminé hacia Catherine que ahora tenía una sonrisa no disimulada en su rostro.

Uno. Dos. Tres pasos conté antes de que el chico volviera a interrumpir mi caminata.

—¡Espera! Yo... yo si quiero saber tu nombre.

—¿Y qué harás con él? ¿No es preferible pedir el número de teléfono? —Matías me miró perplejo.

—¿Me lo darías? —Su cara me mató, era tan inocente. Parecía un niño en cuerpo de hombre, de repente su emoción por tener mi número se hizo presente. Me reí.

—Oh por Dios, claro que no. —Volví a reír— Soy Ella.

Esta vez si me encaminé hacia la salida en un recorrido exitoso sin interrupciones junto a mi hermana, donde detuvimos un taxi y Catherine dio su dirección. El conductor introdujo las maletas en el auto y luego nos abrió las puertas para llevarnos a nuestro destino.

Aún pensaba en aquel chico de ojos verdes. Ese acontecimiento tan... como salido de una novela.

No, no podía ser. Las novelas y cuentos reflejan príncipes azules.

Y, los príncipes azules no existen.

Hacia un clima hermoso en el lugar, el cielo azul, la brisa fresca, la fluidez de aquel lugar prometía el futuro que jamás se convenció a tener. Quizá la vida me estaba sonriendo. Antes de que el taxi arrancara pudo visualizar la silueta de aquel inoportuno muchacho con el que había chocado, iba saliendo del aeropuerto y casualmente él la miró a ella.

Sonrieron.

Esperaba volver a encontrar a ese hermoso chico de ojos inocentes.

Cuando finalmente llegaron a su destino pudo desempacar y echar un vistazo en la vida que llevaría ahora. Se repetía mentalmente que no podía ser tan espantoso. Estaba con su hermana y eso siempre la había alegrado inmensamente. La extrañaba y ahora que la tenía cerca no iba a desaprovechar oportunidad de ser una mal agradecida por tener tanto.

Era sábado por la noche y el lunes tendría que comenzar sus estudios en la academia de Bellas Artes. Una apasionada por lo artístico, estudiando en el instituto soñado, en la ciudad soñada, con la vida soñada ¿eh? Al parecer tenía lo que todos querían.

—¡A celebrar! Vamos. Tenemos que pasar una noche a lo grande, no todos los días llega tu hermanita a vivir contigo. Vístete, muévete, no te veo, ¿estás lista? Corre, corre. —Sí, así era ella.

Lo veía venir, teníamos que descargar los nervios de alguna manera y lo mejor era ir a bailar así que hice lo que me ordeno y luego de una hora los tres íbamos vía a la disco más cercana. Sebastian era un sujeto hablador y chistoso por lo que pasamos todo el viaje muertos de risa.

—...y, entonces, mi amigo vomitó encima del director del instituto. —rió— Fue el mejor año de mi adolescencia. —Todos carcajeamos— Bien, hemos llegado, señoritas.

El lugar era esplendido, todos sus laterales eran cubiertos de vidrios por donde se colaba una distorsionada imagen del interior gracias a la versatilidad de luces que allí había. La música era provocativa y con un susurro inaudible me llamaba hacia el interior. Todo el ambiente era digno de presenciar. Al entrar, el ritmo acudió a mí y caminamos hacia una de las mesas al son de todos los cuerpos sudorosos que bailaban por doquier.

El tiempo pasó entre copa y copa con excusa de mi llegada y al cabo de un par de horas mi hermana ya se había olvidado de mi mientras bailaba con su esposo y provocaba a otros hombres que la miraban con deseo porque no podían tenerla para ellos. Babosos, pensé.

—¿Quisieras bailar? —Un hombre de cabellos dorados y ojos de cielo me miraba con una sonrisa de príncipe. Esperen, ¿qué? La descripción perfecta para el amor de sus vidas, ¿no? Pues no, no.

Los príncipes azules no existen.

En aquel momento cualquier se siente halagada, hasta yo. Le acepté la invitación y fuimos a bailar. Me trataba con dulzura, en realidad comencé a contradecirme: quizá y los príncipes azules si existen. Pero en medio de una canción no tan movida su mano cometió el error más patético de su vida: el hombre trató de agarrarme una nalga.

Desgraciado. Hijo de...

—Hey, más respeto, hombre. —le solté. Y me fui de allí.

Estaba molesta. Decepcionada. Frustrada. En realidad, aterrada. ¿Es que no existían hombres con moral hoy en día? Esa noche se arruinó en ese momento, desde allí otros me invitaron a bailar incluso a unos tragos pero ninguno logró quitarme de la mente unos ojillos de color inusual.

Lo que era extraño. Ya los tragos se me habían subido a la cabeza, creo que era hora de irnos. Y así, antes de las cuatro de la madrugada ya nos encontrábamos todos durmiendo plácidamente en la comodidad de nuestro hogar.

Esa noche soñé con él.

El domingo no pasó nada inusual aparte de morir de nervios que eran causados por el estresante día de comienzo en el instituto. Recurrí a la lectura y me dejé llevar por las mentiras literarias que eran conocidas y anheladas por todos: el amor.

Al ser un tema tan cliché y tan repetido se crean confusas conceptualizaciones, aunque la verdad es que: no existe tal mentira. El amor no se puede definir, es algo tan perfectamente surrealista que crea más preguntas que respuestas. Las metáforas que lo incriminan como el canto de un pájaro, las mariposas en el estomago y la belleza de la vida son tan insólitas como estúpidas. Era una persona totalmente lógica y apuesto que el día que me cruce con el amor de mi vida, lloverán papelillos y sonará la música más angelical que he escuchado jamás. Cosa que nunca pasará, es solo cuestión de novelas.

El lunes a los dieciséis minutos pasadas las ocho, ya me encontraba siendo arrastrada hacia lo que sería mi lugar de estudio por los próximos cinco años. El lugar era hermoso, mucha gente caminaba con proyectos artísticos, obras de artes, instrumentos musicales y demás.

Pensaba sentirme nerviosa, asustada, tímida pero ese era mi entorno.

Así era yo.

Me despedí y entusiasmada me introduje en el interior del plantel para comenzar con el emocionante horario de clases, vale, quizá eso fue un poco extremista. Lo admito.

A mitad de mañana mis pies me conducían al comedor para picar algo de comer ya que luego me tocarían dos largas horas de historia del arte y necesitaba tener la mente fresca. Las paredes pulcras color marfil que me envolvían aguantaban cientos de alumnos caminando a diario. En este momento estaba casi tan transitado que sentían claustrofobia, las personas se rozaban al pasar para poder llegar al destino deseado y en el momento menos oportuno una chica de cabello rojizo que llevaba consigo una bolsa gigante de nosequé, se cruzó conmigo y todo el material que estaba en el interior salió volando por el lugar. Pequeños trocitos de algo color dorado se esparció por el pasillo al momento de golpearme mis glúteos contra el frio suelo.

Cerré los ojos. El dolor era insoportable.

—¿Estás bien? —Abrí mis ojos para encontrarme con unos extraños pero a la vez conocidos ojos verdes que me miraban preocupados— Creo que es una mala costumbre caerte mientras estoy cerca, ¿no será a propósito para tener una excusa de hablar conmigo?

Ay Dios mío, su voz. Era él.

Mi vista se fijó alrededor y confirmó que los papeles aún seguían volando como pequeños pajaritos recién soltados de jaulas.

Una música angelical se escuchó de fondo.

No me jodas. Papelillos, música... ¿es que acaso el destino trata de castigarme?

Volteé intrigada hacia la izquierda y estaba una puerta angosta de color marrón con un pequeño cartel que citaba "Coro estudiantil". De allí venía la música.

Sí, señores y señoras: ¡El destino se está divirtiendo conmigo!

—Hey, ¿estás bien, Ella? —Volvió a preguntar— Déjame ayudarte.

Lo miré. Allí estaban sus ojos, su nariz, su boca, su rostro... y me estaba sonriendo.

Los príncipes azules no existen...

¿O sí?

————————————-

Si te gustó regálame una estrella y un comentario, agrégala a tu biblioteca, compártela y dile a tus amigos... No, no. Son muchas cosas ¿eh?

Con que me digas que piensas basta. Besos.

Continue Reading

You'll Also Like

122K 10.4K 53
Kim dan es el tercer hijo de la familia más prestigiosa de toda corea,una familia de puros alfas. Toda su familia esperaba que fuera alfa,pero cuando...
3.9K 571 5
En un mundo en el que luchar contra las maldiciones es rutinario para los Hechiceros. Un joven pelirosa ya retirado, tendrá que hacer frente a las ad...
28.6K 2.5K 28
Destruiría cualquier lugar del mundo para que no tengas más remedio que quedarte donde estoy yo. Personajes extraidos de "Entendido profesora". Pas...
26.9K 1.2K 28
One shots entre famosas y Tn aclaro que en todos Tn será Hombre