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By macabeso23

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Ella creyó tenerlo todo, pero olvidó una cosa; de encontrar el amor nadie se escapa. ¿Podría más la soberbia... More

Capítulo 2. [Desde El Día Uno]
Capítulo 3. [La Propuesta]
Capítulo 4. [Eternas Coincidencias]
Capítulo 5. [Imagen Y Semejanza]
Capítulo 6. [La Casa Del Cielo]
Capítulo 7. [Inefable]
Capítulo 8. [Acertijos]
Capítulo 9. [Resarcimiento]
Capítulo 10. [Secuelas Del Pasado]
Capítulo 11. [El Primer Beso]
Capítulo 12. [Lágrimas Y Olvidos]
Capítulo 13. [Pasiones Recíprocas]
Capítulo 14. [Efímero'S]
Capítulo 15. {Guía Espiritual}
Capítulo 16. [Mundos Cruzados]
Capítulo 17. [La pieza del rompecabezas]
Capítulo 18. [La curiosidad mató al gato]
Capítulo 19. [Entre Imaginación Y Realidad]
Capítulo 20. [Un Juego De Seducción]
Capítulo 21. [ Islas Canarias, Parte 1]
Capítulo 22. [Islas Canarias, parte 2]
Capítulo 23. (Entre Su Mundo Y Mi Mundo)
Capítulo 24. [Avril]
Capítulo 25. [Libre Verdugo]
Capítulo 26. [El Plan Cero]
Capítulo 27. [Fragmentos De Verdades]
Capítulo 28. [Fragmentos De Verdades part. 2]
Capítulo 29. [Quince Minutos]
Capítulo 30. [La Efímera Felicidad]
Capítulo 31. [Colisión]
Capítulo 32. [Al Descubierto]
Capítulo 33. [El primer amanecer]
Capítulo 34. [El mejor de los inicios]
Capítulo 35. [Las Personas Inteligentes...]
Capítulo 36. [No estaba triste, estaba nostálgica...]

Capítulo 1. [Daños Colaterales]

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CIUDAD DE NUEVA YORK

MANHATTAN

Casa de los Achaga':

—¿Estás segura de lo que me estás diciendo?—la voz de una mujer poco convencida se escuchó de nuevo haciendo eco en aquella solitaria, vacía y elegante cocina, mientras una mujer de ojos azules intensos la veían con una expresión de asco—. ¡Cielos, Maca!—se abanicó con sus propias manos haciéndola reír—. ¡Ese hombre es sumamente sexy y atractivo!—y de nuevo, aquel gesto de asco y repugnancia.

—Creo que no has entendido lo que quiero decirte, Helena—la mujer de ojos cafés observó a Macarena en silencio mientras la escuchaba respirar profundamente—. No estoy interesada en salir con él, y mucho menos planear una "cita romántica"—se asqueó—. Necesitaría estar drogada para salir con un hombre como Lorenzo; egoísta, pretencioso, vanidoso, un hombre que solo se interesa por el poder, por el dinero—Macarena la vio directamente a los ojos—. No es la clase de persona en la que me fijaría. Mis gustos son menos... Superficiales. Sí, esa es la palabra—sonrió.

—Comprendo, Macarena—dijo Helena—. Tus gustos son para nada corpulentos. Al menos no así, como él—Helena señaló una fotografía que había buscado rápidamente por Internet para jugarle una broma a Macarena. Helena siendo una de sus mejores amigas, sabía cuánto le molestaba a la castaña de ojos azules que bromearan con los pretendientes que su padre, Alonso, cuando tenía la oportunidad, le presentaba con ánimos de involucrarse más con sus socios. Macarena era un buen comodín para él, una buena estrategia de negocios, porque además de ser su padre, reconocía la belleza de su única hija heredera de su fortuna.

—¡Basta!—le pidió quejosa—. A veces te pones insoportable, Helena. Luego te quejas del porqué prefiero a Salomé antes que a ti.

Helena al escuchar el nombre de Salomé, blanqueó los ojos.

—Te conozco, y sé que es tu favorita por muchas razones que sinceramente prefiero no discutir en este momento—Macarena asintió—. Mejor dime qué se supone que harás con Lorenzo, porque según sé, ha estado detrás de ti desde que tengo uso de razón.

—Lorenzo se ha convertido en una piedra en mi zapato, Helena—comentó—. ¡Es insoportable! Cree que porque mi padre nos presentó y compartimos unas cuantas palabras y un buen vino, ya nos haremos íntimos—dijo con fastidio—. No sé qué hacer para que deje de insistir.

La castaña observó en su amiga dibujarse una sonrisa.

Pero no era una sonrisa cualquiera. Era una sonrisa maliciosa, una sonrisa cargada de un plan, de una estrategia.

—¿Por qué no haces lo mismo de siempre?—preguntó haciendo que Macarena frunciera el ceño.

—¿A qué te refieres?—inquirió meticulosa. Helena sonrió.

—¡Oh, vamos! ¿De verdad lo olvidaste?

—¿Qué se supone que debo recordar, Helena? ¡Sé directa, por favor!—pidió.

—Tú, Avril... Ya sabes.

Macarena levantó una ceja.

—¿Estás hablando de broma, no?—Helena no dijo nada y ante su silencio, la castaña se echó a reír—. ¡Estás loca, Helena! ¿Cómo crees que haré algo como aquello después de lo que sucedió la última vez?—lo pensó—. Es que ni siquiera debe ocurrirse esa idea en tu cabeza.

—Creí que sería buena idea—dijo.

—Es una pésima idea, cariño. ¿Con qué cara le digo a Avril que vuelva a fingir conmigo para alejar a los socios de mi papá?—Helena sonrió—. No, no sonrías. No lo haré. Siento que ya ha hecho demasiado por mi como para volverla a incluir en mis problemas.

—Sabes que no tendría ningún tipo de problemas porque para eso trabaja aquí—Macarena rodó los ojos—. Avril no solo está para ser tu llavero, Maca. Cuando tu papá te pidió que Avril fuera contigo a todos lados, aquello te molestó. Luego poco a poco se volvieron buenas amigas, ¿no?—Macarena asintió—. ¿Crees que no haría lo que fuera por estar un tiempo extra a tu lado?—la castaña abrió los ojos—. ¿Qué? ¿No me digas que no te has dado cuenta cómo te mira, cómo se derrite por ti cuando estás cerca?—se burló, haciendo que Macarena dejara de sonreír—. Usa tu mejor arma para sacar provecho de toda esta situación si de verdad Lorenzo no te interesa ni un poco—se encogió de hombros—. ¡Ya me voy!—Helena tomó sus cosas a un costado, se acercó a Macarena y dejó un beso rápido en su mejilla—, piénsalo, baby.

—No tengo nada que pensar.

—¡Como digas!  Luego no digas que no te ayudé.

Macarena vio a Helena despedirse amablemente de uno de sus chóferes y ama de llaves. A lo lejos, Helena volteó, y le lanzó un beso al aire. Macarena fingió tomarlo, llevarlo a su pecho y morir de amor. Juego comunes de mejores amigas. Al cerrar la puerta y encontrarse nuevamente sola, su sonrisa se borró. Cansada de la rutina, había empezado una clase de yoga que le ayudaría a despejar la mente. Solo faltaban treinta minutos para empezarla. Mientras, tomó una manzana, fue a su portal web, y leyó el semanario mientras comía animadamente su fruta. Macarena tenía veintisiete años de edad, y todos los lujos que muchos desearían tener, aunque claro, ella no los pidió, solo se le fue otorgado por nacer en la familia más adinerada de todo Manhattan y ser la única hija heredera de Alonso Achaga, un magnate prominente en el ámbito de los negocios.

—¿Se puede?—alguien interrumpió la lectura de la castaña. Macarena asintió, cerrando el computador de mano para ver a su padre entrar a la cocina con una rosa en las manos—. Quería pedirte disculpas, por haberte presentado a Lorenzo y por haber permitido que fuera tan insistente contigo cuando sé que odias eso—Macarena asintió—. De camino venía pensando que quizá pienses algunas veces que te presiono pero no es así. Lo único que quiero es que estés lista para liderar y tomar mi lugar cuando yo no esté—respiró hondo—, pero sé que no quiero que lo hagas sola, hija. Quiero que cuando yo no esté, tú puedas confiar en alguien, que esté para ti cuando lo necesites, que sea tu compañero o... Compañera. Lo que decidas está bien para mí, y es tu decisión finalmente—Alonso se acercó a su hija viéndola con cariño—. ¿Sabes que te amo, verdad?—le preguntó acariciando su mejilla y Macarena asintió—. Solo quiero que estés bien, y que de verdad quieras esto, porque tú eres lo único que tengo y solo tú puedes cuidar lo que con tanto esfuerzos logré.

—Solo quiero que dejes de estar presentándome a hombres, papá—le pidió—. Créeme que si estuviera interesada en buscar algo con alguien, podría lograrlo por mi propia cuenta sin necesidad de que tú me ayudes—Alonso sonrió—. Sé que te preocupas por mi y que quieres que esté bien, y lo estoy, en serio, pero necesito que por favor me dejes vivir lo que con veintisiete años todavía no he podido.

Alonso respiró hondo.

—Sabes que no somos personas normales, Macarena.

—Lo sé, papá. Lo tengo bastante claro—dijo sarcástica—. Tu cara y mi cara están por todos lados porque las personas que están afuera nos creen unos ídolos, al menos a ti—le dijo—. Quiero una vida normal. Quiero poder salir con mis amigos a los antros, al cine, a bailar.

—Eso puedes hacerlo perfectamente.

Macarena se cruzó de brazos.

—¿Con Avril siguiéndome a todos lados, hasta para el baño?—se rió—, papá por favor.

—No pienses que puedes comportarte como una mujer común y corriente porque no lo eres, Macarena. Tú naciste en este mundo, y sé que no lo pediste, pero deberías agradecerlo—la castaña bufó—. Muchas personas querrían estar en tu lugar y tener la vida que te tocó.

—¿Qué crees? ¡Yo no la quiero!—lo vio.

—Lamento que no quieras todo lo que estoy dándote, pero rechazarlo nunca ha sido una opción—dijo finalmente—. Quiero que estés lista a las ocho, tendremos una cena de negocios con personas muy importantes y no podemos faltar—Macarena se mantuvo en silencio sintiendo la ira hacerse presente—. ¿Podrías, cariño? ¿Podrías hacerlo por mi?—tocó su mejilla con delicadeza, pero esta de nuevo no dijo nada—. Mandaré a Mauricio por ti.

—¡Estaré bien, gracias!—dijo molesta.

—Mauricio irá por ti—repitió Alonso para luego marcharse dejando a una Macarena completamente enojada.

La castaña una vez más, blanqueó los ojos, y fue directamente hacia su habitación para empezar a arreglarse. Macarena siempre fue una mujer elegante, fina, educada y de muy buenos principios. Se educó desde los nueve años de edad con los mejores profesores de la ciudad de Manhattan. Desde luego, su padre siempre quiso la mejor educación para su única hija, y para la que esperara que en un futuro no muy lejos fuera su sucesora. Desde pequeña siempre se interesó por el arte. Le gustaba pintar paisajes y crear muros gigantes con ideas nunca antes vistas, y ese siempre fue su don, ver más allá de lo que muchos podían ver.

Pero aquello no fue lo que eligió para estudiar en la universidad, todo lo contrario, se convirtió en una excelente abogada mientras se reconocía. Desde entonces, el arte, el pintar, pasó a un segundo plano en su vida y solo lo hacía esporádicamente. Luego, su padre insistió en que desistiera de la idea de ejercer y se dedicara por completo a los negocios familiares, y aunque al principio se negó, lo odió y repudió aquello, no tuvo más opción que aceptar lo que su padre le había propuesto. No era un tema de orgullo, y menos de prejuicios, pero si de algo era consciente es que sumaba más uniéndose al imperio que su padre había construido, convirtiéndose en una de las mujeres más adineradas de toda la ciudad.

El sonido de la puerta despertó a Macarena de aquella ensoñación que tanto la había consumido mientras se miraba frente al espejo con un vestido color rojo en sus manos. Parpadeó varias veces cobrando el sentido y se dirigió a abrirla sin preguntar quién era.

—Avril—fue lo único que pronunció la castaña con la boca semi abierta mientras que Avril, la persona que Alonso había contratado para escoltarla en todo momento la veía sonrojada y tímida por la poca ropa que llevaba la castaña. En los años que llevaba trabajando para la familia Achaga, podría decirse que era la primera vez que Avril y Macarena tenían un encuentro tan... Extraño.

La mujer avergonzada ante lo que estaba sucediendo, volteó rápidamente mientras maldecía en voz baja.

—Discúlpeme, señorita Macarena, no fue mi intención—dijo rápidamente—. Debí haber dicho mi nombre antes de que usted abriera la puerta. Yo... En serio lo siento mucho—volvió a decir.

—Avril, cálmate—le dijo—. No es como que me hayas visto desnuda, además tú tienes lo mismo que tengo yo—soltó una risita—. Puedes voltear.

Pero Avril se negó.

—Preferiría quedarme así, señorita.

—¡Es una orden!—dijo seriamente—. Date la vuelta, necesito que me ayudes en algo.

Macarena dejó la puerta abierta para que esta entrara, y Avril al verse en esa situación respiró profundo. La habitación de Macarena parecía un sueño. Todo estaba perfectamente ordenado y a juego, y lucía como alguna vez la imaginó.

—¿Cuál crees que me quedaría mejor?—le preguntó la castaña mostrando dos vestidos, uno color negro, y otro color rojo con algunos detalles en las caderas. Avril se avergonzó al imagiinarla con esos vestidos y en lo hermosa que se vería cuando los usara—. Avril—la llamó—. Quiero que me ayudes, no que te quedes muda.

—Sí, sí, lo siento—dijo apenada—. Creo que con ambos se vería muy bien, señorita Macarena.

—Comprenderás que no puedo usar ambos vestidos, ¿verdad?—se rio—, solo necesito que elijas uno Avril, no es tan difícil.

—El rojo.

La castaña sonrió.

—¿Estás segura?

—¡Absolutamente! Con el color de sus ojos resaltaría mucho, usted, su belleza—le dijo pero al ver la sonrisa de Macarena se retractó—. Quiero decir... Se vería muy bien porque usted tiene unos ojos muy bonitos, con todo respeto, por supuesto.

—Tú... ¡Eres adorable!—Macarena se acercó a Avril y pellizcó su nariz juguetonamente—. El rojo fue mi primera elección pero no estaba muy segura—le comentó—. Mi padre quiere ir a una dichosa cena de negocios muy importantes y como comprenderás, tengo que ir sin opción a decir no—dijo con fastidio—. ¿Qué usarás tú?

—¿Yo?—preguntó con inmediatez.

—Sí, tú.

—Mi uniforme, señorita Macarena. Lo que siempre uso, aunque el señor Alonso no me ha comentado nada al respecto.

Macarena frunció el ceño.

—Creí que habías venido para eso. Creí que papá te había informado al respecto—Avril entrecerró los ojos—. ¿Entonces? ¿Cómo diste a mi habitación si no fuiste enviada por mi papá?—Macarena se extrañó—. Sabes que los empleados tienen terminantemente prohibido acercarse a mi habitación si no es con un mensaje de por medio.

Avril repentinamente empezó a sentirse más nerviosa de lo que esperaba. No tenía excusa alguna. Ella quería verla.

—Yo... Solo me topé con su habitación, señorita. Iba de pasada, y me detuve para preguntarle si necesitaba algo—Macarena la vio con seriedad, haciendo que Avril se sintiera más nerviosa—. Fue una imprudencia de mi parte y lo lamento mucho, créame que no volverá a suceder.

—¿Estás diciéndome la verdad?—Avril asintió rápidamente—. Porque sabes que fácilmente puedo solicitar las cintas de las cámaras de seguridad.

—No será necesario, señorita Macarena. Lo que le he dicho es lo que ha sucedido—Avril bajó la cabeza cuando Macarena se acercó a ella—. Lo siento.

—No tienes porqué disculparte, te creo—le dijo dándole una sonrisa—. Solo que debes marcharte ahora, mi padre puede verte aquí y él no es tan comprensivo como yo—ambas sonrieron—. Por favor—Macarena acompañó a Avril hasta la puerta.

—Nuevamente, le pido disculpas.

—No tienes porqué—le respondió—. Puedes irte—Avril solo se limitó a asentir con la cabeza, y se fue pero antes de perderse de la vista de Macarena, la castaña la llamó—. ¡Avril!—volteó a verla—. Gracias por ayudarme a escoger mi vestido.

La mujer solo le sonrió cálidamente y desapareció de la vista de Macarena. La castaña al encontrarse nuevamente sola suspiró y se metió a la ducha sin imaginarse que la adrenalina que tanto estaba deseando que sucediera en su vida, ya estaba por llegar,

y venía con nombre de mujer.

......

—Querida... No quiero ser impertinente pero lo que me estás diciendo puede costarte mucho dinero—reposó su barbilla sobre sus nudillos—. Te sugiero que lo pienses antes. No quiero que luego estés arrepintiéndote.

La mirada marrón de una mujer completamente ambiciosa le sonrió mostrando desinterés en lo que el hombre le había dicho. A ella no le importaba lo que otras personas pudieran opinar cuando algo o «alguien», se metía en su cabeza, porque siempre lograba su propósito, ella siempre obtenía lo que quería, costara lo que costara.

—¿Alguna vez he perdido dinero por tomar malas decisiones, Benjamín?—le preguntó con cinismo puesto que, nunca había perdido dinero, en nada. Todo lo contrario, luego de una «gran» inversión, la recompensa era mucho más alta de lo que había invertido, y ese era el principal propósito de aquella mujer—. Cuatro años trabajando para mi y aún no sabes cómo manejo mis finanzas—negó con la cabeza mientras reía sarcásticamente—. ¿Ves porqué existen personas como yo y personas como... Tú?—inquirió poco modesta—. La diferencia entre nosotros es muy grande, mi querido Benjamín, y sabes que no solo me refiero a lo económico—le guiñó—. Yo siempre apuesto a quien soy, a lo que tengo, y voy por lo que no tengo. No me importa hacer lo que sea para obtener más y más, y mucho más porque el conformismo no entra en mi vocabulario y si me lo preguntas, tampoco debería entrar en el tuyo—Benjamín, amigo y socio, rodó los ojos—. No deberías tener miedo a invertir. Deberías idear un plan que sea efectivo y si no lo es, siempre puedes tener un plan B—sonrió—. Pero estás novato aún, y no entenderás.

—No te cansas, ¿verdad?—le preguntó con seriedad—. Siempre buscas la manera de menospreciar a las personas a tu antojo. Siempre quieres salirte con la tuya justificando la desdicha de otros comparándolo con tus logros—ambos se vieron—. A diferencia de ti, todavía tengo corazón y antes de lastimar a alguien, pienso y analizo en que eso también podría sucederme a mi. ¿Cuándo vas a parar?—Bárbara apretó la mandíbula ante la pregunta de su amigo—. ¿Cuándo vas a dejar de hacer lo que se te dé la gana con las personas que te rodean?

—¿Por quién lo dices?—se echó a reír—. Si lo estás diciendo por Jeniffer pierdes tú tiempo—Benjamín la vio—. Ella eligió, y por supuesto que me elegiría a mi. ¿Crees que al darse cuenta de todo lo que podía tener conmigo, querría tener algo contigo?—se burló—. ¡No seas ridículo, Benjamín! Entre tú y yo no hay punto de comparación—le dijo firmemente—. Pero quiero que sepas una cosa, porque creo que todavía no te ha quedado muy claro—Bárbara se puso de pie y fue directamente a su bar a servirse una copa de vino—. Nunca la busqué. Nunca pretendí nada con ella porque sabía que tú tenías cierto interés—se encogió de hombros—. Intenté dialogar con ella, pero no pude hacer nada por ti—dijo con descaro—. No puedes elegir a un payaso cuando puedes estar con el dueño del circo—Bárbara le guiñó.

—¿Es todo?—preguntó evadiendo su comentario—. Tengo cosas que hacer, aparte de lamerle la suela de los zapatos a mi "jefa"—dijo con ironía haciendo sonreír a Bárbara.

—¡Es todo, Benjamín!—Bárbara volvió a su lugar sin expresión alguna—. Solo necesito que hagas algo más por mi—Benjamín la vio en silencio—. Quiero que compres una rosa—le pidió, haciendo que este frunciera el ceño—. Esta noche tengo una cena de negocios muy importante, y habrá un lindo personaje que quiero conocer—sonrió—. Le gustan las rosas individuales, así que compra la más bonita, la más costosa, la más fina—lo vio.

—¿Quieres que la rosa lleve algo aparte?—le preguntó—. ¿Una nota, quizá?

—Una nota me parece extremadamente cursi e innecesaria pero en vista que aún no tiene el placer de conocerme, solo diles que pongan la inicial de mi nombre—sonrió—. Quiero que esa mujer llegué hasta mi sin necesidad de mostrar tanto interés. Necesito que sepa quién soy sin tanto protocolo porque no pienso escuchar a estúpidos decir idioteces tras idioteces—hizo una mueca—. ¿Podrías hacerlo o tengo que pedirle a alguien más que lo haga?

—Puedo hacerlo perfectamente, Bárbara.

—¡Perfecto! ¡Ya puedes irte!—le dijo—. Si quieres ir conmigo tendrás que ocupar otro vestuario un poco más categórico—Benjamín rodó los ojos—. Sé que odias que quiera decirte cómo debes vestirte, pero deberías pensar en que eso también puede ser un factor del porqué las mujeres que te interesan me eligen a mi antes que a ti—se burló tomando de su vino—. ¡Vete!

Bárbara lo vio salir sin decir nada más.

Dejó la copa de vino a un lado y suspiró llevando una de sus manos al puente de su nariz. Recogió su móvil, y salió de aquella oficina con prontitud al ver la hora. La silueta de una mujer se posó delante de ella con una mediana sonrisa. Su cabello largo estaba recogido en una coleta alta, y llevaba puesto un vestido ajustado pero decente haciendo que la morena la recorriera con la mirada y sonriera con picardía.

—¿A dónde vas tan rápido?—le preguntó caminando lentamente hacia ella.

—Tengo una cena de negocios y voy tarde—señaló la hora haciendo que la mujer sonriera—. No puedo quedarme más tiempo, me están esperando.

—¿No puedes?—preguntó coqueta mientras que con sus manos acariciaba lentamente los hombros de la morena—. Creo que podrías quedarte unos veinte minutos más, osita.

Primero—Bárbara alejó sus manos de su cuerpo—, segundo, deja de llamarme "osita", y tercero sabes que no tienes permitido hacer este tipo de espectáculos en mi lugar de trabajo, Jeniffer—le dijo—. Te he dado muchas libertades conmigo porque no puedo negarlo, eres buena en la cama, pero solo eso. No te confundas y mucho menos creas que eres la única—Jeniffer apretó los labios—. Y por si lo dudas, hoy no me apetece hacerlo contigo.

Bárbara empezó a seguir su camino hasta que nuevamente la voz de Jeniffer la hizo detener.

—¿Y con quién si te apetece hoy, Bárbara?—la morena sonrió—. ¿A cuál de todas las mujeres que tienes en tu lista le toca hoy?—le preguntó con desprecio.

—¿Esto es una escena de celos?—se rio—, porque si es así déjame decirte que te ves patética celando algo que no es tuyo, nunca fue, y ¿qué crees?—Bárbara se acercó a Jeniffer—. Que nunca lo será.

Jeniffer rio sin humor.

—Eres una puta—le dijo. Bárbara levantó una ceja—. ¡Eres una maldita puta!—le gritó en la cara sin dejar de verla a los ojos—. Siempre haces lo que te plazca y con quien te plazca pero conmigo ya no podrás—Bárbara sonrió—. La vida te pasará factura de todo lo que has hecho y ella misma se encargará de cobrarte una por una y cuando eso pase, estarás completamente sola, porque aunque seas millonaria y tengas belleza no quita el hecho que como persona eres una mierda. ¿Escuchaste? ¡Una completa mierda!

La morena borró su sonrisa y la tomó por el cuello llevándola hasta la pared. Jeniffer chilló cuando su cuerpo chocó y el agarre de Bárbara se intensificó.

—¿Quieres jugar a esto de tú me das y yo te doy?—le preguntó, soltando su agarre pero sin separarse—. ¡Juguemos, entonces!—se rio—. Dices que soy una mierda de persona simplemente porque no me apetece estar contigo, porque sí, a parte de ti, tengo otras amantes que igual que tú, son buenas en la cama y con todo lo que hacen. ¿Dónde ves lo mierda? Porque sino lo sabes, te lo informo, yo soy una persona completamente libre, Jeniffer—ambas se vieron—. Completamente libre, y ninguna mujer me va a decir qué hacer y mucho menos cómo debo actuar. ¿Por qué te crees con derechos? ¡La puta aquí eres tú!—le dijo—. Preferiste estar conmigo antes que estar con Benjamín porque sabías que yo podía darte mucho más de lo que él podía. ¿Entonces, quién es la puta y la mierda aquí?—le preguntó—. Deberías ser un poco más sensata, Jeniffer. De verdad creí que tú eras diferente al resto pero...—chasqueó con la lengua—, eres igual que todos de inútiles, solo que tú tienes belleza.

La morena se alejó de ella.

—No quiero volver a verte—le dijo dándole la espalda—. Cuando comprendas que los sentimientos no deben mezclarse en la cama cuando el asunto es meramente sexual, me buscas. De resto, no.

—¿Entonces qué?—le preguntó—. ¿Me olvido de ti y finjo que esto nunca pasó?

—Haz lo que crees conveniente, Jeniffer. Me tiene sin cuidado lo que hagas con tu vida.

—Eres una mierda, Bárbara—repitió.

—¿Terminaste?—ambas se vieron—. Porque realmente necesito irme.

Ante el silencio de Jeniffer, Bárbara se encogió de hombros y continuó con su camino.

—¿Te espero hoy?—le preguntó la mujer antes que Bárbara se perdiera de su vista. La morena levantó la comisura de sus labios y volvió a darse la vuelta—. Podemos encontrarnos en el mismo lugar de siempre.

—¿Hablas del departamento que te regalé, no?—Jeniffer no contestó. Bárbara se acercó a ella, le dió un beso rápido en los labios y negó—. No me apetece—se alejó—, pero invita a Benjamín, quizá le interese compartir la cama contigo un rato.

La morena le dio un guiño y finalmente se fue dejándola sola. Jeniffer la odiaba, por su egocentrismo, por su descaro, por su indiferencia, pero también la adoraba, la deseaba, y efectivamente, se había enamorado de alguien que parecía ser un ángel cuando realmente era un demonio. Desde que la conoció, se había impregnado en ella con una pasión desbocada. Nunca antes una mujer le había fascinado tanto. Nunca se había vuelto loca de deseo por alguien, pero Bárbara tumbó sus barerras y sus límites. Entonces recordó el día en el que le habían dicho que después de estar con ese demonio, no cualquiera puede quemarte.

.....

Finalmente, Macarena había decidido usar el vestido rojo que Avril había elegido. Antes de bajar a la sala, se observó de nuevo, y sonrió satisfecha porque había logrado un excelente trabajo por si misma sin necesidad de que algún estilista le ayudara. Al bajar se encontró con la figura de su padre fundida en un smoking y sonrió. A pesar de sus años, su padre se había conservado muy bien de joven y ahora de señor se veía como un galán de telenovelas. O al menos eso quería hacerle creer.

—¿Estás lista?—le preguntó Alonso al verla acercarse a él. Macarena asintió con una sonrisa—. ¡Luces hermosa!—le dijo cariñosamente—. A veces olvido que ya no eres mi pequeña sino toda una mujer.

—¡Por favor, papá! No vamos a ponernos sentimentales ahora—Alonso sonrió—. Este discurso ya aburre.

—¿Desde cuándo no te gusta que tu padre te diga cosas lindas?

—Sí me gusta, pero...—Macarena respiró profundo—. Olvidemoslo, y vámonos a esa dichosa cena tan importante—la ironía con la que salieron sus palabras hizo sonreír a Alonso.

—Me informaron que habrá una persona muy importante en esa cena y quiero que seas lo más educada posible—le pidió—. Ella es una mujer exhuberante, y al igual que nosotros, refinada y de muy buenos modales. Deberías acercarte a ella y ser su amiga—la castaña levantó una ceja—. Podrían ser muy buenas amigas, hija.

—¿Amiga de una de tus socias?—rió—. ¡No lo creo! ¿Qué acaso olvidaste que dijiste que no me presentarías a más socios, papá?

Alonso respiró hondo.

—No quiero que seas su novia, su amante o lo que sea, Macarena. Solo quiero que seas cortés y te acerques, nada más—le dijo genuinamente—. Esa mujer tiene la misma fortuna que tenemos nosotros por su esfuerzo, por su nobleza y porque luchó como luché yo para tener lo que tengo ahora. Con personas así es que debemos rodearnos—comentó—. Bárbara es una mujer que no tiene ningún defecto, ni vicios, y se dedica netamente a trabajar y crecer como profesional y como persona. No he tenido la oportunidad de compartir directamente con ella, pero quienes sí, me han dicho que es un amor de persona y muy amable—Alonso sonrió.

—Papá...—dijo con voz cansada—. Haré todo lo que tú quieras, pero por favor no dejes que Lorenzo se acerque más a mi, en serio, ¡qué hombre tan intenso!—ambos rieron.

—Prometo que Lorenzo no volverá a molestarte, y si lo hace, Avril estará para cuidar de ti.

—¿Avril irá con nosotros?—Macarena se sorprendió.

—Muchos años de servicio me han demostrado que es una persona de confiar—dijo—. Ha cuidado muy bien de ti y creo que merece una oportunidad. ¿No crees?—le preguntó y esta asintió.

—Avril se lo merece, es una buena mujer—afirmó.

—Sí—le dijo—. ¿Nos vamos?

—¡Vámonos!

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Alonso.
Siempre adoró que sus planes salieran como él quisiera. Macarena con aquella genuina ilusión de pasar una noche tranquila, sin dramas, sin protocolos, pero sin contar que un demonio disfrazado de ángel llegaría a su vida para darle un vuelco inesperado, uno que sin esperarlo llegaría, ¿y cómo saberlo? ¡No había manera! El mismísimo diablo la había estudiado durante cuatro años antes de dar su primer paso, sigilosa, con cautela, inspeccionó sus defectos, sus virtudes, la estudió por completo, sus lugares más frecuentes, su círculo de amistades, sus pasatiempos favoritos, sus libros preferidos, el tipo de música que escuchaba, absolutamente todo. No había cosa que Bárbara no supiera de Macarena, no había dato curioso que no supiera. Cuatro años habían sido suficientes para que Bárbara diera su golpe más fuerte. 

Y mientras que una ojiazul sonreía animadamente mientras platicaba con su padre de cualquier tema de interés, una sonrisa maliciosa se estaba formando en los labios de una mujer poderosa que haría todo con tal de cumplir su único propósito,

Incluso seducirla.

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