Las horas que nos pertenecen

By LoeLopez

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Los reencuentros no siempre son lo que esperábamos. Especialmente los reencuentros más anhelados. Ariadnne y... More

Prólogo
El peso de los años (I)
El peso de los años (II)
El lamento de los grillos (II)

El lamento de los grillos (I)

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By LoeLopez


La nieve continúa cayendo a medida que avanzamos a través de la amplia carretera. La oscuridad de la noche cae como un manto oscilante que ahora nos arropa por completo. Stèphane juega con la radio: oprime el botón de cambio hasta que le duele la mano. Se detiene cuando consigue lo que está buscando: una estación que trasmite música clásica. Ambos permanecemos en silencio al escuchar las notas pululantes de un piano danzar entre nosotros.

Casi puedo escuchar los rumores del pasado: el rechinar de las tablas de madera cuando subía hacia el ático, el retumbar violento de las cortinas al mecerse con el viento, el sonido chirriante de la lluvia al caer sobre el tejado. Mi sentidos se amplían ha medida que me adentro en la oscuridad de la carretera. Ahora puedo oler los trastes viejos del pasillo, el cabello húmedo de Stèph, el jabón tan característico que usaba Agatha para limpiar las sábanas y, por supuesto, el olor a jengibre tan particular del piano de cola blanco.

Me dejo embriagar por esas sensaciones. Me permito recordar los buenos momentos. Me permito olvidar, por tan solo un instante, los ruines y tan temidos episodios que marcaron mi vida. Me permito olvidar las dudas. Me permito olvidar todo lo que me impide sentir. Y me concentro tan solo en esas sensaciones, y en la presencia de Stèphane a mi lado, quien pacíficamente observa a través de la ventana.

Iremos poco a poco, han sido sus palabras. Y aunque esto solo prolonga un poco mi agonía, al mismo tiempo me hace sentir en armonía. No tenemos que hablar del pasado de inmediato, podemos permitirnos estos momentos en paz. Podemos vivir este presente sin sentir miedo, dudas o inseguridad. Podemos dejarnos guiar por la música y estar a gusto con nuestro silencio, como lo hemos hecho en un pasado.

Sonrío, y de reojo veo como él también sonríe.

—¿Qué? —pregunto.

Él desvía su mirada hacia la ventana.

—Nada —musita.

Suelto una risa tímida.

—¿Stèph?

—Es solo que... —susurra y me observa de reojo—. Realmente extrañaba esa sonrisa. La genuina, me refiero —dice sin mirarme, a la vez que cierra los ojos y con su mano revuelve sus cabellos.

Mis mejillas arden. De repente, siento como si fuese de nuevo aquella tímida adolescente de dieciséis años: anhelante, impulsiva, entusiasta.

—Bueno, en mi defensa... cuando estudias para ser médico tienes que aprender a sonreír de mentira muchas veces —digo, soltando una sonrisa falsa.

Él levanta una ceja.

—A mí no engañas.

Mi sonrisa se apaga.

—Lo sé —susurro.

Entonces Stèphane me hace una seña.

—Cruza en esta vía —dice.

Y en menos de cinco minutos estamos en el estacionamiento de un restaurant grande y lujoso. Queda a las afueras de la ciudad, así que supongo que debe ser un sitio bastante turístico. Me sorprende que a Stèphane le guste este lugar, ya que... bueno, simplemente no es su tipo de lugar.

Al estacionar, ambos nos ponemos las chaquetas y nos bajamos del auto. La nieve ahora cae con más turbulencia. Mientras camino, mis botas se tropiezan un poco con un montículo de nieve, pero Stèphane me sostiene. Su mano se posa sobre mi espalda con extrema delicadeza. Tiemblo, pero oculto mi reacción al instante y sigo caminando.

Al ver una cabina telefónica justo afuera del establecimiento, prácticamente me abalanzo sobre ella.

—Lo siento, Stèph...

—Iré apartando una mesa. —Me interrumpe, al tiempo que cierra y abre sus ojos en un asentimiento. Tal vez queriéndome decir que no tengo que darle explicaciones—. Tómate tu tiempo —dice antes de adentrarse en el restaurante.

Entonces camino hacia la cabina telefónica y me encierro en ese pequeño cubículo de vidrio empañado por el frío. Marco el número de Alexandra de inmediato.

Esta vez el teléfono repica tan solo dos veces antes de ser contestado.

—¿Ari?

Suelto un suspiro de alivio al escuchar su voz.

—Sí, soy yo, Ale —digo— ¿Recibiste mi mensaje?

—Sí, no te preocupes —dice—. Fui a buscarlos hace un momento y ya están aquí conmigo, están jugando, todo bien. Todo de maravilla. Ahora, cuéntame, ¿qué es eso tan urgente?

Ale habla tan rápido que a veces me cuesta seguirle el paso. Aún así, siento el alivio como si fuese una burbuja de aire se que libera de mi boca. Me froto las manos del frío.

—Es difícil de explicar, ¿puedo hablar con Augie?

—¿Lo encontraste, no?

Suspiro. El silencio se prolonga y finalmente me delata.

—Oh, Dios... mío.... ¡No puede ser! —grita al otro lado del teléfono.

—Ale, baja la voz —susurro—. Los niños van a oírte.

—¿Pasarás la noche con él?

—¡Ale!

—¡Tienes que pasar la noche con él! No te preocupes por Augie, se la está pasando de maravilla aquí y yo lo cuido muy bien, tú sabes cómo soy. Ahora tú, vete a...

—Ale, por favor, sólo pásame a Augie, ¿sí?

Puedo escucharla soltando griticos de emoción al otro lado del teléfono, luego la escucho gritar el nombre de Auguste a toda voz.

Mis manos tiemblan al agarre del teléfono. Por alguna razón deseo fervientemente escuchar la voz de mi hijo.

—¿Mami? —finalmente oigo su voz infantil al otro lado del teléfono.

—Augie, lo siento —digo con la voz flaqueando—. Siento no haberte buscado hoy. Tuve algo muy urgente que hacer en el trabajo, pero...

—Tranquila, mamá —dice mi pequeño—. Estoy bien.

—¿Seguro?

—Sí —dice—. Y me gusta jugar con Tommy. Estoy bien —repite.

—¿Sí? ¿A qué juegan?

Él se queda en silencio por un momento.

—Pues a muchas cosas. Él es el de las ideas casi siempre —dice y casi puedo imaginarlo encogiéndose de hombros.

Sonrío ampliamente.

—Está bien, mi pequeño —susurro—. Pórtate bien, ¿sí?

—Okay —dice y escucho el correr de sus paso; luego vuelvo a escuchar sus pasos de nuevo y el golpeteo del teléfono al ser levantado—. ¿Mamá?

—¿Sí, mi amor?

—Te quiero —dice y luego se va corriendo de nuevo.

Sonrío, mientras observo a través del vidrio empañado como la nieve cae y cubre más y más el estacionamiento del restaurante. A través del vidrio del establecimiento puedo ver la figura de Stèphane sentada en una mesa no muy lejos de la entrada. Está fumando de nuevo y de vez en cuando su mirada se desvía hacia mí.

—¿Ari? —Escucho de nuevo la voz de mi mejor amiga.

—Sí —susurro, aún ensimismada en la imagen de Stèphane.

—Escúchame bien —dice, esta vez suena seria—. Ve a por él, ¿de acuerdo?

No respondo. Suelto un pequeño suspiro que se convierte en vapor y eventualmente empaña el vidrio, nublando la vista que tenía de Stèphane. Mi pecho cruje.

—No lo sé, Ale, yo... —susurro.

—Yo cuidaré de Augie, ¿sí? —dice—. Sé valiente. Has esperado por este momento toda tu vida.... ¡Ve a por él!

Cierro mis ojos y arrugo mi frente. Y aunque no puede verme, asiento en silencio.

—Gracias, amiga —musito.

Entonces ella tranca el teléfono.

Me quedo erguida, aún sosteniendo el aparato en mis manos como si de eso dependiese mi vida. Mi respiración se agita. Abro mis ojos lentamente y con mi codo limpio el empañado vidrio.

Stèphane me observa desde la distancia.

Me concentró en su mirada mientras salgo de la cabina, y luego me quedo allí en silencio. Él me observa desde lejos. Nuestro campo de visión es intermitente, se interrumpe con el cruce de personas que entran y salen del restaurante. De repente, me abruma el solo hecho de entrar en este lugar.

Entonces siento sus ojos cálidos y pacíficos abrazarme con intensidad. Quiero sumirme en ellos. Profundamente. Sin miedo. Tal como lo hice en un pasado. Tal como me ha dicho mi amiga—: Has esperado mucho tiempo por este momento. Pero entonces, ¿por qué me tiemblan las manos, presas del terror?

No logro contestar a mi pregunta cuando Stèphane se levanta de la mesa y camina en mi dirección. Finalmente sale del restaurante y se acerca con lentitud. Arruga su frente con preocupación.

Mis ojos se humedecen, no sé si debido al viento helado o a mis nervios.

—¿Ari... sucede algo? —pregunta, cauteloso.

Sin siquiera pensarlo, niego.

Él frunce el ceño y da un par de pasos en mi dirección.

—Stèph... creo que... creo que preferiría cambiar de planes... —digo, sumida en su atisbo. Perdida en esos ojos azules que una vez significaron el mundo para mí.

Él me observa con calidez. Sus mejillas están enrojecidas por el frío.

—Te escucho —musita.

—Dijiste... dijiste que tu casa quedaba cerca, ¿no?

Él asiente.

Entonces aprieto mis manos en puños. Mis piernas se tambalean con nerviosismo. Aún así, decido ser valiente. Decido adueñarme de este instante. Así que levanto el rostro y sonrío.

—¿Te apetece una de mis tortillas a la francesa?

Stèph estira su frente y levanta sus cejas con asombro. Definitivamente no esperaba esto. Pero entonces, es como si el recuerdo lo golpeara con violencia. Su rostro se transforma casi al instante, y casi puedo regodearme en la sonrisa tonta e infantil que cubre su rostro.

***

Una vez, cuando Auguste creció lo suficiente para entender conceptos más abstractos, me encontré con la disyuntiva de explicarle quien y dónde estaba su padre. Lo más razonable hubiera sido contarle la verdad universal: que su padre había fallecido. Pero no quería decirle eso. Quizás porque creí que, si lo decía en voz alta, terminaría por aceptar esa realidad. Por hacerla parte de nuestra vida.

Y no, me negué a eso. Me negué a perder la esperanza. Me negué a que mi hijo viviera bajo esa sombra también.

Así que cuando finalmente llegó el día, y Auguste me preguntó quien era y dónde estaba su papá, me decidí a darle una respuesta que había tenido preparada por mucho tiempo.

—Auguste, tu papá... está perdido.

—¿Perdido?

—Sí.

—¿Cómo así perdido, Mamá?

—Bueno, ¿recuerdas la historia de esta pequeña que un día desapareció y sus padres pegaron carteles de ella por toda la ciudad para encontrarla?

—Sí —dijo y su rostro se ensombreció.

Mi pecho se oprimió con solo ver esa expresión afligida en sus ojos.

Aún así, me armé de valor.

—Tu padre desapareció antes de que tú nacieras... pero mamá aún lo busca —dije y apreté sus manitos con fuerza—. Y mamá te promete que nunca, nunca se va a rendir... y siempre buscará a papá hasta que lo encuentre, ¿de acuerdo?

Mi pequeño hijo pestañeó varias veces, quizás aún confundido. Aún así, asintió.

—Quizás yo pueda ayudarte, Mamá.

Sonreí.

—Sí. Quizás.

—¿En dónde crees que esté viviendo? ¿Crees que está bien?

—Lo está —dije—. Sé que está bien, y sano, y también buscándonos...

—¿Cómo crees que sea el sitio dónde viva? ¿Una casa, o quizás... un apartamento? —Ver a mi pequeño analizando las posibilidades me hizo morder mis labios con ternura.

Y luego lo abracé hasta que me dijo que no lo dejaba respirar.

Nunca imaginamos, en aquel entonces, que su padre estaba viviendo a tan solo una hora de nuestro hogar. En una casa grande, hermosa y extrañamente pacífica. 

Bueno! Espero que de verdad no me odien! Sé que son mucho más cortos de lo que están acostumbrados pero intento mantener un ritmo para no perderme! Próxima parte prometo que será mucho más largo.

Cuéntenme: ¿cual fue su parte favorita? ¿Qué creen que pasará en el próximo capítulo?

Los leo sin falta!

PD: Estoy practicando bastante mi escritura en inglés! Y quisiera saber si podrían apoyarme con algo: he publicado mi primer artículo en una página que paga por visitas. ¿Creen que podrían a entrar a leer y—si no saben leer en inglés— sólo entrar y llegar hasta abajo comos si hubiesen leído? Eso me daría un gran empujón! En el vínculo externo pueden encontrar el link (solo pueden accer desde la computadora, creo). También pueden encontrar el link en mi perfil de IG!

Un abrazo muy grande a todos y muchas, muchísimas gracias por estar aquí y leerme! 










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