Come my way「NoMin」

De scaretwoo_

983K 71.7K 297K

Lentamente me arrastras a tu mundo. Poco a poco me haces caer en la oscuridad. Nunca creí que pudiera dese... Mais

Inicio
1. Marcharse
2. Arrepentirse
3. Retardo
4. Descontento
5. Reunión
6. Amigos
7. Estacionamiento
8. Idiota
9. Tensión
10. Inconveniente
11. Pesadilla (pt. 1)
11. Pesadilla (pt. 2)
12. Besos
13. Contradicción
14. Chocolate
15. Arrepentido
16. Deseo
17. Conseguir
18. Decirlo
19. Dudoso
20. Vehemente
21. Acorralado
22. Novia
23. Diferente
24. Adicción (pt. 1)
24. Adicción (pt. 2)
🎃Capítulo especial halloman🎃
25. Cita
26. Daño
27. Caballero
28. Elegir
29. Recuerdo
30. Extraños
31. Máscara
32. Caer (pt. 1)
33. Dulce
34. Débil
35. Celoso
36. Confianza
37. Secretos
38. Culpable
39. Escapar
40. Romeo
41. Frágil
42. Revelaciones
43. Nosotros
44. Navidad
🎩Especial bodorrio💒
45. Comienzos
46. Paciencia
47. Cambios
48. Mensajes
49. Libertad
50. Aliados
51. Impacto
52. Aceptación
53. Futuro (pt. 1)
53. Futuro (pt. 2)
54. Sentencia
55. Emergencia
Capítulo final

32. Caer (pt. 2)

20.8K 1.3K 7.2K
De scaretwoo_

Te dejé ver las partes de mí

que no eran tan bonitas

Y con cada caricia las arreglaste

Sólo dame una razón

Sólo un poco es suficiente

Sólo un segundo, no estamos rotos, sólo doblados

Y podemos aprender a amar de nuevo

Está en las estrellas

Ha estado escrito en las cicatrices

de nuestros corazones

no estamos rotos, sólo doblados

just give me a reason,
p!nk ft Nate Ruess.

💖 ♥️ 💖

Nunca me detuve a pensar que significaba el amor para mí.

  Creí que mi vida en ese sentido ya estaba resuelta. Haría lo que se esperaba; me casaría, tendría hijos y una linda esposa con la cual envejecería y pasaría el resto de mis días, justo como mis padres habían tenido la intención de hacer, pero que por la repentina muerte de mi padre no concretaron.

  No me salí del típico esquema, ¿Para qué? Algún día sucedería. Aunque, en mis planes próximos no se encontrara pedirle matrimonio a Yeeun, naturalmente terminaría haciéndolo. Si era afortunado y ella aceptaba, el asunto quedaría solucionado. Esa parte se resolvería sin más.

  Cuando éramos novios en la universidad no me preguntaba si la amaba, o si estaba enamorado. Pensaba que se sobreentendía. Me gustaba mirarla, hacerla reír y escucharla hablar sobre las cosas que le apasionaban. En el cine pasaba el brazo por sus hombros, le enviaba mensajes de buenas noches y le regalaba rosas en su cumpleaños. Quedábamos casi todas las tardes en el campus para comer, nos tomábamos de la mano por la calle y asistíamos a las fiestas de sus amigos. Era una vida tranquila y segura. Por dos años formamos parte de la rutina del otro. Pensé que el tiempo que llevábamos juntos significaba que nos queríamos. O al menos que yo lo hacía. Jamás tuve impresión de lo contrario.

   Acabo de descubrir que mi plan para el futuro no tenía ningún tipo de sustancia, ¿Dónde figuraba el cariño? ¿Los aleteos en el estómago?, ¿El pulso acelerado? ¿El júbilo exaltado en el corazón? Exacto, en ninguna parte. No los contemplé porque ni siquiera los conocía. No tenía idea de cómo sería encerrar tales emociones.

   Ahora sé lo que se siente.

   Jaemin está al lado de mí, sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la cama, la barbilla levantada y los ojos puestos en la ventana. Las persianas descorridas muestran a la luna, orgullosa y brillante en el cielo. Las farolas de la calle están apagadas, las copas de los árboles se mecen al compás del viento y las gotas de lluvia reciente resbalan por el cristal, perdiéndose en el borde del alféizar, cubriendo el vidrio como una cortina de agua. Una vela larga cilíndrica se derrite con pausas sobre el escritorio y otra más junto al librero, iluminando tenuemente la habitación. Me escabullí por ellas a la cocina. Son las últimas que quedan. Espero que duren lo suficiente.

   Nuestras piernas yacen extendidas, nuestras manos separadas, apenas por insignificantes centímetros. Mis dedos arden por tocarle y mi boca por besarle. El silencio se cernió sobre nosotros desde que abrí la puerta y él apareció del otro lado, con su puño levantado y los ojos temerosos. No tengo problema. No soy bueno con las palabras de todas formas. Pero, cuando se trata de Jaemin he notado que vivo a base del contacto físico. De tenerlo piel con piel. Es imposible mantenerme dentro de mis cabales si lo tengo así de cerca.

   No resisto mis impulsos, me inclino a la derecha y subo los dedos despacio, muy despacio por su brazo, hasta hacer una parada en su hombro y después de un rato, llegar a su cara. Lo hago mirarme dándole un tirón suave sobre el mentón. Parpadea y separa los labios, dejando salir un suspiro tan sutil, que casi me lo pierdo. Con el corazón desbocado, mi pulso se acelera. Encierro su pequeña barbilla con la palma de la mano y con el pulgar, engancho su labio inferior.

   Sube ambas manos y atrapa mi muñeca. Me besa uno a uno los dedos, desde el meñique hasta el pulgar. Me deleito con la sensación, con sus ojos castaños que me miran llenos de cariño. La charla vendrá después, pero ahora, en este momento lo único que quiero hacer es sentirlo. Saber que está aquí, conmigo, en mi habitación después de dos semanas enteras de frustración y silencio.

   Deposita un último beso sobre mis nudillos, tiro de su muñeca suavemente hacia adelante y llevo su mano a mi pecho, cerca de donde palpita mi corazón. Acerco mi rostro hacia el suyo y rozo nuestras narices, exhalando aire tembloroso, con una maraña de pensamientos en la cabeza dedicados a su existencia. Finalmente, después de tanto cegarme, entiendo que es lo que siento cada vez que Jaemin está cerca.

   Amor.

   Por increíble que parezca el descubrimiento no me asusta. O al menos no tanto como pensé que lo haría. Es de cierta forma tranquilizador no negarme la verdad a mí mismo. Darle un nombre a los sentimientos que viven en mi interior con todos y sus efectos colaterales. A esos extraños "nudos" y aleteos que viven en mi estómago cada vez que Jaemin me mira, me habla o me llama cariño.

   Me prometí a mí mismo no enamorarme de él, pero ahí estaba, un jueves por la madrugada de diciembre con su mano sobre mi pecho y los latidos de mi corazón recientemente conquistado retumbando en mis oídos. No descubrí el amor en un bar, una fiesta, un baile, o algún evento masivo o extravagante. Lo descubrí a media noche, detrás de la puerta de mi habitación, en un hombre de cabello rubio, sonrisa traviesa y pestañas infinitas.

   Me inclino un poco más y acaricio la base de su oreja con los labios. Se estremece y aprieta nuestras manos entrelazadas. Deposito besos suaves sobre su cuello y él ladea la cabeza, facilitándome el acceso. Paso las manos por su cadera y me aferro a su cuerpo con fuerza, temeroso de que desaparezca. No quiero decirle que estoy enamorado de él, porque quizá podría asustarse. Quizá, ni siquiera está aquí por las mismas razones que yo quiero que lo esté.

  Bajo la nariz por la curvatura de su cuello y aspiro, huele a vainilla y té. Atrapo su manzana de adán entre los dientes y él suelta un sutil gemido. Cuanto me gustaría escucharlo decir mi nombre. Sin embargo, esta noche debemos ser silenciosos. Mi madre está a una habitación de distancia y aunque duerme con tapones auditivos y es poco probable que nos escuche entre sueños, no me quiero arriesgar y sé que él tampoco.

   Rozo su barbilla contra la mía, al igual que la punta de nuestras narices. Beso sus mejillas, sus sienes y sus cejas antes de detenerme sobre sus pestañas. Hago una pausa para mirarlo y descubro que está sonriendo.

   Le quiero, ay Dios, le quiero y no puede ser que no me diera cuenta.

   Supongo que así es como funciona el amor. Un día conoces a una persona y albergas un montón de sentimientos por ella antes de depurarlos, seleccionarlos y llegar al núcleo. A lo real. A lo físico. A lo emocional. Lo que sin lugar a dudas va volverte loco y te replanteará como era posible vivir antes de su llegada. Y si ya no puedes verte en tu día a día sin esa persona, si tu futuro te resulta doloroso e incomprensible sin su presencia, entonces sabrás que lo que sientes es verdadero.

   Subo su mano a mi regazo y clavo la vista en sus dedos, que son delgados y esbeltos. Tiene las uñas rosadas y ovaladas. Delineo su palma y lo siento estremecerse debajo de mí. Recorro con el índice desde el meñique hasta el pulgar y luego, hago el camino de regreso.

   Sé que lo quiero porque me resulta imposible verme sin él. Porque en mi cabeza puedo dibujar muchos escenarios, pero ninguno donde él se marcha y me deja agonizando, como los recientes días. Sé que lo quiero porque jamás sentí por nadie más lo que hoy estoy sintiendo. Sé que lo quiero porque lo único que espero es que él me diga que me quiere también. Pero, será difícil porque sus palabras todavía persisten en mi cabeza: no puedo darte lo que necesitas Jeno.

   Y yo lo necesito a él.

   — ¿Por qué es tan difícil tenerte? —susurro, rompiendo el silencio, intentando conseguir una de las múltiples respuestas que me están robando la tranquilidad.

   Inspira hondo.

   —Es que... —traga saliva y sus preciosos ojos empequeñecen—, no quiero que me hagas daño.

   —Nunca lo haría.

   Me lanza una sonrisa triste.

   —Lo sé. Yo tampoco quiero hacerte daño, Jeno —es poco, pero suena sincero. Desesperadamente quiero que creer en él como yo quiero que él crea en mí—, pero a veces pienso que es inevitable.

   — ¿Por qué?

   Recarga la frente contra mi oído y ciñe sus brazos a mi espalda.

   —Estoy roto, y las personas rotas no saben querer.

   He aprendido que Jaemin tiene dos personalidades: a veces se siente intocable, orgulloso y narciso. Pero a veces también se siente triste, temeroso y desconfiado. Esta noche me toca lidiar con el segundo.

   —Años atrás me enamoré y salí lastimado —prosigue en susurros—, las cosas han sido difíciles y confusas para mí desde entonces. Los límites que me impuse para protegerme ahora están difuminados y ya no sé qué hacer para obtener el control de nuevo.

   Su expresión vulnerable irradia sinceridad. Está herido, pero no por mí, si no por el pasado que todavía no suelta y lo atormenta. Ese chico, el mismo del que me habló Taeyong, Luhan y que el propio Jaemin describió como su amor fallido es el causante de su inseguridad y aversión a las relaciones. De manera que lo entiendo, fue profundamente lastimado en el pasado y no quiere volver a pasar por lo mismo.

   — ¿Por qué te empeñas tanto en decir que fue tu culpa? —susurro, comprensivo—. Aún si lo fue es algo que ya quedó en el pasado. Eres tú el que necesita perdonarse para poder avanzar.

   La infidelidad es uno de los peores errores que se pueden cometer estando en una relación. Pero, Jaemin ya salió de ella hace mucho tiempo, ¿Por qué aún continúa pensando en ello?

   —No puedo. Tengo miedo —su voz rezuma el pánico que expresa—. El sólo pensar que me faltan las piezas necesarias para estar contigo y ser feliz me regresan al inicio. Lo último que busco es repetir la historia, odiaría fallarte a ti cuando eres lo más valioso que tengo ahora.

   Lo más valioso que tengo ahora.

   —No lo harás.

   — ¿Cómo estás tan seguro?

   —Porque el único fallo que tienes conmigo es alejarme cuando estás a punto de caer en mis brazos.

   Me mira entre avergonzado y sorprendido.

   — ¿Te alejo?

   —Siempre que puedes. Y lo detesto —tenso la mandíbula—, lo detesto muchísimo porque desde hace tiempo que yo sólo deseo estar contigo.

   Nunca me sentí más liberado al expresar mis sentimientos. Debería hacerlo más seguido, es como deshacerse de peso muerto.

   — ¿De verdad quieres estar conmigo? —muestra esperanza y no entiendo porqué si yo pensé que era algo de lo más evidente—, ¿de verdad quieres estar con alguien como yo?

   Aquí le pregunta sería, ¿Cómo no podría? Dice que no sabe querer pero yo creo que miente. Porque la mitad del tiempo se encarga de hacer sentir especiales a los que habitan a su alrededor. Es bueno de la cabeza hasta los pies. Se preocupa por su familia: por su hermano, por sus empleados, incluso hasta por sus alumnos, aunque se empeñe en darse esa imagen de profesor estricto. Es bondadoso, paciente cuando se necesita y desinteresado. Incluso se presentó con una caja de chocolates para mi madre a pesar de no conocerla. Es una persona maravillosa, relajada, divertida, que te cae bien al instante.

   Es el tipo de persona que necesito para mí.

   —Nadie vive para siempre con todas sus piezas juntas —murmuro, acariciando ese rostro que ya me resulta tan conocido—, a veces las perdemos por el camino.

   El contacto físico en este momento es fundamental. Quiero que me sienta y sepa que está equivocado, que no está roto, que sí tiene arreglo.

    Sentado de costado paso las piernas encima de las suyas y él aprovecha la oportunidad para sentarme sobre su regazo, dándome impulso con sus firmes brazos que todavía se ciñen a mi cadera.

   —Te alejaba de mí porque no estaba listo para reconocer lo que sentía —confiesa, mirándome a los ojos todavía con melancolía—. No me gustaba saber que de nuevo estaba volviéndome vulnerable por un hombre. No quería que mis sentimientos volvieran a manipularme. Me prometí que sólo yo tendría el control total. No dejaría que me destruyeran de nuevo.

   Habla en voz muy baja, lo suficiente para que pueda escucharlo. Pero no es eso lo que me confirma que está abriendo su corazón frente a mí contándome algo íntimo, sino la angustia reflejada en su cara. Como si lo dolieran aquellos recuerdos.

   —Nunca dejé llegar a nadie tan lejos —libera un suspiro—, sólo a ti Jeno, y es por eso que ahora ya no puedo dejarte ir.

   —No quiero que lo hagas —me dejo llevar por mis propios impulsos—, yo quiero estar contigo.

   — ¿Y qué pasa con todo lo demás? —la tristeza hace mella en él—, ¿Qué pasa si en algún punto encuentras a una chica y decides que una mujer es realmente lo que quieres para ti?

   Hay cosas que preferimos no escuchar y para mí esta es una de ellas. Pero, aunque no llevo ni la mitad del camino recorrido para encontrarme a mí mismo, el cariño que siento por Jaemin no tiene comparación. Nadie me ha hecho sentir como él y dudo que a estas alturas encuentre a alguien superior.

   —No hay, ni habrá, ninguna chica, ni siquiera chico que me haga sentir lo mismo que tú —aparto de su frente su flequillo rubio y dejo los dedos sobre su mejilla suave y lisa—, en veinticinco años jamás me había sentido así. Tan... yo. Tan vivo. Me gusta lo que soy desde que estoy contigo. Lo que me enseñas, lo que me motivas a hacer. Antes de ti no sabía que me estaba perdiendo cosas que me hacen feliz. Y sé bien que todavía me queda mucho por aprender, pero quiero hacerlo contigo, a mi lado.

   Me sorprende lo bueno que estoy siendo expresando lo que siento. Al parecer ya no lo puedo callar más.

   —Y puede que aún no tenga el valor que se necesita para decirle a la gente que me gusta un hombre, o que soy bisexual. Que te acabo de presentar frente a mi madre como mi amigo en lugar de mi cita. Pero todos los días me esfuerzo por ser más fuerte y seguro de mí mismo —le sostengo la mirada y me obligo a no apartarla—, porque me lo debo y porque estoy cansado de cuestionar si lo que me gusta o lo que hago me hace más o menos hombre. Quiero empezar a parecerme más a mí mismo en lugar de ser lo que siempre creí que debía.

   Me descubro temblando, con los dedos apretados y el corazón agitado. Me encuentro también aliviado por haber dicho la verdad después de tanto tiempo maquinándola por pedazos dentro de mi cabeza.

   Me dejan notas con mensajes despectivos casi todos los días, he sido amenazado por dos personas diferentes por gustar de un hombre y gran parte de mi familia es homofóbica. ¿No tengo el derecho de decir que a pesar de mis circunstancia estoy haciendo un esfuerzo por cambiar?, ¿por ser diferente?, ¿más fuerte?

   Jaemin me estrecha entre sus brazos y me regala una amplia y sincera sonrisa. Me observa y sus ojos destellan orgullosos, abandonando la melancolía para reemplazarla con alegría y alivio.

   —No sabes lo hermoso que es escucharte decir esto, Jeno. Lo estás haciendo bien, eres muy valiente, y fuerte, y decidido —me besa la barbilla con los labios tibios, sin dejar de darme esa bella sonrisa—, un hombre dulce y magnífico que conseguirá todo lo que se propone porque se lo merece. Debes ser feliz y libre.

   Es increíble que reconozca mis esfuerzos y me aliente. Pero él sabe que esto realmente no se trata de mí, sino de nosotros. Es eso lo que me tiene al borde del precipicio.

   —Estás en un momento transcendental, haciendo cambios importantes —murmura y es como si durante todo este tiempo hubiera estado contándome un secreto, uno que nadie más que nosotros debe oír—, y lo que menos necesitas es cargar con alguien tan corrompido e inestable como yo.

  Estoy listo para refutar sus argumentos y él alza una mano, como si ya se lo hubiera visto venir.

   —Pero, soy egoísta y vine aquí, a tu habitación por una razón. Porque te quiero de vuelta. Ya no sé cómo andar sin ti. Es como despertar todos los días en una pesadilla. Me enseñaste cosas que ya no sé cómo olvidar. Al único que quiero ver a mi lado en la cama todos los días es a ti. Y probablemente debería haber preparado una lista de las razones por las que deberías darme una oportunidad. Una lista lo suficientemente larga para borrar todos mis jodidos errores.

   Roza nuestras bocas entre abiertas y sus manos suben por mi espalda.

   —Pero, me di cuenta que no tengo nada más que ofrecerte además de mi cuerpo, mi mente y mi corazón lleno de cicatrices.

   Veo en sus ojos la decepción y hasta el coraje que le causa reconocerlo en voz alta. Pero, ¿Qué más podría necesitar además de todo lo que ya me ha mostrado? Me he enamorado de él por lo que es, por lo que erróneamente piensa es insuficiente.

   — "A veces no necesitamos a alguien que nos arregle a veces, sólo necesitamos a alguien que nos quiera mientras nos arreglamos a nosotros mismos" —recito contra sus labios una de mis frases favoritas—, ¿Sabías eso Jae? ¿Alguna vez lo escuchaste?

   Albergo la esperanza de hacerlo entender lo que quiero decirle.

  Jaemin descansa las manos en mi espalda baja y su sonrisa es un relámpago de dientes blancos.

   —Si te pones a citar a Cortázar a la luz de las velas, supongo que la cosa va bastante en serio, muñeco.

   Hay un resplandor cálido apareciendo en mi pecho.  Me gusta cuando él me sonríe así.

   —Supones bien.

   — ¿Estás seguro de que quieres un desastre en tu vida?

   Paso las manos tras su cuello y froto la nariz por su mejilla.

   —Los desastres son divertidos.

   —E inestables.

   —Divertidos e inestables —me corrijo—, y emocionantes, porque nunca sabes lo que va a pasar con ellos.

   Me mira cómo si yo no tuviera remedio, yo lo miro como si él fuera el bálsamo para mis heridas.

   — ¿Es eso lo que te gustaría vivir?

   —Contigo valdrá la pena intentarlo.

   Su boca cepilla mis labios y presiona el superior con los dientes, apenas con fuerza, igualando un sutil mordisco.  Sin aviso, tira de mí, hasta que casi quedo tumbado encima de él.

   —Te extrañé tanto, muñeco.

   —Y yo a ti, gatito.

   Recibo gustoso sus besos en mi rostro y sus hábiles dedos que se deslizan bajo mi camiseta.

   — ¿Por qué no lo intentamos? —dice en mi oído con voz ronca, dulce y animada—, ¿por qué no somos un desastre más grande? Tan grande como sea posible.

   —Monumental.

   —Arrastremos con todo a nuestro alrededor, muñeco.

   Frotamos nuestras bocas juntas, todavía sin besarnos del todo. Estoy hambriento de su piel y de sus besos, pero antes de entregarme a él necesito decir algo más.

   —No quiero compartirte con nadie —confieso con una punzada de desesperación en el estómago—, no puedo, no lo soporto.

   —No lo harás —responde de prisa. Su expresión se suaviza, casi luce culpable—. ¿Sabes que me dijo Sehun cuando le conté que nos habíamos distanciado? —niego con la cabeza, sin concederme el tiempo suficiente para sorprenderme al saber que le cuenta a su cuñado (el tipo que parece odiar la mitad del tiempo) su vida privada—, que mi problema es menos complejo de lo que imaginaba porque mantener las piernas cerradas no es la gran cosa.

   Intenta sonar gracioso, pero yo no puedo olvidar cuál es el meollo del asunto.

   —Pero tampoco quieres que te haga daño.

   —Ya dijiste que no lo harás. Ahora cumple tu palabra —sonríe y por fin es una sonrisa sincera, una que le llega hasta los ojos.

   Lo que tanto ansiaba sucede a continuación: me besa, como sólo él sabe. Desordenadamente. Apasionadamente. Entierro las manos en su pelo, tomándolo profundo desde la raíz. Jaemin presiona los dedos en mi cadera y aumenta la velocidad con la que se mueven sus labios. Me besa hasta desaparecer el aire de mis pulmones y depurar cualquier pensamiento de mi mente que no sea él mismo.

   No tiene nada de qué preocuparse, no pienso hacerle daño. Nunca lo haría. No importa quien haya lastimado su corazón antes de estar conmigo, yo no pienso hacerlo. No seré igual al hombre que lo hizo dejar de creer en el amor.

   Nuestros besos son desordenados y desesperados. Es fácil sucumbir ante su boca y sus delgadas manos que me palpan por encima de la ropa.

   Tenemos que ser silenciosos, mi madre está a una habitación de distancia y no quiero que se entere sobre nosotros de esta forma. No me lo perdonaría jamás. Así que hago lo posible por callarme, reprimiendo las ganas que tengo de gruñir sobre su oído y pedirle que deje de tocarme y moverse así.

    —Disfrutemos de la mejor parte de las peleas —dice con lascivia.

   Me regala una sonrisa cómplice y sus ojos me miran feroces. Mete los dedos bajo mi camiseta y acaricia mi abdomen. Sin complicación se abre paso de la cadera a las costillas y hace el regreso de las costillas a la cadera, formando óvalos imaginarios que me estremecen. Con la otra mano me mantiene bien sujeto, pegándome tanto como es posible a su pecho. Gime suavemente con voz ronca en mi oído, como un ronroneo y luego sus dientes viajan a mi labio inferior para morderlo, apenas con fuerza. Debe odiarlo, pero está claro que no puede morderme como le gusta porque debemos ser discretos. No puedo aparecer en la mañana con la boca rota.

   Sus caricias ascienden a mi pecho, sus besos se acompañan de sonrisas que presagian travesura. No me da tregua, avanza sin retorno y me arrastra consigo. Yo también lo deseo y ansío acariciarlo. Estoy a punto de doblegarlo en un par de ocasiones, tomando su cara entre mis manos y chupando la manzana de adán de su cuello, mientras lo estampo contra la base del colchón y empujo con fuerza. Quiero tenerlo debajo de mí pronto. Pero él tiene otros planes y me lo demuestra.

   Me regresa a la misma posición, donde me tiene bien sujeto por la cadera, sentado de costado sobre su regazo. Mi trasero se acomoda sobre sus muslos y echo los brazos tras su cuello para no desestabilizarme ante nuestros bruscos movimientos. Jaemin no pierde el tiempo y sube mi camiseta, hasta que la tela se enrolla bajo mi barbilla. Rodea mis pezones con las yemas de los dedos y los frota, creando una fricción tan deliciosa que me provoca más de un escalofrío.

   Voy sin desvíos a su boca y lamo su lengua antes de ahogar en ella mis gemidos y jadeos. Me despeina, me muerde, alimenta mi deseo y voluntad de seguir sucumbiendo ante él. Sabe muy bien dónde tocarme, cuánta presión ejercer y en qué zonas. Esta noche al igual que muchas otras, quiere tomar el control, y yo se lo concedo, porque lo he extrañado tanto que a estas alturas no puedo negarle nada

   Soy un desastre y eso parece encantarle. Ya habíamos intentado esto antes, pero hoy es diferente porque se nota que tiene ganas de hacerme sufrir. Alterna pellizcos y caricias sobre mis pezones, hasta conseguir erguirlos y sensibilizarlos. Resoplo y maldigo entre dientes, sus ojos son de una intensidad deliciosa y su expresión detona satisfacción y perversión. El calor me aflora en las mejillas, joder le gusta esto, le gusta tenerme así de ansioso, ¿eso qué significa?

   Jadeo en voz baja, concentrado en ser lo más silencioso posible. Es una tarea difícil, casi imposible gracias a él. Lame mi cuello por lo largo y la camiseta baja por uno de los costados de mi pecho siendo ésta una tortura para mi reciente piel sensible. Suspiro exasperado, nunca me había estimulado tanto ahí.

   Pasa le lengua por mis labios entreabiertos y me remuevo sobre sus muslos, sintiendo su erección. Busca con la mano mi cremallera y desabrocha el botón con destreza. Resoplo por la nariz cuando introduce su delgada y experta mano bajo mi bóxer, empuñando mi carne. Con unas cuantas caricias ya logró excitarme mucho.

   — ¿Quieres que haga algo por ti, cariño?

   Entierro la nariz en la curva de su cuello y cierro los ojos a causa del bochorno. Si hay algo que me da más vergüenza de extrañar que el muñeco, definitivamente es el cariño.

   —No podemos hacer mucho ruido —susurro, sabiendo que esa no es la respuesta que espera.

   —Mmm, eso va a depender de ti —tiene una mirada que no me deja escapar—. Ponte de pie.

   Me siento mareado, no alcanzo a comprender que pretende. La lluvia ha vuelto con repiqueteos contra el tejado, ahogando el sonido de nuestras respiraciones. La cera de las velas se escurre a gruesas gotas, pero ni así parece que vayan a terminarse. Me observa dudar y me da otra oportunidad de entender antes de decirme que me ponga de pie ahora.

   Lo hago y las piernas me tiemblan como gelatina por los nervios. Jaemin se levanta con garbo, como si esto le resultara de lo más sencillo y me pone de espaldas al colchón. Ataca mis labios salvajemente antes de presionar las manos sobre mis hombros, pidiendo tácitamente que me siente al borde de la cama. Parece haberse tomado muy en serio su actitud dominante.

   Mi trasero rebota contra el colchón cuando me siento, Jaemin separa mis piernas con una rodilla y desliza un dedo bajo mi barbilla para después tirar hacia arriba, conectando nuestras miradas. Me delinea la mandíbula con los dedos y sus ojos están cargados de lujuria y sensualidad. El corazón me late muy rápido, no tengo idea de que va a hacerme pero las posibilidades infinitas me asustan y excitan.

   Me roba besos rápidos, pero pronto los dulces picoteos se convierten en hambrientos besos. Se separa con una sonrisa traviesa y silenciosamente se pone de rodillas en el piso, todavía entre mis piernas. Me acerco más al borde de la cama y veo como estira el brazo hacia abajo y toma mi pie derecho para elevarlo y desatarme las agujetas. Me siento como un muñeco, literalmente como su muñeco al que viste y calza (o más bien al que desviste y descalza). La analogía sinsentido me hace reír en voz baja. Él me mira, arquea una ceja y sé que se muere de ganas por preguntarme qué me pasa, pero yo niego con la cabeza porque no quiero que sepa de qué van mis absurdos pensamientos. Se resiste a la curiosidad y me quita el converse junto al calcetín para luego dejarlos cuidadosamente en el piso.

   Hace lo mismo con el otro pie y después me pide que alce las caderas para bajar los jeans y los boxers. Alcanza mi cara y mientras me calienta los labios con besos, tira del dobladillo de mi camiseta, consiguiendo dejarme completamente desnudo. Sus movimientos se desarrollan de manera lenta y cuidadosa, como si tuviera todo el tiempo del mundo para desvestirme. 

  Me gusta cuando somos rudos, y los dos nos besamos y acariciamos con rudeza buscando la liberación. Pero, debo admitir que también me gusta esto. Ser tratado con delicadeza, como si significara algo para él, como si mi cuerpo no fuera solamente piel caliente sobre la que se deshace de sus más carnales frustraciones. También me gusta que me mire bajo las pestañas y me bese desde el tobillo hasta la rodilla. Me gusta que me murmure "cariño" entre el roce de sus labios y mi piel, y que me observe con fascinación, compartiendo un secreto que sólo él y yo conocemos, pues tiene razón al decir que me gusta joder duro, pero también que me gusta su lado dulce, vainilla.

   Coloca los dedos en cada una de mis rodillas y las separa, dejándome completamente expuesto. Me ruborizo, apoyo las manos tras la espalda para no perder el equilibrio y me muerdo el labio inferior con fuerza. Su nariz se desliza por el vértice de mis muslos, y después, sin previo aviso clava los dientes.

   Inhalo aire bruscamente. Desvarío, sé bien que le gusta morderme, pero esto es diferente, porque está haciéndolo en lugares íntimos, lugares en los que nadie más que él y yo verá en un futuro. Besa mis muslos y sus dientes se hincan otra vez, dolorosamente cerca de mis ingles. Acto seguido sus labios succionan, seguramente con la intención de dejar una marca.

   Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, alzando las caderas. Su hinchada boca se arrastra en descenso hasta llegar a mi rodilla derecha y luego la izquierda, marcando un ritmo de mordidas y besos que me provocan ramalazos de necesidad por el estómago.

   —Oh cariño te ves tan hermoso así —susurra, ejerciendo fuerza en mis rodillas para mantenerlas bien separadas.

   Me remuevo sobre la cama, aferrando los dedos a las sábanas. Deja un camino de saliva que brilla bajo la tenue luz de las velas. Gotas de sudor comienzan a bajar por mi frente, producto del esfuerzo que me supone encontrarme quieto y contenido bajo sus movimientos. Sin postergarlo más llega hasta mi miembro, que se encuentra erguido e hinchado. Jaemin es cruel y tan solo roza la mejilla contra mi carne antes de subir a mi abdomen y continuar con sus perversos planes. Mi cuerpo comienza a llenarse de marcas. Entre tanta adrenalina y excitación no encuentro un ritmo adecuado para respirar.

   Sus ojos proyectan fuego. En mi pecho dirige su atención nuevamente a mis pezones. Mueve la lengua en círculos, acompañado de un sucio y húmedo sonido que proviene de su boca. Sin estar satisfecho mordisquea las puntas también. Alzo las caderas y rozo mi erección contra su abdomen. Cuanto deseo quitarle la camiseta y frotarme contra su piel. Me está acariciando de la misma manera que a él le gusta que yo lo haga. Planeo regresarle el favor después, esta me la termina pagando.

   Clavo los dedos a su nuca y lo atraigo hacia mi boca. Gime, aprovecho para colar la lengua entre sus dientes y me tumbo sobre la cama con él encima. Jaemin clava las rodillas en el colchón a la altura de mi pelvis y mueve las caderas, provocando que su miembro bajo la ropa choque duramente contra el mío.

   Engancha mi pierna derecha a su espalda y se empuja hacia adelante, aplastándome bajo su peso. Roza con los labios la sensible zona en mi cuello y me dejo llevar por la ondulación de su cuerpo. Siento algo diferente esta noche. No es como todas esas veces que tomó el control desde el inicio. Parece querer algo más y no termino de comprender de qué se trata hasta que coloca la boca cerca de mi oído y susurra:

   —Cariño tengo tantas ganas de hacerte mío.

   Un escalofrío me recorre por completo. Tengo la boca seca y el corazón en la garganta. Joder, joder, joder, ¿él tiene... él tiene ganas de follarme?

   Mi expresión debe ser un poema, puesto que suelta una risita ronca y se pone repentinamente nervioso.

   —Perdón, no quería asustarte —pasea la nariz contra mi garganta, besando mi pulso—, pero no puedo resistirme ante tu sumisión natural.

   Frunzo el ceño, ¿a qué se refiere con sumisión natural?

   —Yo no soy sumiso.

   —Pues claro que no.

   Pero se ríe, ¿Por qué se está riendo? ¡Yo no soy sumiso!

   —No, lo digo en serio —pongo los brazos en sus hombros y lo obligo a mirarme.

   —Tranquilo muñeco. Igual no tienes que ser sumiso para ser el de abajo —me guiña un ojo—, ¿o quieres que te recuerde que la mitad de las veces soy yo el que tiene el control en la cama?

   Espera un argumento que no puedo darle, porque tiene razón. A veces a él le gusta dar las órdenes y a mí... recibirlas.

   Aunque, nunca lo consideré a este nivel.

   Pretende distraerme besándome hambrientamente, atendiendo de una vez por todas mi miembro. Pero, ni siquiera sus mejores movimientos hacen que sus palabras salgan de mi mente.

   Hacerte mío.

   Jamás lo pensé. Y ahora me siento estúpido por no haberlo contemplado en mi abanico de posibilidades. Porque es algo obvio. Jaemin también es hombre y debe tener ganas de... de no ser el único al que se la meten. Está bien. No voy a enloquecer por ello. Es sólo que parecía disfrutar tanto ser el de abajo que mi mente ni siquiera tomó en cuenta la existencia de una posibilidad diferente.

   Él continúa con su tarea. Sus besos violentos se centran en mi pecho, el abdomen, y luego las ingles, generando más marcas. Todavía mis piernas permanecen abiertas, recibiéndolo sin tapujos. Desde esta perspectiva he de admitir que la sola idea de dejar que Jaemin me posea resulta no algo menos que excitante. ¿Será muy diferente? ¿Seguirá sintiéndose igual de bien que estando arriba? Sinceramente no lo dudo. El sexo con él siempre es exquisito.

   Jaemin de algún modo u otro logra arrastrarme al otro lado de mis fronteras. Ha desbloqueado en mí una nueva duda y ésta no quedará resuelta hasta que lo intente.

   Lo tomo por la nuca y lo guio hasta mi rostro. Las puntas de nuestras narices se encuentran y antes de besarme, lo detengo colocándole un dedo sobre los labios.

   —Podría... —susurro, con un ligero rubor cubriendo mis mejillas—, podría intentar ser el de abajo.

   Me mira sin dar crédito.

   —Era solo un comentario —dice comprensivo—, no tienes que presionarte para aceptar.

  —No es presión —me humedezco el labio inferior con la lengua, nervioso pero seguro de lo que estoy diciendo—, sí quiero hacerlo. Quiero ser tuyo de la misma manera que yo quiero que tú seas mío.

   Es una afirmación que nace desde el fondo de mi corazón. Si este es un nuevo comienzo para ambos es momento de ser sinceros.

   Su mirada se torna tierna y líquida. Me dibuja el contorno de la cara con los dedos y deposita picos dulces y suaves sobre la punta de mi nariz.

   Me acoge entre sus brazos y me besa. Me besa tanto que al cabo de un rato debo separarlo por el pelo para tomar una bocanada de aire.

   — ¿Entonces? —pregunto, a la expectativa de lo que podría pasar.

   — ¿Quieres hacerlo ya?

   Trago saliva.

   Asiento.

   — ¿Con tú madre en la otra habitación? —abre la boca y levanta las cejas—. Que salvaje eres muñeco.

   Lo miro con desdén.

   —No es como que estemos teniendo una inocente pijamada ahora mismo.

   —Pero una cosa es un faje y otra, desvirgar a su único hijo en la cama de su infancia.

   Esta vez esquiva el golpe, pero la vergüenza me pone rojas las orejas.

   —No soy una inocente quinceañera.

   —Créeme que eso lo tengo bien claro. 

   Lleva las manos a mi espalda, dejándolas presionadas contra mi cuerpo y el colchón, baja lentamente hasta llegar a mi culo a la par en que se muerde el labio inferior.

   —No es tan fácil como piensas, listillo. Necesitamos prepararnos para esto.

   Ignoro que sus manos están literalmente manoseándome el culo y lo miro a los ojos.

   — ¿Prepararnos? Contigo no es tan difícil.

   —Yo estoy acostumbrado, cariño. Tú no.

   Bueno, eso tiene total sentido.

   Que novedad, otra vez quedé como un tonto. Hay tantas cosas que no sé, de las que no estoy enterado, que debería enumerarlas en una lista para no meter la pata suponiendo que entiendo de lo que se tratan. 

   —No te decepciones muñeco, agradezco tu entusiasmo y lo tomaré en cuenta para un futuro próximo —frota las palmas contra mi culo y sin previo aviso, lo estruja entre los dedos, arrancándome un sutil gemido—. Además, merezco escuchar tus gemidos cuando te tome. Planeo hacerte gritar de placer, cariño.

   Trago saliva, hago lo posible por no morir de la vergüenza ahí mismo.

   —No puedes ser más descarado.

   —En eso te equivocas —se jacta—, y creo que lo sabes bien.

   No protesto, porque tiene razón.

   —No te decepciones —repite—, te daré algo igual de bueno ahora.

   Deja de lado la charla y termina de rodillas en el suelo otra vez. Me yergo sobre la cama, recto, tragando saliva. La mayoría de las veces es Jaemin quien está desnudo mientras yo conservo mi ropa. Hoy es al revés y eso es casi igual de excitante.

   No despega sus ojos de los míos, encaja sus dientes sobre las recientes mordidas y llevo mi dedo índice a la boca para ahogar mis gruñidos. Joder, duele, pero me confunde porque al mismo tiempo es delicioso, sobre todo cuando reemplaza los dientes por la lengua y chupa duro, profundo. 

   Contraigo los músculos de las caderas, me está dejando chupetones que comienzan a tomar color y textura. Miro mi pecho, donde mis pezones tienen marcas de mordidas alrededor y echo la cabeza hacia atrás cuando me muerde detrás de la rodilla. Sus dientes en realidad no atrapan mi carne con fuerza, es apenas un pellizco suave, aunque sigue siendo profundo y jodidamente delirante.

   Después de tanta tortura y desconsideración atiende mi miembro. Desliza mi carne dentro de su boca, llegando tan profundo hasta que siento las paredes de su garganta apretándome. Enredo los dedos en su sedoso cabello y empujo. Él toma una bocanada de aire entre embestidas y hace lo posible por no tener una arcada. Coloca las manos sobre mis rodillas buscando no perder el equilibrio, y yo marco el ritmo.

   Me muerdo el labio inferior con fuerza, me follo su boca y la vista de tenerlo a mis pies con los ojos llorosos y los labios enrojecidos debería ser una ilegalidad. Se separa cuando nota que estoy a punto de venirme. Se pone de pie y se quita el suéter, lanzándolo cerca de donde se encuentra el escritorio. Engancho los dedos a la cinturilla de sus jeans y volvemos a tumbarnos sobre la cama. Se baja la cremallera y nuestros miembros friccionan entre sí. Se endereza un poco, separa los labios y deja caer un hilillo de saliva sobre los dedos para frotar nuestros penes. Me observa mientras nos masturba, pega su barbilla a la mía y no me pierdo ni un detalle de sus lujuriosas expresiones. Respiro entre los dientes, él arruga la nariz. Atina a dar sobre un punto que me provoca un delicioso espasmo, alcanzo su oído para susurrar "sí, justo así, justo ahí" y él me complace sin problema. Persiguiendo la liberación al igual que yo.

   Somos piel, besos y saliva. El orgasmo resulta catártico y contradictoriamente, devastador. Jaemin me busca la boca a tientas y como sé que va a querer morderme como usualmente hace cuando está a punto de venirse, conduzco sus labios a mi hombro, donde deja otra suave mordida que formará parte de la decoración de todas las demás. Paso los brazos por su cadera y lo abrazo con todas mis fuerzas. Como lo he querido desde que se presentó aquí, con sus calcetines de gato obeso y su suéter rosado.

   Es tan delgado que no supone ninguna molestia que esté encima de mí. Él no lo piensa así y se desliza de vuelta al suelo. Recarga la espalda contra el colchón y hace el esfuerzo de controlar su respiración. Tiene el pantalón debajo de las caderas, el pecho desnudo y una sonrisa torcida que se ilumina con las velas que ya comienzan a terminarse.

   Aprovecho que tengo la cama para mí solo y estiro las extremidades hacia los lados, formando una gran X. Me siento exhausto, me duele casi todo el cuerpo, siento como si me hubieran dado una paliza, una que me causa placer recordar, ¿eso tiene alguna clase de sentido? No lo creo, pero bien es cierto que esta no es la primera vez que Jaemin me enseña placer en el dolor, por lo que no lo analizo demasiado.

   Con la respiración normalizada me pongo de pie y camino al buro para tomar una caja de pañuelos y darle algunos a Jaemin para que se limpie. Me duelen las ingles a penas doy un paso. No quiero ni mirar abajo porque me hago una idea de lo que voy a encontrar. Después de limpiarme voy al armario y tomo un pantalón holgado al azar al igual que una sudadera. Jaemin atrapa la sudadera en el aire y la usa sin protestar.

   Me pongo el pantalón y me acerco a la cama para tomar mi camiseta. A último momento Jaemin todavía sentado en el piso me rodea la cadera con los brazos y me atrae para darme besos sobre el estómago, haciéndome sonreír hasta que mis ojos se vuelven dos medias lunas.

   —Ven aquí —susurra y obedezco sin dudar.

   Nos deslizamos de vuelta al piso, y quedo a ahorcajadas sobre su regazo, tomo su rostro entre las manos y lo beso profundamente, escuchándolo suspirar.

   El amanecer se acerca, lo anuncia el bullicioso canto de los pájaros sobre los árboles. Ha dejado de llover por completo y es tiempo para que las nubes se dispersen y el sol salga. No tengo ni idea de que hora es, pero lo cierto es que vamos a dormir muy poco.

   —Deberíamos ir a dormir —jadeo, separándome de su boca. Pero apenas es por unos cuantos segundos, pues Jaemin presiona el pulgar contra mi barbilla y me atrae de vuelta—, Jae...

   —Pasamos dos semanas lejos, muñeco —hace un puchero que me derrite—, lo que menos quiero hacer ahora es dormir.

   No protesto más y continuó besándolo, hasta que la necesidad de respirar nos hace separar. Apenas lo hacemos lo suficiente antes de saborear nuestras bocas con suaves matices, diferentes ángulos, creando nuevos besos que más tarde recrearemos con el recuerdo del cómo nacieron.

   Jaemin es hermoso, siempre lo ha sido, pero esta noche lo es más que nunca. Su belleza aumenta a niveles estratosféricos bajo mis caricias y besos, porque finalmente puedo abrazarlo y besarlo y decirle cuanto me gusta. Ya no hay nada que esconder. Se hace una idea de lo hechizado que estoy por él, y eso es un alivio. Pasé tanto tiempo pensando en las desventajas que tendría enamorarme de él que jamás me detuve a pensar en lo positivo.

   Arrastro la boca por sus mejillas, su barbilla, su cuello, todo lo que queda al descubierto por mi sudadera que espero, termine oliendo a él. No le viene tan grande, le queda bien. Me gusta como se le ve. Mi ropa le va mucho mejor que a mí.

   El servicio eléctrico se restaura y las farolas de la calle por fin se iluminan, a pesar de que volverán a apagarse pronto. Dejamos nuestras bocas descansar y apoyo la mejilla contra su pecho, ruborizado y sonriente.

   —Pensé que no volvería hasta la mañana —dice con voz baja y ronca. Uno de sus brazos está rodeándome. Nos hemos vuelto expertos en hablar en susurros.

   —También lo pensé. ¿Estás seguro de que no quieres dormir?

   —Me gusta más la idea de escucharte hablar, aunque sea en susurros —me incita con una sonrisa—, cuéntame algo muñeco, algo que tenga que ver con el lugar en donde estamos.

   Mueve la barbilla hacia el frente, señalando la habitación. Sopeso qué clase de cosas podría contarle, algo interesante, una buena historia. Dicen que tu habitación refleja mucho de ti, así que no tengo idea de qué estará pensando en estos momentos. Crecí en este lugar pero he conservado muy pocas cosas de cada etapa de mi vida. El departamento es pequeño y uno debe ser ingenioso. A lo largo de los años me he deshecho de muchas cosas con el fin de reemplazarlas con nuevas.

   —No tengo mucho que contar.

   —No te creo —se queja—. Enséñame lo mejor que tienes aquí.

   Tú. Es mi respuesta automática, pero quizá no me crea o piense que lo digo para quedar bien.

   Miro fugazmente debajo de la cama. ¿Será... una buena idea?

   —Tienes que prometerme que no te burlarás de mí.

   Me guiña un ojo.

   —Seré prudente.

   Frunzo el entrecejo.

   —Es broma. Sabes que puedes decirme cualquier cosa.

   No le creo ni una palabra y contradictoriamente confió en él.

   —Hazte a un lado. Tengo que sacar algo.

   Abre mucho los ojos.

   — ¿Me vas a enseñar tus revistas de adultos?

   — ¿Quién demonios guarda eso bajo la cama?

   — ¿El noventa por ciento de los padres en las películas americanas?

   —Eso es asqueroso —arrugo la nariz—, tengo revistas, pero no de esa índole. Para eso existe el internet.

   — ¿Escondes drogas?, ¿un cadáver?, ¿tienes un muñeco vudú mío? Vaya, eso explica porque me estuvo doliendo la espalda últimamente.

   —Simplemente cállate y hazte a un lado.

   Quiere volver a agregar otra teoría loca, pero finalmente obedece. Arrastra el cuerpo a la derecha y meto el brazo debajo de la cama, hasta que toco con la punta de los dedos lo que estoy buscando. Pego la mejilla al colchón y me estiro lo máximo posible.

   — ¿Quieres ayuda muñeco? ¿Te está llevando el demonio bajo la cama?

   Pongo los ojos en blanco y saco primero los cómics, uno por uno, hasta que quedan apilados. Después tomo la caja de fotografías y finalmente mis cuatro figuras de acción: Iron Man, Viuda Negra, Capitán América y Doctor Strange.

   Las sostengo contra mi pecho y me giro hacia Jaemin, que no dice nada pero me mira con atención. Me acerco a él y dejo todo en medio de nuestros cuerpos.

   — ¿Por qué esconde estos tesoros bajo la cama? —toma la figura de Capitán América y la analiza con curiosidad.

   —Normalmente están en el estante —me encojo de hombros y señaló con el dedo el estante sobre el escritorio—, pero no quería que los vieras así que los escondí.

   Una sonrisa fiera cruza su cara.

   — ¿Estabas pensando en traerme a tu habitación?

   Parpadeo.

   —No, y-yo no...

    —Así que lo tenías todo fríamente calculado.

    —N-no...

   —Tienes una mente perversa, muñeco, me gusta.

   Le encanta burlarse de mí, me resigno a que así será para siempre y Jaemin toma a Iron Man y a Viuda Negra.

   — ¿Cuál es tu favorito? —inquiere.

   —Iron Man.

   — ¿Por qué?

   —Es rico, inteligente y tiene una novia lindísima. ¿Y el tuyo?

   —Me gusta Viuda Negra —deja a Iron Man y se queda sólo con Viuda Negra—, tuvo una vida difícil y aun así intenta hacer el bien. Además, fue rival de Iron Man alguna vez.

  — ¿Leíste los cómics?

   —No, me quedé con las películas.

   —Puedo prestarte alguno si quieres.

   —Me gusta tu oferta. Siempre quise salir con alguien al que le gustaran los cómics o el anime, ¿de casualidad no te gustan los dos?

   Sonrío, meneando la cabeza hacia los lados.

   —Sólo vi Los caballeros del zodiaco, ¿sirve?

   Hace una mueca.

   —Peor es nada.

   Deja a Viuda Negra y palmea sus piernas, como si éstas se hubieran convertido en un nuevo asiento.

   —Ven aquí y háblame de eso que falta —señala la caja y los cómics.

   Regreso a su regazo y mientras él me besa la coronilla de la cabeza, tomo los ejemplares de los cómics.

   —No sabía que fueras tan fanático —musita.

   —No lo soy, bueno no del todo. Hubo un tiempo en el que mi padre los compraba para mí en un puesto de revista cuando salía del trabajo. Yo los coleccionaba, pero doné la mayoría de ellos cuando él murió.

   Me siento un poco culpable por haberme deshecho de ellos. Pero, cuando mi padre murió no volví a tocarlos. Ya no tenía sentido si no iba a ser él quien me los leyera.

   — ¿Qué es lo que más te gustaba hacer con tu padre?

   —No sé, muchas cosas —miro las figuras y sueño despierto con los momentos que compartíamos juntos—, cuando llegaba del trabajo hacia enojar a mi madre porque no comía. Llegaba directamente a mi habitación y se sentaba conmigo, justo aquí. Me decía "Jen, saca al hombre rojo, quiero vencerte hoy" y yo sabía que se refería a Iron Man, porque nunca se aprendía los nombres, sólo los colores. Yo tenía siete años y entre los dos luchábamos pero siempre me dejaba ganar. A veces recreamos las escenas de los comics, pero casi siempre le pedía que se inventara una historia nueva.

   —Eso suena maravilloso.

   —Lo era. Muy pocas cosas lograban sacarnos de la habitación. Especialmente cuando no tenía que ir a trabajar.

   Recordar los mejores momentos que compartí con mi padre durante mi niñez es doloroso pero, también agradable. Jaemin me escucha y sigue todos mis movimientos, a pesar de no pegar ojo en toda la noche, me mira más atento que nunca.

   — ¿Él te inspiro a volverte profesor?

   —A leer mucho —corrijo—, me leía cuentos, libros, historietas, las tiras cómicas del periódico, la caja del cereal, lo que fuera. Siempre se las ingeniaba para leerme algo diferente. Era muy emocionante verlo llegar del trabajo con algún texto nuevo entre manos.

   Vuelvo a los días en donde lo único que me preocupaba era que mi madre me encontrara leyendo o jugando con mis muñecos de acción a media noche. Ahora mi miedo es que ella sepa que estoy aquí, abrazado y encariñado con un hombre. Lo único que varía con los años son los objetos de nuestras preocupaciones, más no el sentimiento principal, porque el miedo es latente y eterno.

   — ¿Lo extrañas mucho? —murmura, con los labios pegados a mi frente.

  —Sí, lo hago. En noches como ésta más que otras.

   Hace tiempo que no lo reconocía. Todo lo que conllevó a su muerte pasó demasiado rápido. Los síntomas del cáncer aparecieron durante sus dos últimos años de vida, pero yo lo sentí como si un día hubiera estado hospitalizado y al siguiente ya estuviéramos buscando un cajón en la funeraria.

   Tenía quince años, la edad necesaria para entender que debía hacerme cargo de nuestro hogar de ahora en adelante. Mi madre estaba débil y duró meses escondiéndose bajo su dolor. Fui yo el que tuvo que accionar, preocuparme por si ella comía, dormía o se sentía bien. No recuerdo si quiera que tuviera tiempo para llorar. Antes de su muerte solía hacerlo cuando algo me molestaba. Después de ello ya no pude hacerlo más. Había escuchado llorar tanto a mi madre que no quería lucir igual.

   —Es bueno recordar a la gente que amaste con tanto cariño —me regala una tierna sonrisa—. Tu madre es muy dulce.

   —Es que tú le caíste bien.

   — ¿Lo hice?

   — ¿Cómo no podrías? Si hasta le trajiste chocolates.

   —No te traje nada a ti porque no sabía si lo aceptarías.

   En ningún momento pretendí que sonara como un reclamo, pero cuando lo exteriorizo es así como suena.

   —No lo decía con esa intención —aclaro.

   —No te preocupes, ahora que estamos juntos vas a tener que acostumbrarte a que te compre un montón de cosas.

   —Por favor, no te vuelvas insufrible con el tema.

   —Pero es la verdad —ríe, sin presentar una pizca de culpa—, voy a comprarte todo lo que quieras y necesites. Como una computadora nueva, para empezar.

   Lo miro alucinado.

   —No vas a hacer eso. La mía está perfectamente.

   — ¿Tan perfectamente que tardó más de dos horas en actualizarse? —menea la cabeza hacia los lados—, no puedes andar trabajando con eso, es desesperante.

   —No vas a comprarme nada. No es necesario.

   —Me temo que eso no está a discusión —sonríe con satisfacción—, así es como funcionan las cosas si estás conmigo, bebé.

   Ay, no puede ser que me emocione cada vez que lo dice.

   —Pues buena suerte comprando una computadora que a final de cuentas te terminaré devolviendo.

   —Qué bonito, estamos teniendo nuestra primera pelea.

   Lo miro con odio.

   —Hablo enserio.

   —Yo también.

   —Puedes comprarme cosas normales.

   — ¿Qué tan normales?

   —Como no sé, el almuerzo.

  — ¿Alguna otra cosa?

   —Y el café.

   Disimula muy mal que quiere reírse.

   — ¿Qué más?

   —Las hamburguesas que salgamos a cenar por la noche. Las sodas en las tiendas de conveniencia o el helado en el súper mercado.

   — ¿Quieres que te compre comida muñeco? ¿Ahorita tienes hambre?

   —Sabes a lo que me refiero.

   —Yo te compro lo que me pidas —pasa las manos por mi barriga y la soba—, pero si subes cinco kilos me vas a tener que dejar estrujarte las mejillas.

   —Mejor cómprame ensalada —ratifico.

   Roza mi boca con los labios y sonríe—, ¿qué más cosas normales quieres? ¿Papel higiénico? ¿Crema de afeitar?

  —También tienes permitido darme algo en mi cumpleaños.

   —Algo como... ¿Flores? ¿Chocolates?

   Lo golpeo en el pecho, esta vez sin pretender ser delicado.

   —No seas idiota.

   —No estoy bromeando.

  Ya veo que esta discusión no va a llevarnos a ningún lado. Él también lo sabe, pero las ganas de hacerme enojar son infinitas.

   —Hablando en serio no tienes que comprarme nada —suspiro—. No inviertas tu dinero en mí, por favor.

   —No sé, me lo tengo que pensar —enarca las cejas y advierte el desconecto en mis expresión—. Mejor enséñame que es lo que hay en la caja, antes de que te pongas a hiperventilar.

   Resoplo aire bajo la nariz y tomo la caja. Aunque me ha prometido no burlarse, no sé qué tanto cumpla su promesa.

   —Tienes que prometer que de verdad no te vas a burlar.

   —Muñeco tienes cuatro figuras de acción entre las que se encuentran el capitán América y quedé encantado, ¿Qué más quieres de mí?

   Confío en su palabra. Pongo la caja sobre mis piernas y le quito la tapa. Lo primero que sobresale es mi vieja Polaroid que no sabía que todavía conversaba.

  —Oye yo tenía una de esas con Lu cuando éramos niños —Jaemin la toma para mirarla de cerca—, ¿aún funciona?

   —No lo sé. Hace años que no la toco.

  Ambos intentamos averiguarlo. Jaemin le saca la tapita de las pilas y encuentra el compartimiento vacío.

   — ¿Tienes baterías?

   —No sé, creo que sí.

   Me pongo de pie. Voy a donde está la repisa y con la linterna de mi teléfono busco en una pequeña cajita de plástico, en la que almaceno diversos objetos, (entre ellos clips, gomas de lápiz y sacapuntas) baterías. Encuentro dos, justo las que necesito.

   Regreso para contarle mi triunfo, pero Jeamin se ha sentado en el centro de la cama con las piernas cruzadas, mirando boquiabierto mis fotografías. Ese no era el plan, se supone que iba a enseñarle las más decentes.

   — ¡Oye! —le susurro con molestia—, no veas eso.

   Intento arrebatarle la caja, pero el muy maldito es rápido. La esconde bajo su brazo y pone una mano sobre mi rostro para que no me acerque.

   —Ay por Dios, usabas frenos.

   — ¡Dámelo! —susurro más fuerte, gesticulando con las manos que voy a matarlo sino lo hace.

   —Eras como Katty Perry en last friday night, ¡mira el tamaño de esas gafas!

   Forcejeamos sobre la cama, rompiendo nuestra promesa de ser silenciosos en el momento en que sus dedos se cuelan bajo mis axilas y los mueve para hacerme cosquillas y quitarme de encima. Suelto una carcajada y me llevo una mano a la boca, intentando reprimirme.

   Me preparo para el segundo asalto pero él toma una almohada y me asesta con ella en la cara. Yo tomo otra pero no sirve de mucho ya que soy un maldito débil y no tengo el valor para pegarle de verdad.

   Con mi fallida táctica logra llevarme la delantera. Ya no sé si tiene caso no hacer ruido. En todo caso no me preocupa demasiado, técnicamente no estamos haciendo sonidos... tan extraños.

   Termina viendo una a una todas mis fotos, incluidas las de la primaria, cuando tenía los dientes torcidos y la nariz chata.

   —Ay, ¡eras tan lindo! O sea, todavía lo eres. Pero aquí sonreías más, hasta parecías feliz.

   —Idiota.

   — ¿Para qué quieres una sonrisa tan bonita sino las luces?

   —Sonrío, que contigo no lo haga es diferente.

   Se lleva ambas manos al pecho con indignación.

   —Me siento ofendido.

   —Qué bueno. Lo mereces.

   Hace un puchero pero eso no lo detiene de tomar una de mis peores fotos. Tenía catorce, mi padre acababa de regalarme la cámara y me dijo que me hiciera una foto sonriendo. Es desastrosa. No me gusta, se me ve la boca muy grande.

   —No se me había pasado por la cabeza que llevaras frenos, por eso tienes los dientes tan bonitos.

   Bufo, cruzándome de brazos.

   —Pues sí, era un desastre antes de llevarlos.

   Continúa mirando el resto de las fotografías. Mis mejillas están totalmente enrojecidas. Esta de ninguna manera fue una buena idea.

   —Quiero quedarme con esta.

   Señala la odiosa foto, yo niego varias veces con la cabeza.

   —No, definitivamente no.

   Se arrastra sobre el colchón, se pone sobre sus rodillas y echa las manos tras mi cuello, abultando los labios.

   —Por favor, por favor, por favor, por favor.

   —No, no voy a dejar que te quedes con una de mis peores fotos.

   — ¡Pero si luces adorable!

   —Me dijiste que me parecía a Katty Perry.

   —Katty Perry es adorable.

   —No, no lo es. Además, ¿Para qué la quieres?

   —Es un extraño tesoro y quiero llevarla en mi billetera —acerca su boca a mi rostro y lo llena de besos—, nadie la verá más que yo.

   Pensar que Jaemin tenga una vieja foto mía en su billetera me hace sonreír como un idiota y también ponerme los pelos de punta.

   —Por favor —insiste, haciendo ojos de cachorro.

   Lo miro, no deja de besarme mientras suplica.

   Suspiro. Dios, ¿alguna vez podré decirle que no a esa cara tan bonita?

   —Tienes que guardarla bien —murmuro—, nadie puede verla.

   Asiente con la cabeza repetidas veces.

   —Lo prometo, será mi tesoro personal.

   En cuanto tiene mi aprobación saca la billetera de sus jeans y busca donde acomodarla. Peleamos otra vez, porque él quiere dejarla en la parte de enfrente y yo hasta atrás. Como era de esperarse Jaemin gana, pero sólo porque me compra con la excusa de que nadie además de él verá su billetera.

   —Esto de las fotos en la billetera me recuerda un poco a aquella serie adolescente que transmitían por la tele el año pasado —comenta.

   — ¿Cuál?

   —La de los dos mejores amigos que se compartían al novio a escondidas.

   — ¿Una donde el primer novio daba un discurso aterrador en el auditorio de la escuela?

   — ¡Sí! Justo ese. Me caía tan bien. Era malvado y guapo.

   —Pero su mejor amigo sufrió mucho.

   —Lo merecía, ¿Cómo se le ocurre meterse con su novio? Hasta yo tengo mis límites.

   Menudo sentido de la amistad tiene, me río de ello y una vez que queda satisfecho de mirar todas mis fotos regresamos la atención a la cámara para ver si funciona. Todavía hay película dentro por lo que me dispongo a sacarle una fotografía. Al menos de esa manera podré recuperar la que he perdido. Jaemin protesta, pero cuando le digo que sea justo y acepte dice que está muy despeinado y toma una de mis gorras que tengo en el armario. Lo hago ponerse a lado de la pared y saco la foto, casi cegándolo por la intensidad del flash.

   La dejo sobre el escritorio para que se revele y aprovecho para abrir la ventana y dejar que el aire fresco de la mañana circule por la habitación. Somos testigos de los primeros rayos de sol. Jaemin clava los codos en el alfeizar y yo apoyo la barbilla en el espacio entre el cuello y su hombro.

   Veinte minutos antes de que suene la alarma le recuerdo que tiene que volver a la sala. No quiere hacerlo y nos cuesta despedirnos a pesar de que prometemos vernos más tarde después del proyecto para desayunar. Perdemos diez minutos más besándonos contra la puerta y otros cinco planeando en broma lo que vamos a decirle a mi madre en caso de que nos haya escuchado. Como que los vecinos fueron muy escandalosos o que Jaemin estaba viendo porno en su celular sin audífonos y que por eso se escuchaban tales gemidos.

   Al final somos más risas y besos. Camina de puntitas al sillón y yo voy al cuarto de baño a echarme agua en la cara. La persona reflejada en el espejo tiene una sonrisa de oreja a oreja, el pelo despeinado, los ojos brillantes y el pecho lleno de chupetones.

   Regreso a mi habitación y preparo un traje para Jaemin. Le digo que se duche primero para ganar tiempo y me pongo una bata para cubrirme por si mi madre aparece mientras hago el desayuno. Tengo marcas hasta en los brazos.

   —Hola mamá, buenos días —la saludo en cuanto entra en la cocina. Ella también usa su bata y tiene el cabello arreglado en un moño.

   —Buenos días, cielo —responde, todavía soñolienta—. ¿A qué hora regresó el servicio eléctrico?

   —No lo sé —miento, poniendo agua en la tetera para hacer café—, supongo que por la madrugada.

   —Pues se despertaron temprano.

   Suena más a afirmación que a pregunta. Me quedo congelado por segundos, y me obligo a reaccionar.

   —Sí, Jaemin no pudo dormir mucho. Lo invité a mi habitación mientras amanecía—tomo la bolsa de pan y enchufo el tostador, evitando su mirada en todo momento—, ¿hicimos ruido?

   Estoy a punto de sufrir un infarto.

   —No cielo, en realidad caí rendida, los últimos días me desvele mucho por estar leyendo —se acerca hacia mí y se pone de puntitas para alisarme la piel alrededor de los ojos—. Me gusta que tengas amigos. Después de Jungwoo ya no salías con nadie más. Jaemin parece un buen muchacho.

   Suelto todo el aire que estaba reteniendo. Como un globo que lentamente se desinfla.

   —Lo es. Me alegra que te agrade.

   —Aunque Jungwoo siempre va a ser mi favorito —me guiña un ojo—, ¿Dónde está Jaemin ahora?

   —Tomando una ducha.

   — ¿Estás preparando el desayuno?

   —Sí.

   —Yo lo hago, cielo, busca algo que prestarle a Jaemin, tienes otro traje, ¿no?

   —Sí, ya lo tengo listo.

   — ¿Quieres que lo planche? Debe estar muy arrugado.

   —No, mamá, no hace falta.

   — ¿Estás seguro?

   —Sí.

   — ¿Muy seguro? ¿No irás a prestarle algo horrible?

   —No, de verdad está bien.

   —Entonces ve a vestirte, yo termino aquí.

   Me da un caderazo y escondo el alivio que me provoca saber que mi madre no sospecha nada. Este no es el momento para hablar de eso.

   Jaemin sale de la ducha, le paso el traje y se cambia en el cuarto de baño. Se ve hermoso y reluciente, pero sus ojos están cansados y eso me hace sentir culpable. No quiero sé que sienta fatigado a lo largo del día. Me escabullo a la cocina y le preparo café en un termo con todas las cucharadas de café que le gustan. Sólo porque se trata de una ocasión excepcional se lo permito.

   En menos de veinte minutos me ducho y visto. Cuando llego al comedor anudándome la corbata veo a Jaemin y a mi madre bebiendo una taza de café mientras hablan de la obra que vamos a montar. Mi madre comenta que le encantaría leer Romeo y Julieta. Ese tomo no lo tenemos todavía así que Jaemin le regala un libreto y promete traerle el libro después.

   Mi traje le viene ligeramente más grande, sobre todo el saco. Pero aun así le sienta bien. De nuevo me gusta verlo con mi ropa. Podría acostumbrarme a prestársela.

   Bajamos más temprano de lo usual al estacionamiento. La acera se siente resbalosa y el césped está cubierto por una ligera capa de hielo. Ninguno habla sobre ello pero se sobreentiende que cada una irá por su parte. De solo pensar que tenemos que hablar sobre Mark y su amenaza se me revuelve el estómago. Buscaré el momento oportuno para decírselo.

  Lo acompaño a su auto para dejar sus cosas y antes de que Jaemin ocupe su lugar tras el volante, voltea a los lados, como si buscara algo. Le pregunto qué sucede y tira de mi corbata hacia abajo, para darme un largo y dulce beso.

   — ¿Te veo en la salida? —le pregunto con una oleada de energía.

   —En el estacionamiento.

   — ¿A dónde vamos a ir a desayunar?

   —Al departamento de mi hermano —murmura sobre mi boca. Es gracioso porque ya no hay necesidad de hacerlo y aun así, hablamos entre susurros—, tú serás el plato principal.

   Gruño antes de volver a besarlo.

   —No busques ponerme ansioso. 

   —Esa es la intención.

   Regreso a mi auto con la misma sonrisa boba con la que salí de la cama con él. Él se marcha primero y yo me quedo mirando hacia al frente, con mi corazón zumbado en mi pecho como alas de colibrí.

   Acabo de despedirme de él y ya estoy contando los minutos para volver a verlo.


HELOOOU YEROBUM

VALIÓ LA PENA LA ESPERA (?) digan que si o memato

Si tuvieron arcadas por lo cursi y ridículo que fue este cap es porque aún no han visto nada. Aprovechemos al nomin en su faceta de luna de miel uwu

Continue lendo

Você também vai gostar

174K 14.6K 35
|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo...
258K 18.2K 35
Con la reciente muerte de su padre el duque de Hastings y presentada en su primera temporada social, Annette empieza a acercarse al hermano mayor de...
363K 23.9K 95
Todas las personas se cansan. Junior lo sabía y aun así continuó lastimando a quien estaba seguro que era el amor de su vida.
758K 113K 99
Toda su vida fue visto de menos y tratado mal por las personas que decían ser su familia, estaba cansado de que todas las noches llorara por aunque s...